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FENACO



Mostrando entradas con la etiqueta Diario de una equilibrista [María Jesús Sánchez]. Mostrar todas las entradas
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11 mar 2023

  • 11.3.23
Hoy he hablado con una amiga con la que no tenía contacto desde hacía mucho tiempo. Una de esas buenas personas con las que conectas desde el principio y que está ahí aunque pasen los meses sin hablar. Ella, que ha atravesado varios desiertos en estos años –desiertos durísimos y sin pizca de agua, sostenida solo por su pequeño cuerpo y su gran determinación–, parece que ha encontrado por fin un oasis en el que respirar y poder descansar, donde las batallas no son a muerte.


¡Qué alegría que a la gente buena le vaya bien! Porque la vida se suele cebar con ellas y con su fragilidad. Los psicópatas no sufren. Ya ella se desembarazó de uno y ahora vuela libre acompañada solo por quien la quiere y le desea el bien.

¡Clases de autoestima para todos nosotros ya! Y, sobre todo, para los niños y niñas, para que el futuro sea un sitio mejor. Pobrecillos, nos pasamos todo el día hablándoles de lo mal y lo difícil que está todo. Recuerdo la pregunta de una niña a su madre: "Mamá, ¿yo siempre he vivido en crisis?".

Hablémosles de quererse a sí mismos, de no consentir que nadie los dañe, de defender su dignidad. Vale ya de sufrir por sufrir y de permitir que otros nos pisoteen por el miedo; un miedo que nace de valorarse poco. Para que haya un verdugo, tiene que haber una víctima. Dejemos de ser víctimas en las relaciones personales, en el trabajo y en todos sitios. Que los verdugos no tengan cabida en una vida que es muy corta.

Desde mi 50 añitos vuelvo a ver algunas películas que de niña me gustaban y que ahora me chirrían. En My fair lady me parece horrible que ella decida quedarse con él o enamorarse de él después de tratarla como un objeto todo el tiempo y de no haber mostrado ni un ápice de ternura hacia ella o hacia sus circunstancias en ningún momento.

El amor no es ciego, solo lo es cuando no te quieres, porque si te quieres, te preguntas: "¿De verdad que yo me merezco esto? ¿Este trato?". Otro ejemplo es Lo que el viento se llevó: ese hombre que nos parecía tan seguro de sí mismo y que se quería tan poco. Toda la película va detrás de una mujer fría, calculadora, que antepone sus intereses a cualquier sentimiento ajeno, ya sea de su hermana o de algún hombre. Y, por si fuera poco, se casa con ella. ¿Qué esperabas? ¿Que fuera buena madre? Si ya era una arpía y te ninguneaba... ¿la vas a elegir de madre de tus hijos? Unos niños que no nacieron del amor y que no contaron con una madre que los quisiera.

En fin, son cosas que se me pasan ahora por la cabeza, años después de liberarme de estereotipos creados para sufrir. Mi más grande enhorabuena, amiga, te lo mereces. Y disfruta de tu nuevo presente y saborea el amor de verdad, ese que te quiere, te mima y te cuida.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

18 feb 2023

  • 18.2.23
Esta vez me ha costado mucho volver. Esta vez me he caído del alambre y me he dado un golpe fuerte que me ha dejado inmersa en un mundo de hielo y frío del que creía que no podría salir. Nadie que no haya transitado por el reino del miedo puede saber de lo que hablo. Desconectada de la realidad y rodeada de mil pensamientos paralizantes, caes en un hoyo angustiante desde el cual la muerte no se ve un mal destino.


Me encantaría gritar a la gente que se proteja del estrés y de la prisa porque, un día, sin darte cuenta, sobrepasas el límite y entras en el desierto de la ansiedad del que ya nunca sales. Bueno, sales solo a ratos, pero en el momento en el que empiezas a correr de nuevo, sin darte cuenta, despiertas otra vez estrellada en un sitio inhóspito del que creías que habías escapado para siempre.

El miedo a la pesadilla siempre está ahí, porque no es algo que se pueda controlar una vez dentro. Hay que instalar la lentitud en nuestra vida para no pasar al lado oscuro. Lo peor de esta vez es que he querido luchar y no he aceptado mi situación, por lo que el dolor ha sido más fuerte y ha durado más.

Tengo 50 años y lo único que deseo es la calma. Me han tenido que subir la medicación porque yo sola no puedo. A mi cuerpo la falta algún componente químico para que deje de correr y huir de un peligro imaginario. Sufrir, ¿para qué? Pastillas, bienvenidas.

Me voy aceptando y voy entendiendo mi situación. Nadie llega de repente a la ansiedad: han debido sucederse circunstancias y abrirse heridas que te empujan al abismo. Y en la sociedad actual, llena de malas noticias y de gente ambiciosa sin escrúpulos, no es difícil caer. Pero bueno, lo importante es que hoy el cielo es azul y que hay gente que me quiere, por lo que seguir caminando merece la pena.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

21 ene 2023

  • 21.1.23
El año nuevo avanza y yo sigo igual de perdida, de ansiosa. Me gusta pensar que, cada 1 de enero, el contador se pone a cero y se puede empezar una nueva vida mejor que la anterior. Soy consciente de que no he parado, de que mi cabeza no ha parado de pensar como si se disputaran cinco torneos de tenis a la vez y yo no supiera dónde mirar.


Para hacer propósitos hay que sentarse, conectar con la realidad, con el sol y el viento que pueblan la mañana y, desde aquí, tomar aire, expulsando la prisa, y escribir. Aquí estoy. Creo que más bien que propósitos, yo lo que tengo son deseos.

Deseos de calma y paz, de indulgencia conmigo misma, de darme derecho a equivocarme y a caerme mil veces sin un "ya te lo dije". Y sonreír siempre. Digo "deseos" porque se me hace difícil conseguirlos. El control mental no funciona y eso me cabrea. ¡Qué ilusa soy creyendo que desde mi cabeza puedo lograrlo todo!

Nos han vendido una moto falsa. No es verdad que "si quieres, puedes" y que todo se puede lograr con esfuerzo. Me temo que el mundo o el universo no funcionan así. Hay cartas repartidas previamente que ayudan o entorpecen el camino.

No sé cuándo empecé de nuevo a correr, a huir de alguien de quien no puedo huir: de mí misma. No sé qué hacer con el tiempo. Es como si quisiera llenarlo de tareas para que fuera un reto perfecto. Y eso me cansa mucho. Ando en alerta, como si sonaran las alarmas de la guerra y buscara el búnker como pollo sin cabeza. No lo encuentro y tampoco quiero encontrarlo. Allí habrá aún menos oxígeno.

Solo conseguí dormir ayer después de usar mis vértebras como un acordeón que se expande y se contrae con cada respiración forzada. Estoy cansada, muy cansada. Ya no quiero, ya no puedo correr. Sé que no hay un monstruo, sé que nadie me persigue, pero mi pecho no puede parar de contraerse. Dejaré todo y me esconderé entre las sábanas mientras deseo que esta tormenta desaparezca.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

7 ene 2023

  • 7.1.23
Sé que estás asustada. Sé que hay frases y palabras que te hacen volver a esconderte debajo de la cama, sentirte sola y no verle sentido a la vida. Sé que te he hecho daño siendo superexigente contigo, no dejándote sentir y castigándote por pecados que no cometiste.


Pero ya no estás sola, ya no soy la bruja mala que te condenaba: ahora te miro y veo a esa niña de ojos grandes y corazón enorme que solo quería jugar, que solo quería tener amigos, que necesitaba cariño para no sentirse sola y aislada.

Fui horrible contigo, perdóname. Te encerré en una torre oscura para que no sintieras. Quizá quería protegerte y, sin darme cuenta, te asfixié hasta casi matarte. Yo tampoco sabía cómo actuar. Pero eso era antes: ahora me tienes aquí para darte todos los besos y abrazos que necesites, para hacerte saber que siempre estaré contigo, que te voy a dejar correr y volar porque así eres tú.

Yo solo te contemplaré con una sonrisa cálida, sin exigencias, ni amenazas, y me reiré contigo y veré de nuevo la vida a través de tus ojos disfrutones. Ya no existirá el miedo porque el cielo siempre vuelve a ser azul y este universo es muy bonito.

Serás libre para sentir y vibrar con cada pequeña cosa que cautive tus sentidos. Podrás, al fin, vivir; podrás ver todo esto como un camino de aprendizaje y te podrás caer todas las veces que lo necesites. Te quiero tal y como eres: con tu inocencia, con tu alegría, con tus ganas de comerte el mundo y de reír.

El miedo solo era un humo negro que lo disipó el viento de la realidad. Tus pulmones ya están libres. Siente mi abrazo protector, siéntelo siempre porque, pase lo que pase, lo tendrás. Sonríe y no llores más, que este tiempo es para ti: corre, juega y tropieza todas las veces que lo necesites. Y levántate con una sonrisa porque "todas las caídas son tontas". Y las tonterías solo hacen reír.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

31 dic 2022

  • 31.12.22
¿Por qué sigo queriendo salvar a los demás cuando no tengo oxígeno para mí misma? Estos días vienen a mi cabeza las instrucciones de las azafatas de vuelo en caso de descomprensión del avión: "Primero, ponerse uno la mascarilla y, luego, ponérsela a los otros".


¿Sigo creyéndome fuerte sin fisuras, como me han hecho creer las personas que no ven que detrás de una aparente fortaleza hay fragilidad humana? En este momento de mi vida estoy intentando llevarme bien con mis pensamientos y educar mi cabeza, que va cuesta abajo y sin frenos.

Cuando priorizo al otro es como si un ciego guiase a otro ciego sin bastón ni perro. Primero, tengo que ver yo con lucidez, salir de la habitación oscura de las obligaciones impuestas y respirar aire limpio, otear el horizonte y ver más allá de la lucha interna.

Entonces, quizá, pueda acompañar a otros en su camino, en su proceso vital, pero sin tirar de un carro que no es el mío y que, aunque lo coja sobre mis hombros, ha de ser el otro ser humano el que encuentre su sendero, que no tiene por qué ser el mío.

Mi ecuación no está resuelta y quiere resolver otras muchas más complejas por ser desconocidas. Admiro a los buenos psicólogos: ayudar sin hundirse, sin cargar con los pensamientos de los pacientes todo el día; estar al lado y no de espaldas arrastrando.

Yo no soy psicóloga, ni nunca he querido serlo. De hecho, mi fortaleza radica en pedir ayuda cuando veo que todo se me hace "cuesta arriba" y, por eso, me acompaño de un profesional que me hace ver mis avances cuando yo no los veo, que tiene conmigo la compasión que a mí me falta cuando creo que he caído de nuevo en el mismo hoyo.

Aún no me he puesto la mascarilla, aún no respiro con libertad, aún no puedo cargar sobre mis hombros los problemas ajenos. Aún me queda entenderme y quererme tal y como soy. Mi equilibrio es inestable: no puedo ahora echar más peso en mi cabeza.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

24 dic 2022

  • 24.12.22
Nos resistimos a tomar medicación –yo, la primera– y preferimos sufrir, algo totalmente absurdo porque para eso está la ciencia: para aliviar el sufrimiento humano. Se va conociendo cada vez más cómo funciona nuestro cerebro y la importancia que tienen las hormonas en nuestra felicidad o, mejor dicho, bienestar.


¿Por qué no ayudar al cuerpo cuando tiene déficit de alguna secreción necesaria para que tengamos una existencia más o menos estable? La gente positiva ha nacido con un chute de serotonina que les permite vivir más tranquilos. ¿Debemos el resto conformarnos acaso a subsitir? No tiene sentido "ir tirando" si hay una pastilla que nos ayuda a levantarrnos.

¿Por qué lo vemos como un fracaso? ¿Por qué nos catigasmos por no haberlo conseguido por nosotros mismos? En el tema de las enfermedades mentales somos incomprensibles. A un diabético no se le ocurre sentirse mal por tener que pincharse insulina o tomar pastillas: acepta que su cuerpo no segrega esta hormona como debería y da gracias porque exista algún método que ayude a su cuerpo a procesar mejor los glúcidos.

Quizá la respuesta esté en que siempre se ha considerado un estigma tener algún problema mental. Nadie quería ir a un psicólogo porque "no estaba loco": prefería malvivir e ir con un flemón en la cabeza a traspasar la puerta de la consulta de un "loquero". Si el flemón estaba en la boca, sí buscaban al dentista, como si el dolor físico no fuera igual al dolor del alma.

Tampoco hay información en la educación reglada sobre qué cosas nos hacen daño, qué pensamientos y actitudes nos nos ayudan. Crecimos creyendo que el fuerte es el que se venga, el que hace sufrir, sin entender que la revancha y su planificación nos hace daño a nosotros mismos porque nuestro cuerpo segrega cortisol, una hormona que nos hace estar en tensión y hace creer a todo nuestro sistema que estamos en peligro.

La fortaleza real radica en dejar pasar, dejar ir a los que te hicieron daño para que la vida se ocupe de ellos y no pueblen nuestras cabezas con sus actos para siempre. Hay que soltar la mochila y seguir solamente para cuidar de nosotros mismos.

No hablo de no poner límites a las agresiones ajenas: la diginidad siempre debe estar ahí. Pero sí planteo olvidar por nuestro bien. Difícil reto. "¿Quieres ser feliz o tener razón?". Y, muchas veces, elegimos la sinrazón de la segunda elección.

Igual que se moldea el cuerpo, podemos moldear el cerebro: ya sabemos que las neuronas no se mueren sin más, sino que establecen nuevas conexiones y, por ello, se habla de la plasticidad del cerebro. Es como una plastilina compleja.

Leyendo y aprendiendo, en ello estoy, dejando atrás el blanco y el negro, rompiendo los cuadrados cerrados que componían mi mente y tratando de hacerme amiga de mis pensamientos. A mis 50 años ya quiero ser feliz, aunque pierda la razón.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

1 dic 2022

  • 1.12.22
Uno de los consejos que nos da el doctor Mario Alonso Puig para centrar la atención es leer un libro, algo que parece fácil pero que, en la actualidad, se ha vuelto casi imposible. Mi atención gira bastante en torno a esos teléfonos llamados "inteligentes", a esas pantallas en las que la mayoría de las veces solo vemos tonterías.


Paso de una red social a otra como si estuviera atrapada en un laberinto y, al final de la semana, el móvil me dice que lo he usado de media tres horas al día. Menos mal que lo utilizo mucho para escuchar música, ese aire sin el que no puedo vivir. Pero el resto del tiempo, ¿qué hago torciéndome el cuello mirando estupideces que solo me producen hastío mientras me pierdo la vida real?

Ayer iba por la calle mirando a la gente y un niño de unos dos años miraba con asombro una paloma mientras se posaba en el suelo y emprendía ese caminar tan característico que tienen, con un movimiento de cabeza que parece que tienen un resorte que las lleva hacia delante y hacia atrás. ¡Qué maravilla ver los ojos de ese pequeño contemplando algo que para los adultos ya es invisible, como son los animales con los que convivimos! Y que aquella paloma terminara alzando el vuelo fue como un truco de magia para él.

Tengo pocos momentos como este porque la mayoría de las veces ando por la calle ensimismada en listas interminables de cosas que hacer que no aportan nada a mi espíritu. Fui una devoradora de libros: me fascinaban aquellos que me enganchaban toda la noche porque me era imposible salir del mundo creado por el escritor o la escritora. Y aquí uso el lenguaje inclusivo porque he leído a muchísimas mujeres.

También recuerdo con cariño aquellas historias que, una vez terminadas, necesitaba empezar a vivirlas de nuevo porque quería quedarme en ellas para siempre. Este verano he vuelto a sumergirme entre las páginas de varios libros. Se nota que mi tierna juventud ya pasó porque ahora me cuesta mucho recordar los títulos y, sobre todo, el nombre de los protagonistas.

Pero aún recuerdo ese aroma a rancio y cerrado de esa Barcelona de la posguerra que recrea Carmen Laforet en Nada o esa desesperación del protagonista de El árbol de la ciencia, de Pío Baroja. Una desesperación en la que yo a veces caigo ante una realidad social que, desgraciadamente, no ha cambiado mucho en esta España nuestra.

Descubrí que yo también he querido ser alguna vez El guardián entre el centeno del que habla J.D. Salinger y entendí por qué El señor de las moscas de William Golding es un libro de obligada lectura en cualquier país democrático si no queremos volver atrás y encontrarnos con los totalitarismos de nuevo.

Y ahora estoy entrando en la cabeza de Rosa Montero, con su libro El peligro de estar cuerda, camino interesante que me está ayudando a entenderme más y a saber por qué para mí es tan importante escribir, vomitar en un papel todo aquello que bulle en mi cerebro. Me siento tan identificada con ella...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

19 nov 2022

  • 19.11.22
He escogido al doctor Mario Alonso Puig como mi gurú particular. Y no lo hago bajo ningún sortilegio, sino desde el convencimiento de que el camino que él señala para serenar la mente es el correcto. Lo dice la ciencia y lo sabe aquella parte de mi cabeza que no se dedica a boicotearme.


Debo confesar primero que soy una adicta al estrés, al cortisol y a todas las hormonas que aquel produce. No ha sido fácil darme cuenta de ello. Corría y corría como aquellos pollos a los que mi abuelita les cortaba el pescuezo: sin ver nada.

Como ocurre con otras drogas, no eres consciente de cuándo empieza la adicción, el enganche, que cada vez pide más. No podría señalar una fecha, o quizá sí. Pero eso da igual. El tema es que se ha instalado un mantra en mi cabeza que me asfixia: "Hago, luego existo".

No hay lugar para el descanso y "no hacer nada" se presenta como una utopía imposible. Este "eterno-hacer" está lleno de listas interminables de tareas, de objetivos por conseguir. Y ninguno de ellos está dedicado al descanso de mi cuerpo.

Por eso, he empezado a meditar durante diez minutos al día. Y, créanme: es una tarea muy difícil para una mente inquieta. La teoría es fácil: llevar la atención a la respiración. Durante 21 días me he sentado a descansar en mi respiración y pocos días he logrado hacerlo.

La rapidez de mis pensamientos da vértigo. Uno te arrastra al otro y, de nuevo, tengo que sonreír y volver a mi respiración. La atención solo se educa con firmeza y benevolencia. Ella es como una niña de tres años que cambia como el viento.

Es maravilloso comprobar que no eres la única, que la mente inquieta es consustancial al ser humano. Al igual que el corazón no deja de latir, ella no para de pensar. La humanidad compartida ayuda muchísimo. Al fin de los 21 días he sido menos constante y es que la inercia de los últimos años es muy fuerte y se resiste al cambio.

Pero aquí sigo, volviendo a meditar, porque es maravilloso pararme y ser consciente de que no soy yo la que falla: son esos millones de pensamientos aprendidos los que me sabotean y no me dejan ver ese bonito bosque que es la vida. La vida de verdad, esa que tiene estaciones, sonidos, colores, olores y suavidad; esa que entra por los sentidos sin dejar de correr y te hace ver su magia. Y ahora, vuelvo a intentarlo.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

12 nov 2022

  • 12.11.22
Emerjo tras la resaca del vapuleo que mi mente ha provocado en mi cuerpo en estos últimos días. !Qué difícil aceptar que el enemigo está dentro de la cabeza y que trata de sabotearte cualquier momento dulce! Pero, como dice el doctor y divulgador científico Mario Alonso Puig, nuestra mente está enferma, no para de divagar, provocándonos sufrimiento.


Menos mal que este especialista nos da un antídoto: enfocar nuestra atención en el presente, en el ahora. Claro, que esto no se consigue por arte de magia: supone un esfuerzo, un trabajo diario, como cuando quieres ver músculos en tus brazos. Con ir al gimnasio un día al mes no sirve. "La loca de la casa", como la llamaba santa Teresa de Jesús, necesita adiestramiento con cariño, pero con firmeza. La teoría ya me la sé: ahora solo queda la práctica...

He descubierto que algo que te lleva al presente es hablar con los niños. En mi caso tengo a Alma y a sus amigos del cole para anclarme. Cuando cuidas a una niña de 3 años, todos tus sentidos tienen que estar pendientes de ella. Porque en su maravilloso mundo solo existe el juego y no hay ni rastro de peligro. Ver la vida a través de sus ojos es esclarecedor y nos ayuda a entender cómo somos antes de que nos socialicen y nos aborreguen.

Mi muñeca es superasertiva: si tiene hambre, te lo dice; si está cansada, te mira a la cara para decirte que lo está. Y, si se aburre o quiere hacer otra cosa, también te lo hace saber. Está en contacto con su pequeño cuerpecito siempre.

Cuando está cansada al final del día empieza a hacer tonterías o a portarse regular. Y es que está en esa fase, que tenemos todos, en la que no se aguante ni ella: solo quiere recibir la cena e irse a la camita. Cuando crecemos dejamos de escuchar a nuestro cuerpo: lo forzamos con estrés, llenando el día de miles de cosas, sin tiempo para respirar, quitándole horas al sueño para estar delante de la pantalla tonta, ya sea grande o pequeña.

Y mientras, nuestros músculos y su cansancio aguantan y van tirando cansados todo el día. Pero a Alma no le pasa: "Tita, yo estoy cansada y me quiero ir a casa". E, inmediatamente, abandonamos el parque. No se queda allí desoyendo sus necesidades vitales.

Una de sus amigas me dijo un día, de repente, mientras empujaba el columpio: "A mí me gusta el queso". No estábamos hablando de nada, ni de comida, solamente lo pensó y lo hizo saber a los demás. Ella disfruta comiendo queso. Acto seguido, corrigió a mi novio, que es madrileño.

Soltó otra frase espontáneamente: "Mi tío se llama Álvaro", a lo que él respondió "qué bien que tengas un tío que se llama Álvaro". Lo dijo con su acento castellano, por lo que ella respondió: "No, se llama 'Árvaro'". Y es que la niña es sevillana y se dio cuenta que él no dominaba el dialecto andaluz.

Alma ya me ha corregido a mí en tres ocasiones y me han hecho replantearme mi forma de hablar. La primera vez fue en el supermercado. Estábamos paseando por la zona de aseo, cogió un bote y me preguntaba que qué ponía en la etiqueta. Como aún no lee, me pregunta constantemente qué dicen esas letras escritas.

Le contesté que era un gel como el que ella tenía en casa para que la bañara mamá. "Y papá", me dijo mirándome a la cara. Y aquel mico de 3 años me hizo ver que por muy feminista que me crea, aún tengo ramalazos micromachistas en mi lenguaje. Y es que a ella la bañan tanto mamá como papá.

Las dos siguientes correcciones fueron porque volví a tropezar dos veces en la misma piedra ante su pregunta desde el autobús: "Tita, ¿eso qué es?". "Es un parque para niños". Y, de nuevo, me mira y puntualiza: "Y para niñas".

Ella no lo ha aprendido en ningún sitio: solo observa el mundo y ve que hay hombres y mujeres en armonía. Es como una esponjita que todo lo retiene y ahora está en ese momento que quiere conocer el porqué de todo y ahí está la tita tratando de darle respuestas lo mejor que sabe...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

2 jul 2022

  • 2.7.22
Apenas consigo subir a la superficie para captar algo de oxígeno que me mantenga viva y conectada a la realidad. Hace tiempo que vivo en un mundo oscuro: ya no soy solo una equilibrista, soy también una persona encerrada en pensamientos monstruosos que trata continuamente de escapar de ellos, pero a los que, al final, vuelve siempre como si tuviera una especie de síndrome de Estocolmo.


Y es que tengo muchos rituales mentales que me acompañan desde hace demasiado tiempo. Cuando derrapo, caigo en ellos y se convierten en mi única verdad. Se alimentan de mí: cuanto más los odio y quiero borrarlos, más fuertes se hacen; crecen con mi desgaste energético.

No quiero que estén ahí, los quiero fuera de mi cabeza, que los ha creado. Imposible. Trastorno obsesivo es el diagnóstico psicológico, pero no existe un paracetamol que los cure. Todo ello se agrava con mis hormonas, que andan medio locas con los 50: suben y bajan, dejando devastado mi cuerpo y mi ánimo.

Siempre doy consejos a los demás para que huyan del estrés continuo. Porque caer en la ansiedad es muy fácil. Sin embargo, la puerta de salida está oculta, no se sabe dónde. Una vez que has tenido una crisis de pánico, todo tu ser se pone alerta y el miedo es tu compañero. Porque no es que te hayas salido de la carretera de la vida, sino que te has chocado frontalmente con un muro a 1.000 kilómetros por hora en un coche que tú pilotabas. ¿Cuándo volverá la ceguera de creer que controlas y cuándo será el próximo golpe? ¿Será mortal?

El día a día se convierte en una ciénaga llena de alimañas. Pero la ciénaga no está bajo tus pies, sino que sale por el pelo de la cabeza y derrama su viscoso líquido por todo el cuerpo y por todos los colores, dejando todo en marrón negruzco.

Una vez que pasa el momento peor, que pasa la resaca del miedo, te preguntas cómo has podido caer ahí; cómo no vi que aquello no era real. Y no existe una respuesta para ello. El gran reto es aceptar ese mecanismo instalado en mi cerebro, no se sabe cómo, y convivir en simbiosis con él. Ya te iré contando.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

21 may 2022

  • 21.5.22
Aún no me creo que no volveré a ver su sonrisa de niña eterna de nuevo, que no la veré disfrutar del mar, que no me llamará cuando me ponga malita, que no volverá a quejarse de que el pelo no lo lleva perfectamente arreglado, que no volverán a brillar sus ojos ante un niño o un bebé.


Sus hijas han perdido a la madre que nunca quiso cortar el cordón umbilical y la familia se ha quedado sin ese pegamento humano que aglutina a todos y a cada uno de los miembros de la misma. Las vecinas ya no tendrán su visita, su compañía. La iglesia no contará con una persona buena, con conciencia social y creyente en un Dios bondadoso. Todos nos quedamos muy huérfanos. Para ella, todos éramos sus hijos, unos niños a los que cuidar.

Es increíble que un día estás luchando aquí y te diagnostican una enfermedad y tu fecha de caducidad se acorta a menos de un año sin que se pueda hacer nada porque no hay tratamiento. ¡Qué frágiles somos! Nos pasamos el día luchando contra nuestros pensamientos imaginarios y, un día, la realidad te golpea y te lleva al presente sin posibilidad de escape.

¿A quién recurriremos ahora para pedir consejo o para que nos comprenda? El único consuelo que nos queda es que ya está descansando de una enfermedad cruel, que estará en el cielo con su Dios y se habrá encontrado con sus padres y hermanos.

Y también nos queda aprender lo efímera que es la vida y que somos pompas de jabón que no se pueden permitir perder el tiempo pensando en tonterías o hipotéticos futuros; y que toca disfrutar el ahora, agarrarse a este momento con todas las fuerzas que podamos y tratar de querernos y cuidarnos un poco más.

Dejas tu luz, tu sonrisa, tu bondad, tu coquetería, tu amor desbordante y nos dejas miles de recuerdos que, en mi caso, comienzan cuando yo era niña y jugaba a ser tú, con tu nombre y tu juventud. Me pasaba el día mirando cómo te arreglabas para que tu novio te viera guapa.

¡Cómo me defendiste frente a esas estúpidas niñas que no me invitaron a su cumpleaños! Me has escuchado, has venido conmigo a comprar caprichos y siempre me has valorado. Menos mal que te lo dije muchas veces y ahora te lo digo de nuevo. Te quiero, tita.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

9 abr 2022

  • 9.4.22
¿Es tan importante tener razón? ¿Hay que tenerla en todas las circunstancias? ¿Debemos vivir furiosos siempre? Hay veces en que querer llevar la razón, aunque la tengas, puede provocar peleas que te hieran por dentro. Si es imposible ponerse de acuerdo, es el momento de utilizar la corteza frontal del cerebro y hacer un análisis rápido de dos columnas: en una ponemos lo que podemos conseguir si seguimos la discusión y en otra, lo que perdemos. Si hemos aprendido de la experiencia, sabemos que las pérdidas son mayores que las ganancias.


Para una persona normal, las peleas restan energía, alegría, ganas de vivir y tiempo. Además, muchas veces traen dolor propio y ajeno y rupturas no deseadas. ¿Tú quieres ser feliz o tener razón? Esa es la cuestión. Ir por ahí con el estandarte de la verdad absoluta provoca vacío existencial y mucha soledad.

Otra vez creo que tenemos que hablar más de lo que nos une. Si excavamos, la esencia es común. Veo la guerra en la tele como si fuera una película con efectos especiales, pero es real, demasiado real. Siglo XXI y seguimos como en la Edad Media: saqueos, violaciones, disparos por odio...

Dentro del ser humano, especialmente del hombre, hay un equilibrio muy fácil de romper en el que, por tener la razón, se cosifica a la persona y se cometen crímenes abominables. Dejemos ya de tener razón y de joderle la vida a los otros, por favor.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

2 abr 2022

  • 2.4.22
Desde pequeña me han hecho creer que los corsés hacen a la mujer sexy, que los vestidos largos te convierten en princesa de cuento que será feliz "por siempre jamás". Ha tenido que pasar mucho tiempo para darme cuenta de que los corsés han matado, han herido a muchas mujeres y han provocado numerosos abortos solo por competir en una estética en la que la cintura de una mujer era su valor.


Las mujeres orientales saben lo que supone que les vendaran los pies para que fueran pequeños, produciéndoles grandes dolores y limitaciones para caminar. Y muchas africanas aún sufren que les quiten su centro de placer en aras de ser mujeres sumisas que no conecten con su cuerpo y aguanten lo que la tradición quiera.

Todo han sido artilugios y prácticas para limitarnos, para que no escapáramos y diéramos hijos legítimos con el ADN del marido. ¡Qué maravilla los hombres que quieren a las mujeres libres! Esas que ríen, que salen con las amigas, que se visten como quieren, que estudian lo que les da la gana y que están con una pareja que suma y no resta.

Existen esos hombres y esos son los que nos han acompañado en la búsqueda de la igualdad; ellos son los hombres verdaderamente fuertes, que se quieren a sí mismos y quieren que su pareja los ame y no esté con ellos por necesidad. No sufren el maltrato de las mujeres machistas que los quieren hacer dependientes y controlarlos.

Dos libertades suman una libertad infinita. Nadie necesita a otra persona para vivir. La vida es más hermosa con el intercambio, con el acompañamiento, con un apoyo que haga que tu luz brille todo lo que pueda. "Para quererme a mí, la jaula abierta", canta Buika en una canción.

Y es que los pájaros deben volar y volver solo si ellos quieren. Por suerte, veo en las nuevas generaciones más apertura, menos encorsetamiento en unas tradiciones que no hacen feliz a nadie. Me viene a la memoria La edad de la inocencia, donde el protagonista elige a la chica buena para su familia y descarta a la mujer que le hace vibrar. Las ataduras mentales impiden vivir.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

26 mar 2022

  • 26.3.22
No tengo hijos pero me comporto como una madre gallina con un montón de pollitos a los que proteger y cuidar. Mis amigos y la gente a la que quiero son mis pollitos: los llamo, trato de hacerles ver una realidad que, a lo mejor, es solo la mía. Doy instrucciones, consejos y quedo agotada tratando de controlar vidas que no son las mías.


"La manzana solo cae del árbol cuando está madura" y así pasa con nosotros. No se pueden forzar ni acelerar los cambios, todo tiene un proceso. Si hay una realidad universal es que todo nuestro mundo está continuamente cambiando, nada es igual que ayer, ni mañana será igual a hoy.

Sin embargo, necesitamos sensación de control. O al menos yo la necesito: creer que depende solo de nosotros nuestra existencia, nuestro día a día. Y mira que la realidad me contradice, pero hay pensamientos estúpidos agarrados en mi cabeza que lo único que consiguen es que mi cuerpo zozobre.

Una pandemia, un volcán, una guerra, una crisis económica provocada por la energía... Sin comerlo ni beberlo, un día escuchas las noticias y tu mundo se ha puesto patas arriba y ocurre lo que tu cerebro no se atrevía a pensar.

Pero en esta ecuación no hay una solo incógnita: hay miles. Y por eso es irresoluble. El tiempo, los otros, nuestro sistema endocrino... Todo nos afecta. Y la única verdad es que los claveles que compré ahora mismo aún siguen conservando su aroma.

Control sobre mi vida y sobre la vida de los demás para que vivamos una estabilidad inexistente. No estoy siendo fuerte según Darwin, no me estoy adaptando a los cambios. Vas a la universidad y encuentras un trabajo para toda la vida: falso. Encontrar el amor y ya todo es perfecto: falso.

Los axiomas ya no valen, el pasado regresa a los pueblos que no aprenden de la historia. Los humanos son humanos y, por tanto, imperfectos, llenos de ego y de prepotencia escondida que, un día, puede estallar sin apenas mecha. La testosterona no ayuda a la paz.

Y yo queriendo una vida plana, estable, sin sobresaltos. Y pidiendo proezas a mis amigos. No hay carros de los que tirar: somos personas frágiles a las que no se puede arrastrar, ni dar con un palo como si fueran bestias de campo. Necesitamos procesos y yo necesito dejar de decir "No lo entiendo".

¿Qué voy a entender si no sé ni de dónde venimos, ni a dónde vamos? Solo me queda este momento y dejarme acunar por las voces femeninas que cantan un jazz suave, que acompaña sin incordiar. Acompañar es, sin duda, la palabra mágica.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

5 mar 2022

  • 5.3.22
Ya no existe la morena de la copla, la reina de las mujeres. Cada vez que voy a la peluquería, la veo repleta de adolescentes y jovencitas que quieren ser rubias o castañas con mechas rubias. Es raro ver a alguna con su pelo largo oscuro, lleno de rizos.


¿Ya no nos gusta quienes somos? Queremos ser nórdicas y utilizar frases en inglés y tampoco nos gustan los genes que nos han dejado nuestros padres. No me gustan mi mandíbula, mis ojos, mis pómulos, mis labios y he decidido ser una más y convertirme en una muñeca repollo. Eso es lo que puebla sus pequeños cerebros. Todas iguales: venga a mirarse en el espejo y hacer fotos para el Instagram. Si cierra esta red, ¿habrá suicidios? Algunas vidas perderán su sentido, si es que lo tuvieron...

Lo importante es el escaparate: lo demás, no importa. Nos hemos convertido todos en objetos, deseables o indeseables. Me gusta Julio Romero, me gusta el pelo negro azabache, me gustan los labios naturales, grandes o pequeños. Me gustan las narices imperfectas que se alejan del ideal griego, los dientes originales y no todos iguales... Me gusta la gente natural.

Es que soy de otra época, de los ochenta, con esas películas llenas de actores naturales. Nicolas Cage con su desigual dentadura en Hechizo de luna, que cautiva a Cher por su fuerza y pasión. Es verdad que las mujeres salían maquilladas recién levantadas, pero cada uno tenía una forma de cara distinta, unos pómulos diferentes, una boca original. Vamos, que cada uno era de su padre y de su madre. Pero ahora todos son hijos del bisturí...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

26 feb 2022

  • 26.2.22
El orden es mi equilibrio y mi esclavitud. Me encanta ver mi casa y mi sitio de trabajo recogidos: me da paz y armonía. Es como si la energía fluyera, como si una luz suave iluminase todo, dando descanso a mi alma. El problema viene cuando mi mente se cortocircuita, cuando el estrés y el cortisol castigan mi cuerpo y no puedo parar.


Entonces me da por ordenar de una manera compulsiva, sin descanso, haciendo que mi malestar se incremente. Elaboro listas eternas que tengo que cumplir, corro de un lado a otro, tirando de una energía que ya no tengo.

Ante la impotencia de parar en seco, sigo con una actividad frenética mientras un ser en mi cabeza grita desde un tren que va a demasiada velocidad, ya que desde la ventana va viendo que el descarrilamiento va a ser inmediato. El porrazo es mayúsculo, dejándome temblando tirada en el suelo y sin saber cómo volver al andén del ahora y preguntándome si tiene sentido vivir así.

Hay noches en que vuelvo a ser una campana que sufre con el latido sordo de mi corazón. Me da miedo solo pensar en ese momento. ¿Esto es la vida? ¿Solo correr y cumplir listas? Quizá sea porque el medio siglo me acecha y la muerte está más cerca.

La existencia terrenal debe ser otra cosa. Al menos, debe haber existencia y no solo celeridad. Mi mente siempre crea tareas nuevas, todas materiales, sin eternidad. ¿Por qué no utilizo el orden para escribir ya ese libro para Alma? ¿Por qué en la lista no está escuchar música con los ojos cerrados o dormitar en la playa?

¿Cómo vaciar la mente de obligaciones vacuas? Ese es el sendero por el que comenzar mi encuentro con mi serenidad. Sigo utilizándote, diario mío, para "deshollinar", como dice Breuer en el interesante libro de Irvin D. Yalom titulado El día que Nietzsche lloró, una lectura obligatoria para aquellos que se buscan.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

19 feb 2022

  • 19.2.22
"Con la vara que midas, serás medido". Eso dice el Evangelio de San Lucas, capítulo 6, versículos de 36 al 38, para disuadirnos de juzgar a los demás, ya que todos somos humanos, frágiles y falibles. Sin embargo, de mi época religiosa y de catequesis me quedó el rescoldo del juicio propio y ajeno.


Normal, los sacerdotes y las monjas estaban todo el día diciéndote lo que tenías que hacer, cómo tenías que ser... Tú no existes: solo existe un modelo fijo en el que tienes que entrar como puedas: modosita, virgen, humilde... Da igual que Dios nos hiciera a su imagen y semejanza: lo importante es ser esa mujer formalita, inventada por los curas.

Cuando te crían con criterios maniqueístas de "bueno y malo", te pasas la vida vigilándote, no fluyendo, sino solo analizando si lo que haces está bien o mal y vas por ahí como un pollo sin cabeza, sin conocerte, ni saber qué es lo que te hace feliz o lo que necesitas como ser humano individual, con una información genética única e irrepetible.

Y, claro, si tú no te aceptas, ¿cómo vas a aceptar a los demás? Ellos también tienen que seguir un patrón para que los consideres "normales". Así que estoy cansada de juzgarme y de juzgar a los demás. Cuando te educan en el catolicismo español te hacen creer que tus ideas, esas ideas que te han dado grabado a fuego, son las perfectas y las únicas, el único filtro que sirve para darle valor a una persona.

Durante un tiempo me he sentido como un Dios infalible que todo lo sabe y creyendo que mi juicio era la única verdad y que yo, desde fuera, podía saber lo que habita en el corazón de los demás, y envidiando a aquellos que se acercaban al ideal de la perfección impuesta.

¿Qué sé yo o qué sabe nadie de lo que otro ser humano siente o necesita? Las apariencias engañan: una sonrisa no siempre demuestra alegría, ni un estatus económico garantiza amor, ni la belleza es la puerta a la felicidad. Hemos de volver al templo de Apolo de Delfos y hacer nuestra la frase "gnóthi seautón" ("conócete a ti mismo") y profundizar dentro de nuestro ser para ver quiénes somos y cuál es el sentido de nuestra vida o, al menos, lo que necesitamos para vivirla.

Aceptarnos y querernos tal y como somos es el gran reto. Cuando uno acepta todo el caleidoscopio del que está hecho, es más comprensivo con los demás, ya no siente la necesidad de juzgar, ya que solo se centra en su camino y respeta el ajeno, sin situarse por encima, ni por debajo de nadie. Y ahora que ya he transitado por la mitad de mi vida, mi gran anhelo es respetarme y respetar a los demás, sean como sean.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

12 feb 2022

  • 12.2.22
Cuesta creer que haya gente mala, pero la hay. Hay seres inhumanos que, por poder o por dinero, son capaces de pisarle el cráneo a su madre. ¿Se cree esta gente tóxica que van a vivir siempre? Un día llega la muerte y nadie lo siente o, incluso, algunos festejan que hayan desaparecido.


¿Qué nos vamos a llevar de este mundo? ¿Riquezas? ¿Casas? ¿Cuentas bancarias? ¿Bolsos de lujo? Son unos desgraciados que van hiriendo a la gente a su paso. La gente feliz no jode a nadie. Dejan víctimas y cadáveres, infligen sufrimiento a personas buenas que creen las mentiras que escupen de sus bocas.

Cuanto más débil sienten a su víctima, más se ensañan con ella, más energía le chupan. Necesitan la energía ajena porque ellos no tienen nada que dar o aportar. El dinero o el poder es su único dios. Y para machacar utilizan frases denigrantes, hirientes, para que el que está bajo su pie pierda la confianza en él y crea que es una mierda y que tiene que estar continuamente demostrando algo.

Entonces empieza a sentirse vigilado y, lo peor, deja de creer en sí mismo y nunca llega a una meta ficticia que cambia cada día. Sin darse cuenta, la voz del acosador se instala en su cabeza y llega un momento en el que no escucha nada más.

La angustia se apodera de su vida y, de repente, está en un sótano oscuro, aislado del mundo. Ya no ve su vida, ni su familia, ni nada: solo oye órdenes. Hay que estar alerta porque estos psicópatas están por todos lados y donde menos te lo esperas.

Son malos bichos que, en el fondo, saben que no valen nada, que son unos mediocres y que no son nadie sin personas a las que pisotear. Hay que huir de ellos pero, sobre todo, lo que hay que hacer es enseñarles los dientes porque no son más que sacos de mierda miedosos.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

22 ene 2022

  • 22.1.22
Hay que relacionarse más con los niños para ver de dónde venimos. Hablamos de "niños" como si fueran algo ajeno a nosotros, como si nunca hubiéramos sido unos pequeños saltarines llenos de fuerza e ilusiones, con unos ojos que se agrandan con cada cosa nueva que descubren del mundo.


Yo tengo la suerte de tener a Alma: "Mira, tita: mira, tita...". Así se pasa el día. Pueden ser unos patitos en el agua, o un árbol de Navidad gigante repleto de luces. Ya mantenernos conversaciones y, como cualquier familiar de un peque, alucino con sus frases largas y con sus preguntas.

Me gusta enseñarle cosas, potenciar su imaginación con juegos y también mostrarle las bondades del orden. Es divertido cantar mil veces en el coche Era Rodolfo un reno. Me enamora su cara de sorpresa y de alegría cuando vamos en autobús, como si de una alfombra mágica se tratase.

La colmo de besos y de abrazos pero no la sobreprotejo: quiero que tenga seguridad en sí misma y aprenda que ella tiene recursos suficientes, que no es necesario llorar todo el tiempo. Si me pongo triste, la miro y pienso que yo también fui así, que era traviesa y con muchas ganas de vivir. Y conecto con la niña que vive dentro de mí.

¡Qué maravilla ver a través de sus ojos! Nada es aburrido o rutinario. Coger hojas secas en el parque; esconderse detrás de un seto mientras uno cuenta hasta tres; mirar los coches y descubrir que hay pocos de colores fuertes... Esperar hasta que el semáforo se ponga en verde Betis para poder cruzar; saludar a los amigos que ves todos los días y comer pequeños arbolitos que se llaman brócoli.

El joyero de la abuela es un cofre del tesoro aunque las pulseras sean de madera. También me ayuda a entender esos momentos en los que no me aguanto ni yo, porque a ella también le pasa cuando está cansada o tiene sueño. Qué importante es reconocer nuestras emociones, aceptarlas y quererlas. Esa es la asignatura pendiente de los humanos.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR

8 ene 2022

  • 8.1.22
No sé si me da más pena o más miedo lo que está pasando en España. Hay un montón de gente fascista que justifica la dictadura. Y están por todos lados. Pobre democracia, se está destruyendo desde dentro. No hemos aprendido que no se le puede dar voz a los que no creen en ella, sean del lado que sean: ni dictadura militar, ni del proletariado.


A mí no me gustan los que gobiernan en mi región, pero no por ello voy a incitar a que les peguen o los maten porque no me parezca bien su gestión. El pueblo es soberano y habla en las urnas. Pero ser totalitario es otra cosa.

Es verdad que la política, hoy en día, está mancillada y no mira por la gente. Y esta realidad es utilizada por algunos para justificar dictaduras. Aunque no creo que todos los políticos sean semejantes: hay gente que está ahí verdaderamente para ayudar.

Hoy he alucinado con una señora que defendía a Franco cuando, en la dictadura, las mujeres no tenían derechos: eran siempre incapaces. Y no lo digo yo, lo dice el Código Civil de la época, que no cambió hasta los ochenta. Esta vecina tampoco sabía los derechos que sí teníamos las mujeres en la República. Una pena.

No se contrasta nada, no se investiga. Con decir que "ese es un mamarracho", ya vale, sin conocer su formación o lo que aporta a la sociedad. La gente no ve los debates del Congreso, ni conoce las leyes que les afectan, ni cómo vota cada partido. "Mamarracho" y ya está.

Algunos creen que "republicano" es igual a "comunista". No han leído la historia. En la República había gente de derechas y de izquierdas, pero tenían claro que no querían un rey, sino que los ciudadanos votaran al jefe del Estado, como ocurre en otros países como Francia o Estados Unidos.

Que todos los militares son o eran golpistas también es falso. Hubo hombres de las Fuerzas Armadas que juraron fidelidad a la República y lo cumplieron con su sangre o con su dolor. El padre de María era guardia de asalto durante el mandato de Azaña, defendió al Gobierno elegido en las urnas hasta el final, como el general Miaja, sin importar el color del que fuera y daba igual qué ideas tuvieran.

Cuando los golpistas entraron en Madrid detuvieron al padre y, como no aceptó la dictadura militar, lo mandaron a un campo de concentración en el norte, sin ropa y sin darle comida. Para que se muriera. También fallecieron y sufrieron militares republicanos.

Creo en la democracia, en que el pueblo elija y se respete lo que diga. Ni fascismo, ni comunismo, como el de la URSS. En ambos sistemas se persigue y se mata al diferente. Y el poder, siempre, se concentra en unos pocos. No respeto al que no cree en la democracia y no quiero tener amigos así. En el fondo, me da pena porque, en la mayoría de los casos, se trata de gente insatisfecha con su vida y el odio les aporta algo de emoción.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

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