Justo cuando el Simpecado de la Hermandad del Rocío iba a ser subido a su carreta, a esa que la llevará hasta la aldea almonteña, comenzaron a caer unas lágrimas del cielo. Pocas, en algunos casos suficientes como para que se abriera algún paragua, y, sobre todo, en relación a las que ya le cayeron por las carreteras de la Isla en busca de Coria. Los rocieros nazarenos ya están en marcha. Y bien pertrechados, por cierto.
La amenaza constante de agua retrajo algo la presencia de nazarenos y nazarenas ante la puerta de la Parroquia de Santa María Magdalena para cumplir con el tradicional rito de la salida del Simpecado del Rocío, al que gustan sumarse personas de todas las edades y muchos niños y niñas que, poco después, tienen que entrar en el colegio. Pero es que se trata de pura tradición, y, como es lógico, de vivencias en muchos casos que obligatoriamente hacen aflorar las lágrimas, repletas éstas llenas de recuerdos y de seres queridos que ya no están.
Pero el Rocío es alegría, es camino en su encuentro con la Blanca Paloma, y allí que sonaron las primeras sevillanas y los primeros sonidos del tambolilero cuando el Simpecado, portado por su hermano mayor, Juan Sánchez Cumplido, salió por la puerta del templo mayor tras haber presidido la Misa de Romeros que ofició, por segundo año consecutivo, don Manuel Sánchez de Heredia.
Y a partir de ahí se trazaron los primeros pasos de un camino que abrían algunos caballos, que presidía el propio párroco de Santa María Magdalena, quien marchó acompañado por la Junta de Gobierno de la Hermandad, y que completaban algunas autoridades del Ayuntamiento, como los delegados de Fiestas, Participación Ciudadana y Juventud. Y, cerrando, un ramillete de coloridas carretas.
En esos primeros pasos hubo sevillanas, por supuesto, a pie de calle y otras cantadas desde un balcón de los Cuatro Cantillos, al que siguió una impresionante petalada sobre la carreta del Simpecado; y la tradicional presentación ante el Monumento a Valme, donde aguardaba la Junta de Gobierno de esta Hermandad. Y todo ello mientras el sol se abrió paso entre las nubes y permitió que la despedida de los romeros, allá pasado el Palmarillo, se pudiera llevar a cabo como corresponde: con abrazos y besos.
Unos se van al Rocío. Otros se quedan aguardando. Por el camino volverán a vivirse muchos momentos para el recuerdo, pero, en esta ocasión, convenientemente resguardados por chubasqueros, paraguas y capas. Porque el cielo así lo ha querido y la tierra ya casi no puede tragar más agua. Pero, llegarse, seguro que llegan todos bien, aunque a lo mejor empapados.
Imágenes de la salida
La amenaza constante de agua retrajo algo la presencia de nazarenos y nazarenas ante la puerta de la Parroquia de Santa María Magdalena para cumplir con el tradicional rito de la salida del Simpecado del Rocío, al que gustan sumarse personas de todas las edades y muchos niños y niñas que, poco después, tienen que entrar en el colegio. Pero es que se trata de pura tradición, y, como es lógico, de vivencias en muchos casos que obligatoriamente hacen aflorar las lágrimas, repletas éstas llenas de recuerdos y de seres queridos que ya no están.
Pero el Rocío es alegría, es camino en su encuentro con la Blanca Paloma, y allí que sonaron las primeras sevillanas y los primeros sonidos del tambolilero cuando el Simpecado, portado por su hermano mayor, Juan Sánchez Cumplido, salió por la puerta del templo mayor tras haber presidido la Misa de Romeros que ofició, por segundo año consecutivo, don Manuel Sánchez de Heredia.
Y a partir de ahí se trazaron los primeros pasos de un camino que abrían algunos caballos, que presidía el propio párroco de Santa María Magdalena, quien marchó acompañado por la Junta de Gobierno de la Hermandad, y que completaban algunas autoridades del Ayuntamiento, como los delegados de Fiestas, Participación Ciudadana y Juventud. Y, cerrando, un ramillete de coloridas carretas.
En esos primeros pasos hubo sevillanas, por supuesto, a pie de calle y otras cantadas desde un balcón de los Cuatro Cantillos, al que siguió una impresionante petalada sobre la carreta del Simpecado; y la tradicional presentación ante el Monumento a Valme, donde aguardaba la Junta de Gobierno de esta Hermandad. Y todo ello mientras el sol se abrió paso entre las nubes y permitió que la despedida de los romeros, allá pasado el Palmarillo, se pudiera llevar a cabo como corresponde: con abrazos y besos.
Unos se van al Rocío. Otros se quedan aguardando. Por el camino volverán a vivirse muchos momentos para el recuerdo, pero, en esta ocasión, convenientemente resguardados por chubasqueros, paraguas y capas. Porque el cielo así lo ha querido y la tierra ya casi no puede tragar más agua. Pero, llegarse, seguro que llegan todos bien, aunque a lo mejor empapados.
Imágenes de la salida
FRANCISCO GIL / REDACCIÓN
