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FENACO



Mostrando entradas con la etiqueta Palabra de hereje [Rafael Soto]. Mostrar todas las entradas
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10 dic 2020

  • 10.12.20
De acuerdo con la mitología clásica, Calipso era hija de Atlante, también conocido como Atlas, y de la oceánide Pléyane –aunque de esto último hay varias versiones. Cosa curiosa, porque lo normal es que suela ser al revés–. Por tanto, era una deidad, aunque no gozara de los dones del Olimpo.


En concreto, la dama había sido desterrada a las islas Ogigias por ser hija de su padre, castigado a sostener el Mundo en sus hombros por rebelarse contra la autoridad. Por alguna razón, Zeus no le otorgó el tercer grado. ¡Qué cosas!

Hoy, estas islas son conocidas como Islas Calipso en su honor, en los territorios que hoy se identifican con los territorios de Malta. Vivía con sus sirvientas, sin molestar, ni ser molestada, si bien lamentaba su soltería.

Un buen día, un náufrago llegó a su isla. Por lo que cuentan los mitos, el señor era experimentado y tenía buen parecer. Se trataba del rey de un territorio miserable llamado Ítaca, que ganó la gloria luchando en la terrible Guerra de Troya. Es más, el astuto Odiseo tenía fama de haber ideado la estratagema que dio la victoria a los griegos: un caballo de madera. Se contaba, además, que estaba de malas con Poseidón por haber cegado a su hijo, el cíclope Polifemo. Algo lógico, si lo pensamos bien.

Guapo, afamado y desvalido. No necesitó mucho para meterse en la cama de la pobre Calipso. De acuerdo con los relatos homéricos, ella lo cuidó y le ofreció la inmortalidad si se quedaba con ella, cosa que no aceptó, supuestamente, por recuerdo de su esposa, su hijo Telémaco y su tierra. Muy bonito todo.

Los relatos afirman que Calipso lo mantuvo preso en la isla durante siete años. Zeus se acabó apiadando de él y decidió ante los dioses olímpicos que retornase a casa. Y como ya entonces había disciplina de partido, Poseidón se tuvo que tragar el tridente y a Hermes le tocó hacerle una visita a Calipso en lo que, en la mentalidad griega, era el culo del Mundo.

Un inciso. Como ya hemos señalado, los relatos homéricos señalan que Odiseo estuvo aprisionado siete años. Hesíodo, autor cercano en el tiempo a los relatos homéricos y poco sospechoso de trabajar para el Ministerio de Igualdad, señala en su Teogonía que: “Calipso, la divina entre las diosas, habiendo tenido agradable consorcio con Odiseo, fue madre de Nausítoo y Nausínoo”.

Un “agradable consorcio” que ya había mantenido con otro de sus ligues, Circe. Al igual que ocurre con la Atlántida, la Odisea nos relata los amores del héroe con Circe, pero no nos da detalles de los hijos habidos en aquel escarceo amoroso. De acuerdo con Hesíodo, de la unión nacieron dos retoños, el “irreprochable y fuerte Latino y también a Telégono, merced a la dorada Afrodita” –me reconozco como fan de los eufemismos de Hesíodo–

Apolodoro da una versión ligeramente diferente en su Biblioteca Mitológica, afirmando que Circe fue madre de Telégono. Sobre Calipso señala escuetamente: “Allí lo acoge Calipso, hija de Atlante, y de sus amores pare a Latino. Permanece con ella cinco años, al cabo de los cuales fabrica una almadía y zarpa”–lo lamento, sigo prefiriendo los eufemismos de Hesíodo–

Por aportar un último testimonio, Cayo Julio Higino, ya en época romana, señala en sus Fábulas que Circe fue madre de Telégono y Nausítoo. No reconoce hijo alguno a Calipso, de la que dice que solo retuvo un año al astuto Odiseo.

Por tanto, Odiseo se paseó por el Mediterráneo, aceptando “agradables consorcios” con mujeres que le dieron sustento durante años, y dejándoles retoños que, por necesidad, hubo de conocer. Eso sí, según los relatos homéricos, el buen hombre fornicaba con deidades con gran pesar y recuerdo de su casa, por supuesto.

Hecho este inciso, volvemos al relato homérico. Hermes llega a las Islas Ogigias y se presenta ante Calipso para informarle de la decisión de Zeus. Le dice que le tiene que ayudar a embarcar, y que pobre de ella si se opone. Vamos, como suele decirse, encima de puta, ahora le tocaba poner la cama. Las palabras de Calipso no pueden ser más dignas de lástima:

Sois crueles, dioses, y envidiosos más que nadie, ya que os irritáis contra las diosas que duermen abiertamente con un hombre si lo han hecho su amante. Así, cuando Eos, de rosados dedos, arrebató a Orión, os irritasteis los dioses que vivís con facilidad, hasta que la casta Artemis de trono de oro lo mató en Ortigia, atacándole con dulces dardos. Así, cuando Deméter, de hermosas trenzas, cediendo a su impulso, se unió en amor y lecho con Jasión en campo tres veces labrado. No tardó mucho Zeus en enterarse, y lo mató alcanzándolo con el resplandeciente rayo. 

Así ahora os irritáis contra mí, dioses, porque está conmigo un mortal. Yo lo salvé, que Zeus le destrozó la rápida nave arrojándole el brillante rayo en medio del ponto rojo como el vino. Allí murieron todos sus nobles compañeros, pero a él el viento y las olas lo acercaron aquí. Yo lo traté como amigo y lo alimenté y le prometí hacerlo inmortal y sin vejez para siempre.

Pero puesto que no es posible a ningún dios rebasar ni dejar sin cumplir la voluntad de Zeus, el que lleva la égida, que se vaya por el mar estéril si aquél lo impulsa y se lo manda. Mas yo no te despediré de cualquier manera, pues no tiene naves provistas de remos ni compañeros que lo acompañen sobre el ancho lomo del mar. Sin embargo, le aconsejaré benévola y nada le ocultaré para que llegue a su tierra sano y salvo
.

En un último acto desesperado, Calipso decide dar una última oportunidad a Odiseo, que rechaza seguir con ella, aunque no ir “al interior de la cóncava cueva a deleitarse con el amor en mutua compañía”– sigo prefiriendo los eufemismos de Hesíodo–

Higino nos describe la misma escena, pero con otros matices: “[…] la ninfa Calipso, seducida por la belleza de Ulises [Odiseo], lo retuvo durante un año entero y no quiso dejarlo partir hasta que Mercurio [Hermes], siguiendo un mandato de Júpiter [Zeus], se lo ordenó a la Ninfa”. No nos ofrece los lamentos de la Atalante, pero nos cuenta que acabó suicidándose por amor a Odiseo. Cosa curiosa, si tenemos en cuenta su naturaleza divina.

Sea cual sea la versión que aceptemos, Calipso es abandonada por Odiseo, vividor y follador por excelencia de la mitología grecolatina, dejando atrás al hijo o a los hijos que quizá tuvo con ella. Y por segunda vez, pues ya había abandonado a Circe. Y no sería la última, al parecer. Todo ello, a pesar de que Calipso se arrastrase de todas las maneras posibles ante aquel vividor.

De acuerdo con los relatos homéricos, su esposa Penélope le fue fiel durante los casi veinte años de su ausencia, haciéndola objeto de proverbios vinculados con la fidelidad marital. Apolodoro es más realista y ofrece otras versiones alternativas a la versión oficial, que también recoge. Así, nos cuenta que había sido “pervertida” por el pretendiente Antínoo, o bien por Anfínomo. Tras tal deshonra a su casa, no se sabe con seguridad si Odiseo “la devolvió” a su padre Icario, como si de un objeto se tratase, o bien la mató allí mismo.

O sea, que las versiones alternativas vienen a señalar que Penélope, tras casi veinte años de ausencia marital entre la guerra y la vuelta –los sabios no se ponen de acuerdo con las fechas, como hemos comprobado–, tuvo un par de noches locas con alguno de sus pretendientes. Y el buen señor, a su vuelta, la mata o la “devuelve” a su padre por “pervertirse”, después de dejar no se sabe cuántos hijos ilegítimos a lo largo y ancho del Mediterráneo. Para el pensamiento grecolatino, “pervertirse” era cosa de hombres. Aunque no hay que irse a la mitología para encontrar casos análogos.

Todos los días nos encontramos con desaprensivos que maltratan física o psicológicamente a sus mujeres, y a mujeres que se arrastran por miedo a la soledad o por amor, desde la creencia de que éste todo lo puede. O por los hijos, que no es poca cosa. Ya sea por imposiciones sociales, miedos, deudas, hijos y otros hechos, son muchas las parejas que no pueden separarse, ni siquiera de quienes los o las maltratan física y/o psicológicamente.

Hoy no pude evitar recordar las historias de Calipso, Circe y Penélope. Historias de mujeres que no merecían el abandono, el desprecio, ni la violencia de sus parejas. Mujeres que fueron juguetes de hombres sin escrúpulos.

Según la mitología griega, Odiseo muere a manos de Telégono, hijo de Circe. Lo mató sin saber que se trataba de su padre. No puedo dejar de pensar que hay cierta justicia en ello. Y, quizá, los griegos también lo pensaron. Quizá se le ocurriera a un hijo abandonado. Porque cabrones ha habido siempre, en diferente grado y con diferente aceptación social. La diferencia es que hoy ya no pasamos ni una. O no deberíamos.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

26 nov 2020

  • 26.11.20
En el momento de escribir estas líneas tenía otra columna muy diferente a falta de rematar. En ella, para variar, criticaba al Kennedy español y su extraño concepto del diálogo. Sin embargo, he decidido dejarlo para mejor ocasión. Acabo de enterarme de la muerte de Diego Armando Maradona, y ese hombre me merece bastante más atención.


La Mano de Dios crea fascinación incluso entre sus detractores. Dejando la moralidad en la parroquia, nadie puede negar que es un fenómeno psicológico y sociológico. En este momento, medio mundo periodístico le está dedicando sus más emotivos elogios y sus más agrios reproches.

En este sentido, viene a mi memoria el recuerdo de un libro que me impactó mucho en mi adolescencia: La presentación de la persona en la vida cotidiana, de Erving Goffman. La obra desarrollaba la hipótesis de que la vida cotidiana era asumida por las personas mediante distintos enfoques dramatúrgicos. Diferentes roles para diferentes contextos y situaciones. No hay una identidad estable como tal, ni independiente, pues depende de una serie de interacciones sociales.

¿Cómo juzgar a un personaje como Maradona desde el prisma dramatúrgico? Si aceptamos que no hay una identidad estable y constante, tengo dudas sobre nuestra capacidad de juzgar moralmente a una persona en su conjunto. Como mucho, las acciones de los roles que adopta.

Y pocos ejemplos son tan dados a la perspectiva dramatúrgica como el de La Mano de Dios. En este punto, me atengo a las palabras de un hombre bastante más sabio que yo. El veterano periodista Ernesto Cherquis Bialo, en una entrevista en Televisión Pública Argentina en mayo de 2019, fue preguntado por la figura de Diego Armando Maradona. Su definición es impecable.


Por un lado, Cherquis resalta su naturaleza polifacética:

¿Usted cree que hay un solo Maradona? Yo creo que hay muchos. Hay por lo menos ocho, nueve Maradonas. Hay un Maradona que jugó al fútbol; hay un Maradona que alcanzó la celebridad; hay un Maradona hijo, que murió cuando murieron sus padres. Hay un Maradona padre, que se reinventa cada día; hay un Maradona amigo, que barre cambiando amistad. 

Hay un Maradona afectivo, un Maradona sublime, y hay un Maradona abyecto y un Maradona fenomenal. Hay un Maradona de frases inolvidables, y hay un Maradona cuyas frases es mejor no recordar. Es la suma de todo eso, en un solo hombre. Un genio”.

¿Cuál es el verdadero Maradona? ¿El que golpeaba a su pareja borracho o el que defendía las tesis bolivarianas? ¿El analista sublime o el entrenador inconstante? ¿El padre de sus padres o el padre de sus hijos? ¿El dios de la Iglesia Maradoniana o el vil payaso grotesco que nos pintan sus detractores? ¿Hasta qué punto fue influido por su entorno en cada uno de estos roles? “Canillas de oro, y letrina”, insiste el veterano periodista.

Por otro lado, Cherquis nos enseña otra dimensión fascinante de La Mano de Dios. No siguió el orden natural, a diferencia de Leo Messi:

Messi fue el hijo de su papá, y es el hijo de su mamá. Es el hermano de sus hermanos. Messi es el mejor de sus compañeros. Es el mejor jugador de fútbol en la actualidad. Pero siempre estuvo en el rol lógico, en el que la vida lo puso. Quizá por eso, los periodistas convertimos a Messi en un personaje que no es, y para el cual no está preparado para ser”. En cambio, “Maradona fue el papá de sus padres, el papá de sus hermanos, el superamigo de sus amigos, el protector de su protegido”.

Un hombre hecho a sí mismo. Un genio. Un hombre único que no negó exceso alguno, tomó el placer donde lo halló, y que fue capaz de lo mejor y de lo peor. Maradona no siguió nunca las leyes de la lógica y, hasta cierto punto, este hecho puede ser razonable si asumimos su rol familiar y social. ¿Cuántas personas puede haber fuera de ese rol lógico? ¿Salir de lo previsible te hace un genio? Claro que no.

Soy de la opinión de que todas las personas, y sus acciones, están más allá del bien y del mal. Como mucho, podemos juzgar las acciones realizadas en sus diferentes roles, y ni eso tengo claro. Prefiero dejar la moralidad al rebaño –y a los sanchistas y podemitas, que no dejan de ser otro rebaño–

Que Maradona descanse en paz. El mundo será el mismo sin él. Puede que incluso mejor. Pero, sin duda, mucho más aburrido.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

12 nov 2020

  • 12.11.20
¿Cómo se explica que un Gobierno al que no le importa dialogar con proetarras y sediciosos en prisión no quiera ahora dialogar con los representantes de los profesionales del Periodismo? Por supuesto, hay que combatir las fake news, pero son la Justicia y las organizaciones profesionales que representan a los periodistas y que regulan la profesión los que deben velar por la salud informativa del país.


Empecemos por una definición. La Comisión Europea, parte interesada como veremos más adelante, define las fake news como “información verificablemente falsa o engañosa que se crea, presenta y divulga con fines lucrativos o para engañar deliberadamente a la población, y que puede causar un perjuicio público”.

Esta definición incluye dos obviedades que, a menudo, se obvian. La primera es que se trata de una pieza informativa, que no de opinión. Por tanto, desde un punto de vista jurídico, afecta al derecho reconocido en el artículo 20.1 d) de la Constitución, de “comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión” y, en ningún caso, al artículo 20.1 a), referido a la libertad de expresión, que también peligra. Obsérvese que ambas son libertades blindadísimas en la Carta Magna.

La segunda obviedad que suele obviarse, y es la más importante, es que una fake news es una noticia falsa, pero no en el sentido de ser errónea. O sea, una noticia equivocada o un reportaje con datos erróneos no es una fake news en sentido estricto, sino un texto informativo intencionadamente erróneo. Este punto es vital.

Por tanto, una fake news no es un texto de opinión que desagrade, ni una información que uno considere que es falsa o tendenciosa. Es una pieza informativa, o al menos en apariencia, que tiene como intencionalidad engañar en términos absolutos, o usando medias verdades.

Sin embargo, es esta segunda obviedad la que nos debe preocupar. En primer lugar, ¿cómo puedes estar seguro de la intencionalidad de nadie? En segundo lugar, ¿qué es verdad y qué no lo es? ¿Una verdad a medias hace pasable lo que no lo es? En según qué casos, entramos en el engorroso umbral de la Filosofía, que resulta bella para la reflexión, pero de difícil aplicación jurídica.

Noticias falsas, que no erróneas, ha habido siempre. Y casi siempre con la misma intencionalidad, que es beneficiar a un bando político o ideológico, y/o atacar a otro. Incluso se ha usado para atacar pueblos, razas y etnias.

¿Por qué son un problema ahora? La respuesta rápida, sencilla e interesada es que la culpa la tiene la proliferación de información en redes sociales, que desinforma a la población. Sin embargo, esa es una verdad bastante discutible.

Sin duda, las redes sociales han aumentado el flujo de información, pero no han creado nada que antes no existiera. La gran complicación es que esa información ya no se puede controlar. Un medio de comunicación tradicional tiene que pasar por un registro. Un blog o un pseudomedio digital, no.

Es más, cualquiera con ciertos conocimientos informáticos o con dinero para contratar a los que los tengan puede crear un medio digital de la noche a la mañana, con información de interés general veraz, salpimentada con mayores o menores cantidades de noticias falsas.

Ahora bien, he aquí la auténtica preocupación de Europa: las fake news han hecho ganar y perder elecciones, y nada menos que en EE.UU., como vimos con Donald Trump en su día. La injerencia rusa es un hecho poco debatible y los populismos están aprovechando una coyuntura favorable para aumentar sus filas. Y la falta de formación e interés por formarse de muchas personas han llevado a una ausencia creciente de capacidad crítica, que no de criticar.

Sin embargo, tal y como vaticinó Byung-Chul Han, en este caos, la tendencia no es reforzar el Estado de Derecho y dotarlo de recursos. La tendencia es avanzar hacia un Estado cada vez más autoritario. El sueño húmedo de Pedro Sánchez.

Solo el Poder Judicial y la propia profesión, a través de sus colegios profesionales y organizaciones, tienen legitimidad para combatir las fake news en democracia. La Justicia ya tiene herramientas para ello, si bien admito que son mejorables. Asimismo, ya hay proyectos interesantes como The Trust Project.

Sin embargo, ni esa ha sido la senda europea, ni está siendo la española. De acuerdo con el art. 3 de la Orden PCM/1030/2020, de 30 de octubre, por la que se publica el Procedimiento de actuación contra la desinformación aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional, son instituciones o unidades gubernamentales las encargadas de responder, entre otras, a esas preguntas a las que hacíamos mención: ¿Cómo puedes estar seguro de la intencionalidad de nadie? ¿Qué es verdad y qué no lo es? ¿Una verdad a medias hace pasable lo que no lo es?

Terrorífico desde el punto de vista democrático. Dependeríamos de la buena voluntad de cada Gobierno. ¿Nos parecería así de bien si la respuesta a esas preguntas dependiera de personas como Ángel Acebes o Jorge Fernández Díaz?

En el texto no hay ni una sola referencia a organizaciones profesionales, como la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) o la Red de Colegios Profesionales de Periodistas.

De hecho, esta última señaló que consideraba “inaceptable” que la Orden 1030/2020 no reconociera a los periodistas y a las corporaciones de derecho público que les representan el “papel esencial en la lucha contra la desinformación” que sí atribuye a “los medios de comunicación, las plataformas digitales, el mundo académico, el sector tecnológico, las organizaciones no gubernamentales y la sociedad en general”.

Por su parte, la FAPE se ha mostrado preocupada por la medida, afirmando que: “La disposición publicada en el BOE deja en el aire varios aspectos importantes que nos suscitan una profunda preocupación por las eventuales consecuencias que pueda acarrear al libre ejercicio del periodismo”.

¿Serán organizaciones ‘fachas’ la FAPE y la Red de Colegios Profesionales de Periodistas? Y en lo que toca a la Justicia, la encontramos exhausta, falta de recursos y hastiada de los intentos partidistas de desacreditarla. Y, ahora, se le relega de su función de juzgar.

Los forofos del Gobierno del cambio –como si no lo fueran todos–, se escudan en el mandato europeo. Un mandato de la Comisión Europea motivada por el supuesto peligro que supone para la democracia este tipo de informaciones. Una mentira como un piano, pero útil como justificación.

A la Comisión, al igual que al Gobierno progresista, les importa muy poco la salud democrática europea, el bienestar de su gente y sus opiniones, siempre y cuando se vote ‘correctamente’. Lo que les preocupa es la injerencia de países extranjeros u otras fuerzas, como muchos de ellos mismos han hecho en otros países. Lo que les preocupa es perder sus privilegios. Y prueba de ello es que la censura, pues esto no es otra cosa por mal que suene, quedará en manos gubernamentales.

Todo lo europeo suena bien. Es como hace unos años el Tribunal Constitucional en España, hasta su descrédito por mérito propio. Todo lo que vaya bendecido por Europa es visto por una mayoría de la población como algo positivo. Y eso no es cierto, como puede atestiguar cualquier griego.

España es el país más incumplidor de Europa. Hasta tal punto que ha suscitado el interés de no pocos investigadores. Nuestro país paga multas copiosas todos los años por su retraso en adoptar o adaptar las medidas impuestas por Europa. ¿Es una casualidad la prisa por cumplir con esta medida en concreto? Dejemos el forofismo en el estadio, por favor.

La única forma eficaz y ética de luchar contra las fake news es a través de una combinación de factores. El primero, y más importante, es la formación de las personas. Cuanta mayor capacidad crítica, mayor capacidad de distinguir lo que es veraz, de lo que no, menor efecto tendrán las fake news. Y, por lo pronto, el Gobierno progresista no solo no está reforzando y dando importancia al pensamiento crítico en la Educación, sino que quiere eliminar la asignatura de Ética. Ni el PP se atrevió a tal cosa. Estos ‘fachas’...

El segundo factor es el ejemplo de los propios partidos políticos. Y estamos hablando de un Gobierno cuya ética comunicativa le permite el uso de bots en redes sociales. El tercer factor es el de dignificar y dotar a las organizaciones profesionales para que puedan hacer valer los principios deontológicos de la profesión periodística.

Por último, dotar de mejores herramientas legales a la Justicia y, por supuesto, de los recursos necesarios para agilizar denuncias y la imposición de penas. Una acción que, además, tiene que coordinarse a nivel internacional para garantizar su cumplimiento en un mundo globalizado, con unas redes globales.

Hay que combatir las fake news, nadie lo duda. Pero el procedimiento iniciado por el Gobierno no ofrece suficientes garantías democráticas, por mucha Europa que haya de por medio. Y de paso, ningunea a los propios profesionales de la Comunicación y a la Justicia. Nos jugamos nuestros derechos fundamentales. Y los estamos regalando por puro forofismo hispano.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

29 oct 2020

  • 29.10.20
El 26 de octubre de 1898, justo hace 122 años, Santiago Ramón y Cajal se lamía las heridas que le había infligido la pérdida de los últimos territorios de Ultramar. Unas heridas que, además, le afectaron en lo personal, pues había servido como médico en uno de los conflictos que asoló este territorio en las últimas décadas del siglo XIX.


Esta luminaria de la Ciencia española, aparte de ser un gran científico, era un patriota en un tiempo en el que eso era una virtud. En Recuerdos de mi vida, Cajal recuerda el año 1898 de la siguiente manera: “Fue el año de la funesta y vesánica guerra con los Estados Unidos; guerra preparada por la codicia de nuestros industriales exportadores, la rapacidad de nuestros empleados ultramarinos y el orgullo y cerril egoísmo de nuestros políticos”.

El afamado científico se sintió en la obligación moral de acudir a la llamada de la prensa, en especial de El liberal y Vida Nueva, que solicitaron a intelectuales y profesionales españoles que dieran su opinión sobre el desastre y la dirección del país.

Uno de los diferentes textos que publicó se conserva en la Biblioteca Nacional de España y es consultable aquí. Su presentación por parte de El liberal no pudo ser más crítica con la sociedad española: “Prosiguiendo nuestra tarea da dar a conocer lo que piensan, sobre la situación de ruina en que ha caído España, los hombres más eminentes de nuestra ciencia, publicamos hoy las opiniones del Dr. D. Santiago Ramón y Cajal, catedrático de Histología e Histoquimia normales, cuyos méritos insignes están tan probados, que fueron los primeros los extranjeros en descubrirlos y en estimarlos”.

Su posición con respecto a las causas del resultado de la guerra era clara: “Hemos caído ante los Estados Unidos por ignorantes y por débiles. Éramos tan ignorantes, que hasta negábamos su ciencia y su fuerza. Es preciso, pues, regenerarse por el trabajo y por el estudio”.

Sus remedios a los males de España reflejan su participación en el movimiento regeneracionista: “Renunciar para siempre á nuestro matonismo, á nuestra creencia de que somos la nación más guerrera del mundo. Renunciar también á nuestra ilusión de tomar por progreso real lo que no es más que un reflejo de la civilización extranjera; de creer que tenemos estadistas, literatos, científicos y militares, cuando, salvo tal cual excepción, no tenemos masque casi estadistas, casi literatos, casi sabios y casi militares”.

Esta y otras opiniones le valieron terribles críticas. En su mencionada autobiografía señala con amargura: “Los regeneradores del 98 sólo fuimos leídos por nosotros mismos: al modo de los sermones, las austeras predicaciones políticas edifican tan sólo a los convencidos”. ¡Actualidad absoluta!

Cajal no tenía la verdad absoluta, pero en algo contribuyó, como otros de su generación. Y no fue la primera vez. Una de las grandes polémicas de la Ciencia española es la que le enfrentó a Jaime Ferrán durante una epidemia de cólera en 1885. Cajal realizaba su actividad docente e investigadora en la Universidad de Valencia, y fue allí donde empezó a dudar de la eficacia de una vacuna propuesta por Ferrán.

Al respecto, Cajal afirmó en su autobiografía: “Como de costumbre, mostróse en el debate ese dualismo irreductible de viejos y jóvenes, de misoneístas y filoneístas […]. En fin, ciertos devotos fervientes de Ferrán llevaron su celo higiénico hasta organizar un comité o sociedad encargada de hacer propaganda, fabricar en grande escala la vacuna, gestionar del Gobierno y de las autoridades autorización para ensayar la nueva inmunización y, en fin, una vez logrado el permiso, efectuarla sistemáticamente en todas las provincias atacadas”.

Ese “comité” presionó a Cajal, que ya contaba con cierto reconocimiento, pero que todavía no había realizado sus trabajos más revolucionarios. La cuestión llegó a la prensa y la presión social fue importante: “Pocos conservamos, durante aquella efervescencia pasional, la serenidad de espíritu necesaria para juzgar, donde los intereses luchaban con más encarnizamiento que las ideas, la serenidad de espíritu necesaria para juzgar”.

Llegados a este punto, Cajal realizó un experimento que trató de demostrar los riesgos de la vacuna de Ferrán. Al final, un informe enviado al ministro de Gobernación, Francisco Romero Robledo, ocupando ya plaza en Zaragoza, dio el tiro de gracia a la vacuna de Ferrán, que no obtuvo apoyo internacional alguno. Todavía hoy, no faltan quienes continúan la citada polémica, como podemos ver en el medio supremacista catalán 'Nacional.cat'.

Hemos comprobado en los dos ejemplos anteriores que muchos intelectuales y profesionales de prestigio, entre ellos Cajal, se vieron en el pasado en la obligación de participar en la vida pública en tiempos de crisis y catástrofe.

Hoy, los intelectuales y profesionales españoles tienen ese mismo deber moral de contribuir con sus opiniones motivadas a mejorar la realidad política, económica y sanitaria española. Pero… ¡ay, amigo! ¡En el siglo XIX no había redes sociales! ¿Quién se va a atrever a criticar al gobierno “progresista”? Si Ferrán logró polarizar a parte de la sociedad en el siglo XIX, ¿qué no hubiera hecho hoy con Facebook, Twitter y otras redes sociales?

En nuestro actual contexto de pandemia, los científicos que criticaron al Gobierno en la prestigiosa revista The Lancet han sido acusados de ser ‘agentes del fascismo’. Del eminente doctor Pedro Cavadas se afirma que es una “eminencia en lo suyo”, pero que “zapatero a sus zapatos”, al tener una especialidad alejada de la Epidemiología. Y a la que sí es epidemióloga, Margarita del Val, se le acusa de “chochear”. Solo por hablar de cabezas visibles.

No suelo ser amigo de hacer caso a la prensa extranjera en sus opiniones de España. No lo voy a hacer ahora. Sin embargo, sí critico a quien usa un periódico extranjero para atizar al oponente y, después, lo rechaza o ignora según su conveniencia. The Financial Times ha criticado la gestión de Fernando Simón al frente del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES).

¿Hablan los británicos con el elemento que tienen de primer ministro? ¿Serán franquistas? Tampoco pueden opinar, según los pseudoprogresistas. Todo por defender a un epidemiólogo sobrevalorado como Fernando Simón., que no deja de ocupar un puesto de confianza política, como es la Dirección del CCAES.

El CCAES es un órgano dependiente del Ministerio de Sanidad. Como puede comprobarse en la relación de puestos de trabajo del personal funcionario del Ministerio de Sanidad –no consta personal laboral en su relación de puestos de trabajo–, este órgano cuenta con once funcionarios, de los que uno es el director, mientras que otros cuatro ocupan puestos de jefatura. También cuentan con un secretario. De acuerdo con estos documentos, actualizados en septiembre de 2020, el CCAES solo cuenta con cinco técnicos especialistas.

De acuerdo con su orden de creación, el CCAES tiene como misión coordinar la información, procedente tanto de las redes existentes como de otras fuentes no integradas, y los sistemas de respuestas ante situaciones de crisis y emergencias para la salud y consumo de forma permanente, las 24 horas del día y todos los días del año. ¡Con once funcionarios, de los que solo cinco son técnicos!

Incluso aceptando que debe coordinarse con otros organismos estatales y autonómicos, así como que puede haber personal o servicios externos no contemplados, salta a la vista que el CCAES no anda sobrado de personal, con casi el mismo número de superiores que técnicos. Administración española en estado puro.

Por tanto, en redes, en la prensa e, incluso, en discursos políticos, se ataca a expertos, a profesionales e intelectuales críticos por defender a un organismo público infradotado de personal, y representado por un epidemiólogo que ocupa un puesto directivo y, por tanto, de confianza política. Y que dicho sea de paso, ha errado en no pocas ocasiones.

¿Cómo es posible avanzar si, cada vez más, la polarización política reprime a los que más debemos escuchar? Las postcensura es una realidad que dificulta el libre desarrollo de la convivencia democrática y que promueve, cada vez más, la autocensura.

Como bien señala Juan Soto Ivars en Arden las redes, a diferencia de la censura, la postcensura no necesita del concurso del poder: “no es un movimiento de masas ni tampoco un ataque deliberado contra la libertad de expresión emprendido por la hegemonía política, sino ruido blanco”.

Y sobre todo, la gran virtud de la postcensura es que el ejerce no es consciente del impacto de sus palabras: “Algunos, de pronto, notan que algo les quema en la mano y descubren que habían estado paseando con una antorcha”. Es un fenómeno que no permite matices y que, en consecuencia, obliga a exponerse o, por el contrario, a constreñirse, a autocensurarse.

Repetimos la pregunta: ¿Qué intelectual o profesional de prestigio puede tener el valor de decir las verdades del barquero en este contexto? Los necesitamos, y se les está reprimiendo en su derecho de expresarse con libertad, y en su deber moral de participar en los asuntos públicos y contribuir con sus conocimientos a la mejora de la sociedad. No siempre llevarán razón, pero darán un argumento mejor al ‘tú más’, tan extendido en la política española y en las conversaciones a pie de calle.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

15 oct 2020

  • 15.10.20
Lo clásico es lo constante, lo que permanece en el tiempo. Tanto, que ni la oscuridad medieval fue tal, entre otras razones, gracias a la leve, pero suficiente pervivencia del Mundo Clásico. Sin embargo, cabe plantearse cuál es la cualidad de una obra literaria, escultórica, arquitectónica, etc., para que pueda ser considerada clásica y, por tanto, constante en el tiempo. Si tuviera la respuesta, ya habría escrito varios libros dignos de ser considerados clásicos. Por tanto, hemos de entender que es una cualidad discutible e imposible de identificar.


En mi opinión, en el ámbito literario, quizá lo que hace más constante y permanente a una obra es su capacidad para irradiar humanidad. Los grandes clásicos de todos los tiempos no han hecho sino actualizar el intento de griegos y romanos –en especial, los primeros–, de reflejar los grandes dilemas del alma humana.

El ser humano, por naturaleza, busca una Ítaca a la que regresar, y a unos Penélopes y Telémacos por los que luchar. La Posmodernidad ha complicado algo más las cosas. Antes había una deidad y una vida posterior a las que aferrarse en último término. Ahora, como señalaba el psicoterapeuta Viktor Frankl, superviviente de los campos de exterminio nazi, nosotros hemos de buscar ese sentido, preguntándole a la vida qué espera de nosotros, y no al revés.

El ser humano se encuentra solo y desnudo en un mundo lleno de horrores. Ni la ayuda de Palas Atenea fue suficiente para evitar al sufrido Odiseo decenas de vicisitudes con las que, todavía hoy, cualquier persona puede identificarse. Es la confianza en sí mismo, y no tanto en los dioses, lo que permite a Odiseo cumplir su objetivo. Los dioses benefician al que sufre la adversidad.

Hoy en día, no todos tienen una Ítaca a la que dirigirse, ni la confianza en sí mismos como para superar las pruebas que nos impone la vida, ni la capacidad de mirar al abismo y preguntarle a la vida qué espera de nosotros. No se les puede culpar. Sin embargo, más que nunca, los clásicos son una ventana en la que verse reflejados.

Pocas cosas son más humanas que verse en un dilema imposible, de vivir una situación en la que, haga lo que se haga y decida lo que se decida, la persona está destinada a perder. En la rueda de la fortuna, ¿quién no ha estado alguna vez en una buena situación, como le ocurrió con al desgraciado Edipo, y no ha caído estrepitosamente por situaciones que no ha podido controlar?

El ser humano es juguete del destino, o quizá del azar, pero también es esclavo de sus pasiones, como comprobamos en la ira del eterno Aquiles, en los amores de Paris y Helena, quizá la primera femme fatale de la Historia, o en el conflicto fratricida entre Polinices y Eteocles, hijos de Edipo.

Pocos han reflejado la pasión de la rebeldía como Esquilo en su Prometeo encadenado, ni han sido tantos los capaces de reflejar la situación de la mujer caída en desgracia como Eurípides en Las Troyanas. Grandes y grandilocuentes mitos reflejados en el arte, que también tienen su equilibrio en la faceta humana del humor. 

Es divertido imaginarse que, en el actual contexto de bloqueo e irresponsabilidad institucional en el que nos encontramos, las respectivas parejas de los líderes de los diferentes partidos políticos españoles se pusieran de acuerdo en no mantener con ellos relaciones sexuales hasta que no hubiera acuerdo.

Aristófanes ya lo pensó en su Lisístrata, en el contexto de la Guerra del Peloponeso, el principio del fin de la cultura griega. Del mismo modo que, en el mundo romano, Plauto ridiculizaba a los Cristianos Ronaldos de la época en su Miles gloriosus, entre otras parodias dignas de Los Morancos. Por otro lado, es imposible no encontrar símiles modernos en las mordaces sátiras de Marcial.

Todos estos personajes y estas historias rezuman una humanidad con la que es fácil identificarse, lo que les garantiza su permanencia en el tiempo. Sus reinterpretaciones son constantes y necesarias como testimonio de permanencia.

Recientemente he leído La versión de Penélope, de Margaret Atwood, feminista conocida por ser autora de El cuento de la criada, que es una reinterpretación de la Odisea. Atwood da voz a una Penélope decepcionada al conocer, ya en el Hades, los devaneos de su marido de camino a Ítaca. Y es sólo un ejemplo de un número infinito de reinterpretaciones de clásicos, que esperemos que nunca tenga fin.

Mientras que el ser humano sea lo que es, mantendrá los clásicos. No por puro sentido de la conservación, sino por necesidad. Aunque no se lean los originales, las personas seguirán necesitando de los relatos, los ejemplos y los arquetipos ofrecidos por la Antigüedad Clásica como forma de verse a sí mismas.

En un momento en el que nos sentimos asediados por una realidad mucho más grave que la simple pandemia, recuperar los clásicos grecolatinos, aunque no sea a través de los textos originales, puede ser una manera de ofrecer inspiración, tan necesaria para superar estos días grises.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

1 oct 2020

  • 1.10.20
Todo el mundo habla de muertos y yo pienso que hay que tomárselo con humor. Ahora, el trifachito afirma que quiere aplicar la Ley de Memoria Histórica para quitarle honores a Largo Caballero e Indalecio Prieto en la Corte. Dan la impresión de querer competir con el Kennedy español en ver quién comete más incoherencias en esta legislatura. Hilarante.



Pero esto no va de coherencia, ¿no es así? La comunicación política actual va de calentar a la ciudadanía y hacerla caer en falsos debates. Y se dice lo que toca, lo que quede mejor ante las masas aborregadas. ¡Si Ortega y Gasset levantara la cabeza!

¿Merecen Indalecio Prieto y Largo Caballero calles en Madrid? ¿Lo merecen los cabecillas del Gobierno que, de manera deshonrosa, dejó tirado al general Miaja en la defensa de la capital frente al fascismo para, después, atacarlo sin piedad por su éxito?

El Kennedy español –por no decir Iván Redondo, que cualquier día le asesora hasta en qué horas debería ir de vientre–, ha entrado con gusto en el falso debate, y afirma que a estos personajillos que dejaron a su suerte a la población de Madrid se les recordará por su “lucha por la libertad”. Me gustaría decir que ha hilado fino, pero lo dice en serio. El pobre no da para más.

En otro orden de cosas. ¿Sabéis? He votado a la Monarquía… ¡Y no lo sabía! Sí, bueno, es verdad que indirectamente se le votó en el referéndum de la Constitución, pero… ¡No sé! Quizá padezca de alguna suerte de amnesia.

Tal vez sea esa amnesia la que me hace olvidar este punto, pero tenía entendido que el Partido Socialista era republicano. Lo era, ¿no? Es que me parece recordar que el Rey Emérito se fue del país con el conocimiento del presidente del Gobierno. Es más, según Carmen Calvo, este amante de las barbacoas y de la caza de especies exóticas no huía de nada. Habría que preguntarle a Indalecio Prieto su opinión al respecto.

Eso sí, me suenan algunos desplantes por parte de Pedro Sánchez. El último, la prohibición a Felipe VI de llevar a cabo sus funciones ante del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) en Barcelona. No entiendo la incoherencia. Puede que haya interpretado mal las señales o, quién sabe, quizá he ‘presupuesto’ demasiadas cosas…

Por cierto, hablando del CGPJ, según Unidas Podemos era una vergüenza que todavía no se hubiese renovado. Por eso me sorprende tanto que sus socios del Partido Socialista le hayan puesto tantos impedimentos.

Y es que Pedro y Pablo, o Pablo y Pedro, friends forever and ever, no siempre se cuentan las cosas. Como la mencionada huida del Rey Emérito que, al parecer, Pablito no conocía. Quizá Pedrito no pueda dormir bien por las noches y, con el sueño, se le olvida contar muchas cosas a su carísimo socio.

Pero bueno, estábamos hablando del trifachito y sus vicisitudes. El lobo de la corrupción les ha destrozado las casitas de madera y paja, y ahora tienen que sufrir la de ladrillo, que no está bien climatizada. Pablo Casado, sucesor del creador de grandes éxitos como “eso fue hace mucho tiempo” o “Luis, sé fuerte”, lo lleva como mejor puede.

Es más, el líder del Partido Popular se ha erigido como monárquico apostólico abudabí. Y Pedro Sánchez, supuesto republicano y buen samaritano, le responde que vaya “con cuidado”, no vaya a hacer más daño que bien a la Corona. Pobrecito, muerto de frío en ese edificio de ladrillo y sin poder votar ni a Iglesias, ni a Garzón, ¡con Franco esto no pasaba!

Aunque la verdad es que quedo sorprendido con el hecho de que Casado tenga tanta preocupación por el bienestar de la Monarquía Histórica, cuando la presidenta Isabel Díaz Ayuso sigue jugando con Sánchez a ver a quién le toca confinarse en Madrid. Se pasan la pelota de manera constante. No hay nada que hacer. ¡Esta derecha ya no es lo que era! ¡Que vuelva Fraga!

El PP está muy necesitado de sesiones de espiritismo, no cabe duda. Por otro lado, me dan ganas de decir algo de Ciudadanos, pero me da respeto. No sé. Está feo hablar mal de los muertos. Pero bueno, hay que tomarse la vida con humor, y sus coletazos no dejan de ser tragicómicos. Las voces de ultratumba de Rivera y su libro Un ciudadano libre son para despacharse a gusto.

Y hablando de Rivera, no puedo dejar de recordar aquellas palabras que Iglesias le dedicó en su día: “Usted es de lo que haga falta”. Lo aplicable que es a la Política española ahora mismo…

Todos los partidos, sin excepción, hablan de muertos, próximos y lejanos en el Congreso de los Diputados y la Cámara de los Zombis, que los sabios llaman Senado. Yo lo veo claro: ¡Partida presupuestaria para sesiones de espiritismo en el Congreso ya! Sería memorable ver al experto espiritista en la tribuna y escuchar, de repente, la voz del Caudillo en dolby surround: “Ciutadans de Catalunya, ja soc aquí!”. ¡A Santi le daría algo!

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

17 sept 2020

  • 17.9.20
El borreguismo pseudoprogresista español está siendo cebado por un marketing político zafio, heredero del agitprop, o propaganda de movimiento continuo, consistente en la agitación continua para obtener réditos políticos. En su favor, tengo que decir que la derecha más rancia le está sabiendo copiar la estrategia. Sin embargo, lo que duele es ver lo engañados que están los que comparten trinchera contigo.



Siguiendo el símil de la trinchera, duele comprobar cómo tus compañeros se dedican a adorar a las mismas ratas que, en la oscuridad de la noche, nos atormentan y nos quitan años de vida. Es incomprensible la manera en que el supuesto progresismo español aplaude el supremacismo catalán.

El último acto ha sido la regulación del mercado del alquiler. Nosotros mismos defendimos en este espacio la necesidad de que el Gobierno regulara este mercado. Sin embargo, lo que ha supuesto esta medida no ha sido un beneficio social, puesto que no ha sido puesta en contexto. Y, sin embargo, está siendo aplaudida por la ignorancia o el fanatismo.

Muchos desconocen que la Generalidad de Cataluña aprovechó el inicio de las vacaciones de agosto para adoptar una medida que fue de todo menos progresista: el Decreto 75/2020, de 4 de agosto, de turismo de Cataluña. La medida tiene numerosas implicaciones. Cataluña y, en concreto, la provincia de Barcelona, ya cuentan con importantes dificultades para el acceso al alquiler por parte de los ciudadanos, así como un creciente descontento con el alquiler turístico. El citado decreto desarrolla, entre otras ocurrencias, el concepto de “hogar compartido”.

El “hogar compartido” es definido por el decreto como “la vivienda principal y residencia efectiva de la persona titular y que se comparte como servicio de alojamiento con terceras personas a cambio de contraprestación económica y para una estancia de temporada. La persona titular debe residir en la vivienda mientras dura la estancia”. Esta estancia debe ser igual o inferior a 31 días.

Esto implica que cualquier persona que cumpla con unos requisitos mínimos –resalto lo de ‘mínimos’–, puede usar los 365 días al año, con un máximo de 31 días por inquilino, cualquier habitación de su casa para el alquiler turístico. No un alquiler privado, sino turístico. El sueño húmedo de los dueños de Airbnb y otras empresas del mismo ramo, que no tardaron en aplaudir la medida.

El propio Sindicato del Alquiler de Barcelona, de manifiestas tendencias independentistas, denunció la medida por sus evidentes efectos: “En lugar de limitar los alquileres turísticos en el centro de la ciudad, tal y como hizo Ámsterdam recientemente, JxCat promueve justamente lo contrario: ampliar las garantías para que los especuladores hagan su negocio y conviertan la ciudad en un parque temático de apartamentos turísticos”.

En la práctica, el decreto supone de por sí una seria reducción de la oferta en Cataluña, con el consiguiente aumento de los precios. El Ayuntamiento de Barcelona, liderado por esa adalid de la hipócrita equidistancia, Ada Colau, reaccionó prohibiendo el alquiler turístico en Barcelona. Para ello, se apoyó en una supuesta ambigüedad del decreto, que acababa dejando su desarrollo en manos de los ayuntamientos.

La regulación del alquiler aprobada ahora, en septiembre, no es otra cosa que una compensación para impedir que la escasa oferta de alquiler no turístico de Cataluña no alcance precios aún más desorbitantes. Por tanto, apoyo y celebro la regulación del precio del alquiler en Cataluña, por supuesto, pero que nadie lo venda como un avance social, porque lo que ha hecho ha sido compensar el enorme daño que se le había hecho a la ciudadanía. ¡Y encima los borregos pseudoprogresistas lo aplauden! ¿Qué hay que aplaudir?

Por cierto, hasta donde sé, a diferencia de las medidas de septiembre, ningún partido ha puesto en duda la legitimidad de la Generalidad para aprobar el decreto de agosto. Aunque se ha hecho desde el prisma del sector turístico, no dejaba de afectar al alquiler. ¡Ay! ¿Cuándo nos enteraremos de que el Capital no tiene patria? ¿Por qué los trabajadores nos la imponemos? ¡Cataluña lo ha vuelto a hacer!

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

3 sept 2020

  • 3.9.20
La Transición fue un éxito, pero no fue perfecta. O eso dice José Luis Rodríguez Zapatero, expresidente del Gobierno. Una afirmación llevada a cabo en el contexto de la polémica por su apoyo a Rodolfo Martín Villa, político tardofranquista que jugó un papel relevante durante la Transición y que alcanzaría la presidencia de diferentes empresas clave del país, como Endesa. Y al leer esto, yo me pregunto: ¿Un éxito para quién?



Sí, es cierto. Tal y como nos ha vendido la propaganda del Régimen del 78, la Transición nos trajo la paz social y una relativa prosperidad, que no hace más que menguar en los últimos años. A cambio, los poderes públicos han alimentado y retroalimentado a los grandes empresarios catalanes, vascos y castellano-madrileños que sostienen a la Corona y, de manera paradójica, en el caso de los primeros, a los grandes nacionalismos norteños. Una contradicción que se justifica en la necesidad de ordeñar hasta la extenuación a una vaca, que es el Estado, sin rematarla.

Mientras, la población más nutrida, Andalucía, ha visto perpetuada su marginación de los centros de poder. El andalucismo ha sido atacado por doquier y, sus partido han sido reducidos –en no pocas ocasiones, por cuenta propia–, en meras copias del egoísta nacionalismo norteño.

Andalucía y Extremadura han quedado en manos de vasallos que nunca han sabido reivindicar las necesidades de su tierra. Con un atraso endémico y una migración creciente, el gran Sur ha sido marginado por el Régimen del 78 desde sus inicios, hasta el punto de que Extremadura lleve décadas mendigando por un tren digno.

Sí, tenemos paz y más prosperidad, a cambio de mantener a una Corona parasitaria, de alimentar nacionalismos y de hacer oídos sordos a los crecientes abusos del poder económico.

Los casos de la retirada póstuma de sus reconocimientos a Billy el Niño, la huida del Rey Emérito con el visto bueno del actual jefe del Estado o el caso abierto de Rodolfo Martín Villa demuestran un creciente interés por el Tardofranquismo y la Transición. Si bien, la Memoria Histórica se entendía en un sentido amplio, muchos no diferencian bien los hechos de la Guerra Civil y la Posguerra con una Transición que hasta hace poco parecía intocable.

Sin embargo, no hay cambio posible, ni redención para la Transición, mientras que se mantenga como sistema de gobierno la monarquía parlamentaria. El rey es el garante de ese empresariado ya mencionado, así como de un sistema político podrido que ha vivido la vergüenza de tener a todos sus partidos mayoritarios envueltos en casos de corrupción.

El Régimen del 78 se sustenta tanto desde el punto de vista simbólico como práctico en la Corona. ¿Es pertinente tratar esta cuestión en plena pandemia? Más que nunca, porque se están evidenciando los problemas estructurales del país. Y porque en plena crisis, con toda desfachatez, hemos vivido la supuesta huida –recordemos que, según Carmen Calvo, el Emérito no huye de nada porque no tiene causas abiertas–, de un ex jefe de Estado.

Tratar la cuestión de la República es legítimo. Ahora bien, una república no es más que un sistema de gobierno. Los políticos son los que lo llenan de contenido. Aquel que prometa un cambio de sistema debe ofrecer además un proyecto de país claro, definido, que ilusione, o caeremos en los errores del pasado.

Ya en 1866, los antisabelinos acordaron el derrocamiento de Isabel II en el Pacto de Ostende. Acuerdo que no alcanzó cierta madurez hasta la incorporación, muerto Leopoldo O’Donnell, de la Unión Liberal. Sin embargo, el pacto tenía un defecto: se pusieron de acuerdo en apartar violentamente a la reina del trono, pero no en qué harían después.

Lo que ocurrió después de La Gloriosa en 1868 es bien sabido. Un momento de anarquía fue seguido por el ascenso de un rey extranjero que, a su vez, dio paso a otro momento de anarquía, para concluir en la moribunda I República. Un fracaso previsible y previsto que reforzó a los sectores más conservadores de la población y derivó en el refuerzo de los grandes industriales catalanes y terratenientes andaluces.

Mejor pensado estuvo el Pacto de San Sebastián de 1930, pero no mucho más. Al menos se pusieron de acuerdo en el sistema de gobierno, que no era poca cosa. Al igual que ocurriera en Ostende, la participación de un partido más centrado, y en este caso incluso conservador, como la Derecha Liberal Republicana, permitió un acuerdo amplio que favorecería el exilio de Alfonso XIII. Y por una vía pacífica, ni más ni menos.

Sin embargo, que hubiera más acuerdo no significa que tuvieran un proyecto común o, al menos, de mínimos. Y eso produjo que, ante la reacción de la utraconservadora CEDA y los corruptos del Partido Radical, los diferentes movimientos republicanos acabaran luchando cada uno por su cuenta, con los funestos resultados que todos conocemos. Tanto grandes industriales catalanes como Francesc Cambó, nacionalista catalán que prefería una España fascista a una Cataluña comunista, como los terratenientes latifundistas andaluces apoyaron al Movimiento Nacional para mantener sus posiciones de poder.

En la actualidad, la mayor parte de los partidos republicanos se contentan con gritar sus proclamas y enseñar banderas que, a muchos, se nos antojan tan rancias como las del águila de San Juan. Por no hablar de los partidos separatistas, cada día más descerebrados, egoístas y pirómanos, que atacan a la monarquía como símbolo del Estado, olvidando que sustenta a los mismos que los financian.

Los republicanos no cuentan ni con la unidad, ni con las ideas, ni con las ganas de entendimiento necesarios para promover el cambio. Hasta el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se atreve a llamarse republicano en este contexto, mientras que sus miembros justifican la necesidad de la monarquía.

La única manera pacífica de expulsar a la monarquía a día de hoy es a través de los mecanismos de reforma constitucional previstos en su Título X. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que ello requiere la aprobación por dos tercios de cada cámara, la disolución de las Cortes, una nueva votación en las que se formasen y, finalmente, un referéndum. No hace falta señalar que pocos estarían dispuestos a meterse en tales faenas si no hay algo más que un cambio de sistema político.

Andalucía y, con ella, España necesitan un proyecto amplio de país, que ilusione a su población, y pasa por acabar con el Régimen del 78. Un régimen que ha beneficiado a los empresarios catalanes, vascos y castellano-madrileños, a unos vividores cuyos excesos ya no nos escandalizan, a los nacionalismos y a una monarquía parasitaria cuya presencia es injustificable en una sociedad moderna y democrática.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

20 ago 2020

  • 20.8.20
Hace unos días se produjo una manifestación negacionista en Madrid, donde se incumplieron las medidas higiénicas mínimas con plena consciencia de ello. Por otro lado, Pablo Iglesias e Irene Montero se han quejado de los escraches y el acoso que sufren –y, con ellos, sus hijos, todavía de muy corta edad–. Dos hechos que parecen no tener nada que ver, pero que tienen un nexo ético fundamental.



Antes que nada, conviene aclarar que hay que condenar tanto el incumplimiento de las medidas higiénicas por parte de los negacionistas –que no la manifestación en sí–, como el acoso de cualquier personaje público –cualquiera, sea cual sea su ideología o los cargos en su contra–. A partir de aquí, conviene matizar y llamar a la coherencia.

Los negacionistas se han saltado sus deberes con respecto a la Salud Pública, y el derecho de los demás a la salud. Sin embargo, como buenos negacionistas, ellos no consideran que hayan hecho tal cosa. Se sentían legitimados por su ‘sentido común’ y un ‘bien superior’. Por otro lado, tienen el derecho a pensar lo que quieran y a manifestarse como quieran, siempre y cuando cumplan la Ley.

Por su parte, los dos líderes podemitas se quejan del mismo acoso que ellos aplaudieron y arengaron cuando no formaban parte del Gobierno. Recordamos este vídeo de Fort Apache, donde Pablo Iglesias defiende que los escraches son “jarabe democrático” y que “si no hay justicia, hay escrache”. Por tanto, parece que la legitimidad para pasarse la ley por la piedra depende del ‘sentido común’ de cada uno y del ‘bien superior’ que se defienda.



Es inevitable hacer referencia a uno de los pensadores más influyentes de la izquierda europea, Slavoj Žižek, y a su obra En defensa de la intolerancia. Si aceptamos la hipótesis de partida del filósofo esloveno, el multiculturalismo es la ideología del actual capitalismo global.

Esta idea se opone, como él mismo reconoce, a la defensa tradicional de la izquierda del multiculturalismo como antídoto del fundamentalismo intolerante (étnico, religioso, sexista…). Por ello, promueve “una buena dosis de intolerancia, aunque solo sea con el propósito de suscitar esa pasión política que alimenta la discordia”. Esta “intolerancia” no solo afectaría a la multiculturalidad, sino que justifica la lucha contra las ideas que, en un momento dado, pudiéramos entender que son contrarias a las nuestras.

La lógica de Žižek es impecable: la politización de la economía política requiere de una actitud crítica, que rechace lo establecido. En efecto, existen unas normas de convivencia que, es obvio, han sido pactadas por las élites económicas y políticas (cuando no impuestas por las primeras), sin tener en cuenta las necesidades y las opiniones de la ciudadanía.

Sin embargo, también es cierto que esas mismas normas crean un status quo, débilmente legitimado por las urnas, que solo puede mutar en beneficio de la ciudadanía si se hace desde dentro o a través de una ruptura. Ahora bien, si legitimas la ruptura, estás legitimando que todos rompan.

El propio Žižek se da cuenta de que sus propias ideas entran en una paradoja a la que dedica un capítulo entero: Por una suspensión de izquierdas de la ley. “Tanto la izquierda como la derecha tienen su propia idea de suspensión de la ley en nombre de algún interés superior o fundamental”, afirma. “Para el centro liberal, ambas suspensiones de la ley […] son en definitiva una misma cosa: una amenaza totalitaria contra el imperio de la ley. Toda la consistencia de la izquierda depende de su capacidad de poder demostrar que las lógicas detrás de cada una de las dos suspensiones son distintas”.

Ahora bien, ¿qué es lo que da esa legitimidad a la ruptura de izquierdas? La necesidad de “tomar partido”. La argumentación de Žižek, amplia y razonada, siempre me ha parecido insuficiente. Al final, la suspensión de la ley depende de lo que cada uno considera un bien superior.

Por tanto, entiendo que nos encontramos en una paradoja imposible, en la que resulta inevitable tomar partido, pero en el que hay que ser coherente y, sobre todo, evitar moralizar. Si no, acabas en contradicciones, como ocurre ahora con Pablo Iglesias y su “jarabe democrático”.

En lo que respecta a los negacionistas, éstos no planteaban un cambio concreto, sino que aspiraban a la crítica por la crítica, y a llamar la atención. Incluso intentaron tomar el Paseo de la Castellana en Madrid. Ahora bien, si nos atenemos a las ideas de Žižek, ¿lo que han hecho los negacionistas no es plenamente coherente? ¿No es análogo a la actitud de la pseudoizquierda podemita?

Es cierto que algunas consignas fueron infantiles y estúpidas. Sin embargo, varios de sus mensajes iban dirigidos a la politización de la economía y a una reflexión sobre el sistema, como reflejan mensajes como: “Libertad. No al confinamiento. No a las mascarillas. No a las vacunas asesinas. No al nuevo orden mundial. España dice basta ya”; “Investiga. Reflexiona. Existe otra realidad que nos ha sido ocultada” o “Una nueva normalidad es …desconfiar de tus vecinos? …que el 70% de los españoles pasen hambre? …que dejen a toda España sin trabajo?” (todas las cursivas añadidas). ¿No recuerdan a las consignas que realizábamos muchos en el 15M?

Han negado una realidad, se oponen a ella y, con la misma, al sistema. Han violado la Ley, saltándose en este caso las normas establecidas, y han sido intolerantes con quienes no han pensado como ellos. Han “tomado partido”.

El argumento principal contra los negacionistas es que se han saltado la Ley y que han puesto en riesgo a todos. Es cierto, y por ello deben ser castigados. No seré yo el que defienda a estos “seres de luz”. Sin embargo, volvemos a la misma idea del principio: ¿cuándo es legítimo romper el status quo?

Los negacionistas niegan que pongan en riesgo a nadie, del mismo modo que otros afirmaron que los escraches eran “jarabe democrático”, otros negaron que estuvieran rompiendo el país o que estuvieran haciendo cualquier otro mal. No deja de ser una valoración subjetiva.

Que nadie se equivoque. Esto no es una apología del status quo. Trato de llamar a la coherencia. Si te saltas la ley porque consideras que es de sentido común, o por un bien superior, estás legitimando a que otros lo hagan. Paradojas de la rebeldía sobre las que deberíamos reflexionar.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

6 ago 2020

  • 6.8.20
Alfonso XIII fue un rey que sí que tuvo que exiliarse para evitar el derramamiento de sangre –y porque estaba solo, las cosas como son–. En su despedida, ofreció lo más parecido a una disculpa que España había oído hasta entonces de un Borbón, y que no sería superado hasta la pillada de Juan Carlos I en Botsuana: "Un Rey puede equivocarse, y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia".



La malicia de las culpas es una realidad en la que no vamos a entrar. Desde luego, culpas tuvo él, tuvo su hijo y, ahora, su nieto. En cualquier caso, quisiera rememorar la abdicación de 1977. Este hecho es irrelevante desde el punto de vista del flujo de los acontecimientos, pero lleva aparejado una intrahistoria familiar interesante.

Juan Carlos I fue reconocido rey, conforme a la Tradición, el 14 de mayo de 1977, más de año y medio después de su coronación oficial, en noviembre de 1975. Para los monárquicos más recalcitrantes y los puristas, daba igual que Juan Carlos hubiese sido proclamado en Cortes. Era su padre, Don Juan, el que tenía todos los derechos dinásticos. Es más, hasta esa fecha, Don Juan no había reconocido a su hijo como rey, ni había cedido la jefatura de la Casa Real.

En junio de 1975, a pesar de que Juan Carlos había sido nombrado sucesor por la legitimidad del Régimen, no dudó en recordar su existencia en un polémico manifiesto: "Como depositario que soy del tesoro político secular que es la Monarquía española, no me he sometido a ese poder personal, dilatada e inconmoviblemente ejercido por quien fue encumbrado por sus compañeros de armas para la realización de una misión mucho más concreta y circunstancial".

Esta declaración incluía dos verdades incómodas para el sucesor de Francisco Franco. La primera, que conforme la voluntad que expresó Alfonso XIII en 1941, él era el legítimo rey de España. No heredero, sino rey, con el nombre de Juan III. Un hecho que el relato épico y deliberadamente exagerado de la Transición no ha dejado de rememorar como una de las complicaciones del joven heredero.

Un relato en el que Don Juan también tiene un rol de redención monárquica. Su padre, Alfonso XIII, no hizo nada por impedir que los monárquicos se unieran a las fuerzas más ultraconservadoras del país tras el Golpe de Estado que encumbró la dictadura. Él mismo apoyó al Golpe en sus inicios.

En 1941, por puro tacticismo –su ideología personal solo la conocían él y los suyos–, el padre del Rey Emérito apoya públicamente a los aliados en la II Guerra Mundial y comienza a separarse de la figura del dictador. En 1945, exige en el Manifiesto de Lausana su salida del poder. Sin embargo, España no es atacada, por lo que el rey exiliado queda aislado y busca, a lo largo de su trayectoria política, el apoyo y la simpatía de unos derrotados que tampoco lo respetaban.

Por tanto, la abdicación de “Ioannes III, comes Barcinonae”, tal y como refleja su tumba en el Panteón Real en San Lorenzo de El Escorial, fue más que una reconciliación familiar o una anécdota histórica. Fue el último acto de legitimación del reinado de Juan Carlos I. Un acto que, sin duda, estuvo presente en la abdicación del propio Rey Emérito en junio de 2014. En el discurso del conde de Barcelona, éste expuso:

"El respeto a la voluntad popular, la defensa de los derechos personales, la custodia de la tradición, el deseo del mayor bienestar posible promoviendo los avances sociales justos, han sido y serán la preocupación constante de nuestra familia, que nunca regateó esfuerzos y admitió todos los sacrificios, por duros que fueran, si se trataba de servir a España. En suma, el Rey tiene que serlo de todos los españoles".

Es difícil evitar una sonrisa sarcástica sobre la declaración de los intereses políticos de la “familia” Borbón. El conde de Barcelona falleció en 1993, dejando este último título a su heredero. Un título que, siempre pensé, debería de haber mantenido, en vez del peculiar ‘Rey Emérito’.

Hoy, Carmen Calvo se muestra osada cuando afirma que el ex jefe del Estado “no huye de nada porque no está inmerso en ninguna causa”. Lo segundo es cierto, sin duda. O, al menos, en el momento en que se están escribiendo estas líneas. Si bien, no olvidamos las disculpas que tuvo que expresar por otros actos. En cambio, la afirmación de que el Emérito no ha huido supone una falsedad que roza la obscenidad.

Casi tanta, como la calificación de ‘exiliado’ que diferentes medios de comunicación le han otorgado. Por otro lado, no son pocos los editoriales de prensa escrita que han alabado su huida para evitar que sus “asuntos personales” salpiquen al actual monarca. ¿Asuntos personales?

Juan Carlos I fue jefe de Estado y no ha huido por sus affaires amorosos, sino por sus supuestos business financiados con dinero público. Precisamente él, al que la tradición y el deber constitucional exigían ejemplaridad. Y su sucesor ha avalado su decisión, demostrando con ello, también, poca ejemplaridad.

La “familia” a la que hacía referencia el conde de Barcelona ya ha demostrado sobradamente su escaso interés en “servir a España”. Ojalá unas elecciones sirvieran a Felipe VI, igual que ocurrió con su bisabuelo, para que a éste le quedara claro que no tiene “el amor de su pueblo”, y marchara, este sí, a un exilio que nos trajera la III República. Sin embargo, la posición del Partido Socialista deja esta opción bastante lejos. Progresismo lo llaman…

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

23 jul 2020

  • 23.7.20
Pocas cosas son tan pueriles y peligrosas como una interpretación egoísta y descontextualizada de la libertad y de la rebeldía. Tenemos numerosos ejemplos, como el pseudoprogresismo, el supremacismo catalán o, desde un punto de vista más doméstico, la rebeldía juvenil. Ahora nos toca hablar de los que empiezan a ser denominados maskholes.



¿Para qué negarlo? En la sociedad del postureo, todo suena mejor en inglés. Te hace parecer guay, culto, progresista y, sobre todo, estar al día. Participas del mainstream, aunque tu lema sea be yourself. Eres la caña, la antítesis de ese rancio de Arturo Pérez-Reverte, que no tiene ni idea de nada. Y el neologismo que nos toca asimilar ahora es maskhole.

Para los rancios y los perdidos que no conocen las últimas tendencias, o sea, que no participan del mainstream, maskhole es una adaptación de la palabra asshole, un término muy guay en el mundo hispano, pero castizo como pocos en el ámbito anglosajón. En concreto, de acuerdo con el Cambridge dictionary, asshole o arsehole significa “una persona desagradable o estúpida”. Y es que el sentido de la palabra ‘gilipollas’ es universal.

Por tanto, maskhole sería una forma despectiva de denominar a una persona que no lleva mascarilla sin razones debidamente justificadas en el actual contexto de pandemia. ¿Qué lleva a una persona a cometer tal acto de irresponsabilidad?

Quizá, los casos más inquietantes son aquellos que no llevan mascarilla por el simple placer de no hacerlo. O lo que es peor, los que la mal llevan en el brazo, la papada o en otras partes del cuerpo, con la idea de ‘cumplir’. Estas personas creen que realizan un ejercicio de libertad. Se exponen a su cuenta y riesgo. Consideran estar en su derecho de hacer con su salud lo que les parezca conveniente y marchan por el mundo como si la pandemia entendiera de caracteres.

Cuando no llevar mascarilla se convierte en un acto de rebeldía y libertad, deja de ser solo un problema de salud pública. Es una tendencia ética, en la que los rebeldes se mueven en una doble vertiente extrema: o no llevan mascarilla o, por el contrario, se disponen a criticar a todos aquellos que salen de sus casas para algo más que trabajar o hacer la compra.

Los maskhole son un peligro para la Salud Pública, pero también son un síntoma de una sociedad pueril e incapaz de estar a la altura de los retos que la vida y sus propios errores les han puesto.

Dicho esto, y pasando otro tema, se cumplen nueve años de la muerte de Amy Winehouse. Un personaje considerado por muchos como la última gran diva de la música, o al menos por ahora. Un personaje decadente, pueril y autodestructivo. Y una diosa de la música para el humilde escritor de estas líneas. No quería acabar esta columna sin recordarla. ¿Sería una maskhole si viviera? Back to black.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

9 jul 2020

  • 9.7.20
El pasado lunes se publicó en el BOE el Real Decreto-ley 25/2020, de 3 de julio, de medidas urgentes para apoyar la reactivación económica y el empleo. Una medida fundamental, dentro de un programa más amplio. Una medida conservadora, pero a la que es difícil criticar con justicia.



El real-decreto garantiza un apoyo económico para el sector turístico, automovilístico y, por supuesto, a las empresas estratégicas, entre otras medidas de calado. También supone la continuación de medidas sociales populares, como la moratoria de la ejecución de desahucios y cortes de suministros a personas en situación vulnerable.

En cualquier caso, el texto parece estar más preocupado de garantizar la sostenibilidad del modelo económico actual y de renovar los sectores que dan más empleo –en especial, el turístico y el automovilístico–, que en plantear una transformación de la economía española. Y es que es reflejo de una política económica más amplia que parece no estar interesada en cambios de calado.

No vamos a defender a estas alturas a este Gobierno pseudoprogresista. Sin embargo, en este punto hay que ser justo: hiciera lo que hiciera, iba a ser criticado. Apoyando a los sectores que dan más empleo en este país, y fomentando su renovación, lo podemos criticar de conservador. Si no los apoyara y promoviera una transformación más profunda, fomentando nuevos sectores para renovar el modelo económico del país, lo estaríamos acusando de hacer experimentos con gaseosa. Fastidiado queda, haga lo que haga.

Por lo demás, tampoco se le puede acusar de una carencia de imaginación que comparten los países de nuestro entorno. La Gran Recesión fue una oportunidad perdida por Europa para implantar un cambio del modelo económico dentro de la Economía de Mercado –nos guste más o menos, es el único que tenemos en este momento–.

Volvemos a caer en los mismos errores. Ahora, en la era del covid-19, volvemos a tener una oportunidad, casi mejor que la anterior, para cambiar el mundo. ¿Y qué se va a hacer? Nada. No hay ideas. Hay tiros en el aire. Pinceladas en un cuadro. El ecologismo, en lo que respecta a su defensa de la sostenibilidad, es una perspectiva o, quizá, una meta. Sin embargo, no es una ideología, ni un modelo económico en sí. Asimismo, la economía social es un concepto interesante, potente incluso, pero que necesita integrarse en un modelo más amplio.

Por otro lado, medidas aisladas como la renta básica, la tasa Tobin y otras medidas de hondo calado social –y que han sido apoyadas por eminentes académicos, entre los que destaca el carismático Thomas Piketty–, son insuficientes e, incluso, contraproducentes si no se enmarcan dentro de un programa de medidas más amplio.

En Europa nos está faltando imaginación para buscar un modelo económico que sea más sostenible y aproveche la creciente sobrecualificación de la población. Cabe preguntarse qué está haciendo la Academia, y si se la está ignorando, en la necesaria reinvención del Estado Social.

No podemos pedirles innovación a esos apolillados gurús del siglo XX, que no quisieron ver la Gran Recesión y cuya única receta válida ha sido una austeridad que ha ampliado la brecha social. Europa necesita ideas, y España con ella, y sólo pueden venir del mundo académico.

Si hay algo que debemos tener claro es que el salto social y económico que necesitan España y Europa no vendrán por incluir en discursos las palabras ‘ecologismo’, ‘sostenibilidad’ o ‘economía social’. Ese salto que tanto necesitamos vendrá de una revisión amplia del modelo económico y social, donde se siembren las semillas de un auténtico Estado Social. Un progreso al que es inherente la sostenibilidad del nuevo modelo, la centralización de la gestión de los recursos del Estado, si es que no hay que cederlo a entidades supranacionales, y la reducción de la brecha social.

El actual Gobierno puede ser criticado por muchas cosas. Sin embargo, el citado real-decreto no puede ser una de ellas. Europa necesita de la Academia, y la Academia debe ser escuchada por políticos capaces y valientes, que sepan comprender la necesidad de un auténtico salto cualitativo en materia económica y social.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

25 jun 2020

  • 25.6.20
En los momentos que estamos viviendo, creo que es necesario defender la herejía como una cualidad tan necesaria como escasa. No hablamos de esa herejía pueril propia de la rebeldía adolescente y del pensamiento político infantil. Hablamos de ir contracorriente, de manera razonada y con espíritu tan crítico como constructivo.



En los tiempos de la postmodernidad, la herejía es una cualidad que se asemeja al gusto por la lectura o el ejercicio. Muchos afirman que huyen del rebaño, que disfrutan de la lectura o que van con frecuencia al gimnasio.

Sin embargo, casi todos se esfuerzan en demostrar que se encuentran en el lugar correcto de una ficticia trinchera que otros han creado para ellos; en hacerse fotografías en la Feria del Libro, donde compran el único trozo de papel que van a leer durante el resto año; o bien, se esfuerzan en pagar su cuota en esos templos dedicados al culto al cuerpo como si fueran una ONG, porque o no van, o lo hacen para poner una fotografía en la red social de turno.

Y eso no es lo peor. Lo peor es que, en ocasiones, estos mismos autodenominados ‘herejes’ se atreven a ejercer de censores. ‘Postcensura’ lo denominan, aunque no es más que la vieja costumbre de linchar, antorcha en mano, al que no comparte tus ideas. Eso sí, en redes, que es mucho más civilizado. Dónde va a parar…

La herejía es un atentado contra la corrección política, que no es otra cosa que neopuritanismo disfrazado; un acto de traición a la pureza, que permite al sistema evolucionar; una obligación ética en tiempos de postureo ideológico. Pero no todos tienen el temple, ni de serlo ni de defenderlo sin caer en una suerte de iluminación personalista, cuando no mesiánica.

Un buen ejemplo de lo que estamos hablando es el abolicionismo. El feminismo radical y descerebrado que ahora mismo prevalece pretende imponer la idea de que solo existe un feminismo, y que debe ser abolicionista. Por tanto, de acuerdo con esta lógica, todo aquel que defienda la regulación del trabajo sexual no solo no es feminista, sino que es un machista.

Así lo aceptan los ‘rebeldes’ militantes en redes sociales. Se niega el debate. Y mientras, se ignora y discrimina a asociaciones feministas como Hetaira o Aprosex. ¿Eso no era cosa del heteropatriarcado?

Admito que el abolicionismo siempre me ha parecido una posición más propia de un vecino del barrio de Salamanca que uno de barrio obrero por las razones que ya expliqué aquí. Es fácil tener sólidos principios utópicos desde la comodidad de tu salón y, desde luego, pongo en duda que Irene Montero o Carmen Calvo sean más feministas que Amarna Miller.

En cualquier caso, y a pesar de lo señalado, sí que considero que es necesario un debate público, y jamás lo negaría. De hecho, se perdió una oportunidad excelente cuando el actual Gobierno negó a la Organización de Trabajadoras Sexuales (OTRAS) convertirse en sindicato. La herejía nunca puede ser intransigente, so pena de aspirar a dogma.

Sirva este ejemplo para entender lo necesario que es el pensamiento crítico, y cómo debe actuar. Máxime, en unos tiempos de cambio, donde jamás ha habido tanto borrego creyéndose librepensador. Es momento de ser valientes, aceptar lo que caiga, proponer nuevos debates y, sobre todo, derribar las trincheras ficticias que los populistas de turno tratan de imponernos –otra vez–.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

11 jun 2020

  • 11.6.20
Estamos acostumbrados a que solo se trate sobre la tercera edad en la prensa para hablar de sus pensiones. Un debate importante, por supuesto, pero que obvia otro igual de relevante: qué hacer con los que no se valen por sí mismos.



El pasado 5 de junio se actualizó el apartado “Salud” de la publicación del Instituto Nacional de Estadística (INE) Mujeres y hombres en España. De acuerdo con este documento oficial: “entre 1999 y 2019 (datos provisionales), la esperanza de vida al nacimiento de los hombres ha pasado de 75,4 a 80,9 años y la de las mujeres de 82,3 a 86,2 años”. Por otro lado, la proyección parece más prometedora, si cabe: “la esperanza de vida al nacimiento alcanzaría los 82,9 años en los hombres y los 87,7 en las mujeres en el año 2033”.

Ahora bien, por la propia naturaleza de la vejez, y por mucho que haya avanzado la ciencia, el aumento de la esperanza de vida de las personas es proporcional al descenso de su calidad de vida. Los problemas físicos y, peor, psíquicos, llevan a muchas familias a situaciones límite que rara vez abren los informativos.

En el modelo familiar tradicional, la mujer se encargaba del cuidado de niños y ancianos que, en todo caso, tampoco solían ser un problema por mucho tiempo. Sin embargo, incluso aceptando un modelo de familia ya obsoleto, el hecho es que la mujer se ha incorporado al mercado laboral, comparte los cuidados familiares con su pareja, y se encuentra con el hecho de que pueden pasar diez o veinte años cuidando de sus mayores.

Menos tiempo y más exigencias. Incluso compartiendo las obligaciones familiares entre todos los miembros de la unidad familiar, la conciliación es un reto. Y casi un imposible si hay niños o si el anciano padece severos problemas de salud mental.

Soluciones habituales suelen ser acudir a cuidadores profesionales, a cuidadores no profesionales o, de manera más radical, pagar una residencia de ancianos. De hecho, he conocido casos absurdos, como una señora que cuidaba de un anciano para poder pagarle la cuidadora a sus padres. Y no entremos ya en la espinosa cuestión de la remuneración de los cuidadores…

El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, rememorado hace poco por el compañero Daniel Guerrero, fue tan fecundo en buenas ideas como incompetente para llevarlas a cabo. Dentro de sus políticas sociales, aprobó en 2006 la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia, más conocida como Ley de Dependencia.

La idea que subyacía en la ley era apoyar a las familias con personas dependientes, ya lo fueran por complicaciones físicas o psicológicas. Quizá, fue una de las medidas más interesantes y directas de cara al cuidado de nuestros mayores. Sin embargo, ese problema crónico de nuestro país que es el de las competencias y, sobre todo, los recortes del Gobierno de Mariano Rajoy, dieron lugar a que la medida no tuviera todo el alcance deseado.

Ahora, en plena crisis del covid-19, existe un debate sobre el número de muertos en residencias de mayores y, sobre todo, con respecto a los procedimientos llevados a cabo para proteger a los ancianos que se encontraban en estos espacios.

Yo echo de menos un debate serio sobre qué hacer con nuestros mayores, y cómo conciliar la vida laboral y familiar, que parece más enfocada que nunca al cuidado de los pequeños de la casa.

El hecho es que ha habido un número limitado de residencias de ancianos con casos de covid-19, mientras que otras muchas adoptaron medidas tajantes desde el principio para proteger a sus usuarios. Sin embargo, ¿qué hijo que ame a sus padres los metería ahora, sin un nudo en la garganta, en una de estas residencias?

Partimos de la base de que un número importante de ellos lo hacen porque no tienen más opciones. Y aún así, es un gasto difícil de asumir ante la falta de plazas en las residencias públicas.

Los ancianos son cada vez más longevos, el culto a la productividad nos exige más sacrificios en tiempo y sentimientos, los cuidados son más caros, y el coste público del mantenimiento de nuestros mayores está al alza. Y no podemos abandonarlos: sería una ignominia.

En el Decálogo de preguntas y respuestas sobre el impacto previsional del COVID-19, publicado el pasado mes de abril por el Foro de Expertos del Instituto BBVA de Pensiones, se lleva a cabo una loa del teletrabajo, panacea de todos los males. Aumento de la productividad, facilidades para la conciliación y aumento de la vida laboral… Un chollo para el empresario que esté dispuesto en invertir en los medios.

Desde luego, soy defensor del teletrabajo para los oficios que lo permitan. En efecto, el principal argumento es la relativa facilitación de la conciliación entre la vida familiar y la laboral. Sin embargo, no podemos obviar las trampas que lleva detrás. El empresario sin escrúpulos, que los hay, sabe que estás en tu casa. No puedes escapar del trabajo. Por eso debe ser regulado, y evitar abusos.

Retomando la cuestión de nuestros mayores, todo parece apuntar a que el teletrabajo facilitará la ampliación de la vida laboral, al igual que la conciliación. Sin embargo, está lejos de ser una medida suficiente. Ni siquiera está cerca de ser una medida.

Si hablamos con propiedad, el problema de la tercera edad no es una complicación española en exclusiva. Sin embargo, es dentro de los límites del Estado y del cachondeo autonómico actual donde debemos abordarlo.

La era postcovid-19 debe estar basado en un modelo social más sostenible en un sentido amplio del término. Sostenibilidad ambiental, sostenibilidad económica, sostenibilidad del nuevo modelo de familia… Y el debate sobre el cuidado de la tercera edad es obligatorio. A ver si entre tanta bronca chabacana en el Congreso, le podemos sacar algún hueco…

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

28 may 2020

  • 28.5.20
El cese del coronel Diego Pérez de los Cobos como jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid es uno de esos hechos políticos que te hacen sentir arcadas de la política española. Desconozco en profundidad la carrera de Pérez de los Cobos. Con el corazón en la mano, no conozco su ideología, su personalidad, ni su trayectoria, de la que diferentes medios destacan lo que les interesa. Unos, su intervención durante el 1 de octubre en Cataluña; otros, su lucha contra ETA. Y lo cierto es que me da igual.



La causa de su cese, así como la caída en desgracia de varios de sus subordinados, ha sido la entrega de un informe a la autoridad judicial, requerido por la misma en el marco de la investigación Operación Sanitario, que viene motivada por una acusación de supuestos delitos de prevaricación administrativa y de lesiones por imprudencia, al permitir las autoridades tanto las manifestaciones como las reuniones en lugares de tránsito público en los días previos al 15 de marzo.

Como es lógico, el foco político se encuentra en la manifestación por el Día de la Mujer, durante el pasado 8 de marzo. Recordemos que, en menos de 24 horas tras su celebración, comenzaron las primeras medidas restrictivas. Sin embargo, el informe tiene un alcance mucho más amplio, pues afecta a otras manifestaciones en la Comunidad de Madrid y otros eventos en el territorio nacional hasta el 14 de marzo, incluyendo ciertos partidos de fútbol internacionales.

La pertinencia judicial del informe solo puede ser confirmado por un juez y debatido en profundidad por juristas. De hecho, el reconocido catedrático Javier Pérez Royo ha sido muy crítico con los conceptos utilizados en el proceso, al considerar que para que haya prevaricación administrativa, primero tiene que haber acto administrativo. En cambio, las implicaciones políticas del documento son demoledoras, pues desmonta, por lo menos, tres argumentos del Gobierno.

El primero es que siempre se ha dejado guiar por la recomendación de los científicos y, en especial, de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El segundo, que no fue consciente de la amenaza hasta el 9 de marzo, fecha en que se producen las primeras medidas restrictivas serias. En tercer lugar, que se permitió la celebración de manifestaciones y reuniones en lugares de tránsito público, sabiendo que podían ser una amenaza para la salud pública.

Existen algunas imprecisiones o errores en el informe, en especial en lo referido a la interpretación de las recomendaciones de la OMS. De poco calado, en cualquier caso, por ser de fácil corrección. En cambio, queda demostrado en este documento aportado en el informe que la OMS recomendó el pasado 29 de enero “evitar las aglomeraciones y no permanecer con frecuencia en espacios cerrados y abarrotados”. Esto incluiría, no solo las manifestaciones, que se siguieron permitiendo, sino que también los eventos deportivos y los de cualquier naturaleza.

Sin embargo, como confirma la propia Delegación del Gobierno en Madrid, estos eventos se siguieron celebrando. Y aquí viene uno de los puntos más inquietantes del documento: varios de sus promotores declararon como testigos, ante la Guardia Civil, que desde la Delegación se pusieron en contacto con ellos por teléfono.

El objetivo de estas llamadas habría sido que desconvocaran los actos previstos por propia iniciativa, poniendo como excusa la amenaza del Covid-19. Estos hechos ya se estaban produciendo antes del 8-M, como reflejan los folios 68 y 69 del informe.

Por tanto, si esto es cierto, desde el pasado 5 de marzo hubo manifestaciones y reuniones en lugares de tránsito público que contaron con todas las bendiciones de la Delegación del Gobierno en Madrid, mientras que otras fueron desaconsejadas verbalmente a causa del Covid-19.

Tampoco se deja en buen lugar a Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. Son varias la referencias a declaraciones y decisiones personales y/o profesionales que evidencian su conciencia de la amenaza. Hecho que no impidió al Gobierno mantener los diferentes eventos mencionados.

Otro hecho que deja en muy mal lugar al que ha sido el rostro de la acción del Gobierno contra el Covid-19 es que, en el momento de redactarse el informe, su centro no hubiera aportado la información requerida por la Guardia Civil. Y ello, a pesar de haberlo solicitado en repetidas ocasiones desde el pasado 8 de abril.

No caben aquí todas las pruebas que se dan en contra del Gobierno, si bien, lo expuesto evidencia la miga política del documento. Insistimos en que no estamos en posición de evaluar su carácter jurídico, pero sí el político. Y el hecho es que la destitución de Pérez de los Cobos ha sido un acto miserable, en el que se ha purgado a un cargo por cumplir con su trabajo.

Un acto miserable, y también mediocre, porque lo que ha hecho es evidenciar aún más las tendencias autoritarias de un Gobierno que se cree que vive en un House of Cards permanente. Si viviéramos en un país serio y, de paso, tuviéramos una oposición al Gobierno seria, ya le habría costado la cabeza del Kennedy español. Desde luego, si hubiera estado el Partido Popular en el Gobierno, ya estaría medio país en la calle. Y con razón.

No me cabe la menor duda de que la España de mañana será mucho más autoritaria y pobre, tanto desde una perspectiva económica como intelectual. Y lo peor es que el postureo político de muchas personas de a pie les impide reconocerlo.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

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