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Antonio López Hidalgo | José María Carretero entrevista a la condesa de Pardo Bazán en el centenario de su muerte

Antes de que Virginia Woolf reivindicase una habitación propia, nos ha recordado estos días Terreixa Constenla, Emilia Pardo Bazán defendió el derecho de las mujeres al destino propio y condenó el feminicidio. En febrero de 1914 dijo: “Yo soy una radical feminista. Creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer”.


Un día, sentada en el salón de su casa, frente a José María Carretero, le confesó al periodista montillano: “… tengo la evidencia de que, si se hiciese un plebiscito para decidir ahorcarme o no, la mayoría de las mujeres españolas votarían que ¡sí!”.

Probablemente entonces, pero no hoy, cuando el eco y reconocimiento de su voz la alzan al estrellato justo y reivindicativo de quien ha sido una de las grandes escritoras en castellano de todos los tiempos. Estaban en la habitación en la que escribía la condesa, un salón largo, porque ella no podía trabajar en habitaciones pequeñas: le faltaba la respiración.

El periodista montillano describe aquel espacio: en mitad del salón, una enorme mesa salomónica, y sobre la mesa una carpeta, un tintero, una papelera y un secatintas. El resto, muebles y vitrinas. Escribe Carretero: “La luz de la calle entra, medrosa, tamizada por los cristales de colores de los balcones. En un ángulo, junto a la chimenea, arde una estufa de gas, y su claror rosáceo y fantástico se va apoderando de la habitación, poco a poco, a medida que huye la tarde”.

La condesa está sentada en un sillón frente al centro de la mesa, apura su taza de té. Carretero, sentado a su lado, también toma té. La escritora está constipada. A veces, tose. Entonces, escribe el periodista, “su cara, pujada y sajona, se pone bermeja, sus cabellos, plateados, se desaliñan un poco, y la enorme perla de calabaza que, presa de un hilillo de platino, pende de su cuello carnoso, rebota y salta sobre su amplio escote; pero vuelve a ser dueña de su palabra y continúa hablándonos con sugestiva simpatía”.

Este año, en el centenario de su muerte, la escritora vive una reivindicación total como una de las grandes novelistas de los siglos XIX y XX y como una defensora radical de los derechos de la mujer. Abrió puertas al feminismo en España dando ejemplo, haciendo “aquello que pude de lo que está prohibido a la mujer”.

Por ejemplo: fue la primera socia de número del Ateneo, la primera presidenta de la Sección de Literatura, la primera mujer que fue profesora de la Escuela de Estudios Superiores en el mismo Ateneo, el primer socio de número de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Pero no la dejaron ser la primera académica de la lengua.

Autodidacta. Una cuentista excepcional. Escribió más de 650 cuentos y decenas de libros. Pionera como autora de una novela sobre el movimiento obrero, La Tribuna. Conspiradora carlista en su juventud y católica aristocrática en sus últimos años de vida. Madre de tres hijos, aunque no creía que la maternidad fuera el destino de la mujer. Amante irredenta de Pérez Galdós. Nació en A Coruña en1851 y murió en Madrid el 12 de mayo de 1921.

A José María Carretero le confesó que era hija única y muy feminista, porque su padre la educó “en una amplia libertad de conciencia”, quien le decía que “no puede haber dos morales para los dos sexos”. Desde muy niña ya escribía versos, pero nunca soñó con ser poeta, tentación en la que sí cayeron, confiesa la escritora, Juan Valera o Menéndez y Pelayo.

Ella se deleitaba más leyendo el Quijote que los romances de Góngora. Cuando Carretero la entrevistó había publicado ya más de 60 libros. Reconoce que su libro de mayor éxito fue Los pazos de Ulloa, traducido ya entonces a diez o doce idiomas. “¡Hasta el rumano!”, añade.

Pero su novela preferida era Bucólica, cuyo éxito fue menor, a su juicio, “por ser una novela corta”. Y después le hace a Carretero las cuentas del dinero que ha ganado con sus novelas: “… hasta la actualidad, hace unos treinta años, calculando todos los años, uno por más otro por menos, a quince mil pesetas, son unos noventa mil duros, que es el cálculo más aproximado”.

Doña Emilia le habló al periodista mntillano también de sus amigos: Castelar, Antonio Cánovas y su mujer, el duque de Rivas. Pero sobre todo Galdós, de quien le dice a Carretero: “Galdós y yo nos queremos mucho”. Sí, se quisieron mucho. Pocas relaciones han despertado tanto morbo como la de Pardo Bazán y Pérez Galdós.

Fue Carmen Bravo-Villasante quien desveló el ardor que escondía la correspondencia entre ambos. 98 cartas escritas entre 1883 y 1915 que muestran un mundo común, no solo en el aspecto sentimental sino también en el intelectual. Una relación clandestina que nadie conoció y tampoco nadie supo del viaje que hicieron juntos por Europa. Una relación entre iguales, escribe Constenla, a veces triangulada (él con Lorenza Cobián y ella con José Lázaro Galdiano), que no abrió brecha alguna ni rencor entre ambos.

La Pardo Bazán confiesa al periodista montillano que algunos poetas modernos le gustaban mucho, pero que ninguno “hinca la personalidad”. Prefería a los prosistas: Azorín, Unamuno o Répide. Pero a la pregunta de qué opina del feminismo, la escritora se extiende en explicaciones: “Yo soy una radical feminista. Creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer, se entiende todos los compatibles con la estructura física, y, es más, creo que hay una relación directísima entre los derechos y privilegios concedidos a la mujer y el estado de cultura de las naciones”.

Nombra Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia, donde la mujer ya entonces “se halla casi al nivel del hombre, donde hay diputadas y demás”. En cambio, en los países menos adelantados, añade, es “donde se considera a la mujer bestia de apetitos y carga. No tenemos más que volver los ojos a Marruecos”.

Reconoce que en España se ha avanzado en ese aspecto de la vida, pues “yo he conocido los tiempos en que unánimemente decíase que la mujer solo debía zurcir calcetines; hoy ya, si se piensa, por lo menos no se dice”. Y concluye en esta entrevista: “No cabe duda que, si las mujeres siguieran mi ejemplo, el feminismo en España sería un hecho”.

Meses atrás hemos conocido cómo el Pazo de Meirás, propiedad familiar de la condesa en Sada, fue expropiado a la familia Franco. Pardo Bazán lo había diseñado para su vida y para su muerte, y adaptó sus estancias a las necesidades de una escritora como ella. Trazó los planos de la biblioteca y ordenó alzar las torres.

Allí se casó con José Quiroga y su hija Blanca con José Cavalcanti, un militar africanista que apoyó a Franco durante la guerra. Paradojas de la vida: nunca pudo sospechar que aquel fuera también el escenario de boda de una nieta del general Franco, ni que este se apropiaría indebidamente del lugar. En la capilla de Meirás, la condesa reservó un lugar para enterrar sus restos. Pero su voluntad también se fue por los suelos: sus restos reposan en la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, en Madrid.

Escribe José María Carretero al final de esta entrevista, que, si dios le hubiese dado unos años más de vida a doña Emilia, habría contemplado la honda y rápida transformación experimentada por la mujer española en todos los órdenes de la vida.

Sin duda, le hubiera gustado estar aquí para saber de primera mano que el Pazo de Meirás vuelve a ser un lugar de culto y que el camino emprendido por la mujer no tiene paso atrás. Acaso, si algún día trasladan sus restos a la capilla de Meirás, se habrá cumplido el sueño, hasta ahora saboteado, de una de las mejores escritoras de nuestras letras. Así sea.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
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