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Juan Eladio Palmis | Santa Cruz de la Mar Pequeña

Hay que dejar atrás en el camino la ciudad de Sidi Ifni en el Marruecos atlántico, en donde todavía viven unos españoles olvidados por España, siguiendo ese algo habitual en la diplomacia española de zumo de naranja para las fotos, y un mundo sórdido para después, la noche y el anonimato, según el normal proceder de las legaciones nuestras (o de ellos) que ni dios sabe qué es lo que hacen, a qué se dedican y en qué pizarra ponen los trabajos que hacen para que veamos qué hacen con los sueldos de privilegiados que ganan, amén de extras de fondos más que de buitres, de aguilones, que se volatilizan sin dejar rastro ni contrapartida en el tremendo saco de los asuntos secretos de estado.



Pues bien, adentrándonos de lleno en los climas preciosos, en las playas de maravilla, en el encantamiento de unos lugares probablemente únicos en el planeta Tierra, se llega a un lugar que tengo gran añoranza por tocar sus piedras, porque a pesar de haber estado por la zona, nunca he podido acariciar y pedir perdón, no al estilo Vaticano, sino al estilo humano, de persona, a aquellos miles de seres humanos de gente negra, de africanos, que fueron cazados como gacelas, ubicados posteriormente con el mantenimiento justo para que no se murieran, y si se morían no pasaba absolutamente nada, porque no faltaría, encima, algún chorra frita que le echara, para terminar de joder la rueda marrana de la carreta, unas gotas de agua y lo bautizara, y, ¡angelico al cielo!

Pero mientras no se iban aquellos seres humanos para el cielo una vez que, para joderlos más, los bautizaban, aquellos fornidos negros etíopes o de otras etnias que llegaban en racimos hasta las costas atlánticas africanas, unas costas sarcásticamente bautizadas con el nombre atractivo de Costa del Oro, esperaban barcos para ser transportados al principio principalmente para Europa, hacia las casas reales, conventos, y gentes de las llamadas nobles, donde les esperaban toda clase de villanías inimaginables, porque el trabajo en sí, para los esclavos, por muy duro que fuera, siempre fue lo de menos, y hasta una liberación en su condición de seres señalados por los dioses para ocupar tal estrato social, según el cuento de la cuenta.

Allí, bajo un topónimo muy acorde para la faena a realizar y camuflar, supuesto que oficialmente, aunque la esclavitud era un acto legal, nadie, a nivel de crónica le gustaba alardear de ello porque la censura se molestaba, allí, decía, en Santa Cruz de la Mar Pequeña, unos kilómetros al sur costero de la ciudad Marroquí de Sidi Ifni, una torre fortificada de protección para los que aguardaban con los esclavos en un fortín y cavidades costeras próximas, a que los barcos de transporte llegaran a fondear en la llamada Mar Pequeña. Fue un asunto que constituyó por años el primer asentamiento del estilo llamado colonial español en tierras africanas que contabilizamos desde el Creciente Fértil hasta nuestros días.

Dentro del sarcasmo general de denominaciones para que aún en la actualidad la gente llegue a creer que lo de la Costa de Oro, La Mina de Portugal, la factoría o asentamiento de Santa Cruz de la Mar Pequeña, se dedicaban a otra cosa diferente de ser lugares infectos y malévolos donde el hombre, enarbolando símbolos y mandatos que decía ser divinos, y si se le afeaba la conducta al igual que ahora, dirían que se atentaba contra símbolos religiosos básicos que forman parte cultural del pueblo, en aquellos establecimientos, así denominados en ocasiones, el hombre inició al por mayor el negocio de la esclavitud que como es tan sumamente rentable todavía lo sigue explotando y ganándole rentabilidad económica, al precio de sangre que sea, porque el sufrimiento ajeno siempre es ajeno y no afecta o no debe de afectar a un mandato divino.

Los excelentes marinos andaluces, especialmente de la Andalucía occidental, conocedores chupando vela de los portugueses, sus estelas y su ciencia y arte de navegar, fueron los primeros españoles, juntamente con los portugueses, no solo los que participaron en fomentar la creación del Reino de Canarias, algo independiente a Castilla, al frente la corona del sevillano Diego García de Herrera, sino que ambos grupos humanos, Andaluces y Portugueses, son principalmente los responsables de la bonita forma de hablar de los isleños canarios.

Como arista desagradable de tan agradable asunto debido a lusitanos y andaluces, el que sus saberes, sus conocimientos náuticos los pusieron al servicio del gran negocio de la esclavitud, es algo que está ahí en la crónica, gravitando negativo sobre la condición humana, por algo que bien pronto el hombre le tomó el gusto y todavía no lo ha soltado y lo tiene oculto y camuflado porque el abuso hacia los demás, hace unas patrias de aplauso.

Espero disponer de tiempo y documentos que me permitan determinar el por qué del topónimo de la zona de Puerto Cansado, porque, a lo mejor va a derivar, en su afán de ocultismo, no por vergüenza sino por cinismo, de Puerto Cazado. Pero todo eso, de ser posible será más adelante. Ahora decir y dejar asentado para aquel que no lo conociera, que el que quiera ver paisajes costeros de ensueño, playas atlánticas de pura incredibilidad, que se acerque y viaje por el sur de Marruecos, y al sur de Sidi Ifni, acaricie y pida perdón a las pocas piedras que quedan de un centro de esclavitud, que tuvieron el sarcasmo de intitularlo Santa Cruz de la Mar Pequeña, primera fortaleza española en África.

Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS
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