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María Jesús Sánchez | Inercia

Me muevo empujada por una fuerza que pretende controlarme. La inercia del día y de las circunstancias parecen llevarme en volandas, sin que yo pueda decir nada. Ahora sé que no es así, que yo puedo elegir tomarme las cosas de otra manera, aunque ahora mismo no sé cómo hacerlo. La parte buena es que ya soy consciente de que estoy acelerada. Trabajo con una lista de tareas, pero al pulpo de lo que tengo que hacer cada día le salen más brazos.



Mi tendencia al control agrava el problema. Siempre tengo la sensación de que me falta algo, que alguna cosa se me escapa. Es igual que cuando tengo que hacer la maleta, cuando la cierro: la inseguridad me da un pellizco por encima del ombligo.

A esa necesidad de control le he puesto nombre: señorita Rottenmeier. Pero la mía es peor que la de Heidi. Esta tiene un moño que corona un pelo a máxima tensión. Ella examina cada paso que doy, cada palabra que digo, con sus gafas redondas de aumento.

La verdad es que empiezo a estar harta de que me siga a todos lados. Además, es la que más grita. Su voz es muy aguda, capaz de hacer estallar el cristal más fuerte. Me he peleado con ella en numerosas ocasiones, pero no sirve. Solo conseguimos endurecer posturas.

Anoche estuve dándole vueltas a cómo conseguir que se vaya de vacaciones. No me dejaba dormir con sus peroratas: te queda mucho por hacer, nos vas a llegar, no vas a llegar... Era como un eco. Y aunque otra voz me dice que cuando abandone París todo estará en su sitio, ella menea la cabeza, negándolo. Y empieza la guerra.

A lo mejor lo que necesita esta señorita es pasar un mes en una playa del Caribe, con un mulato imponente... A lo mejor.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
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