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Rafael López Márquez traza desde su profunda fe un pregón sobre la crónica de una tragedia con final feliz

Cuando Rafael López Márquez concluyó su Pregón de la Semana Santa de Dos Hermanas, pareció como si una bocanada de aire purificado entrara de pronto en su cuerpo para aliviar el esfuerzo de una exaltación que pareció dejarlo exhausto. Y es que este pregonero lo dio todo para anunciar la próxima llegada de la Semana Santa, en una profunda y sincera confesión que fue premiada por el público poniéndose en pie para reconocerle su entrega con un sincero y prolongado aplauso.



El Teatro Municipal Juan Rodríguez Romero se vistió de previa, de preludio de Domingo de Ramos, para acoger el nuevo anuncio de la llegada de la Semana Santa de Dos Hermanas, cuya labor correspondió, por decisión del Consejo de Hermandades y Cofradías, en un nazareno que, sin duda, ha pasado a escribir uno de los más sentidos y emocionados pasajes de esta Pasión.



La ceremonia en las puertas del Teatro, por la calle Real, en el interior de este recinto y sobre el escenario fue el acostumbrado, sólo que en esta ocasión con una novedad importante, ya que, junto a don Manuel Sánchez de Heredia, párroco de Santa María Magdalena, y Rosario Sánchez, delegada de Cultura y Fiestas del Ayuntamiento, figuraban por primera vez los miembros del nuevo Consejo de Hermandades y Cofradías, con su presidente, Juan José Muñoz Villadiego, al frente.

Y en una esquina, claro, el pregonero, y junto a él, su presentador, Álvaro Cueli Caro. Y, justo detrás, la Banda de Música Santa Ana, con José Ramón Lozano dirigiendo a los músicos, que renovaron de forma oficial los sonidos de la Semana Santa con la interpretación de la marcha ‘Amargura’. Y enfrente de todos ellos, un Teatro Municipal que mostraba un extraordinario aspecto.



Todo estaba preparado para escuchar un nuevo anuncio de la Semana Grande de la Pasión, pero antes debía llegar quien presentara al pregonero, labor que Álvaro Cueli hizo con sobriedad, sin florituras, como si de un cronista oficial se tratara y demostrando no sólo el profundo conocimiento que tiene de Rafael López Márquez, al que se dirigió por ‘Fae’, sino la tremenda amistad que les une a ambos. “Más que un amigo y cuñado, es mi maestro… Más que mi hermano, es parte de mi alma”, llegó a decir, al tiempo que hizo un recorrido por su vida, por su especial relación con la Hermandad de la Oración en el Huerto y por su profundo amor por la Semana Santa nazarena, así como por los lazos, no sólo familiares, sino literarios que les une gracias a la Asociación Cultural ‘La Plazoleta de Valme’ y a quien completa este trío, Hugo Santos Gil.

'Crónica de una tragedia con final feliz'



Un profundo abrazo entre presentador y pregonero dio paso al instante en el que este último se situó ya ante el atril para, después de un breve proceso de concentración, iniciar sus palabras con el recuerdo de una leyenda y una pregunta que le machacaba: “¿Cómo era? ¿Cómo era, Dios mío, cómo era? ¿Cómo era esa niña… que llegó sin presentarse ante la Virgen para hacer una promesa: un brochecito, Dolores, que tenía sin cadena?

Rafael López Márquez dibujó con sus palabras una escena que recordó que un buen día le contaron dos hermanos de la Oración en el Huerto, su Hermandad, que ocurrió hace ya muchos años y que supuso que una niña anónima se plantara un buen día ante la imagen de Nuestra Madre y Señora de los Dolores y entregara un brochecito que, desde entonces, lleva cada Semana Santa en el pecho. Un detalle, aparentemente insignificante, como recordó que habrá sucedido en tantas otras ocasiones, con el que quiso personificar la idea de que todos “pertenecemos a Dios y lo tenemos siempre presente”.

“El broche de Dolores”, añadió, “encarna una de las claves de estas fechas del vivir y del morir que es la Semana Santa. La Semana Santa es una llamada y una invitación del Señor para adentrarnos en la pasión y muerte, consuelo y resurrección. Y yo he tomado ese ejemplo para traer aquí el anuncio: La crónica de una tragedia con final feliz”.

A partir de entonces, el pregonero se introdujo en un repaso pormenorizado, desde la pasión, desde el recuerdo, desde el compromiso, desde la fe, por todas y cada una de las cofradías nazarenas, deteniéndose especialmente en aquellas imágenes que le despertaron siempre su compromiso, pero también de las corporaciones de la previa, llegando a afirmar que su verdadera Hermandad era “la Semana Santa” entera.

Durante todo este tiempo, hubo un rostro, que podía distinguirse entre la penumbra del escenario del Teatro, que fue retransmitiendo con su sonrisa, con sus leves gestos, unos de bondad y otros de seriedad, cada pasaje del pregón, cual intérprete de un singular lenguaje de signos, que al final rompieron en una sincera felicitación a Rafael. Y es que don Manuel Sánchez de Heredia, sin duda, vivió cada palabra y la sintió, con momentos en los que, además, el pregonero quiso enviar un mensaje social, como cuando elogió a cuantos donan órganos o sangre, por cuanto ello suponía una “auténtica resurrección”.

Así fue como llegó a uno de los momentos culminantes de su pregón, sin duda uno de los más profundos y emotivos, y de los mejor transmitidos, porque fue el instante en el que se dirigió a su Cristo de la Oración en el Huerto, de quien dijo que representaba “el momento culminante de su condición humana, cuando acepta el significado que ha de venir en la inminente pasión” con su muerte y su resurrección, de ahí que añadiera: “Por eso todos los nombres de todos los Cristos están en ti”. “Yo soy de ti, Señor, como Pedro, como Santiago, como Juan”, confesó, para concluir que fue en Getsemaní donde comenzó su muerte y resurrección.



Por entonces, a Rafael López Márquez pareció como si le faltara el aire, como si se hubiera quedado ya vacío del todo, como si con sus palabras hubiera desnudado su profunda fe para entregarlo todo a los allí presentes –“Esto es lo que fui. Yo ya voy acabando. He pretendido esta mañana significar la emoción de los días que llegan”-, pero respiró hondo, se secó el sudor, se relajó y bajó el tono de voz como cuando, seguro, le desea buenas noches a su hijo en el momento de irse a dormir.

Y es que no era para menos, porque sus últimas palabras fueron para dirigirse a su hijo, Rafael. “Permitidme que me dirija ahora a la vida de mi vida. Rafa, ¿dónde estás? Esto va para ti. Rafa, vamos a prepararnos porque el Señor nos convoca en siete días”, en una invitación que trasladó a todos los niños y niñas de Dos Hermanas, de los que dijo que sin ellos la Semana Santa perdería su trascendencia.

Pero eso, habló a su hijo Rafa, “y a todos los Rafas del mundo”, para que conociera el valor de una mirada, de un encuentro, y para que no perdieran ya ningún instante. “Rafa, toma tu túnica, vivamos los días santos con atuendo nazareno y difundamos nuestra fe como nos has enseñado Tú… Rafa, por fin ha llegado, Jesucristo está de vuelta, pues nunca nos dio de lado… Rafa, parece un milagro, nos viene a ver nuestro Dios este Domingo de Ramos”, concluyó antes de pronunciar un “He dicho” que apenas se percibió por culpa de los fuertes aplausos que ya sonaban en el Teatro.



F. G. / REDACCIÓN
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