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Juan Eladio Palmis | La Revolución Francesa

Un país, España, solamente en angustia de vida por fuera de penurias cada vez más acentuadas casa por casa, ya está pagando esos locos procesos sociales de lo que popularmente suele llamar "infeliz suerte" y la inveterada miseria de sus educadores, de sus maestros, lo que origina una incultura real, tan efectiva en lo negativo ahora, como lo fue en aquellos tiempos en los que la derechona presumía –como ahora– que en España se hacía lo que ella quería, porque conducir a un pueblo con más del setenta por ciento de analfabetismo total, y el otro treinta restante solo sabiendo leer y escribir, daba para promulgar muchas prohibiciones a gusto del casino y la sacristía.



Cuando el insigne geógrafo y político maño de Santa Eulalia del Campo en Teruel, dijo aquello, por su condición de político liberal que estuvo sentado en las conocidas solo por fuera Cortes de Cádiz, de 1812, de que si la esclavitud del negro se pasase al blanco, con el pasar de los años, los esclavos entonces blancos, estarían intelectualmente exactamente igual, y hasta menos poderosos muscularmente, que los esclavos negros, los cimientos de la economía comercial española y la villanía íntima familiar basada en la esclavitud, su abuso y utilidad sexual sin límite, se tambalearon hasta límites que el Santo Oficio, nada de santo por lo cruel y asesino, nada de oficio, porque el refinar los tormentos a aplicar no tiene nada de profesional, salvo la vocación para ello, intervino entonces con saña contra un razonamiento lógico y elemental del indicado maño, por mucho que se intente cantarlo desviado en machacadoras milongas camperas.

Algunos, entre los que me incluyo, entienden que España es un país de “Fantasía”, que no, a pesar de lo que se dice de continuo, fantástico, porque si no llega a ser por la Revolución Francesa, por los movimientos luteranos, por el resurgir del liberalismo en Europa, nosotros estaríamos en la fantasía de nuestras celebraciones de cuando fuimos imperio, de nuestras continuas fiestas, sin hacer mención que mientras otros países desde hace ya muchos siglos invirtieron en cultura y laica, nosotros fuimos imperiales, pretendimos serlo de continuo, con un índice de analfabetos superior al noventa por ciento, y todavía, como consecuencia de ese atraso cultural, estamos envueltos en la apatía y la ignorancia, que favorece el hecho de que tan pronto nos sacan de la agitación que nos produce la fantasía de las fiestas y las conmemoraciones, a no reivindicar nada social necesario, porque se lo dejamos a que lo hagan otros.

Al mañico referido, al preparado culturalmente y buena persona Isidoro Antillón, por afear la esclavitud que no cesaba y cada vez iba a más, como el destino hizo que una vez que pasó por su pueblo allí entregó la cuchara para siempre, al saber la gente donde estaba enterrado, de lo contrario estaría catalogado como un peligrosísimo revolucionario, a lo mejor ni sus familiares sabrían el lugar de su enterramiento, el caso es que en unas de esas arrancadas, o estampidas, populares que tan fáciles son de provocar en un pueblo inculto contra la “fantasía y la fiesta tradicional” sus propios paisanos dirigidos, exhumaron lo que quedaba de su persona y al mejor estilo español lo quemaron en la santa hoguera inquisitorial.

La “Fantasía” española está mucho más regida y dependiente de la pasión inculta popular que del raciocinio de una sociedad que apuesta, cosa que en España todavía no hemos hecho, por la cultura laica, que conlleve a que no exista una suela escuela pública en malas condiciones de salubridad, que sus maestros estén bien pagados, porque es gente que necesita estar sin angustias económicas para poder realizar un oficio que es en extremo vocacional y de los más básico para crear sociedades sanas. Y precisamente porque el sistema español, es exactamente igual que el sistema europeo, pero con la hipoteca vaticana constantemente injiriendo en la sociedad española, desde Madrid y desde Roma, saben por sobrada y marcada experiencia que los españoles pasamos de no saber vivir sin que de la exageración pasemos a todo lo contrario.

Vivimos envueltos en cifras que desde fronteras para adentro, fronteras por cierto pioneras en poner cuchillas desgarradores de carnes de gentes pobres, necesitados, no nos paramos a analizar porque nos falta realidad cultural y nos sobra fantasía festera tradicional. Por eso tenemos más universidades con el adjetivo brutal y agresivo de católicas, del mundo entero; tenemos más leyes legisladas que ningún otro país del orbe; y, por más que se busque, incluso en países llamados bananeros, es difícil encontrar unos palacios de justicia más altivos e ineficaces o nada equitativos que los españoles. Y con toda la desfachatez del mundo se justifica socialmente que no hay dinero para la cultura o la justicia, y sí lo que haga falta para la fantasía festera.

Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS
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