:::: MENU ::::
HLA

FENACO



Mostrando entradas con la etiqueta Diario de una equilibrista [María Jesús Sánchez]. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Diario de una equilibrista [María Jesús Sánchez]. Mostrar todas las entradas

9 nov 2019

  • 9.11.19
Es preocupante que la ciudadanía acepte que los representantes públicos roben y vayan a lo suyo. Es preocupante que haya gente que se decante por partidos anticonstitucionalistas que solo quieren coartar la libertad del otro, del que no piensa como ellos. España es una democracia joven que aún no entiende que pueden caber bajo su nombre distintas ideas y sentimientos que han de ser respetados. Respetar lo tuyo y lo mío.



Sigue habiendo mucha gente que quiere que todos seamos iguales y no lo somos. Cada uno de nosotros tiene un ADN distinto y una historia vital diferente. Es frustrante ver cómo la clase política habla de recortes y de desaparición de las pensiones mientras ellos roban dinero público sin pudor y sin que les remuerda la conciencia.

La adoración al becerro de oro les ciega y no nos ven. Algunos dicen ser cristianos pero no les duele el dolor del prójimo. Porque el prójimo sufre porque no tiene recursos para subsistir, porque no tiene trabajo o un techo en el que cobijarse. Y muchos de ellos vienen de la clase baja trabajadora que, de un día para otro, perdió su sustento porque el sistema prefiere sueldos más bajos en países pobres o robots que no sienten.

Votamos a opciones vacías, a programas que no existen o no se cumplen porque mentir ya no es pecado. La derecha arrincona a una mujer preparada para poner a un hombre que tardó mil años en sacar una carrera fácil. Se prefiere al muñeco de trapo que a la abogada del Estado.

La izquierda no aprendió nada de la guerra y vive en sus compartimentos estancos llenos de barreras. Pelean como gallos y, mientras, los que creen en ellos, los que quieren un mundo más justo, miran desde abajo sin entender por qué no los ven. Personas que son números y no carne y hueso.

Un partido que se erigió en estandarte de la limpieza, que quería ser la mano dura contra la corrupción, que parecía un soplo fresco y resultó ser humo negro. Del naranja al negro. Y ante el caos reinante empiezan a surgir esos partidos nacionalistas, esos que siempre provocan guerras sin sentido bajo una bandera que llora porque no quiere que la usen como arma.

Debates políticos sin propuestas políticas, pantomimas que se ríen de nosotros. Faltas de respeto como en el peor amarillismo; egos inflados y ausencia de puentes para hacer un país mejor. España ni es un nombre, ni un escudo ni una bandera. España son millones de personas que quieren vivir en paz, que quieren comer todos los días, tener un trabajo y tomarse una cervecita los fines de semana con sus amigos. El español es dócil, a veces demasiado, pero si está contento, si tiene lo necesario, no se echa a la calle a pegarse con nadie. No ve al enemigo en el vecino.

Quiero políticos que unan y no dividan, que piensan en todos, que busquen la estabilidad social y que no se crean nada, salvo unos simples servidores de la ciudadanía que es quien les paga. Volveré a votar con el corazón y la cabeza esperando que la sociedad mejore, que la gente sufra menos y que las posibilidades sean iguales para todos.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

2 nov 2019

  • 2.11.19
Me da pena, mucha pena, cuando veo a la gente joven utilizando palabras en inglés. Cuando veo cómo se ha generalizado este idioma anglosajón en nuestro país. De mis viajes por Europa siempre volvía orgullosa de mi idioma y de lo poco que nos habían colonizado ligüísticamente los ingleses.



Recuerdo en Alemania cómo una chica de allí me contaba que, al no doblar las películas, la gente iba perdiendo palabras alemanas que eran sustituidas por alguna más fácil en el idioma del dinero. Cuando visité Francia e Italia pude comprobar cómo llevan años utilizando "weekend" para señalar el fin de semana. Me parecía triste que las lenguas latinas hubieran sucumbido ante las bárbaras.

Y ahora compruebo que los chicos no tienen seguidores sino "followers"; que no les gusta algo sino que le dan un "like". Lo más visto o leído es un "trending topic" y, mientras, Cervantes se remueve en su tumba y ve perdida su batalla. Él, que consiguió doblegar a los foráneos haciendo que su gran libro fuera el más traducido del mundo. Bueno, seguramente después de la Biblia viene El Quijote.

Cuando uno viaja por América y descubre los millones de personas con los que se puede comunicar es consciente de la gran riqueza que tenemos los hispanohablantes: nuestra lengua. Ésta y su cultura son más poderosas que el dólar o que cualquier otra moneda. Pero solo si somos conscientes de ese poder.

Dejemos de sentirnos inferiores; dejemos de creernos modernos por decir palabras en inglés. Defendamos lo nuestro, nuestra gran cultura y honremos a García Lorca, a Lope de Vega, a Garcilaso, a Machado y a la página anónima que escribió El Lazarillo de Tormes. Ser "cool" es hablar en una lengua tan antigua como la nuestra y que tanto ha contado en esta Tierra redonda.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

26 oct 2019

  • 26.10.19
Sale descalza, como siempre, llenando el escenario con su seguridad y con su magia. Ataviada con un vestido en dos cuerpos de tela africana, de vivos colores y unas mangas de volantes, como claveles abiertos. Empieza la ceremonia con su persignación y le sigue un ritual de agua que, si bien no es bendita, crea un clima místico.



Ella es fuerza y energía bonita. Su atuendo reverencia a sus orígenes, a la África de sus ancestros, sin olvidar su mundo de adopción: el flamenco. Ella humildemente cuenta que no canta flamenco pero después de escucharle Mi niña Lola sabes que miente.

Su voz son guijarros esculpidos por el mar, que ella mueve a su antojo como si estuvieran dentro de un palo de agua, dejándote con una resaca en la que siempre quieres más. Dos horas no son nada.

Comienza el hechizo protagonizado por cinco mujeres, donde Concha Buika es la bruja suprema. Junto a ella, una percusionista que disfrutó como una niña en su cumpleaños y que supo acompañarla siempre. Una bajista sentada con elegancia que dio contexto a las canciones que se iban hilvanando como cuentas de un collar que une el jazz, el soul, la música caribeña y el cante que sale de las tripas. La teclista, menuda y oriental, nos hacía no olvidarnos del otro gran continente: Asia. Y una rubia alta teñía de terciopelo con su saxofón todo el conjuro.

Ojos cerrados y sonrisa abierta a la paz. Ella es la maga de los susurros, de los cantes sedosos, de los altos desgarrados. Cualquier tema que pasa por sus cuerdas vocales lleva su sello para siempre. Sin pretensiones, gobernada solo por el sentimiento.

Va poco a poco introduciendo sus canciones, sus historias de vida. No se quería ir y nosotros queríamos quedarnos a vivir en su esencia. Se le puede gritar “viva la madre que te parió” por cómo canta. Su elegancia en el paso arranca “olés”. Su cuerpo no necesita bailar: solo con moverse un poco es como un flan cubierto de rico caramelo que sí que se cimbrea con el viento de los instrumentos.

En la segunda parte subió al escenario a un guitarrista flamenco y a dos percusionistas que competían con la caja y los timbales. Ahí vino la concha que me gusta, la que se desgarra, la que se desnuda y nos habla de su vida. De una vida hecha para vivirla sin obviar el sufrimiento.

No recuerdo todo lo que cantó, me duró un suspiro su actuación. Nos dijo hasta siempre con Mi niña Lola. Y a mí me dieron ganas de gritar: “Qué idiota tu padre, que se marchó y se perdió a este pedazo de hija”.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

19 oct 2019

  • 19.10.19
Tengo la suerte de saber dónde están enterrados mis familiares. De hecho, puedo ir a visitarlos el Día de los Santos. Sabemos que no están allí pero, para mucha gente, su memoria sí. No le ocurre lo mismo a mi amiga Maribel. Nunca conoció a su abuela: un tiro se la arrebató y aún hoy no sabe dónde se encuentra su cuerpo. El delito de la mujer fue tener un hijo republicano, un hijo que pensaba que los reyes no habían sido buenos para España.



Cuando terminó la guerra empezaron las persecuciones familiares. Durante la contienda fratricida se hicieron barbaridades por ambos bandos. Y si no, que se lo digan al periodista Chaves Nogales, que lo vio con sus propios ojos.

Pero la guerra no se cerró con un acuerdo de manos, sino que se instauró una férrea dictadura que nos aisló del mundo y se dedicó a perseguir a todo aquel que no comulgara con sus ideas y formas. Republicanos de derechas e izquierdas tuvieron que huir de su patria para no terminar en una cuneta perdida.

A la abuela de Maribel vinieron a buscarla y la mataron, sin explicaciones ni derecho a réplica. Y la tiraron en cualquier sitio, como si fuera basura y no un ser humano. A mi amiga le gustaría encontrarla, darle cristiana sepultura junto a sus hijos y poder, por fin, hablar con esa abuela a la que nunca pudo abrazar.

A mi amigo Juanma, católico comprometido y buen demócrata, le gustaría que sacaran del Valle de los Caídos a sus dos tíos abuelos, que fueron matados allí, también por ser republicanos. Ahora son, simplemente, una de las miles de piedras que forman parte de ese mausoleo en honor a una persona que no escuchó ni al Papa y que fusiló a cuantos pudo.

El Santo Padre actual, el Papa más evangélico que he conocido, lo ha dicho: "Para cerrar heridas se tiene que desenterrar a los muertos". No es una cuestión política: es una cuestión de humanidad, para poder dejar atrás el pasado. Pero no, hay seres que se empeñan en mirar hacia otro lado, a hacer como si nunca hubieran existido fusilamientos contra las tapias de los cementerios.

Desenterrar a los de los dos bandos, devolver a sus familiares sus restos y pertenencias. Cerrar heridas y mirar hacia un nuevo presente. Pero en este país es imposible: somos una jovencísima democracia en la que aún huele a rancio pasado. Democracia es respetar las opiniones del otro sin humillarlo y ser un buen cristiano es empatizar con el dolor ajeno. Mis amigos sufren por un pasado que no han podido enterrar en un pasado que sí existió.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

12 oct 2019

  • 12.10.19
El río refleja igual lo nuevo que lo antiguo: él no nos juzga, nace y muere en silencio. Si acaso, alguna risa entre piedras pulidas. No se cuestiona nada. Calla, pero conoce miles de historias. Nos ve pasar cada mañana sobre su puente. No hace alarde de nada. Su belleza es eterna pero fugaz para los que andamos movidos por la obligación, con los ojos cerrados al día.



Serenidad que se escapa por no contemplarla. Cuando quieres darte cuenta de las horas de agua, estas han llegado al mar. Mezcla de sal y azúcar, olas que van y vuelven. Curioso que todos los ríos necesiten un mar en el que reposar, en el que dejarse mecer, en el que abandonarse y no correr más.

Decía el poeta que nuestras vidas son los ríos que van a parar a la mar. Hay miles de mares: lo importante es encontrar el tuyo, sumergirte y aparecer en una playa en la que poder contemplar todo con perspectiva. Un sitio donde no juzgar, donde no haya una vida clara u oscura, donde haya miles de colores que amar.

Pero yo ahora necesito cruzar el puente. No puedo dejarme acunar por la corriente silenciosa que refleja esta torre de piedra que no se achica ante la nueva vigía de la ciudad: el pintalabios gigante de espejos comparte los colores de la tardía noche.

Es la hora justa de la calma. Lorenzo apenas se vislumbra, ni se ha desperezado. Los miles de pájaros guardan silencio en sus nidos y solo los humanos andamos de pie para ganarnos el pan con el sudor de la frente. Las sábanas blancas son un recuerdo lejano. Y yo deslizo mi mirada sobre el espejo de agua y despierto a la belleza.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

5 oct 2019

  • 5.10.19
Oler a jazmín es volver a tener 10 años y volver a bajar por las escaleras, dando los buenos días al San Antonio que colgaba en la pared con el niño Jesús en brazos y unos labios muy sonrosados. Es oler a cal blanca, aceite de oliva virgen denso; a comer chorizos fritos para merendar.



Me lleva a las tardes de verano donde recogía los jazmines, aún cerrados, con una puntita blanca que prometía aromas junto a la almohada. Siempre he creído que esta pequeña flor olorosa espanta a los mosquitos. Si mi abuela decía que lo hacía, será verdad. Ella no mentía y me enseñaba cosas de la vida, sencillas, pero que alegraban el día día.

Saber encontrar la raíces de los hinojos para chuparlas, como si fuera la mejor de las chucherías. Reconocer la hierbaluisa, con la que ella se preparaba aquellas infusiones digestivas que tanto le gustaban tomar después del almuerzo. Coger romero y tomillo para hacer conejo al ajillo. Todo era natural, lejos de la rigidez de los internados. Había risas en la mesa y abrazos y mimos.

¿Y aquellos jeringos colgados de un junco? Por muchos años que pasen estarán en mi memoria: el mejor de los desayunos que he probado nunca. La sencillez de las cosas, esa que ahora anhelo y que solo encuentro cuando me alejo del “ mundanal ruido”. Como este fin de semana pasado.

Dormir hasta tarde en una casa castellana de piedra; visitar antiguas ciudades que se congelaron en el tiempo y pasear por una alameda que escondía un riachuelo donde las mamás ciervas bajaban al atardecer a dar de beber a sus pequeños.

Un ciervo joven corriendo y haciendo virguerías con sus patas traseras. Sentirme como la protagonista de alguna historia antigua de hadas y elfos. Mirar el color tierra de las montañas mientras el sol se aleja por la vía de un tren que tuvo mejores épocas. Respirar aire puro, sentir el sol, oler a naturaleza salvaje y todo ello cogida de la mano de mi compañero de vida. La felicidad tiene que ser algo como esto…

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

28 sept 2019

  • 28.9.19
Sus padres la esperaban como agua de mayo. Y su madre soñaba con ella: con sus ojos, con sus manitas, con su cuerpecito y con su olor de bebé. Pero ella no llegaba; se resistía a llenar la casa de los jóvenes casados. Iba pasando el tiempo y cada vez se la quería con más fuerza. A su joven madre –era casi una chiquilla cuando se casó– se le iban la vista y los suspiros detrás de cada bebé. A ella le encantaban las personitas pequeñas que tratan de imitar tus gestos y huelen a pura vida.



Después de unos años en los que la esperanza había desfallecido un poquito, llegó Mercedes. Vino con el principio del otoño y fue a nacer en la capital del reino. Sus padres eran muy felices y su madre daba gracias a Dios por aquel angelito que dormía arrullado por el cariño familiar y por las mantitas, que ya en la meseta empezaba a refrescar.

Quizá fue un fallo humano o quizá tenía que pasar, pero una de sus caderitas no ajustaba bien y ningún médico lo vio... Su madre no se movió de la cunita del hospital durante aquel año en que estuvo escayolada. Tan pequeña y con las piernas fijas. Con lo que a ella le hubiera gustado moverlas.

Todo esto cambió cuando empezó a andar. Mercedes era una niña fuerte y decidida a seguir su camino. Corría como una bala con un aparato en una de sus piernecitas. Tenía carácter, el carácter de quien sabe que los obstáculos no le impedirán caminar.

También tuvo que ser operada de corazón. Quizás el exceso de amor de sus padres hizo que sus latidos fueran dobles. Le arreglaron el músculo y decidió que ella iba a ser farmacéutica.

Crecía llena de amor, con unos progenitores entregados y una familia que celebraba cada uno de sus logros. Un día de noviembre, la cigüeña le trajo una hermanita de rizos pequeñitos, que se convirtió en su muñeca primero y, luego, en su mejor amiga. Ya no necesitaba aquella muñequita negrita a la que tanto paseaba en su minicarrito.

La determinación que le permitió correr, a pesar de todo, es la misma que la llevó a la universidad y terminar con su título de Farmacia. La fuerza que habita en ella hace que los obstáculos la zarandeen pero no la dejen caer. Ella siempre ha mirado hacia adelante.

¿Y ahora estás triste porque los años corren? Porque llega un nuevo cumpleaños. Mercedes, tú no puedes estar triste. No puedes. Eres el regalo que tus papás desearon siempre. Mírate en el espejo y ve a la gran mujer en que te has convertido. Disfruta de la vida y de los momentos. Para eso sirven los años: para valorar lo bueno. ¡Feliz cumpleaños!

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

21 sept 2019

  • 21.9.19
Cada vez que veo un anuncio y hay a un famoso publicitando las casas y webs de apuestas me entran ganas de echarles una maldición a todos los que están involucrados en ese mundo. Ando por los barrios y no veo bibliotecas o asociaciones culturales, pero sí encuentro en cada esquina una casa de juegos, con luces y colores llamativos.



Jóvenes desesperados, sin visos de futuro, con tasas elevadas de desempleo y una sociedad que te da patadas para que compres cosas, cuanto más caras mejor, para formar parte del redil de los guays y, sobre todo, para que puedas colgar tu foto en las redes. Eso sí, desde el último modelo de teléfono inteligente y, cuanto más grande, mejor.

La semilla de la adicción al juego prende como una mecha en un campo de trigo seco. Es fácil. No puedo adquirir todo lo que yo quiero, no tengo perspectivas de cambio de vida y el caminito que se vislumbra es más fácil: el juego. El puto juego que te atrapa haciéndote creer que puedes conseguir todo lo que deseas, que es fácil lograrlo y que se trata solo de insistir.

Y de repente, la persona se ve atrapada en una cárcel invisible que le hace creer que ella "controla", que ella es la que dirige su vida y que El Dorado está cerca. Deja de relacionarse con su familia y amigos; le deja de interesar todo aquello que no sea echar una moneda o sentarse en una timba de póquer.

Si coge dinero de la carrera de sus padres, no se siente culpable, total ya se lo devolverá con beneficios. Él va a ganar. Si está casado o con hijos, da igual: lo hace por ellos. Hasta que llega un día en el que el juego es su único dios y él se ha convertido en su seguidor más fiel.

El cerebro deja de pensar, de sentir, de cuestionarse cosas. Solo quiere su droga: una partidita más. Ya no le importa nada, ya no existe nada, ni nadie. Es un ser abducido que vaga solo por la calle, intentando obtener cualquier moneda que le permita, si no matar el mono, al menos adormilarlo.

En ese pozo cae mucha gente, pero es un camino unidireccional que te permite entrar fácilmente, pero te impide salir. Se necesita mucha fuerza y cuerdas ajenas para subir desde el agujero. Y los que lo consiguen viven siempre alerta porque el lobo de la adicción no duerme...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

14 sept 2019

  • 14.9.19
Lo que más me cuesta en la vida y me sigue costando es verme como un simple ser humano. Nunca me he permitido ser humana, falible, débil, indecisa, incoherente, dudosa, ridícula... Mi mente absorbió las enseñanzas externas sobre la perfección y sobre un dios que controla, ve todo y nos juzga. Y esas ideas me tiranizan.



Me tiranizan porque dentro de mí hay sentimientos y sensaciones que no me van a hacer nunca perfecta. Como cuando te sales de una línea, siempre me he aplicado un correctivo, que si bien no hace que me duelan los nudillos por el golpe de la regla metálica, sí me produce un dolor en el pecho. El oxígeno siempre falta cuando sabes que nunca llegarás a la cumbre de la montaña. Una montaña fabricada de normas que nunca cumple nadie, ni siquiera quien las predica...

¿Quién es coherente totalmente y vive como dice que hay que vivir? ¿Quién está seguro de todo y está en posesión de la verdad absoluta? ¿Quién no tiene miedo? ¿Quién no se pierde en los laberintos cotidianos? Últimamente, voy aceptando cada vez más que soy una persona de carne y hueso, con días cambiantes, con sensaciones que van y vienen como olas. No existe la línea plana en mi vida.

Buscándome quise convertirme en una especie de monje zen capaz de sortear todas las vicisitudes sin que me rocen. Imposible. Siento, me duelen las cosas –unos días más que otros–, mi humor no lo controla ni la Luna. Todo es cambiante: esa es la única verdad.

Con las puñaladas sangro y algunas han estado a punto de dejarme sobre el asfalto. Cuando estoy abajo, de repente surge una fuerza vital que me obliga a buscar respuestas y soluciones. Una fuerza que, cuando la quiero buscar, se esconde. Ella también es cambiante. ¿Hay algo permanente, inmutable, en nuestro universo? No.

Esta mirada nueva mía me acaricia como pestañas sedosas. Me conforta como los abrazos. Me dulcifica y me libera. En este camino terrenal he hecho lo que buenamente he podido. He actuado según mis circunstancias –como diría Ortega y Gasset–, equivocándome o no, sufriendo más o menos. Y es liberador sentirse humana, como cantan The Killers: "Only human".

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

7 sept 2019

  • 7.9.19
¿Quemar un bosque o una selva y a miles de especies no está castigado? ¿No vale nada la vida de los animales grandes y microscópicos? ¿Las plantas no tienen derecho a existir? Decía mi chico el otro día, viendo uno de esos maravillosos documentales que hay de nuestro hermoso planeta: "Ojalá hubieran ganado ellos; ojalá los que hubiésemos desaparecido hubiéramos sido nosotros".



Ellos son la gran diversidad y riqueza de vida que hay sobre este planeta azul y la sinrazón de la gente y la ambición rastrera se los están cargando. Si los humanos no andáramos por aquí, no pasaría nada. No somos nada. Ni en la pirámide alimenticia, ni como aporte a la vida.

Si imagino un mundo sin personas, veo un ecosistema perfectamente regulado, donde los animales se podrían reproducir, y alimentarse unos de otros para llegar al equilibrio. Donde las plantas se comerían las carreteras y los linces podrían correr por Doñana sin que un coche los atropellase o sin que algún malnacido hiciese tiro al blanco con ellos.

Nosotros, no. Nosotros estamos podridos de ambición, de cortoplacismo, de atesorar un dinero que no vale nada después de este mundo, y que en éste solo tiene el valor que le queramos dar. Los billetes no dejan de ser papeles. Un día decidimos confiar en que ese papelito morado, azul, rojo o de cualquier color te permitía comprar cosas. Pero esa capacidad se ha desvirtuado queriendo algunos seres (¿humanos?) poseer cuentas llenas de ceros y papelitos de colores.

Me encantaría gritarles: "Imbécil, te vas a morir y, cuando la enfermedad te busque, todo eso que robas a los demás no te va a servir para nada". Quemar para recalificar terrenos, especular con ellos y obtener comisiones ilegales, creando un círculo de corrupción perfecto... De eso sabemos en España.

Quemar selva para que uno o dos humanos tengan cientos o miles de metros cuadrados para ellos solos. Que desaparezca todo aquello que tiene tanto derecho a la vida como nosotros. Se pierde para siempre singularidad, belleza, aire puro, diversidad, colores, hogares, libertad, bien común y se condena a los que tienen que venir al infierno del calor. A las generaciones futuras se les roba el espacio y el oxígeno sin que haya castigo. Y, lo que es peor, sin posibilidad de volver a tener algo que por derecho natural es suyo: la naturaleza.

Cuando veo lo que está pasando, me encantaría que existiera el infierno y que allí fueran los que encienden la mecha y los que tienen las manos sucias porque les pagan. Que sintieran en su piel lo que sufren los animalitos que han sido incinerados vivos en la Amazonia; que se ahogaran con el humo, como les está pasando a esos bonitos pájaros multicolores que planeaban libres sobre miles de árboles, que crecían verdes y fuertes hacia un cielo limpio, exhalando oxígeno para todos los que vivimos en este planeta podamos respirar.

Si existiera el infierno de fuego y ellos conocieran de su existencia, quizás su ambición y su egoísmo supino desaparecerían. Y por fin respetarían a todos los que creen inferiores, a todos los seres vivos, a sus propios hijos y descendientes. Y quizás se darían cuenta de que todos somos simples viajeros temporales que pronto se convertirán en polvo.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

31 ago 2019

  • 31.8.19
Estás mejor que en brazos, se dice. Protegida por otro calor humano, sintiéndote querida y dejándote dormir en la confianza de que alguien te quiere y te cuida. Ella llora para que la cojan. Se está acostumbrando a los brazos, reclaman.



Pero es que es muy chica, lleva muy poco en este mundo y antes estaba en un sitio cálido, libre de cualquier peligro. No es fácil adaptarse a no sentir una piel todo el tiempo junto a la tuya. Por eso cuando la coges y la pones en tu regazo, ella se tranquiliza, se abandona al sueño, recuesta su cabecita junto a tu hombro, adopta la postura de una ranita y utiliza su manita derecha a modo de almohadita.

La sientes respirar y poco a poco sus inspiraciones y expiraciones van bailando un dulce val. La miras y el corazón se te encoge de dulzura. Te da una enorme penita decidir en qué momento tienes que soltar al angelito en su cunita.

Alma solo se expresa por la piel y el llanto. Si te quieres comunicar con ella tienes que observarla, quererla y, a través del amor, intuirla. Al principio la coges para calmarla y al final estás deseando que abra sus grandes ojos y diga algo para que puedas izarla, abrazarla y sentir su aroma cálido mezcla de leche materna, vida y colonia infantil hecha de frescas plantas.

Ya intenta hacer valer su genio: aprieta los puños y levanta su inestable cabecita cuando algo no le gusta. También tiene sus manías... No le gusta tener nada amontonado en sus pies cuando está tumbada en el carrito que le regaló la abuelita.

Es una niña buena, como todos los niños. Llora solo cuando pide algo: comer, abrazos para el dolor de barriga o que le cambien el pañal. Es un milagrito, un pequeño regalo del universo. Una escuela donde aprender qué es la vida.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

24 ago 2019

  • 24.8.19
Voy aprendiendo que la vida son las pequeñas cosas, los "momentos brillantes" que, como dice Manolo García, duran un poco. También he aprendido que cuando algo no sale como yo esperaba, lo que llega a veces es mucho mejor. Ahora voy sentada en el tren en un asiento de los que tienen mesa que es compartida por cuatro. Yo los odio. Al principio me he enfadado porque había pedido expresamente que no fuera uno de ellos y, sin embargo, ahora estoy contenta, Nadie se ha montado, voy sola, lo que me permite estirar mis piernas perfectamente.



Para mí ha sido una bonita metáfora de que todo es cambiante. He pasado de despotricar, de criticar a la señora que me vendió el billete, a disfrutar de un espacio amplio, sentada al lado de la ventanilla, viendo cómo un blanco sol de agosto se niega a irse a dormir.

De los periodos en que me duele la pierna y el pinzamiento del nervio ciático no me deja andar, he descubierto el placer de viajar en cualquier medio de transporte sin tener que hacer esfuerzo. Siempre que yo no conduzca, claro. Me siento como en una alfombra voladora que me lleva a mi casa sin tocar el suelo, sin dolor. Como por arte de magia, vas de un lugar a otro.

Ayer pasé un día precioso con mi chico y su amigo del alma. Me sentí de nuevo niña hablando con la hija del amigo y nadando en el pantano. Recordando aquellos tiempos lejanos en los que en el pueblo íbamos a un pantano cercano con mis primos y donde ninguna playa podía dar más felicidad que aquella Aguadulce rodeada de piedras suaves.

Salir de la ciudad, alejarse de la civilización para ver la naturaleza, los pinos y sentir que el aire que llega a mis pulmones es fresco, limpio y lleno de oxígeno. Pasear en barquito sintiendo las gotitas que el aire arranca de la superficie del agua, olvidando la canícula de todo el día. La gente sencilla siempre me gusta, me hace fácil el camino, sin estrategias, ni apariencias: solo sonrisas de comprensión. La calidad humana no tiene precio y no se puede comprar.

Nada de estridencias, nada de cosas fantasiosas. Solo la vida con sus cositas, con sus momentos de calma y paz, de amor y caricias. Sin planes, sin objetivos, sin “tiene que ser”. Solo siendo todo como es.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ


17 ago 2019

  • 17.8.19
Él dice que la culpa de todo lo que le ha pasado en la vida la tiene él. Él es culpable de haber tenido una infancia llena de carestías; él tiene la culpa de trabajar como un burro para que a su familia no le falte de nada. Culpable de haberle dado todos los caprichos a sus hijos porque no quería para ellos la misma infancia que él había tenido. Culpable de generosidad, de gastar ese dinero que tantas carreteras le costó.



Él piensa que no debería haberle regalado a su hijo aquella moto. Él piensa que lo malcrió y que por eso ya no está…. También piensa que el ictus que lo ha dejado medio dependiente se lo ha buscado él por tanto correr. ¡Qué duros somos con nosotros mismos! Sobre todo cuando se ha ido por la vida con buena fe.

Querer escapar del frío y del hambre, querer que sus hijitos tuvieran todo lo que él no tuvo, que ni siquiera se atrevió a soñar. No era despilfarro: eran sonrisas. Las sonrisas de sus niños con sus regalos y su mesa llena de comida. Es difícil encontrar el equilibrio; es difícil realizar perfectamente el papel de padre. Nos movemos por instintos y el de protección es enorme, sobre todo cuando te duele tu sangre.

Padrazo de brazos abiertos que no supo dar con goteo, que no supo crear frustraciones, que solo supo trabajar y regalar. ¿Quién se atreve a juzgar? ¿Quién ha vivido en su piel? Nos reparten unas cartas cuando lanzamos el primer grito y las movemos lo mejor que sabemos.

No nos hicieron perfectos, no es verdad. No nos acercamos, ni de lejos, a esos modelos ideales de sonrisas dentífricas. Nuestra mente es complicada, nuestras decisiones están llenas de emociones, de sentimientos y, a veces, de muy poca razón. Pero es que solo somos humanos.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

10 ago 2019

  • 10.8.19
Aire que entra por la mañana e invita a sabanita de algodón suave. Cielo que se resiste a abandonar el sueño de la oscuridad. Estrellas que se desperezan y desaparecen. Pajaritos que cantan a los rayos del sol dorado; murciélagos que buscan penumbras; colores que despiertan a la luz. Verde hoja, blanca pared, gris acera, marrón ladrillo y gente que anda entre bostezos que se pegan.



Autobús callado, cabeza que busca una almohada en el respaldo del duro asiento de plástico. Ojos que tratan de amoldarse a la claridad brillante de los amaneceres de verano. Ojos que miran sin ver; ojos abiertos que aún están cerrados en el sueño. Olor a café que se escapa de los pocos bares abiertos.

Autobús que se desplaza como si lo hiciera sobre una superficie pulida, sin frenazos, sin miles de paradas. Tráfico ausente y solicitudes de bajadas que apenas suenan. Somos pocos los despiertos. Ciudad libre que invita a pasear y a sentir el fresquito matutino en la piel desnuda. Pensamientos que vuelven como olas a la orilla de una cama blanca de sabanitas acariciadoras.

Se activa el cerebro para contar las horas que aún restan hasta volver al abrigo del sofá, lugar donde reposar el cansancio de la canícula. Fuera del bus, las piernas se ven obligadas a moverse, a realizar el juego de un paso tras otro. Ya todo es de color, un pato en el río pasea sobre una superficie que es un espejo en calma.

Miras alrededor y el tiempo se ha parado, La ausencia de carreras ha atrancado las manecillas del reloj. Hay que andar, pero todo invita a sentarse y a contemplar. Un instante, un solo instante de los pocos instantes que somos. Solo tiempo, no somos otra cosa. "¡Cómo pasa el tiempo!", decía la vecina. Y mi abuela siempre le contestaba: "Pasamos nosotros".

Empieza el ajetreo, las tareas, las obligaciones... Y la tranquilidad de la mañana se convierte en un sueño, en un anhelo imposible.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

3 ago 2019

  • 3.8.19
Alma es pequeñita, con dedos de pianista y piernas infinitas. Sus ojos rasgados se convierten en hermosas almendritas cuando los abre. Almendritas de color cambiante pues sus pocas semanas de vida no dejan aún vislumbrar su tonalidad definitiva.



Es una niña adorada por sus papás, por sus abuelas, por su familia y por sus amigos. Cada gesto es admirado como una gran proeza. Y es que su presencia te llena el corazón de ternura. Una quisiera protegerla de todo y de todos, prometerle que el camino será fácil y regalarle serenidad para afrontar los contratiempos.

Quisiera traspasarle la mucha o poca sabiduría que ha aprendido en la vida. Quisiera que pudiera aprender en cabeza ajena y que avanzara con las lecciones de las experiencias de todos los que la rodeamos. Pero ella tendrá que abrir más los ojos y hacer su propio recorrido. Eso sí, intentaremos acolchar las paredes de los pasillos estrechos para que los golpes sean suaves.

Su piel es lisa e interminable, sin sobresaltos; un camino de seda y de sensaciones dulces. Es pequeña y buena, come y duerme como una bendita. Su olor es perfume de alegría y vida. Su pelo negro y esos ojitos enormes hablan de sus ancestros, de sus abuelos, de sus bisabuelos y de sus tatarabuelos cordobeses.

Su naricita es un guiño a su padre, ese hombre que la mira y remira como si fuera el mejor regalo del mundo. Cada día una aventura nueva: el cordón que se cae; el primer baño; la primera salida a pasear; la primera manicura; los miles de besos de la abuelita y el primero de los miles de viajes que prepara mamá.

Si protesta por hipo o por la digestión, la coges en brazos y le cantas sevillanas y ella se va durmiendo con el movimiento y con la sensación de protección que le da la piel con piel. Su corazón late más despacio y su respiración se ralentiza, mientras su cuerpo va encontrando la cuna que forma el brazo.

Cuesta separarse de ella; cuesta no besarla a cada instante; cuesta no aspirarla hasta diluirla. Reina de mi cuento, tu hada madrina te vela y te protege para que sonrías libre.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

27 jul 2019

  • 27.7.19
Leo los periódicos, veo las noticias en televisión y me pregunto si estoy en el siglo XX o en el XXI. Suben los nacionalismos, egoístas , sean del color que sean; se producen rebrotes de extremismo que sueñan con pasados lejanos ficticios y los políticos solo se preocupan de ellos mismos. "Los pueblos que no aprenden están condenados a repetir su historia". Es una frase que he leído en algún lugar.



Vivimos tiempos de egos masculinos más inflados que el pecho del gallo rey del corral. Quieren llegar, ser presidentes, tener poder y mandar. Pero no piensan ni un minuto en la gente, esa masa viscosa que está allí abajo y que solo son peldaños que pisar en su carrera ascendente hacia el delirio ególatra.

Que haya paro, pobreza, desigualdades, dolor, exclusiones... Da igual. La masa es un número y, si el número alcanza para que yo gobierne, todo da igual. La política, esa vocación de dedicarse a lo público por el bien común, es una utopía amarillenta, encerrada en un cajón antes de que naciera Cristo.

¿Qué da estabilidad a un país o a cualquier conjunto de personas? Que no haya grandes desigualdades, que haya una gran clase media que evite el conflicto entre pobres y ricos. Señores políticos, ¿no han aprendido nada de la Revolución Francesa? ¿Ni de la Rusa? ¿Ni de las migraciones? Cuando la gente pasa hambre, cuando el futuro no existe y cuando el dolor de la desesperación te ahoga, haces lo que sea para sobrevivir. ¿Y qué si pierdes la vida en ello? Si tú ya no tenías vida: solo buscabas entre la basura algo que calmara tu tripa.

Pues nada, los burros no lo ven. Clase media desaparecida, más sociedad consumista que nos recuerda que no somos nadie si no compramos el último modelo de lo que sea. Y todo eso da como resultado una mecha encendida para que aumenten la delincuencia y la violencia.

Aquí en España son ciegos totales: se están dedicando a cabrear al personal con lo fácil que lo tienen... El españolito medio es feliz teniendo una casa y un sueldo con el que pasearse a tomar una cervecita de vez en cuando. No tiene, como en Estados Unidos, ningún sueño americano ni desean las grandezas: solo vivir sin sobresaltos.

Pues prepárense que viene una generación que tiene miles de necesidades creadas y que se va a encontrar con un panorama desolador de desempleo y precariedad. ¿Se conformarán con ver que solo algunos tienen acceso a todo mientras que ellos no llegan a final de mes?

Lean, señores políticos. Lean libros de Historia y sean listos. ¿O prefieren vivir rodeados de vallas y con vigilantes armados en la puerta de sus casas como ocurre en los países menos desarrollados? Bajen de la nube o, mejor dicho, de su ego y creen una sociedad más justa. Si no lo hacen por los demás, háganlo por ustedes. No querrán que les asalten sus hogares o secuestren a sus hijos, ¿verdad? Lean, por favor, lean. Y piensen.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

20 jul 2019

  • 20.7.19
A los políticos les preocupan las pensiones. Eso dicen. Seguramente las suyas. Nacen pocos niños, ¿pero qué ayudas hay para procrear? Ser madre o padre es un paso de gran responsabilidad: esa personita que va a venir al mundo tiene que tener las necesidades básicas cubiertas y, para ello, sus padres tienen que trabajar y ganar dinero.



Pero si hay paro, si hay sueldos míseros con los que un trabajador es pobre, ¿quién que tenga dos dedos de frente se va a embarcar en la aventura de ser padre? Si para sobrevivir tienes dos trabajos, ¿cuánto tiempo dedicas a tus hijos? Los niños no son macetas que se crían solas a las que apenas hay que regar de vez en cuando. Una criatura necesita amor, caricias, protección y una educación que le permita no ser un desgraciado el día de mañana.

Comprarles una tele y una videoconsola no es educar: es quitárselos de encima. Hay gente que está tan cansada que no tiene fuerzas para jugar con sus hijos y les compran cosas para tenerlos callados, haciéndoles creer que, en la vida, lo importante es lo material y que se puede conseguir todo sin esfuerzo.

Las normas son fundamentales: no vivimos en la selva. Veo a adultos sin capacidad de resiliencia, sin aceptar la frustración y creyendo que aún son infantes que tienen derecho a todo. Desgraciados que no ven que su vida depende de ellos. De nadie más.

Ahora que veo a mi amiga con noches sin dormir, con dedicación absoluta a amamantar a su pequeña, con su pareja llevando todo lo de la casa, me pregunto: ¿Cómo vamos a traer más españolitos si solo contamos con cuatro meses de baja? Y mucha gente, cuando vuelve, lo hace a jornada partida. Eso que llaman “conciliación familiar” es una fantasía solo al alcance de las altas rentas y de los bajos cariños.

¿Una persona que gana 600 euros puede pagar una guardería o a una persona que cuide de su prole? No. Si queremos apostar por la natalidad habrá que ayudar especialmente a las rentas bajas para que sigan trabajando y cotizando y no tengan que elegir entre tener hijos o abandonar el trabajo.

Si creamos más guarderías públicas, se contrataría personal, con lo que habría menos paro y más personas que cotizarían a la Seguridad Social, permitiendo así que la gente que tiene menos ingresos pueda tener hijos. No se puede juzgar a nadie por su elección de ser padre o no, pero se le puede dar la posibilidad de elegir. Para eso pagamos impuestos: para que la sociedad mejore y no para despilfarrar el dinero público en corruptelas.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

13 jul 2019

  • 13.7.19
Vivo rodeada de gente, de edificios, de ruido... Solo veo las flores en algún jardín. Nos hemos metido en una de esas bolas de cristal que tienen algo dentro rodeado de agua y que, si las mueves, cae purpurina. Todo es cerrado, cuadriculado y previsible. Vemos todo como normal, sin hacer preguntas. Vivimos como borregos siguiendo tendencias y cambios de moda. Pero, de pronto, un día algo cambia y te conecta con el milagro de la vida.



Virginia, una de mis mejores amigas, está embarazada. Vivo con asombro el crecimiento de su barriguita y, aunque parece algo normal, cotidiano, no deja de admirarme Cómo una célula se puede convertir en miles y cada una de estas miles sabe lo que tiene que hacer, cuál es su función.

Forman orejitas, labios, deditos, un corazoncito que galopa, unos pulmones que pasan de estar inundados de líquido a poder recibir aire. Y entonces empiezo a preguntarme: ¿Cómo ocurre esto? ¿De dónde venimos? Veo las secuencias de las fotografías de las ecografías y, en cada una de ellas, el desarrollo, el cuerpo de mi amiga sabe solo qué tiene qué hacer, cómo alimentar a la criatura. Las aureolas de sus pechos se vuelven oscuras para que el bebé los pueda encontrar y, nada más nacer, tenga el reflejo de poder mamar.

Y si todo esto lo miras como algo habitual, te pierdes la belleza de la gestación. Es como cuando eres de una ciudad con una bonita catedral y ya la has visto tantas veces que no eres capaz de ver su enorme belleza. Hasta que un día levantas la vista y ves el trabajo y los sueños de gente que nos ha precedido en este continuo cambio de estaciones que es la vida.

Somos animales llenos de instintos, desde el de protección hasta el sexual. Las personas nacen, mueren; los árboles dejan caer sus hojas y el suelo hace buen provecho de ellas: sirven de comida a pequeños seres que habitan en la tierra.

Últimamente solamente veo documentales de La 2 y es maravilloso ver el bonito planeta que tenemos lleno de miles de especies con distintos comportamientos y colores. Me encantó un mamífero de Australia, cuyo nombre no recuerdo, que cuando hay sequía, las hembras no ovulan para no traer descendencia que no pueda sobrevivir.

Todo es un bonito misterio que obviamos por habernos acostumbrado a ver como algo sabido y haber perdido nuestra capacidad de asombrarnos ante lo cotidiano.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

6 jul 2019

  • 6.7.19
El machismo ha hecho mucho daño a los hombres. Y no me refiero a aquellos que no han podido vivir su amor o su tendencia sexual, que claramente se han visto perjudicados. Hablo de aquellos que siendo heterosexuales han tenido que ocultar su ternura y su amor, tanto hacia sus hijos, como hacia su pareja.



Ser sensible era causa de que te señalaran con el dedo. “Los hombres no lloran”; “los hombres deben llevar los pantalones”; “los hombres tienen que beber y hacer lo que quieran”... Y, muchas veces, ese “quieran” no era nada más que seguir las normas de una sociedad cerrada, asfixiante, que vivía más pendiente de las vidas ajenas que de las propias.

Este hecho era especialmente duro en los pueblos del interior y en los barrios pequeños, donde las persianas tenían ojos y donde la falta de inquietudes hacían del cotilleo el gran pasatiempo social. Mi abuela me contaba que un hombre no podía coger a un bebé en brazos, ya que se le podía tildar de “poco macho”.

Y estos hombres solo podían empezar a mostrar cierto cariño cuando eran mayores y se volvían libres. Los nietos sabían mejor que los hijos que aquel hombre de campo los quería con locura. José Luis Sampedro lo refleja perfectamente en su libro La sonrisa etrusca.

“Calzonazos” era aquel que quería a su mujer y tenía en cuenta lo que ella decía y era capaz de dejarla decidir. No hay que olvidar que la mujer estaba constantemente bajo la potestad de un hombre, ya fuera su padre o marido. Y éste decidía si podía salir a la calle, si podía estudiar o trabajar.

Tampoco podía un componente del sexo masculino limpiar porque se le podía “caer el pito”, ni cuidar a sus padres. Y más de uno se guardaba su cariño en un cofre en su interior, cerrado a cal y canto, para que nadie dudara de su hombría.

Pero el peor daño que se les hizo a los machos fue condenarlos a la dependencia. Hacerles creer que no podían vivir sin una mujer que les haga todo. El resultado de eso se ha visto siempre en los hombres que se quedaban solteros o viudos y creían que se les había caído el cielo encima porque no eran capaces de cuidar de sí mismos.

No solo no sabían cocinar o limpiar, es que además estaban convencidos de que no podían hacerlo. En su mente eran hombres y, como tal, no hacían esas labores, que se suponían femeninas, y si se les ocurría hacerlas serían el hazmerreír de todos. Bajo el látigo de la hombría se ha perdido mucho amor, ternura, empatía e independencia. Tanto hombres como mujeres deben ser libres para poder elegir su vida y, para eso, la independencia es fundamental.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ


29 jun 2019

  • 29.6.19
Orgullo de ser humano, de tener un ADN único e irrepetible, de ser libre, de decidir, de sentir, de pensar diferente. Dejemos ya de joder a los demás exigiéndoles ser unos modelos que nosotros no somos ni en sueños. ¿Quién tiene derecho a decirle a alguien cómo vivir o cómo sentir? Como si algunos de nosotros pudiéramos decidir o elegir los sentimientos.



Cuando veo a los que se dedican a odiar, a criticar, a culpabilizar al otro siempre pienso lo mismo: “Tiene que ser un desgraciado con una mierda de vida”. Llevar el día a día propio y atender a nuestros seres queridos ya es suficiente como para estar pendiente de si el vecino o la vecina sale con cuatro o es transformista, o asexual...

A mí, la verdad, es que no me queda tiempo ni ganas de observar y, mucho menos, de criticar a los demás por su estilo de vida. Siempre he sabido que no respondo a esa perfección de la que me hablaban los curas o las maestras. Solo soy un ser humano que lleva su existencia, su paso por este planeta, lo mejor que puede, sin creerme mejor que nadie y que tiene muy asumido que es totalmente falible.

Cuando algún energúmeno critica o mira desde arriba a una persona por ser homosexual, bisexual, transexual o lo que le dé la gana ser, mi mente racional, que es muy potente, mira con extrañeza al exaltado. “¿Será gilipollas este tío?”, pienso, porque para mi parte izquierda del cerebro es incomprensible que se ataque por tener gustos diferentes. Para esa parte del cerebro es igual que gritarle a una persona porque le guste la cerveza o no le guste el vino.

Lo que cada uno hagamos con nuestro cuerpo y con nuestro tiempo no le importa a nadie. A ver si se enteran que ya se acabó la esclavitud, los siervos de la gleba y el Tercer Estado y que no somos propiedad de nadie.

A mí me daría pudor decirle a alguien cómo tiene que amar. Quien piensa que se puede controlar todo es un idiota que no sabe que, aunque humanos, no dejamos de ser pura química, seres llenos de electrones y protones que nos hacen atraernos. Y el amor o la atracción sexual no tienen explicación.

Yo más bien creo que hay mucho por ahí suelto que no acepta que “le ponen” los de su mismo sexo, que su piel se eriza más con un cuerpo al que su sometida mente califica de “prohibido”. Y esa frustración provoca ira y odio.

Estoy tratando de recordar la última vez que vi un cura heterosexual... El clero está lleno de gais, ejerzan o no de ello. Algunos han visto en la institución la forma de acallar sus pensamientos y sentimientos y poder seguir formando parte de su familia.

También he conocido hombres homosexuales casados para guardar las apariencias y que llevan doble vida. Todos ellos atrapados en realidades que odian, tirando la oportunidad de ser honestos con ellos mismos y no dañar a otra persona que desconoce ese doble juego.

Si Dios nos hizo a todos a su imagen y semejanza, si es infalible, ¿quién eres tú para cuestionar su obra? El que esté libre de pecado que tire la primera piedra y, si la tira, que sepa que será juzgado con la misma vara de medir que utiliza con los demás... Y no lo digo yo, lo dice la Biblia, ese libro que leen muchos de los energúmenos que acusan con el dedo.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

CULTURA (PUBLICIDAD)


GRUPO PÉREZ BARQUERO

CULTURA (NOTICIAS)



CULTURA - DOS HERMANAS DIARIO DIGITAL

DEPORTES (PUBLICIDAD)


COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

DIPUTACIÓN DE SEVILLA

DEPORTES (NOTICIAS)


DEPORTES - DOS HERMANAS DIARIO DIGITAL
Dos Hermanas Diario Digital te escucha Escríbenos