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Isaac Rosa: “Vamos al amor llevando la calculadora”

Escritor, columnista y guionista de cómic, la obra de Isaac Rosa (Sevilla, 1974) ha sido traducida a varios idiomas. En su última novela, Feliz final, reconstruye un gran amor empezando por su final. El autor aborda en el libro el amor desde las muchas interferencias que hoy lo atosigan: las condiciones materiales, la insatisfacción vital, el mercado del deseo o el imaginario del amor en la ficción. Es autor, entre otras, de las novelas La mano invisible (2011) o La habitación oscura (2013).



—Tu novela es la historia de amor de una pareja en la cuarentena. Pero has preferido comenzar con la ruptura. ¿Puede haber un final feliz?

—Aquí hay un feliz final, que es lo contrario del final feliz en todos los sentidos. Sí. Podría haber un final feliz. El hecho de que yo fracase o que tantos amores fracasen no quiere decir que no haya otros amores que consigan ese final feliz.

—Nos educaron para el matrimonio y el amor eterno. Pero aprendimos después que también los sentimientos tienen fecha de caducidad.

—Bueno, yo creo que vivimos tiempos de obsolescencia, de caducidad cada vez más breve, y eso por desgracia también lo llevamos en nuestras relaciones amorosas. O sea, vivimos dominados por la necesidad de buscar la novedad permanente, la sensación de que nos estamos perdiendo otras cosas, otras vidas y otros amores, por la vida que llevamos.

—La relación de las parejas ha cambiado. ¿La liberación de la mujer ha influido de manera decisiva?

—Sí. Si algo ha cambiado las relaciones de pareja en las últimas décadas, el elemento más decisivo ha sido el feminismo, claramente.

—El concepto de culpa está presente en tu libro, algo que heredamos de la cultura católica y de la que no logramos despojarnos.

—Claro. Está la culpa de los enamorados, de los desenamorados y de los padres. Yo creo que nos pasa como sociedad, pero también, como en las relaciones, sustituimos la responsabilidad por la culpa. Y no son lo mismo.

—Esta frase es tuya: “Todos queremos ser el marido pero ser amados como el amante”. ¿Pero se puede estar en ambos lados a la vez?

—Todos tenemos, por un lado, una cierta nostalgia de lo que fuimos o de lo que ni siquiera tuvimos pero que creemos que nos corresponde. Todos queremos vivir la intensidad emocional de los amores apasionados que hemos conocido en las ficciones sobre todo, especialmente en el cine. Pero al mismo tiempo todos queremos luego que ese amor se convierta en algo habitable.

—El punto de partida de esta obra se resume en dos preguntas. La primera: ¿Por qué nos queremos tan mal?

—Sí. Esa es la pregunta que expresa, digamos, el malestar amoroso en el que vivimos, que no deja de ser otra manifestación del malestar social.

—La segunda. ¿Qué nos está pasando?

—Lo que nos está pasando va mucho más allá de lo amoroso. Si tenemos un mal amor es porque tenemos una mala vida. Y si queremos construir un amor bueno, como se dice en algún momento en la novela, lo que necesitamos es una vida buena.

—La novela arranca con esta frase: “Nosotros íbamos a envejecer juntos”. ¿Alguna vez lo pensaste?

—Sí. Yo creo que esa es una frase que todos nos decimos al comienzo de una relación. Es una frase que tiene algo de cliché seguramente, pero que al mismo tiempo, y por eso está en la novela, es una frase que es como una enmienda a la totalidad del sistema, que no quiere ni que envejezcamos, sino que nos quiere eternamente jóvenes, y que no quiere que lo logremos juntos, no quiere que nos comprometamos.

—Como telón de fondo a esta erosión que narras, vemos la España de hoy: precariedad laboral, pérdida de derechos, protestas sociales…

—Es que todo lo que estamos viviendo se ha metido en nuestras casas, en nuestras relaciones, en nuestra familia, y al mismo tiempo, y es lo que hoy yo he intentado con la novela, mirando a lo íntimo, mirando al amor, como en este caso, podemos ver mucho más allá y podemos lo que nos está pasando como sociedad.

—Tu libro no es autoficción, pero en él se percibe la huella del desconcierto.

—El libro, claro, arranca de mi propio desconcierto, de mi propio malestar amoroso. Entonces no es una autoficción, no es completamente autobiográfico, pero está armado con muchos materiales.

—Ahora que sabemos de la obsolescencia de la pareja, ¿por qué no nos alegramos al saber que existen otras modalidades de amor nada despreciables?

—Yo creo que, buscando nuevos imaginarios amorosos, seguramente acabamos perdiendo lo que había de bueno en aquel viejo amor, sin ser capaces de sustituirlo por otros elementos que nos den aquello que sí nos daba el viejo amor, que da cierta seguridad y un relato de vida con cierta coherencia.

—Se nos acaba el amor y nos asomamos al abismo. Pero tú dices que nos hemos convertido en unos emprendedores emocionales. ¿También aquí mete el mercado las narices?

—Se nos da la paradoja de que vamos al amor llevando la calculadora, con la misma lógica con la que vamos al supermercado, con la misma lógica de la sociedad de consumo. Y nos relacionamos con el amor con esa frialdad de emprendedores que busca minimizar pérdidas y maximizar ganancias y, al mismo tiempo que lo hacemos desde esa frialdad y desde esa lógica de mercado, seguimos sufriendo por amor terriblemente. O sea, el dolor amoroso sigue siendo catastrófico.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO
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