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Las mujeres perdidas

A veces, en los jardines desbastados crecen rosas de belleza y fortaleza extraordinarias. Eso pensé cuando la conocí: me preguntaba constantemente cómo era posible esa sabiduría, esa sensibilidad y esa amplitud de miras en una mujer criada en un pueblo de un país asolado por la miseria y la corrupción.

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La naturaleza es caprichosa y, a veces, ocurren esos pequeños milagros. Criada en una familia humilde y dentro de una sociedad infectada por la dependencia emocional de las mujeres, ella vio un camino distinto. Vio el camino de la generosidad y de la entrega al prójimo. Y parecía feliz.

Recuerdo nuestros paseos por aquel patio cerrado, donde las niñas corrían y trepaban a los árboles para coger frutas que llenasen sus pequeños estómagos vacíos. Y yo veía en aquella mujer de cincuenta años a un alma superior, que no juzgaba desde la miopía imperante, que tenía espíritu crítico, y que era… buena.

Cuando dábamos estos pequeños paseos, el mundo era un sitio mejor, la realidad que rodeaba aquel orfanato, llena de droga y desesperación, desaparecía y me invadía una sensación de gratitud por esos ratitos de paraíso.

Yo estaba allí de mera observante, pero ella se metía todos los días en el fango, luchando para poder vivir en consonancia con el espíritu del Evangelio, que a ella tanto la emocionaba, por dar cariño a aquellas huérfanas de padres y de alimentos, y topándose con el encorsetamiento de las reglas impuestas por superiores indolentes. Yo creía que ella era feliz.

Después de un corto tiempo, volví al primer mundo y ella se quedó en aquel caos centroamericano. Hablamos en algunas ocasiones, pero un día antes, mis ganas de compartir vivencias, encontré al otro lado del hilo telefónico sólo esta fría respuesta: “Sor Irma ya no está aquí”, seguido de una desconexión.

Y entonces lo supe, sus mensajes entre líneas fueron descifrados. La asfixiaron, la aislaron, la inmovilizaron. No perdió la fe, ni el amor al prójimo, ni su vocación. Simplemente voló para poder seguir siendo ella misma. Buscó en el sitio equivocado. Las reglas no dejan amar y no te dejan existir.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ A.
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