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Mostrando entradas con la etiqueta Preguntar para escribir [Antonio López Hidalgo]. Mostrar todas las entradas
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31 oct 2020

  • 31.10.20
El escritor y periodista madrileño Javier Reverte, uno de los grandes referentes del Periodismo de Viajes en España, ha fallecido hoy a los 76 años de edad. Autor de la famosa Trilogía de África, también firmó obras como En Mares Salvajes, Corazón de Ulises, El Río de la Luz, Canta Irlanda o Un Verano Chino. Andalucía Digital ha querido rendir hoy homenaje a este gran autor recuperando la entrevista que Antonio López Hidalgo le hizo para este mismo diario en el verano de 2017. Descanse en paz.



Con el Premio de Novela Fernando Lara se pagó un otoño en Nueva York. Allí aprendió a amar el jazz, aunque el título de su libro suene a Frank Sinatra: New York, New York…. Con algo más de veinte años, Javier Reverte comenzó a viajar para no aburrirse. El tiempo, en todo caso, no le ha hecho cambiar. Después de haber escrito novelas y publicado tantos libros de viajes, no cree que lo haga sobre España, un país que le fascina y rechaza al mismo tiempo.

—Marilyn Monroe decía: “Me gusta Nueva York porque se me escapa”. ¿Te ocurre igual?

—Sí. Nueva York es una ciudad con tal energía que te supera. No eres capaz de abarcarla. Está por encima de nosotros.

—No sabías en qué gastar el dinero del Premio Fernando Lara y optaste por pagarte un otoño en Nueva York. 

—Tenía varias opciones. No sé. Pagar la entrada de un piso, a lo mejor. Podía también comprarme un coche de lujo. Podía ampliar mi vestuario. Pero la verdad es que, a ciertas edades, este tipo de cosas ya no importan nada. A mí me importaba mucho tener la vivencia Nueva York, que la tenía pendiente, y, bueno, me permití el lujo.

—Aunque el título suena a Frank Sinatra, las vacaciones te han servido para amar el jazz.

—Sí. El jazz era un tipo de música que oía en Madrid en los años sesenta. Me parecía demasiado intelectualizada, era casi psicoanalítica, era una especie de inmersión en el yo profundo. Y llegué a detestarla. Pero en Nueva York me dije a mí mismo: la música es el jazz, tengo que intentar comprenderla. Y creo que la comprendí, yendo sobre todo a Harlem, al jazz negro. Ahora es una música que me gusta.

—Con algo más de 20 años comenzaste a viajar para no aburrirte. Se ve que el estado de jubilado tampoco es capaz de sentarte en un sillón.

—A mí los años no me han cambiado. Yo trato de parecerme al niño que quise ser.

—“Para mí la aventura es una manera de vivir”. Pero también huyes del peligro.

—Sí, porque yo no concibo la aventura como la inmersión en el peligro. Para mí, la aventura tiene una definición muy precisa: la aventura es asomarte a lo que no conoces. Como hay muchas cosas que no conozco, la practico constantemente.

—En China no sentiste ninguna pasión. ¿Qué encontraste en Nueva York?

—Bueno, Nueva York es una ciudad que conjuga una enorme energía con una noble capacidad de gentileza y de buena educación. Es una ciudad en la que a veces te sientes en el siglo XXII y, otras, en el siglo XIX.

—Tuviste tiempo para pasear, para escribir este libro en forma de diario y concluir tu última novela, ‘El tiempo de los héroes’. ¿Tan largos son los días por allí?

—No. Pero tú sí los haces largos. Si yo fui solamente a escribir y a pasear y a conocer Nueva York, a la fuerza el día era largo. Yo hice los días largos.

—Nueva York da para mucho. Hasta te hiciste las uñas en una tienda de chinos y visitaste la tumba del padre de Lorca.

—Está fuera de Nueva York, está fuera del casco de Manhattan, está en el norte, siguiendo el curso del río Hudson. Sí, da para mucho y yo, la verdad, es que me he aficionado a hacerme las uñas. Voy a la manicura también en Madrid, donde hay muchos chinos, venidos de Nueva York supongo, haciendo manicuras.

—Siempre paseando por la Quinta Avenida pero no te tropezaste con Robert de Niro. ¿Desilusionado?

—No. Me extrañó. Porque uno está acostumbrado a ver las películas y no imagino la Quinta Avenida sin Robert de Niro, sin Al Pacino, sin Andy García. Y por eso paseé bastante por la Quinta Avenida y no lo encontré nunca. Me extrañó (ríe).

—Dos Passos, Whitman, John Ford, Woody Allen, Lorca. ¿Quién la describió mejor?

—Quizás, como descripción, Dos Passos. También hay otro escritor poco conocido en España. Se llama O´ Henry, que también la describió. Pero es que a su manera cada uno aportó una visión sobre todo poética. Lorca ha hecho la cumbre de la poesía sobre Nueva York. Él y Walt Whitman.

—Antes buscabas en tus viajes la diferencias entre los seres humanos y hoy las similitudes. ¿Cada día nos parecemos más?

—Sí. Porque las cosas esenciales siguen siendo muy parecidas. Pero además ahora el mundo se va unificando con la globalización, que tiene sus ventajas y también sus desventajas. El mundo se va pareciendo más a lo ancho y a lo largo del planeta.

—España es el país que más te sorprende y que menos entiendes. ¿No te inspira eso lo suficiente para escribir?

—No. A mí España no me llega. Novelas, sí. Casi todas transcurren en España. Pero lo que es libro de viajes, no. Porque es un país que no alcanzo a comprender. España me marea. Me fascina, por una parte, pero por otra me echa, porque hay muchas personas que no me gustan. No creo que escriba nunca sobre ella.

—Algún lugar al que hayas viajado y del que no hayas escrito nada.

—Muchos. Por ejemplo, Viena. Me parece una ciudad horrorosamente aburrida. Y si hay algo aburrido que me encuentro en el camino, no escribo nada sobre ello.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO

19 jun 2020

  • 19.6.20
El escritor barcelonés Carlos Ruiz Zafón ha fallecido este viernes a los 55 años en su residencia de Los Ángeles (Estados Unidos), a consecuencia de un cáncer de colon que le fue diagnosticado en 2018. A modo de homenaje, Andalucía Digital recuerda la entrevista que concedió unos meses antes al periodista Antonio López Hidalgo, catedrático de Redacción Periodística en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla y miembro del Consejo Editorial de este periódico.



Con El laberinto de los espíritus cierra la tetralogía El cementerio de los libros, iniciada en 2001 con La sombra del viento. Traducido a 50 idiomas, concede pocas entrevistas. Esta es una de ellas. Carlos Ruiz Zafón es el escritor más leído en todo el mundo después de Cervantes. En 1993 se dio a conocer con El Príncipe de la Niebla, que forma, con El Palacio de la Medianoche y Las luces de Septiembre, la Trilogía de la Niebla. En 1998 publica Marina. Después conoce el vértigo. Hasta hoy.

—El autor español más leído en todo el mundo después de Cervantes. ¿No da vértigo?

—No. Me da tranquilidad y me produce una sensación de gratitud y de privilegio.

—‘El cementerio de los libros olvidados’. Una tetralogía escrita como homenaje a la literatura. ¿La lectura necesita un empujoncillo a la luz de las estadísticas?

—Yo creo que a veces enterramos a la literatura antes de tiempo. Ya hace muchos años que uno sigue oyendo que esto se acaba, que esto se acaba. Yo creo que no se acaba. Lo que pasa es que hay que trabajárselo. No hay que darlo por seguro. Yo creo que el matiz está ahí. No pensar que nos merecemos el tiempo y la atención de la gente sencillamente porque hacemos literatura, sino que hay que currárselo todos los días.

—“Me gustaría que el lector se cuestionase la realidad”. Confiese que no estaba hablando de política.

—No. La política es una parte pequeñita de la vida. Lo que yo intento es invitar a los lectores a que desarrollen un espíritu crítico respecto a todo lo que se les presenta y ante todas las personas que les quieren convencer de que piensen o traguen algo determinado. Que se cuestionen los motivos. Que se cuestionen por qué y luego, con su propio criterio, decidan lo que quieren pensar. Yo no soy un cura. No quiero convencer a nadie de nada. Ni soy un político. No tengo intereses ni tengo agenda política.

—‘El laberinto de los espíritus’ recupera las pasiones clásicas. Entre ellas, el odio. ¿La literatura qué ha tratado mejor en sus páginas el odio o el amor?

—Yo creo que ambas a partes iguales. Ambas forman parte de la experiencia humana. Lamentablemente, a partes iguales. Yo creo que, situando una historia a lo largo del siglo XX, lamentablemente no hay tantas luces como sombras, sino muchas más sombras.

—El diablo es el mejor personaje literario jamás creado. ¿Por cuánto vendió su alma para hacer tales afirmaciones?

—No me la compraría el diablo. Pero, bueno, sí es el personaje mejor creado. Pero yo no creo que el diablo tenga mucho interés en comprar mi alma. Compraría muchas otras.

—Muchos de sus personajes tienen bastante de usted. De entre todos, Alicia Gus es su personaje favorito. ¿Qué tiene que no le dio a otros?

—Tiene el espíritu que resume para mí esta serie de cuatro novelas. Alicia es la síntesis de lo que significan para mí estos libros. Tiene quizás una sinceridad consigo misma y con el mundo que me hace muy próximo a ella.

—El cuarto volumen de la tetralogía salió a la calle con una tirada de 700.000 ejemplares, y su obra está traducida a 50 idiomas. ¿Algún día se acostumbrará a vender menos?

—Supongo que sí. Es ley de vida. No es que escriba yo pretendiendo que sean 700.000 o los que puedan ser, pero sí, y además no pasa nada.

—En estos cuatro volúmenes ha tocado casi todos los géneros. ¿En la variedad está el acierto?

—Yo creo más en la combinación. El acierto está quizás en la ingeniería y en la alquimia de la mezcla.

—Ha dicho mil veces que sus libros no serán adaptados al cine ni a la televisión. ¿Sigue e sus trece?

—Sigo en mis trece, catorce, quince, dieciséis y así hasta la búsqueda del número primo. No habrá películas ni series de televisión de estos libros.

—El éxito tiene su cara negativa. Dice: “Hay personas que ni conozco y me odian profundamente”. Dígame algo de su cara positiva.

—Bueno, la cara positiva es el 99 por ciento sobre todo. El éxito lo que confiere es independencia, libertad y seguridad para ser uno mismo y para hacer lo que uno quiere. Si, a cambio de eso, va a haber alguien que no le guste, pues creo que es un precio microscópico que pagar.

—Quince años dedicado a escribir ‘El cementerio de los libros olvidados’. Después de tanto tiempo, ¿cómo sabe para dónde tirará?

—Me lo estoy pensando. Tengo cuatro o cinco alternativas que suenan bien, que pueden tener posibilidades. Pero no me he decidido todavía.

—Me gusta esta frase suya: “El éxito no te cambia la vida. Lo que escribes, sí”. ¿Quién es usted después de estos quince años?

—Creo que soy más yo mismo. Y finalmente, si de algo me ha servido escribir estos libros, es para acercarme a quien era yo como persona y como escritor. Así que, a día de hoy ya soy yo. Para bien o para mal.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: PLANETA DE LIBROS

11 nov 2019

  • 11.11.19
La periodista Nieves Herrero (Madrid, 1957) desvela en su novela Esos días azules la verdadera vida de Pilar Valderrama, la musa de Antonio Machado, una mujer que en el ocaso de sus días confesó que ella fue Guiomar, la mujer de quien el poeta sevillano hablaba en algunos de sus versos. Ella era poeta y dramaturga, mujer de alta sociedad madrileña, católica, de derechas, casada y con tres hijos. Antonio Machado le duplicaba la edad y era uno de los símbolos de la Segunda República. Fue el último amor del poeta, pero Nieves Herrero asegura también que era un amor imposible.



Pilar Valderrama quiso confesar, antes de morir, a sus hijas y a su nieta, que ella era Guiomar. Así arranca esta novela que le ha llevado tres años de escritura. Guiomar pasó los veranos de su infancia en Montilla, donde está enterrado su padre. Dice que, cuando puso punto final a la escritura de esta historia, lloró como un niño pequeño.

La periodista madrileña es autora, además, de los bestsellers Lo que escondían sus ojos, cuya adaptación a serie de televisión batió récords de audiencia y ganó un premio Ondas; Como si no hubiera un mañana, premio de la crítica de Madrid; y Carmen.

—Desvelas en tu novela la verdadera historia de Pilar de Valderrama, la musa de Antonio Machado. ¿Qué encontraremos en tu libro no sabíamos hasta ahora?

—Yo creo que lo que vamos a encontrar es algo más que el nombre que le dio el poeta para la eternidad. Vamos a encontrar a la mujer, la verdadera personalidad de Pilar de Valderrama, vamos a comprenderla, por qué se enamora de un hombre que la dobla la edad, por qué ella se encuentra con él y se reconocen, como dice Antonio Machado.

No es que la conociera, es que la reconocía. Para mí era la mujer que había buscado toda la vida. Entonces, creo que todo el que se acerque se va a enamorar, como Antonio Machado, de esta mujer, que tenía muchísimo carácter y muchísima personalidad.

—Ella tuvo la valentía de decir que ella era Guiomar, una mujer de la alta sociedad madrileña, católica, casada y con tres hijos.

—Ella, antes de morir, decide dejar por escrito a sus hijas y a su nieta que ella es Guiomar. Así es como arranco yo el libro. Y efectivamente fue para mí un ejercicio de sinceridad. Cuando ella ya hubiera dejado de existir, nos íbamos a enterar de que ella fue Guiomar.

—Fue precisamente la nieta de Pilar, Alicia Viladomat, quien te sugirió que escribieras el libro.

—Sí. Por casualidad nos encontramos y me dijo: “Tienes que escribir la historia de mi abuela porque, si no, se va a perder. Soy la última nieta. No tengo hermanas y necesito que alguien recupere la historia de mi abuela”. Y me presionó mucho. Y eso es lo que hice. Rescatar, como decían María Dolores Ramírez y José María Luque, rescatar a la diosa.

—El libro es la reivindicación de una mujer poeta y dramaturga que no pasó a la posteridad con la relevancia que merecía.

—No es que no pasara. Es que se le ha ninguneado. Lo que estoy haciendo con este libro es hacer justicia. Porque fue el último amor de Machado, tuvo mucha importancia en esos últimos ocho años de su vida y la Historia lo que ha hecho es anularla como escritora, como dramaturga y hasta como persona. Y no. Estamos reivindicando que existió y que ella fue Guiomar.

—¿El perfil que dibujas en tu libro de la poeta es, en buena parte, los recuerdos de familia que Alicia conserva?

—Hay muchos recuerdos. Yo me he paseado por todos los lugares donde ella vivió. He podido hablar con los últimos Valderrama y hasta con las personas que la conocieron. La nieta me ha llevado por todas partes. Tengo que decirlo. Y desde luego lo que ha hecho es un ejercicio de periodismo pero también lo que quería era construir una historia con personajes de carne y hueso y para eso hay que moverse mucho, ver sus entornos. Pero también he tenido en cuenta la otra parte. Este libro sin Machado no tendría sentido. Y entonces aquí hay mucho Machado porque hay mucha bibliografía de Machado. Lo que no hay casi nada es de ella.

—Pilar de Valderrama pertenecía al Lyceum Club, más conocido como Club de las Maridas, mujeres que reivindicaban, por ejemplo, abrir una cuenta bancaria sin el permiso del marido.

—Reivindicaban el voto femenino también. Y reivindicaban el derecho al trabajo, que tampoco sin permiso del marido o del padre no era posible. Era un grupo de mujeres heterogéneo donde había mujeres de derechas y de izquierdas, todas ellas intelectuales. Y eso fue maravilloso. Hubo varios intelectuales que le pusieron peros a este grupo de mujeres, como por ejemplo Benavente, que rechazó la oferta de que fuera a dar una conferencia porque decía que él no iba a tontas y a locas. Las estaba llamando tontas y locas. Tuvieron muchos detractores.

—Alicia Viladomat se acercó a ti y te dijo: “La historia de mi abuela está aún sin escribir”. Después de tu libro, qué queda por escribir de Guiomar.

—Yo creo que de Guiomar queda mucho, porque ella era dramaturga. Yo me he acercado a las obras de ella que ahora mismo no se encuentran, porque Alicia me ha permitido tener los escritos originales, pero queda todavía esa segunda parte, porque yo acabo, aunque voy y venga del año 79, cuando ella muere y hace el esfuerzo de memoria, yo me voy de la mano con ellos hasta el 39, cuando muere Antonio Machado, pero hay una segunda parte probablemente de este libro donde ella se dedica muchísimo al mundo del teatro. Creo que podría quedar esa parte todavía.

—Después de tres años de escritura, la novela no se parece en nada a los primeros párrafos que comenzaste a escribir. ¿Había errores, nuevos datos, dudas?

—Bueno, yo estoy siempre estoy en la duda permanente. También quiero que lo sepas. Creo que mi estado natural es la duda, pero aquí tengo una gran certeza y es que fue una mujer intelectual, de su tiempo. Machado y ella eran como dos espíritus solitarios que se reencuentran. Hablaban el mismo idioma.

Machado la respetaba muchísimo como poeta. De hecho, intentaba con muchas cartas a sus amigos, entre ellos Unamuno, que le pusieran un faldoncito haciéndole alguna crítica a alguno de sus libros. Pocas veces lo conseguía. También hay que decirlo. Pero Machado creía en ella y yo, desde luego, no voy a decirte que me he enamorado de ella pero sí que, sin duda, el espíritu Valderrama a mí me ha podido. O sea, realmente ha sido la experiencia más bonita de mi vida a nivel editorial.

—¿Cuánto hay en tu libro de verdad y de ficción?

—Pues mira. Poca ficción. Porque realmente he tenido la suerte de contar con Alicia que, cuando tenía dudas, me decía esto ha sido así. Íbamos muy de la mano. Y luego, yo también cuento la historia de Machado. Está el testimonio de su hermano. A Manuel Álvarez Machado le he dado el libro y no sé qué le habrá parecido pero yo realmente quería hacerle llegar este libro porque creo que la historia a Guiomar la ha ninguneado y la ha apartado de la realidad. O sea, creo que hay que ponerla en su justa medida. Fue la última pasión de Machado y le corresponde un lugar que no tenía. Vamos a ver si entre todos se lo damos.

—Dices que si no tuviéramos las cartas, podríamos pensar que el amor de Guiomar con Machado fue pura ficción. ¿Esa correspondencia es tu principal fuente de documentación?

—Sí. En sus treinta y pico cartas el lenguaje es muy especial, un lenguaje que hoy no se utiliza. Y eso a mí me ha marcado mucho para los diálogos que pongo entre ellos, para frasear parte de la correspondencia. Yo he tenido las cartas y parte de lo que decían en las cartas casi es lo que ellos se decían en los encuentros, ¿sabes?, porque no quería inventar nada en el sentido de que sabía que todo se iba a medir con una lupa.



El universo Machado es un universo que hay que medir muchísimo. Yo, cada vez que él abría la boca, intentaba que aquello estuviera en algo que decía su hermano, en algo que decían los libros. Hay mucha bibliografía de él. Tú decías en qué tanto por ciento. Como en toda novela, he hecho ficción, pero realmente me he basado muchísimo en su forma de hablar, que no es mi forma de hablar, que es la forma de hablar de Machado.

—Pilar de Valderrama confesó su amor a muy pocas personas, entre ellas a Concha Espina.

—Eso es. Era un secreto. En su círculo sí lo conocían, pero ella pedía el silencio. Y nunca le perdonó a Concha Espina que, aunque en ese libro que hizo, cuando vivía su marido y vivía ella, dio unas claves, aunque las desdibujó para que nadie la señalara. Resulta que con esas claves mucha gente intuía que ella era Guiomar. Y eso a Pilar la puso muy nerviosa porque, realmente, era un secreto que, mientras viviera su marido, no quería que nadie conociera.

—¿Qué lugar ocupa la ciudad de Montilla en tu libro?

—Francisco Valderrama y Montilla ocupan un lugar preferente porque a ella le deja muy marcada la pérdida de su padre. Muere su padre cuando ella tiene seis años. Y a partir de ahí empiezan sus soledades. Estaba muy unida a su padre, que por cierto está enterrado en Montilla. La familia Valderrama es muy conocida en Montilla y está muy ligada a las bodegas que están por allí. Montilla es su infancia y la infancia dicen que es lo que te marca como ser humano. Y ella está ligada a Andalucía, está ligada a los cánticos.

En eso ellos dos tenían mucho en común porque realmente coincidían en que sentían Andalucía, aunque ella no era andaluza. La infancia te marca muchísimo. Y al morir su padre, empieza su calvario de soledad, porque su madre la interna en un colegio, se vuelve a casar y ya ella está sola. Y le pesó durante toda su vida. Que luego incluso se casa con su marido, Rafael Ramírez Ramarate, y sigue sola. Ella descubre que él es infiel. Ella, desesperada, es cuando se va a Segovia y conoce a Machado.

—Visto desde fuera, puede chocar a alguien este amor tan extraño, porque eran totalmente diferentes desde un punto de vista ideológico, político y religioso.

—Para mí, eso que tú estás marcando es lo más grande de ellos dos. Ella es monárquica, de derechas. Él se convierte en un símbolo de la Segunda República. Pues eso te demuestra que el amor está por encima de cualquier otra cosa. Como decía el propio Antonio Machado, en el amor la locura es lo sensato. Llega un punto que, cuando uno se enamora, está por encima de todo. A mí eso que tú has señalado es lo que más me ha parecido que hace grande esta historia. Que eran dos mundos totalmente diferentes y, sin embargo, ellos dos se saltan sus mundos.

Ella recorre todo Madrid y se va del lado más aristocrático para encontrarse con él. Pero eso a ella le da igual. Y él mantiene en secreto todo. Esto también le hace grande a Antonio Machado. Ella era una mujer casada y con hijos. Él sabe que puede hacer peligrar su honor y que esto trasciende. A mí me parece que los dos eran fueras de serie, la verdad.

—¿Te ha agotado la escritura de este libro?

—Voy todavía de la mano de Pilar y de Machado. Hasta el punto de que es la primera vez que he llorado como un niño pequeño cuando lo acabé de escribir. Porque dije: “¿Ya?”. Y te juro que me emocionó muchísimo porque ha sido maravilloso. No soy la misma después de escribir este libro, después de conocer de cerca a Machado y a Guiomar. Soy diferente. Y creo que mejor persona. Y eso se lo debo a ellos. Me han marcado muchísimo.

—¿Era realmente un amor imposible?

—Era un amor imposible, efectivamente. No tenía futuro. Y ellos lo sabían. Por eso solo se podían encontrar en el tercer mundo que inventaron. Y eso me parece precioso. Ellos, a las doce de la noche, quedaban mentalmente. Crearon un tercer mundo para encontrarse. Porque en el primero era imposible.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO

4 nov 2019

  • 4.11.19
Escritor y periodista, Fede Durán (Cádiz, 1977) es autor de libro de relatos Guantes negros (2009) y de la novela La mirada de Mónica Vitti (2012). Hace tres años fue incluido, junto a otros autores en lengua española, en la antología generacional Uno más ocho (2016), editada por Reservoir Books. La familia de Berlín es su última novela, una fábula sobre el regreso al hogar en épocas de impostura. Pese a todo, es crítico con la profesión: “La literatura es el peor oficio pagado del planeta”.



—Tu libro es una fábula sobre el regreso al hogar en épocas de ambición e impostura.

—Lo que realmente creo que ocurre, básicamente, es que el protagonista, como casi todas las gentes al principio de sus vidas, es un idealista que, poco a poco, se va convirtiendo en un escéptico o, en el peor de los casos, en un cínico. Y al final, pensar en ese hogar es una manera de recordar las cosas buenas. Lo que pasa es que, claro, la vejez va trayendo también una visión un poquito diferente de las cosas.

—Ministro de Cultura por accidente, Sansón Berlín vuelve a su pueblo natal para encontrar las claves de su errática trayectoria.

—Sí. Porque resulta que en este libro, como en las familias de verdad, hay un secreto. En el momento en que ese secreto no se desvela o solo lo conoce un miembro de la familia, todos los demás dejan de entender lo que ocurre. Y Sansón, el primero.

—Un pueblo, entre acantilados y playas de aguas turquesas, donde la vida se va en contar sardinas, melones y botellas de aguardiente.

—Porque de hecho son elementos vertebradores del pueblo. El pueblo actúa un poco como un organismo vivo y bastante compacto en su diversidad. Y tiene la peculiaridad de que juega con una ficción, la ficción de qué es la España de hoy. Ni los judíos ni los moros fueron expulsados. De manera que, en ese pueblo, pues sus tres religiones estrella de la humanidad conviven en armonía y se reúnen muy a menudo en torno al aguardiente.

—Desde niño, Sansón Berlín hace pública su ambición de brillar.

—Sí. Un día en clase el profesor pregunta a cada alumno qué quieren ser de mayores y Sansón contesta que presidente del Gobierno. Lo dice mirando una foto del presidente de la nación que está colgada en clase. Y esa ambición es lo que va a marcar un poco también su aprendizaje. Porque se dará cuenta de que los sueños que él había formulado no eran realmente sueños sino a veces incluso pesadillas tragicómicas.

—Viaja por medio planeta. Y va de las redacciones de los periódicos a los escaños del parlamento.

—Él es periodista. Luego tiene la suerte de escribir las memorias de un personaje también bastante curioso que aparece a mitad de la novela, un campeón mundial de dardos, y acaba siendo, por accidente, ministro de Cultura. Y ahí es cuando se enfrenta, digamos, a la política descarnada, cuando lo poco que le pueda quedar de la magia de la infancia se le evapora.

—Hablando de la infancia, una dolorosa historia familiar le hace huir para no regresar. Pero la imagen de una infancia mágica le puede.

—Como nos pasa a todos al final. La infancia son los momentos luminosos. Y regresar a los sitios donde te has ido formando pues siempre es una manera de resucitar ese pasado. Puede sonar melancólico y, de hecho, lo es.

—Escritor y periodista. ¿Se puede vivir de dos oficios castigados por la crisis?

—Yo creo que si no combinas, no. Es decir, quedan los últimos mohicanos en las redacciones y es cierto que el periodismo digital de alguna manera viene a salvar el oficio pero es un oficio mal pagado y, desde luego, la literatura es un drama directamente. Yo creo que si hacemos el cálculo de horas trabajadas y de lo que valen esas horas, puede ser el peor oficio pagado del planeta probablemente.

—Ha sido incluido en la antología generacional 'Uno más ocho' editado por Reservoir Books. ¿Todo un privilegio?

—Realmente, sí. Porque ha sido la manera de seguir con esta editorial y de publicar esta novela. Cuando en esta antología había una preselección de 25 escritores en todo el planeta en lengua castellana, se quedaron con nueve, y yo fui uno de ellos. Al entregar el relato mi editor me dijo que necesitaba voces nuevas. Y yo recogí el guante, y al año y pico le presenté esta novela.

—Naciste en 1977. Tu personaje nace en la madrugada de un viernes de agosto de 1977. ¿Algo de autobiografía o simple casualidad?

—Algo de autobiografía siempre. El otro día precisamente, en una entrevista, me preguntaban si esto era autobiografía. Y yo contesté que la literatura siempre parte del yo. Y quien diga lo contrario, miente. Al final, yo no hablaría de autoficción. No me gusta ese término. Toda literatura parte de un yo, aunque luego al mismo tiempo te tengas que alejar de ese yo para dar rienda suelta también a tu imaginación.

—El mar está muy presente en tu libro. ¿Tanto condiciona haber nacido en Cádiz?

—No. Si hubiera nacido en Rute, seguramente echaría de menos la Subbética. O sea, no lo creo. Pero es verdad que el mar es una imagen muy potente, muy recurrente y muy hipnótica. Y es bonito tenerlo presente.

—Ahora qué toca. ¿Novela o libro de relatos?

—Ahora toca otra novela. Esto es una trilogía. Y la segunda parte está en camino. Habrá un giro, un planteamiento un poquito diferente. Pero son tres novelas. Esta es la primera. Vienen dos más. Y luego, veremos.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO

28 oct 2019

  • 28.10.19
La vida a ratos es el diario de un personaje curiosamente llamado Juan José Millás, que se muestra libre, neurótico y divertido, irónico e hipocondríaco. Como cada uno cuando nadie nos ve. El autor de esta novela, obviamente, también se llama Juan José Millás (Valencia, 1946) que, entre otros honores y premios, ha conseguido el Nadal de 1990, el Planeta del 2007 y el Nacional de Literatura en su modalidad de Narrativa en el año 2008. También es autor, entre otros títulos, de La soledad era esto, Cuerpo y prótesis, El mundo o Lo que sé de los hombrecillos.



—'La vida a ratos' es un diario que trata de lo que le ocurría pero también de lo que se le ocurría.

—Los diarios, en general, hablan de lo que le ocurre a uno. Y yo, en este caso, he mezclado las dos cosas. Lo que me ocurría y lo que se me ocurría, para borrar nuevas fronteras. De manera que el lector no sabe si lo que está leyendo se me ha ocurrido o me ha ocurrido.

—El personaje de su novela también se llama Juan José Millás. ¿Pura coincidencia con la realidad?

—No. No es una coincidencia en el sentido de casualidad, sino que está absolutamente pensado.

—Las obsesiones que persiguen al Millás novelado protagonizan algunos de los pasajes más absurdos de su diario. ¿Sabe dónde la realidad se evade de la ficción o tampoco le importa?

—Efectivamente, yo nunca he tenido claras las fronteras entre la realidad y la ficción. Entre otras cosas, porque creo que la realidad es un producto de la ficción.

—Usted no lo busca, pero el texto, en ocasiones, nos lleva al humor. ¿Le importa que el lector sonría mientras lee su libro?

—No. No me importa. A veces digo que me molesta porque hablo de cosas muy serias. Pero en el fondo es una pose.

—Escribir una novela insecto siempre fue su gran ambición. ¿Lo ha conseguido?

—Bueno, he escrito muchos cuentos. El cuento se parece mucho a los insectos. Y he escrito novelas que casi tenían el tamaño de un insecto. De manera que no está cumplida del todo, pero casi.

—En este diario de casi cuatro años, el protagonista, tal vez también el autor, se enfrenta a la vejez, al paso inevitable del tiempo. ¿La escritura ayuda a exorcizar a los fantasmas?

—Sí. La escritura tiene efectos curativos.

—Escribió este diario en paralelo a la redacción de otros libros. Dice que fue una escritura “gozosa”.

—Sí. Porque la escribí con la guardia baja. Es decir, cuando tú estás escribiendo una novela, hay momentos en los que te atascas, pasas temporadas improductivas, pero en el diario siempre tienes algo que contar. De manera que este diario me compensaba de los atascos de las novelas que tenía en las manos.

—Al principio, tuvo la fantasía de escribir un diario de la vejez, pero abandonó el proyecto porque, según asegura, la vejez es como ver crecer la hierba.

—Efectivamente. Si tú te pones a ver cómo crece la hierba, la hierba no crece. Pero vas a la cocina, te tomas un café, vuelves y ha crecido. Es decir, crece a traición. A veces llega a traición también.

—Mientras vivimos y el tiempo pasa, hay un mundo que no acaba de irse y uno nuevo que no acaba de nacer. ¿Ha logrado, por fin, articular esos dos mundos o se siente un extranjero en ambos?

—Bueno, yo en lo personal, sí. Pero estamos viviendo una época que se caracteriza precisamente por que el mundo viejo no acaba de morir y el nuevo, que es el relacionado con el que ilusiona nuestras nuevas tecnologías, no acaba de nacer. Y eso es algo que hace que vivamos una época de gran incertidumbre, sobre todo para los jóvenes.

—En su libro aborda temas existenciales, como el suicidio. La actualidad nos devuelve el tema de la eutanasia. ¿Deberíamos tener derecho a administrar nuestras vidas hasta el final?

—Por supuesto. No tengo absolutamente ninguna duda de esto. Y además, legalizar la eutanasia no la hace obligatoria, que es lo que da la impresión que produce a los que están en contra de ella. Es como cuando estaban en contra del divorcio. Oiga, el divorcio no es obligatorio. Si usted no se quiere divorciar, no se divorciará. Pero uno que quiera acabar con su vida, tiene derecho a hacerlo. Incluso, aunque no esté mal.

—Ha optado en esta novela por la fórmula del diario. ¿Qué encuentra en ella que siempre le gustó?

—La verdad es que siempre ambicioné escribir una novela con este formato, que no había hecho nunca. Yo creo que es un formato que es muy relajado, que administra muy bien los tiempos y que coloca muy bien al lector en el punto de vista adecuado para enfrentarse a la novela.

—Millás autor de este libro y Millás protagonista del mismo libro. ¿La intención del escritor es desdoblarse o en ocasiones uno se reconoce en el espejo?

—Bueno, más que desdoblarse es representarse. Yo digo que qué relación hay entre un plano de la ciudad de Sevilla y Sevilla. Evidentemente, el plano de Sevilla no es Sevilla pero la representa. El Juan José Millás de esta novela no es el Juan José Millás real, pero lo representa.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO

21 oct 2019

  • 21.10.19
Con el humor como principal arma y objetivo, los chicos de la revista Mongolia vuelven para “ofender” con La Biblia Negra de Mongolia, un libro que es un diccionario ateo y, como consecuencia, una “herejía”, que contiene historias reales, inventos, memes, chifladuras, pecados, excesos, chistes, santorales, oraciones, milagros, castigos y fotomontajes.



Según sus componentes, Mongolia no es una revista ni un libro, sino un país y una bandera que ondea el humor de Monty Python. Darío Adanti y Edu Galán hablan en esta entrevista de esta obra que sobrepasa cualquier otra fantasía.

—Ahora publicáis 'La Biblia Negra de Mongolia'. Cien por cien atea. ¿No ha lugar a la duda?

—(Darío Adanti): No hay dudas. Somos astros. Y el ateísmo es sin duda ninguna. Gracias a dios, soy ateo.

—Este diccionario ateo contiene herejías, inventos, memes, chifladuras, pecados, excesos, santorales. Después de su lectura, ¿hay salvación posible?

—(Edu Galán): No. Porque no interesa la salvación tal y como te la plantea en cualquiera de las religiones. Y porque la salvación te la tienes que ganar día a día en el mundo real. La salvación en las religiones espera el otro mundo. De momento, yo recomiendo ser moralmente bueno en este. No para ganarte nada.

—El libro es una mordaz sátira a todas las religiones. Porque partimos del principio de que el hombre creó a dios.

—(Darío Adanti): Sí. El hombre creó a dios y de hecho creó más cosas interesantes como el acelerador de hadrones. O sea, que ya es hora de que dejemos a dios y nos centremos un poco en el acelerador de hadrones.

—¿Si hay algún dios verdadero se llama Monty Python o Bryan?

—(Edu Galán): Sí. Si se puede llamar Bryan al de La vida de Bryan, o si se puede llamar Bob Dylan a la mente humana que imagina. Serían para mí la metáfora de dios.

—'Mongolia' no es una revista ni un libro. Es un país. Una bandera. También la podríamos definir como una religión atea.

—(Darío Adanti): Sí. Es una religión atea. Me gusta eso. Porque las religiones son instituciones que han sacado muchas pelas y nosotros esperamos forrarnos también.

—Una biblia que es una “herejía”, escrita por “almas del demonio”, que pretende “ofender” y que aconsejan “no comprar”. Desde luego, a este paso, con los derechos de autor no os vais a ganar ni el cielo ni el infierno.

—(Edu Galán): Nosotros, con tener suficiente para la entrada al infierno, que creo que es mucho más divertido que el cielo, nos bastaría.

—Un libro con estampitas de santos pero con los rostros de Pablo Iglesias, por ejemplo. ¿Dónde habéis dejado a Rivera con la cara de ángel que le ha caído del cielo?

—(Darío Adanti): (Ríe). Nosotros no estamos con Rivera, porque somos más de Rioja.

—Sin embargo, Santiago Abascal no aparece por libre decisión de sus autores. ¿Algo en contra?

—(Edu Galán): No. Podría haber aparecido como jeque árabe. Yo creo que tiene más cara de jeque árabe que de algo cristiano.

—Esta biblia es todo un curso de expertos en humor irreverente. A estas alturas, ¿el ciudadano se mosquea con estos libros o pasa ya?

—(Darío Adanti): Ojalá se mosquee. Porque a nosotros nos interesa ofender. Nos interesa que la gente se ofenda. La ofensa es muy sana. Y esperamos que los religiosos se ofendan.

—Os definís como ateos católicos. ¿Pensáis que siendo así os desgravará Hacienda?

—(Edu Galán): (Ríe). A nosotros nos gustaría que existiese una casilla X para donar a Mongolia en la declaración de Hacienda.

—No hacéis sátira contra el sentimiento religioso, sino sobre la Iglesia como poder que intoxica.

—(Darío Adanti): Es que es verdad. La gente puede creer en la papanatada que quiera. El problema es que esas iglesias tengan poder y hagan que se perpetúe el machismo, etcétera. O sea, que sí. No es contra las creencias en tonterías, sino contra institucionalizar la tontería.

—Para vosotros, Bob Dylan es dios, pero no pretendéis que tenga poderes mágicos. ¿Convencidos de verdad de que no los tiene?

—(Edu Galán): (Ríe). Yo creo que tiene algo más importante que poderes mágicos, que es esa serie de guardias de seguridad que impiden que la gente saque fotos durante sus conciertos. Si eso no es tener poderes mágicos, evitar que la gente te dé la plasta con el móvil, que venga dios y me diga que no lo es.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO

14 oct 2019

  • 14.10.19
Hace ya treinta años que Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) publicó Juegos de la edad tardía, la novela que lo catapultó como uno de los narradores más exigentes del panorama literario español. Su última novela se titula Lluvia fina, un título que, a diferencia de las demás novelas, le surgió al comienzo de la escritura. Un libro que habla de conflictos familiares que, en este país, dice, “son un poco tabú”, porque “la familia es nuestra principal escuela sentimental”. Esta vez le resultó fácil la escritura de una historia que parte de un hecho real: una bronca familiar cuyo balance fueron un muerto y dos heridos.



Luis Landero advierte que no le extraña que ocurran estos sucesos, porque estamos aprendiendo a convivir: “Estamos en Primaria de convivencia”. Es entrañable en la cercanía y ambicioso en la escritura. De ahí que su novela no sea inocente y esté muy bien calculada en su estructura. Prefiere seleccionar estos hechos sangrientos a escribir sobre la felicidad. Algo que le parece absurdo y cuyo producto final solo concibe como un relato monótono que no interesaría a nadie.

—En cuanto se le ocurrió la historia, supo el título. ¿Vio primero el temporal o la lluvia fina?

—Vi las dos cosas a la vez. A mí siempre los títulos se me ocurren al final, pero este se me ocurrió al principio. Sabía que esa lluvia fina iba a acabar en lluvia torrencial.

—Las familias son como los icebergs. ¿Tan poco se ve, tan bien disimulamos nuestras desgracias?

—Las familias y todo bicho viviente. Y naturalmente tenemos nuestra parte oculta. No sé si como un iceberg, que quizá es un poco exagerado, porque el iceberg tiene nueve décimas partes por debajo del agua.

—Del mismo modo que la soledad ha estado denostada en nuestra sociedad, la familia igual ha estado sobrevalorada.

—No sabría responder. ¿Sobrevalorada? No. Lo que pasa es que los problemas familiares son todos de puertas a dentro. Siempre se ha dicho que la ropa sucia se lava en casa y que las cosas familiares no deben a la luz pública. Los conflictos familiares son un poco tabú. Normalmente los conflictos familiares pertenecen a la intimidad de cada cual.

—Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada. ¿Comparte el arranque de 'Ana Karenina'?

—Sí. Las felicidades todas se parecen. La felicidad es bastante monótona. Nadie ha escrito una novela sobre la felicidad porque sería absurdo. La felicidad no tiene interés desde el punto de vista literario. Y efectivamente en la desdicha y en la desgracia es donde aparece la singularidad de cada cual.

—Como usted dice, el escritor es alguien que observa el mundo. Usted encontró en la realidad la base que sustenta su novela. Pero se ve que le fue fácil ficcionar.

—Fue relativamente fácil. La invención fue fácil. La escritura, que es lo que más cuenta, creo que no fue tan difícil como otras veces y la estructura fue lo más complicado.

—Arranca su novela afirmando que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. ¿Tampoco su novela lo es?

—No. No. No es inocente. Está todo bastante calculado. Para que no sea inocente. Precisamente lo que intento es desenmascarar los conflictos que hay detrás de esa aparente inocencia de los relatos, la trastienda de esa inocencia aparente.

—Hemos odiado a nuestros hermanos, a nuestros padres y, sin embargo, también hubiéramos dado la vida por ellos. Es difícil de entender.

—Sí es difícil de entender. Porque además con la familia convivimos cuando estamos aprendiendo a vivir y estamos aprendiendo a conocer el mundo. Y entonces, en esa medida, nuestro mundo sentimental se va desarrollando muy poco a poco y se va proyectando en los seres que tenemos alrededor que son los padres, los hermanos, los tíos y todo esto.

Y entonces, nuestros sentimientos más primarios, más inocentes, más malvados también, se proyectan en ellos. Pero, bueno, eso es natural, ¿no? Sentimientos infantiles, sentimientos adolescentes, donde podemos ir desde la rabieta a la desesperación. Es una escuela de sentimientos. La familia es nuestra principal escuela sentimental.

—Dice usted: “Tengo la sensación de que es una novela que se ha escrito sola”. La verdad: da esa sensación.

—Bueno, pero eso me gusta. Me gustan las sensaciones de que se haya ido escribiendo sola. Normalmente uno tira de la novela hasta que la novela tira de ti. Sin embargo, en este caso, desde el primer momento, la novela me agarró a la solapa y tiró de mí hasta el final. Y yo creo que eso quizá se nota. Ha sido una historia que me ha arrastrado desde el primer momento como un torrente (ríe).

—Dice usted que la literatura ha perdido el aura de arte sagrado que tenía en el pasado. Rota esa distancia, tampoco la hemos sabido acercar más al lector.

—Pero quizás ocurre en todas partes. En España de un modo especial. En España, el problema no es tanto la lectura como la educación. Como la reforma agraria, que veníamos discutiendo de ella desde el siglo XVIII y no tiene solución. Pero es también la figura del intelectual, la figura del sabio, la figura del maestro, la figura del profesor. Todo eso ha perdido su aura. Porque el saber ha perdido su aura.



Ahora es todo bastante tribal y demás. Y entonces, yo no sé quién tiene el aura ahora. Probablemente un youtuber, los influencers y toda esta gente. Pero la figura del intelectual, del artista, etcétera, que tenían un aura un poco exagerada, pero cierta aura tenían. Y eso efectivamente se ha perdido. Ha perdido la importancia que tenía en la sociedad. Ha perdido su estatus evidentemente. Hemos perdido el estatus los escritores, los profesores y demás.

—Como decíamos, el caso que usted cuenta está basado en una bronca real, cuyo balance fueron un muerto y dos heridos. Pero todos hemos conocido muchos casos como este. Y los que nos habremos perdido.

—Suele ocurrir, claro. Porque convivir es muy difícil. De hecho, estamos aprendiendo a convivir. El hombre está aprendiendo a convivir. No hace tanto que perdimos el rabo, vaya. Estamos aprendiendo a convivir y en esa medida hay muchas cosas por hacer, claro. No sé. Estamos en Primaria de convivencia y, a veces, estamos muy cerca de la violencia. Nos separa de la violencia una capa muy fina. Estamos a medio civilizar, efectivamente.

—La literatura le ha servido para prolongar la infancia. ¿Ha vuelto a creer en los Reyes Magos o le seduce más Papá Noel?

(Ríe). No, no. Los Reyes Magos de toda la vida. A mí Papá Noel nunca me ha regalado nada. Se lo debo casi todo a los juguetes de los Reyes Magos.

—Y además la infancia le lleva a la irresponsabilidad. ¿Ese estado de enajenación le lleva después en volandas a la creatividad?

—De enajenación y de asombro, porque el niño es alguien que se asombra. Yo se lo decía siempre a mis alumnos: “Debéis preservar al niño que sois, que no se muera el niño que sois, para que no se muera en vosotros también la capacidad de asombro”. El asombrarse ante lo que se ve es la doctrina platónica. Todo comienza con el asombro. Y el niño es muy proclive a asombrarse. De manera que un artista es el que prolonga una situación en la medida que mantiene su capacidad de asombro.

—Treinta años de 'Juegos de la edad tardía'. ¿Cómo se ve todo con los años?

—El libro lo veo bien. Me sigue gustando. Estoy contento y orgulloso de haber escrito ese libro. Que di lo mejor de mí en ese libro y ahí está. ¿Cómo lo veo con el paso del tiempo? Pues que tenía razón aquel tango que decía veinte años no es nada (ríe). Efectivamente, la vida es un soplo, me decía mi padre de pequeño. Y yo decía: “Tonterías. Volará para ti. Para mí, no”. Ya lo creo que vuela. La verdad es que el tiempo vuela.

—¿Después de esta lluvia fina comenzará a escribir ahora directamente sobre la tormenta?

—Tengo por ahí un proyecto a medias. Lo tengo un poco enjaretado. Ya me pondré al tajo a ver si sale.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍAS: ELISA ARROYO

7 oct 2019

  • 7.10.19
Clara Sánchez (Guadalajara, 1955) publica El amante silencioso, una novela en la que su protagonista, Isabel, recibe una propuesta que va más allá de sus competencias: ir a Mombasa para rescatar a un joven llamado Ezequiel que ha sido abducido por la Orden Humanitaria, una secta que esconde algo turbio. Su autora se expresa así: “Es que la manipulación a través de los sentimientos es la más efectiva de todas”.



Ha publicado además Piedras preciosas (1989), Últimas noticias del paraíso (Premio Alfaguara de Novela 2000), Lo que esconde tu nombre (Premio Nadal de Novela 2010) o El cielo ha vuelto (Premio Planeta 2013). Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas.

—'El amante silencioso' se adentra en el hermético mundo de las sectas. Todo comienza cuando conoces el caso del hijo de una familia amiga captado por una secta. ¿Tan difícil es desprogramarlo?

—Es como un drogadicto, que si no quiere desintoxicarse voluntariamente, pues la verdad es que es sumamente difícil, por no decir imposible. El que no se salva por sí solo, nadie puede salvarlo.

—El mundo es una secta dividida en múltiples microsectas: empresas, equipos de fútbol, la familia, la pareja. ¿Como para tener miedo?

—Como para tener sentido crítico y como para ser reflexivos.

—Tu protagonista, Isabel, viaja a Kenia, en busca de Ezequiel, un joven captado por una secta cuando le abandona la novia.

—Isabel es una chica corriente, inexperta, que se embarca en un viaje a un mundo desconocido donde se va a convertir en una infiltrada en ese mundo y en una infiltrada en la secta donde tiene que rescatar a Ezequiel. En ese mundo ninguno es lo que parece. Tampoco Isabel.

—Isabel tiene motivos para emprender ese viaje. Redimirse por la pérdida de un hermano también atrapado por una secta. Siempre la culpa.

—Sí. Isabel vive con un enorme sentimiento de culpa del que se va a ir descargando poco a poco en ese viaje en que se da cuenta de que en realidad si puede salvar a alguien un poco es a sí misma.

—Tus personajes actúan movidos por el amor. Unos porque lo han perdido y otros para conseguirlo.

—El amor es el que mueve a los personajes. Todos están en la situación en la que están, bien porque han sido rechazados o bien sienten que les falta algo en la vida. El amor, desde luego, es como un superpoder que se nos ha dado a los seres humanos, como volar o como atravesar paredes, por el que podemos llegar al corazón de otro, influirle para bien o para vampirizarlo.

—¿El amor es la principal herramienta que utilizamos para la manipulación?

—Es que la manipulación a través de los sentimientos es la más efectiva de todas. De hecho, desde los grandes poderes económicos, políticos, todos quieren entrar a influirnos a través de los sentimientos. Los grandes poderes económicos, porque explotan el miedo a que podamos perder nuestros ahorros, a que pueda quebrar la economía. Es decir, en el fondo lo que se nos infunde es miedo.

—Otros personajes, como Maína y Said, son reales. Los conociste en Kenia.

—Sí. Hice un viaje a Kenia hace siete años y allí conocí todos los lugares, las casas, los hoteles que aparecen en la novela, y también a las personas. Maína, en la vida real, era una persona muy espiritual, pero no era retorcido como el Maína de la novela.

—Las vivencias de Isabel la van a convertir en una persona diferente. Dices que es una especie de Ulises moderno.

—Sí, claro. Porque sale de su casa para emprender una aventura con un objetivo, que es rescatar a Ezequiel. Y cuando regresa, ya no es la misma persona. La vida, la aventura, todo lo que se ha encontrado, la han cambiado.

—Justificas la manipulación con esta frase: “La libertad es difícil y el alma a veces necesita cárcel”.

—A veces es que nuestra alma necesita ser encerrada un poco. Necesitamos descansar de nuestra responsabilidad y si hay alguien en esos momentos en que estamos cansados de desdecir constantemente, si viene alguien que nos marca el camino, que te dice que no te preocupes, lo que tienes es esto y lo otro, pues a lo mejor nos pescan, ¿no? Porque podemos caer en ese momento de saturación y de debilidad.

—Como decíamos, Maína es real. Un hombre sabio, que hablaba español y al que le encantaba Machín.

—Sí. A mí me contó que había aprendido español porque le encantaba Machín y tenía toda esa carga, ese bagaje, de persona que conoce el mundo desde que ha nacido y que me pareció que, si él hubiese querido, podría haber sido un gurú.

—África es un lugar propicio para que surjan órdenes humanitarias. ¿Por qué?

—Porque es un territorio muy necesitado de la caridad ajena. Y la caridad se puede ejercer de distintas maneras y con distintos objetivos y, sobre todo, la caridad ejercida por los blancos que vamos allí a salvarlos tiene un poco de engreimiento. O sea, el salvador blanco que va allí a decir cómo tienen que vivir es una figura que tendría que ser analizada.

—El calor sofocante y el sol. Turistas blancos, pobreza, voluntarios, salvadores. ¿Te atreverías ahora a definir cómo es África?

—África es muy compleja y, sobre todo, está llena de habitada por seres humanos que no son los que salen en las postales de National Geographic.

—Te llamaron la atención en Kenia las mujeres. ¿Cómo ven a la mujer occidental?

—Nos ven como unas privilegiadas que vamos allí a mirarlas un poco con conmiseración. Y la conmiseración tiene algo de subestimación.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: HOEPLI LIBRERÍA EDITORE

30 sept 2019

  • 30.9.19
El escritor argentino Patricio Pron (Rosario, 1975) ha obtenido con Mañana tendremos otros nombres el Premio Alfaguara de novela 2019, un libro donde retrata a la generación Tinder, aquella en la que unas personas eliminan a otras con un dedo. La historia cuenta la ruptura de una pareja y dibuja la dura radiografía de estos tiempos. La novela es distinta a las anteriores y muestra esas nuevas relaciones de pareja que, hasta ahora, no habían sido contempladas en literatura.



Asimismo, el autor expresa su sorpresa ante un mundo que ofrece a los jóvenes flexibilidad y precariedad en el ámbito laboral y, sin embargo, les demanda relaciones estables en la pareja. Esta es la primera novela en la que su autor se enfrenta al presente “sin rodeos”.

Autor de seis libros de relatos y de seis novelas, dice que esta obra no es autobiográfica, aunque sí le interesaba explorar la posibilidad de que esta novela dijese “cosas del mundo en el cual vivimos”. Todo lo que le interesa de Argentina va con él: discos y libros, el sentido del humor, cierto pesimismo de la razón y un optimismo de la voluntad. Pero advierte que, a veces, “es tan importante el lugar de donde uno viene como lo que uno hace con su vida y los lugares a donde va”.

—'Mañana tendremos otros nombres'. Definitivamente, los títulos extensos pasaron a la historia.

—No es el más corto de mi trayectoria, pero me parecía interesante señalar, desde el título, que esta es una novela distinta a las anteriores.

—Dice el acta del jurado que te concedió el Premio Alfaguara que tu novela es “el mapeo sentimental de una sociedad neurótica donde las relaciones personales son producto de consumo”.

—Cuando un jurado de la calidad y la reputación de este dice algo así del libro de uno es poco lo que uno puede agregar, tan solo celebrar el hecho de haber sido también leído. Efectivamente, coincido con ellos en que esta novela es una especie de intento de trascender la historia de los personajes para abordar de manera más general el modo en que vivimos actualmente.

—Tus personajes, Él y Ella, ya próximos a los cuarenta, son la generación Tinder, personas que se eliminan unas a otras con un dedo.

—Sí. Creo que este es el punto de partida de ellos y diría que su historia es la historia de cómo ellos superan esa condición y aprenden algo de sí mismos y del mundo en el que viven. Diría yo que es la oportunidad que se dan a sí mismos y al otro de evaluar cómo es que amaron y fueron amados en el pasado y se encuentran la posibilidad de amar y ser amados mejor en el futuro. La historia de cómo llegan de un punto a otro es la historia de la novela.

—Dices que un buen personaje es siempre un espejo del lector. ¿Cuánto has puesto de ellos para que se puedan reconocer en estas páginas?

—Cuando uno escribe acerca de la intimidad de unos personajes lo hace inevitablemente acerca de uno mismo, al menos de manera parcial. Sin embargo, este no es un libro autobiográfico. No me interesaba tanto narrar mi propia experiencia como narrar la de otros personajes y comprender cuánto de las experiencias de esas otras personas me concernían a mí mismo.

Esto es también lo que reclamo del lector: que el lector determine cuánto de las historias de los personajes de este libro se vinculan con la suya propia. A eso me refería cuando digo que se trata de un espejo del lector. Al margen de que estos personajes viven en Madrid o tengan profesiones específicas o edades específicas, creo que, en algún sentido, la experiencia de amor que atraviesan son universales y, en ese sentido, el libro está ahí para que el lector se identifique con ellos y los ponga a jugar con las suyas propias.

—Los intercambios escritos que producimos en las redes están creando una especie de “nueva literatura” que a ti te parece muy interesante explorar. ¿Qué le encuentras de novedoso o de adictivo?

—En primer lugar, me interesa el hecho de que no son considerados absolutamente literatura. Esas cosas son consideradas básicamente basura electrónica. Y en segundo lugar, lo que me interesa es en la medida en que las personas emplean más y más su tiempo en ese ámbito que llamamos virtual que en el ámbito real. Y es en esa especie de basura electrónica donde se puede encontrar buena parte de los sueños, de las preocupaciones, de las ambiciones de las personas de tu alrededor.

Lo que vemos allí tal vez no nos agrada particularmente pero es parte de la naturaleza humana en este momento, de la cual desde luego está este mundo de lo virtual que constituye una caja de resonancia.

—Defines este libro como tu novela más esperanzada y esperanzadora.

—Sí. Creo que lo sé. A pesar de que muchos de los desarrollos que aparecen en el libro pueden inducir a cierto pesimismo. Durante los trece o catorce meses en los que transcurre esta historia, los personajes aprenden a conocerse a sí mismos y el mundo en el que viven, y esto, en algún sentido, los salva.

Comprenden la serenidad de tomar por fin las riendas de sus vidas y adquieren una o dos herramientas para hacerlo. Y en ese sentido, su situación es mucho mejor al final de la novela que al principio de ella. Tal vez el lector comparte con los personajes esa experiencia o tal vez adquiera una par de conocimientos del mundo en que vivimos con ellos.

—Tu percepción es que la novela hispanoparlante narra la experiencia amorosa desactualizada. ¿Cómo han cambiado estas relaciones para que tantos escritores se queden fuera del relato?

—De manera general, diría que las luchas que las mujeres han abanderado en las calles en los últimos años es por una mayor soberanía sobre sus vidas, sobre sus cuerpos. Han supuesto una serie transformaciones en la manera en que conseguimos el consentimiento, el deseo, la seducción, la pareja. Y se trata de cambios que, contra lo que podía creer, han venido para quedarse y que la novela contemporánea no podía soslayar si quiere ser una novela realista.

Posiblemente hay muchas personas ahí fuera concibiendo muchas maneras de relación amorosa y esas nuevas parejas tenían que ser contempladas por la literatura tarde o temprano, si la literatura quiere dar cuenta del mundo en que vivimos.

—Uno de los principales cambios tal vez sea el concepto efímero del amor, tan lejos de aquel compromiso para toda la vida que impuso la cultura judeocristiana.

—Parece ser el elemento destacado de esta nueva forma de comprender el vínculo entre el deseo y apego. Y, sin embargo, no es mucho más que una deriva de lo que sucede en el ámbito del trabajo. Hay muchas demandas contradictorias que operan sobre la forma en que vivimos actualmente, se encuentra la de que en el ámbito del trabajo debemos ser flexibles, tenemos que estar dispuestos a cambiar de rubro con facilidad y al mismo tiempo se nos demanda que tengamos relaciones estables, amores estables.



Esa contradicción, desde luego, acabó produciendo muchas frustraciones en muchas personas, que algunas personas han abrazado por completo esta especie de precariedad y que es, digamos, el signo de los tiempos. Y esa precariedad ya no se extiende solamente al ámbito del trabajo sino que alcanza también al ámbito de los afectos.

Y en algún sentido era bastante predecible que pasara eso en un momento u otro. Algunas personas lo celebran, otras condenan ese desarrollo. El caso es que, al margen de lo que podamos pensar sobre él, está aquí y está aquí para quedarse, al parecer.

—Te gusta experimentar, afrontar riesgos, no escribir siempre el mismo libro. ¿Qué aporta esta novela al conjunto de tu obra?

—La diferencia sustancial entre esta novela y las anteriores es que, en ésta, el pasado juega un papel menor y lo hace en virtud de que, sumidos en la vorágine del presente, a menudo olvidamos muchos vínculos que tenemos con el pasado y la forma como el pasado ha transformado o condicionado el presente. Esta es la primera novela mía en la que yo me enfrento al presente sin rodeos, por decirlo así.

—Escribes en tu libro que, cuando una pareja se separa, debería tener también una fórmula para separar los recuerdos. De manera que, al quedarse con la mitad, la carga sería más liviana.

—Se habla mucho en la novela de la maternidad de la experiencia y de la maternidad en la que no pensamos mucho. Cuando pensamos en una separación, pensamos en una separación de bienes que para muchas personas constituye el aspecto más dificultoso de la separación. Pero no pensamos en muchos bienes inmateriales de los que no podemos desprendernos.

Los personajes aspiran a eso en algún sentido. Luego comprenden que esto es imposible y al mismo tiempo indeseable. Tienes esa dificultad y están preguntándose cómo seguir adelante, que es la pregunta que nos hacemos todos cuando rompemos con una pareja.

—Tus personajes, al final, entienden que la pareja no constituye un refugio.

—Ha sido concebida como un refugio, efectivamente, y en algún sentido lo es para muchas personas. Los personajes comprenden, sin embargo, que también es posible pensar en la pareja como un ámbito en el cual se libran algunas de las muchas batallas de nuestra época. Su decisión de quedarse en el centro de la ciudad, su voluntad de poner sus herramientas y su trabajo al servicio de un cierto sentido de comunidad, constituyen formas de resistencia y también suponen pensar en la pareja, en la suya propia, ya no como un refugio sino como un campo de batalla ampliada para las luchas de la época.

—Además del amor, en el libro también hay resonancias al tiempo que vivimos: las relaciones amistosas, la comida, el transporte, los teléfonos, las drogas. Es decir, una novela también de ideas.

—Me interesaba explorar la posibilidad de que esta novela dijese cosas del mundo en el cual vivimos y que ofreciera al lector la posibilidad de pensar con el libro. Los libros buenos son siempre mucho más inteligentes que los que los hemos escrito, y contribuyen a decisiones específicas, a la visión del mundo que el lector tiene de maneras muy particulares. Y me interesaba abundar en esas maneras y contribuir a esos modos más que, digamos, escribir una historia que entretuviera. Aunque, desde luego, esta también pretende entretener a gente.

—Todo lo que te interesa de Argentina va contigo: discos y libros, el sentido del humor, cierto pesimismo de la razón y un optimismo de la voluntad.

—Sí, desde luego. Pero también la identidad. Este es uno de los ejes centrales de esta novela. A veces es tan importante el lugar de donde uno viene como lo que uno hace con su vida y los lugares adonde va. Y los personajes también lo descubren. Comprenden que los nombres a los que responden y con los que se identifican no son solamente los nombres que les han dado sus padres, y que no conocemos en esta novela, sino también y sobre todo los nombres que le daba la persona que amaron.

De tal manera que, si en el futuro, va a amar a otras personas y de manera distinta, van a ser llamadas de otra manera por otras personas. Hay un cuestionamiento de la identidad que me parece importante incluso, aunque desde luego al final no puedes dejar del todo de lado el lugar del cual vienes. Y tampoco tiene mucho sentido hacerlo.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍAS: ELISA ARROYO

23 sept 2019

  • 23.9.19
Licenciada en Derecho y Geografía e Historia, Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) obtuvo con Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido el Premio Fernando Lara 2016. Es autora además de El gran arcano (2006), La brisa de Oriente (2009), la novela El alma de las piedras (2010) y, sobre todo, La sonata de silencio, de la que se hizo una adaptación para una serie de televisión. Ahora publica La sospecha de Sofía.



—Visitó la Berlín socialista antes de la caída del muro. Pensó que pisaba otro planeta, donde el tiempo se había congelado.

—Efectivamente. Cuando crucé el muro, me encontré con una ciudad detenida en el tiempo: gris, lenta, sin apenas pálpito vital. Me sorprendió.

—Ahora recupera ese paisaje en su nueva novela, 'La sospecha de Sofía'.

—Sí. Después de treinta años, me ha servido aquella experiencia como punto de partida para algunas secuencias que viven mis personajes. Porque las he vivido yo.

—Dos hermanos y una mujer, Sofía, se ven envueltos en un 'thriller' emocional que marca las claves del relato.

—Es un matrimonio que vive en Madrid. Él es abogado. Y una mañana se encuentra en su despacho una nota anónima. Él es hijo único. O cree ser hijo único. Una nota anónima que le obliga a hacer un viaje a París. Acude a esa cita a París y allí conoce a una persona con la que va a Berlín Este. Y a partir de ahí, su vida cambia y se transforma absolutamente.

—El relato retrata los secretos y las contradicciones de la España franquista, una constante en su obra que le apasiona.

—La verdad es que saber de dónde procedemos y de dónde venimos la sociedad en la que vivo, me interesa. Yo nací en el año 62 y me interesa saber por qué somos lo que somos a partir de esos orígenes, a partir de ese pasado.

—Sofía entierra sus aspiraciones cuando se casa, como ocurría en la época. Pero ahora ella busca su identidad.

—La novela le da la oportunidad para poder resurgir como ser humano, brillante y talentosa, como es ella.

—La identidad, el sacrificio, la superación. ¿Ecos de 'La vida de los otros' o 'El regreso de Martin Guerre'?

—Bueno, tiene un poco de todo, porque La vida de los otros me ha servido para entender matices psicológicos, sobre todo cómo trabajaban en esa dictadura de corte soviético que era la República Democrática. Y la mujer de El regreso de Martin Guerre es una evidencia de suplantación.

—Desde los ojos de la Stasi, el lector es un 'voyeur' de los secretos y misterios ajenos.

—Sí. Porque en este caso el lector sabe lo que está pasando y espera o está atento a la reacción del personaje, que no la sabe. Lo desconoce. Pero, no obstante, hay unos giros que, yo creo, sorprenden.

—La novela tiene banda sonora propia, que compuso su hijo Javier.

—Sí. Mi hijo es músico. No ha estudiado nunca música, pero le gusta, le ha gustado siempre la música. Es piloto de aviación. Y hace dos años se compró un piano y me dijo que me iba a regalar una banda sonora con lo poquito que le iba contando. Y la verdad es que ha creado una composición bellísima que encaja perfectamente con la historia.

—Este año se cumplen 30 años de la caída del muro y su novela explica qué sucedió desde su construcción hasta su caída en 1989.

—Fueron más de 28 años en los que los habitantes de la RDA se vieron encerrados en su propio país sin poder salir sin la previa autorización. Y desde ese 11 de agosto de 1961, en el que la ciudad quedó partida en dos, hasta esa noche de locura del 9 de noviembre de 1989, en la que de repente pudieron pasar la frontera sin enseñar sus pasaportes, debió ser aquello tan espectacular, tan esperanzador, tan locura, como decían ellos.

—Describe en estas páginas el feminismo comunista. ¿Cómo era?

—Pues engañoso, como todo en una dictadura. Porque sí es verdad que había una igualdad entre el hombre y la mujer. Era un ejemplo de integración de la mujer en el ámbito laboral. Había guarderías en el 98 por ciento de las empresas. Por tanto, las mujeres podían conciliar perfectamente la vida familiar y la vida laboral.

Pero, detrás de esa conciliación, había una trampa. Y es que se doblaba el trabajo para las mujeres. Porque los roles tradicionales se mantenían en las casas. Cuando la mujer llegaba de su jornada laboral tenía que hacer la cena, planchar, cuidar a los niños... Y el hombre se sentaba en su sillón.

—Sus lectores también conocerán el París del mayo 68.

—La verdad es que es un París efervescente, que contrasta con el Madrid represor y represivo que había en esa época, aunque ya empezaban a sacar los pies los estudiantes en las universidades. Pero también en ese París revolucionario había una contradicción con respecto de esa sociedad democrática. Y es que era revolucionario pero, por otra parte, era muy retrógrado, porque era una sociedad jerarquizada, patriarcal, muy machista.

Las mujeres intervienen en sus manifestaciones pero de forma minoritaria y no toman la palabra en las asambleas, que se dieron por cientos. Porque el espacio público no les pertenecía. Tenían asumida la dominación del hombre. Su rol era muy parecido al de las mujeres de España. Lo único que tenían es divorcio. Pero esa revolución, ese mayo, fue la espita que se abrió para una concienciación feminista que fue mucho más fluida de lo que luego nos costó a nosotras con la desaparición de la dictadura. Nos costó muchísimo más quitarnos la costra que teníamos del franquismo.

—Al final, no logró hablar con nadie de la Stasi. Hubiese sido un documento revelador.

—Pues sí. Me hubiese gustado conocer desde el otro lado la historia. No solamente desde las víctimas, sino desde los victimarios, los que llevaban a cabo esos trabajos tan siniestros, ese sistema orwelliano.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO

9 sept 2019

  • 9.9.19
El escritor francés Eric Vuillard (Lyon, 1968) cuenta en 14 de Julio la toma de la Bastilla, pero en el relato no aparecen aquellos personajes que nunca estuvieron allí. Sus auténticos protagonistas son el pueblo, gentes anónimas impulsadas por el hambre y la miseria, individuos sin derechos que convulsionaron un régimen arcaico para dar un nuevo sentido a la Historia. Narra también cómo se vivía entonces en la corte de Versalles y descifra el trasfondo económico y social que provocó el levantamiento.



El libro sorprende al lector, está bien escrito, es breve y de estructura perfecta. Un libro que para nada es novela histórica, sino relato donde Historia y Literatura se funden. Vuillard escribe desde el presente. Dice que la Historia se puede escribir de dos maneras. Como algo que ocurrió y se concluyó. Pero también como hechos que no están cerrados. Y para él el 14 de Julio no lo está. Se prolonga, por ejemplo, con los chalecos amarillos. Para él, el París del siglo XIX y principios del XX representa el tumulto, la gran capital del mundo.

No tiene nada contra la ficción, pero considera que en una época en que la libertad retrocede y la desigualdad avanza abriendo una brecha inquebrantable, no es ese el camino más certero. Excepto para fotografiarse, anda por la vida enfundado en un fular, viste de oscuro, habla con entusiasmo de su obra y es generoso en su discurso oral, pero muy escueto en sus libros, que los lima hasta la perfección.

En España, solo se han traducidos dos novelas más: El orden del día, con la que obtuvo el Premio Goncourt 2017, y Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill. Dos libros de imprescindible lectura. Ha publicado, además, Congo (2012), Conquistadors (2009) o La bataille d’Occident (2013).

—En su libro no hay grandes personajes. Sus protagonistas son la gente anónima, el pueblo, impulsada por el hambre y la miseria.

—Creo que la historia de la literatura, cuando gira hacia la realidad, aparece que la realidad somos muchos y no solamente un pequeño grupo de individuos que quisieron ocultar unos eventos. Y uno de los objetivos es intentar cómo contar una historia colectiva. Es lo que yo pretendía.

—Dice usted que relatar la Historia es una manera de mirar el presente. ¿Cómo ve el presente?

—Yo diría casi lo contrario. Yo creo que es el presente el que nos permite comprender el pasado. Cosas que han ocurrido desde 2008, una asociación de movimientos populares en Grecia, en Francia, en el mundo árabe o en Estados Unidos, permiten desleer el pasado de otra forma. Por ejemplo, la deuda, que es un tema muy importante en España, es la base. Y del porqué la crisis española y del levantamiento de parte del pueblo, este problema de la deuda lo encontramos el 14 de Julio.

Hay deuda. Y esta deuda de España o de otros estados nos permite ver el pasado de otra manera, y vemos esa deuda del 14 de Julio, y antes de la Revolución, y eso nos hace ver más allá. Lo que vemos es que en el nacimiento de la democracia está el tema de la deuda nacional. El nacimiento de la democracia es el borrado de la deuda nacional.

—Ahora los más ricos ya no necesitan al pueblo. Viven en barrios apartados. Dice usted que este hecho afectará al trabajo del escritor porque ya no frecuentaremos a esas clases pudientes. Tendrá que nacer otro Marcel Proust.

—Bueno, siempre hay renegados. Hay una bella expresión que dice que hay porquería en todas las clases. Lo que, en cierta manera, el regalo de Proust, que proviene de un medio que es judío en un ambiente de aristócratas desfasado, y luego está esa burguesía enriquecida y digamos está doblemente extranjero de este ambiente. Es quizás una forma y una parte de esa mirada que puede tener. Por lo tanto, como Proust, deberíamos buscarnos un renegado o encontrar otra relación, como intentar aprender cosas sobre esos grupos que están tan cerrados.

De alguna forma, podemos decir que la Historia hoy en día es un recurso. Ya no puedo frecuentar a los grandes comerciantes, los grandes industriales, los banqueros, los hombres políticos de hoy en día, ya que vivo en un medio y en un ambiente normal y muy alejado de mí, pues si miro en la Historia, puedo ver que el pasado me da un cierto acceso, una presencia, y vemos el cinismo de ese mundo.

—Dice usted que los movimientos de los indignados y la 'Nuit Debout' contienen sentimientos parecidos a los de la Revolución Francesa. En el sentido de que resurge el sentimiento colectivo y se vuelven a tomar las plazas.

—Sí. En el fondo, los historiadores insisten en la diferencia. Cada historiador es especialista de la Comuna de París o de la Guerra Civil española, y demás. Insisten sobre la diferencia, ya que la conocen. También podemos considerar que existe una secuencia histórica de largo recorrido y que, en el fondo, acerca de esta cosa, no es fácil cuando la desigualdad de las sociedades a veces son diferentes, pero como estructura la desigualdad es perenne.

Y el descontento tiene relación con escribir la Historia y la Historia se puede escribir de dos formas. Como algo que ocurrió y se terminó. La historia de la Guerra Civil como algo que pasó. Se puede escribir la historia del 14 de Julio como algo que ha ocurrido. Pero se puede contar también una historia como que no estuviera terminada. Y la historia del 14 de Julio no es una historia terminada. El tema de la emancipación de los hombres sigue.

—Su intención con este libro era deconstruir la toma de la Bastilla petrificada como fiesta nacional y mostrarla como una insurrección popular. ¿Se estaba deteriorando su perfil, su significado?

—Es que, de la manera como se citó en el pasado, se hizo con objetivos particulares. El contexto político era diferente. No hay historia neutra. Las historias del historiador Jules Michelet eran historia republicana, como antiguamente se decía, porque él quiere que la república se establezca, y daba mucha importancia a las embajadas burguesas, que siguen después del 14 de Julio, porque jugaron incluso un papel contrarrevolucionario el 14 de Julio.



A mí me parece que hoy en día, en el presente que nos ocupa, esa presencia del pueblo que se busca nos obliga a ver la cosa de manera diferente y nos permite ver el aspecto heterogéneo del gentío y vemos las cosas de otra manera y, sobre todo, la importancia que Michelet le había dado a la burguesía para no ver la realidad: que el 14 de Julio era únicamente ese hecho no solamente popular.

—La Revolución Francesa fue ante todo parisina. París es la ciudad que siempre todos quisieron conquistar o quemar. Incluso Hitler.

—Es que París ha sido al final del siglo XVIII una de las ciudades más importantes del mundo. La ciudad es, en ese momento, un fenómeno capital. Las ciudades poco a poco van a acoger a los campesinos, gente de la zona rural. Y las ciudades se convierten en un lugar de gran heterogeneidad de orígenes. Se oyen idiomas y lenguas diferentes. Son los idiomas del mundo entero y construyen una subjetividad diferente. Las ciudades enormes que aparecen en esa época construyen otra forma de amar, de frecuentar amigos, de trabajar, de andar por la calle, y construyen un anonimato que es otra forma nueva de libertad. Y de alguna forma, París inventa la Revolución Francesa. Hace posible la Revolución Francesa.

Esa subjetividad exige unas nuevas relaciones y es por ello, pienso, que París es un personaje que sigue en el siglo XIX y XX. Ha sido centro de muchos desafíos y por ello París es un personaje de novela que atraviesa todas las grandes obras noveladas del siglo XIX y principios del XX. París es el gran personaje colectivo, democrático, del siglo XIX y principios del XX. Eso es lo que representa París. Representa el tumulto.

—La mayoría de los pobres han sido expulsados del centro de París, pero el extrarradio de la ciudad puede arder cualquier día. ¿Lo ve así?

—Sí. Sin duda. Son pobres casi enteramente. Todavía el norte-este aún es muy popular, pero es verdad que han sido exiliados fuera del centro de la ciudad y, sobre todo, el norte-este se ve a menudo como el extrarradio francés. Digamos que algo sale ardiendo y donde la policía actúa o mata a un joven es precisamente en la periferia.

Y lo que podemos desear quizás es que algún día, tras no sé qué operación policial de importancia, el pueblo pueda de nuevo ocupar París y el centro. Hoy en día es un poco lo que puede ocurrir. Cuando vemos los chalecos amarillos desfilando por París, de pronto un sábado o un domingo, se ve cómo la ciudad está a su favor cuando ellos desfilan.

—Los personajes aparecen con sus nombres. No quiso escribir esta historia desde el cielo, sino fundido con la multitud. No era posible otro punto de vista.

—Yo creo que no. Mi libro no es una contrahistoria. No se puede decir de 14 de Julio que no es una historia popular, porque el pueblo es la componente esencial en su historia. Porque el 14 de Julio no hay otra historia popular.

—La multitud, cuando asalta la Bastilla, es consciente de que lo que quiere es tomar el poder. Se apodera de fusiles y de pólvora. Pero también las élites entendieron, aunque tarde, qué pasaba.

—Sí entendieron lo que pasaba. Conspiraron todo el día para evitar la caída de la Bastilla. Pero la masa era tan determinante. Y es lo que intento poner en escena en el libro, por una razón muy simple. El libro empieza contando una revuelta menos conocida que se llama revuelta de Réveillon, que tuvo lugar a finales de abril y que tuvo 300 muertos. Eso no fue una represión real. El Ejército del Rey mató a 300 personas y fueron tiradas en las catacumbas de París. Claro, que todo el pueblo sabe lo que ocurrió y lo tiene en su memoria. Y amenaza antes del 14 de Julio.

Parece que el ejército está presionando y yo creo que la conciencia del pueblo de París recuerda esa matanza, y el pueblo se organiza. Ya no puede permitirse perder. Y luego también, en la guardia francesa, una de las componentes del ejército del rey, va a cambiar. Antes dispararon contra el pueblo y se le ha reprochado mucho. Porque esa gente vive en torno a la Bastilla. Y esos militares van a irse de allí. Y eso abre la posibilidad del 14 de Julio precisamente.

—Dice usted que la historia de la emancipación de la humanidad no ha concluido. ¿Los chalecos amarillos es una prolongación de esta historia interminable?

—Sin duda. Como cada vez que se producen eventos de esa naturaleza. Forman parte de esa historia de la emancipación. Y cuando yo digo que esa historia no está terminada es que me ha parecido, escribiendo mi libro, que yo entiendo la cosa así. Por eso escribo y me dedico a ello. Es que escribiendo el libro he tenido cada vez más el sentimiento de escribir como si la historia estuviera terminada. Y me ha parecido que ese momento se puede escribir de otra manera, que otros libros se escribían también como si la Historia hubiera estado terminada.

En realidad, es un punto de vista político en el que en el instante sí se considera que la historia de la emancipación no está terminada. Al igual que el de las desigualdades no se ha terminado. Se escribe de otra manera. Y la escritura compromete el estilo, la forma del libro, porque compromete al lector personalmente si la historia no está terminada. Significa que el lector está escribiendo y forma parte de esa historia.

—Dice usted que “vivimos una época en que el pueblo se busca as sí mismo”. Pero parece que anda un poco perdido. Porque la ultraderecha triunfa en toda Europa, en América.

—Yo creo que significa sobre todo que el procedimiento democrático tiene fallos, porque finalmente el pueblo responde a las preguntas que se le plantean.

—Su libro es historia y literatura. Una relación muy antigua. Al igual que ocurre con el periodismo. Imagino que no le gustará que digan que se trata de novela histórica. Porque es otra cosa.

—Sí. Es diferente. Tengo un reflejo esnob contra la novela histórica, pero de alguna forma me parece que, después del siglo XIX, hemos podido distinguir novelas muy interesantes pero que cuentan una aventura siempre con un fondo de amor y una decoración, mientras que Noventa y Tres de Víctor Hugo es una novela que va a jugar un papel político en su momento. Es una novela que va a revaluar el terror. Es una novela donde Víctor Hugo va a modificar profundamente la relación que podemos tener con la Revolución Francesa, de forma general, y con la realidad. Va a hacer de Robespierre, Marat, Danton, personajes que no solo son antipáticos, les va a dar una dimensión política. Y vemos ahí que aparece otra posibilidad de novela. Trata de la Historia.



Y lo que yo hago aquí es totalmente diferente, pero no creo que se pueda calificar de relato histórico. Yo personalmente prefiero, más que considerar que puede ser un género aparte, aunque el título del relato que le doy está más bien ahí para decir que es un género aparte, pero en el fondo quiero decir que es una relación con la realidad más importante. Esta me parece que la tiene la literatura con el paso del tiempo.

—Trabaja con libros breves. Como Modiano, Echenoz y otros muchos. ¿La 'nouvelle'  es el género perfecto donde encontrar una estructura y una cadencia idóneas?

—Para mí, está ligado más bien al hecho sin que yo pensara todo de forma espontánea. Un libro es un equilibrio. Luego, pensando sobre el 14 de Julio, contar una revuelta, cómo hacerlo con 400 páginas. La revuelta exige también una cadencia. Y la brevedad me parece ahí una forma necesaria y también porque me parecía raro hablar del pueblo en una novela y que la gente que está trabajando no la pueda leer porque es enorme ese libro.

—Escribe en presente de indicativo. ¿Para tratar el pasado como presente? ¿Para acercarlo al lector?

—Por las dos cosas en realidad. En cierto modo, incluso utilizo el pasado compuesto. Pero escribo desde el presente. Yo creo que, de todas maneras los historiadores pueden a veces reprochar a los escritores ser anacrónicos. Pero yo creo que toda nuestra prosa es anacrónica. Cuando se escribe del pasado, estamos en una prosa que es fija en el presente, es una síntesis del presente. Debemos hacerlo así pero, en el fondo, contrariamente a rechazar ese anacronismo, hay que hacer algo de ello, producir algo.

El presente produce unos conocimientos sobre el pasado y, además, el tiempo es real, es también un medio de estar en relación con lo que yo estaba diciendo antes, con el hecho de que cuando escribimos una historia en el presente consideramos que no está terminada y yo sé que me comprometo con la Historia. El lector, también. Y forma parte de ello. En este caso, el presente es una forma de hacerlo sacar y de ser algo más vivo.

—Como lector, se siente cada vez más ávido de realidad. Como escritor, rechaza la ficción. Dice que puede ser engañosa.

—No tengo nada contra la ficción en sí. Sé que es un tema de conjuntura. Yo, como lector, leo mucha novela. La tendencia, en el contexto contemporáneo, es que yo prefiero, por ejemplo, un ensayo, un relato que habla del pasado, pero quien me dice una verdad del pasado, que es una relación real, más que una ficción que me hablaría del presente.

—La libertad retrocede en nombre de la seguridad. La crisis económica trajo más desigualdad. ¿Hacia dónde vamos?

—No lo sé. No puedo leer el futuro, pero estoy de acuerdo con lo que dice en su diagnóstico. Me parece que, adentro de las dos coordenadas que acaba de dar, es ahí donde la relación con la realidad es necesaria, ¿ve? En una época donde la libertad retrocede y donde la desigualdad es cada vez más importante, no deberíamos irnos por la ficción. Eso sería terrible.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍAS: ELISA ARROYO

2 sept 2019

  • 2.9.19
Miriam Fernández es cantante, actriz y conferenciante. Ahora también publica Los cometas de Miriam. ¡La importancia de creer en ti! Tiene una parálisis cerebral de nacimiento, pero esta incapacidad nunca le ha impedido alcanzar sus sueños. A los doce años se proclamó campeona nacional de Natación Adaptada, título que revalidó hasta 2008. Ese mismo año ganó la segunda edición del programa televisivo Tú sí que vales.



A partir de esta experiencia grabó su primer disco, Bailando bajo la lluvia. Compagina su actividad artística con su tarea como conferenciante motivacional. Hija adoptada, no tiene duda de dónde está y por quién: “Amo a mi madre adoptiva, a la que me ha criado”.

—Actriz, cantante, conferenciante y ahora también escritora. ¿Tanto motiva nacer con parálisis cerebral?

—Lo que motiva de nacer con parálisis cerebral es tener una familia estupenda que, desde muy chiquitita, te enseña y te inculca que hay que levantarse cada vez que te caes y que hay que seguir siempre para adelante.

—“El amor me ha salvado tantas veces que ya he perdido la cuenta”. Igual un esfuerzo sobrehumano también tiene algo que ver.

—Bueno, no creo que sea un esfuerzo sobrehumano. Yo creo que simplemente se trata de aceptarse, de quererse uno mismo, de saber que las cartas que te llegan en la vida son las que son, y que hay que aprender a jugarlas y salir a jugarlas.

—A los doce años te proclamaste campeona nacional de Natación Adaptada, título que revalidaste hasta 2008. En el agua no necesitas andador.

—El agua es mi medio natural por excelencia, porque desde muy chiquitita estuve haciendo rehabilitación y uno de mis ejercicios más importantes era nadar. Entonces, si lo llevaba haciendo tanto tiempo por rehabilitación, un día me planteo por qué no llegar un poquito más hacia adelante y probar en las competiciones. Y la verdad es que fue una época muy bonita, muy bonita, porque conocí mucha gente, aprendí también al tratar con otras personas que tenían lo mismo que yo, a mirar lo que yo tenía con humor.

—Dices que la mayor parálisis cerebral que más nos limita es el miedo.

—El miedo yo creo que es la barrera que más limita a todo tipo de personas, tengan discapacidad o no la tengan. Es lo único que puede hacer que realmente no vayamos por nuestros sueños y nos rindamos antes de empezar.

—Con seis años fuiste dada en adopción. Conoces a tu madre biológica y la comprendes. ¿Cuesta amar a dos madres?

—Bueno, yo es que amo a mi madre adoptiva, a la que me ha criado. A la madre biológica que me dio a luz, no la amo, porque no he tenido trato con ella como para generar ese sentimiento. Lo que sí que puedo decir es que estoy muy agradecida porque las circunstancias a priori no fueron fáciles. Ella decidió darme la oportunidad de vivir. Amor no, pero agradecimiento, sí.

—La primera vez que viste a tus hermanos sabías que eran ellos. ¿Qué viste en su mirada que los delató?

—Ver a mis hermanos biológicos fue muy especial, porque no me hizo falta siquiera que se me presentaran. Vi simplemente a dos niños que eran dos gotas de agua a mis fotos cuando era pequeña. Me impactó porque el parecido era brutal y simplemente era algo que se sabe.

—Tuviste una infancia difícil. Los niños te veían débil. ¿Entiendes por qué a esa tan temprana edad el ser humano es tan cruel?

—Yo no creo que el ser humano sea cruel. Yo creo que, bueno, cuando tienes una diferencia notable, sobre todo para ciertas edades, los niños necesitan sentirse parte de un grupo y, cuando ven a alguien distinto, pues allá que van a por el niño. Y también creo que cuenta muchísimo la educación que se les da en casa.

—Con tesón has cumplido muchos de tus sueños. ¿Incluso bailar?

—Sí he bailado. En mi nuevo videoclip, segundo disco, No dudo que es amor, el tema musical es un videoclip en el que salgo bailando. Claro, que desde otra perspectiva.

—En 2008 ganaste la segunda edición del programa 'Tú sí que vales'. Ese fue el primer paso hacia la música. Por causalidad. Después vino 'La Voz', en Antena 3. ¿Y ahora?

—Ahora a seguir con la misma ilusión y quiero tomarme este verano para darle mucho cariño al libro y para componer temas para el segundo disco.

—Compones tus propias canciones. De hecho, como dices, ahora andas preparando tu segundo álbum.

—Sí. Bueno, estoy componiendo canciones con mi productor, Iñigo Guerrero. Llevo diez años trabajando con él y lo estamos haciendo con mucho cariño, muy despacito, escogiendo muy bien cada cosa de la canción. No queremos hacer un álbum para sacarlo en una fecha muy concreta, sino hacer un trabajo muy delicado, muy cuidado, y que salga cuando tenga que salir, pero que salga lo que nosotros queremos contar a través de la música.

—Empezaste con el piano y la guitarra, pero no podías tocar instrumentos. Dime que esa incapacidad no te ha roto ningún sueño.

—Bueno, no es incapacidad realmente. Lo que pasó es que mi madre me planteó la guitarra y el piano cuando era pequeña como otra rehabilitación más. Entonces, yo ya que estaba de rehabilitación hasta arriba, pues veía el piano y la guitarra cuando era pequeña como más trabajo más que como una devoción. Y ahora que tengo ya una edad y que me gusta muchísimo el piano y la guitarra, sí que quiero retomarlos. No es que no pueda tocar, sino que lo dejé en un momento determinado y me gustaría retomarlos.

—Das conferencias para motivar a gente que necesita de tu apoyo. También lo haces ahora con tu libro. ¿Qué le dirías a alguien que no cree en la felicidad?

—Yo no tengo el secreto de la felicidad, pero la vida me ha enseñado una tras otra vez que la felicidad es algo tan simple como tomar la decisión diaria de ser feliz cada día centrándote en aquello que te hace feliz y no en aquello que te falta. Entonces, bueno, el libro es todas aquellas experiencias que me han llevado a tener todas estas conclusiones y espero que a la gente le guste mucho.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO

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