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FENACO



Mostrando entradas con la etiqueta Materia Reservada 3.0 [Fernando Rueda]. Mostrar todas las entradas
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1 nov 2016

  • 1.11.16
El pasado 31 de agosto se cumplieron 19 años de la muerte de Lady Di. Los enigmas sobre si fue asesinada o murió en un accidente involuntario siguen en aire. A continuación recojo los diez elementos que permiten sospechar la existencia de una conspiración. El 31 de agosto de 1997, Lady Di, una de las princesas más queridas de la historia, perdía la vida cuando circulaba en coche a gran velocidad por París con su novio, Dodi Al Fayed, intentando evitar la persecución de los paparazzi.



Se había separado del príncipe Carlos y había comenzado una vida de apoyo a causas como la prohibición de las minas antipersona, que le granjearon el odio de muchos países y poderosos. Para colmo, se relacionaba sentimentalmente con musulmanes, algo aborrecido por la monarquía inglesa. Se había convertido en un estorbo, pero un estorbo aplaudido y respaldado por millones de personas en todo el mundo. Su muerte está plagada de enigmas.

1. Fue una conspiración de la familia real británica. La reina Isabel II nunca quiso que se divorciara de su hijo Carlos, que la engañó con otra desde el primer día. Eso no fue lo peor: se convirtió en una persona querida y admirada que eclipsaba la popularidad de cualquier otro miembro de la familia.

Dirigido por el duque de Edimburgo, esposo de la reina, y ejecutado por el servicio secreto inglés, la sometieron a un control integral de 24 horas. Documentos conocidos de la red de espionaje por satélites Echelon prueban una vigilancia sobre ella el mismo día de su muerte cuando estaba en un barco en alta mar con Dodi Al Fayed, por lo que sabían que iba a viajar a París. Isabel II podía aguantar muchas cosas, pero no que se quedara embarazada de un árabe y su nieto reinara algún día teniendo un hermano musulmán.

Se ha hablado de la existencia del “Comité 300”, del que formaría parte la reina con miembros destacados de empresas, organizaciones internacionales y familias como los Rockefeller y Bush, que actúan secretamente en defensa de sus intereses y que estaban muy molestos con la princesa.

2. Lady Di anunció la forma en que Carlos quería matarla. El mayordomo y hombre de confianza de Lady Di, Paul Burrel, dio a conocer una carta tras su muerte en la que alertaba de lo que le podía pasar: “Mi marido planea un accidente de automóvil, un fallo de los frenos o heridas craneales porque así tendría vía libre para casarse”.

3. Embalsamada precipitadamente. Las horas posteriores al fallecimiento fueron de cierto caos. Hay que tomar decisiones que muchas veces son controvertidas y es el momento para manipular u ocultar pruebas. Lo más polémico fue, sin duda, la decisión de la patóloga Dominique Lecomte de embalsamar el cuerpo de la princesa, tras la realización de la autopsia, la misma noche del accidente, con lo que se contaminaron las pruebas de cara a una posterior investigación.

4. Embarazada y boda próxima. Uno de los motivos que pudo llevar al asesinato fue el embarazo de la princesa, algo que los análisis oficiales desmintieron. Un hijo que no sería de Dodi Al Fayed sino de su anterior novio, el hombre por el que estuvo dispuesta a abandonarlo todo, el cirujano musulmán Hasnat Khan, de cuya relación se ha filmado una película.

Lady Di pretendía contraer matrimonio con Dodi Al Fayed, hijo de Mohamed, dueño de los almacenes Harrods y uno de los árabes más influentes en Gran Bretaña, mal visto por la reina Isabel II, a quien esa relación amorosa le ponía de los nervios porque perjudicaba la imagen de sus nietos e hijos de Diana.

5. La clave: el conductor borracho. Los fotógrafos que persiguieron el Mercedes donde iba Lady Di eran paparazzi avezados, que conducían sus motos a gran velocidad. El chófer Henri Paul aceleró a tope para darles esquinazo, pero en el túnel se le fue el control del coche y se estrelló. El análisis de su sangre mostró que había bebido tres veces más alcohol del permitido, es decir, iba borracho.

A eso se atuvieron los investigadores para explicar el accidente: la responsabilidad fue suya. Sus padres lo negaron y defendieron que las muestras habían sido cambiadas en el hospital “quizás por mala voluntad”. La denuncia llevó a repetir la prueba comparando el ADN de los padres con el de Henri y se excluyó el cambio de muestras.

6. Presencia extraña del Mossad. La historia de Henri Paul es complicada. Dos meses antes del accidente fue contactado por un agente del Mossad enviado especialmente a París para captarle. Oficialmente necesitaban un informador en el Ritz, propiedad de Mohamed Al Fayed, en el que se hospedaban muchos adinerados e influyentes árabes. A Henri Paul le querían para muchas cosas, una de las cuales era alertar sobre las visitas de personajes influyentes. ¿Participó de alguna forma el Mossad en la muerte de Diana?

7. Un fallo inducido en los frenos. Un libro de un investigador ruso, Guennady Sokolov, aporta una visión técnica de lo que pudo pasar, inspirada por el espionaje soviético: agentes británicos desconectaron el sistema de frenos del vehículo, utilizando un sistema sofisticado al alcance solo de los más importantes servicios de inteligencia.

8. Un tirador del ejército británico. Hace un año, los exsuegros de un soldado británico perteneciente a una unidad de élite del ejército, los SAS, desvelaron que le había contado a su hija que su unidad había orquestado el asesinato de Lady Di. Aportaron una carta como prueba y Scotland Yard investigó, desestimando la teoría. Un tirador profesional podría haber disparado una escopeta láser que molestara la conducción del chófer.

9. El único superviviente del accidente pierde la memoria. El día del fallecimiento, Lady Di y su novio cenaron en el hotel Ritz de París. Había un nutrido grupo de fotógrafos esperándoles, por lo que acompañados de su chófer, Henri Paul, y de su guardaespaldas, Trevor Rees-Jones, se subieron a un Mercedes S280 e intentaron despistarlos.

Un rato después se estrellaron contra uno de los pilares del túnel del Alma. Solo sobrevivió el escolta, que declaró no recordar lo que había pasado. Una falta de memoria que muchos consideran sospechosa, como si quisiera evitar meterse en líos.

10. “No hay pruebas ni las habrá”. La frase es de Felipe González a raíz del caso GAL, pero sirve perfectamente para este asunto. Al margen de que fuera un accidente o no, lo que está claro es que hubo una conspiración contra Diana,. La “Operación Paget”, como se denomina a la larga investigación llevada a cabo en Gran Bretaña sobre la muerte, llegó a la conclusión de que no existían pruebas de que hubiera sido un asesinato.

Por su parte, la investigación francesa llegó a la conclusión de que la causa fue el exceso de alcohol del conductor. El misterio seguirá eternamente, como en el caso de John F. Kennedy. Porque motivos para dudar, hay. Y muchos.

FERNANDO RUEDA

25 oct 2016

  • 25.10.16
Cada uno de los cinco traidores tenía una personalidad especial, sorprendente para la época. Entre esas características estaba la homosexualidad de varios de ellos.

 El auge del nazismo en la década de los años treinta llevó a muchos jóvenes a militar en el comunismo. Estos movimientos se asentaron en los ambientes universitarios, donde tuvo su origen “El quinteto de Cambridge”.



Uno de sus miembros, Donald Maclean, tenía unas características poco comunes entre los espías clásicos de la época. Hijo de un preboste del Partido Liberal, de joven destacaba por su belleza y por ser demasiado blando. De hecho, hizo papeles de chica en varias representaciones escolares y sus compañeros le conocían como “lady Maclean”.



Estudió en Cambridge Lenguas Modernas y militó furibundamente en el comunismo. Incluso escribió artículos en la revista de la universidad mostrando sin tapujos sus ideas políticas. Pero, como el resto de sus compañeros de la red, cuando abandonó la universidad renegó públicamente del comunismo para poder acceder al Foreign Office.

Como era un cerebrito y hablaba alemán y francés, aprobó los exámenes con sólo 22 años.

Tras pasar un tiempo dedicado a la burocracia en Londres, en 1938 fue destinado a París, donde realizó un buen trabajo, aunque se sintió atraído por la bohemia de la ciudad. Así sería su vida en el futuro: por un lado serio y trabajador y por el otro un alocado soñador.



En París conoció a la americana Melinda Marling, que se convirtió en su esposa, y convivió una temporada con su amigo Kim Philby, destacado en la zona como periodista, que notó que su timidez de joven había cambiado hasta convertirse en un emprendedor diplomático.



En 1940, Maclean volvió a Londres donde, en compañía de Kim Philby y Guy Burgess, conoció a Otto Katz, el agente del servicio secreto ruso que impulsaría y controlaría sus actividades como espía.



En abril de 1943 fue destinado a Washington, a un puesto que le permitió tener acceso a informes secretos de mucha utilidad para los comunistas. Incluso participó en el Comité de Política Combinada sobre Energía Atómica, cuyos estudios envió secretamente a sus contactos rusos.



Esta actividad le afectó a los nervios, como a cualquier topo, aunque con la diferencia de que Maclean no tenía una personalidad preparada para hacer frente a las situaciones de tensión extrema. Combatió sus problemas dándose a la bebida, lo que le indujo a mostrar en público sus convicciones antiamericanas.

Por suerte para él, fue destinado a El Cairo, destino al que se trasladó acompañado de su mujer y sus dos hijos.

 Allí siguió espiando para los rusos y paralelamente aumentó su dependencia del alcohol, que le descontroló hasta llevar a emborracharse continuamente en público y a tener sus primeros ligues homosexuales.

El conocimiento de su vida disipada provocó que le obligaran a regresar a Londres, donde se salvó de ser expulsado del Foreign Office a cambio de ir al siquiatra, que le convenció de que se tomara seis meses de vacaciones. En ese tiempo, acudió a un siquiatra privado que le aconsejó que no ocultase sus tendencias gays.



Pasados los meses de descanso forzoso, retornó al trabajo. Fue destinado a la jefatura del departamento americano, donde recuperó su faceta de agente secreto ruso.

 Pero el 25 de mayo de 1951, su amigo Burgess, que trabajaba en el servicio secreto, le anunció que los americanos sospechaban de sus actividades y que habían recomendado a sus colegas ingleses que le interrogaran.

Maclean no se lo pensó dos veces y decidió huir con su compañero a Moscú.

 En Rusia trabajó para el servicio secreto y dos años después de su llegada fue a acompañarle su mujer Melinda. Su vida de alcohol y ambigüedad sexual no acabó bien. Pasados los años, Philby tuvo que huir también y no tardó mucho en seducir a Melinda. Maclean murió solo.

FERNANDO RUEDA

11 oct 2016

  • 11.10.16
Gerry Adams es para el mundo entero el político que fue capaz de sacar de la cabeza de los terroristas del IRA la idea de que para conseguir sus fines era imprescindible el uso de la violencia. Ya antes de los años noventa comenzó a negociar en secreto con todos sus enemigos los preceptos necesarios para conseguir la paz y la integración de toda su gente en la vida democrática.





El servicio secreto interior de Gran Bretaña, el MI5, siempre había estado buscando topos que infiltrar en las filas del IRA y de su brazo político. Lo consiguió muchas veces, aunque en algunos casos fueron descubiertos y sus colaboradores acabaron tirados con dos tiros en la sien en cualquier esquina.



De cara a las negociaciones que se llevaron a cabo en los años noventa, consiguieron captar a Roy McShane, un hombre pequeño de pelo blanco, al que sus compañeros llamaban cariñosamente La rata. Borrachín y mujeriego, vivía solo en el barrio de Falls, uno de los bastiones del IRA en el Ulster. Cada día se le veía en sus horas de relax bebiendo cerveza con militantes de su grupo.



Tal era la confianza que despertaba entre su gente, que Gerry Adams no dudó ni un momento cuando le propusieron convertirle en su chófer. La persona que debería trasladarle de un sitio a otro, de reunión secreta en reunión secreta. Ese tiempo siempre lo aprovechaba para compartir con sus socios el contenido de los encuentros y su reacción frente a las propuestas que le habían hecho. La rata era de plena confianza y no tenía nada que ocultarle.



En 1994 se intensificaron las reuniones para alcanzar la paz, con el IRA anunciando treguas que luego rompía para más tarde volver a establecerlas. Fueron unos años muy intensos que tuvieron su colofón en 1998 con el Acuerdo de Belfast, más conocido como el Acuerdo de Viernes Santo, el día en que se firmó.



Diez años más tarde, exactamente el 7 de febrero de 2008, agentes del MI5 sacaron de su casa a Roy McShane con destino desconocido. Tantos años después, había habido una filtración que demostraba que durante una gran parte de su vida había sido un topo del servicio secreto inglés, al que pasaba información secreta sobre su jefe.

Al volante del Mercedes blanco blindado en el que llevaba a Gerry Adams, comunicó información de gran valía sobre todo lo que realmente pensaba su jefe y sobre los siguientes movimientos que pensaba dar en el tablero de ajedrez que fue la lucha por el fin del terrorismo. 

Roy McShane, La rata vivirá el resto de su vida en paradero desconocido.

FERNANDO RUEDA

27 sept 2016

  • 27.9.16
El “Quinteto de Cambridge” –el mejor grupo de agentes dobles de la historia– dejó a los servicios secretos ingleses llenos de heridas infectadas por todas partes. Prestigio, confianza, seguridad… fueron llagas que les costó curar muchos años. Paralelamente, la presencia de dos homosexuales en el grupo, Guy Burgess y Anthony Blunt, avivó la fobia que ya existía en el espionaje sobre la presencia en sus filas de tipos alejados del prototipo de James Bond. Un agente promiscuo les presentaba menos problemas para la seguridad interior que un gay.





Muchos se preguntarán, con razón, cuál es el motivo por el que siendo tres los heterosexuales del grupo y sólo dos los gays, se despertara ese sentimiento homófobo. Sin duda, ya había un sentimiento, que muchos consideraron ley, de que los homosexuales eran más vulnerables al chantaje, probablemente porque después de la Segunda Guerra Mundial muy pocos salían del armario y simulaban intencionadamente su amor por las mujeres para evitar el vacío de la sociedad.



Este estigma se prolongó durante años. En la década de los ochenta se fue relajando el rechazo, aunque el ocultamiento de su condición sexual por parte de los candidatos se seguía produciendo. Se les empezó a admitir, aunque evitando que ocuparan puestos de responsabilidad.



Finalmente, en 2008 cambió radicalmente el planteamiento de los mandos del MI5. De aparcarlos, pasaron a buscar nuevos agentes que fueran homosexuales. Además, lo hicieron público reconociendo que al igual que buscaban para captar musulmanes británicos y personas que hablaran diversas y extrañas lenguas árabes, también querían gays y lesbianas por su capacidad de moverse en ambientes hostiles y relacionarse con otras minorías.



De hecho, establecieron una colaboración con Stonewall, el principal lobby homosexual del Reino Unido, para que les asesorara en esa tarea. Y en 2009 aparecieron en la guía que edita esa organización con el listado de las empresas e instituciones donde gays y lesbianas pueden estar seguros de recibir un buen trato.

 Los tiempos han cambiado en el espionaje. Antes odiaban a los homosexuales, a los que veían como personas débiles, y ahora quieren tenerlos en sus filas por sus cualidades para la infiltración.

FERNANDO RUEDA

20 sept 2016

  • 20.9.16
Fue un secreto guardado celosamente. Durante años, hubo muchos comentarios que señalaban a John Le Carré, el mejor escritor de novelas de espionaje, como un antiguo agente de los servicios secretos ingleses. Tuvieron que pasar décadas antes de que reconociera su apasionante labor como agente secreto. Esta es su historia.



“Sí, sería ingenuo negarlo ahora. Primero estuve en el MI5 y después en el MI6. Pero nunca hablo sobre lo que hice; sencillamente, no se puede”. Corría el año 1993 cuando el gran escritor David Cornwell, conocido en el mundo entero como John Le Carré, reconoció al fin que su profundo conocimiento sobre el mundo del espionaje inglés no se basa exclusivamente en su capacidad de investigación, sino en que había sido uno de ellos.



El creador de ese personaje apasionante que fue Smiley reconoció, en una entrevista concedida a ABC, que su carrera comenzó cuando estaba estudiando en la Universidad de Berna, en Suiza: “Me encontraba muy integrado en la comunidad inglesa. Un diplomático me encargó algunos trabajos tan triviales y minúsculos que realmente no tenían ninguna importancia, pero yo iba por el mundo considerándome el mayor espía del mundo y le entregaba un paquete a un caballero en Ginebra o buscaba a alguien con un ejemplar de la revista 'Time' de la semana pasada. Fuere como fuere, yo me veía como la personificación masculina de Mata-Hari”.



Después, Cornwell fue a estudiar al Lincoln Collage de Oxford, donde le encargaron espiar a sus compañeros para detectar la presencia de agentes soviéticos: “Existía la convicción de que los rusos, los soviéticos y sus aliados, tratarían de reclutar entre las filas de los estudiantes de Oxford en los años cuarenta de la misma manera que lo habían hecho en Cambridge durante los años treinta”.



Posteriormente, “fui reclutado por las ramas civil y militar de los servicios de inteligencia. Creo que cuando se me presentó la opción me pareció intensamente atractiva. Es como si toda mi vida hubiera sido una preparación para ese momento. Era entrar en el sacerdocio”.



Tras cumplir los 21 años, fue enviado a Viena: “Era absolutamente necesario y desde luego una gran responsabilidad para alguien aún muy joven. Pero allí fue donde aprendí los rudimentos del espionaje”.



El origen de su alias John Le Carré está en que cuando se decidió a publicar su primer libro en 1961, sus jefes no le pusieron problemas, pero le advirtieron que siendo espía no podía utilizar su auténtico nombre. Así que un día, mientras iba en autobús lo tomó prestado del anuncio publicitario de una sastrería.



Desde 1960 hasta 1964 trabajó en la embajada inglesa en Bonn. Allí contempló cómo se levantaba el muro de Berlín, lo que le llevó a escribir su primera gran novela, El espía que surgió del frío. Poco después, gracias al gran éxito que obtuvo, abandonó el MI6. El espionaje perdió un gran agente y los lectores ganamos al mejor de los novelistas.

FERNANDO RUEDA

16 sept 2016

  • 16.9.16
Hay una diplomacia oficial y otra secreta. La oficial la protagonizan los ministerios de Asuntos Exteriores y la secreta la llevan a cabo los servicios de inteligencia. Cada una tiene sus funciones y se sustituyen cuando la situación política lo recomienda. La primera es pública y la segunda es oculta. Cuando un país quiere mantener relaciones con otro, pero no quiere que se conozca el acercamiento, lo que hace es poner en marcha a su agencia de espionaje.



Esto es lo que ocurrió durante los años ochenta en España con Cuba. El presidente del Gobierno era Felipe González, que siempre había mantenido una cierta simpatía con Fidel Castro, quien le mandaba habitualmente sus mejores puros como regalo. Eran tiempos en los que el servicio secreto español, entonces llamado CESID, estaba dirigido por Emilio Alonso Manglano, un hombre listo, con una mano derecha de alabar.

En temas de espionaje no había –ni hay– amigos o enemigos y Manglano lo sabía perfectamente. Eran tiempos en los que el CESID estaba ampliando su red en el extranjero, poniendo énfasis especial en la América de habla hispana. El reto les apareció con claridad: ¿Por qué no establecer relaciones con Cuba, un país tan cercano a nosotros? Dicho y hecho. Manglano se lo planteó a González y consiguió su autorización.

Con el máximo secreto, como se hacen estas cosas, el CESID mantuvo unas largas conversaciones con el G2 y acordaron autorizar el establecimiento de delegados en los dos países, que sirviera como cauce para solventar los problemas diplomáticos.

Una vez cerrado el acuerdo, la noticia llegó a los servicios secretos de la OTAN que estallaron contra el CESID. Tanto, que convocaron una reunión de urgencia del órgano de la Alianza Atlántica encargado de los servicios de inteligencia.

Allí Manglano explicó que no les iba a pasar información de los aliados –algo obvio– y que era mejor relacionarse con ellos que no hacerlo. Los más cabreados fueron los de la CIA, que mostraron su enfado pero no pudieron hacer nada para impedirlo.

Con el paso de los meses, los servicios occidentales terminaron recurriendo al CESID para conseguir un acercamiento a los cubanos, aunque la CIA nunca lo intentó. España fue precursora en el tema, como lo sería también en su acercamiento al temible KGB ruso.

FERNANDO RUEDA

25 ago 2016

  • 25.8.16
Tras la caída de varios etarras en una operación policial conjunta en Madrid y Barcelona, Mikel Lejarza estuvo varios días sin dar señales de vida en uno de los pisos que le había facilitado el SECED. Después llamó a la casa de Ezquerra, en Francia, contando que había conseguido escaparse de la redada.





“No me dio la sensación de que estuvieran especialmente mosqueados conmigo. Me dijeron que aguantara y que continuara creando infraestructura porque vendría más gente. En septiembre me avisaron que llegaban nuevos comandos y con ellos parte del comité ejecutivo para dirigir las operaciones directamente. Tenía que encontrarlos en Barcelona.

La primera cita fue con Montxo, al lado de una estación de metro. Tuvo mucha alegría al verme de nuevo. Fuimos a buscar a Apolonio y terminamos reuniéndonos con Ezquerra y Yon en la cafetería La Oca de Diagonal. Me responsabilizaron de conseguir los billetes para trasladarnos a Madrid rápidamente. No puse pegas”.



El relato de El Lobo, en una larga conversación con Xavier Vinader, se quiebra cuando recuerda que los del SECED deciden sacarles los billetes pasando por Valencia.

“No tuvieron en cuenta que llegábamos por la noche y el próximo tren hacia Madrid no salía hasta las siete de la mañana. Cuando me presenté con los billetes y se lo expliqué a los etarras no les hizo nada de gracia.

Durante el viaje empecé a percibir un brillo raro en los ojos de Ezquerra y me puse muy nervioso por los constantes paseos de Carlos y los demás del SECED que viajaban en el vagón contiguo. Al llegar a Valencia, Ezquerra ordenó que alquiláramos un taxi y fuéramos directamente a Madrid. Durante el viaje, el taxista contó que tenía un familiar en la Guardia Civil y no paraba de criticar a ETA. Todos poníamos cara de circunstancias”.



Al llegar a Madrid, el tema se calmó y se distribuyeron por los pisos alquilados por el SECED llenos de “canarios”, que ellos consideraban seguros.

“Sólo cuando llegaron a Madrid otros dos nuevos, Neruda e Ibarguren, me di cuenta de que estaban realmente suspicaces conmigo. Empezaron a decirme que teníamos que ir a hablar a un lugar tranquilo de las afueras y temí lo peor. Pero como iba armado, me dije que no caería solo.

Hicimos un largo recorrido en coche y finalizamos en una terraza solitaria en el parque del Oeste. En cuanto nos sentamos, Montxo me dijo que la BBC había informado que las caídas que estaba sufriendo ETA se debían a la labor de un infiltrado denominado El Lobo. Se sospechaba que podía ser yo.

Fue como un mazazo que me pilló de sorpresa, pero me limité a poner cara de sorpresa y no perdí la calma. Seguramente fue aquello lo que me salvó. Acto seguido saqué las dos pistolas que llevaba encima y se las entregué a Ezquerra alegando que, después de todo lo que me había tocado pasar, ahora me venían con esa historia.

Entonces empezaron a calmarme y a quitarle hierro al asunto. Podía volver a Euskadi norte hasta que despejaran las dudas o quedarme con ellos sin libertad de movimiento. Opté por lo segundo alegando que quería probar mi buena fe. Era necesario que viajara a Barcelona para encontrarme con Apolonio y luego volvería a Madrid para integrarme definitivamente en el grupo.

Estaba dispuesto a seguir, pero los superiores del SECED dieron una orden tajante: había que cortar la operación y decapitar a ETA de un solo zarpazo. Cuando fui a Barcelona para encontrarme con Apolonio, junto al Museo de Cera, sabía perfectamente que era mi última cita con la organización. Aquella noche los del SECED me llevaron al Hotel Colón y me dijeron que durante la madrugada se producirían las detenciones de todos los etarras controlados tanto en Madrid como en Barcelona”.



La banda terrorista ETA casi desapareció dentro de España.

“La operación fue un éxito bastante notable porque desarticulamos a todos los comandos, abortamos el intento de la primera fuga de la cárcel de Segovia y cantidad de acciones previstas, como el secuestro del conde de Godó, el propietario del diario 'La Vanguardia'.

Al día siguiente, todo eran risas y felicitaciones. Me escoltaron hasta el aeropuerto, me metieron en un avión con Carlos y, una vez en Madrid, me confinaron en un apartamento de la calle Galileo con la prohibición de salir por ningún motivo”.



35 años después de aquella valerosa acción, en un acto íntimo, el director del CNI le impuso una condecoración por los servicios prestados durante toda su vida. Porque a pesar de ser desconocido, El Lobo nunca ha parado de trabajar para los servicios de inteligencia.

FERNANDO RUEDA

14 jul 2014

  • 14.7.14
Disculpad que no escribiera antes sobre la reelección del director del CNI, Félix Sanz, pero he tenido que dedicar un pequeño esfuerzo a mi nuevo libro, El regreso de El Lobo, que llegará a las librerías a primeros de septiembre y cuyo impactante booktrailer habéis recibido tan bien.

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Ya había adelantado que el Gobierno iba a dar a Félix Sanz un segundo mandato de cinco años, aunque solo cumplirá hasta que el Ejecutivo que salga de las próximas elecciones generales nombre a su sustituto. No soy un adivino: lo decían los datos y hasta el propio Sanz lo dio por hecho en alguna reunión con periodistas.

Lo principal es que ha evitado los escándalos y eso vale sin duda un segundo reinado. Alguien que sale de la Comisión de Control del Congreso y consigue que hasta el representante de Izquierda Unida hable bien de él, es que dedica tiempo a explicar su trabajo y a engatusar (dicho en el mejor de los sentidos).

Cuentan que lo está haciendo bien y los datos que conocemos así lo atestiguan. Consiguió discretamente la liberación de los tres periodistas secuestrados en Siria, apoyó a la monarquía en el complicado caso Urdangarin, mantiene permanentemente informados a la vicepresidenta de las novedades que se van a producir en Cataluña...

Y ha hecho lo más difícil: salir con habilidad de los charcos que podían ensuciarle. Como es el caso de la ayuda a la NSA de Estados Unidos en su espionaje masivo por medios electrónicos.

Se demostró que el CNI dispone de tecnología avanzada y que la utiliza a veces en beneficio de terceros. Sin duda, a cambio de ayudas de esos países a España. Pero el hecho es que nadie entró al trapo contra él.

Su habilidad en las distancias cortas le ha granjeado el apoyo del Gobierno. Si consigue evitar un escándalo en sus filas, será el primer director del servicio secreto español desde la llegada de la democracia que salga por la puerta grande. Le queda año y medio.

FERNANDO RUEDA

7 jul 2014

  • 7.7.14
Disfruté un montón de la historia de El Confidencial Digital. Hicieron con talento su trabajo: contar la historia que la Asociación de Presos de Resistencia Galega había denunciado en contra del CNI. Aluciné, tengo que reconocerlo.

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Un independentista ha denunciado que el CNI intentó captarle. Hasta ahí todo normal y cien por cien creíble, pues esa es la forma de trabajar de los espías. Captan a alguien que está dentro, le convencen por las buenas o por las malas de que les pase información y le estrujan todo lo que pueden. Para conseguirlo, le prometen ayuda en procesos judiciales en marcha, dinero o cualquier cosa a la que este se avenga.

Lo increíble de la historia fueron los detalles del intento de captación fracasado. J.M.P. cuenta que conducía su coche por las calles de Vigo cuando le interceptó otro vehículo. Un hombre "que se identificó con un documento del Ministerio del Interior" le pidió que le acompañara a comisaría. Como se negó, allí mismo le ofreció cualquier cosa que necesitara a cambio de que se convirtiera en confidente del CNI.

Tal y como cuenta la historia J.M.P., puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que nadie del CNI, ni siquiera un agente chapuza –que habría sido ya expulsado- pudo llevar a cabo semejante estropicio.

Conseguir un informante conlleva una larga labor de preparación y estudio, acercarse a él en un momento apropiado –siempre con cierta privacidad para que no pueda montar un follón- y con una estrategia para saber cuál es su punto débil y atacarle por ahí. Jamás interceptar un coche y llevarlo a comisaría.

Además, los agentes del CNI utilizan nombres falsos en los acercamientos, sin enseñar jamás su acreditación, que no es del Ministerio del Interior sino una propia en que pone claramente que es del CNI. Si en algún momento no quieren especificar claramente que son espías, lo que hacen es decir que son "agentes de Presidencia del Gobierno", no del Ministerio del Interior.

Lo siento J.M.P. y Asociación de Presos de Resistencia Galega. No dudo de que el CNI tenga topos allí metidos y que pueda intentar meter más, pero denunciar un caso como éste carente de credibilidad ha sido un grave error. Busquen a los topos que tienen dentro y desenmascárenlos, pero antes consigan pruebas. De las buenas.

FERNANDO RUEDA

16 jun 2014

  • 16.6.14
Nunca se han llevado bien. Ellos lo saben, sus jefes lo saben y el presidente del Gobierno del momento lo sabe. Poco hay que hacer, excepto dar la orden en algunos lugares de ser más discretos. Porque lo que hay en estos momentos –igual que hace 40, 30, 20 o 10 años– es una guerra declarada entre la Policía y el Centro Nacional de Inteligencia (CNI).

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El motivo que ha desatado que la guerra silenciosa pase a desarrollarse en el cuadrilátero público de los medios de comunicación ha sido la participación activa del CNI en la denuncia contra nueve policías por el caso Emperador. Una de sus agentes, con el original nombre de "María", presionó a uno de los jefes de la trama, Yongping Wu Liu, para que contara todo lo que sabía contra uno de los policías.

A partir de ese momento, han aparecido informaciones en contra del CNI criticando sus fallos a la hora de conseguir información valiosa para el Gobierno. Incluso se han filtrado datos que van contra su director, Félix Sanz, hablando de la necesidad de que sea sustituido por un civil cuando dentro de unas semanas caduque el periodo de cinco años para el que fue nombrado.

El CNI se mantiene en silencio, no quiere que nadie diga que devuelven las balas lanzadas desde el lado de la Policía. Es una forma de decir que ellos hacen su trabajo y que son otros los que tratan de enmerdar la situación.

Es una vieja guerra que nunca ha parado, aunque en muchos periodos no se note porque los jefes políticos la han impedido. Los policías de los servicios de información y los agentes del CNI tienen muchos terrenos en que compiten por conseguir información: terrorismo de ETA y yihadista, investigación de la corrupción, temas internacionales...

Por mucho que ejecutivos del PP y PSOE lo hayan intentado en algunas ocasiones, los dos grupos no solo no comparten información, sino que esconden la que consiguen. Nunca se han fiado. Fueron llamados al orden cuando esa falta de colaboración facilitó que no se impidieran los atentados terroristas del 11-M. Durante un tiempo bajaron la cabeza y colaboraron algo más, pero duró poco.

La guerra se ha vuelto a desatar. Tiene pinta de que va a ganar el CNI, como lo ha hecho con frecuencia. Su director, Félix Sanz, tiene mucha más influencia en el Palacio de la Moncloa que el director de la Policía, Ignacio Cosidó o el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz. Resolver los trapos sucios del Gobierno en las alcantarillas tiene sus ventajas.

FERNANDO RUEDA

2 jun 2014

  • 2.6.14
La Casa Blanca ha metido la pata de una forma increíble. Hace unos días facilitó una lista de altos cargos que asistirían a un acto en Afganistán con motivo de la visita del presidente Barack Obama. Los muy torpes se olvidaron de borrar el nombre del jefe de estación de la CIA. Un pecado nada venial que puede haber obligado al servicio de inteligencia a tener que prescindir de sus servicios.

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Estos fallos son poco frecuentes. Aunque los espías acuden a muchos actos oficiales en Estados Unidos y en cualquier país del mundo, sus nombres nunca aparecen. La identidad de un espía es algo que todo el mundo protege, porque de saberse quién es su vida puede correr peligro y, en cualquier caso, se acabó su imprescindible clandestinidad.

En Estados Unidos hubo un caso que de error sin premeditación no tuvo nada durante el mandato del presidente Bush II. La agente de la CIA Valerie Plame se encontró con que su identidad era desvelada en la prensa.

Ella supo desde el primer momento que la filtración era una venganza de la administración republicana motivada por las declaraciones públicas de su marido. Diplomático acreditado, se negó a admitir las mentiras del equipo de Bush sobre la posibilidad de que el Irak de Sadam Huseim tuviera armas de destrucción masiva. Nunca se lo perdonaron y les importó un bledo sacar a la luz la identidad de su mujer, una espía.

En España tenemos un caso bastante llamativo. Durante el mandato de Javier Calderón en el CESID –ahora CNI- durante el periodo 1996-2000, el presidente de Canarias, Manuel Hermoso, le telefoneó para preguntarle si Tomás Van de Walle había trabajado para ellos.

La razón de su preocupación estaba en que unos meses antes había nombrado a un director general y, varias semanas después, la prensa había descubierto que había sido espía y había actuado irregularmente en El Salvador, lo que le obligó a dimitir. Alguien le había susurrado que Van de Walle también había sido agente y no quería que el caso se repitiera.

La ley prohibe que cualquiera, y más al director del espionaje, facilite esa información, pero Calderón le confirmó sus sospechas. El nombramiento fue suspendido y Gabriel Mato fue nombrado en su lugar consejero de Agricultura, Pesca y Alimentación.

Cuando todo estaba hecho, el presidente canario recibió una llamada del CESID. Le informaron de que el director se había equivocado y que el que había sido espía era el tío de Van de Walle. Un gran error que dejó al político sin cargo. Nadie dijo nada de la violación de la Ley de Secretos Oficiales.

FERNANDO RUEDA

25 may 2014

  • 25.5.14
De entrada, ni me sorprendió la noticia. Félix Sanz, director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), presentó el 12 de mayo el libro infantil Una de piratas, nintendos al abordaje. Con chaqueta y sin corbata, el jefe de los espías españoles es un hombre que ha asentado el puesto gracias a ser un perfecto relaciones públicas.

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Cuando llegó al puesto, el CNI había sufrido una de las peores crisis de su historia. Un grupo de agentes se había sublevado contra el anterior director, Alberto Saiz, y habían filtrado a la prensa todos sus trapos sucios hasta conseguir su dimisión.

Félix Sanz pacificó La Casa a su estilo: repartió medallas entre los combatientes a favor y en contra de su predecesor, instauró el mando militar y se dedicó a explicar a todo el mundo que había que tirar del carro en la misma dirección.

Convenció a varios de los anteriores directores militares –Javier Calderón y Andrés Cassinello- de que le ayudaran a pelear contra los malos y dejó los asuntos más complicados a su secretaria general, Beatriz Méndez de Vigo.

Después se dedicó a seducir a su jefa, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Lo consiguió, como no podía ser de otra manera. Hasta tal punto de que ya ha logrado que cuando concluyan sus cinco años de manto, a principios de julio, se le renueve por un periodo más que le llevará hasta las elecciones generales.

Muchos querían sustituirle, pero no lo conseguirán porque se ha ganado la confianza del Gobierno de Rajoy. Ha sabido vender sus éxitos –liberación de los periodistas españoles secuestrados en Siria, entre otros casos- y ha ocultado sus fallos, como no conseguir parar la secesión de Cataluña.

Por eso no me extrañó que presentara un libro infantil: el actual director quiere transmitir una imagen tan alejada a la del auténtico espía, que haría eso y más. Aunque no nos engañemos: los espías están para bucear en las alcantarillas del poder, para manipular y robar toda la información para que el Gobierno actúe con la máxima ventaja. El dicho es totalmente cierto: el fin justifica los medios.

FERNANDO RUEDA

19 may 2014

  • 19.5.14
James Costos, embajador de Estados Unidos, acudió hace unos meses al Ministerio de Asuntos Exteriores para escuchar cómo le preguntaban si confirmaba o desmentía si su país había espiado a los españoles y a su Gobierno. Confío en que Costos se llevara una buena bronca cuando dijo eso de que “todos los países hacen el mismo tipo de espionaje”. No es verdad, simplemente porque carecen de sus medios técnicos, aunque si los tuvieran seguro que lo harían.

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La necesidad de mostrar solidaridad con los países europeos impulsó a Rajoy a tomar esa medida. Además, seguro que Félix Sanz, el director del CNI, ya le había informado de que el diario El Mundo había llegado a un acuerdo con Glenn Greenwald para publicar las revelaciones de Edward Snowden, el exagente de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), en lo concerniente al espionaje a nuestro país.

Además, es curioso que nadie haya pedido explicaciones a Gran Bretaña, cuyo presidente Cameron, forma parte del espionaje masivo llevado a cabo por Obama, junto con Nueva Zelanda, Australia y Canadá.

En cualquier caso, aquella llamada al embajador de Estados Unidos no llevó aparejada en ningún caso la toma de medidas de castigo por parte de Rajoy, como tampoco parece que tomaran el resto de países afectados. Algo que sí hizo en 1986 el entonces presidente del Gobierno Felipe González.

El entonces CESID –ahora CNI- descubrió que la delegación de la CIA en España había montado una operación para investigar la vida privada de Alfonso Guerra, el vicepresidente del Gobierno. Cometieron el error de tocar a la persona equivocada, que se lo contó todo a los espías españoles.

Felipe González no dudó. Un año antes, había pillado a otros agentes de la CIA preparando una operación para colocar micrófonos en el palacio de la Moncloa, por lo que se hartó y ordenó expulsar a los máximos representantes de su delegación en Madrid.

En el momento se guardó en secreto la decisión, pero los espías estadounidenses aprendieron que en España no podían hacer lo que quisieran. Lo que ha pasado en los últimos años, demuestra que no aprendieron la lección.

FERNANDO RUEDA

4 abr 2014

  • 4.4.14
Aprecio al teniente general Luis Alejandre, que fue jefe del Estado Mayor del Ejército. Leo con atención sus artículos en el diario La Razón, de los que siempre aprendo algo. En el publicado el pasado 24 de marzo, creo que no ha quedado reflejada con claridad la realidad militar en relación a los años de presidencia del fallecido Adolfo Suárez.

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Titula La misión más difícil y en la entradilla se explica: "La llegada de Adolfo Suárez fue recibida con frialdad en las Fuerzas Armadas, pero las jóvenes promociones fueron leales a lo que significaba aquel nuevo futuro".

A su interesante opinión sobre lo que él vivió habría que sumar lo que se encontró Suárez en los cuarteles. Poco importaba en la Transición lo que pensaban los jóvenes militares –con todo mi respeto a ellos-, porque los que cortaban el bacalao eran los generales y, en su inmensa mayoría, no le acogieron bien y se le enfrentaron abiertamente cuando el Sábado Santo de 1977 decidió legalizar el Partido Comunista de Santiago Carrillo.

Inmediatamente dimitió el ministro de Marina, el almirante Gabriel Pita da Veiga, y se acuñó el acertado término de "ruido de sables". Después vinieron las amenazas procedentes de los tenientes generales.

La primera fue en noviembre de 1980, en la que siete de ellos elevaron un escrito en el que le llamaban la atención por el deterioro de la situación política y social del país y le "sugirieron" que tomara medidas, por muy duras que fueran. Los firmantes negaron el documento, claro está, en lo que suponía una advertencia del poder militar.

Un par de meses después, Suárez hizo un viaje a Canarias, en el que el capitán general González del Yerro le advirtió de que si los políticos no arreglaban la situación, el Ejército tendría que intervenir. Finalmente, por citar sólo tres casos, a mediados de enero de 1981, tuvo lugar una reunión conspiratoria de dieciocho generales y almirantes, en la que se le trató de todo menos de bonito.

Fue ante esa situación militar que amenazaba con poner fin a la democracia por la que Suárez, en su discurso de despedida el 29 de enero de ese año, dijo: "Yo no quiero que el sistema democrático sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España".

Los militares jóvenes podían respetar a Suárez más o menos, pero sus altos mandos fueron los que le obligaron a dimitir. No lo olvidemos nunca y menos ahora. Ya no existe el poder militar y uniformados han rendido los honores tras su muerte. Pero la historia hay que escribirla tal y como fue.

FERNANDO RUEDA

28 mar 2014

  • 28.3.14
No quería escribir de este tema, pero las numerosas preguntas que me han llegado en los últimos días de seguidores me obligan a entrar y contar lo que sé. Se ha dicho que el director del CNI, Félix Sanz, tiene una enfermedad degenerativa, algo que me han desmentido no solo las fuentes oficiales, sino las mías propias.

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Si fuera así, lo lógico es que cuando en tres meses el Gobierno se plantee su renovación en el cargo –la Ley establece un periodo de cinco años de mandato que se cumplen a principios de julio- no le renovaran. Si no lo hacen, les aseguro que no será por ese motivo.

También se ha dicho que la estructura del CNI es pésima y que está en fase terminal. Eso tampoco es verdad. De entrada, el servicio de inteligencia funciona siempre al margen de su director. Está tan bien engrasado que la obtención de información se produce día a día gracias a los miles de agentes que funcionan en la calle o en despachos. Ellos saben poco de quién les dirige y se limitan a obtener la información y facilitársela a sus jefes para que se la hagan llegar al Ejecutivo.

Es un acierto de Sanz haber conseguido pacificar el CNI tras la etapa convulsa de Alberto Saiz, en la que un grupo de agentes se sublevó por sus actuaciones discrecionales. Ahora, el tema de personal está tranquilo, gracias al Estatuto de Personal aprobado con el PP.

Pero también es cierto que en la etapa de Saiz se potenció de forma muy importante el servicio, con la contratación de más de mil agentes. Fue una etapa, tras los atentados del 11-M, en la que se volcaron en luchar contra el terrorismo yihadista, sin olvidar otros temas como la lucha contra ETA y la ciberdelincuencia.

Félix Sanz se encontró con eso y ha tenido la suerte de que el recorte presupuestario generalizado en la Administración le haya tocado poco y ha podido mantener los esfuerzos, aunque con dificultades. El CNI necesita mejorar en algunas cosas, pero sin duda es un gran servicio de inteligencia. Y lo dice alguien que lleva muchos años ejerciendo el necesario control periodístico de la institución.

FERNANDO RUEDA

18 mar 2014

  • 18.3.14
Jean Claude Juncker ha sido proclamado recientemente candidato del Partido Popular Europeo como cabeza de lista y posible presidente de la Comisión si ganan las próximas elecciones a los socialistas. El ex primer ministro de Luxemburgo obtuvo la nominación gracias al apoyo de la CDU alemana de Angela Merkel y del Partido Popular de Mariano Rajoy. Sin duda, el que fuera alto cargo del gobierno luxemburgués durante 30 años dispone de una larga experiencia comunitaria.

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Lo que no se ha recordado sobre su pasado político son los motivos que le llevaron hace unos meses a abandonar el Gobierno de su país, que son, nada más y nada menos, sus problemas con los servicios secretos: el Servicio de Información del Estado de Luxemburgo (SREL).

El espionaje de cualquier país tiene a veces la peligrosa tendencia a actuar por su cuenta y los gobernantes son los encargados de ponerles coto. Para ello tienen que ejercer un estricto control sobre sus actividades, algo que no hizo Juncker.

Una investigación parlamentaria le consideró responsable político de las irregularidades que se habían detectado en el SREL, destacando las escuchas ilegales y la malversación de fondos. Los trapos sucios, como ocurre por desgracia en la mayor parte de los países del mundo –incluido España-, fueron de conocimiento público gracias al periodismo de investigación.

Frente a las acusaciones de la oposición política, que le exigía asumir responsabilidad, Juncker inicialmente se negó. Adujo que desconocía esas actuaciones de sus espías, que había intentado durante mucho tiempo reformar el SREL y que –ojo al dato, que diría José María García- "no fue nunca mi prioridad política". Un comentario fuera de lugar –iba a escribir "impresentable"- procediendo de tan experimentado político.

Hace seis meses que tuvo que dejar el cargo por ese escándalo. Algo curioso cuando él había sido uno de los políticos a los que habían espiado. Tenía razón cuando adujo que él no podía dedicar tiempo a supervisar a los espías, razón por la cual los jefes de gobierno suelen delegar en un vicepresidente –como ocurre ahora en España- o en un ministro. Aunque, justo es decirlo, la razón principal para que lo hagan no es por exceso de trabajo, sino precisamente para que si hay un escándalo las salpicaduras no les alcancen a ellos. Pobre inocente.

FERNANDO RUEDA

10 mar 2014

  • 10.3.14
El príncipe Felipe se pasó hace unos días por la cumbre de la telefonía móvil que tuvo lugar en Barcelona. Por la televisión me enteré de que comentó que él usa dos móviles, algo así como uno de trabajo y otro para sus asuntos privados. Diversas personas me han preguntado sobre la seguridad de las comunicaciones oficiales del Gobierno y de la Casa Real y creo interesante explicarlo.

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El príncipe puede tener dos móviles pero la seguridad debería ser la misma. Esa que ha diseñado el Centro Criptológico Nacional –dependiente del Centro Nacional de Inteligencia (CNI)- para las máximas autoridades del país. Ellos piensan, y razones tienen para ello, que no es posible violar la seguridad, por lo que las conversaciones oficiales no pueden ser pinchadas.

El matiz está en que esa máxima seguridad se ofrece cuando el emisor y el receptor de la comunicación utilizan el sistema encriptado, pero no cuando solo lo hace uno de ellos. Es lo que le pudo pasar a Angela Merkel: la NSA no pudo grabar las conversaciones que mantuvo con los ministros que disponían del mismo encriptamiento que ella, pero sí cuando hablaba con cargos de su partido o con cualquier otra persona que era ajena a ese sistema de seguridad.

Lo mismo que al príncipe le pasa a los altos cargos del Gobierno. Si utilizan la red fija de telefonía asegurada por el CNI no parece que haya problemas, pero fuera de ella el tema se complica. Así pasó con el anterior presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que acostumbraba a dedicar la última hora de cada día a mantener conversaciones con altos cargos del partido, asesores y amigos, sin que ninguno de ellos tuviera esa alta protección en sus móviles.

El CNI no solo encripta los móviles y las líneas fijas de telefonía, también explica a los altos cargos qué deben hacer para garantizar la seguridad de la información. Que luego lo cumplan es problema de ellos.

FERNANDO RUEDA

3 mar 2014

  • 3.3.14
El prestigioso escritor Frederick Forsyth acaba de publicar una nuera novela: La Lista. Seguro que la leeré, como he hecho con la mayor parte de las que ha publicado hasta el momento. Tiene un genio natural para meterse en asuntos complicados y desarrollar tramas novedosas. Todavía recuerdo el impacto que me produjo Los perros de la guerra, verdaderamente genial.

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La Lista, según comenta en una entrevista que le ha hecho el diario ABC, va de espías, mercenarios, terroristas, secuestros y asesinatos. Un thriller de esos que van a quinta velocidad, seguro. Y viniendo de su pluma tiene un éxito garantizado.

En la entrevista me ha dejado preocupado la opinión que manifiesta sobre el papel de las mujeres en estos mundos tan duros. Dice que no tienen presencia en esos ambientes y, ante las dudas planteadas por el entrevistador, añade tajante:

"Cuando presentan a una mujer sexy en uniforme como jefa de las fuerzas especiales británicas, me temo que no es el caso. El jefe será probablemente un antiguo comandante del Special Air Service (SAS, uno de los regimientos de las fuerzas especiales británicas). Y no es sexismo, es un regimiento durísimo, caminan 40 kilómetros con 60 kilos a cuestas, no creo que sea una bestialidad decir que no es fácil para una mujer".

Hasta la Segunda Guerra Mundial, los jefes del espionaje consideraban que las chicas no tenían un hueco en el espionaje. Era cosa de tipos duros. En todo caso, les daban papeles en los que podían sacar provecho de su aparente debilidad y de la tendencia de muchos hombres a volverse locos y perder los papeles por las curvas de su cuerpo.

La guerra sirvió para demostrar al mundo que estaban equivocados. Muchas mujeres contribuyeron a la victoria aliada y fueron torturadas y dieron su vida por la causa, sin aceptar la delación a cambio de salvar la vida.

El machismo quedó latente ahí durante muchos años, aunque fuera de baja intensidad. Ya en los años setenta y ochenta, las mujeres entraron a desempeñar todo tipo de funciones en estos menesteres con idénticos o mejores resultados que los hombres.

En las unidades operativas de todos los servicios secretos del mundo, las mujeres juegan su papel de James Bond en las mismas condiciones que los hombres. No tienen privilegios: mismo trabajo, mismos riesgos. Por eso, no entiendo las palabras de mi admirado Forsyth. Se equivoca totalmente.

FERNANDO RUEDA

24 feb 2014

  • 24.2.14
El “Quinteto de Cambridge” –el mejor grupo de agentes dobles de la historia- dejó a los servicios secretos ingleses llenos de heridas infectadas por todas partes. Prestigio, confianza, seguridad… fueron llagas que les costó curar muchos años.

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Paralelamente, la presencia de dos homosexuales en el grupo, Guy Burgess y Anthony Blunt, avivó la fobia que ya existía en el espionaje sobre la presencia en sus filas de tipos alejados del prototipo de James Bond. Un agente promiscuo les presentaba menos problemas para la seguridad interior que un gay.



Muchos se preguntarán, con razón, cuál es el motivo por el que siendo tres los heterosexuales del grupo y sólo dos los gays, se despertara ese sentimiento homófobo. Sin duda, ya había un sentimiento, que muchos consideraron ley, de que los homosexuales eran más vulnerables al chantaje, probablemente porque después de la Segunda Guerra Mundial muy pocos salían del armario y simulaban intencionadamente su amor por las mujeres para evitar el vacío de la sociedad.



Este estigma se prolongó durante años. En la década de los ochenta se fue relajando el rechazo, aunque el ocultamiento de su condición sexual por parte de los candidatos se seguía produciendo. Se les empezó a admitir, aunque evitando que ocuparan puestos de responsabilidad.



Finalmente, en 2008 cambió radicalmente el planteamiento de los mandos del MI5. De aparcarlos, pasaron a buscar nuevos agentes que fueran homosexuales. Además, lo hicieron público reconociendo que al igual que buscaban para captar musulmanes británicos y personas que hablaran diversas y extrañas lenguas árabes, también querían gays y lesbianas por su capacidad de moverse en ambientes hostiles y relacionarse con otras minorías.



De hecho, establecieron una colaboración con Stonewall, el principal lobby homosexual del Reino Unido, para que les asesorara en esa tarea. Y en 2009 aparecieron en la guía que edita esa organización con el listado de las empresas e instituciones donde gays y lesbianas pueden estar seguros de recibir un buen trato.



Los tiempos han cambiado en el espionaje. Antes odiaban a los homosexuales, a los que veían como personas débiles, y ahora quieren tenerlos en sus filas por sus cualidades para la infiltración.

FERNANDO RUEDA

18 feb 2014

  • 18.2.14
Fue un secreto guardado celosamente. Durante años, hubo muchos comentarios que señalaban a John Le Carré, el mejor escritor de novelas de espionaje, como un antiguo agente de los servicios secretos ingleses. Tuvieron que pasar décadas antes de que reconociera su apasionante labor como agente secreto. Esta es su historia.

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“Sí, sería ingenuo negarlo ahora. Primero estuve en el MI5 y después en el MI6. Pero nunca hablo sobre lo que hice; sencillamente, no se puede”. Corría el año 1993 cuando el gran escritor David Cornwell, conocido en el mundo entero como John Le Carré, reconoció al fin que su profundo conocimiento sobre el mundo del espionaje inglés no se basa exclusivamente en su capacidad de investigación, sino en que había sido uno de ellos.



El creador de ese personaje apasionante que fue Smiley reconoció, en una entrevista concedida a ABC, que su carrera comenzó cuando estaba estudiando en la Universidad de Berna, en Suiza: “Me encontraba muy integrado en la comunidad inglesa. Un diplomático me encargó algunos trabajos tan triviales y minúsculos que realmente no tenían ninguna importancia, pero yo iba por el mundo considerándome el mayor espía del mundo y le entregaba un paquete a un caballero en Ginebra o buscaba a alguien con un ejemplar de la revista 'Time' de la semana pasada. Fuere como fuere, yo me veía como la personificación masculina de Mata-Hari”.



Después, Cornwell fue a estudiar al Lincoln Collage de Oxford, donde le encargaron espiar a sus compañeros para detectar la presencia de agentes soviéticos: “Existía la convicción de que los rusos, los soviéticos y sus aliados, tratarían de reclutar entre las filas de los estudiantes de Oxford en los años cuarenta de la misma manera que lo habían hecho en Cambridge durante los años treinta”.



Posteriormente, “fui reclutado por las ramas civil y militar de los servicios de inteligencia. Creo que cuando se me presentó la opción me pareció intensamente atractiva. Es como si toda mi vida hubiera sido una preparación para ese momento. Era entrar en el sacerdocio”.



Tras cumplir los 21 años, fue enviado a Viena: “Era absolutamente necesario y desde luego una gran responsabilidad para alguien aún muy joven. Pero allí fue donde aprendí los rudimentos del espionaje”.



El origen de su alias John Le Carré está en que cuando se decidió a publicar su primer libro en 1961, sus jefes no le pusieron problemas, pero le advirtieron que siendo espía no podía utilizar su auténtico nombre. Así que un día, mientras iba en autobús lo tomó prestado del anuncio publicitario de una sastrería.



Desde 1960 hasta 1964 trabajó en la embajada inglesa en Bonn. Allí contempló cómo se levantaba el muro de Berlín, lo que le llevó a escribir su primera gran novela, El espía que surgió del frío. Poco después, gracias al gran éxito que obtuvo, abandonó el MI6. El espionaje perdió un gran agente y los lectores ganamos al mejor de los novelistas.

FERNANDO RUEDA

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