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Antonio López Hidalgo | El placer de leer un buen reportaje

El placer de leer un buen reportaje, para mí, solo es comparable a la satisfacción de haberlo escrito. A partes iguales para quienes leer es prioritario a escribir. Cara y cruz de la misma moneda: la única pasta que nos permite adquirir un pedazo de felicidad.


Tuve esa sensación cuando devoré ávido el reportaje titulado “El muro invisible”, de Ian Urbina, publicado por El País Semanal el domingo 5 de diciembre de 2021. En el mismo, el periodista estadounidense narra su viaje a la capital libia para reconstruir la historia de Aliou Candé, un joven de Guinea-Bisáu que murió en la cárcel de Trípoli después haber intentado, como tantos migrantes, alcanzar el paraíso europeo. Este trabajo de investigación no solo contiene los relatos de su familia, de sus compañeros de odisea y de cooperantes, la tragedia que sufren los migrantes en el Mediterráneo, sino también y sobre todo el oscuro papel de Europa en este holocausto sin precedentes. La investigación ha estado apoyada por The Outlaw Ocean Proyect, organización sin ánimo de lucro, dirigida por Urbina y especializada en rastrear crímenes contra los derechos humanos que acaecen en el mar.

Urbina arranca el texto con la descripción de un antiguo depósito de cemento y hormigón, ubicado al oeste de Trípoli y reabierto en enero de 2021 con muros más altos y coronados con alambres de espino. Hombres con uniforme de camuflaje azul y negro armados con kaláshnikov rodean un contenedor de mercancías que hace las veces de oficina. En su puerta principal, se puede leer este cartel: “Tribunal de enjuiciamiento de inmigrantes ilegales”. La instalación es una cárcel secreta de migrantes conocida como Al Mabani, que significa, para más abundancia, El Edificio. Entre sus muros murió Candé y fue torturado Urbina.

El reportaje narra el origen de la crisis migratoria, que surge en 2021 cuando los migrantes comienzan a huir de los conflictos bélicos en Oriente Medio, cuenta la vida de Candé y la motivación, suya y de su generación, de buscar una vida mejor en Europa, y de cómo la Unión Europea financia a las Guardias Costeras de Libia para limpiar las aguas mediterráneas de migrantes. Migrantes que acaban topándose con los muros de Al Mabani. Mejor no ofrecer más datos para el lector descubra por sí mismo en este reportaje el tormento que la realidad derrama en estas aguas fronterizas.

Comencé a leer el reportaje como un género ya clásico, normalizado en los manuales académicos al uso, hasta que me llamó la atención la primera persona que, de vez en cuando, encendía una luz de alarma en la lectura. Algo nada habitual en un género neutral como el reportaje. Pero a medida que me embebía su lectura, la tercera persona autorial se transformaba en primera persona, y la narración, plagada de documentación contrastada, producto de una profunda y ardua investigación -como las aguas del Mediterráneo-, se transformaba en una comprometida crónica de inmersión en la que su protagonista era el propio Urbina. Hibridación perfecta de un profesional que conoce los géneros periodísticos a pies juntillas.

El periodista estadounidense viajó a Trípoli en mayo para documentarse sobre el terreno y dar fe de cuanto más tarde escribiría. Después de seis días en Trípoli, en contra de los deseos del Gobierno libio, entrevistó a funcionarios, migrantes y trabajadores humanitarios. El día 23 de ese mismo mes, poco antes de las ocho de la tarde, estaba hablando con su mujer por teléfono desde el hotel, cuando escuchó un golpe en la puerta. Una docena de hombres armados irrumpieron en la habitación y le apuntaron con una pistola en la frente con estas palabras: “¡Tírate al suelo!”. Lo encapucharon y le dieron una paliza: lo patearon, golpearon y pisotearon la cabeza. El resultado: dos costillas rotas, sangre en la orina y los riñones dañados. Después lo sacaron a rastras de la habitación. A su equipo de colaboradores le pasó algo parecido.

El texto es pródigo en detalles, como todo buen reportaje. Urbina fue encerrado en una celda de aislamiento en la que, escribe, había un inodoro, una ducha, un colchón de espuma tirado en el suelo y una cámara sujeta al techo. Para comer, le daban latas de arroz amarillo y botellas de agua. Todos los días lo llevaban a una sala para interrogarlo durante cinco horas seguidas. A veces, ponían una pistola en la mesa o le apuntaban a la cabeza. El periodista escribe: “El hecho de ser periodista no contribuía a mi defensa, sino que se convirtió en un delito secundario. Mis captores me dijeron que era ilegal entrevistar a inmigrantes sobre los maltratos sufridos en Al Mabani”. Su esposa, que escuchó por teléfono el inicio del secuestro de su marido, alertó al Departamento de Estado de Estados Unidos para negociar su liberación. En fin, el reportaje de Urbina está plagado de detalles que denuncian, no solo su secuestro, sino el calvario humillante y terrorífico que sufren los migrantes y el papel cómplice e infame de la Unión Europea en este conflicto sin solución posible ni buscada hasta el momento.

Ian Urbina es un periodista prácticamente desconocido en España. Quien quiera conocerlo más de cerca, puede acercarse a su libro Océanos sin ley, basado en una serie de trabajos periodísticos, escrita en 2015, sobre la ilegalidad en alta mar que fue la base de este libro. Varias de sus piezas de investigación han sido adaptadas al cine. Ese mismo año, Leonardo DiCaprio, Netflix y Misher Films compraron los derechos para hacer una película basada en el libro y la serie de artículos contenidos en Océanos sin ley.

Periodista de investigación, Urbina escribe habitualmente para medios como The New York Times, The Atlantic y National Geographic, y es miembro del High Seas Initiative Leadership Council en el Instituto Aspen. Sus investigaciones generalmente se centran en la seguridad de los trabajadores y el medio ambiente. Ha recibido un Premio Pulitzer y un Polk, y ha sido nominado para un Emmy. En 2005 fue jefe de la Oficina del Atlántico Medio en The New York Times, donde cubrió los desastres de la minería del carbón de Virginia Occidental, el vertido de petróleo del golfo de México o los tiroteos de Virginia Tech. En la contracubierta de su libro, se puede leer también que ha escrito sobre diversos temas de justicia penal, reportajes sobre el uso de prisioneros para experimentos farmacéuticos, inmigrantes detenidos que trabajan sin remuneración, confinamiento solitario en centros de detención y sobre la dependencia del Departamento de Defensa de Estados Unidos del trabajo penitenciario. Fue nombrado reportero investigador principal en el National Desk en 2010, donde escribió una popular serie, Drilling Down, sobre la industria del petróleo y el gas y el fracking.

En fin, un periodista para recomendarlo en las facultades de Comunicación, ahora que el periodismo kleenex y las fake news, los memes y la prosa telegráfica y tan trillada se imponen al rigor profesional, a los textos contrastados y verídicos, a la independencia, libertad y compromiso del redactor y, sobre todo, al buen gusto por el lenguaje bien escrito, en el que caben la precisión, la metáfora y la denuncia. De esos manjares, y no de otros, andamos necesitados, ahora que las fiestas nos abruman con su prescindible abundancia.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
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