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Daniel Guerrero | Ofensa a la fe

Una vez más (¿cuántas?), los “sentimientos religiosos” (eufemismo para referirse a creencias) han de acudir a un Código Penal obsoleto para que nadie ose, en uso de su libertad de expresión, ni siquiera de forma artística, opinar, valorar, cuestionar o recrear (pintura, teatro, música, etcétera) lo que no dejan de ser simples creencias o supersticiones que se consideran intocables, como si fueran verdades absolutas irrefutables e indiscutibles, cual la Ley de la Gravedad.



Otra vez, una fe (insisto: una creencia, legítima pero particular), sumamente suspicaz y aparentemente débil o vulnerable, ha de ser protegida por un Código Penal que distingue como delito cualquier manifestación que pueda interpretarse como “ofensiva”, es decir, que rebaje el absolutismo de una verdad religiosa que ni es absoluta ni es verdad, sino simple elucubración mental con ambición de trascendencia, semejante a la de quienes consideran “sagradas” a las vacas y, por ende, intocables y divinas. El sentimiento religioso de los que veneran a las vacas también podría sentirse “ofendido” si cuestionas que son simples animales que a la parrilla están sabrosísimos. ¡Blasfemia!

Los quisquillosos de una fe tan frágil han vuelto a acudir a la Justicia para que retire (censure) una exposición en Córdoba (la ciudad sede de una Mezquita que el Obispado provincial se empeña en rebautizar como Catedral) que muestra obras pictóricas de 14 artistas con las que reivindican, bajo el título Maculadas sin remedio, una feminidad más profunda que “critica” el mito religioso de la Inmaculada Concepción y otros estereotipos patriarcales que ocultan la sexualidad de la mujer.

Tras el dedo acusador de la denuncia, presentada –¡cómo no!– por el Partido Popular, Ciudadanos y Vox (partidos “constitucionalistas” que velan por la religiosidad de un país que la Constitución declara “aconfesional” –parece que a esta parte de la Constitución le prestan menos atención–), surge el fanatismo inquisidor, transformado enseguida en el luterano malleus Dei (martillo de Dios), que la emprende a navajazos contra los “herejes”: en este caso, la obra Con flores a María, que apareció al día siguiente rajada de arriba abajo, como haría todo buen talibán que se precie.

Y todo porque la fe es intocable y, a pesar de que el sentido común, la biología y la ciencia demuestren lo contrario, cree que una mujer inmaculada y virgen fue madre de Dios y, por creerlo así, no tolera que sea representada con la mácula irremediable de su feminidad, sus pulsiones sexuales y sus síntomas menstruales, como todas las mujeres “maculadas sin remedio” por imperativos fisiológicos de su organismo.

Los vigilantes de la fe –exclusivamente católica, por supuesto– elevan el grito al cielo por el presunto “escarnio” que supone la exhibición de un cuadro que presenta a una mujer con apariencia de la Virgen María levantándose el manto y tocándose su zona genital, lo que de inmediato es considerado un insulto a los sentimientos religiosos y los dogmas de la fe católica de la mayoría de los cordobeses.

Pero, en vez de no ir a la exposición, como haría cualquier tolerante con lo que no le gusta o disgusta, estos émulos del Santo Oficio prefieren prohibir la exposición para que nadie pueda contemplar unos lienzos, provocadores pero artísticos, que cuestionan dogmas establecidos, aunque sean religiosos.

Pierden, así, la oportunidad de respetar, ellos también, esa libertad de expresión y opinión que la Constitución reconoce a todo ciudadano, cordobés o de cualquier lugar de España, sea creyente o no. Exigen respeto quienes no respetan las opiniones de los otros, demostrando una intolerancia impropia en una democracia. Y apelan a unos intangibles y subjetivos “sentimientos religiosos” como motivo suficiente para silenciar y hasta penalizar cualquier crítica o cuestionamiento de la doctrina o ritos religiosos.

Algo inconcebible –sentirse ofendido– con otras ideas o convicciones, tanto políticas y económicas como culturales, sociales y hasta éticas o morales (menos las religiosas), en las que la crítica y la confrontación de opiniones enriquecen el debate y aclaran “sombras” que predisponen a la manipulación. Por ello, resulta obsoleto un Código Penal que contemple la ofensa al sentimiento religioso como ilícito punible.

Tampoco se entiende una fe que precisa ser defendida por los tribunales de justicia cuando se siente cuestionada por los incrédulos que no la profesan. Una fe que exige la aceptación indiscutida de su credibilidad, so pena de condenas administrativas –penales– o espirituales –el infierno– en vez de reclamar respeto, que no la sumisión, como cualquier opinión personal que, por legítima que sea, es susceptible de ser discutida, rebatida y, por supuesto, rechazada por quien no le convence ni quiere verse obligado a asumirla.

Los creyentes pueden organizar sus vidas en función de su fe, pero no imponer sus ideas a la totalidad de la población ni blindar sus creencias con una protección penal para acallar o impedir toda crítica o disenso. La fe no es ninguna ley, sino una creencia que se limita al ámbito particular del ciudadano. Como ser vegano y, no por ello, sentirse “ofendido” –y reclamar castigo penal– por quienes cuestionan y representan lo opción vegetariana críticamente en obras literarias y artísticas e, incluso, en manifestaciones públicas.

Si se puede discutir del rey, de la política económica, del aborto o de la configuración territorial de España, por ejemplo, ¿por qué no se puede disentir del mito de la inmaculada concepción o de la religión –cualquier religión– como constructos surgidos de nuestra imaginación que nos aportan consuelo y esperanza ante el misterio de la muerte y la trascendencia?

¿Por qué no reírnos de nuestros miedos? Pues eso es lo que hacen las artistas de Maculadas sin remedio: desvelar nuestras tendencias mitológicas, enfrentándolas con la realidad de nuestra naturaleza biológica. Si ello hiere su fe, ¿qué fe es esa que se ofende tan fácilmente?

DANIEL GUERRERO
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