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Mostrando entradas con la etiqueta Negro sobre blanco [Aureliano Sáinz]. Mostrar todas las entradas
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11 abr 2021

  • 11.4.21
Penetrar en el mundo del arte, especialmente en el campo de las artes pictóricas, es realizar un recorrido por los ámbitos del poder social a lo largo de la historia. Esto podemos entenderlo si consideramos que las clases sociales que carecían o carecen del poder que generan el rango social y el dinero apenas aparecen representadas en los lienzos que se cuelgan en los museos.


Tendríamos que acercarnos hacia mediados del siglo XIX, cuando los artistas se independizan de los mecenas que los sostenían económicamente, para que las escenas de los cuadros que ensalzaban a los monarcas, a la aristocracia y al alto clero no tengan ya un claro contenido religioso, ni tampoco mitológico, ni en ellas se plasmen las grandes batallas y tampoco sean de los retratos de los personajes poderosos que dominan en los distintos países. La independencia del artista conlleva a que, en cierto modo, adquiera libertad para elegir aquellos temas que le interesa plasmar en sus lienzos.

El diecinueve es el siglo que conoce la llegada de la revolución industrial y en la que emerge una nueva clase de trabajadores a los que teóricos como Proudhon, Marx o Engels denominan "proletariado". En la actualidad este término ha caído en desuso (ya que proletariado hacía alusión a la prole, es decir, a los numerosos hijos que tenían), por lo que se les suele llamar "obreros" o, de modo más genérico, trabajadores que viven del salario que ganan con el esfuerzo físico y manual. Es decir, aquellos que conocen los bajos salarios o el paro como dos de las lacras endémicas del capitalismo avanzado.

¿Y por qué los trabajadores a lo largo de la historia no han sido los protagonistas de escenas pictóricas que pudieran explicar visualmente su mundo y sus necesidades? La respuesta es bien sencilla: carecen del dinero para adquirir los cuadros que los pintores de cierto renombre pintan. Por otro lado, ellos tampoco interesan a los artistas que desean codearse con las galerías, los museos y esa burguesía culta, o con deseos de ostentación, cuyos gustos no caminan precisamente por contemplar plasmadas en lienzos las miserias de los que viven en los estratos más bajos de la sociedad.

Sin embargo, hay excepciones, como en casi todas las facetas de la vida, por lo que en esta ocasión quisiera traer a colación el nombre de dos grandes pintores que plasmaron el mundo del trabajo y de sus protagonistas. Son el italiano Giuseppe Pellizza da Volpedo y el argentino Antonio Berni.


Giuseppe Pellizza (1868-1907) nos legó obras de diversa temática, aunque su cuadro más conocido es El cuarto estado, que se encuentra colgado en el Museo Novecento de Milán. Y es conocido porque su imagen aparece en el cartel y en la película Novecento del también director italiano Bernardo Bertolucci.

La escena de este enorme lienzo (que he tomado como ilustración del artículo) fue pintada en 1901, seis años antes de que su autor decidiera quitarse la vida con solo 36 años. En ella contemplamos, en un plano general, a un abigarrado grupo de obreros en huelga que camina detrás de los dos que lideran la marcha, al tiempo que una mujer, que lleva a su bebé desnudo en sus brazos, le habla al que aparece como el más adelantado.


Si nos trasladamos al continente americano, podemos encontrarnos con uno de los grandes artistas de Argentina: Antonio Berni (1905-1981). Cito a este pintor dado que en su diversidad de trabajos plasmó imágenes del mundo de los trabajadores de su país.

A diferencia de Giuseppe Pellizza, Antonio Berni tuvo una vida más prolongada, por lo que, además de pintor y grabador, también fue conocido como muralista, siguiendo la estela de los grandes muralistas mejicanos: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o José Clemente Orozco.

La influencia de estos grandes creadores se puede ver en el modo de representar a las figuras que aparecen en el cuadro anterior y que lleva por título Desocupados, término que en la actualidad no utilizamos, puesto que la palabra más común es la de ‘parados’, ya que el paro, como he indicado, es una lacra que penetra en la vida de muchas personas, con especial incidencia en las clases populares.


Otro cuadro muy conocido de Berni es el que lleva por título Manifestación. En esta obra, a diferencia de El cuarto estado de Giuseppe Pellizza, se nos muestra a los protagonistas de la escena muy cercanos al virtual espectador y en un ángulo picado. De este modo, es posible contemplar los rostros serios y curtidos por los años de duro trabajo. Rostros anónimos, de gente del pueblo, cuyo horizonte nunca deja de ser la vida dura en la que se mueven. De ahí que en un pequeño cartel que asoma al fondo aparezcan solo dos palabras: “Pan y trabajo”, elementos básicos de la vida de cualquier ser humano para poder sobrevivir.


Argentina, ese enorme país suramericano que mira al Atlántico, ha sido un territorio que acogió oleadas de emigrantes europeos que procedentes de países como España, Italia, Alemania... encontraron en sus tierras las oportunidades que no tuvieron en sus lugares de origen. De ahí ese mosaico de apellidos que encontramos entre los argentinos.

Pero también la emigración es conocida por su gente. Es por ello que no podía faltar entre las obras del pintor nacido en la ciudad de Rosario un lienzo que reflejara la tristeza y la angustia del abandono de las propias raíces; pero esos duros sentimientos aparecen ocultos bajo las gorras y los sombreros, como si también la vergüenza asomara en aquellos que esperan la llegada del barco que a lo lejos se atisba en el horizonte.


La prolija obra de Antonio Berni, aparte de los muralistas mejicanos que he mencionado, estuvo influenciada por distintos artistas europeos, caso del surrealista italiano Giorgio de Chirico, ya que los personajes creados por Berni se asemejan a obras escultóricas plasmadas cromáticamente en los lienzos.

Algunos de los cuadros de Berni que cuelgan en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires llevan significativos títulos como Los hacheros, La marcha de los cosecheros, La comida, Escuelita rural, Migración, El mendigo, Hombre junto a un matrero o El almuerzo.

Esto nos hace ver que el pintor argentino no quería distanciarse de la vida y de los problemas que acuciaban a las gentes del pueblo. Es por lo que, desde esta perspectiva, adquiere todo su sentido la frase que expresó antes de fallecer el 13 de octubre de 1981: “El arte es una respuesta a la vida. Ser artista es emprender una manera riesgosa de vivir, es adoptar una de las mayores formas de libertad, es no hacer concesiones”. Y el artista rosarino, de modo coherente, llevó siempre adelante esos principios hasta el final de su vida

AURELIANO SÁINZ

4 abr 2021

  • 4.4.21
Al leer todas las respuestas que daban los alumnos a la pregunta acerca de los mejores profesores que habían tenido a lo largo de los estudios, me llamó la atención que tanto desde el punto de vista positivo como negativo estuvieran centradas durante las etapas de Secundaria y de Bachillerato. Pareciera como si durante los años de la infancia que estuvieron en las aulas de Primaria la situación era de normalidad, sin que se encontraran con situaciones tan difíciles de docentes como las que manifestaban en sus escritos.


Posiblemente se deba a que en Primaria el trabajo lo ejercen maestros y maestras que se han formado de modo específico para esta función docente, por lo que la Pedagogía es esencial en sus estudios; no así el profesorado de etapas posteriores, dado que en nuestro país, tiempo atrás, en los títulos de licenciaturas no se encontraban la especialidad que encaminara al trabajo de la enseñanza de esa disciplina. Bien es cierto que en la actualidad se exige un máster que capacite para este trabajo en el que las relaciones humanas son fundamentales.

De todos modos, existe una palabra llamada “vocación que es clave en este trabajo. Podemos entenderla como predisposición para enseñar que se puede tener previamente a los estudios o adquirirlas en ellos, e, incluso, en el trabajo práctico, a pesar de ciertas connotaciones religiosas heredadas de años atrás.

No es de extrañar que en la primera entrada del diccionario de la RAE aparezca lo siguiente: “Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión”. Hay que pasar a la cuarta para que nos diga lo siguiente: “Inclinación a cualquier estado, profesión o carrera”, que es a la que me refiero.

De todos modos, mucho me temo que esas reminiscencias, en una sociedad ya ampliamente secularizada, haya dado lugar a que el término “vocación ahora apenas se use para la docencia, pues esa “inspiración divina” de la que se nos habla en el diccionario de la RAE tiene un tono místico que no se corresponde con la entrega a un trabajo que camina por otro lado.

Volviendo a la pregunta realizada a los estudiantes, y puesto que en el primer artículo mostraba dos comentarios referidos a profesores de Matemáticas y Lengua, materias que a los estudiantes se les suelen ‘atragantar’, en esta ocasión quisiera traer tres referidos a otras disciplinas, comenzando por la de Historia.

Pero antes de dar paso a estos comentarios, quisiera apuntar que en los distintos campos de las Ciencias, de las Artes y de las Humanidades se conocen los nombres de autores que han alcanzado el reconocimiento social y se los cita con admiración; sin embargo, en una actividad milenaria como es la enseñanza, sus protagonistas quedan en el anonimato.

Es por lo que, al menos, quisiera mostrar una imagen del gran pedagogo brasileño Paulo Freire, el autor de la Pedagogía del oprimido, quien orientaba su trabajo en el sentido de formar a los marginados y olvidados de la sociedad, ya que una buena enseñanza, una buena educación, es un medio de liberación personal y social.


Nada más oír esta pregunta, se me vino a la mente mi profesor David, que impartía clases de Historia cuando yo cursaba primero de la ESO. He de decir que, antes de tener la suerte de encontrarme con profesores como él, esta asignatura me parecía muy aburrida, no me gustaba nada, lo que hacía que mi interés por atender y aprender en las clases de esta materia hubiese sido relativamente pequeño. Sin embargo, mi opinión cambió radicalmente cuando recibí clases impartidas por este profesor, ya que ponía todas sus ganas en que sus alumnos aprendieran.

David tenía algo que le diferenciaba de muchos profesores: además de asegurarse que sus alumnos saliesen de sus clases con una sonrisa de oreja a oreja, él se preocupaba hacerlas lo más dinámicas y amenas posibles. Tengo que destacar la gran importancia que le daba para evitar el monólogo del profesor, tan frecuente, y se interesaba en que sus alumnos participen en todo momento y captasen todos los conceptos que pretendía transmitir.

Era un profesor que tenía siempre el ansia de buscar medios y métodos nuevos para que una asignatura que, en principio, pudiese parecer algo aburrida llegase a ser amada por sus alumnos. Y fue desde entonces cuando la Historia empezó a interesarme y a no parecerme tan aburrida como siempre para mí lo había sido
”.

Evitar el aburrimiento, tan característico de las clases monocordes; hacer amenos los contenidos, planteando nuevos métodos y recursos; manifestar las ganas de enseñar a todos, no solo al reducido grupo de los que tienen el mayor nivel; buscar la amenidad en la exposición, etcétera, son algunas de las expresiones que encontramos en las respuestas.

Por otro lado, hay asignaturas que, a priori, no tiene la relevancia de las citadas, por lo que lograr el interés del alumnado hacia ellas implica redoblar el esfuerzo y la entrega por hacerlas atractivas. Es lo que se manifiesta en este escrito referido a Historia del Arte:

Antes de acceder a la universidad, he tenido la suerte de encontrarme a varios profesores que han despertado en mí el interés de aprender. Entre ellos, voy a destacar a un profesor que tuve en 2º de bachillerato que me dio Historia del Arte.

En primer lugar, quisiera indicar que utilizaba una metodología muy diferente a lo que estaba acostumbrada: enseñaba a partir de fotos o imágenes, porque la asignatura así lo requería. No hacía uso de libros ni daba apuntes elaborados por él, lo que nos obligaba a tomar apuntes. Esto, creo, que favorecía el aprendizaje puesto que no podías desconectar en ningún momento de la clase.

Asimismo, se notaba que su trabajo le gustaba, no solo porque mostraba interés en que nos enterásemos de las cosas, sino también por el tono de voz y los gestos que utilizaba, ya que juntos expresaban ese sentimiento de pasión hacia la asignatura que tenía y que, desgraciadamente, no la he notado en otros profesores que me han dado clase.

A esta asignatura la considero difícil puesto que son muchos datos y elementos que hay que conocer, lo que, supongo, conduce a que muchos la estudiarían de memoria; sin embargo, su forma de explicar y repasar los contenidos fue tan buena que cuando llegaba el examen ya te lo sabías casi todo. Actualmente, no solo me encanta todo lo que tiene que ver con la Historia del Arte sino que me sigo acordando de muchas cosas sobre lo que me explicó ese profesor
”.

Nos podemos imaginar que en la escala de asignaturas, supuestamente poco útiles para el mundo en el que vivimos, estaría encabezada por las lenguas clásicas, como el latín y el griego. Hay que tener un magnetismo especial para ser capaces de seducir al alumnado frente unas materias que pueden imaginar que son verdaderamente inservibles. Conviene, pues, leer lo que esta alumna me respondió:

A lo largo de mi vida académica han pasado muchos profesores, unos mejores, otros peores, y muy pocos que realmente dejan una huella imborrable (…) Pero, sin duda, si tuviera que elegir a mi profesor o profesora ideal sería mi querida Amparo, mi profesora de Latín y Griego durante los tres últimos años de instituto.

La conocí en 4º de la ESO, cuando todavía no tenía las ideas muy claras sobre mi futuro en Bachillerato. A principio de curso yo me imaginaba pasando al Bachillerato Social, el de Economía; pero tal fue el impacto que tuvo en mí, que acabé en el de Humanidades.

Suerte fue la que tuvimos mis compañeros y compañeras y yo de toparnos con una profesora así, capaz de mantenernos atentos en cada momento, de compartir y transmitirnos cada uno de sus conocimientos y de la pasión por lo que enseñaba, de querernos como si fuéramos parte de su familia y de no haber tirado nunca la toalla con ninguno de nosotros.

No fueron dos asignaturas fáciles debido al inmenso contenido que aportaban, tanto de gramática como de la historia presentes en ambas, pero esta profesora las hacía tan amenas que parecía que realmente estabas viviendo en aquella época, con sus canciones, su cultura y su lengua
”.

Para finalizar, conviene reconocer que hay magníficos profesores o profesoras que son capaces de abrir el campo de las expectativas de los adolescentes hacia estudios y profesiones que con anterioridad no habían pensado en ellos, tal como se ha descrito en los párrafos anteriores. Estos son los mejores: los que dejan una huella profunda en aquellos estudiantes que nunca los olvidan. Y merece la pena luchar por encontrarse en ese reducido grupo que permanecerá en la memoria de sus antiguos alumnos.

AURELIANO SÁINZ

28 mar 2021

  • 28.3.21
En uno de los encuentros, vía internet, libres y abiertos que mantenemos quincenalmente diferentes profesores amigos de universidades de Andalucía y de países de América Latina (México, Colombia, Chile y Argentina), recogí una frase de Christian, profesor chileno, que me resultó muy oportuna, por lo que la copié textualmente, aunque su significado yo lo compartía desde que pasé de la arquitectura a la docencia.


Tengo que apuntar que estos debates los preparamos con anterioridad, de forma que uno de los participantes propone un tema previamente para centrarnos en él, por lo que por su carácter libre puede derivarse por otros derroteros que colindan con el tema con el que se comienza.

Realmente es un verdadero placer participar en encuentros de esta índole que no están marcados por la disciplina académica, sino por el deseo de conocer y de intercambiar opiniones que nos ayudan a estrechar lazos al tiempo que disfrutar de visiones diferentes a la que cual posee.

La frase aludida, una vez que la preparé para el alumnado de segundo curso al que imparto docencia en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Córdoba, fue la siguiente: “¿En alguna ocasión has sentido que el profesor o la profesora de la clase te despertara el deseo de aprender?”

Estos estudiantes serán en el futuro maestros o maestras, por lo que, tras explicarle que la pregunta era personal, y que podían incluirla voluntariamente al final del trabajo de análisis de los dibujos de los escolares que les proporcioné, recibí sus correspondientes respuestas en las que expresaban de modos muy diversos esas experiencias motivadoras, en qué asignaturas y cursos se habían producido, cómo actuaron sus profesores, qué había significado para ellos esa percepción distinta a la rutina y la monotonía con la que suelen enfrentarse con cierta frecuencia en las aulas.

Puesto que todos recordamos aquel profesor o aquella profesora que nos dejó una significativa huella en la larga trayectoria de los estudios, que van desde los iniciales de la infancia a los de madurez, si se entra en la universidad, me ha parecido oportuno seleccionar algunos de los comentarios, dado que es muy probable que quien esté leyendo estas líneas pueda identificarse con algunos de estos casos.

Dado que son diversas las respuestas, me ha parecido oportuno traerlas tal como fueron escritas, por lo que ahora veremos un par de ellas, manteniendo el anonimato de sus autores, ya que así fue como lo expresé en la clase al indicarles que serían publicadas en este medio. Por otro lado, me ha parecido oportuno acudir a una obra, Niña leyendo, del pintor impresionista francés Renoir para ilustrar el artículo, ya que la lectura forma parte fundamental del proceso educativo.


Comenzamos por un escrito de una alumna referido a sus problemas con las Matemáticas, una disciplina que suele presentar dificultades de aprendizaje en un sector del alumnado.

“Lo primero que me vino a la cabeza cuando se nos lanzó esa pregunta fue la imagen de don Manuel, un profesor de una academia a la que tuve que apuntarme.

Y es que desde primero hasta tercero de la ESO me dio Matemáticas un profesor que, desde mi punto de vista, era nefasto y solo apoyaba y se centraba en los que mejores calificaciones obtenían; y a los que teníamos menores calificaciones nos decía que no servíamos, que éramos unos casos perdidos y cosas similares.

Por culpa de este profesor yo perdí toda la fe en las Matemáticas. Llegué a odiarlas y no había forma de hacerme entender a mí misma que era capaz de sacarlas adelante.

Estuve muchos años en un calvario con esta asignatura, hasta que me apunté a esta academia y el profesor comenzó a hacerme ver que yo no era una inútil para esta materia. Lo que hizo fue explicarme de una forma más fácil todo lo que yo no entendía. Mostraba atención e interés en que las comprendiera y me dio la confianza que yo no tenía en mí misma.

Obviamente, sé que no aprobé solo por él. Yo puse mucho de mi parte, pero también sé que si no hubiera dado con este profesor, posiblemente, hubiera desistido por completo.

Gracias a él, pasé de suspender todo a sacar sobresaliente. Así, en un examen de bachillerato obtuve un 10, cosa que nunca hubiera imaginado que podría suceder. Me di cuenta de que era posible que las Matemáticas no fueran mi punto fuerte, pero, al menos, podría sacarlas como cualquier otra persona”.


Lo que apunta esta alumna pone en evidencia que, con frecuencia, las dificultades que atraviesan los estudiantes no se deben a su falta de capacidad, ni de interés, ni a su insuficiente tiempo dedicado al estudio, sino que son, de un modo más o menos explícito, la actitud de los profesores que solo atienden a aquellos que destacan en su materia.

Y lo peor de todo es que no suelen cortarse a la hora de descalificar a quienes no están a la altura de sus expectativas, por lo que sus expresiones de ‘inútiles’ o de ‘casos perdidos’ acaban siendo humillantes para quienes las reciben.

La Lengua es otra de las disciplinas que, junto a Matemáticas, genera problemas en los estudiantes. Veamos, pues, un segundo comentario relacionado con esta materia.

“Tras la lectura, y haber reflexionado sobre la pregunta planteada, he vuelto a mi infancia, ya que nunca he sido mal estudiante, pero es cierto que había asignaturas que me motivaban a la hora de ir a clase, de hacer las tareas y de estudiarlas; otras, en cambio, solo me provocaban rechazo, dado que, creo, que no solo era culpa del profesor sino de ambos.

Tanto el profesor que se mostraba con pocas ganas de enseñar y hacerla más dinámica para que aprendiéramos más rápido o yo, como alumna, dado que perdí el interés ya que tendía a compararla con otras asignaturas en las que los profesores eran más activos y mostraban más interés y ganas por enseñar.

La asignatura de la que hablo es la de Lengua. Llegó un punto en el que no me interesaba por ella y hasta la suspendí. Estaba tan desmotivada que no me apetecía nada relacionado con esta asignatura, aunque yo era consciente de la importancia que tiene en esa época de tu vida; pero a mí se me hizo un mundo estudiarla con ese profesor. Esto me sucedió en 2º de la ESO.

Casualmente, en el segundo trimestre, el profesor se dio de baja por enfermedad (se rompió un pie), por lo que vino un sustituto para reemplazarlo durante su baja. Con el nuevo profesor comprobé que tenía otra manera de explicar, con paciencia y dedicación, hacia todos mis compañeros/-as y también conmigo.

Logró que me interesara por ella y me hizo ver que todas las asignaturas tienen sentido a la hora de mi aprendizaje, de modo que todas iban a ser importantes a lo largo de mi vida, ya que depende de mi formación de ello. Y si en la vida quieres ser una persona completa, no puedes dejar de aprender y dejar que te enseñen de diferentes formas.

En conclusión, no es que la asignatura sea más fácil o más difícil, tampoco que te guste o no, sino la manera de impartirla, así como el interés y la dedicación que se demuestra en esa asignatura”
.

Estos han sido dos ejemplos de los numerosos comentarios que los estudiantes, ya universitarios, me han remitido. Pero, creo, que conviene que veamos otras respuestas, dado que tiene gran interés saber la opinión del alumnado, al que pocas veces se le pregunta y se le hace responsable único de sus logros o fracasos con los que cargan durante su período de formación educativa.

AURELIANO SÁINZ

21 mar 2021

  • 21.3.21
En un artículo anterior, Los niños y el covid-19, abordaba los inicios de una investigación amplia que tendrá como objetivo conocer qué saben y cómo se sienten los niños y los adolescentes ante la pandemia que sufrimos y que se originó a partir de un coronavirus que ahora llamamos covid-19.


Antes de avanzar, quisiera decir que, tras la difusión del término coronavirus, al que todos nos acostumbramos, empezó la denominación de Covid-19, que es el acrónimo de la expresión inglesa Corona Virus Desease y las dos últimas cifras de 2019 (COVID-19), y que se puede, según la acepción de la RAE, expresarlo en masculino (el covid-19) o femenino (la covid-19), según se haga referencia al virus o a la enfermedad. En mi caso, prefiero hacerlo en masculino por la conexión fonética que tiene con el coronavirus.

En el trabajo precedente, comprobamos por medio de los dibujos que los alumnos de segundo curso de Primaria, es decir, niños y niñas de 7 y 8 años, manifestaban inseguridad, miedo y tristeza, razón por la cual en algunas escenas aparecían llorando o decían que tenían ganas de llorar. Además, escribían que el virus era un bicho muy malo que les impedía poder jugar y abrazar a sus amigos o a sus amigas.

Esto da a entender que, en las edades más tempranas, los escolares, a la hora de describir cómo entienden la realidad en la que ahora nos encontramos, no pueden desligarse de un fuerte componente de subjetividad, por lo que, mayoritariamente, se representaban a sí mismos en las escenas que habían dibujado. Esto es lógico, si entendemos que los desarrollos cognitivo y emocional de todos los seres humanos están fuertemente unidos en esas etapas iniciales del desarrollo.

En este segundo artículo damos un importante salto y nos trasladamos al mundo de los preadolescentes, dado que expondré cómo interpretan la pandemia o el mundo que ahora vivimos con el covid-19 a partir de los dibujos de los estudiantes de primer curso de Secundaria.

La experiencia fue llevada en dos aulas diferentes y en ellas se les pedía que dibujaran cómo entendían la vida con el coronavirus, al tiempo que se les sugería que, una vez acabado el dibujo, escribieran brevemente lo que habían representado gráficamente. Lógicamente, las diferencias eran significativas con los escolares de segundo curso de Primaria, puesto que los preadolescentes no se centraban en la expresión de sus propias emociones, ya que tienden a reservarlas, por lo que se inclinaban hacia una descripción más neutra y un tanto alejada de la manifestación de los sentimientos personales.

Así pues, en sus escenas prevalecen la descripción visual de los virus (mayoritariamente con formas animistas), de los modos y los medios que debemos utilizar para controlarlos, de las consecuencias fatales de los contagios, de los hogares en los que nos podemos resguardar, de los hospitales en los que atienden a los contagiados, etc. Aunque, aparecen dibujos, como el de la portada, de corte simbólico, y otros en los que el mundo de la fantasía y la ficción todavía está presente en algunos de ellos.

Como inicio de los comentarios, deseo referirme al que ilustra el artículo, cuya autora, con ese dibujo tan contundente, escribía por detrás de la lámina: “La Tierra está contaminada y, a la vez, con covid-19. Con esto quiero decir que hay que salvar al planeta”. Y ahora, pasamos a los otros seis dibujos que he seleccionado y deseo a comentar.


La escena que vemos sobre estas líneas pertenece a un estudiante de 13 años. En ella ha representado a una chica que se encuentra próxima al virtual espectador, sin mascarilla, de la que van saliendo unos pequeños coronavirus, con rostros animistas, hacia un chico que sí la porta y con la que se protege. Como aclaración, el autor ha trazado un globo de cómic como si fuera una frase que pronuncia el personaje masculino y en la que dice lo siguiente: “¡Tengo un escudo de protección!”. Por detrás de la lámina ha escrito: “Dibujo a una mujer que tiene el COVID-19 y está sin mascarilla y lo suelta por todo el aire. Y un hombre que lleva la mascarilla dice que es inmune porque está protegido”.


El dibujo que acabamos de ver pertenece a una alumna de 12 años. Comprobamos que en el centro de la lámina ha trazado una figura femenina, con la mascarilla puesta, al tiempo que se encuentra rodeada de cuatro nubes. En una de ellas muestra dos figuras de coronavirus y, en las otras, los tres comportamientos básicos para la protección: la casa, como lugar en el que nos encontramos resguardados de los contagios; una botella de gel hidroalcohólico, que debemos utilizar; y la distancia mínima de 1,5 metros. La frase que la autora escribe por detrás de la lámina es muy escueta: “He dibujado muchas cosas que me recuerdan al covid-19”.


El tercer trabajo, de un chico de 1º de ESO, se intenta representar visual y simbólicamente la lucha que se establece entre el bien (la mascarilla) contra el mal (el coronavirus). Esto también lo expresa en su breve comentario cuando nos dice “He dibujado la gran batalla de Covid-19 vs. Mascarilla, que es la verdad. Son como los protagonistas de una película”. En este caso, al igual que en otros de los dibujos recogidos, los autores acuden al mundo de la ficción como manifestación del arquetipo de la confrontación del Bien contra el Mal, tal habitual en gran parte de las narraciones cinematográficas.


Un aspecto que se debe tener en cuenta en los dibujos de los chicos y chicas adolescentes cuando representan a un único personaje dentro de la escena que han creado es que lo hacen de sus propios géneros. Es lo que sucede con el de esta chica en la que aparece un rostro femenino, con la mascarilla puesta y llorando, junto a un coronavirus de gran tamaño, con rostro animista y sonriente malicia, como si disfrutara del dolor y los daños que está causando a la población. Por otro lado, acude al dibujo de una cruz roja para hacer referencia al hospital como centro sanitario que media entre ambos personajes.


Un hecho que especialmente ha quedado en la memoria de niños y adolescentes fue el confinamiento de la población que trajo la aprobación del estado de alarma por parte del Gobierno de la nación. Comenzó el domingo, 15 de marzo, prolongándose hasta el 21 de junio, aunque previamente hubo procesos, denominados “desescaladas, en los que paulatinamente se iban aprobando aperturas parciales, con posibilidades de salir a la calle. Pues bien, ese tiempo de encierro lo manifiesta la alumna autora del anterior dibujo, como expresión del alivio que suponía pisar la calle y que lo manifiesta escribiendo: “Cuando estábamos en cuarentena (sic) y por fin nos dijeron que podríamos salir de casa”.


Cierro esta breve selección con el dibujo de un alumno de 12 años que me parece sorprendente, aunque tengo que apuntar que no es el único que acude al mundo de la ficción para representar algo tan intenso, dramático y real como es la vivencia de la pandemia del covid-19. En la lámina, como se puede apreciar, sobre una línea de base, que representa la tierra, aparecen distintas escenas de personajes, acompañados de un gran coronavirus al que se quiere eliminar desde un helicóptero con un pulverizador. Pero lo más llamativo de todo es que sobre ellos vuela un enorme dragón de cuya boca sale una gran llamarada. Es como si la amenaza proviniera de una gran fuerza maligna.

Sorprende que el mundo de un chico que entra en la adolescencia esté cargado de imágenes provenientes de películas o videojuegos, sin saber diferenciar la realidad del mundo de la ficción. Eso nos lleva a pensar en la importancia que tienen ciertos medios audiovisuales en la conformación de un pensamiento que los acaba alejando de la realidad.

AURELIANO SÁINZ

14 mar 2021

  • 14.3.21
En la puerta de mi despacho en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Córdoba tengo pegada una pequeña lámina plastificada de El abrazo de Juan Genovés. De este modo, cualquier alumno que viene a visitarme tiene necesariamente que contemplar la alegórica obra de este gran pintor que representaba la petición de amnistía para los presos políticos, una vez muerto Francisco Franco. Ese era su significado original, aunque posteriormente se reinterpretó como el deseo de reconciliación entre los españoles ya acabada la dictadura.


Una vez que el alumno pasa, y antes de girar hacia la derecha del despacho donde me suelo colocar para trabajar, se encuentra de frente ante una reproducción enmarcada y colgada en la pared. Se trata de la figura, con rostro serio y mirada de medio perfil, de un joven que lleva por título El hombre del guante. Excelente retrato de Tiziano, uno de los grandes artistas italianos que formaron parte de la corte de pintores del rey Felipe II.

Siempre es aconsejable conocer la obra de este magnífico pintor, pero si le traigo en esta ocasión se debe a que el Museo del Prado ha tenido el acierto de llevar adelante una exposición temporal que, con el título de Pasiones mitológicas, nos muestra, aparte de lienzos de Velázquez, Rubens y Poussin, los seis de Tiziano que realizó por encargo de Felipe II, entre los años 1553 y 1562, y que el propio autor los denominó Poesías.

Son obras con fondo mitológico, dado que en el Renacimiento se volvió la mirada hacia la Grecia y la Roma clásicas, por lo que las mitologías de ambas culturas, que fascinaban a la nobleza europea de entonces, se reinterpretaron dentro de las artes pictóricas.

Dada la brevedad de este artículo, me parece que lo más oportuno es indicar cuáles fueron esas seis obras de Tiziano que él mismo tituló como Poesías, y mostrarlos con un breve comentario. Los cuadros, todos de gran formato, son las siguientes:

1. Venus y Adonis.
2. Dánae.
3. El rapto de Europa.
4. Diana y Acteón.
5. Diana y Calisto.
6. Perseo y Andrómeda.


Uno de los rasgos comunes de estos lienzos es la alta carga de erotismo que todos desprenden ante la mirada del espectador. En el caso de Venus y Adonis, basado en un fragmento de la Metamorfosis de Publio Ovidio Nasón, nos muestra el hermoso desnudo de Venus, representado de espaldas, y en el que la diosa, conocedora del destino fatal que tendrá Adonis, dado que Artemisa enviará un jabalí que lo matará con sus colmillos, intenta retenerlo e impedir su marcha. Una vez fallecido, Venus crea con su sangre la flor de la anémona, muy bella, pero de vida tan fugaz como la de su amado Adonis.


En esta obra, Tiziano acude al mito de Dánae, que ha sido encerrada en una sala del palacio por mandato de su padre el rey de Argos. La escena nos muestra a una hermosa joven, desnuda y recostada sobre la cama, rodeada de tejidos blancos y magentas, en el momento en que es tomada por el dios Zeus en forma de lluvia de oro. Contrastando con la plenitud de Dánae, aparece, de espaldas, la envejecida criada que la acompaña y que con su mandil va recogiendo las monedas de oro que caen del cielo en el que se muestra levemente el rostro de Zeus.


El mito de El rapto de Europa llevado a cabo por el dios romano Júpiter (o Zeus en la versión griega), aparte de Tiziano, fue también plasmado por otros pintores como Rembrandt, Martin de Vos e, incluso, por Fernando Botero, el pintor colombiano de personajes voluminosos. El lienzo de Tiziano, el más conocido de todos ellos, nos muestra a Júpiter en el momento que se disfraza de toro blanco para raptar a la princesa Europa, hija del rey de la ciudad fenicia de Sidón, con el fin de llevarla al continente que ahora porta su nombre.


El cuarto lienzo de las Poesías lleva por título Diana y Acteón. Se encuentra, compartido, en la Galería Nacional de Escocia y en la Galería Nacional de Londres, ya que su exhibición se alterna en ambas galerías cada cinco años. En este caso, Tiziano vuelve otra vez a la Metamorfosis del poeta romano Ovidio para mostrarnos el momento en el que Acteón, un diestro cazador, contempla la desnudez de Diana, diosa de la caza y de la naturaleza (en su versión griega será Artemisa), episodio que provocará la terrible venganza de la diosa por la osadía que ha tenido el cazador al penetrar en su intimidad.


Otra interpretación de la diosa Diana por parte de Tiziano es la que lleva por denominación Diana y Calisto. El segundo nombre, Calisto, puede inducir a confusión, dado que no se trata de un personaje masculino, sino que es el nombre de una de las doncellas de Diana. En el lienzo contemplamos a nueve mujeres desnudas, dado que la diosa, entristecida, está tomando el baño acompañada de sus doncellas, mientras que Calisto, que ha quedado embarazada de Júpiter, tiende los brazos hacia ella, ya que fue engañada por el dios al haberse disfrazado de la propia Diana. Y es que el amor entre personajes femeninos existía en la mitología greco-romana.


El sexto de los lienzos de Tiziano es el que lleva por título Perseo y Andrómeda. Puesto que las mitologías griega y romana son fuentes inagotables de relatos y de personajes, habría que decir que Perseo, un semidiós, era hijo de Zeus y de la mortal Dánae, al tiempo que Andrómeda, hija de reyes míticos de Etiopía, era la esposa de Perseo y la madre de sus siete hijos.

En la escena del pintor italiano vemos que Andrómeda se encuentra encadenada a un acantilado y a punto de ser atacada por un monstruo marino, por lo que Perseo, tras herir al monstruo, se aproxima volando al lugar en el que se encuentra su esposa.

Para cerrar esta rápida descripción de las denominadas seis Poesías de Tiziano, quisiera apuntar que la exposición Pasiones mitológicas que se exhibe en el Museo del Prado estará abierta hasta el 4 de julio de este año, por lo que para los amantes del arte y de la mitología es una buena ocasión para contemplar unos magníficos lienzos que se encuentran tanto en el museo de Madrid como en galerías de distintos países.

AURELIANO SÁINZ

7 mar 2021

  • 7.3.21
En estos tiempos agitados de silencio y aislamiento, son frecuentes los libros de los grandes escritores españoles que apelan a sus vidas pasadas, a sus recuerdos o a sus experiencias durante el confinamiento para manifestarnos los sentimientos y emociones que les invaden, por lo que acuden a relatos que nos aproximan a sus vivencias más íntimas. Es lo que sucede con Julio Llamazares y Luis Landero con sus obras recientes: Primavera extremeña y El huerto de Emerson, respectivamente, y de las que he hablado en este medio.


También, por estas fechas, me encuentro finalizando La escapada, magnífico relato de Gonzalo Hidalgo Bayal, autor extremeño nacido en el pueblecito de Higuera de Albalat, y que podríamos incluirlo en la modalidad de ‘autoficción’, esto es, un relato en el que el escritor se convierte en la voz del narrador, de modo que, acudiendo a hechos que marcaron su vida, acaban entremezclados con las reflexiones que lleva a cabo nacidas a partir de los diálogos mantenidos con un personaje creado ficticiamente.

En el fondo, es un intento de recuperar el tiempo perdido; ese tiempo que se fue definitivamente y que solo a través de la evocación de aquellas imágenes que fueron archivadas en la memoria se hace posible traerlo a un presente cargado de melancolía.


En cierto modo, y salvando las distancias de los estilos literarios que cada cual trabaja, a mi modo de ver, estas tramas suponen un acercamiento por diferentes rutas a la obra magna del escritor francés Marcel Proust: En busca del tiempo perdido.

Tengo que apuntar que Marcel Proust (1871-1922), injustamente, no recibió el Premio Nobel de Literatura. Tampoco lo recibieron Franz Kafka, ni Virginia Woolf, ni James Joyce, ni Jorge Luis Borges, ni Fernando Pessoa, ni Julio Cortázar, ni Antón Chéjov... De todas formas, no es necesario ser reconocido por el jurado de este aclamado premio para encontrarse dentro de los escritores que han dejado una profunda huella dentro de la literatura.

Cierto que Proust no era un filósofo; pero no es necesario ser un autor de ensayos para reflexionar en las obras de ficción sobre los múltiples aspectos de la vida, más aún, cuando un escritor se embarca en la inmensa tarea de basarse en los recuerdos que se han acumulado a lo largo de los años como intento de recobrar el tiempo que se fue o una época que ya la consideramos definitivamente extraviada en la vorágine de hechos que se superponen sin ninguna pausa.

De este modo, a la largo de esta inmensa obra se deslizan reflexiones sobre la propia vida, acerca del poder evocador de la memoria, sobre la nostalgia del tiempo que inapelablemente se marchitó, así como de la fragilidad la existencia humana y, necesariamente, sobre su sentido o su sinsentido.

Todo lo que he indicado es posible rastrearlo en los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido: Por el camino de Swann (CS); A la sombra de las muchachas en flor (S); El mundo de Guermantes (MG); Sodoma y Gomorra (SG); La prisionera (P); La fugitiva o Albertina ha desaparecido (F) y El tiempo recobrado (TR).

Es lo que a continuación realizaré por medio de frases extraídas de esos volúmenes, indicando, al final de cada una de ellas, las obras en las que se encuentran por medio de las iniciales colocadas entre paréntesis. Al final de la lectura, comprobaremos que hay dos ideas que subyacen de forma reiterada en la obra de Proust: el tiempo y la memoria.


“El hombre no tiene la longitud de su cuerpo, sino la de sus años. Debe arrastrarlos con él cuando se mueve, tarea cada vez más enorme y que acaba por vencerle” (TR).

“Con adolescentes que duran un número suficiente de años es con lo que la vida hace ancianos” (TR).

“Cada cual, según su edad, conoció momentos distintos, y la discreción de los ancianos impide a los jóvenes formarse una idea del pasado y abarcar un ciclo entero” (MG).

“Los días de antaño recubren poco a poco los que les precedieron y a su vez quedan sepultados por los que les siguen. Cada día de antaño ha quedado dispuesto en nosotros como en una inmensa biblioteca donde hubiera, entre los libros más viejos, un ejemplar que sin duda nadie irá a pedir jamás” (P).

Marcel Proust vivió solamente 51 años; sin embargo, contemplaba con melancolía el devenir del tiempo, de modo que el futuro era un camino hacia la senectud, hacia un tiempo todavía no escrito, y en el que los recuerdos se almacenan, se arrastran, como parte de una memoria inútil, ya que a los más jóvenes no les interesa ese pasado.

Sin embargo, el autor, en otros momentos, echa de menos el relato de los ancianos para que quienes les siguen puedan hacerse una idea cabal del ciclo completo que es la vida. Entre la necesidad de explicación y el desinterés, cada cual va construyendo su ruta marcada por las sombras de la incertidumbre.

“Nuestros recuerdos nos pertenecen, pero solo a la manera de aquellas propiedades que tienen pequeñas puertas ocultas que ni siquiera nosotros conocíamos y que algún vecino nos abre, de manera que, al menos por un lado por el que nunca habíamos entrado, nos encontramos de nuevo en casa” (F).

“El pasado no solo no es fugaz, es que no se mueve de sitio” (MG).

“Si nuestra vida es vagabunda, nuestra memoria es sedentaria” (TR).

“A los trastornos de la memoria van ligadas a las intermitencias del corazón. Sin duda es la existencia de nuestro cuerpo, que nos parece un recipiente en el que estaría encerrada nuestra espiritualidad, lo que nos induce a suponer que todos nuestros bienes interiores, nuestras alegrías pasadas, todos nuestros dolores, están perpetuamente en nuestra posesión” (SG).

Ciertamente, a medida que avanzamos, a medida que crecemos, sin ser conscientes de ello, vamos construyendo la memoria de lo que hemos sido, que es la que explica y da sentido a lo que somos ahora. Bien es cierto que, como poéticamente dice Proust, en esa memoria hay ‘puertas’ no conocidas y que son otros los que nos las pueden abrir. Son puertas que muchas veces corresponden al tiempo de la infancia y de la adolescencia, épocas en las que todavía no había asomado la capacidad de introspección o de reflexión sobre uno mismo.

Serán otros, entonces, los que en algunos momentos nos aclaran hechos pasados sobre los que no teníamos suficientes datos para dar una interpretación lo más ajustada posible de aquellas imágenes que confusamente asomaban en nuestra mente. Y eran como pasos que se nos abrían e iluminaban la oscuridad de borrosos recuerdos.

“Cuando hemos pasado cierta edad, el alma del niño que fuimos y el alma de los muertos de los que surgimos vienen a lanzarnos a puñados sus riquezas y sus maleficios, pidiendo cooperar con los nuevos sentimientos que experimentamos y en los que, borrando su antigua efigie, los refundimos en una creación original” (P).

“El ser que yo seré después de mi muerte no tiene más razones de acordarse del hombre que soy desde mi nacimiento, de las que tiene este de acordarse de lo que fui antes de nacer” (SG).

“Nuestro más justo y cruel castigo por el olvido total, tranquilo como el de los cementerios, con el que nos hemos alejado de aquellos que ya dejamos de amar, es que entrevemos este mismo olvido referido a aquellos que aún amamos” (F).

Y en este perpetuo movimiento que es la vida, llegará el momento en el que finalmente nosotros también acabemos convertidos en recuerdo. Seremos memoria y tiempo pasado que, quizás, acaben alojándose en la mente o en el corazón de algunos a los que hemos querido a lo largo de nuestra existencia.

AURELIANO SÁINZ

28 feb 2021

  • 28.2.21
Cuando visito el Museo del Prado, algo que acontece con cierta frecuencia, suelo pasar por la sala en la que se encuentran las obras de El Bosco, el pintor genial que entusiasmó a Felipe II, ya que este monarca fue quien encargó que se adquirieran algunos de sus trabajos y que en la actualidad podemos maravillarnos contemplándolos detenidamente. Y digo "detenidamente", dado que son cuadros que parecen miniaturas realizadas en formatos de gran tamaño, por lo que hay que estar un rato largo mirándolos para comprender sus significados.


Dentro de los trabajos del pintor holandés se destaca el tríptico El jardín de las delicias. Como su propio nombre indica, es un cuadro compuesto de tres partes, en el que podían cerrarse las laterales sobre la central, de modo que solo se abría para los momentos en los que se deseaba contemplarlo de manera completa.

Puesto que en la ilustración de este artículo solo muestro un fragmento del centro, quisiera indicar que, aparte del carácter extrañamente simbólico de todas sus escenas, hay un significado netamente religioso en el conjunto del tríptico.

Así, en la tabla de la izquierda aparece la figura de Jesús, de pie y vestido con una túnica rosada, junto con Adán sentado en el suelo y Eva de rodillas, en lo que podía ser el Paraíso terrenal. La del centro, la de mayor tamaño, simboliza el mundo real, al que se accedió tras el pecado original de nuestros primeros padres. Allí se muestran decenas de personajes, masculinos y femeninos, todos desnudos en las más extrañas y sorprendentes situaciones, junto a diferentes y extraños animales. Y en la de la derecha, con tintes oscuros, se contemplan escenas de los condenados al infierno.

Dada la fuerte religiosidad del monarca, puede entenderse que le entusiasmara esta obra, ya que era la explicación canónica del devenir de la existencia humana según la doctrina oficial de la Iglesia católica.

Pero aparte del significado religioso, los expertos en la obra de El Bosco han analizado minuciosamente el sentido de las variadas escenas que se muestran en el tríptico; sin embargo, hay una sobre la que se han dado diversas interpretaciones. Se trata de una pareja que se encuentra en el interior de una burbuja transparente que nace como si fuera el extremo de una planta que florece.


Esta imagen, más de una vez, me ha hecho pensar en la frase “Vivir en una burbuja” que solemos utilizar para aquellas personas o colectivos que viven, o quieren vivir, aislados de la realidad que nos encontramos, de forma que se construyen mentalmente un mundo a su medida, en el que no penetran las ideas u opiniones de los demás, ya que, según ellos, no dejan de ser incordios sin fundamento que se hacen para molestar o desprestigiar (no me refiero, de ningún modo, a quienes en la actualidad tienen que reducir sus contactos como protección ante la situación pandémica que padecemos).

Debemos tener en cuenta que son muchos los que, a lo largo de la historia, de una forma u otra, se han refugiado en sus burbujas, en las que se sienten plácidamente tranquilos. En el fondo, es una actitud egocéntrica con rasgos infantiles, la misma que les impide asomarse a un mundo muy distinto al que personalmente se han montado.

Podríamos hablar, por ejemplo, de esos youtubers que han trasladado su domicilio fiscal a Andorra y que muchos de sus seguidores lo justifican, puesto que consideran que evitar impuestos es una medida inteligente que ellos también adoptarían. O la astronómica y mareante cifra propuesta para la renovación del contrato de Leo Messi (más de 555 millones de euros por cuatro temporadas), que no deja de ser una obscenidad en los tiempos de una pandemia que empuja a muchas familias a la precariedad o, simplemente, a la pobreza.

En ocasiones, se hace necesario que quienes se encuentran en sus cerrados mundos vivan alguna experiencia concreta que les abra los ojos y comprueben que existen otras vidas muy diferentes a las suyas. Y ya que he hablado de Messi, en este momento me viene a la mente un ejemplo que puede servir de ilustración de lo que indico.


Se trataba de una noticia periodística acerca de la Selección de Fútbol argentina. En el momento en el que la leí, se encontraba concentrada preparándose para un campeonato. Hacía poco que sus jugadores habían sido campeones del mundo, por lo que estaban eufóricos y con ganas de disfrutar lo máximo posible.

En uno de esos días, el entrenador de la Selección había planificado una sesión algo más larga de lo habitual. Los míticos jugadores argentinos se quejaron abiertamente, ya que consideraban que, al ser campeones, estaban suficientemente preparados y no necesitaban el esfuerzo suplementario que se les pedía. Ante las reiteradas quejas, el entrenador suspendió el entrenamiento y volvieron al hotel.

A la mañana siguiente, los levantó muy temprano. Tras desayunar, se montaron en el autobús que los llevaría al campo en el que entrenaban. Todos pensaron que ese día les castigaría con un ensayo más duro. Sin embargo, lo que no imaginaban es que entrarían en la populosa ciudad de Buenos Aires y que, tras un largo recorrido por la ciudad, atravesando la amplia Avenida 9 de Julio, el autobús aparcaría cerca de una boca de metro.

El entrenador les invitó a que se bajaran del autobús, que entraran en el metro y que observaran con detenimiento todo lo que acontecía dentro de él.

Ante el desconcierto que reflejaban en sus rostros, les manifestó que todos aquellos que veían caminando, con caras soñolientas, se habían levantado más temprano aún que ellos. Insistió en que se fijaran en sus vestimentas y comprobaran que ninguno llevaba ropa de marca selecta, sino indumentarias humildes con las que acudían al trabajo. Les añadió que por su cometido ganaban una ínfima cantidad de lo que ellos obtenían en sus millonarios contratos, y que, después de una agotadora jornada, volvían a sus modestas casas cuando sus hijos ya estaban en la cama durmiendo.

A aquellas estrellas del fútbol, por una vez, les abrió los ojos y las sacó de las burbujas en las que vivían y, con el deseo de que no olvidaran esa experiencia, les manifestó que ellos, a fin de cuentas, eran personas iguales a la gente que todos los días luchaba por ganarse el sustento para mantener a sus familias.

Ha pasado un cierto tiempo desde que leí esta ejemplar noticia. No sé qué aprendieron los jugadores argentinos de la experiencia a la que les sometió su entrenador. Es posible que algunos abrieran los ojos y comprendieran que había otras vidas muy distintas a las que ellos llevaban protegidas por esas burbujas invisibles que les distanciaban de los demás.

Hoy, lamentablemente, nos encontramos envueltos en una pandemia que azota duramente a muchas familias; otras, en cambio, quizás las menos, viven instaladas en sus impolutos refugios, físicos y mentales, aisladas de los fuertes vientos que sacuden el mundo exterior. Quizás, algún día, lleguen a entender que esas burbujas en realidad son ficciones, como las que magistralmente creaba El Bosco, pues navegamos en la misma nave y, les guste o no, o nos salvamos todos o todos acabaremos ahogándonos en un mar de pesadillas.

AURELIANO SÁINZ

21 feb 2021

  • 21.2.21
“Tengo un cuaderno nuevo y no sé en qué gastarlo. Es invierno, ya ha oscurecido, hace mucho frío y afuera resuena el temporal. Yo me he arrimado a este cuaderno como el mendigo al calorcillo de la lumbre. Por el momento no sé qué escribir, es cierto, pero eso importa poco”.


Así comienza el nuevo relato de Luis Landero, que lleva por título el mismo que he utilizado para este artículo: El huerto de Emerson. Un relato que es más bien la incursión por una senda que no se ha planificado de antemano y cuyo suelo va emergiendo a medida que el escritor se adentra en los recuerdos que atesora en su lúcida memoria.

Han transcurrido casi treinta y dos años desde que viera la luz su primera novela, Juegos de la edad tardía, una inmensa obra que nos sorprendió a todos, tanto que recibió los mayores parabienes al ser aclamada en el año siguiente, 1990, con el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa.

En mi caso, dado que conozco a Luis desde que éramos pequeños, ya que habíamos nacido en Alburquerque, teníamos la misma edad y vivíamos muy cerca el uno del otro en la calle Calzada (la que se ve en la fotografía de la portada y que asciende hacia el castillo del pueblo, justo al lado del Llano del Pilar, territorio mágico de nuestros juegos infantiles), cuando tuve noticias de esta publicación inmediatamente fui a comprarla.

Estaba editada por la prestigiosa editorial Tusquets, lo que era garantía de la calidad del trabajo que comenzaría a leer. Decir que quedé de inmediato prendado es quedarme corto. Ante mí tenía unas páginas escritas con verdadera maestría.

Las leía muy despacio, como hay que hacerlo con todo lo que publica Luis Landero, pues la belleza que se desprendía de su prosa suponía sumergirme en una novela cuyos protagonistas, no sé por qué, me hacían recordar a los de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes.

“Una mañana de octubre de 2016 fui a visitar la tumba de mis padres. Siempre habíamos ido juntos, mi madre y yo, y ella era la que se conocía el camino y me lo iba indicando con frases breves y precisas: “A la izquierda”, “Todo derecho”, “Métete por aquí”. Pero ahora mi madre había muerto y por primera vez fui solo, con la atolondrada convicción de que, recordando sus palabras, guiado por ella, por su voz aún reciente, encontraría finalmente el camino. Pero no”.

No es excesivamente prolífico el autor de este conjunto de capítulos, cada uno con su propia denominación: “Tiempo de vendimia”, “El viento en la vela”, “Un hombre sin oficio…”, que se articulan hasta completar un imaginario huerto, digno del filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson, al que hace referencia en el título del libro.

Sus libros, al igual que el artesano que elabora con mimo su pieza sin importarle el tiempo que le dedica, aparecen con cierta regularidad. De este modo, sus fieles seguidores siempre tendrán entre sus manos esas páginas tan deseadas que las irán desgranando lentamente, de modo que al final cerrarán el volumen con la esperanza de que no tardarán demasiado en citarse de nuevo con el autor al que admiran.

Bien es cierto que su anterior y aclamada novela, La lluvia fina, había sido publicada hacía poco, en 2019, es decir, algo más de un año para que viera la luz este relato íntimo y emotivo. Y digo relato, ya que en este caso no es una novela que tenga la intensidad de La lluvia fina, puesto que ahora el autor navega por sus recuerdos, teniendo en cuenta que no solo son los que lo retrotraen a las experiencias vividas, sino también a las lecturas y a los escritores que acuden libremente a la cita de sus evocaciones.


“Cuando yo era niño y llegué a Madrid, ¡qué tiempos aquellos!, había mucho que ver, y más para mí que venía de un pueblo donde no había más maravillas que las que venían de los cuentos que nos contaban a los niños. Aquella época fue irrepetible, como todas las épocas, y la gente y los sucesos de entonces no volverán ya nunca, y morirán cuando ya nadie los recuerde”.

Para alguien cuyos escritos se encuentran con frecuencia impregnados de los posos dejados por el tiempo, especialmente los imborrables de la infancia, necesita tener una fértil memoria o que alguien acuda en su ayuda para que le actualice relatos o vivencias que se escondieron en un rincón del camino transitado.

Sería el propio Luis el que me traería al presente, la primera vez que nos encontramos en Alburquerque al cabo de muchos años de no vernos, la imagen que guardaba de mí, paseando por la calle del pueblo con un camaleón al hombro.

Lo había olvidado totalmente. Y si no fuera por él, todo aquello habría quedado sepultado o muerto en el recuerdo, pues no tengo ninguna fotografía que me actualizara la pequeña aventura nacida de la estancia en un campamento de Chipiona, lugar en el que compré un camaleón para traérmelo a mi pueblo y pasearme todo contento con él (debo apuntar que por aquel tiempo no era la especie protegida que es hoy; aunque, pensándolo bien, en aquellos años del franquismo no creo que hubiera muchas especies protegidas).

“¿Y de mis autores más queridos, a los que vengo leyendo y leyendo desde hace tantos años? ¿Qué podría decir yo de Cervantes, de Kafka, de Shakespeare, de Dickens, de Faulkner, de Conrad, de Chéjov, de Borges, de Quevedo…? Apenas nada. Ni siquiera me he parado a pensar en ello. Alguna vez, por cierto, he contado que soy lector, escritor y profesor, por este orden cronológico, y que no siempre esas tres personas coinciden en sus criterios, gustos e intereses”.

Tengo que advertir que este relato, esta narración o estos quince capítulos engarzados como las cuentas de un collar, de modo que cada pieza tiene valor por sí misma, ha nacido de la imperiosa necesidad del autor de hablar, a su manera, de sí mismo, de sus recuerdos, de sus reflexiones, de sus dudas e incertidumbres.

Son esas dudas e incertidumbres que asoman y nos inquietan cuando las Parcas sobrevuelan a nuestro lado, o cuando lo han hecho de manera imprevista y despiadada, de forma que rompen el destino que habíamos imaginado para nosotros o para quienes queremos, quebrándonos por dentro y dejándonos lejos de la felicidad que nos regalaron en la infancia.

Y si En el balcón de invierno nos acercaba a sus recuerdos más preciados, en esta ocasión vuelve con su muy cuidada prosa a invitarnos a que le acompañemos en esta senda incierta en la que comenzó en esa noche fría de invierno.

“Pero, si aun así, tú hacías la última pregunta, o en sus tiempos Miguel o Félix Lope, ¿cuál es el mejor sitio para esconderse de la muerte?, ya no te contestaba nadie, ya todos habían vuelto a sus pensamientos insoldables, los ojos hipnotizados por el chisporroteo de la lumbre. Solo la vieja a la que nadie conoce y por la que nadie pregunta tiene en el rostro la sombra dorada de una sonrisa imperceptible. Así fue siempre, durante siglos, cuando en las casas la gente se reunía toda junta al fuego”.

Así se cierra, con estas interrogantes, el último trabajo de Luis Landero. A fin de cuentas, yo no desvelo ningún inquietante o inesperado final que hubiera que silenciar, dado que no nos encontramos en una novela al uso. En todo caso, es un relato en cuyo fondo bulle la inquietud que ahora asalta a su autor (la que a todos en algún momento nos asalta): “¿A dónde irán todos nuestros recuerdos, todas nuestras vivencias, todos nuestros ensueños, todas nuestras ilusiones, cuando las Parcas hayan decidido dejar de hilar y, cínicamente, nos avisen con sus risas burlonas de que el hilo de nuestras vidas se les ha acabado?”.

AURELIANO SÁINZ

14 feb 2021

  • 14.2.21
Todavía resuenan los ecos de la enorme nevada que se produjo en la mayor parte de nuestro país a principios del pasado mes de enero. Bien es cierto que los que vivimos en el sur de la península no llegamos a sufrir el intenso temporal de nieve y frío que otras ciudades y comunidades conocieron, generando grandes problemas en la gente y llegando a atrapar a conductores en muchas carreteras.


De forma global somos un país cálido, puesto que al encontrarnos en el extremo suroeste de Europa y cercano al continente africano nos libra de los fríos tan penetrantes que padecen algunos de los países del centro y del norte de nuestro continente.

Curiosamente, las nevadas pueden recibirse de dos maneras: como una pesadilla que hay que afrontar puesto que afecta al campo, al trabajo, a las salidas del hogar; o como una gran sorpresa de la que es posible disfrutar, como suele sucederles a los niños que ven una magnífica ocasión para jugar con la nieve.

Habría que apuntar una tercera opción, que es la que impregna a la mirada de los artistas: contemplar la belleza de los campos nevados, dado que es una de las manifestaciones más hermosas que nos ofrece cíclicamente la naturaleza.

Esta es la postura mayoritaria dentro de los pintores. No obstante, hay casos como el del cuadro La nevada, que nuestro insigne Francisco de Goya pintó en 1786 y en el que expresa los efectos de un temporal de nieve sobre un grupo de cinco caminantes que transportan un cerdo ya sacrificado a lomos de un mulo. Son ellos los verdaderos protagonistas de esta escena invernal.

Hemos de tener en cuenta que Goya fue un gran cronista de su época, dado que su pintura abordaba la vida tanto de los estratos más humildes de la sociedad a los personajes de la corte. No es de extrañar, pues, que los protagonistas de este cuadro sean trabajadores sufrientes que tienen que caminar en medio de un gran temporal de nieve para trasladar al animal porque forma parte de su trabajo. No era, pues, la contemplación estética del paisaje nevado lo que conduce al pintor de Fuendetodos a la realización de la obra, tal como acontecería años después con los impresionistas franceses.

El planteamiento de los artistas franceses del siglo XIX sería muy distinto al de nuestro gran pintor: ellos centran su mirada en la singular belleza de los espacios nevados. Así, para los impresionistas galos, no serán los personajes los protagonistas de las escenas que plasman con esa mirada fugaz que los caracteriza, sino los elementos de la naturaleza –caminos, calles, árboles, etc.- que aparecerán rociados con impolutos blancos, convirtiéndose en objetos de admiración por la belleza que muestran al ser contemplados.


Esto ya se aprecia en el lienzo de Alfred Sisley (1839-1899), titulado sencillamente Nevada. El blanco de la nieve que cubre el camino contrasta con los tonos ocres oscuros de los árboles, al tiempo que las figuras de los personajes apenas están insinuadas por el trazado rápido y la pincelada amplia característica de los impresionistas.

Pero sería Claude Monet (1840-1926) el pintor impresionista que registró con mayor frecuencia las intensas nevadas del norte francés. De este admirador incansable de la naturaleza he seleccionado tres cuadros suyos que paso a mostrar.


El más significativo de los que Monet realizó sobre esta temática es el que lleva el nombre de La urraca. Es un lienzo de una enorme belleza, dado que una pequeña ave se convierte nominalmente en la protagonista de la escena. Así, en la magnitud de la nevada que plasmó el pintor galo, el blanco se extiende por todo el cuadro, remitiéndonos al esplendor de un paisaje cubierto de nieve, al tiempo que, en medio de la fría soledad, es posible un soplo de vida plasmada en un pequeño pájaro.


Uno de los rasgos de los impresionistas era la captación de la fugacidad y lo instantáneo a la mirada del artista. Esto daba lugar a que en muchas ocasiones se vieran obligados a terminar sus cuadros en el estudio, donde se articulaban la experiencia directa vivida y la memoria visual para crear una nueva realidad. Es lo que sucede en este lienzo titulado Tren en la nieve que parece acercarse rápidamente al espectador. En la actualidad, la instantánea fotográfica podría recoger esta escena, algo que no era posible en el último tercio del siglo XIX.

En esta ocasión el blanco de la nieve se torna en tonos un tanto impuros por la presencia de la máquina que va desprendiendo humos sucios que impregna el ambiente por el que va pasando. En contraste con los otros lienzos, la naturaleza acaba siendo afectada por la mano del hombre que altera sus propios ritmos.


Monet, durante una época de su vida residió en Argenteuil, una ciudad francesa en la orilla del Sena y situada a 11 kilómetros al noroeste de París. En este lugar son frecuentes las nevadas invernales, por lo que el pintor aprovechó su estancia para plasmar en diversos lienzos la belleza de los espacios cubiertos de nieve. Este, de 1875, que acabamos de ver lleva por título Nevada en Argenteuil. En esta ocasión el blanco de la nieve se torna rosáceo, como si el artista quisiera manifestarnos que la luz del sol empieza a modificar los tonos blanquecinos que cubren el paisaje.

Quisiera cerrar este breve recorrido por la mirada del pintor cuando se enfrenta a situaciones singulares de la naturaleza reiterando que es posible contemplarlas con una visión diferenciada a las que llevan a cabo la mayoría de la gente que se centra en los aspectos más tristes o sombríos. Paradójicamente, en medio del desastre es posible encontrar un trozo de belleza.

AURELIANO SÁINZ

7 feb 2021

  • 7.2.21
Vivimos en un mundo en el que se están produciendo grandes transformaciones y, aunque en algunos casos sean lentas, parece que llevan una dirección imparable. Nadie pensaría que décadas atrás, cuando a nuestro país se le consideraba oficialmente católico, años después, ya en democracia, se produciría un paulatino abandono no solo de las creencias sino también de las prácticas religiosas.


Esta situación nos invita a que reflexionemos acerca del futuro de la religiosidad y sobre en qué consiste ser cristiano, cuando parece que la visión que ofrece la jerarquía católica en nuestro país apenas incide en el comportamiento de los españoles.

Partiendo de esas premisas, me ha parecido oportuno entrevistar a un amigo, Miguel Santiago, profesor de Biología ahora jubilado. Articulista en diferentes medios de comunicación, conferenciante y autor de diversas publicaciones, se define como "andaluz y ciudadano del mundo". Implicado desde muy joven en el movimiento social, apuesta por los derechos humanos, la igualdad, la interculturalidad y la interreligiosidad. También quisiera apuntar que desarrolló estudios de Teología durante seis años en la Escuela Teológica Universitaria de Córdoba (UTECO).

Con Miguel Santiago me cito en una mañana al final del mes de enero para charlar con él para que me dé su visión acerca de qué es ser cristiano en el mundo de hoy y cómo ve el futuro de la Iglesia institucional. Recoger la riqueza de su pensamiento resulta un tanto prolijo, por lo que presento un extracto de lo más relevante de este diálogo.

—Miguel, quisiera que comenzáramos esta entrevista de forma que me indicaras qué es para ti ser cristiano y si es lo mismo ser cristiano que ser católico.

—Desde mi punto de vista, un cristiano o una cristiana debe ser, ante todo, una persona normal y corriente, abierta al mundo e inclusiva, defensora de los derechos humanos, afín a la interculturalidad y a la interreligiosidad, amante sin fronteras del ser humano y de la naturaleza.

Yo me siento más ‘nazareno’, es decir, tener como referente histórico a Jesús de Nazaret, que cristiano en el sentido de seguidor de Cristo, el ungido, ya que posee un acento más divino que humano. El nazareno o cristiano vive su fe como un estilo de vida, teniendo el Evangelio como marco referencial; en cambio, el católico vive su fe en base a una serie de ritos litúrgicos, al tiempo que está determinado por una moral restrictiva y excluyente, y una obediencia ciega a la jerarquía sacerdotal.

—Si echamos una mirada retrospectiva en la historia, encontramos que se produce un momento clave en el desarrollo del cristianismo en el siglo IV. ¿Qué supuso para el mensaje evangélico el edicto de Milán promovido por el emperador Constantino y el reconocimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio romano por el emperador Teodosio?

—Fue cambiar los valores del Evangelio, basados en el amor, la justicia y la paz, por el poder, el prestigio y el dinero. El edicto de Milán de Constantino y, posteriormente, la declaración del cristianismo como religión oficial del Estado por Teodosio ‘el Grande’ significó la desnaturalización del mensaje de Jesús y su comunidad. Podríamos decir que ahí comenzó el nacionalcatolicismo, un gran invento para controlar bolsillo y corazón, bendecir la desigualdad, institucionalizar el patriarcado y hacer del pueblo un sumiso a los dogmas.

—Damos un gran salto temporal y nos situamos en el siglo XX. En 1962 comenzó el Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII, lo que conllevó grandes esperanzas en la renovación de la Iglesia católica, que, sin embargo, no llegaron a fructificar. Quisiera que me apuntaras las razones por las cuales se diluyeron tantas esperanzas puestas en esta renovación, lo que condujo a muchas decepciones en los sectores más comprometidos.

—El Vaticano II significó un aire nuevo en el mundo, después de que se produjeran dos guerras mundiales. Fue una apuesta por el diálogo y el encuentro entre cualquier ideología y religión. Pretendía volver a la ecleccia, a la asamblea, haciendo que la horizontalidad prevaleciera sobre la verticalidad, la democracia sobre el totalitarismo. El Concilio Vaticano II tenía más vocación de pueblo que de jerarca.

Sin embargo, el ‘sanedrín cardenalicio’ tuvo mucho miedo de perder todo su poder, terrenal y celestial, abortándolo con la muerte de Juan Pablo I y poniendo al frente del catolicismo al ultracatólico Juan Pablo II, que guardó en un cajón al Vaticano II, desarrollando una etapa que chocaba frontalmente con el mundo moderno. 

Su política se basó en la condena de lo diferente, en una misoginia y una homofobia enfermizas, en bendecir a dictadores, como Pinochet, o pederastas, como Marcial Maciel, en demonizar a la Teología de la Liberación, mientras encumbraba al Opus Dei. Él es el responsable de que tengamos una de las Conferencias Episcopales más retrógradas, siendo sus delfines los cardenales Suquía y Rouco.

—Pasemos a nuestro país y entremos en la realidad española. En el artículo 16 de la Constitución española se habla, aunque este término concreto no aparezca, de un Estado aconfesional y, sin embargo, comprobamos que en realidad no se da esa aconfesionalidad, dado que no hay una clara separación del poder público y del poder eclesiástico. ¿Crees que deberían derogarse los Acuerdos con la Santa Sede de 1979 nacidos a partir del Concordato franquista de 1953 para afrontar, entre otras cuestiones, una enseñanza democrática y plural?

—Existe una línea medular desde el Concordato de 1851, reinando Isabel II, en el que se dice: “La religión católica, apostólica, romana, que con exclusión de cualquiera otro culto continúa siendo la única de la nación española, se conservará siempre en los dominios de S. M. Católica con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar según la ley de Dios y lo dispuesto por los sagrados cánones”. Posteriormente, el Concordato del siglo XIX será reforzado por el franquista de 1953. Así pues, de “aquellos barros, estos lodos”.

Con respecto a la enseñanza, a la Iglesia católica se le reconocía el poder de hacerla veladora de la educación del país según la doctrina de la fe y de las costumbres católicas, lo que significaba controlar las conciencias, no solo desde el confesionario, sino también desde las aulas. Esto nos lleva a que si queremos ser un verdadero Estado democrático y no confesional tenemos que poner fin a tan tremendo anacronismo.

—Comprobamos que la Iglesia católica como institución se opone frontalmente a muchas de las leyes aprobadas democráticamente: acceso a los anticonceptivos, derecho al divorcio, al aborto, al matrimonio igualitario, reciente ley de eutanasia… ¿Crees que es posible que un cristiano defienda las leyes que nacen del poder civil?

Jesús de Nazaret no fue ningún moralista, ni tampoco dogmático. Fue un crítico con los religiosos de su tiempo. Se enfrentó a los sacerdotes saduceos que hacían negocio con el templo, criticó a los fariseos por poner cargas pesadas a las gentes más humildes y sencillas (“el sábado se hizo para el hombre”), no vivía la vida monacal de los esenios retirados del mundo. Jesús era amigo de pecadores y escribas, tenía amigas y amigos, se preguntaba: “¿Quién estaba libre de pecado?” Jesús fue un laico, un civil. Justo eso es lo que entiendo que una persona seguidora de Jesús debe ser.

—En cierto modo has respondido a lo que deseaba ahora preguntarte. De todos modos quisiera que brevemente me indicaras si es posible ser creyente y laico, o, dicho de otro modo, si es posible que un cristiano defienda en nuestro país un Estado verdaderamente laico.

—Te respondo brevemente: un creyente es, ante todo, persona y ciudadano.

—Un tema motivo de gran polémica ha sido el de las inmatriculaciones por parte de la Iglesia católica a través de sus diócesis. ¿Qué opinas sobre las inmatriculaciones realizadas por las diócesis españolas al amparo de la Ley de 1998? ¿Qué te parece la inmatriculación de la Mezquita-Catedral de Córdoba?

—Sobre esta cuestión, y para no extenderme mucho, quisiera indicar que el artículo 206 de la Ley Hipotecaria fue derogado en 2015 por inconstitucional, con la trampa de que no tenía efecto retroactivo. Por consiguiente, todo lo inmatriculado sin una escritura, sin un documento que demuestra la titularidad, no se sujeta a derecho.

El Gobierno de Aznar abrió esta puerta para que una institución privada, como es la Iglesia católica, se hiciera con una parte importante del patrimonio del Estado. Creo que es el mayor robo inmobiliario que se le ha efectuado a un Estado a lo largo de la historia. Esperemos que el Gobierno de coalición actual lo enmiende.

—Para finalizar esta entrevista, quisiera traer a reflexión la paulatina secularización de la sociedad española. Así, los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) con respecto a las creencias de los españoles son muy poco alentadores con respecto a la Iglesia católica. ¿Qué futuro le ves a la Iglesia como institución en nuestro país?

—Cada vez cierran más conventos y hay menos vocaciones sacerdotales y de religiosas que, junto a la caída de bodas, bautizos y comuniones, traen de cabeza a la jerarquía, ya que se aproxima la liquidación por cierre, al menos en su estructura ad intra. Sin embargo, no nos engañemos: su poder ad extra radica en ser una de las grandes empresas mundiales, con más de 20.000 ‘funcionarios’ y centenares de miles de subalternos a su servicio.

Por poner un ejemplo, la Iglesia católica en el Estado español es propietaria, a través de sus más de 40.000 instituciones (diócesis, parroquias, órdenes y congregaciones religiosas, asociaciones, fundaciones, etcétera), de un enorme patrimonio consistente en bienes mobiliarios, inmobiliarios, suntuarios, culturales, capital de fundaciones, etc. Además de recibir donaciones directas de sus fieles y una financiación estatal a través del impuesto del IRPF, que pasó del 0,52 al 0,7 por ciento en 2007, siendo presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. 

A estos beneficios se unen las exenciones tributarias (impuestos municipales, IBI…), o el pago de los profesores de Religión (alrededor de 30.000 en todo el Estado). Cifras que suponen para las arcas de la Iglesia católica más de 10.000 millones de euros anuales.

Por otro lado, en los últimos años, las iglesias de diverso credo religioso han sumado privilegios que les permiten tener más poder en el seno de la UE, sin necesidad de hacerlo público como las demás instituciones privadas. Durante este tiempo ha habido 244 reuniones entre los lobbies religiosos y la Comisión Europea. 

Asociaciones ultracatólicas (como Hazte Oír, Familia y dignidad, Foro de la familia o la Fundación Valores y Sociedad, presidida por el exministro Jaime Mayor Oreja) que están detrás de iniciativas que luchan por acabar con el derecho al aborto, el matrimonio homosexual y el feminismo. Iniciativas que suponen grandes sumas de dinero del lobby religioso que presiona a las instituciones comunitarias europeas.

Todo esto podrá llegar a su fin con un Estado verdaderamente democrático y laico, y con una ciudadanía, creyente o no, que anteponga los derechos humanos por encima del privilegio de esta gran multinacional que es la Iglesia católica.

AURELIANO SÁINZ

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