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HLA

FENACO



4 ene 2019

  • 4.1.19
Me encanta abrir las ventanas por la mañana y dejar que el aire fresco oxigene mi casa y se lleve los malos humos. Siempre tengo la sensación de que todo se renueva, de que existe algún tipo de nuevo comienzo. Cuando todo está ordenado y limpio se respira paz y armonía. ¿Por qué no hacer lo mismo con la mente? O con la propia existencia...



De vez en cuando hay que abrir las ventanas de la cabeza y dejar que el viento nos penetre por todo el cuerpo. Sentir su frío convertido en calidez y soltar todos los malos pensamientos y las contracturas musculares. Borrar los deseos frustrantes y dejar que el pasado se convierta en un globo lleno de helio que se escapa de entre los dedos, a pesar de lo mucho que la mente quiere agarrarlo. Ver cómo se aleja, se desprende de uno y se va haciendo pequeñito pequeñito hasta que el universo se lo traga.

La suciedad no es fácil de eliminar. Además, existen grados. Hay pensamientos que con solo pasarlos por la razón desaparecen porque son tontos y sin sentido. Pero, a veces, hay grasa incrustada de años de la que no nos podemos liberar tan fácilmente. Nos molesta, pero hemos aprendido a vivir con ella.

Pensamos que si no estuviera la echaríamos de menos porque, al fin y al cabo, se ha producido tal simbiosis entre los dos que hemos llegado a identificarnos con ella. Es decir, creemos ser esa grasa pegajosa que repele. Pero esta grasa no es real, es solo producto de la mente. En esa grasa hay mucha mierda acumulada por no haber abierto las puertas y las ventanas a tiempo.

Cuesta más, pero también se puede ir. Habrá que restregar más y no será cosa de un día, pero desaparecerá. Desde el momento que la veamos como algo ajeno, todo cambiará. Hay que pararse para ello. A lo mejor es un buen momento el inicio de un nuevo año y meter la limpieza dentro del ritual de las uvas y del cava.

Podría comenzar con salir a la calle y sentir el aire frío y algún que otro rayo de sol que se atreva a asomarse en invierno. Sentir que ese aire me va quitando capas y capas y llega hasta el lugar donde la mugre se ha escondido por décadas, la toca y la va deshaciendo sin ningún esfuerzo. Le digo adiós y sin saber cuál ha sido su función en este tiempo le doy las gracias porque alguna razón tendría para existir, llámese protección o lo que sea.

Comienza a llover y el agua lo va arrastrando todo hacia las alcantarillas. El agua es la fuerza que apenas se nota, pero que todo deshace, ya sea una roca o un camino. Limpia todo a su paso. Y con ese agua siento un nuevo bautismo, un nuevo renacer, una nueva senda que se ilumina frente a mí, que aunque desconocida aún, supone una aventura ilusionante.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

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