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Carmen García Tejera | Ana María Matute, en el centenario de su nacimiento

A principios de año traía a esta sección la voz y el recuerdo de Carmen Martín Gaite, cuyo centenario se conmemora en este 2025. Hoy me ocupo de otra escritora de su misma generación y por idéntica efeméride: Ana María Matute (Barcelona, 1925-2014). Podríamos establecer ciertos paralelismos –vitales y literarios– entre ambas escritoras (muy amigas, por cierto) y también entre otras que conforman la llamada Promoción o Generación del Mediosiglo: Carmen Laforet, Josefina Aldecoa…


Más allá de las características peculiares de sus obras, prácticamente todas ellas despuntaron como narradoras, sobre todo dentro del ámbito realista: podemos afirmar que estamos ante la primera generación de escritoras que rompen esa mordaza que durante siglos invisibilizó o caricaturizó a la mujer escritora.

Ello no impidió, sin embargo, que precisamente por su condición de mujer padecieran las leyes y los condicionantes sociales que las españolas hubieron de soportar todavía durante gran parte de la segunda mitad del pasado siglo. Niñas durante la guerra, adolescentes y jóvenes durante la postguerra, su trayectoria vital pesa indudablemente (aunque no siempre de igual forma) en la configuración de sus creaciones literarias.

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Aunque Ana María Matute siempre rehuyó adscribirse a modas y tendencias literarias, suele catalogarse su primera etapa (entre los años cuarenta y sesenta, aproximadamente) como realista. Profundamente marcada por los horrores de la Guerra Civil y por la miseria de la posguerra, a menudo ofrece en sus novelas y relatos la visión angustiada de una niña que, sin comprender lo que ocurre, vive en un mundo asediado por la violencia, la muerte, el enfrentamiento entre hermanos y la injusticia.

Estas características están presentes en sus novelas Los Abel (1948), Fiesta al Noroeste (1953), Pequeño teatro (1954), Los hijos muertos (1958), Primera memoria (1959), Los soldados lloran de noche (1964)… Nuestra escritora siempre tomó partido por los más débiles: por eso sostiene que con sus libros pretendía “hacer una llamada de atención para que intentemos mejorar. Para ayudar a los que más lo necesitan”.

Desde muy pequeña, Ana María Matute se sintió fascinada por los cuentos para niños, como oyente y como lectora: declara su deuda con Andersen, los hermanos Grimm o Lewis Carroll. Fue una precoz creadora de cuentos infantiles (que ella misma inventaba, escribía e ilustraba).

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Siempre atraída por el mundo de la infancia, sostenía que “no es una etapa de la vida: es un mundo completo, autónomo, poético y también cruel”. Por esta razón –así lo defendió en su discurso al recibir el Premio Cervantes– se manifiesta contra la reescritura de los cuentos infantiles clásicos cuando se intenta suavizar situaciones escabrosas: “Me gustaría dejar ver a los niños que en la vida existe algo que se llama injusticia. Los cuentos no siempre deben acabar bien, porque la vida no siempre acaba bien”.

El nacimiento en 1954 de su único hijo, Juan Pablo, la impulsó a seguir escribiendo para niños: El país de la pizarra (1957), El saltamontes verde (1960), Caballito loco, Carnavalito (1962)…, entre otros muchos, que le valieron diversas distinciones, hasta lograr en 1984 el Premio Nacional de Literatura Infantil por Solo un pie descalzo.

Con todo este bagaje, llegamos a la que se considera su segunda etapa. En 1971 se publica su primera novela de tema medieval, La torre vigía. Tras una fuerte depresión sufrida a comienzo de los años setenta, y después de estar más de veinte años sin publicar nada, en 1996 aparece Olvidado Rey Gudú, que supone un cambio radical en su trayectoria e incluso en la narrativa española de la época. Ambientada en la Edad Media (su época favorita), ella misma confesó que se trataba del libro más importante de su vida.

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Con esta novela se inicia la etapa propiamente considerada como fantástica en su creación, aunque, incluso en las obras que se adscriben al realismo social, siempre se encuentran algunos elementos fantásticos o “mágicos”, como ella prefería llamarlos. En 2000, Aranmanoth pone fin a su trilogía medieval.

Ana María Matute dictó cursos sobre literatura y pronunció varias conferencias en prestigiosas universidades estadounidenses. A lo largo de su trayectoria como escritora recibió numerosos premios y distinciones: Premios Café Gijón (1953), Planeta (1954), Nadal (1959), Nacional de Literatura Infantil (1984), Nacional de las Letras (2007), Cervantes (2010)…

Pero también hubo de soportar muchos reveses, tanto a nivel personal como literario: Guerra Civil española y posguerra, pérdida de la custodia de su hijo al separarse de su marido, una depresión que paralizó su creación y la publicación de sus libros, censura a alguna de sus obras (su novela Luciérnagas, escrita en 1949, fue censurada y no se publicó íntegra hasta 1993).

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Para quienes deseen una más amplia información de su vida y su obra recomiendo El libro de Ana María Matute, Antología de literatura y vida, editado por Jorge de Cascante (2022, Barcelona, Editorial Blackie Books). Pero, sobre todo, recomiendo la lectura de las obras de esta autora (algunas de ellas se han reeditado este año) que, en su discurso de ingreso en la RAE (1998), se definió como “contadora de historias” y reivindicó la importancia de la fantasía y la imaginación en la creación literaria.

Y constantemente defendió el papel del lector como cocreador, como una aventura compartida: “El libro es tanto del lector como del autor, porque el autor no lo da todo hecho. Simplemente intenta despertar en el lector una curiosidad, una búsqueda, una pregunta…”. Creo que este centenario de Ana María Matute es una excelente ocasión para colaborar con ella en su inmensa y variada obra creadora.

MARÍA DEL CARMEN GARCÍA TEJERA
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR

SUMINISTROS AGRÍCOLAS LUQUE - MONTILLA

AYUNTAMIENTO DE MONTILLA - SENDERISMO DE VERANO


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