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Mostrando entradas con la etiqueta Negro sobre blanco [Aureliano Sáinz]. Mostrar todas las entradas
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20 sept 2020

  • 20.9.20
Una de las ideas que hemos sacado de la pandemia que sufrimos es que vivimos en un mundo globalizado y del que no nos podemos aislar por mucho que queramos pensar exclusivamente en las cosas cercanas que nos rodean. Somos claramente conscientes de que lo que aconteció en un país lejano, en este caso China, acabó extendiéndose por todo el planeta, pues a la naturaleza no se le pueden poner ni barreras ni fronteras.



Son los propios medios de comunicación los que han ayudado a ampliar la capacidad de conectarnos con los más remotos lugares, por lo que han acortado tanto las distancias que la idea romántica de encontrar una naturaleza o un territorio que no haya sido colonizado, o al menos conocido, por el hombre se hace ya casi imposible.

Pero esta apertura a la globalización o mundialización está teñida de complejidad y de dificultades, dado que nos asomamos a un mundo con muchas culturas y muchas lenguas distintas y que se nos presentan como un desafío ante las dificultades de establecer una red bien articulada de intereses compartidos que nos hagan afrontar de manera coordinada los retos a los que nos enfrentamos.

A mi modo de entender, esta visión de la multiplicidad en la que nos movemos los seres humanos se expresó magníficamente en el siglo XVI cuando diferentes pintores plasmaron en sus lienzos la mítica Torre de Babel, que se cita en el Antiguo Testamento.

Bien es cierto que en 1492, es decir, a finales del siglo XV, el descubrimiento para los europeos de las nuevas tierras que se encontraban en las islas y en el continente que acabó llamándose América conllevó la idea de que existían otras gentes, otras lenguas, otras culturas y tradiciones muy distintas a las ya conocidas en el viejo continente.

Esta diversidad humana fue el origen de algunas interrogantes: ¿Por qué hay tantas lenguas y tan distintas? ¿Cómo se han formado? ¿Por qué los seres humanos no hablamos el mismo idioma?

Estas eran preguntas que ya los antiguos judíos se habían formulado, de modo que la respuesta la encontraron en la religión, como solía hacerse para aquellas cosas que no comprendían. Así pues, la explicación dada es que existían tantas lenguas como resultado de un castigo de Dios, puesto que fue desafiado por la arrogancia de los hombres cuando quisieron construir una enorme torre que llegara hasta el cielo, de modo que sobrevivirían si la ira divina les condenaba a sufrir otro diluvio universal.



Esta interpretación fue magistralmente recogida pictóricamente por Pieter Brueghel en las dos versiones que realizó en 1563. La primera torre, que se encuentra en el Museo de la Historia del Arte de Viena, y que el artista de Flandes imagina, se apoya, por un lado, en la arquitectura romana, ya que evoca a la forma circular del Coliseo de Roma, con los numerosos arcos que circundaban a este edificio, por otro, dada su forma ascendente, recuerda a los zigurats de la época babilónica.

La segunda versión de Brueghel se conserva en el Museo Boymans van Beuningen de Rotterdam. Recibe el título de La pequeña Torre de Babel al ser una réplica del primer lienzo. De nuevo, nos encontramos ante un cuadro verdaderamente impresionante, ejecutado con maestría y un alto nivel de detallismo.



Han transcurrido varios siglos desde que grandes pintores como Brueghel plasmaran en sus lienzos la explicación cargada de mitología a la existencia de la multiplicidad de lenguas y culturas. En la actualidad, por las investigaciones de antropólogos y lingüistas, sabemos las razones de la formación de idiomas que hablan los seres humanos.

La Torre de Babel ya es un lejano recuerdo. A pesar de ello, a comienzos del XXI se ha construido una nueva Torre de Babel. Me refiero al edificio que alberga la sede oficial del Parlamento Europeo en la ciudad francesa de Estrasburgo, y que, para que no haya confusión, debemos recordar que existen otras dos sedes: una de ellas en Bruselas y la otra en Luxemburgo.

En esta nueva Torre de Babel se hablan los idiomas correspondientes a los 27 países que ahora componen la Unión Europea (una vez que el Reino Unido ha dejado de ser miembro). Este amplio número de lenguas da lugar a que los miembros del Parlamento Europeo tengan que acudir al sistema de traducción simultánea para hacerse entender entre unos y otros.

El edificio fue proyectado por el estudio francés Architecture Studio, tras ganarlo en concurso internacional. A mi modo de ver, quienes lo diseñaron pensaron en la imagen que ofrecía la Torre de Babel pintada por Pieter Brueghel, dado que partieron de un volumen también de tipo circular, con reminiscencias en la parte superior a la forma inacabada que creara el pintor de Flandes.

Conviene saber que este edificio lleva el nombre de una profesora: Louise Weiss. Mujer valiente y defensora del sufragio femenino, la misma que durante la ocupación nazi participó activamente en la Resistencia, siendo la redactora de la revista clandestina Nouvelle République. ¡Un acierto dedicárselo a esta gran mujer!

Por otro lado, aparte de los aspectos formales, el hecho de que el edificio acoja a tantos representantes de países con un amplio abanico de lenguas, mentalmente nos conduce a aquellas torres que imaginó Brueghel. Así, dentro de esta Torre de Babel europea, hablan, discuten, se enfrentan y, en ocasiones, llegan a importantes acuerdos como el que se produjo sobre el denominado ‘fondo europeo de recuperación’.

En nuestro país, se ha recibido casi como el maná que viene del cielo. Por nuestra parte le damos la bienvenida. Sin embargo, habrá que ver si las condiciones impuestas no se convierten en auténticos controles para el desarrollo político y económico, dado que, como bien se apunta, cada proyecto presentado será supervisado por los denominados ‘países frugales’ de tradición religiosa luterana o calvinista.

Multiplicidad de lenguas, culturas, religiones o tradiciones de los que vivimos bajo la sombra de la nueva Torre de Babel. Esperemos que en esta ocasión el entendimiento sobre el fondo europeo de recuperación sea real y que ayude a los países, caso de España, que han sufrido duramente la pandemia a recuperarse económica y socialmente del impacto que el covid-19 está produciendo en todo el mundo.

AURELIANO SÁINZ

13 sept 2020

  • 13.9.20
El 3 de noviembre de este 2020 se celebrarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Como bien sabemos, competirán Joe Biden, por el partido Demócrata, y Donald Trump, por el partido Republicano. Todo el mundo estará expectante de los resultados, teniendo en cuenta que este proceso electoral es de tipo indirecto, en el sentido de que los ciudadanos depositan sus votos por una lista de delegados de los partidos políticos para la Cámara de Representantes, que serán quienes posteriormente apoyen al nominado para presidente de su propio partido.



Para quienes vivimos fuera de este país, la cuestión no tendría excesiva relevancia si no fuera porque Estados Unidos es la primera potencia mundial y como tal condiciona de alguna manera al resto de los países del mundo.

Del primero de los dos aspirantes, por ahora, sabemos bien poco (ya nos irán dando información para que nos hagamos una idea de quién es); sin embargo, del segundo conocemos lo suficiente para entender que es un personaje bastante peligroso, no solo por su ideología racista, xenófoba y machista, sino porque, tal como han apuntado antiguos colaboradores suyos y diferentes psiquiatras, nos encontramos ante un auténtico ególatra, es decir, alguien que sufre un trastorno de la personalidad de tipo narcisista.

Esto conviene tenerlo muy en cuenta, porque puede ser elegido de nuevo Donald Trump, con lo que conlleva de fuerte inestabilidad social no solo en el propio país, sino en el ámbito de las relaciones internacionales, ya de por sí bastante conflictivas.

A tenor de lo indicado, creo que sería interesante echar una mirada sobre el fenómeno de la egolatría o del narcisismo acentuado, ya que forma parte de la personalidad de muchos de los políticos más nefastos y crueles que la historia de la humanidad ha conocido.

Brevemente, apuntaré que el término narcisismo proviene de Narciso, joven de la mitología griega al que se le consideraba de una extraordinaria belleza. Dado enorme su engreimiento, rechazaba los favores de la ninfa Eco que se había quedado prendada de él.

Conocido el caso por Némesis, diosa de la venganza, lo castigó haciéndole que se enamorara de su propia imagen cada vez que fuera a verla reflejada en una fuente. Durante una de esas absortas contemplaciones, acabó cayendo a las aguas y ahogándose en ellas. Siguiendo la imaginativa mitología griega, en ese lugar creció una hermosa flor que lleva su propio nombre: el narciso.



El mito de Narciso, como muchos otros de la Antigüedad, atravesó los siglos, de modo que no solamente se hablaba o escribía acerca de él, sino que también fue plasmado en imágenes por distintos pintores del Renacimiento. En este caso del cuadro que nos muestra a Narciso mirándose en las aguas perteneciente al artista italiano Caravaggio, el iniciador del tenebrismo dentro de la pintura.

Una vez que conocemos el origen y el significado del término, podemos preguntarnos: “¿Cuáles son los rasgos que definen a los ególatras o los individuos con una personalidad de tipo narcisista? ¿Es una peculiaridad de los políticos o todos podemos estar afectados por esta característica? ¿Puede llegar a convertirse en un trastorno de tipo patológico?”

Los psicólogos apuntan que como naturaleza del carácter humano cualquier persona presenta ciertos rasgos narcisistas y que puede convertirse en una patología en casos de acentuación del narcisismo. Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, ya habló de ella en 1914 en su ensayo Introducción al narcisismo, en el que explicaba que partiendo de una característica de todo individuo puede llegar a formar del carácter.

Esto es más frecuente en aquellos que tienen y ejercen poder sobre otros, sea por el rango adquirido o heredado, por el lugar ocupado en el organigrama del trabajo o en los cargos políticos, en el seno de la propia familia, etc.

A la pregunta acerca de los rasgos más destacados del narcisista habría que destacar los siguientes:

a) Claras manifestaciones de prepotencia, acompañadas de la necesidad de ser constantemente admirado.
b) Creencia en su superioridad y exigencia de que los demás se la reconozcan.
c) Preocupación por el éxito y la ambición de poder.
d) Desprecio, más o menos disimulado, hacia los que considera inferiores.
e) Ataques en forma de difamaciones o calumnias hacia aquellos que no se doblegan a sus ideas o intereses.
e) Envidia por quienes destacan a partir de sus propios valores.
f) Falta total de empatía con las otras personas.
g) Deseo de protagonismo en las conversaciones e intervenciones, etc.

Por otro lado, puesto que nos encontramos en un mundo en el que la imagen ha adquirido una importancia desconocida en tiempos pretéritos, a los rasgos psicológicos anteriores habría que añadir el empleo de un lenguaje no verbal a base de gestos, muecas, movimientos, ademanes, etc., con los que el ególatra desea presentarse seguro, firme y dominador, con el fin de dejar bien claro quién es el líder, quién tiene el poder.

En el caso del que hablamos, Donald Trump es un verdadero artista que encandila a sus embobados seguidores, que le admiran no solo por sus bravuconadas, sus soflamas, sus mentiras y agresiones verbales, sino también por sus puestas en escena en las que no le importa señalar con el dedo a periodistas que les resultan incómodos, como si fuera el dedo índice de un dios todopoderoso que apunta a quienes han transgredido sus leyes y que serán duramente castigados por la osadía que han tenido al haberle incomodado.



Este gesto tan habitual en Trump es inconcebible en los países europeos, ya que nos resultaría inaudito ver su uso por un líder político cualquiera, no solo porque lo consideramos una falta de educación, sino porque creemos que a nadie se le debe apuntar con el dedo acusador. Y mira que ha habido déspotas y dictadores en el viejo continente; pero es que este gesto fuera de Estados Unidos no se acepta.

Sin embargo, en el imaginario colectivo americano está muy presente la figura del cartel que en 1917 creó el diseñador James Montgomery Flagg con el fin de promover el alistamiento de los jóvenes estadounidenses en las fuerzas armadas que vendrían a participar en la Primera Guerra Mundial en Europa.

En el cartel aparecía el Tío Sam (o Uncle Sam, personaje que supone la personificación de los valores patrióticos de los Estados Unidos de América) señalando directamente al espectador con el mensaje ‘I want you for U.S. Army’, es decir, ‘Te necesito para las Fuerzas Armadas de Estados Unidos’. Debido a su enorme éxito, el cartel se volvió a imprimir con la misma finalidad para el reclutamiento de jóvenes durante la Segunda Guerra Mundial, llegando a convertirse en un icono del patriotismo estadounidense.

No es de extrañar, pues, que un auténtico paradigma de narcisismo patológico como es Donald Trump repita con frecuencia este gesto con la intención de conectar con la ‘América profunda’, es decir, con los sectores más reaccionarios y racistas del país, entre los que se encuentran los amantes de poseer y utilizar las armas de fuego, aquellos que no dudan en esgrimirlas contra la población negra, ya que para ellos los negros no dejan de ser esa escoria nacida de los antiguos esclavos que estaban al servicio de los blancos.

AURELIANO SÁINZ

6 sept 2020

  • 6.9.20
Una de las grandes transformaciones, lenta pero de manera inexorable, que se está dando dentro de la sociedad es aquella que se origina en el seno de las familias, es decir, en los grupos básicos de la colectividad humana. Esto lo podemos entender si echamos una mirada hacia atrás y comparamos las formas familiares de generaciones precedentes con las que actualmente existen: comprobaremos que los cambios han sido enormes; aunque conviene reconocer que no todos se han producido en sentido positivo.



Uno de los aspectos que ha cambiado sustancialmente es la idea del padre como autoridad inapelable que en décadas pasadas existía. La denominada figura del páter familias (término de origen latino como símbolo de la ley y del orden), prácticamente, ha desaparecido en las culturas de Occidente.

Quedan lejos aquellos años en los que, por ejemplo, escuchar al maestro la frase “Esto se lo diré a tu padre” suponía ponerse a temblar, pues el castigo que se infligía en el aula se duplicaba cuando la falta cometida, real o sobredimensionada por el propio maestro, llegaba a oídos paternos.

Bien es cierto que, por otro lado, la figura del docente ha quedado también muy debilitada en estos tiempos en los que las atenciones a los hijos han caminado por el lado de concederles todos sus deseos, convirtiendo al profesorado en un cuerpo a vigilar para que tenga mucho cuidado de no sobrepasarse, pues ahora parece que niños y adolescentes se encuentran rodeados de tantos peligros que, incluso, quienes tienen encomendadas las funciones educativas que complementan a las familiares no son de fiar del todo.

Sobre este tema tan relevante, quisiera señalar que el psicoanalista italiano Massimo Recalcanti ha escrito diversos libros, entre ellos el que lleva por título El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor, y que me gustaría comentar por el significado que tiene, tanto en el título como en la explicación del declive de la figura paterna.

Para que podamos entender a qué se refiere cuando habla del ‘complejo de Telémaco’ y del ‘ocaso del progenitor’ nos tenemos que remitir a la obra clásica griega La Odisea que escribió Homero, pues en ella se habla del padre, Odiseo o Ulises, y su hijo, Telémaco.

En mi caso, debo apuntar no la he leído directamente la obra de Homero; sin embargo, sí que lo he hecho a través de un libro autobiográfico del profesor estadounidense Daniel Mendelsohn titulado Una Odisea. Magnífico libro en el que describe las clases que mantenía con el grupo de sus alumnos que estudiaban lenguas clásicas y en las que va desmenuzando, paso a paso, esta genial obra, por lo que acabas de conocerla bastante bien.

A modo de síntesis, indicaré que en este libro de Homero se nos narra el viaje que realiza Odiseo (o Ulises en la versión romana), el rey de Ítaca, una de las islas jónicas que se encuentra actualmente en el oeste de Grecia. Esposo de Penélope y padre de Telémaco marcha a Troya para participar en la guerra, de modo que tarda veinte años en regresar, pues diez de ellos los pasó luchando en la guerra troyana y otros diez intentando regresar a Ítaca, puesto que a la vuelta se tropieza con múltiples obstáculos que van apareciendo a lo largo del relato.

Entre los problemas que tiene que afrontar se encuentran los cantos de las sirenas que quieren seducirlo. Esta es la razón por la que ordena a los remeros del navío con el que regresa que lo aten al mástil para no dejarse cautivar por las bellas voces de estos seres míticos que por entonces poblaban los mares. (Es lo que refleja la imagen del cuadro que muestro en portada del pintor inglés Herbert James Draper, nacido en Londres en 1863.)

Dada su tardanza en regresar, y ante el caos que reina en el palacio de Ítaca por la ausencia del padre, Telémaco decide ir en su busca para que ponga orden, ya que él se siente impotente para asumir esta tarea. Puesto que apenas ha contado en su formación con la figura paterna, carece de la suficiente fortaleza moral para frenar a todos aquellos que desean seducir a su madre, Penélope, que se entretiene tejiendo de día y destejiendo de noche para cubrir el vacío de un esposo que no acaba de regresar.

En la búsqueda de ese padre ausente, Telémaco también se tiene que enfrentar a las bellas ninfas de la isla de Calypso que desean que se quede con ellas, buscando el modo de cautivarlo con sus encantos. (Puesto que el arte, como vemos, suele recoger los relatos míticos, muestro a continuación un fragmento del lienzo que realizó la pintora suiza Angelica Kauffmann en el que vemos al joven Telémaco rodeado de tres hermosas ninfas que buscan encandilarlo.)



Una vez que ya entendemos el significado del ‘complejo de Telémaco’ que emplea Massimo Recalcanti, acudo a un párrafo de este autor que nos dice lo siguiente: “La autoridad simbólica del padre ha perdido peso, se ha eclipsado, ha llegado irremediablemente a su ocaso (por lo que) cada vez es más raro que nuestros hijos puedan hallar en los adultos encarnaciones creíbles de lo que significa ser responsable”.

Esto puede dar a un equívoco, pues Recalcanti no reivindica aquella figura autoritaria que tiempo atrás conocimos. “Personalmente, no siento la menor nostalgia por el ‘páter familias’. Su tiempo está irremisiblemente acabado”, asegura en las distintas obras que ha escrito sobre esta temática.

Cuando el autor italiano habla de autoridad se refiere a una autoridad razonable, la que se ejerce de manera no impositiva, con diálogo y sin caer en eso tan fácil como es “esto se hace porque lo digo yo”, expresión tan recurrente en generaciones precedentes.

Su crítica va en el sentido de que algunos padres, en la actualidad, han renunciado a algo tan esencial en la formación de los hijos como es el uso del principio de autoridad, decantándose por algo tan equivocado como puede ser la figura del padre-colega que quiere estar a la misma altura que el hijo.

Quisiera cerrar este escrito indicando que la idea del padre-colega, bastante extendida en la actualidad, conlleva a que con el tiempo el hijo se sienta perdido en un mundo en el que constantemente hay que tomar decisiones, por lo que necesita encontrar apoyo en otras figuras que difícilmente pueden suplir a la paterna, puesto que la seguridad y la confianza en sí mismo se van adquiriendo, paso a paso, a medida que se crece y con la ayuda de los progenitores.

AURELIANO SÁINZ

30 ago 2020

  • 30.8.20
Estaba por titular esta columna como Turismo rupestre, pero pronto imaginé que tendría que dedicar un largo espacio del texto para hacer ver que no se trataba de irse a una cabaña aislada sin electricidad y, por supuesto, sin conexión wifi. Cuando inicialmente lo pensé, quería hacer con ello una referencia a las pinturas prehistóricas que se encuentran en los entornos del lugar en el que pasaría cinco días. Lo reconsideré, intentando reflejar otra de sus cualidades como es la sensación de tranquilidad y silencio que se palpa nada más llegar… Pero comencemos por el principio.



Cuando se acerca el verano, todos pensamos qué vamos a hacer durante el tiempo que disponemos de vacaciones. Ya sabemos que este año la situación ha cambiado radicalmente. Los planes se han trastocado. Tenemos que considerar la situación anómala en la que nos desenvolvemos, por lo que salir allende las fronteras se convierte en un potencial conflicto. Hemos tendido, pues, a buscar la solución dentro del país. Es lo más razonable si se quería salir de casa y tomar unos días con carácter lúdico o de descanso.

Sucede, por otro lado, que en esta ocasión el fuerte calor veraniego no nos ha dado tregua hasta mediados de agosto. Y en lugares como Córdoba la solana se convierte en un verdadero problema, pues las temperaturas alcanzan cotas difíciles de soportar.

Vista la situación, Flora y yo esperábamos que bajaran para salir unos días a algún hotel ‘lejos del mundanal ruido’, es decir, que a ser posible se encontrara ubicado en un entorno natural. Estuve mirando en distintos medios y, casualmente, en un diario digital vi un artículo que hablaba de diez sitios privilegiados del país para contemplar la Vía Láctea. Curiosamente, uno de ellos se encontraba en la Sierra Madrona, cerca del pequeño pueblo de Fuencaliente, en la provincia de Ciudad Real.

Tengo que apuntar que siempre me ha gustado mirar al cielo. Contemplarlo despacio nos conmueve profundamente al sentir la infinitud del universo en el que se encuentra nuestro pequeño planeta. Y, claro, observar un firmamento inmensamente estrellado se convierte en un gozo y en una intensa emoción que siempre ha acompañado al ser humano desde sus orígenes.

Localicé, pues, un pequeño hotel que tenía el mismo nombre que la sierra en la que se encuentra ubicado. Una vez que nos decidimos, reservamos para cinco días, puesto que nuestra intención era la de tener una pequeña estancia en un lugar algo apartado y conectado con la naturaleza.

Salimos el domingo temprano tomando la autovía para Madrid; al llegar a Montoro, giré hacia la izquierda en dirección a Cardeña. Era la primera vez que cogía esta carretera que conducía al lugar en el que se encuentra el hotel Sierra Madrona.



Cuando llegamos, tuvimos la grata sorpresa de que era más amplio de lo que imaginábamos. Especialmente nos llamó la atención que estuviera rodeado completamente de arbolado y que la fachada apenas se distinguiera porque a su alrededor aparecían enormes bambúes que cubrían no solo la parte frontal, sino también los laterales. Y todo ello con el rumor del agua que caía para que las numerosas plantas estuvieran regadas.

Pronto entendí que era un negocio familiar, ya que su dueño, Antonio, una persona de gran afabilidad y con un alto sentido del humor, nos contó que inició la aventura de embarcarse en este trabajo de hostelería en el año 1992, cambiando el rumbo de sus anteriores actividades.

El hecho de que ambos tengamos una edad algo similar daría lugar a que pudiéramos charlar con amplitud de temas muy diversos, mientras que él iba atendiendo a su trabajo.

“Antonio, ¿sabes que es muy difícil hacerse la idea de la imagen del hotel? La razón es que al estar rodeado de tantos árboles, plantas y flores, acaba alejándose de las formas convencionales de los edificios o las casas en las que las fachadas se muestran con cierta claridad para ser reconocidos”, le explico, al tiempo que le hacía ver las semejanzas que presentaba con la arquitectura ecológica que ahora se desarrolla en distintas partes del mundo. Él, en cierto modo, asintió, aunque imagino que era la primera vez que le hacían esta observación.



Una vez que nos asentamos, pronto Flora y yo comenzamos a realizar caminatas por los entornos, iniciándolas por la zona denominada Peña Escrita, una sierra rocosa en la que se encuentran varios vestigios de pinturas rupestres de tipo esquemático.

El acceso a las primeras pinturas no era excesivamente complicado puesto que había tramos de calzada de piedras que encauzaban el ascenso. Sin embargo, ya cerca del final, le indiqué a Flora que permaneciera en el lugar al que habíamos llegado en ese momento, puesto que el resto era bastante complicado para ella.

Cuando alcancé lo más alto, comprobé que las pinturas estaban protegidas por un enrejado que se había colocado para resguardarlas del vandalismo de algunos que no distinguen entre un tesoro prehistórico de una vieja pared en la que pueden hacer pintadas.



El hotel, con una cocina magnífica, contaba con una piscina en uno de los diversos espacios que tenía su alrededor; sin embargo, nuestro objetivo en esta ocasión era el de realizar recorridos por los bosques de pinos y de alcornoques de las sierras. Sentíamos un verdadero placer marchar en medio del silencio absoluto de la naturaleza, escuchando únicamente los sonidos del viento al chocar con las ramas de los árboles.

Pero nos quedaba por contemplar el cielo completamente estrellado. Este era uno de los objetivos que nos habíamos marcados. Así, en una de las tardes, cuando empezaba a anochecer subimos a la altura de la explanada de Peña Escrita. Nos sentamos en unos asientos de madera para ir contemplando las paulatinas apariciones de las luces estelares, al tiempo que el cielo se iba oscureciendo.

Nos mantuvimos un par de horas, hasta que el firmamento se cubrió de esas luces que nos llegan emitidas hace millones de años de las estrellas. Asombro, emoción, sentimiento de pequeñez ante infinitud del cosmos. Sin lugar a duda, contemplar un fragmento de la Vía Láctea es uno de los más bellos espectáculos que podemos recibir de la naturaleza.

Fueron solo cinco días. Los hemos vivido con gran intensidad. Ha sido un auténtico descubrimiento conocer este hotel, así como a su dueño. El regreso a Córdoba estuvo marcado por la convicción de que no será la única vez. Pero antes de montarnos en el coche, le digo a Antonio que debemos hacernos una fotografía delante de la puerta, ya que pretendo hacer un artículo que explique un poco nuestra breve estancia.

Con la pulcritud que ha caracterizado todo el tiempo de nuestra permanencia, acordamos quitarnos en ese momento las mascarillas y situarnos algo separados. De esta forma, en la instantánea que utilizo como portada queda registrado algo de estos magníficos días. Como despedida, y mientras pongo rumbo a Córdoba, solo nos queda por decir: ¡Volveremos!

AURELIANO SÁINZ

23 ago 2020

  • 23.8.20
"Conspiranoico" es una palabra que escuchamos u oímos en la actualidad y la asociamos a personas que están obsesionadas con las conspiraciones o los complots que explicarían aquello que desconocemos porque deliberadamente se ocultan a las gentes para finalmente dominarlas o controlarlas. Es pues, una contracción de dos vocablos –"conspiración" y "paranoico"– que ha tenido un cierto éxito popular, aunque todavía este término no lo recoge el diccionario de la RAE.



¿Cuándo o dónde podemos considerar que comienza la obsesión colectiva por las conspiraciones? Me imagino que esta pregunta tendría distintas respuestas, según quien la exprese o la escuche. Por mi parte, para no alejarnos excesivamente del tiempo en el que nos encontramos, citaría como punto de partida la caza de brujas que llevó a cabo el senador republicano estadounidense Joseph McCarthy en la década comprendida entre 1947 y 1957.

Diez años, pues, de persecución contra aquellas personas inicialmente ligadas al Gobierno de los Estados Unidos y a sospechosos de ser miembros o simpatizantes del Partido Comunista de este país a los que se consideraban infiltrados en la Administración o en el Ejército. Pero esta caza de brujas, posteriormente, se extiende a todos aquellos que en la mente de McCarthy supuestamente defendían actividades antiamericanas, es decir, a los izquierdistas o simplemente con ideas liberales y progresistas que no las ocultaban.

Son los años en los que comenzó la denominada Guerra Fría entre este país y la otra gran potencia mundial como era la Unión Soviética. De este modo, apoyado en el Comité de Actividades Antiamericanas, acusó a cientos de personas, algunas de las cuales sufrieron verdaderas tragedias personales por las represiones sufridas y la marginación social que se les hacía tanto en el trabajo que se les negaba o del que se les despedía, como en el entorno familiar o de las amistades.

Auténtica psicosis que, de algún modo, se extiende hasta nuestros días, pues, leyendo a la historiadora estadounidense de raza negra y de izquierdas Donna Murch comprobamos, sorprendidos, que para estudiar un posgrado en la Universidad de California en Berkeley tuvo que firmar ‘el juramento de lealtad’ en el que manifestaba que nunca había militado en el Partido Comunista. Y esto en el año 2000 en una universidad pública sobre un partido que está legalizado y tiene su sede central en un edificio del popular barrio de Manhattan de Nueva York.

Para quien quiera comprender el tema de la caza de brujas, también denominado macarthismo, creo que puede servirle la excelente película Buenas noches, y buena suerte, dirigida por George Clooney en el año 2005. En ella se describe minuciosamente la persecución sufrida por el presentador de la CBS Edward R. Murrow por parte del senador Joseph McCarthy. Este último personaje es un claro ejemplo de lo que hoy entendemos como conspiranoico activo.



Sin alejarnos del país que tratamos, damos un gran salto adelante para situarnos en el presente, pues su actual presidente, Donald Trump, aparte de mentiroso compulsivo, es otro de los grandes conspiranoicos del panorama mundial.

No voy a hacer ningún repaso de su alucinante trayectoria, dado que es imposible en unas breves líneas. No obstante, sabemos que China es la nación (aparte de otras como México) a la que le atribuye todas las maldades. No es de extrañar que no tuviera ningún problema, y sin ninguna prueba, en decir que el covid-19 era un virus fabricado en los laboratorios de este país.

Y como sus paranoias no terminan, ahora le ha tocado a TikTok, la aplicación china que permite la creación de breves vídeos musicales que entusiasma a los adolescentes y jóvenes estadounidenses, por lo que ha previsto prohibirla en Estados Unidos.

Pero los conspiranoicos no son solo quienes ejercen altos cargos, sino que también el fanatismo paranoico afecta a gente corriente obsesionada por hechos a los que no encuentran alguna razón que les satisfaga, por lo que les buscan explicaciones insólitas.

Estos individuos o grupos pueden ser más o menos peligrosos, dependiendo del tema que se trate. Uno que actualmente podríamos situar entre los muy dañinos es el movimiento antivacunas que se opone a los avances de la medicina, especialmente en uno de los logros más significativos que se ha alcanzado en el campo de la sanidad preventiva.

Ya sabemos la carrera contra reloj que se está llevando por laboratorios de diferentes países para atajar la pandemia del coronavirus que está causando verdaderos estragos en todo el mundo. Y a pesar de este enorme esfuerzo y de las grandes inversiones que se están llevado a cabo, al rechazo a la medicina se suele unir sus fanatismos religiosos o el argumento de que las distintas marcas farmacéuticas harán verdaderos negocios con las patentes de sus vacunas. Es, pues, una bomba difícil de desactivar de sus mentes.

Un ejemplo muy claro, del que ya hemos hablado, es el de José Luis Mendoza, presidente de la Fundación San Antonio, propietaria de la Universidad Católica de Murcia. Mezclando el Anticristo, que según él reaparece cada nueva generación, con Satanás, que resulta ser el promotor de la pandemia, suelta unas disparatadas declaraciones contra Bill Gates y George Soros porque financian investigaciones en el campo de las vacunas (quizás no conozca a Anthony Fauci, el científico que ahora se ha convertido en la bestia negra de Donald Trump, porque si no lo añadiría a los que siguen a Satanás).

Esto nos puede parecer la chifladura de un personaje que pertenece al grupo integrista de los kikos; sin embargo, conviene tomarse muy en serio el daño que hace el movimiento antivacunas porque logra que en distintos países haya gente que se oponga a las medidas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), como son el uso de la mascarilla, el mantenimiento de las distancias y la higiene habitual, especialmente con la limpieza de las manos, normas necesarias hasta que por fin se logre una vacuna verdaderamente efectiva.

He hablado de la caza de brujas, de Donald Trump, de José Luis Mendoza y del movimiento antivacunas; sin embargo, las tesis y los grupos de los conspiranoicos son muy amplios.

Así, desde aquellos que creen que lo que sucedió el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York contra las Torres Gemelas del World Trade Center fue producto de la CIA, que organizó el atentado como excusa para lanzar una guerra contra Oriente Medio; a los que están convencidos de que la llegada a la Luna se rodó en un estudio de cine; pasando por los que defienden que el Holocausto nazi nunca sucedió; a los que piensan que el mundo está controlado por una sociedad secreta denominada los Illuminati, lo cierto es que las ideas más disparatadas y peregrinas en la actualidad funcionan por la red con total libertad, consiguiendo difundirlas y logrando adeptos a las mismas.

No es de extrañar, pues, que en el caso de nuestro país con la situación tan alarmante en la que se encuentra, y a las puertas del inicio del nuevo curso escolar, con toda su carga problemática, haya descerebrados que se manifiesten en el centro de Madrid contra el uso obligatorio de las mascarillas, como si todas las informaciones científicas no les sirvieran de nada, puesto que sus mentes solo caben sus teorías conspiranoicas.

AURELIANO SÁINZ

16 ago 2020

  • 16.8.20
Creo que la epidemia en la que nos encontramos ha venido no solo a crearnos numerosos problemas en nuestras vidas cotidianas sino a alterar algunas costumbres que se habían formado en estos tiempos digitales en los que nos encontramos. Y es que desde hace un par de décadas las vidas que llevamos adelante no solo se mueven en realidades tangibles –familia, trabajo, amigos, ocio, etcétera– sino que nuestros tiempos en el campo virtual se han multiplicado exponencialmente.



Esto, en principio, forma parte de la revolución de las tecnologías que en poco tiempo se han incrustado en nuestros hábitos. En gran medida han venido a solucionar numerosos problemas, dado que en el campo laboral o educativo ha sido un factor de gran valor, por citar dos de ellos. Así, por ejemplo, si no se hubieran podido llevar adelante el trabajo o la enseñanza on-line (con todas sus dificultades) durante el confinamiento hubiera sido un auténtico problema el cierre de los centros educativos durante esos meses.

Pero este mundo digital también tienes sus sombras. Y quisiera citar la dependencia que se ha creado, especialmente en adolescentes y jóvenes, no solo de los móviles sino también de la imagen que ellos quieren mostrar a través de las redes sociales en las que invierten muchas horas del día.

Y si abordo esta cuestión es por el contacto que tengo con ellos y sus padres a través de trabajos de investigación en los que compruebo que sus situaciones personales y familiares en nada se parecen a las que presentan en esos medios, especialmente cuando se trata de mostrarse ante los demás, sea por fotografías o por vídeos.

También la lectura de un interesante libro, Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, de Edgar Cabanas y Eva Illouz, me ha hecho reflexionar sobre estos mundos paralelos en los que se encuentran los chicos y chicas adolescentes. Así, el mundo real en el que viven, con toda su carga problemática, y el mundo que desean proyectar de sí mismos a través de las imágenes raramente coinciden; lo habitual es que se muestren alegres y cargados de felicidad en el segundo, aunque se encuentren solos y deprimidos.

Nos encontramos, pues, ante un libro de análisis crítico de aquellas estrategias provenientes de Estados Unidos para que la gente, supuestamente, se sienta feliz al margen de los verdaderos problemas personales o sociales; aunque perfectamente se pueden aplicar a las situaciones en las que viven los adolescentes de los países desarrollados.



Uno de los aspectos abordados por la investigadora Donna Freitas, citada en el libro, es cómo se expresa el concepto de la felicidad personal en las redes sociales y también cómo los adolescentes y los jóvenes han interiorizado la idea de que deben mostrarse felices a toda costa en las redes que utilizan.

Para que entendamos lo indicado, quisiera extraer un par de párrafos de esta autora, ya que me parecen muy clarificadores:

Los institutos y las universidades en las que he realizado mis investigaciones eran increíblemente diversos desde el punto de vista geográfico, étnico y socioeconómico. La religión podía estar muy presente o totalmente ausente. Algunos eran centros muy prestigiosos, otros nada. Sin embargo, todos los estudiantes tenían una única preocupación recurrente y masivamente propagada a través de las redes sociales: parecer felices. Y no simplemente felices, sino felicísimos”.

Por otro lado, nos indica que esto no es solo característico de los que pertenecen a familias acomodadas que tienen resueltos los problemas vitales más importantes, sino que afecta a todas las categorías sociales. Más adelante continúa:

Los estudiantes han aprendido que las manifestaciones de tristeza o de vulnerabilidad a menudo son recibidas con silencio, rechazadas o –lo que es peor– son objeto de burlas y de acoso. La importancia de parecer feliz en las redes sociales, incluso cuando estás muy deprimido y te sientes solo, es tan primordial que la casi totalidad de los chicos y chicas jóvenes con los que hablé sacaban el tema en un momento u otro de la conversación. Y muchas de ellas prácticamente no hablaban de otra cosa”.

La obligación de ser feliz parece que entre los nativos digitales ha encontrado en las redes sociales el medio perfecto de propagación. Utilizo la expresión de ‘nativo digital’ para referirme a aquellos que pertenecen a una generación que ha nacido cuando los medios digitales ya se encontraban afianzados, por lo que desde muy pequeños están en contacto con estas tecnologías.

Se ha llegado a la situación de que fomentar una imagen lo más positiva de sí mismo al tiempo que supuestamente ‘auténtica’ ha arraigado con tanta fuerza en las generaciones más jóvenes que el hecho de no ajustarse a esta demanda se ha convertido en motivo de exclusión social.

Es ilustrativo lo que nos narra Donna Freitas cuando nos dice que en las encuestas que llevó adelante muestra esa obsesión que alcanza tales extremos que en muchos casos llega a ser enfermiza. Así, la mayoría de los encuestados respondía afirmativamente al enunciado: “Procuro parecer siempre feliz y positivo en todo aquello que se pueda asociar conmigo”, al tiempo que otros expresaban: “Soy consciente de que mi nombre es una marca que debo cuidar”.

Esta segunda frase está muy relacionada con el fenómeno youtuber, tan significativo entre los más jóvenes (aunque habría que añadir a otros no tan jóvenes).

Desconozco si la pandemia en la que nos encontramos ha afectado significativamente a los también llamados influencers, dado que los youtubers se habían convertido en el ejemplo vivo de cómo convertirse en una ‘marca personal’ con el fin de llegar y vender su imagen a millones de seguidores.

Esto será tema para indagar, porque vender felicidad digital en los tiempos del coronavirus se ha convertido en una tarea verdaderamente complicada, dado que obtener beneficios publicitarios exhibiendo y mercantilizando la propia figura resulta difícil de imaginar, cuando gran parte de la población se encuentra con auténticas dificultades para sobrevivir en trabajos precarios o en el paro.

AURELIANO SÁINZ

9 ago 2020

  • 9.8.20
Algunas veces, con los amigos he utilizado la expresión que da título a este escrito intentando explicarles que, aunque me encuentre jubilado, continúo como profesor honorario, dado que la docencia es un trabajo que siempre me ha apasionado y lo vivo como algo que lo llevo en la sangre.



Creo que todos entendemos que la expresión "morir con las botas puestas" se refiere a que uno acaba su vida llevando adelante una actividad con la que se identifica y que de forma habitual desarrolla. No se refiere, por tanto, a grandes gestas o actos heroicos, dado que todos dentro de nuestro mundo podemos vivir con entusiasmo cualquiera de las facetas de nuestra existencia.

Bien es cierto que este dicho popular lo solemos sacar a colación cuando fallece alguien que ha tenido una larga y productiva vida, de modo que se marcha tras una labor encomiable. Es lo que recientemente sucedió con el compositor italiano Ennio Morricone, quien falleció el pasado 6 de julio a la edad de 91 años, dejando tras de sí una larga lista de bandas sonoras de películas tan conocidas como Érase una vez América, La Misión, Novecento, Cinema Paradiso, Los intocables de Eliot Ness o Los odiosos ocho.

Como bien sabemos, dejó una carta de despedida en la que nos decía:

Yo, Ennio Morricone, estoy muerto. Lo anuncio a todos los amigos que siempre han estado cerca de mí y también a aquellos que están un poco lejos los saludo con gran afecto. Imposible mencionarlos a todos (…).  Espero que sepan cuánto los he amado. Por último, pero no menos importante, María. A ella le renuevo el extraordinario amor que nos mantuvo unidos y que lamento abandonar. Para ella mi más doloroso adiós”.

Una sencilla y emotiva despedida que había escrito sabiendo que sus días terminaban, tras dejarnos un enorme legado de bandas sonoras que seguro algunas hemos escuchado.

De todas ellas, yo siempre recordaré la de La muerte tenía un precio, pues, siendo estudiante de Arquitectura en la Universidad de Sevilla, acudí junto a un par de amigos a un cine de barrio en la que la proyectaban. Quedé fascinado, tanto de la película como de su banda sonora, en la que había notas que imitaban a unos lejanos silbidos y que volvían a repetirse en otros filmes del denominado spaghetti western como fueron, aparte de la citada, Por un puñado de dólares, El bueno, el feo y el malo o Hasta que llegó su hora.

A partir de Ennio Morricone, las bandas sonoras de los filmes del viejo Oeste comenzaron a popularizarse, de modo que ya no solo eran las imágenes sino también la música las que daban entidad a esas películas. No obstante, en esta ocasión, como ilustración de "morir con las botas puestas" he seleccionado la imagen de Gary Cooper en otro film inolvidable: Solo ante el peligro.

Caminando serio, erguido, con los brazos descolgados ante el inminente peligro que acecha, marca bien los pasos, por lo que se muestra como el prototipo del personaje que mira de frente hacia su destino sin renunciar a los retos que tiene que afrontar.

Pero creo injusto que siempre sea una imagen masculina la que presida determinados valores. Ahora nos encontramos en un mundo en el que la mujer se ha ganado a pulso el derecho a que ella también se la represente, de forma que conviene que esos valores se apliquen a ambos géneros. De este modo, y dentro de las clásicas películas del Oeste, viene bien esta imagen de Johnny Guitar en la que aparece Joan Crawford en una de las escenas inolvidables que plasmó como director Nicholas Ray.



Siguiendo el rastro del título del artículo, quisiera manifestar que cuando uno echa la vista atrás emergen buenos e, incluso, magníficos momentos de la trayectoria que se ha llevado a lo largo de la vida. En mi caso, como docente, podría explicar muchos de ellos, pues ha sido el propio trabajo educativo el que cotidianamente me aportaba alegrías que las vivía como formando parte de mí (también, qué duda cabe, aparecieron momentos tristes e, incluso, amargos). Pero en esta ocasión quisiera referirme a un hecho que siempre recordaré.

Hace unos años, en la puerta de mi despacho sonó el toque de una mano que pedía permiso para entrar. Tras indicarle que sí, pasó una chica menuda acompañada de quien supuse que sería su madre. Era una estudiante de la Facultad que yo no la había tenido de alumna.

Tras presentarse, su madre me indicó que había sido alumna mía y que siempre me recordaba como un profesor tranquilo y atento con sus alumnos, por lo que quería pedirme el favor de si yo le podía dirigir el trabajo fin de grado a su hija. Estuvimos charlando de aquellos lejanos años en los que yo compatibilizaba el trabajo docente con el de arquitecto. Recuerdos inolvidables de mis comienzos en la Universidad.

“Por supuesto, que le dirigiré el trabajo a tu hija Marina. Pero hay algo que me ha llamado la atención y quiero preguntártelo. ¿Por qué habéis acudido a mí, cuando ella podía haberlo hecho con cualquier profesor o profesora que haya tenido a lo largo de la carrera?”.

La madre de Marina me indica que su hija es muy trabajadora, pero que tenía un carácter bastante tímido e inseguro, por lo que ella pensaba que yo sería el más adecuado para que no se sintiera cargada de dificultades durante la realización de la investigación.

Nos despedimos. Vi la alegría en el rostro de la alumna, dado que ella a lo que aspiraba era sencillamente a aprobar, puesto que defender un trabajo ante un tribunal le provocaba bastante inseguridad.

Algunos días después vinieron a mi despacho tanto su madre como su padre para agradecerme que yo la hubiera atendido. Pero lo más curioso es que también su padre había sido alumno mío y que ambos se habían conocido siendo compañeros de curso.

Me alegró profundamente que tras más de treinta y cinco años ellos me recordaran como el profesor por el que sentían admiración. Ellos eran maestros en ejercicio y ya conocían de primera mano lo que significaba el trabajo de la enseñanza.

Ciertamente, comprobé que Marina era una chica muy trabajadora e insegura que me consultaba habitualmente por correo electrónico la cantidad de dudas que le iban surgiendo.

Cuando se acercaba la fecha en la que tenía que defender su trabajo ante un tribunal, ensayamos varias veces, hasta que estuvo convencida de que lo hacía bien.

Pasada la defensa y anunciadas las notas, se presentó en mi despacho para indicarme, toda exultante, que había recibido una matrícula de honor. No dejaba de darme las gracias por todas las atenciones que le había prestado, pues no imaginaba que pudiera tener esa calificación. También sus padres, días después, me agradecieron el apoyo que le había prestado a su hija.

Hoy Marina es una maestra entusiasmada con su labor docente. Sus padres se encuentran cerca de la jubilación. Por mi parte, continúo como profesor honorario en la Facultad, pues como en cierta ocasión indiqué, y siguiendo el título de este escrito, yo no calzo botas; no obstante, como suelo decir, "moriré con los libros abiertos".

AURELIANO SÁINZ

2 ago 2020

  • 2.8.20
Cuando en nuestro país se acercaba el final del confinamiento marcado por el Estado de Alarma, era previsible que de nuevo aparecieran rebrotes del covid-19, pues resultaba muy difícil pensar que los contactos que se iban a producir entre la gente no generaran transmisión del virus de unos a otros.



Lo que no podíamos imaginar era que la denominada nueva normalidad se iba a convertir tan pronto en una clara anormalidad, puesto que en menos de dos meses los encuentros familiares, las celebraciones, las fiestas, el ocio nocturno y los botellones iban a ser los medios de transmisión que iban a poner en jaque la apertura de la sociedad a la tan necesaria actividad económica. Sin embargo, los continuos mensajes del uso de la mascarilla, el mantenimiento de las distancias y el no contacto corporal, para algunos parece haber caído en saco roto.

Uno puede comprender que tras meses de confinamiento el deseo de las familias de reencontrarse estuviera muy justificado; pero ya se había advertido que los encuentros no fueran de más de diez miembros y que se evitaran los besos y los abrazos.

En los días en los que escribo, resulta que los rebrotes o nuevos contagios empiezan a ser un verdadero problema. Del total de ellos, la cuarta parte corresponde a encuentros y fiestas familiares y un cuarenta por ciento al denominado ocio nocturno.

No estoy muy seguro, pero pareciera que esto de formar parte de grupos numerosos y de estar muy pegados unos a otros pertenecieran a nuestra idiosincrasia española.

Pensando en ello, me vinieron a la mente algunas obras pictóricas relevantes que explicarían el temperamento hispano de disfrutar de la mesa agrupados y en las que los comensales aparecen muy juntos, casi tocándose.

Una muy reveladora, dado que unía a dos generaciones de los reyes más significativos que hemos tenido, es la que lleva por título El banquete de los monarcas y que he utilizado para la portada. Se trata de un encuentro familiar entre Carlos I y su hijo Felipe II, acompañados de sus esposas y de otros personajes muy ligados a la Casa de los Austrias.

El cuadro pertenece al artista valenciano Alonso Sánchez Coello, pintor de cámara de Felipe II. En la escena, encontramos en el lado derecho a Carlos I, al que le están sirviendo vino en su alargada copa; cerca de él se encuentra su hijo Felipe II, todo vestido de negro, con mirada absorta, mientras le colocan un plato sobre la mesa. Las esposas de los monarcas aparecen sentadas en sus lados derechos al igual que las de los invitados, tal como se establecía en el protocolo.

Pero no es solamente el estar tan juntos físicamente lo que ahora nos podría servir de ejemplo de una costumbre tan española, sino que, en esta ocasión, quisiera referirme a un hecho que afectó singularmente a la dinastía de los Austrias: la unión por consanguinidad. El matrimonio entre miembros familiarmente próximos sería no solo el origen de graves problemas de salud física, como la esterilidad, el raquitismo, las afecciones renales y la malformación, sino también de problemas mentales como la esquizofrenia, la paranoia, la depresión o la psicosis.

Entiendo que esa proximidad consanguínea es diferente de la que ahora hablamos en la pandemia; sin embargo, hay algo de esa tendencia hispana a estar muy juntos o muy unidos. Por otro lado, recordemos que la Casa de los Austrias (nombre que adoptó en nuestro país la dinastía de los Habsburgo) se inicia con Carlos I. Le sucederían Felipe II, Felipe III, Felipe IV llegando hasta Carlos II, apodado El Hechizado, que fallece sin descendencia, lo que provocó la Guerra de Sucesión Española, que se inicia en 1701 hasta que en 1713 se firma el Tratado de Utrech.

Con Felipe V, nombrado rey en 1700, se inicia la Casa de los Borbones francesa en España que llega hasta hoy. Aunque hay que reconocer que la actual casa real española no es un modelo precisamente de unidad, ya que en ella han aparecido problemas tan graves que es difícil que puedan verse públicamente juntos Felipe VI y el rey emérito.



Hemos echado una mirada hacia atrás, acudiendo a un cuadro paradigmático, para dar una posible explicación a la tendencia a juntarnos, a celebrar fiestas y a comer muy juntos. Pero, tal como he apuntado anteriormente, parece que algunos todavía no acaban de ser conscientes de que nos encontramos bajo una epidemia.

Es por lo que encontramos muchos casos de grave irresponsabilidad. Uno que se lleva la palma, ya conocido de todos, es el que se desarrolló en la discoteca Babylonia de Córdoba. Ha superado los cien contagiados, por lo que ha llegado a ser noticia hasta en The New York Times como ejemplo de imbecilidad colectiva.

La información dada por su corresponsal Ralph Minder a este prestigioso periódico estadounidense fue la siguiente:

“Después de disfrutar de una larga noche de celebraciones de graduación, una multitud de jóvenes ingresó en la discoteca de Babylonia a las 5 a.m. para continuar la fiesta en la ciudad de Córdoba, en el sur de España. Dos semanas después, 91 personas vinculadas a los 400 asistentes a la fiesta identificados de la discoteca Babylonia han dado positivo por el coronavirus y las autoridades regionales todavía están luchando por localizar a todos los que ingresaron al club esa noche, o que luego entraron en contacto con ellos”.

Así pues, los alumnos, profesores y padres de un colegio privado que alegremente se fueron a celebrar la finalización del curso a una finca particular y, posteriormente, se marcharon a una discoteca, han logrado no solo que se contagien más de cien personas, generando un enorme problema sanitario, sino que acaben convirtiéndose en una noticia internacional.

¡Esto sí que se llama responsabilidad cívica y cumplir a rajatabla las normas que han marcado las autoridades sanitarias para prevenir los contagios a los que estamos expuestos todos los españoles!

AURELIANO SÁINZ

26 jul 2020

  • 26.7.20
Aparte de los enormes daños producidos en la población, la epidemia del coronavirus nos ha sorprendido a la mayoría de la gente, puesto que no teníamos una experiencia similar y no nos imaginábamos que en pleno siglo XXI nos encontrásemos ante un reto sanitario de estas magnitudes.



Sin embargo, esta situación que afecta a todo el planeta, con distintas intensidades, ha dado lugar a que recibamos noticias continuas del virus que la ha provocado y que, en algunos casos, nos informemos acerca de las epidemias que han afectado a la población a lo largo de la historia. Así, nos hemos dado cuenta de que han existido siempre, aunque los avances de la ciencia, la medicina y la sanidad las han reducido y han logrado controlarlas en la mayoría de los casos.

Una de esas epidemias que ha quedado fuertemente registrada en la historia es la peste negra. Según el historiador noruego Ole J. Benedictow, la peste negra o peste bubónica ha sido la pandemia más devastadora en la historia de la humanidad, dado que se inició en el siglo XIV, alcanzando su punto máximo entre 1347 y 1353, aunque en el continente europeo persistiría durante al menos 400 años, muriendo solo en Europa unos 25 millones de personas.

La razón de que le llamara ‘peste’ se debía a que quienes se contagiaban solían aparecérseles bubones o ganglios que al estallar destilaban una fuerte pestilencia.

Los primeros casos se dan en el desierto de Gobi de Mongolia. Posteriormente. se extiende a China, se traslada a la India, llega a Rusia, finalizando su recorrido en los puertos del Mar Negro. Sería, pues, la denominada Ruta de la Seda el camino llevado a cabo por tierra. A partir del Mar Negro, los navíos encargados de transportar las mercancías serán los que la propagarían al resto de los puertos del continente europeo.

La causante de la enfermedad, según Benedictow, fue una bacteria que anidaba en roedores como ratas, ratones y jerbos, transmitiéndose a través de las pulgas de dichos animales. Estos se subían a los barcos de los comerciantes en el Mar Negro y cuando arribaban a algún puerto descendían, transmitiéndose la infección de unas ratas a otras, hasta pasar a las personas a través de las pulgas.

La falta de higiene de entonces daba lugar a que fueran las clases más pobres las que padecieran las consecuencias de la epidemia, por lo que las familias adineradas intentaban ocultarla dado que se la asociaba a la pobreza, incluso estas familias pagaban a médicos para que la enfermedad se mantuviera en secreto.

Por otro lado, tratando de evitar pérdidas económicas, las autoridades encubrían el avance de la enfermedad, con las inevitables consecuencias de su posterior expansión, por lo que cuando quisieron reaccionar era demasiado tarde.

También las familias de los afectados negaban la existencia de los casos, de modo que, incluso, enterraban a los muertos en los corrales de las casas. La razón hay que encontrarla en que si informaban para evitar contagios, la solución adoptada por las autoridades era la de prender fuego a sus casas y a todas sus pertenencias. No sabían otro modo de atajar esta enfermedad de la que desconocían prácticamente todo.



Ante el pavor de la población y su total ignorancia de las causas que generaban esa terrible enfermedad, ¿qué solución buscaba la gente que no entendía los orígenes de ese mal, que hasta los propios médicos no sabían cómo atajarla?

Como era habitual por aquella época, acudiendo a la religión para hallar algo de explicación y consuelo. El clero, por su parte, solía atribuir estos males a los pecados de los hombres, con lo que agudizaban las angustias de aquellos que se sentían impotentes ante una desgracia que los desbordaba.

De este modo, eran habituales las rogativas a través de las procesiones de las imágenes de los santos y patronos locales, lo que, paradójicamente, daban lugar a que la epidemia se extendiera más deprisa al contagiarse las personas sanas con las infectadas cuando se juntaban en el mismo espacio.

Fueron años en los que se gestaron nuevas devociones, bajo la apelación a los milagros que podían realizar algunos santos. Es el caso, por ejemplo, de San Rafael, que se convertiría en el patrón de la ciudad de Córdoba.

Con respecto a Córdoba, quisiera apuntar que hubo tres importantes brotes de la peste negra, siendo el más fuerte el que se produjo a finales del siglo XVI. Hemos de tener en cuenta que la ciudad contaba con unos 50.000 habitantes en 1580, y un siglo después se redujo a unos 30.000 debido a la enfermedad.

Por aquellas fechas, y en medio del pavor generalizado, se da a conocer el sacerdote Andrés de las Roelas quien dice que el arcángel San Rafael se le había aparecido cinco veces para comunicarle que él sería quien salvaría a la población de la peste.

A partir de ese momento, la ciudad de Córdoba se vuelca en la devoción a San Rafael, que etimológicamente quiere decir ‘medicina de Dios’. De este modo, se celebran misas en su honor, se levantan monumentos llamados popularmente ‘triunfos’, se le dedican iglesias, también calles y plazas. Con el paso del tiempo, el nombre de Rafael se convierte en el más popular dentro de los cordobeses.

Las autoridades eclesiásticas afirman que con la devoción que promueve el padre Roelas, fallecido en 1587, desciende el número de contagiados; pero esto, por entonces, no era posible comprobarlo, dado que los datos conocidos se mantenían en secreto.

A pesar de la alta devoción que se promueve a San Rafael, lo cierto es que la peste no desaparece. Así, el segundo gran azote en Córdoba se da entre los años 1647 y 1652. Y para que nos demos cuenta del impacto que produjo en la ciudad, el médico Alonso de Burgos (el que aconsejaba como remedio a la epidemia “Huir rápido, cuanto antes mejor y regresar cuanto más tarde”) hablaba de otros 16.000 muertos.

El tercer gran brote llegaría a Córdoba treinta años después, es decir, en 1682, produciendo, según distintos historiadores, la muerte de otras 12.000 personas.

Tal como dije al principio, la peste negra permaneció en Europa durante nada menos que cuatrocientos años. Y pensando en la que actualmente padecemos, sin haber siquiera cumplido un año entre nosotros, y con la posibilidad de que podamos tener algunas vacunas eficaces en un tiempo reducido, no deja de ser un abierto reconocimiento al enorme trabajo que se ha llevado, tal como he indicado, en los campos de la ciencia, de la medicina y de la salud. A todos ellos tenemos que estarles enormemente agradecidos por la labor que han realizado.

Posdata:

El cuadro que ilustra la portada del artículo es del pintor francés Alexandre Hesse (1806-1879) titulado La muerte de Tiziano, en el que hace un homenaje al gran pintor italiano que falleció en 1576 a causa de la peste negra.

La ilustración del interior pertenece al también artista francés Michel Serre (1658-1733) en la que expresa una escena de la peste negra en Francia.

AURELIANO SÁINZ

19 jul 2020

  • 19.7.20
¿Somos los españoles un país de jaraneros, de modo que lo único que nos preocupa son las fiestas y disfrutar del buen vino? ¿Nos visitan los extranjeros pensando que, aparte del sol y de las playas, esto es Jauja y que aquí los desmadres están a la orden del día creyendo que por todos lados hay sanfermines o tomatinas y que los más jóvenes, antes de que apareciera el dichoso bichito, se pasaban los fines de semanas de botellón en botellón?



No sé si esta es la imagen que se hacen quienes vienen a visitarnos y que, inevitablemente, este año la cifra se reducirá de modo considerable. Lo que sí puedo afirmar es que cuando me he encontrado con profesores de universidades de Francia o Suiza, en medio de las charlas, solían salir estos temas, derivándose hacia los magníficos vinos que tenemos los españoles. También era motivo de debate la admiración que sentían por los grandes pintores de nuestro país, lista que encabezaba uno de los genios de la pintura de todos los tiempos: Diego Velázquez.

“Me imagino, Aureliano, que en España hay un verdadero culto al vino, pues aparte de que tengo algún conocimiento de los excelentes caldos que se producen en tu tierra, para mí hay un cuadro de Velázquez que me gusta mucho como es 'El triunfo de Baco' y que tengo colgado en mi despacho”, me indica un profesor de la universidad de Neuchâtel, con un buen español, en un encuentro que tuvimos en un pueblecito de Suiza.

Le dije que estaba muy de acuerdo con lo que decía, al tiempo que le indicaba que este espléndido cuadro de Velázquez en España le llamamos también Los borrachos, aunque en el lienzo no se aprecie el estado etílico de los que aparecen en el mismo.

Ciertamente, nuestro país no se entiende sin los buenos vinos que salen de sus viñas y sin la compañía de los amigos en la barra del bar o sentados en alguna terraza disfrutando de esas charlas que tanto nos gustan, al tiempo que nos tomamos unas tapas acompañadas del regalo del dios Baco, aunque ahora, en tiempo de pandemia, tengamos que seguir unas estrictas normas para evitar el contagio.

Y ya que hablamos de algo tan ligado a la antigua Hispania como es el vino, no viene nada mal que recordemos a este dios mitológico que tanta ligazón tiene con la alegría y el disfrute de la vida. Para ello nada mejor que hacer un pequeño recorrido por cómo ha sido representado en algunas obras pictóricas, dentro de la numerosa iconografía en la que aparece.

Así, he tomado para la portada un fragmento de la figura de Baco que realizó en 1598 el pintor italiano Caravaggio. El lienzo, que se encuentra en la Galería Uffizi de Florencia, muestra a un joven, relajado, parcialmente tapado por una túnica blanca y con un ramo de pámpanos coronándolo, al tiempo que sostiene una copa de vino tinto.



Treinta años después de la representación de Caravaggio, es decir, en 1628, Velázquez pinta El triunfo de Baco, cuyo protagonista tiene ciertas similitudes con las del pintor italiano. Sin embargo, en este caso, aparece rodeado de acólitos y gente de extracción humilde.

En la obra hay dos partes bien diferenciadas: en la izquierda se muestra a un joven con el torso descubierto, sentado sobre un tonel, coronado de pámpanos, al tiempo que sostiene una copa con vino. A contraluz, la figura de un segundo personaje con similar corona, por lo que se deduce que también es un seguidor del dios del vino.

El grupo de la derecha lo componen seis personajes, algunos con el rostro abotargado por los efectos de la bebida. Uno de ellos, un humilde soldado, en actitud reverencial y a punto de convertirse en un nuevo iniciado; el resto es gente de extracción modesta, tal como lo manifiestan las ropas que portan.



Remontándonos hacia atrás, y como bien sabemos, en la Grecia antigua se rendía culto a Dionisos y en Roma a Baco. Durante las celebraciones en honor de estos dioses corría el preciado líquido de forma generosa en las denominadas bacanales, ya que las mujeres encargadas de animar esos festejos recibían el nombre de bacantes.

No obstante, el ascenso del cristianismo en el Imperio romano supuso una abierta censura de estas fiestas; de todos modos, conviene apuntar que el propio Senado de Roma las prohibió en el año 186, aunque ello no impidió que continuaran celebrándose de forma privada.

Una interpretación de estas fiestas la encontramos en el cuadro La bacanal de los andrios del pintor italiano Tiziano, el favorito de Felipe II. En la escena nos muestra los placeres de una bacanal, en la que no aparece representado el dios Baco, puesto que está llegando a la isla de Andros en una barca.

Vemos personajes masculinos y femeninos bailando; otros desnudos, caso de la mujer del lado inferior derecho; otros bebiendo y algunos completamente ebrios yacen en el suelo. Teniendo en cuenta el moralismo de Felipe II, Tiziano nos expresa su idea de una bacanal como la de una fiesta en la que se da rienda suelta a los placeres de los sentidos corporales y, en consecuencia, moralmente condenable.



Otro cuadro es el del pintor holandés Cornelis de Vos, que también recibe la denominación de El triunfo de Baco, similar al de Velázquez. En este caso, el dios del vino no es un joven de piel rosácea, sino un ser obeso y grotesco que se encuentra completamente desnudo y sentado en un carro tirado por dos tigres. Vemos que con su mano derecha abraza a una joven y rubia bacante que agita un tímpano con sonajas.

En su lado izquierdo se encuentra un sátiro que, con mirada irónica, palpa uno de los pliegues de su carne adiposa a la altura de la cintura, al tiempo que otro ya viejo apenas se tiene sobre el asno que lo sostiene. Aquí, la referencia al dios Baco tiene un aire burlón y cómico, como si el pintor holandés quisiera ridiculizar las fiestas paganas dedicadas al disfrute con las alegres bacantes.



La quinta obra lleva el título de El sacrificio a Baco del pintor italiano Massimo Stanzione, que, junto a las tres anteriormente citadas, se encuentra en el Museo del Prado. En este caso, nos muestra un cortejo de bacantes que cantan y bailan ante una escultura de Baco que aparece desnudo, con una corona de pámpanos y de pie sobre un pedestal.

Algunas de las seguidoras del dios del vino se encuentran cubiertas de pieles de animales y engalanadas con ramas de hiedra y de parra, al tiempo que le ofrecen cestas de uvas, de frutas y jarras de vino. Otras tocan la flauta, los címbalos o portan una paloma. En este caso, la bacanal no adquiere el tinte de desenfreno de los sentidos, sino un aire entre lúdico y poético.

Para cerrar, convendría recordar las palabras del historiador griego Tucídides cuando decía que “los pueblos del Mediterráneo empezaron a emerger del barbarismo cuando aprendieron al cultivar olivos y vides”. O, siglos más tarde, las palabras del escritor francés François Rabelais al sostener que “el vino es lo que más ha civilizado el mundo”.

A pesar de los tópicos, podemos decir que mayoritariamente en España sabemos beber bien; que disfrutamos, como país mediterráneo, de las fiestas populares y que, en estos tiempos en los que nos vemos acosados por una pandemia, es posible recuperar, eso sí, de modo razonable el disfrute de la calle tan ligado a nuestra cultura abierta al aire libre.

AURELIANO SÁINZ

12 jul 2020

  • 12.7.20
No sé si la gente joven de ahora entiende el significado de la frase con la que he titulado este artículo. Reconozco que, en mi caso, desde hace bastante tiempo que no la he escuchado, fundamentalmente porque ya nadie defiende que el castigo físico sea el medio educativo para que las nuevas generaciones fueran aprendiendo.



Sin embargo, quienes somos mayores no solamente entendemos su significado sino que también, en mayor o menor intensidad, recibimos algún tortazo, algún palmetazo o algún cogotazo para que en la escuela nos entrara la tabla de multiplicar o entendiéramos el correcto uso de la ‘h’ o de la ‘q’. Lógicamente, cuando te dan una colleja, acompañada de la expresión ‘¡so burro!’, para que sepas que es el Guadalquivir el que pasa por Córdoba y no el Guadiana, nunca se te olvidará el río que atraviesa la hermosa ciudad andaluza.

Pero esa forma de aprendizaje deja siempre unos recuerdos cargados de amargura, por lo que ya no se olvidarán las respuestas correctas; no obstante, es probable que te creen un carácter inseguro, temeroso de equivocarte cuando tengas que contestar a las preguntas que se te hacen o en el momento en el que debas tomar decisiones de cierta importancia.

Hay que entender que en épocas pasadas el castigo físico, incluso el maltrato, era una manera que tenían padres y maestros para que se obedeciera o se aprendiera lo que por entonces eran los comportamientos correctos. Pero no solamente eran los padres y los maestros, sino que esa forma de educar estaba bien vista por la sociedad, por lo que la frase ‘La letra con sangre entra’ era una especie de máxima o sentencia que, de vez en cuando, se repetía como justificación a los golpes que se les podía dar a los críos.

Por suerte, y en contra de la opinión de los pesimistas, creo que en líneas generales la sociedad avanza y la mayoría de la gente intenta eliminar los errores que comete. Como prueba de ello es que, en gran medida, se han erradicado los maltratos tanto en la familia y en la escuela.

De todos modos, soy realista y sé que hay formas de abusos con los menores que quedan ocultos y no salen a la luz. Es por lo que recientemente se aprobó la ‘Ley de los derechos y oportunidades en la infancia y adolescencia’, aparecida en el BOE el 27 de mayo.

Esto es un gran avance en la protección integral tanto de niños y niñas como de adolescentes. Dentro de la amplitud de temas abordados en la ley se encuentra el rechazo total al castigo físico como modo de educar y de enseñar. Bien es cierto que también se alude al castigo psicológico, que puede ser incluso más dañino al pasar desapercibido por la sutiliza y ocultamiento con los que se lleva a cabo.

Como he apuntado, los mayores sabemos bien el significado de ‘la letra con sangre entra’, ya que en nuestra infancia vivimos un tiempo en el que la pedagogía admitía los castigos corporales como medio de aprendizaje. Y pesar de que quien escribe esto recibió más de un palmetazo, es preciso reconocer que los castigos físicos, si se miran desde una perspectiva histórica, eran más reducidos que los de las generaciones precedentes.



Para que entendamos de lo que estoy hablando nada mejor que la portada del artículo que corresponde a un cuadro de nuestro gran pintor Francisco de Goya titulado exactamente La letra con sangre entra, que ejecutó entre 1780 y 1785, encontrándose en la actualidad en el Museo de Zaragoza. De igual modo, el dibujo del interior se ha extraído de un libro educativo inglés de mediados del siglo pasado, dado que en Inglaterra la filosofía pedagógica que defiende el castigo físico se ha mantenido hasta recientemente.

Con respecto al lienzo de Goya, podemos apreciar que la escena se desarrolla en una pequeña y oscura escuela. Curiosamente, en ella aparece un perro cercano al maestro que azota con un pequeño látigo de varias hiladas en las nalgas descubiertas de uno de los niños de la clase. El crío se encuentra inclinado, sostenido por una mujer, sin que se le aprecie el rostro, por lo que no podemos contemplar su expresión de sufrimiento. No obstante, a la derecha puede verse a un par de ellos que llorosos acaban de recibir el mismo castigo, mientras que los otros están en sus tareas.

¿Es una descripción la que hace Goya de lo que acontecía en las escuelas o una crítica a los duros castigos corporales que por entonces se utilizaban?

La verdad es que a ciencia cierta no lo sabemos, porque otro título que recibe el cuadro es el de Escena de escuela. Este título parece inducirnos a pensar que lo pintado se correspondiera con algo habitual de aquellos años.

Ciertamente, esos brutales castigos los de mi generación no los conocíamos (si exceptuamos algún caso muy sonado). Es más, las referencias a los maestros que tuvimos en nuestra niñez se hacen con cierto respeto y consideración hacia ellos, pues, desde nuestra perspectiva ya de adultos, podemos entender la sociedad en la que vivíamos y las difíciles condiciones en las que tenían que desenvolverse: escasos recursos educativos, aulas pequeñas, críos de distintas edades y niveles todos juntos, exiguo reconocimiento económico a un trabajo de tanta importancia, etc.

Por otro lado, los juegos de los muchachos de entonces eran mayoritariamente en la calle, por lo que oscilaban desde los más tranquilos a los que implicaban significativos riesgos, de los que no éramos conscientes. Así pues, a pesar de la dureza y la precariedad en la que vivíamos, la escuela era nuestro primer nivel de socialización y en la que comenzábamos a relacionarnos fuera de casa, a conocernos unos a otros y a formar pandillas de amigos.

Han cambiado los tiempos. La escuela se ha transformado mucho. Desde el inicio de la democracia, la escuela pública no separa por sexos. Niños y niñas actualmente acuden juntos a centros mucho mejor dotados y con un profesorado que ha recibido una buena formación especializada en las distintas materias que el alumnado debe recibir.

Hoy, la importante tarea que llevan adelante maestros y maestras se entiende como fundamental dentro del panorama de incertidumbre en el que nos movemos. Y, a pesar de que nos encontramos en una gran encrucijada por la pandemia que sufrimos, se dan avances relevantes que se recogen dentro del campo legislativo: la erradicación de los maltratos que aún pudieran sufrir los más pequeños, puesto que, a pesar de que hay quienes sostienen que alguna vez ‘viene bien un buen cachete’, lo cierto es que el cachete se queda en el fondo del alma de quien lo recibe.

AURELIANO SÁINZ

5 jul 2020

  • 5.7.20
En el siglo pasado, el autor francés Robert Guérin nos decía que “el aire que respiramos está compuesto de oxígeno, nitrógeno y publicidad”. Y si esto lo expresaba hace nada menos que cincuenta años, no me puedo imaginar lo que pensaría de lo que acontece hoy en nuestro mundo, en el que las marcas comerciales las llevamos encima como si fueran auténticos símbolos de distinción. Solo nos queda tatuárnoslas en los brazos, en las piernas o en el pecho, por encima del corazón, para que ese culto a los logotipos y eslóganes publicitarios acaben bien dentro de nosotros.



La publicidad, tan necesaria para promocionar y vender productos, se ha introducido tanto en nuestras vidas que finalmente no sabemos si ahora nos encontramos en una realidad real (y perdonadme por la tautología) o en una especie de videoclip en el que no somos más que actores secundarios de una historia planificada por las agencias publicitarias.

Relacionado con lo que he apuntado, hace bien poco no sabíamos que vivíamos en la normalidad, hasta que el Gobierno de este país nos anunció la ‘buena nueva’ de que entrábamos en la Nueva Normalidad. Frase que bien parece sacada de una agencia publicitaria a la que se le hubiera encargado la expresión más certera para levantar los ánimos alicaídos de una población hartísima del dichoso bichito.

Por entonces, cada cual construía su propia historia dentro del complejo, contradictorio y bastante absurdo mundo; aunque, como es lógico, entre todos, con distintos puntos de vista, buscamos que sea un poco más ordenado y racional. Si no fuera de este modo, las vidas de unos y de otros se parecerían tanto que viviríamos dentro de una normalidad que nos uniformaría más de lo deseable.

Sin embargo, y por suerte, no es así. Algunos son adictos al fútbol, mientras que otros u otras lo odian; unos son devotos de determinados santos, mientras que hay quienes no pisan una iglesia desde que hicieron la Primera Comunión; uno sueña con dar la vuelta al mundo, mientras que su vecino fantasea con tener un romance con Miley Cyrus; unas aguantan a un pesado marido que no mueve el culo del sofá en todo el día, al tiempo que sus amigas está tramitando los papeles del divorcio; unos no saben cómo llegar a fin de mes con el miserable sueldo que tienen como riders en Amazon, en tanto que Froilán no sabe cómo gastarse el sueldazo que recibe cada mes de sus papás…

En fin, que hablar meses atrás de normalidad para el conjunto de la población hubiera sido tan absurdo como pensar que todos los mamíferos se parecen a los gatos.

Si acaso había algo que pretendía, y pretende, normalizarnos era la publicidad que cotidianamente recibimos ‘por tierra, mar y aire’: familias todas muy felices, con chalés y piscinas, cuyos niños muy rubitos se toman sonrientes las verduras que les han preparado sus mamás con todo amor; o chicas muy monas cuya única preocupación es estar seguras de que la longitud de sus pestañas son las ideales; o jovenzuelos obsesionados por el último modelo de iPad que está a punto de salir al mercado…

Ah, y de los viejos (o aspirantes a viejos) no digo nada porque esos nunca aparecen en la publicidad, pues, aparte de no consumir como es debido, provocan tristeza en ese mundo idílico que se nos vende como la gran Normalidad de la sociedad consumista.

En todo caso, pueden aparecer en algunos spots televisivos en Navidades, porque eso de la nostalgia, de volver a casa y de estar todos reunidos alrededor de una mesa es bueno para esas fechas en las que hay que comer y beber mucho, además de comprar Lotería de Navidad, dado que son ellos los que recuerdan que hay que repartir décimos con la familia y los amigos.



Lo que ha faltado en esta campaña de promoción de la Nueva Normalidad, como tiempo atrás se hizo internacionalmente con la Marca España, es encontrar un buen logotipo formado por las dos ‘enes’ iniciales de ambos vocablos. De este modo, como acontece con las grandes marcas, caso de Apple, Nike, Adidas, New Balance o Huawei, cuyos logotipos son bien conocidos, lograría completarse ese optimista mensaje.

Y puestos a arrimar el hombro, ahí presento algunas propuestas de logotipos, desde el más minimalista al más romántico, que hasta puede servir a animar a la gente a casarse en estos fríos tiempos de distanciamientos. Pero advierto que, a pesar de que el diseño gráfico es una de mis pasiones y que he realizado numerosos logotipos, los que acabamos de ver los he sacado del banco de imágenes de Google.

Dudando de la eficacia de la nueva fórmula, yo me pregunto: ¿no hubiera sido más sencillo decir que entramos en un periodo sin confinamiento o en una etapa tras el estado de alarma, sin necesidad de acudir a la creación de un nombre que suena a expresiones codificadas como Año Nuevo, Estado del Bienestar, Semana Santa, Fin de Semana, Comunidad Autónoma… que, como vemos, están formadas por dos palabras?

La verdad, es que no creo que nos sintamos muy normales teniendo necesariamente que protegernos con mascarillas y con el dichoso bichito que sigue ahí amenazante, de forma que no podemos abrazarnos, darnos la mano, entrar y salir cuando a uno le plazca, acudir a los sitios que habitualmente lo hacíamos sin necesidad de estar atentos a los que tenemos alrededor… y, peor aún, sin saber qué va a suceder con nuestros trabajos o saber, por ejemplo, qué pasará con los críos cuando tengan que juntarse en los colegios.

Quizás, podamos hablar de un tipo normalidad cuando se encuentre disponible para todos nosotros una vacuna realmente efectiva, de modo que este tiempo en el que el virus ha trastocado nuestros ritmos cotidianos lo veamos como una especie de pesadilla o paréntesis en las más o menos ajetreadas vidas que llevábamos.

Bueno, como no quiero ser un aguafiestas, espero que tú, amable lector / amable lectora, te haya sentado bien la entrada en esta Nueva Normalidad y te encuentres lleno o llena de proyectos, al tiempo que el presente no se te haya complicado mucho.

AURELIANO SÁINZ

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