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HLA

FENACO



Mostrando entradas con la etiqueta Diario de una equilibrista [María Jesús Sánchez]. Mostrar todas las entradas
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1 feb 2019

  • 1.2.19
¿Tanto cuesta respetar al otro? Ver que hay gente más cercana al modelo estético de turno, y gente más lejana. La belleza es subjetiva. Ver que hay gente a la que le gusta la cerveza, y a otros a los que les gustan los refrescos o el agua clara. Gente que tiene un dios que le ayuda en sus penas, y gente que lleva una amatista en el bolsillo como protección.



Respeto es dejar a cada uno ser quien es. Ya tenemos bastante cada uno de nosotros con nuestra parte saboteadora como para tener también que bregar con las críticas externas. El problema es cuando vemos al otro como al enemigo, simplemente por ser diferente a nosotros. Y esto se agrava cuando surge el odio, que no es más que culpar al otro de nuestras desgracias o de nuestra mísera vida.

Pero no se rompe la cadena. Hay padres que siguen educando a sus hijos en el odio: son tan estúpidos que no se dan cuenta de que el que odia es un infeliz. Están condenando a esas criaturas a ir por el mundo atacando y sin tener paz interna. ¿Cuándo perdimos la conciencia de formar de una misma colectividad –la humana–? Como dijo Albert Einstein cuando le preguntaron por su raza y contestó: "humana, ¿es que hay otra?".

Lo que más me asquea son los dirigentes políticos que se dedican a dividir a la población, a sacar lo peor del ser humano para que esta corta vida sea una mierda para todos. Crear crispación con fines puramente económicos, que son los que siempre hay detrás, fomentar una sociedad dividida para que haya dolor incluso dentro de las familias. ¿Para qué?

Creo que los de abajo deberíamos impregnarnos del espíritu de los años setenta, esa época en la que fueron los movimientos ciudadanos los que pararon guerras, trajeron democracias y predicaron el amor a todo. No podemos sucumbir ni caer en sus luchas partidistas.

Habrá que mirar al lado y no para arriba, ver qué bueno podemos hacerle al prójimo. Ayudarnos mutuamente y cambiar la sociedad desde abajo. Quizás si todos nos imaginamos un mundo mejor, este sea posible. Soy una soñadora como John Lennon...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

25 ene 2019

  • 25.1.19
En el bosque de los árboles secos vive una bruja con rasgos encantadores que oculta un alma oscura y perversa que se alimenta de las alegrías ajenas. Si no te andas lista, te puedes enredar con su dulzura y caer en un pozo del que no se puede salir, aunque quieras. La clave está en no escucharla Y no probar su amargo chocolate.



Si muerdes, te perderás durante un tiempo y necesitarás ayuda para volver a respirar con normalidad. Todo en ella es atractivo y su casa es como la del cuento de Hänsel y Gretel. Pero no te fíes. Puedes llevar tiempo comiendo ese chocolate, pero eso no significa que sea bueno su consumo.

Cuando más alerta hay que estar es cuando eres feliz, o te ocurre algún pequeño milagro, o la vida te regala algo inesperado. Así, rebosante de energía, es como más le gustas. Con esa bonita energía ella puede seguir viviendo si consigue su fin, que no es otro que arrebatártela. Ella sin ti no puede vivir: envejecería hasta desaparecer. Pero es que la felicidad da mucho miedo. Más que la bruja. Y a veces dejarse caer en su telaraña, aunque no es agradable, sí resulta cómodo.

Hay que estar alerta y no responder a sus preguntas. Seguir caminando por tu sendero y evitar la tentación azucarada. Aunque la senda parezca peligrosa y no sepas a dónde lleva, es la senda de tu vida, el camino que has de construir. La casa de chocolate te da una protección ilusoria porque allí no hay aire, ni amor, ni vida. Cuando veo que me llama y me habla de felicidad, ya no la oigo. No es más que un viento frío que roza mi oído. La incertidumbre de la ruta es lo que hace latir mi corazón. Así que, por aquí seguiré…

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

18 ene 2019

  • 18.1.19
De nuevo he caído en brazos de Cole Latimer. Lo necesitaba. Me zambullo en esta novela romántica, como en un clásico de Antón Chéjov. Lo mismo escucho opera, que AC/DC, o sevillanas. Me gustan las películas de autor, me encanta My Blueberry Nights o No mires para abajo, pero también me distraigo viendo pelis moñas, siempre y cuando el argumento y la actuación sean creíbles.



En definitiva, me gustan y me emocionan miles de cosas. Me parece muy elitista o clasista tener que definirme dentro de un grupo. ¿Por qué no poder pertenecer a muchos? En determinados ambientes, parece que para formar parte de la manada tienes que tener determinadas aficiones y gustos. En la España del blanco y el negro, eres de los míos o estás contra mí.

Nos falta escuchar al otro; nos falta diálogo y respeto a las ideas ajenas. Nos falta espíritu democrático y ganas de llegar a acuerdos y soluciones. Cuando veo a políticos creando crispación, me encantaría que hubiera un torneo medieval, donde ellos se pegaran hasta que ganase uno y no utilizasen a los vasallos para que les hagan el juego sucio en la calle.

¿Hay paz dentro de alguien que odia y grita? No. Hay mucha gente que por sus actos puedes ver la negrura de su corazón, la poca empatía y las ganas de que la vida de los demás sea igual de mierda que la suya.

Yo le pediría a la energía que todo lo mueve que nos mande paz para el corazón, que convierta el odio en respeto y que todos seamos capaces de vernos como realmente somos: simples seres humanos, con independencia del dinero o del poder que ostentemos.Todos somos mortales. Por eso no quiero cosas materiales: solo quiero paz. Aunque suene a ilusa.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

11 ene 2019

  • 11.1.19
Empieza a silenciarse la voz esa que siempre me ha exigido ser alguien que no soy, que no ha respetado mi esencia. Voy aprendiendo a bajar al cuerpo y a escucharlo: el cuerpo es sabio. Desde niña, en el colegio, con mis padres y en la iglesia siempre me sentido anulada o, más bien, como una atleta que no llega a la meta nunca.



Ser buena, modosita, no hablar mucho, no ser la voz disonante; ser una borrega más en la multitud y hacer lo que la sociedad espera de mí, o lo que Dios necesita de mí, o lo que mis padres querían. ¿Y cuándo me han dado la oportunidad de conocerme a mí misma?

Siempre corriendo sin llegar, cansada, exhausta, con las voces subidas cual auriga que no para de darme con el látigo. Yo soy el caballo al que hay que controlar, domar y, muchas veces, humillar. Estoy ante una página en blanco: yo. ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que me gusta?

La mayor parte de las veces soy una mujer que adora la tranquilidad, la observación del universo; una mujer a la que le encanta dormir y para la cual, pasar el día tumbada es un día ganado. Un buen libro, música envolvente, una mantita y la mañana perfecta está ahí.

Pasear por las calles sin rumbo, solo por sentir el movimiento de mi cuerpo, el sol y el viento, y me sobran todas las joyas. Tiempo es mi regalo favorito. Tiempo para descansar, para reír con una amiga; tiempo para besar lento, para sentir su aroma y su calidez.

Salir de la rueda, dejar de ser el ratón tonto que solo corre. Desearme el bien, volar sobre la maldad, abrazar la ternura, la bondad y la sencillez. ¿Qué necesito ahora? Nada. Esta soy yo: la que vive dentro de mí, la que siempre está aunque a veces los gritos no la dejen expresarse. Esta soy yo...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

4 ene 2019

  • 4.1.19
Me encanta abrir las ventanas por la mañana y dejar que el aire fresco oxigene mi casa y se lleve los malos humos. Siempre tengo la sensación de que todo se renueva, de que existe algún tipo de nuevo comienzo. Cuando todo está ordenado y limpio se respira paz y armonía. ¿Por qué no hacer lo mismo con la mente? O con la propia existencia...



De vez en cuando hay que abrir las ventanas de la cabeza y dejar que el viento nos penetre por todo el cuerpo. Sentir su frío convertido en calidez y soltar todos los malos pensamientos y las contracturas musculares. Borrar los deseos frustrantes y dejar que el pasado se convierta en un globo lleno de helio que se escapa de entre los dedos, a pesar de lo mucho que la mente quiere agarrarlo. Ver cómo se aleja, se desprende de uno y se va haciendo pequeñito pequeñito hasta que el universo se lo traga.

La suciedad no es fácil de eliminar. Además, existen grados. Hay pensamientos que con solo pasarlos por la razón desaparecen porque son tontos y sin sentido. Pero, a veces, hay grasa incrustada de años de la que no nos podemos liberar tan fácilmente. Nos molesta, pero hemos aprendido a vivir con ella.

Pensamos que si no estuviera la echaríamos de menos porque, al fin y al cabo, se ha producido tal simbiosis entre los dos que hemos llegado a identificarnos con ella. Es decir, creemos ser esa grasa pegajosa que repele. Pero esta grasa no es real, es solo producto de la mente. En esa grasa hay mucha mierda acumulada por no haber abierto las puertas y las ventanas a tiempo.

Cuesta más, pero también se puede ir. Habrá que restregar más y no será cosa de un día, pero desaparecerá. Desde el momento que la veamos como algo ajeno, todo cambiará. Hay que pararse para ello. A lo mejor es un buen momento el inicio de un nuevo año y meter la limpieza dentro del ritual de las uvas y del cava.

Podría comenzar con salir a la calle y sentir el aire frío y algún que otro rayo de sol que se atreva a asomarse en invierno. Sentir que ese aire me va quitando capas y capas y llega hasta el lugar donde la mugre se ha escondido por décadas, la toca y la va deshaciendo sin ningún esfuerzo. Le digo adiós y sin saber cuál ha sido su función en este tiempo le doy las gracias porque alguna razón tendría para existir, llámese protección o lo que sea.

Comienza a llover y el agua lo va arrastrando todo hacia las alcantarillas. El agua es la fuerza que apenas se nota, pero que todo deshace, ya sea una roca o un camino. Limpia todo a su paso. Y con ese agua siento un nuevo bautismo, un nuevo renacer, una nueva senda que se ilumina frente a mí, que aunque desconocida aún, supone una aventura ilusionante.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

13 abr 2018

  • 13.4.18
Debajo del asfalto hay vida, tierra, animalitos. Una vida con mucha fuerza. Paseando he visto dos margaritas guerreras que se niegan a que las ninguneen. Emergían con energía de entre las baldosas de la acera. Las hojas de los árboles caen en otoño y abonan en el suelo para que otros seres pueden alimentarse: hacen que la tierra sea fértil para que, al llegar la primavera, vuelva la vida que ha estado dormida y latente. Paseamos sin ver cómo la naturaleza cambia, cómo tiene un ciclo parecido al humano, distintas etapas que se van sucediendo.



Últimamente estoy más filosófica y me escapo de la cotidianidad para asombrarme con todo lo que me rodea: las abejas que ya empiezan hacer su trabajo; los tímidos brotes del azahar; el verde clorofila que se intuye en los días de lluvia. Todo está en constante cambio y transformación, aunque yo no me mueva del mismo lugar.

Mi cuerpo es un micromundo en perpetua transformación y yo continúo esperando una normalidad. Pero, ¿qué es ser normal? Alguno de mis cabellos se ha vuelto rebelde y blanco; trasnochar ya no es tan divertido; mi sofá y mi manta son el reino de muchos fines de semana.

Mis pulmones y mi corazón trabajan sin descanso, la mayoría de las veces en silencio, aunque otras se hacen sentir y a mí me entra el miedo. ¿Me va a dar un infarto? ¿Os es solo la ansiedad cabalgando sobre mi pecho? Horas de estrés, minutos de calma, sueño suave, pesadillas extrañas, deseo, apatía, ilusión, desengaño, frustración, poder... Todos estos sentimientos me habitan y van apareciendo sin aviso. Y yo quiero controlarlos todos.

Quiero controlar a la de la cofia, que es "Mariquita, la que mejor limpia", que todo el día me empuja a hacer cosas y a hacerlas bien. Pero luego vive en mí una Margarita a la que le gusta pasear, mientras sus pulseras tintinean, y descubrir una lombriz que atraviesa una carretera o dos álamos blancos que bailan con destellos plateados. Esta es la que me trae a la verdadera realidad: la de la vida que sigue adelante aunque nos empeñemos en pararla.

Algún día seré abono de una tierra de la que brotarán flores y la hierba verde me cubrirá haciéndome cosquillas cuando el viento de marzo la mueva. Mis miles de células hacen su trabajo cada día para que yo pueda moverme, alimentarme, oler la savia, sentir el frío en mis huesos y la lluvia en mi cara.

Yo soy un ser vivo que forma parte de un gran sistema que funciona sin ningún mecanismo que lo empuje. Solo sigue su curso, como un río que sabe hacia dónde tiene que ir. La vida es un misterio que empieza con respirar aire. Desde el inicio sabemos dónde está el alimento: nadie nos enseña a mamar.

Durante un tiempo, nuestra mente nos dibuja inmortales para que podamos disfrutar y creer que no nos va a pasar nada. A este etapa le sigue la madurez, cuando empezamos a ver que solo somos tiempo, pero la rutina nos arrastra robándonoslo.

A lo mejor de tu tronco salen otras ramas, esos hijos que, a su vez, pueden tener otras ramitas. Un día te vas con tus recuerdos y vivencias, y algo de tu esencia queda en el corazón de los que te conocieron. Todo esto no es triste: no somos más que hojas que caen para dar paso a nuevas vidas.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

7 abr 2018

  • 7.4.18
Nadie aprende en cabeza ajena y, además, lo que aprendes por ti misma se queda grabado en tu ADN: es una enseñanza para siempre. La primera vez que me dijo que el chico que acaba de conocer era un bohemio y que la llamaba poco, y ella justificaba esa falta de interés a su forma de ser, yo me callé. Ella estaba cada vez más prendada de él y él seguía con su ritmo, el ritmo del que se deja querer y coge la fruta que le ofrecen sin contraprestación.



Lo bueno de ir cumpliendo años y tener muchas vivencias, propias y ajenas, es que si no malgastas las derrotas, aprendes mucho y vas descubriendo cómo se mueve el mundo y qué habita en los corazones humanos.

Cuando alguien se enamora, no es una elección, no es una decisión racional: simplemente ocurre. Y si no pasa, es algo irremediable. El amor sigue siendo una materia pura en la que no existe el engaño, y en la que no hay esfuerzos posibles. Es un regalo que, a veces, puede estar envenenado por no ser correspondido.

Me ha costado mucho aceptar esta realidad. Yo no decido de quién me enamoro, ni el otro puede decidir si se enamora de mí o no. Cuando nos rechazan vamos corriendo al espejo a ver si nos falta algo; repasamos mentalmente conversaciones para encontrar fallos, porque somos tan ilusos que creemos que si hubiésemos hecho las cosas de manera diferente, aun estaríamos con el ser amado.

Aunque no puedo negar que el rechazo me deja indiferente, lo que sí he conseguido es verlo como algo irremediable. Esa persona no podía quererme. Tema diferente es que me engañe y me diga cosas que no siente con algún fin. Ahí no hay perdón. A veces es difícil saber qué sentimos: la maraña del miedo puede crear engaños en nuestra mente.

Ahora ya no me siento tan culpable cuando tengo que hacer frente a una mirada emocionada que quiere más y a la que yo no puedo corresponder porque mi corazón no lo siente. La verdadera suerte ocurre cuando amas y eres correspondido. Y si esto no se da, solo nos queda seguir caminando porque, a lo mejor, la vida nos reserva una bonita sorpresa en una esquina cualquiera.

Estoy contenta porque Marina ha aprendido la lección sin que yo haya tenido que explicársela o convencerla de nada. Me ha llamado para contarme que se ha dado cuenta de que el problema no era que no fuera el momento de él para enamorarse. Es, solamente, que no se ha enamorado de ella, y ella sí. No había habido promesas. Lo hablaron, fueron sinceros y se despidieron con un abrazo y un "te deseo lo mejor". Un final que si no es feliz, sí que es digno de una buena película.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

30 mar 2018

  • 30.3.18
Con una esperanza de vida que supera los 80 años, ¿por qué alguien de 40 es viejo, especialmente si eres mujer, para el mercado laboral? Este sistema está enfermo: solo quiere caras jóvenes, sean como sean, y de ahí viene esa necesidad imperante de cirugía estética.



Con 20 años no sabes de qué va la vida; con 30 buscas tu lugar y con 40 estás asentado y ya sabes lo que quieres: tienes una experiencia vital y una intuición desarrollada que te ayuda a tomar mejores decisiones. Pues nada, eso no se valora. Si además de tener 40, eres mujer, te vuelves invisible para muchas empresas.

El problema es que no se tiene en cuenta el capital humano, ese tesoro que acumula la formación de las personas, sus vivencias, su profesionalidad... fruto de años de trabajo. Y como todo capital, tiene un valor y un precio. Pero cuando tu economía se basa en costes baratos, con sueldos bajos, te da igual contratar a alguien de 20 años para un puesto de responsabilidad porque le puedes pagar poco dinero. Solo por eso.

En España se malgasta capital a borbotones. Conocí hace tiempo a un señor que había sido un alto directivo y, con 80 años, había formado una asociación de gente de su edad, profesionales jubilados que se dedicaban a asesorar a personas jóvenes que querían montar una empresa. Ellos aportaban de manera desinteresada su capital a estas nuevas empresas. El capital más importante: el de la experiencia de años trabajando.

No soy partidaria de hacer siempre lo mismo: soy una fiel defensora de la innovación. Pero para avanzar, hay que conocer el pasado. Si aprendo cómo se ha hecho siempre una tarea, puedo plantearme una nueva forma de llevarla a cabo. Uniendo experiencia con ganas de avanzar, un país puede llegar lejos.

Veo gente de 40 años con una excelente preparación, con años de vida laboral, que ha trabajado bien y que el zarpazo de la crisis o la mala gestión de los dirigentes de la empresa –bastante común en esta España nuestra– los han condenado al ostracismo.

No es que en otros países el panorama para los que tienen más de 40 esté mucho mejor, pero sí hay países donde lo que se busca es la calidad y no la cantidad. Son esos países punteros en investigación, en innovación y en economía. Porque, al final, está claro que si utilizas bien tus recursos, sean humanos o no, podrás crecer y hacer que tu país sea un sitio mejor para vivir. Ojalá alguien vea la valía de mi prima…

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

23 mar 2018

  • 23.3.18
Además de ser un hada, me encantaría poder unir a la gente, ser una celestina. Hace tiempo que ya no lo intento, no he tenido mucho éxito. Solo una vez conseguí que un chico joven que estaba obnubilado con una niña frívola –fruto de una falta atroz de cariño– enfocara su mirada sobre la hermana de la díscola.



La hermana era la mayor de tres hijas no deseadas por sus padres o, por lo menos, no más allá de perpetuar sus genes. Gente rica que tiene hijos porque hay que tenerlos y los manda internos todo el año. Más o menos como en mi caso…

La mayor vivía a la sombra de la mediana, una rubia con los ojos azules y con unas curvas que la convertía en una verdadera Lolita de 16 años. La primogénita, sin embargo, era morena de ojos castaños, pelo corto, cuerpo agraciado y una bondad infinita en la sonrisa.

Cuando la conocí, aunque yo no era mucho mayor que ella, la adopté desde el primer momento. Veía en ella esa inseguridad del que cree que nada merece. Era responsable de controlar a su hermana rubia y de cuidar a la pequeña. Las tres estaban en el mismo internado.

Me gané su confianza y le fui haciendo de espejo para que viera que ella era bonita y que no tenía por qué compararse con su hermana. Eran sencillamente diferentes. Yo la entendía: en el mundo de las apariencias, la bondad es invisible. Se fue abriendo y conocí su sonrisa, una sonrisa que la hacía más bonita y la sacaba de las sillas donde esperan las chicas que creen que no tienen opciones.

Con él esperé. Lo dejé que se estrellara y viera que la Lolita solo tonteaba por deporte con él y con cualquiera del que pudiera obtener un poco de atención para su ego, crecido ante una autoestima pisada por unos padres fríos. No la juzgo: ella hacía lo que podía para no sentirse sola.

Poco a poco y de manera sigilosa conseguí que la que se creía Cenicienta y él se hicieran amigos, hablaran y se conocieron de verdad. Los días pasaban y no teníamos mucho tiempo, pero yo sabía que él era un caballero y bueno de corazón.

Empecé a dejar un rastro de alabanzas sobre la chica –mi Melibea– para que viera lo mismo que yo veía: bondad y belleza sencilla. Estábamos todos en un internado de verano en Francia y las tardes se iban acortando, mientras sus paseos y sus charlas se alargaban. Me encantaba verlos juntos. Se miraban con esa timidez del que quiere esconder que siente algo por el otro.

Llegó la despedida y vinieron a decirme adiós cogidos de la mano. Ella se había transformado, tenía una luz en la cara que te atrapaba. Se sentía especial gracias al amor de él. Ante un despiste de ella, el me confesó al oído que la había besado. No sé cómo se sentirán las hadas madrinas de los cuentos, pero seguro que no experimentan la sensación de alegría que me inundó.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

16 mar 2018

  • 16.3.18
Orgullosa de tu determinación, de tu decisión de mirar solo para delante; de haber cogido el toro por los cuernos, de no haber mirado para otro lado. De que dentro de ese cuerpecito menudo haya una valiente, una guerrera, una madre, una hija y una buena nieta.



Nos conocimos por casualidad, en un curso, y desde el principio nos reconocimos como iguales: mujeres luchadoras a las que les gusta hacer las cosas bien, de esas que no lloran o miran al cielo esperando ayuda, sino que toman decisiones y siguen con su vida.

La amistad y el amor tienen algo en común: se dan porque sí, sin grandes explicaciones. Conectas con algunas personas y con otras no. Todo un misterio.

Estudiar es una carretera con subidas y bajadas profundas, y nosotras siempre nos hemos ayudado la una a la otra para que ninguna terminase en el fondo del valle. A veces hemos vivido cierto pique con las notas, pero siempre desde el cariño y la admiración mutua.

María es de esas personas que te hacen creer en el ser humano, que le miente a los telediarios, que es buena gente. Y a mí nada me gusta más que las buenas personas. Me encanta su capacidad de trabajo y cómo ante cualquier cosa que le preguntes, ella investiga y te dice la mejor manera de hacerlo.

Otras personas se habrían ahogado con las olas que el mar de la vida les ha enviado, pero ella ha aprendido a nadar rápido, sin necesidad de tabla, y gritando al agua salada que la podrá mojar, pero que no la hundirá. Ni ahora, ni nunca.

Reina de un castillo en el que vive el hombre de su vida: su hijo. Castillo que ya no guarda recuerdos de épocas pretéritas. Abrió las ventanas al viento del norte que todo lo purifica. De corazón limpio, conserva un cofre con la ilusión de lo nuevo, sonríe al futuro y ha decidido que los sueños no pueden esperar y que el momento es ahora.

Pequeña cuando se vuelve aire y grande cuando vuela sobre el temporal. Mi amiga María es una guerrera de esas sobre las que nunca se contarán leyendas, porque ella es real, no es producto de la imaginación de nadie. Ella es una mujer del siglo XXI, que trabaja, que ama y que sobrevive a la jungla de las lianas enredadas de la vida rápida.

Te podría escribir un cuento, un futuro, pero mi corazón sabe que serás tú la que, con tus actos, dibujes tu historia.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

9 mar 2018

  • 9.3.18
¿Y si me hago un ramo de flores de invierno con todas las sonrisas que la gente me dedica en el día a día? ¿Y si esas flores fueran cálidas, llenas de corazones dulces que me desean lo mejor, la salud, el amor y la paz interior? Llevo un tiempo en el que mi corazón ha empezado a galopar por su cuenta. Un caballo al que el miedo le susurra que no pare. Noto cómo se ahoga pero, aún así, sigue adelante.



¿Cómo puedo yo pararlo? Ayer por la noche la tiré por la ventana, quería que se despeñara... Me refiero a esa voz asquerosa y viscosa que se pasa el día contándome todo lo que no funciona en mi vida. Hay días en que su poder es tan fuerte que me deja sin ganas de nada.

Estoy cansada de luchar contra gigantes blancos creados por el miedo a los cambios, por la falta de estabilidad, por querer saberlo todo y por querer una existencia plana, sin sobresaltos. ¿Y si no apruebo las oposiciones? Tengo que, tengo que… Estudiar tantas páginas hoy, hacer la comida, administrar bien mis ahorros...

La voz lógica es la que me dice de vez en cuando: "tú eres gilipollas, ¿te crees que no te vas a morir, o qué?". Esa misma voz es la que no pudo más ayer y cogió del cuello a la pesimista lastimosa mientras le gritaba: "Vete a la mierda. La vida es esto: caos, cambio, inseguridad... O lo aprendes de una puta vez o te vas a perder lo que sí tienes: una casa, amigos, familia –mi prima–; tienes una preparación, hablas idiomas... Si no apruebas las oposiciones, algo saldrá. Y para que salga, tienes que creer en ti".

A menudo, esta parte real que hay en mí trata de desmontar los argumentos de la parte imaginaria, creadora de pesadillas. Pero no siempre lo consigue. Sé que no estoy sola, sé que no soy la única. Ahora sé que todos tenemos esa voz que, para protegernos, utiliza los gritos y el miedo. Es difícil hacerse amiga de ella, pero creo que debemos llegar a algún tipo de entendimiento si no quiero volverme loca. Las luchas no son buenas y yo lo que quiero es paz.

Recién duchada, oliendo a serenidad, con la niña que fui en brazos, prometiéndole cuidarla cada día. Diluida en mi sofá, descubriendo que la vida tiene que ser otra cosa, vislumbrando un camino de paz y dejando sobre una piedra el latido sordo que me vuelve campana. Hoy la noche me susurra que el cambio es posible...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

2 mar 2018

  • 2.3.18
¿En qué momento se perdió? ¿ Cuándo dejó de ser él y pasó a ser un autómata? Es increíble cómo ha cambiado: cabizbajo, desaliñado... Anda solo por las calles, como un fantasma atrapado entre la vida y la muerte. ¿Cómo no recordar aquel moreno guapo, alto y delgado que bailaba el ritmo de Losing My Religion en la discoteca de verano del pueblo?



Tenía todo para ser un rompecorazones: ojos negros que te atravesaban –como diría una copla–, sonrisa divina, juventud y presencia imponente. Más de una suspirábamos a su paso. ¡Qué pena! Pero mi prima ya me lo advirtió hace unos años: “Al moreno que te gusta, le encantan las rayas”.

¡Cuánta gente empezó y empieza con la tontería de la diversión y del “yo controlo” y terminan con el cerebro frito y sin posibilidad de retorno! Pierden su vida, su juventud, su día día, por sustancias que al principio te venden una realidad brillante pero que, al poco tiempo, te sumergen en un laberinto de calles negras. La droga: esa espada que envenena, mata y destroza a personas y familias.

La última vez que hablé con él me dijo que ya empezaba a comer. Solo le pregunté qué tal le iba, como se hace con cualquiera que te encuentras en la calle, y su respuesta fue: “Ahora ya como”. Me dejó fuera de lugar.

Ahora, cuando me lo cruzo, no lo miro. No sabría qué hablar o qué decirle porque, realmente, él ya no existe. Miles de conjeturas pasan por mi cabeza. No puedo salir de ahí: ha estado en un centro de desintoxicación, vive en la calle… Pero lo que me martillea la cabeza es saber por qué. ¿Por qué?

Tenía todo un futuro por delante. Podría haber sido modelo, comercial o lo que hubiera querido y, sin embargo, prefirió las noches blancas de risas llenas de evasión. Y lo que empezó como un juego ha terminado rompiendo su vida.

Ayer sentí frío al verlo. Los ojos vacíos, andando sin rumbo, un Frankenstein sin sonrisa y sin voluntad. Un muerto viviente. Siento pena por él, por su familia, por la gente que muere en los corredores de la droga, por los ajustes de cuentas. Pena por los pueblos que se hunden. Pena por aquellos que no ven que detrás de la cocaína hay un reguero de dolor.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

23 feb 2018

  • 23.2.18
Delicada, exquisita, con un acento encantador y una figura armoniosa. Yo no me explico cómo los hombres no ven lo mismo que mis ojos y mi alma ven. Desde pequeña he tenido claro que me gustan los hombres y, con el tiempo, me han empezado a atraer los hombres muy masculinos, sin amaneramientos, sin dudas.



Hombres capaces de afrontar los envites de la vida con una mirada decidida. No superhombres, ni ególatras orgullosos: simplemente, hombres que no huyan de los problemas. Eso es lo que quiero para mí y, también, para ella.

Nos conocimos en clase de Francés. Ella era la profesora y, desde el principio, todos caímos bajo su hechizo: sonrisa franca, sin dobleces y enamorada de su trabajo. Cuando alguien hace algo que le entusiasma, esa energía se transmite a todo el mundo.

A pesar del horario, que era un poco tarde, siempre esperaba con ilusión las clases de Francés. Siempre nos reíamos y aprendíamos sin darnos cuenta. Yo iba para prepararme el B2, ya que desde pequeña hablo la lengua de Víctor Hugo, aunque no tenía título.

Tiene una memoria extraordinaria: siempre se acuerda de los nombres y de las circunstancias de sus alumnos. Terminé sus clases y pasé con éxito el examen. Nos volvimos a ver tiempo después, por la calle, y en uno de esos encuentros que en las películas marca un punto de inflexión.

De aquel punto salió una amistad. Nada me gusta más que rodearme de buenas personas, de corazones puros, y ella es uno de ellos. Enfrenta la vida desde la delicadeza, desde las palabras amables, desde la suavidad. Esto ha sido a veces interpretado por algún ogro como síntoma de debilidad.

La fortaleza nada tiene que ver con los gritos, el ataque y el apabullamiento del otro. La fortaleza consiste en levantarse del suelo, cuando una lo que querría es quedarse allí tirada, tomar decisiones, coger la riendas del caballo desbocado en que se ha convertido tu vida y subir y subir hasta estar totalmente de pie.

Todos somos humanos y todos sentimos el dolor de los sueños rotos, pero no todos asumimos que aquello que parecía eterno ha terminado y que hay que seguir sonriendo para que el sol nos dé calor. Ella es una valiente, aunque a veces el espejo no se lo diga. Independiente y mamá gallina que solo aspira a una vida sencilla, tranquila y sin sobresaltos.

Me encantaría ser el hada madrina esa que siempre he deseado ser desde pequeña y poder mover mi varita mágica y construirle una casa soleada en el campo, un hombre que la mire con embelesamiento y al que ella adore, además de un futuro certero para sus hijos. Como no puedo convertirme en el ser mágico, solo puedo abrazarla fuerte esperando que ella vea lo hermosa y la gran mujer que es.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

16 feb 2018

  • 16.2.18
¿Qué derecho tengo yo a meterme en la vida de nadie? ¿Debería haberla avisado? Ayer la vi después de muchos años. Aún sigue teniendo ese encanto de las mujeres de piel muy blanca e inocencia en la mirada. Vinieron de golpe a la mente mis tribulaciones internas sobre si escribirle una carta anónima o acercarme en la iglesia para decirle quién era su novio.



Siempre me cayó bien, aunque no había hablado con ella. La veía en la misa de los domingos, en aquella época en la que yo buscaba el sentido de la vida entre el incienso y las charlas de unos hombres que se suponía que eran castos.

Era el primer verano que no estaba interna, esperaba el inicio de la universidad y lo pasé en Madrid haciendo un curso de Documentación. Me hice con una pandilla con la que salía los sábados: éramos todas chicas, pero algunas de ellas tenían hermanos y amigos de esos hermanos que, a menudo, solían frecuentarnos. Fue así como conocí al impresentable novio de esta chica. ¿Se llamaba Teresa o era Esperanza?

Apareció un día un chico de esos que hacen mucho deporte y que, aunque no era muy guapo, se sentía un semidiós. Yo lo encontraba soso y aburrido y, físicamente, tampoco era Brad Pitt. Al principio creía que estaba enamorado de ella: los veía pasear juntos y yo estaba en la edad de la credulidad. La gente me parecía feliz y el amor siempre era de verdad.

Me costó darme cuenta del doble juego que él llevaba: sus maneras suaves no hacían presagiar su mezquindad. Ella era la novia educada y buena que presentar a su familia. Después de dejarla en casa, venían las "pelandruscas", como él las llamaba, con las que hacer todo aquello que su formal novia no quería.

Las otras eran para él simples objetos para procurar su satisfacción de hombre –parecía ser que las mujeres no tenían esas necesidades...–. Daba igual si tenía que ilusionarlas, si les prometía la luna y lo único que veía en las pobres eran agujeros negros. Todas sufrían por su egoísmo y por su falta de sensibilidad.

A mí aquella chica me daba pena, sabía que era muy religiosa… ¿Y si, llevada por el amor, se acuesta con él y luego descubre que ha dejado de lado sus principios por un cerdo? Las mujeres buenas tenían que ir vírgenes al matrimonio, según nos decían las monjas, y el sexo era algo sucio, una especie de sacrificio por tener a un varón al lado. No creo que haya habido una forma mejor de castrar a las mujeres.

Ella era buena y seguía a rajatabla la doctrina. Además, el hecho de ser casta la revalorizaba a los ojos de él. Todo muy freudiano.

Nunca me atreví a decirle nada. No sé hasta dónde llegó la intimidad con el impresentable. Yo no era nada para ella y no tenía por qué creerme... Hoy la he vuelto a ver e iba acompañada... Y estoy contenta porque, al menos, no se casó con él.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

9 feb 2018

  • 9.2.18
¿Por qué nace un niño para morir tres años después de sufrir lo indecible por un cáncer cerebral? ¿Por qué las buenas personas que anhelan tener hijos y que los cuidarían con amor y cariño no pueden tenerlos? ¿Por qué existe el dolor? ¿Por qué los de abajo sufrimos las guerras de los que viven a nuestra costa? ¿Por qué solo se sienten responsables del cuidado de los padres y de los hijos las mujeres?



¿Por qué el color de la piel es una división? ¿Por qué interesa tanto con quién se mete alguien en la cama? ¿Por qué la historia no es lineal? ¿Por qué el corrupto y el dictador salen impunes y se mueren en su cama? ¿Por qué me duele la pierna? ¿Por qué mi padre es inhumano? ¿Por qué mi madre no me quiso y nací? ¿Por qué no me dejaron con mi abuela? ¿Por qué hay gente mala? ¿Por qué somos borregos atontados por gobernantes corruptos?

¿Por qué los ineptos y sinvergüenzas ascienden? ¿Por qué soy yo tan sensible? ¿Por qué soy tan perfeccionista y me exijo ser cien por cien coherente? ¿Por qué los hombres no ven que las mujeres guapas son solo mujeres? ¿Por qué hay gente que se aprovecha de la buena fe del prójimo? ¿Por qué no se valora la bondad? ¿Por qué no cotiza el bien? ¿Por qué hay palabras que hieren? ¿Por qué no puedo crear yo otros mundos? ¿Por qué no puedo regalarle una vida feliz a los que quiero?

¿Por qué no puedo volar o ser invisible cuando quiera? ¿Por qué me cuesta tanto todo? ¿Por qué existen las enfermedades mentales? ¿Por qué las personas mienten y se mienten? ¿Por qué hay que parir con dolor? ¿Por qué la vida es tan complicada para las mujeres? ¿Por qué? ¿Por qué?

Me gustaría hablar con un dios o con quien sea… Y que me responda. Hoy estoy como Juan Manuel Serrat: “Harta de ya estar harta, ya me cansé, de preguntarle al mundo por qué y por qué...”. Pena que yo no pueda vagabundear...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

2 feb 2018

  • 2.2.18
A lo mejor los mansos alcanzarán algún día del reino de los cielos, ese del que hablan en los púlpitos. Pero, mientras estén en este mundo, van a sufrir mucho. La bondad o buena voluntad no está de moda; de hecho, es vista como signo de debilidad. Los buitres prepotentes se afilan el pico cada vez que se cruzan con una buena persona. Ya sea por propia naturaleza o por educación, hay gente que le gusta ayudar a los demás, que actúan desde la empatía y que creen que todo el mundo es bueno. Pero no es así.



Estoy harta de ver cómo los buenos son pisoteados y explotados sin recibir ninguna clase de agradecimiento. Y es que hay unos seres llamados parásitos a los que no les gusta trabajar o quieren una vida lo más cómoda posible. Ellos tienen derecho a todo, pero sin ninguna obligación.

Son esos que siempre echan las culpas a los otros, que gritan a cualquiera cuando no hacen lo que ellos quieren. Da igual que el otro no pueda o tenga prohibido hacer lo que le pide. Son una especie de dioses malvados, parecidos a los de las tragedias griegas.

¿Sus características? Son egoístas, ególatras, maleducados, mentirosos, insensibles y bastante “listos”. Ojo, no es lo mismo ser listo que inteligente. En España, se suele utilizar el adjetivo "listo" como sinónimo de "despierto" o "avispado" pero, también, como "sinvergüenza" y capaz de hacer lo necesario para no dar ni golpe.

No creo que haya muchos países europeos –al menos, no en los protestantes– donde la gente se jacte de defraudar o de obtener ayudas de manera ilegal. Sin embargo, en este santo país nuestro hay miles de pavos reales que presumen de no pagar impuestos, de declarar que ganan poco y así conseguir becas o viviendas públicas destinadas a los más desfavorecidos. Y la gente les ríe la gracia, como si no estuvieran cometiendo un robo a mano armada al resto de contribuyentes.

A mis 30 años ya he aprendido que ir de frente, tener buenos sentimientos y querer ayudar es doloroso. Al final, siempre se aprovechan de una. Es triste, pero es así. No creo que todas las personas tengan maldad, pero sí creo que hay una tendencia en el ser humano a explotar al débil. Hay que estar todo el tiempo defendiendo una línea imaginaria para que no la rebasen el egoísmo y la prepotencia ajenos. Y hay días que esto es muy cansado…

El pasado fin de semana trabajé de camarera en un bar del barrio para sacarme algo de dinero. Ya sé que opositando no es una buena idea, pero necesitaba salir de las cuatro paredes de mi cuarto. Tengo alguna experiencia de mi época universitaria, pero se me había olvidado lo impertinente que son algunos seres. Y aquí no utilizo el epíteto "humanos" porque sería mucho suponer... Pues bien, un energúmeno empezó a gritarme y a insultarme porque le dije que no teníamos la marca de ron que él quería.

Menos mal, que ya he aprendido que no se puede razonar con este tipo de bichos; que da igual lo que le expliques. Y, por eso, hice lo más inteligente que podía hacer: callarme. Se fue vociferando pero no me dejó su rabia...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

26 ene 2018

  • 26.1.18
Hoy iba por la calle y me he sentido como una extraterrestre, como un ser que acabase de llegar de otro planeta y observa todo lo que ocurre a su alrededor con ojos muy abiertos y extrañado por el comportamiento de los humanos. Paseo por Gran Vía y veo a miles de personas locas por comprar, por acumular más cosas en sus casas. El látigo del capitalismo feroz las empuja como si fueran animales que no tienen poder para decidir. La máxima es que “hay que consumir, da igual si necesitas algo o no”.



Colas en los probadores, colas en las cajas, colas para andar, para moverse... Los edificios a ambos lados hacen de sándwich, estrujándote para que no veas más allá, para que solo haya escaparates. Las rebajas pueden empezar un domingo, da igual si los trabajadores no son robots y tienen una vida familiar o social inexistente.

Ahora que he vuelto a España, tengo todas mis pertenencias en mi nuevo piso, alquilado con una amiga. Metiendo la ropa en los cajones me he dado cuenta de que no soy tan extraterrestre y también he sucumbido a menudo a los cantos de sirenas de la publicidad y de las compras. Más de 20 fulares, unas cuantas bufandas, sombreros, guantes, y me pregunto: ¿necesito tantos? ¿Cuándo fue la última vez que me puse alguno de estos complementos?

Recuerdo cuando era pequeña y el poco tiempo que pasaba en casa, entre el internado y cursos veraniegos obligatorios en el extranjero, mis padres aún estaban juntos y me llevaban a un club exclusivo al que pertenecían.

Había que ser de ese club para ser alguien en la sociedad en la que ellos se movían, con independencia de que allí no tuvieras ningún amigo de verdad o fuera un sitio donde te convertías en un maniquí de escaparate. Pero yo no era ningún maniquí sin oídos y sin sentimientos; a mí me dolían los comentarios maliciosos, ya fueran contra mí o contra otra persona.

Ir a aquel lugar era un suplicio: había que tener miles de bikinis o bañadores; era pecado mortal repetir traje de baño en una misma semana. Ahora, desde la lejanía, me parece una estupidez haber entrado en aquel juego de "mírame y te miro" pero, sobre todo, encuentro absurdo tratar de agradar a un grupo de gente que no me importaba nada y que eran unos frívolos y superficiales.

Estoy mirando con los ojos de una adulta que se conoce cada día más, pero yo entonces era una niña que necesitaba cariño.Y aún lo necesito. La serpiente sigue ahí. De vez en cuando aparece una voz seductora en mi cabeza que dice: "cómprate algo nuevo y te sentirás mejor". Es difícil no morder la manzana...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

19 ene 2018

  • 19.1.18
La puedes ver frágil, pequeña, vulnerable, pero ella no es nada de eso. Ella, desde la suavidad, siempre ha mirado el mundo de frente y ha buscado la manera de que éste sea un lugar mejor. No le ha importado acompañar a jóvenes que cayeron en la telaraña de las sustancias que hacen la adolescencia más llevadera, pero que te meten en un pozo tapiado.



Tampoco tuvo reparos en levantar su casa y viajar al sur del continente americano para tratar de educar a gente que no tiene quien le alumbre o que le enseñe que solo la escolarización y la formación pueden cambiar las cartas que la vida en un principio te asignó.

En su búsqueda por entender mejor al ser humano se embarcó en Sociología y quiso analizar el papel de la mujer en sitios donde son invisibles. Idas y venidas del tercer mundo al primero, sensación de que en el tercero es donde ella debe estar.

De repente, me entero que ha decidido irse al Congo, país de las violaciones masivas a mujeres y donde la vida no vale más que una bala o machete. Mona saltarina de rama en rama, de ONG en ONG, de país en país. Pero esta vez puede que el Congo sea su casa durante más tiempo: ha encontrado algo que la ancla o, mejor dicho, alguien.

Su infinita sensibilidad y bondad, y también, por qué no decirlo, su falta de miedo que roza a menudo lo infantil, han hecho que se enamore de una niña y ha dejado que se acerque a ella. Una niña pequeñita, una desheredada de la Biblia, que no solo es mujer en una tierra donde ese sustantivo tiene como sinónimo la palabra esclava, sino que además fue abandonada por su madre cuando percibió que ella era diferente.

A esta niña la vida le ha golpeado con fuerza, dejando sus sentidos desconectados, condenándole a la soledad y a la ausencia de cuidados y abrazos. Pero su hada madrina no la ha dejado sola, le ha mandado una madre cariñosa y preocupada que ve en ella a su propia sangre; una madre con piel más clara y que habla otra lengua, pero que la mima y le hace sentir que aunque el comienzo de su existencia fue duro, ahora tiene algodones que la protegen con caricias.

Mi amiga tiene que permanecer allí. El Gobierno no le permite adoptarla o traerla a España para que la puedan ayudar. Y, si no sanarla del todo, sí hacer que sus días sean más fáciles. Me doy cuenta de que, a menudo,  las heroínas están mucho más cerca de lo que creemos...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

12 ene 2018

  • 12.1.18
Ahora hay otro ángel rubio y con ojos azules en el cielo que me dijo antes de irse que miraría por mí. Hay gente que vive hasta los 80 pero que realmente no ha vivido: solo ha visto pasar los días desde un tren que va a gran velocidad y que le impide ver más allá de una línea continua de color verde y, a menudo, gris.



Sin embargo, puedes morir a los 48 años y tener una vida llena de miles de experiencias. Es mejor la calidad de los días que la cantidad. Conoció el amor, la pasión, los viajes con amigas, la risas, las miradas que electrizan... Vivió en otros países, busco experiencias y las encontró.

La calma llegó a sus ajetreos tras un accidente que le hizo darse cuenta de cada paso que daba. El dolor la enfrentó con la parte oscura que en todos nosotros habita. A pesar de su lucha, su cuerpo se volvió el enemigo y este enemigo la agarraba continuamente parasitando su felicidad y alegría.

En la búsqueda del antídoto contra el sufrimiento, a veces se perdía. Es difícil sonreír cuando tu pierna vive bajo el cepo del pellizco, bajo los dientes de la limitación. Ella que tanto había corrido, ahora tenía que parar de golpe.

En ese valle oscuro del sufrimiento siempre tuvo una luz poderosa y sonriente: su madre. Y también su padre. Su madre era como una actriz de cine cotidiano, guapa “pa reventar” como decimos en Andalucía, alegre y con una energía desbordante que se contagiaba a los que la rodeaban. Era lo que se dice una mujer feliz, con la única preocupación de que su hija volviera ser libre.

Pero los dioses juegan con nosotros, sobre todo con las personas buenas, y un día el médico le dijo que el cangrejo que te come por dentro se había instalado en su carne. Luchó con todas sus fuerzas, pero perdió la batalla contra lo imposible. Así que su hija tuvo que añadir a su dolor corporal el de la orfandad materna.

Su madre desde el paraíso le mandó a un oficial y caballero para que cuidara de ella. Aunque tenía a su dulce padre y a sus hermanas, quiso que le acompañara también el cariño de un hombre. Durante un tiempo, nuestros caminos se separaron, pero hace un mes se puso en contacto conmigo para despedirse. No se iba otra ciudad o a otro país: se iba con su madre al cielo de las mujeres de ojos color mar.

Estoy triste, pero cómo me consuela saber que ella vivió de verdad y que conoció el amor.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

5 ene 2018

  • 5.1.18
Los finales tienen que ser siempre felices. No quiero películas o libros que no los tengan. Ya es bastante injusta y difícil la vida como para sufrir en la ficción. Los finales felices me dan ilusión, me hacen creer que todo es posible. Y lo es. La vida es dura, pero también es sorprendente, maravillosa a veces. Todo cambia en un segundo para bien o para mal. Un accidente, por ejemplo, te cambia el mundo, tu mundo. Y un cruce de miradas, también. Y eso es real.



A menudo creo que soy un faro y traigo muchas de las cosas que me ocurren. Es verdad que cuando estoy más optimista y conectada con el universo y creo que algo bueno me puede ocurrir, siempre sucede algún encuentro inolvidable o los hados me mandan un bonito regalo, material o inmaterial. Pero está claro que no tengo superpoderes: solo creo que se puede ver la magia en todas las partes, si conecto con la niña que hay en mí.

El hecho de que respiremos todos los días o que nuestro corazón lata solo, me maravilla. Que las estaciones cambien el color del entorno; que el viento sople el erizándome la piel; que la luz del invierno se azul; que el otoño bañe las tardes de dorado o que las tortugas nada más nacer sepan que tienen que ir al mar; que la música nos cambie la perspectiva e incluso el humor...

Hay tantas cosas maravillosas que, si no se dieran por sabidas, nos dejarían boquiabiertos de manera permanente. Pero estamos metidos dentro de una caja, cegados por una inercia que nos empuja hacia un abismo existencial.

Llevo varios días sintiendo que tengo que ir a pasear a El Retiro. Lo necesito. Necesito conectar con mi esencia de ser vivo, que comparte este mundo con animales y con plantas. Pero mi necesidad es ahogada por la exigencia, sobre todo por cumplir un número de páginas diarias de estudio. Es duro ser opositora. Días y días entre cuatro paredes.

Menos mal que tengo mis películas para evadirme, para viajar desde el sofá, para enamorarme, para llenar de oxígeno mi asistencia, para ser otra persona... Dormir después de un final feliz, ir a la cama en paz con el mundo, sonreír al espejo mientras me lavo los dientes… Eso también es vivir.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

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