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Mostrando entradas con la etiqueta Del sur y desde abajo [Francisco Sierra Caballero]. Mostrar todas las entradas
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23 may 2023

  • 23.5.23
Los amos de la información en España fue un célebre ensayo que los estudiantes de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid tuvimos a bien leer en plena década neoliberal, con doctorados Honoris Causa a los Conde de turno.


Más allá del valor del estudio, el empeño en lecturas de este cariz tenía el sentido de contrarrestar el discurso disparatado que ensalzaba a fascistas a lo Dovifat de parte de los adeptos al régimen que proliferaban en la escuela heredera de la Iglesia Católica en calidad de improvisados profesores cultivados con la semilla del Opus o, peor aún, del autoritarismo ramplón, analfabeto y ridículo, tipo “demos un premio a Ayuso como alumna ilustre”.

Pueden imaginar el tono y la cultura académica de la tribu por aquel entonces y los de sus discípulos, hoy encabezados por un decano a la altura de la community manager del perrito de la Espe. El recuerdo viene al caso porque ya entonces, desde la Universidad, advertíamos sobre el proceso de concentración. Y hoy, los movimientos en Mediaset dan cuenta de una operación Goebbels en tonos estampados, pero con la misma lógica.

Ya sabemos el resultado del fiestón en los ochenta, con los Colón de Carvajal y los amigos del rey emirato. Hoy conocemos las corruptelas de la inútil dinastía borbónica y empezamos a avizorar cómo se mueven entre bambalinas los amos de la información, anclados como siempre en la cultura rentista.

Hablamos del fanfascismo, de la derecha clerical y meapilas de este país, presa de una cultura feudal, como en los setenta la Democracia Cristina en Italia, que no ha hecho otra cosa que vivir por encima de nuestras posibilidades.

De la España vaciada a la España saqueada, del desplazamiento a la segregación espacial y económica, el fanfascismo anida en los medios del franquismo sociológico y amenaza con la restauración conservadora para seguir vendiéndonos la moto.

El cierre de Sálvame representa, en este sentido –ya lo advertimos–, el fin de la monarquía y el jaque mate a las cloacas del Estado y de La Fábrica de la Tele; el fin de la delación nacionalcatólica, todo en una, Ama Rosa y Villarejo, el rey emirato y la guerra sucia; la extimidad y el escándalo; la Operación Deluxe y el lujo suntuoso del universo jeque.

Una suerte de jaque a los jeques y telepredicadores de la pornografía sentimental que esperamos se resuelva de modo distinto a otras etapas de la historia. Más que nada por agotamiento de los porno jefes del Estado que nos han impuesto.

Ya es hora de la solución multiusos, todo en uno. Otra solución sería inaceptable, para algo se viene dando tal deriva, con sentido, y sin consentimiento, de la institución de una plebeya presentadora de televisión, con los telecuore y el cese de Vasile, que abandona el barco del espectáculo berlusconiano de Las Mamachicho para instaurar la línea sado de Ama Rosa.

Como en el periodo de 1874 a 1923 o como con la dictadura de Primo de Rivera y el franquismo, los amos de la información andan ya sin disimulo: a partir de junio solo tienen voz las élites de la oligarquía económica y sus portavoces o secuaces.

Toca, pues, aprender las lecciones y que seamos inteligentes, no vayamos a terminar como la izquierda en Italia. Ama Rosa, Iker y los paranormales catódicos trabajan a diario para ello, en clave realismo capitalista high definition. Así que, si el miedo paraliza y nos desmoviliza, es tiempo de disputar el discurso del distanciamiento social rearticulando afectos y redes de cooperación.

Del otro lado ya sabemos lo que hay: ideólogos a lo Mariló que afirman que el mundo es de ellos por montera, aunque sea Montero y no sepan otra cosa que repetir, cual papagayos, Venezuela, Cuba y el eje del mal, sin pericia ni técnica.

Por algo tiene lugar la crisis del periodismo que, en el fondo, es la crisis de la representación y de toda mediación social. Incluso en la Academia, donde se ha perdido el principio de auctoritas, inmersa como está en el reino de la mercancía, sin corazón ni cabeza, sin autenticidad, coherencia, magisterio, virtud ni ejemplaridad.

Así andamos con los Borjapijos de saldo y turno de oficio, escuchando un serial radiofónico de los años cincuenta en pleno siglo XXI, cuando no haciendo realidad el sueño húmedo del Metaverso, para vivir, trabajar, socializar y proyectar mundos imposibles pasando primero por caja.

Un mundo regido por la ley de hierro de la administración de los hombres y las cosas en la sociedad positiva que nos recuerda la cueva de Platón. El reino de la virtualización como simulación del dominio del fetichismo de la mercancía, basada en la colonización del tiempo, el control de la economía de la atención mientras sufrimos déficits de atención de lo que de verdad importa: la vida. Claro que, para este caso, el guion de Ama Rosa Quintana no sirve, salvo que confundamos el ritual sado con la realidad vital.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

15 abr 2023

  • 15.4.23
En España no domina la política florentina sino la de Florentino, una cultura política obscena, muy del universo del estraperlo, submundo del que proceden nuestros grandes prohombres de la patria, hechos a sí mismos de los despojos del esclavismo y el genocidio de Paquita la Culona.


Hablamos de personajes dickensianos, feudales, con puro en la mano, y olor a lejía o Barón Dandy, una escenografía cuyo hedor y toxicidad hace cada día más irrespirable el entorno, incluso imposible el disfrute del opio de las masas de un deporte tan popular y maravilloso como es el fútbol.

Los recientes escándalos sobre compra de arbitrajes por el Fútbol Club Barcelona inaugura un capítulo más en la serie de terror protagonizada por el cucañista Pérez en sus sueños imperiales de la Superliga, una suerte de trasunto del absolutismo monárquico con el proscenio del régimen del 78 de por medio.

Así las cosas, da grima pensar en lo que el fútbol se ha convertido como espectáculo de masas, alimentado por los juegos de barrio en campos de tierra, en clubes de amigos y espacios de fraternidad, ahora que solo quedan restos del naufragio en manos del capital y de los mercaderes de las ilusiones vanas que, por querer, no quieren ni jugar, salvo al Monopoly.

A nadie hasta ahora se le ha ocurrido, por cierto, un juego de mesa similar con los clubes de la Liga y los cromos, tipo ficha policial, en el que además de los jugadores aparezcan los presidentes de club y otros interlocutores del presidente del Madrid, como los del monarca huido, los jeques autócratas, los oligarcas rusos (antaño muy apreciados por el camaleónico crupier de la bolsa y la construcción) y otra ralea que vive por encima de nuestras posibilidades urbi et orbi. Sería un éxito en el mercado.

Ahora que todo se compra y se vende, hasta la maternidad, no está de más poner al día los entretenimientos del personal. Es el espíritu de nuestro tiempo, más aún en un país en manos de Producciones Hijos de Puta, como el divertido sketch que hizo célebre el gran Peter Capusotto. Véanlo, para entender el camelo que nos proyectan en la Smartv.


Aquí no tenemos humoristas tan finos políticamente hablando y, los que hemos tenido, han sido perseguidos hasta la extenuación. Bien lo sabía el gran Gila. Pero bueno, no nos dispersemos. Veníamos aquí a hablar de Florentino y de la televisión que sufrimos, como El Chiringuito de Jugones (título premonitorio de los que nos venden la moto).

Y en tiempo de la polémica con el Barça, nos parece que conviene advertir a los lectores de un aviso para navegantes: las corruptelas del fútbol, empezando por su opacidad fiscal y la especulación de los derechos de imagen, es la misma que echamos en falta como norma de debida transparencia en la publicidad institucional, de la que se benefician los medios del duopolio y los chiringuitos de la Iglesia catódica, además de otros tenderetes mediáticos de la extrema derecha, herederos del atado y bien atado.

De ello poco o nada se habla en la prensa deportiva, siempre surfeando por la actualidad y la estéril polémica sin sentido, mientras pasan las cosas de verdad importantes. Por ejemplo, la pérdida de más de 2.000 millones de los clubes de Money League, según la consultora Deloitte, y la crisis estructural de la mayoría de los equipos de Segunda y Primera en nuestro país, lo que da cuenta de una tendencia que cambiará este deporte-espectáculo, esperemos que para volver a lo que fueron los clubes: asociaciones deportivas y no sociedades anónimas.

Si lo que importan son los colores del equipo de nuestros amores, sobra el verde dólar y los traficantes de sueños; están de más los usureros de la pasión y los portamaletines del Santiago Bernabéu. No necesitamos los monaguillos de tertulia y misa diaria, ni los macarras de la moral.

Sobran los García Ferreras y la santa compaña, que es la alianza de la inquisición del capital, cuando tanto precisamos de pasiones alegres, tardes de transistor y tertulias tabernarias sobre el partido del domingo, hoy diario. Nos sobra, en fin, lo que hay cuando falta lo que quiere la gente común: básicamente, que no la engañen, jugar y vivir. Y que nos dejen en paz. Justo lo contrario a lo que hoy es noticia a voz en grito en espacios como los de Pedrerol.

En la cultura del chiringuito, la conexión Villarejo con Ana Rosa Quintana es nuestra final de la democracia diaria, nuestro Partido de las Estrellas que, al contrario que la Champions, nunca lo veremos en los canales en vivo y en directo, porque siempre es en diferido.

Cosas de nuestra política de baja intensidad, muy proclive al modo barroco de la teatrocracia en el que el exhibicionismo y el espectáculo –del palco del Santiago Bernabéu a la Sexta– en el fondo no es otra cosa que el reinado del discurso cínico y la ausencia de la crítica postpolítica, esto es, la falta de la mediación, la ausencia de distancia y reflexividad y, en definitiva, la privatización del dominio público y el imperio de la violencia simbólica, incluido el linchamiento mediático contra dirigentes de Unidas Podemos o las campañas en redes de perfiles anónimos a fin de fomentar la agresividad y el amedrentamiento de quienes representan una amenaza al orden impuesto desde el confort impune de los amos de la información, con el señor Pérez a la cabeza, que asiste complaciente, desde el Olimpo, a los avatares del destino que ha prefigurado para los mortales.

Pobre aspirante tonto a Luis XVI. No sabe que la revolución nunca se ve venir desde Versalles, ni por televisión, y rara vez se logra avizorar. No sabemos dónde y cuándo tendrá lugar, pero con seguridad será en abierto, sin pago por visión, porque existe el porn riot y la pornografía de los disturbios. Y las multitudes enfurecidas ya se ha extendido, de París a Madrid, esperamos que en clave verde esperanza. Porque ya de los grises de los palcos y del estraperlo tenemos empacho hace años.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

18 mar 2023

  • 18.3.23
Todo cambio epocal implica una transformación de las formas de vida y la experiencia, cambios en la subjetividad y en la vivencia de eso que Raymond Williams denominaba "estructura del sentimiento". La de nuestro tiempo, la del amor líquido, afecta en especial a la generación Silver, la llamada baby boom o, para algunos, la Generación Meetic.


El nombre, como es lógico, es lo de menos. No somos del gremio académico nominalista. Líbreme yo, además, de defender toda marca o compañía de las big tech en la era del capitalismo de plataformas. Ponga, en fin, el lector el nombre que tenga a bien convenir.

Lo que importa, a todos los efectos, para el caso que nos ocupa, en este tiempo de zozobra o de sexo fluido, es cómo hacer posible lo social, de qué forma se sostienen los vínculos, si es que este deseo es razonablemente viable en las turbulencias impuestas por el turbocapitalismo de la era digital.

Dice la letra de una samba que "la vida es el arte del encuentro" y he aquí que el personal anda en los últimos tiempos disperso y disgregado, con el deseo sin brújula, orientación ni sentido. En su último libro traducido al español, el filósofo italiano Diego Fusaro plantea en El nuevo orden erótico las disfunciones sentimentales de un capitalismo depredador que amenaza toda convivencia.

La propia idea de fratria, de solidaridad y cooperación, por exigencias de una circulación acelerada de mercancías, símbolos y sujetos intercambiables se torna cuasi imposible. Pues la lógica de valorización por desposesión nos despoja de nuestro propio entorno familiar, de la propia idea de intimidad, necesitado por su naturaleza de amores fugaces, sujetos libertinos, nómadas, migrantes, acelerados, sin habitus, deshabituados, sin raíces, encadenados al movimiento perpetuo, como una cinta porno interminable, siempre en acción.

Más allá de las simples críticas de rojipardismo que se suelen atribuir al autor desde la llamada izquierda wok, una lectura de este ensayo exige cuando menos una reflexión serena sobre el erotismo, la disputa del sentido común sobre el amor y la familia, a modo de vindicación, en tiempos de libre comercio.

Más aún cuando la Generación Z asume acríticamente, a veces de forma antagónicamente inconsciente, la imposibilidad de toda relación estable, condicionado como está por un mercado laboral que proyecta narrativas y vidas precarias, formas intermitentes de subsistencia que limitan una visión a medio y largo plazo de las trayectorias personales.

La naturaleza volátil, nómada de los amores y placeres por vivir son, en cierto modo, un trasunto de las condiciones de producción. El problema de ello es que afecta de forma determinante la reproducción misma, incluida la educación, con la imposibilidad de ecologías de vida diseñadas en común.

Cabría plantear en este sentido un contrapunto o una mirada más integral cuando se critica el amor romántico en función de una suerte de algofobia, que en el fondo no es otra cosa que el rechazo pragmático de todo compromiso, la asunción del presente infinito, inmersos como estamos en los avatares de un capitalismo a la deriva en el que no cabe la épica, mucho menos el duelo, la entrega o la pena, de acuerdo al guión prescrito de la disneylandización de las emociones, el amor de consumo rápido e indeleble, en forma de serie o capítulos de corta duración.

Ahora, esta lógica cultural, como podrá colegir el lector, no está exenta de consecuencias nefastas y dolorosas para el sujeto, empezando por la epifanía del propio duelo que se quiere eludir. Una de ellas, diríase que la principal, es la falta de equilibrio, o el desorden y crisis afectiva que se extienden en nuestro tiempo como epidemia social.

En la era de la posdemocracia, los tratamientos psicológicos se multiplican y la salud mental se convierte en un problema de estado en tiempos de silencio y soledad. Al tiempo el mercado del amor tiende, como sector económico, a cotizar al alza: sea en forma de libro de autoayuda, de redes sociales de contacto, incluidas las antiguas agencias matrimoniales, o en los modelos premodernos de las caravanas, los speed dating y cruceros de relación.

Todo vale para cubrir el agujero negro o el vacío existencial del modo de producción dominante que acompañan las relaciones efímeras que se disuelven en el aire como parte de las formas extensivas de la fábrica social característica de un capitalismo depredador que mercantiliza hasta las fantasías de lo íntimo o privado a condición, claro está, de pasar primero por caja, que es tanto como aceptar la conculcación del principio de autonomía, la vulneración de los propios derechos, y asumir, por activa, como con las cookies, la renuncia a todo compromiso con la primera persona del plural.

Así anda el personal, extraviado. Normal en un mundo en el que todo es "pos", pero sin trama ni relato creíble; una vida hipotecada en forma de discurso de la resiliencia que no es sino el envase de una marca de pornofarmacopolítica porque, en este mundo happy, no cabe la tristeza ni la melancolía, no es bien recibida la trascendencia ni la heroica entrega.

Nuestra era es un tiempo sin Antígona. Solo comedia y relaciones esporádicas. Cosas de la vida eventual que impone una forma de eugenesia, productiva y reproductiva, convertidos como estamos en una máquina eficiente siempre, dispuesta a acumular el máximo capital erótico, en tanto que objetos disponibles no para sí sino ensimismados, en función del momento del intercambio.

De modo que, paradójicamente, el placer convierte la complacencia en autoindulgencia, el deseo y la pasión en pura visión, y la experiencia del erotismo en un tipo de narcisismo 2.0 sin futuro, esperanza, ni proyección, más allá de la efímera promesa de un match, de un encuentro que, en realidad, es puro desencuentro como corresponde a una sociabilidad envanecida propia de la cultura de la vanidad banal o vulgar de pasiones tristes más que alegres.

Amor empaquetado de nulos o superficiales sentimientos, amor líquido, en palabras de Bauman, que en la era de Meetic o Tinder reemplaza el azar por el cálculo del algoritmo y el materialismo del encuentro por la programación calculada de los indicadores de compatibilidad: una suerte, según Badiou, de domesticación del amor.

Así que a fuerza de vida artificial y artificiosa nos hemos transformado en mascotas virtuales, una figura patizamba que nos retrotrae a la gloriosa década neoliberal sin tanto brillo ni oropel, sin voluntad ni espíritu, solo simples tamagotchis o complementos de ocasión, a la espera de un uso fugaz y reactivo de nuestros cuerpos y nuestro deseo en función del circuito de retroalimentación y la infinita cadena de intercambios.

Bienvenidos, en fin, al desierto de lo real, al imperio del individualismo posesivo en el que el amor libre es pura figuración imaginaria, un encadenamiento sin sabor a ti ni pasión, reducido a la burda forma mercantil del eterno retorno y el libre flujo.

Nada que ver con la libertad sexual pues, en la raíz de estas lógicas o manifestaciones del eros, no se encuentra el deseo sino la renuncia a toda entrega libidinal radical, el miedo en el fondo al amor y el compromiso que es otra cosa bien distinta a la forma burguesa de la racionalidad instrumental, hoy prácticamente universalizada por exigencias de la producción.

La cuestión es si es posible amar sin pasión o vivir sin voluntad de vincularnos con alguien más allá del presente perpetuo de la pura contingencia. Los rockeros románticos de la Generación Silver pensamos que no. Somos conscientes de que no hay futuro posible sin fraternidad ni cooperación, pero los relatos dominantes cuentan una historia que, básicamente, afirman lo contrario y anulan toda narrativa en común.

Lo hacen, hasta la saciedad y el hartazgo, desde una visión no libertaria sino básicamente liberal y reaccionaria, por feminista que parezca tal vindicación, pues como toda democracia la libertad es correlacional, implica una cuestión de límites y acuerdos, de autodeterminación colectiva, no de ficcionalización a lo Robinson Crusoe. Es hora, pues, de pensar y definir cómo podemos construir otra forma de relacionarnos, sin enredos ni plataformas. La vida nos va en ello. Créanme.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

22 feb 2023

  • 22.2.23
Agrega y vencerás, dispersa y divide y lograrás imponerte. El arte de la guerra, probablemente, es uno de los libros más vendidos en Amazon y estamos convencidos de que es el texto de cabecera de los GAFAM –el acrónimo que se refiere a las cinco grandes empresas tecnológicas estadounidenses: Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft– a juzgar por cómo anda la industria periodística en Europa.


La extensión del servicio Google News Showcase en nuestro espacio comunicacional da cuenta de un proyecto, el comunitario, claramente a la deriva, para el que no han faltado los colaboracionistas empeñados en asumir una posición de subalternidad.

Es el caso de grupos regionales de prensa, como Joly, prestos a facilitar el proyecto de dominio americano del flujo y circulación de información. Un error que nos puede costar caro, como la guerra de Ucrania, pues el principio de selección, la opacidad del algoritmo, no es solo un problema de transparencia. Ni siquiera de equilibrio en la estructura de comando informacional.

Estamos, básicamente, ante un dilema económico y político, una decisión que no solo perjudica nuestra industria sino que favorece la lógica concentracionista con la que marginar a medios incómodos, además de convertir las cabeceras europeas en meras franquicias para el agregador. Una suerte de maquilas de la información.

Pero estas razones no han pesado mucho en la decisión final. Tanto la Asociación de Medios de Información (AMI), con Vocento y Unidad Editorial a la cabeza, favorable a una negociación colectiva de derechos, vía CEDRO, como el Club Abierto de Editores (CLABE), hace tiempo que se han rendido al imperio Google.

La división, como consecuencia, entre los editores europeos se va a traducir en la dependencia informativa de España y la UE del coloso americano. La historia se repite, pues, como farsa, antaño con CNN + y hoy con la prensa digital.

En la historia de la comunicación conocemos bien este tipo de maniobras y el resultado final, con las nefastas consecuencias que sufrimos a diario, ya sea en la primera Guerra del Golfo Pérsico o, actualmente, en la guerra de Ucrania.

Hace unos días celebramos los Goya en Sevilla y deberíamos pensar si, de verdad, valoramos nuestro cine, si realmente la Comisión Europea apuesta por la autonomía cultural y la soberanía tecnológica cuando, año tras año, nuestra industria, pese a la Política Audiovisual o el programa Media que hace posible que cine andaluz como Módulo 77 se vea en las pantallas, va perdiendo cuota de pantalla y posiciones ante el arrollador dominio del oligopolio estadounidense.

Ya no están con nosotros los Bertolucci y Godard que inspiraron a las autoridades comunitarias la iniciativa de una política pública para intervenir el mercado audiovisual. Y los retrocesos de la política de comunicación de Bruselas son más que notorios en las dos últimas décadas, mutando de la Directiva sin Fronteras a un brindis al sol contrario a materializar cualquier cambio –por leve que sea– de la estructura de dependencia a la que estamos sometidos.

Resulta, por lo mismo, cuando menos triste observar un panorama desolador en el que empresas como el Grupo Joly y el aragonés Henneo van a pasar a la historia como el caballo de Troya que contribuyó al aterrizaje del imperio de Silicon Valley en nuestro espacio comunicacional. Más que nada porque la operación nos va a salir cara a todos.

Pero la Comisión Europea no ha aprendido la lección. Al imperio Google no se le para con sanciones de 500 millones de euros como en Francia, sino con medidas que avancen en nuestra autonomía. El nuevo Estatuto de Andalucía abunda en esta demanda, pensando en medios y mediaciones propias, de proximidad, pero más de una década después nos siguen contando nuestra realidad desde Madrid o Barcelona cuando no desde Los Ángeles.

Mucho nos tememos que, como en tiempos de falta de cobertura de la radiotelevisión en mi pueblo de Gobernador –la "zona de sombra" en jerga de ingenieros–, termine siendo hoy un tiempo de silencio, un apagón informativo o de tinieblas, un tiempo, en fin, marcado por el imperio Google y el algoritarismo como nueva forma tecnofeudal de restauración conservadora.

Y mira que la Unión Europea (UE) debiera haber escarmentado tras el Brexit, inmerso como está en un proceso de descomposición penoso. Pero parece que prevalece en los eurócratas la pulsión de muerte y la confianza en los enterradores y lobbys rentistas, como la Asociación de Medios de Información (AMI), una entidad tan poco fiable como OK Diario o la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), frente patronal del matonismo que amenaza la libertad de expresión, confundida con la libertad de empresa.

Estos días, por cierto, desde la SIP volvían a reclamar ayudas del Estado. Lo paradójico es que, en su última campaña, afirman su voluntad de servicio público y compromiso con el periodismo y empiezan, he ahí la praxis, por despedir a personal o no contratar periodistas, pues consideran, bien lo sabe el editor de este medio en su calidad de decano del Colegio de Periodistas de Andalucía, que la libertad de prensa pasa por su real voluntad empresarial de libre contratación, estén o no titulados quienes han de ejercer tan noble profesión.

Lógica posición cuando, para ellos, la noticia es solo un señuelo, un "reclamo", como dijo el primer estudioso de la prensa en Europa, que definió un periódico como un aviso publicitario rellenado con información para atraer audiencia.

Es normal que pongan el grito en el cielo cuando hay que regular la publicidad (pese a la lacra de la ludopatía, por ejemplo) o cuando los "roedores marxistas", como nos tildaban en Bruselas, proponemos una ley de publicidad institucional más transparente y ecuánime, evitando la lógica del fondo de reptiles en pleno siglo XXI, ya sea en la Comunidad de Madrid, con la liberticida Ayuso y sus arietes mediáticos a lo Inda, o en la Junta de Andalucía, cuyo Gobierno tiene bien cubiertas las espaldas con el dinero de todos, regando regularmente los medios y los estómagos agradecidos.

En otras palabras, visto lo visto, conviene tomar muy en cuenta lo que está en juego con la agregación de diarios en la red en un contexto de eliminación sistemática de voces críticas. Y no hablamos solo de su eliminación simbólica en la guerra cultural de cero muertos.

En su trabajo Matar a un periodista. El peligroso oficio de informar (Los Libros del Lince, Barcelona, 2010), Terry Gould ya advertía que más del 90 por ciento de los más de mil periodistas asesinados desde 1992 eran periodistas locales y, prácticamente la totalidad de los instigadores –en torno al 95 por ciento– ha evitado la cárcel.

Estamos, en fin, a merced de sociópatas que encarcelan o torturan a Julian Assange, que liquidan toda veleidad informativa en Colombia o procuran capturar toda voz en las cadenas, valga la ambivalencia de la expresión, hegemónicas, tal y como sucede en los propios Estados Unidos, más dados a comprar voluntades, por su origen esclavista, en modo monocultivo de la información gracias a las plantaciones de Silicon Valley.

Para tal labor cuentan con un ejército de predicadores, intelectuales orgánicos del capital, como Mario Vargas Llosa, que no paran de recordarnos que para tener derecho a la existencia y a prosperar los medios deben dar noticias y espectáculos –supongo que ello incluye también la vida de su pichula con Isabelita–; que necesitamos, dice, informaciones con color, con humor y atractivo suficiente para atraer el público, aunque sea mediante la ficción, como en la defensa de la democracia ahora que Pedro Castillo fue preso y el instinto plebeyo se manifiesta en Perú en demanda de derechos fundamentales. Todo en orden, en fin.

Los próceres de El País siempre a lo suyo, defendiendo la Ley Audiovisual como una norma para liberar las parrillas, lo que no es sino una contrarreforma y desregulación en menoscabo del derecho a la comunicación y en favor del duopolio, los anunciantes y los operadores transnacionales del capitalismo de plataformas.

Lo mismo de siempre: la flexiseguridad como garantía del capital contra lo común por medio de la autorregulación de lo que no es suyo, sino de todos, pero que nos venden sin gracia, y con todo lujo de detalles, mostrando el mundo al revés: los intereses creados como universales y los derechos comunes a la comunicación para todos como intereses especiales. No sé si es apropiado llamarles "casta", pero peligrosos AMI(gos) de la democracia sí que son.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

10 ene 2023

  • 10.1.23
La calidad de toda democracia pasa por su cultura política y no hay experiencia posible sin mediación. Toda reproducción social y la política del acontecer dependen por lo mismo de los medios de representación. Si la función vicaria de estos es insalubre, la esfera de deliberación queda bloqueada o limita el despliegue de las potencialidades y atención a las necesidades radicales que constituyen la función pública asignada por la Constitución al derecho fundamental de libertad de expresión.


Es el caso de la Cultura Avatar patria. En nuestro país, al histórico déficit democrático de absolutismo, dictaduras, oligarquía y caciquismo, especialmente en Andalucía, cabe añadir hoy un desequilibrado sistema informativo que produce una paupérrima cultura mediática y, por ende, una ecología cultural tóxica y decadente, que afecta a todos los espacios públicos de socialización, incluida la Universidad.

Estos días que cumplo treinta años de carrera académica me he parado a pensar qué nos está pasando y cómo hemos llegado a tal grado de deterioro del sistema universitario. Lejos de las proclamas sobre la venida de los bárbaros, como razona Alessandro Baricco, el problema no es generacional, considerando los datos comparativos con otros países de nuestro contexto europeo, o más allá de los países americanos y asiáticos.

Pero en el discurso público se sostiene, sin fundamento ni prueba que lo acredite, que estamos ante la generación mejor formada de la historia de España. Lamento tener que negar la mayor. El 8M, por ejemplo, descubrí que mis alumnos admiran a Taylor Swift pero ignoran qué es la Sociedad para las Telecomunicaciones Financieras Interbancarias Mundiales (SWIFT).

Conocen a centenares de influencers, irrelevantes para la cultura general, pero ignoran el nombre de importantes actores políticos, cuando no a los propios referentes de la cultura nacional. Hay profesores de Periodismo que ya ni hacen test de actualidad a un alumnado que ya no es que haya dejado de leer medios informativos de interés general, es que ni por asomo siguen la agenda periodística, con un nivel de lectura y de comprensión lamentables.

Puede decirse, sin ánimo de exagerar ni ofender a nadie, que la competencia cultural entre el alumnado universitario ha retrocedido a niveles de los tiempos del Instituto Libre de Enseñanza, cuando la mayoría de la población era, por lo general, analfabeta o manifestaba serias dificultades funcionales de análisis de la realidad. Paradójico, en el país de Cervantes y con una de las más importantes industrias editoriales de todo el mundo.

Y lo malo es que, sabemos, modo Black Mirror, que el futuro puede ser peor. Relatos como el de la periodista Talia Lavin sobre La cultura del odio (Capitán Swing, 2022) demuestran que el escenario de lo yuyu, la cultura de la ignorancia, del Capitolio a Madrid, se extiende y domina nuestras vidas como la pandemia.

Cosa previsible si hacemos la genealogía del pensamiento irracionalista que gobierna la hoja de ruta del ordoliberalismo desde los tiempos del televisivo Ronald Reagan. En otras palabras, contra la razón y contra todos, los tontos de la linde proliferan y, ojo, no es una cuestión de títulos o educación. En la universidad vivimos rodeados de ellos.

Y empieza a permeabilizar la práctica teórica y docente con la ludificación y otras formas sutiles de degradación del conocimiento y la vida académica que impone la happycracia. Como consecuencia, la cultura de "todos contentos" ha terminado por formatear en el vacío histórico cultural a toda una población universitaria manifiestamente acrítica con el efecto placebo de un medio ambiente cultural limitado, por no decir primitivo, proclive a la abulia, la apatía y la sumisión como norma. Nada que ver con la virtud republicana de la ejemplaridad de Fernando de los Ríos.

No sorprende, por lo mismo, que el trending topic sea el único horizonte cognitivo de esta generación inmersa en la imaginería social de la comunicación gregaria, basada en el masajeo de la opinión pública como opinión prefabricada.

El algoritarismo es solo un acelerador de lo asimilable y políticamente correcto. El laboratorio social de captura del Big Data vulnera así la democracia, amenaza principios básicos de igualdad, libertad y transparencia y extiende además sistemáticamente la lógica de la redundancia como marco de referencia de la Cultura Avatar.

Es evidente que estas condiciones son imprescindibles para la acumulación por desposesión de lo común, cuya lógica cultural, propia del capitalismo, viene necesitando mayor predictibilidad y control social en el diseño de un mundo vigilado, como demuestra Mattelart.

Esta cultura sincronizada hace posible ignorar la verdad, negar la ciencia y liquidar la razón ilustrada para justificar, por ejemplo, golpes de Estado como el de Bolivia, ya no digamos el franquismo en España, mientras tecnolibertarios, intelectualoides de pacotilla y criollos resentidos con las conquistas de los cholos y los descamisados repiten su discurso al servicio de establishment de la OTAN.

Mientras, en el postcovid de la nueva normalidad, los GAFAM consolidan el liderazgo hegemónico en las políticas de representación, con Amazon aumentando más del 50 por ciento y un crecimiento que supera el Producto Interior Bruto (PIB) de muchos países y Google atesorando beneficios de más de 76.000 millones de dólares.

Parece, pues, llegada la hora de advertir que no podemos seguir en las nubes, que no podemos ser colonizados en el espacio virtual por Amazon Web Services (AWS) al servicio de sus intereses de dominio aplastante, ni podemos permitirnos por encima de nuestras posibilidades unas autoridades universitarias que venden nuestros datos, correos y recursos virtuales al imperio Microsoft.

Es hora, en fin, de recordar que "avatar" no solo designa la identidad virtual que escoge, como la máscara, todo usuario para proyectar su rol social en la cibercultura. En su primera acepción, de acuerdo con la Real Academia Española (RAE), cuando hablamos de Cultura Avatar conviene empezar a asumir que, hoy por hoy, tiene más que ver con la vicisitud o acontecer contrario al buen desarrollo o ideal, el propio que prolifera entre el cosmopaletismo y los ciberhipster cultivadores del sinsentido y la estupidez por sistema, en lo teórico y, sobre todo, en la práctica. Idiotas de la nada, en el sentido etimológico del término.

Hacedores o colaboradores necesarios de un procomún colaborativo y en red con democracia de baja intensidad, una creatividad banal del Fan Edits y la fascinación propia del fascio, en el que todo texto es absorción y transformación de otro texto pero en línea, contrariamente a Julia Kristeva, tautológica.

Espero que, visto lo visto, comprenda el lector mi abatimiento, en este trigésimo aniversario, rodeado de tanta Cultura Avatar. Si el futuro de Andalucía es la educación, tenemos un serio problema, y no se resuelve con presupuesto.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

9 nov 2022

  • 9.11.22
En la era de las pantallas, están las normas HD, la alta definición, imprecisa y pixelada, a conveniencia de las telecos, los oligopolios del capitalismo de plataformas y los Hijos de Puta, que son los que gobiernan la red. En esta modernidad líquida, nuestra vida más que digital está gobernada por la curia de los HDP, una especie proliferante, que se multiplica como conejos, campando a sus anchas hasta descarrilarnos por el AVE de la velocidad controlada, que es tanto como el momento autómata programado y sin sentido.


Pero casos como GameStop anticipan la guerra que tenemos, y que no es la de Ucrania precisamente. La guerra de guerrillas ha llegado para quedarse. Y los fondos buitre tiemblan porque el miedo ha cambiado de bando en plataformas de intermediadores como Robinhood.

Primero empezó el espectáculo, luego la política y el periodismo y ahora toca las finanzas. O puede que haya sucedido al revés, no hagan mucho caso a este analista. El caso es que es notorio el descontento de los nadie. En foros como WallStreetBots lograron articular una respuesta coordinada contra los especuladores que da que pensar. Más aún cuando se da la paradoja DE que el caso fue sobre un negocio del juego y no vemos aun el videojuego en el que nos han metido los hijos de Wall Street, o de Reagan, que para el caso es lo mismo.

No en vano, este hiperrealismo hijo de perra es una suerte de neobarroquismo ya anticipado por Calabrese. Una cultura del exceso que prolifera por encima de nuestras posibilidades. En 2030, la Agenda ODS no sabemos si cumpllirá siquiera la mitad de sus objetivos pero, mientras, Amazon consumirá, previsiblemente, el 10 por ciento de la electricidad mundial como mínimo, mientras nos felicita las fiestas en Navidad con un mensaje sobre la empatía y la amistad, cuando quieren jodernos la vida.

Ya saben, los vendepatrias y traidores a la causa del pueblo siempre pueden prometer y prometen, para luego ejecutar lo contrario. Pero no me hagan mucho caso. Vivir entre pantallas es lo que tiene: que uno confunde los planos y termina hablando del franquismo sociológico, debe ser por exceso de información.

La neurosis de una iconofagia que no cesa como derroche de imágenes y bits o píldoras de información deriva por sistema en el colapso. Hay datos alarmantes ya. Los tratamientos por adicción al móvil han crecido un 300 por ciento, un trastorno ya diagnosticado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), otra pandemia de la que nunca hablamos.

Perdemos ciencia, conciencia y paciencia. Signos de un mundo a la deriva que puede y debe ser enrumbado. Quizás por ello debamos hablar de economía política del tiempo. La pérdida de la periodicidad, no sé si es la muerte del periodismo por la aniquilación del intervalo como imposición del ritmo frenético del capital.

En palabras de Martín Caparrós, “los medios quieren mandarte un flujo constante interminable porque su negocio consiste en mantenerte pinchado non stop”. Así que, parafraseando al gran Charly García, nos siguen pinchando abajo. Es hora de guillotinar tal mangoneo, aunque sea por puro cansancio o por mera salud pública.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

20 oct 2022

  • 20.10.22
Robinson Crusoe ha muerto y la isla de los famosos, también. No se fíen de los resultados de audiencia. La postelevisión deriva el sistema audiovisual en otra dirección. Pues la era de la mascarilla es la del anonimato y la multitud en emboscada, no la del sistema mediático estelar.


Los cinco minutos de gloria, a lo Andy Warhol, ya fue. Bien es verdad que, como en las telenovelas, sigue siendo atractivo el reclamo del exotismo natural, la playa virgen y la virginal confesión de los muñecos parlantes, candidatos a una fama de saldo. Pero ya hasta resulta familiar.

La tele nos mira y proyecta un paisaje que es complementaria de la vida nómada de la turistificación, cuya imagen fija siempre es el fetichismo de la mercancía, la era del aburrimiento como principio de universal equivalencia, el sedentarismo de la reproducción de más de lo mismo.

En suma, la revolución de la comunicación es la colonización del tiempo libre como tiempo de consumo, la feria de vanidades del grand tour como reality show de la experiencia singular hipermediatizada sin más aventura que volver a mirar la pantalla cada semana.

En la era del teatro expandido, de la performance y de las artes escénicas digitales, la dieta de comunicación del reality show desborda así las capacidades creativas: sin improvisación, con escaleta, con la ley de hierro de la interpretación fingida y la anulación de toda sensibilidad y emoción posibles.

Malos tiempos para el goce, como cabía esperar en una economía sádica y oligarca dada al exceso de sus posibilidades aplicando el BDSM sobre nuestros cuerpos y deseos. Por eso da que pensar que muchos individuos, como diría el gran Antonio López Hidalgo, sigan aspirando a ser unos cipotones. Cosas veredes, amigo Sancho, que la imaginación nunca creería.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

22 sept 2022

  • 22.9.22
Como todas las semanas, en el periodismo deportivo, que vive cada jornada el partido o derbi del siglo, pareciera –o, al menos, nos hacen vivir la sensación, falsa la mayoría de las ocasiones– de asistir a un choque inédito y extraordinario. Igual que en la actualidad política se recalca como perorata redundante que estos son tiempos históricos.


Vivimos –se nos dice, cinematográficamente hablando– momentos fascinantes, lo que da qué pensar, al menos para los que nos abonamos a la filosofía de la sospecha. Más aún cuando en el espacio mediático proliferan discursos apocalípticos a lo Roland Emmerich que, como el maltusianismo, piensa una solución final reciclada ante el colapso del capitalismo.

Por ello es más fácil imaginar el fin del mundo que trascender el orden reinante. La caja de imágenes decadentistas del blockbuster que nos invade es lo que Trump a la política: una comunicación paralizante, pero con gran poder de sugestión. Tiempos, en fin, de fascinación, de fascio o de falo, como gusten.

Añádase a ello el horizonte Marvel Disney para niños y la ideología supremacista de la vida sigue igual cantada por Julio Iglesias y tenemos el cuadro completo de una narrativa del paroxismo, alegoría de la catástrofe como horizonte de futuro contra el principio esperanza.

Un romanticismo reaccionario cuyo imaginario a lo Griffith es deudora de la retórica del capitalismo excedentario, pues la imaginación del desastre (Sontag dixit) impone el moralismo de un orden imposible en lugar de hacer posible lo que se niega.

Y en este punto estamos, parafraseando a Marx, en el que lo animal se convierte en lo humano y lo humano, en animal. Y si de bestiario se trata, en la piel de toro estamos a la vanguardia. Cada jornada política queda más claro que el orden mediático nacional es fascinante, o del fascio.

De la fábrica de sueños a las nuevas fantasías electrónicas, el modus operandi de la industria cultural patria cumple los sueños húmedos de Ford en su voluntad de tener simios amaestrados por trabajadores. En eso andamos. Y la globalización que nos proponen los cosmopaletos facinerosos de VOX resulta cuando menos inquietante.

Pero no diga el lector que no está advertido. Algo debería intuir a juzgar por nombres como Amazon o Alibaba. Estos tecnócratas corporativos son unos linces para los nombres. Y mientras admiramos el rótulo luminoso, fascinados, la luz de gas de neón ciega toda oportunidad de vida y de proyecto colectivo, salvo predicar el sambenito del mercado, aquel en el que, si te descuidas, te roban los datos y la cartera.

Ya nos lo cantaron los salseros: "camarón que se duerme, se lo lleva la corriente". Así que atentos a las fantasías fascinantes que los reflejos del fetichismo de la mercancía nos circundan. Manden a la verga tal lógica si no queremos acabar siendo colaboracionistas de la solución final para el planeta. He dicho.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

20 jun 2022

  • 20.6.22
Mientras el candidato Risitas, que ni gracia hace, engaña hasta ayer al personal afirmando que "Andalucía Avanza" mientras no deja de recortar personal sanitario y docente, con franco deterioro de los servicios públicos, el Comité de Empresa de la Radio y Televisión de Andalucía (RTVA) celebró una nueva huelga, coincidiendo con el último día de cierre de campaña, con un porcentaje de seguimiento superior al 80 por ciento.


Lo contamos aquí porque, casualmente, apenas ha tenido eco en los medios del régimen y porque ya quisieran los responsables del ente público radiotelevisivo una cuarta parte de esta cifra de seguimiento en los índices de audiencias. Pero con esta dirección no es que parezca improbable, sino más bien imposible.

El recorte del 10 por ciento del presupuesto, junto a la descarada y abierta manipulación informativa, han deteriorado la empresa a tal grado que “La Nuestra” es hoy solo un baluarte de la guerra cultural de la extrema derecha al servicio de los de siempre, los mismos que nunca creyeron en la autonomía andaluza. Resultado: se ha devaluado un medio público que era referencia en la región y uno de los mejores canales autonómicos del Estado.

De la misma manera que en la Guerra Civil, pasando a degüello a los parias de la tierra y a sus clases más avanzadas e ilustres, los Zancajo de turno –ahora Carmen Torres– se han dedicado a censurar y a eliminar toda voz no plegada a esta función vicaria de Telebendodo.

Ello ha agravado los conflictos en las redacciones con una plantilla insuficiente, desmoralizada por la falta de proyecto y liderazgo y la continua injerencia de los comisarios del Risitas. Al tiempo, la recaudación publicitaria ha descendido, el déficit ha aumentado, la audiencia sigue en descenso paulatino, la credibilidad se mantiene gravemente afectada y algunos, mientras, haciendo el negocio de las productoras o en la espiral del disimulo como Más Análisis, de Teodoro León Gross, que empezamos a dudar si alguna vez fue profesor de Periodismo o simple lector de Dovifat convertido –o, quizás, convencido de ser mero speaker de Bendodo–.

Todo ello sin comentar la proliferación de tertulianos de extrema derecha en este y otros espacios. Vamos, que lo del pluralismo no lo han entendido ni lo entenderán. Más aún si hay campaña de por medio. El tratamiento de Vox y el PP ha sido bochornoso y el ocultamiento de opciones políticas transformadoras, una vergüenza.

Canal Sur ha actuado con premeditación y alevosía, incluso haciendo invisible en las encuestas la opción Por Andalucía. Pero ¿qué podemos esperar de una mesa de análisis de derechistas travestidos de demócratas y otros lindos portavoces del orden instituido, otrora pregoneros del PSOE o, incluso, del PA? Nada nuevo bajo el sol.

Por ello, Canal Sur está en huelga y nos tememos que en cuarentena, si no en la UCI. Es previsible, además, en la actual coyuntura, que ni la promoción turística contribuya a una mejoría ante la ausencia de una prospectiva integral de comunicación para el desarrollo que haga sostenible la propuesta.

En otras palabras, proyectos de contenidos como Canal Sur Más (OTT) van a ser pan para hoy y hambre para mañana, una huida hacia adelante que ni el propio director general cree. La pérdida de media de un 10 por ciento probablemente termine siendo mayor con el paso del tiempo, por demografía y mala gestión.

Sin recursos, la plataforma será un contenedor vacío carente de proyección real, mientras se apropian de La Nuestra para garantizar que los andaluces no se levanten. Para eso están al frente de la RTVA. Son, como decía el maestro Antonio López Hidalgo, "de la hermandad del cazo": pusieron la mano cuando el PSOE era quien mandaba; lo hicieron cuando el PA tenía algo de poder en la Junta; lo han hecho ahora con PP y Ciudadanos; y estamos convencidos de que, incluso, lo harán con VOX.

Viven para ello y carecen de todo compromiso público. Tampoco es esperable que los órganos parlamentarios que fueron creados para vigilar el buen funcionamiento del sector –léase el Consejo Audiovisual de Andalucía– pongan coto a tales desmanes. Ya vimos el papel de su presidente, Antonio Checa, con la contrarreforma de la Ley Audiovisual andaluza. De pena.

Mientras siga cobrando elevados emolumentos en lugar de la paga como jubilado, todo bien, gracias. Lo suyo no es precisamente cumplir el mandato de representación, ni cambiar nada. Ya lo harán otros, que es mejor echarse la siesta en el despacho y pasar de puntillas que asumir el mandato ciudadano, no vaya a ser que quien manda se moleste.

Bien lo sabemos en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, cuando fue decano. Ser y estar, pero solo aparentando. No mudar, no hacer, no moverse, no trabajar: solo la espiral del disimulo, por verónicas, a lo Rajoy, que es el estilo que imprime sello en esta tierra.

Colaborador en su momento de El Mundo, debe estar feliz de que Rosell pudiera ser director general de la RTVA –ya están algunos correligionarios como Carmen Torres como avanzadilla, con los resultados conocidos–. Pero tenemos una mala noticia para los miembros de la hermandad del cazo: con Vox se quedarán sin voz y sin chiringuito (como lo califican los Toni Cantamañanas de turno).

Toca ahora, por lo mismo, por urgente necesidad, informar a la ciudadanía de que nos quieren robar lo nuestro, lo común, y hasta la esperanza. Sabemos que no podrán. Y, lo más divertido, ni siquiera lo saben. Es lo que tiene la miopía intelectual: no alcanzan a ver más allá de sus propias narices.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

14 may 2022

  • 14.5.22
La estetización de la política viene siempre precedida por la cultura fanum, por la religación fanática de lo mismo, en una suerte de eterno retorno de las formas primitivas de socialización que hoy experimenta una nueva vuelta de tuerca.


Del olimpismo de la cultura de masas a la cultura fan se observa una radical transformación del universo de la mediación caracterizada por seguidores que son una suerte de híbrido entre fanáticos y suscriptores de un catálogo de Venca para idiotas, con la debida distancia, eso sí.

Y es que la absoluta desmitificación es una condición del universo Youtube, la pérdida del aura vindicada, paradójicamente, como aureola de la autenticidad. En este horizonte cultural prima el principio de diversión. La cultura gamificada se traduce en el dominio de arquetipos exitosos, descomplicados, lúdico-festivos, autónomos y cosméticos por ocurrentes.

En esta espiral del disimulo y los salones de espejos-pantalla, las redes proyectan el señuelo del principio de autonomía, la percepción documentada por el estudio Los youtubers: espejos influyentes en el proyecto de vida adolescente de que son ellos quienes dominan la red, seleccionan las fuentes y producen lo público como privado. Pero nada tan lejos de la realidad.

Como en la cultura pop, no hay fan sin mercificación, por abstracta que esta sea, como también toda lógica de mediación da pie a procesos creativos de reapropiación. Puede escuchar el lector el disco Fuerza Nueva de Los Planetas y El Niño de Elche, un proyecto en el que exploran esta hipótesis para hackear las nociones del universo fan.

Inversión plebeya de apropiación de la cultura pop, como ilustra Pedro G. Romero, que a partir de la remezcla permite una lectura otra del canon: de Ocaña a Rosalía, de Guy Debord a la posmodernidad caustica proyectando nueva luz sobre la refracción simbólica que nos inunda y alcanza.

No olvidemos que la Fan Fiction es, en términos de Foucault, una función clasificatoria, aunque abierta, como el Fan Mix, el hibridismo, la reapropiación y la multiplicidad de máscaras y roles, de funciones e imágenes propias de la cultura de la Triple R (reducir, reciclar y reutilizar) aunque, con frecuencia, se expanden imponiéndose frente al principio esperanza (Bloch) el principio de responsabilidad (Jones) que no es otra cosa que el culto al orden reinante. Un mar de contradicciones.

Estemos atentos en cualquier caso a la nueva generación, un cosplay puede dar lugar a cualquier cosa. Quién sabe cómo y dónde.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

20 abr 2022

  • 20.4.22
Mi buen amigo Sebastián Martín Recio me reprocha, con razón, que deje de actuar como profesor. Mira que ambos somos admiradores de Anguita (ilustrar, en un sentido gramsciano, enseñando, pedagógicamente), pero lleva razón. Últimamente, no paro de advertir “te lo dije”.


Debería equivocarme, por simple cambio de hábito, o por empatía con quien ha tenido a bien compartir una difícil aventura de mediación para la unidad de la izquierda andaluza. Pero lo cierto es que este país no es diferente. Falso adagio franquista.

Este país es previsible y doctorado en el error persistente. El último episodio ha sido la guerra en el PP, que apenas ha empezado. Un folletín de mal gusto que daría para una serie B dominical. Ya sé que resulta fácil escribirlo a toro pasado, pero desde el minuto uno avisé a amigos del PP que Pablo Casado es Pijus Magnificus, y que acabaría traicionado por su consorte voxera Ayuso, a la sazón Incontinencia Suma.

Lo que nadie alcanzó a imaginar es la forma y virulencia con la que se defenestró al presidente de los conservadores. Más que nada por el rol de la prensa. La perplejidad de la desconfianza de los medios que vivimos es una anomalía democrática en la UE solo equiparable a Polonia y Hungría. Y lo más llamativo es que escurran el bulto, profesionales y cabeceras pagadas con el dinero de todos.

El caso es que hemos traspasado una línea roja en dirección al modelo Fox News desde el clásico modelo de la BBC. Convendría por ello empezar a pensar qué democracia podemos mantener rodeados de adoradores del bulo y el insulto por bandera. Qué cultura cívica se está conformando en la esfera mediática a lo Inda.

Sabemos que en la derecha española tenemos más ajolotes que guajolotes. Nada cabe esperar de una formación que, en lo esencial, es un clon. En otras palabras, para el caso, Núñez Feijóo es tan centrista como el ministro fundador de los simuladores demócratas. Y no hablemos del risitas al frente de la Junta de Andalucía.

Todos ellos comparten con Pablo Casado no solo el actuar cual Pijus Magnificus, sino arruinar nuestro débil Estado del malestar para mayor gloria de los comisionistas de turno, sean de la Casa Real o de empresarios de sí mismos cercanos al poder, sean propietarios de universidades garaje o de hospitales de ocasión, sin contar los proveedores de la nada a lo Florentino Pérez.

Así que habrá que ponerse el mono de trabajo y reconstruir los medios públicos que están hundiendo para que Tele Bendodo pase a ser de verdad la nuestra, para que dejen de contarnos mentiras y poner algo de luz dejando claro que nuestro norte es el sur; para advertir que sin información de calidad no es posible la democracia y que el robo de lo común pasa primero por convertir en moneda común la mentira.

El episodio de la crisis del PP es un síntoma: el cáncer ya saben cuál es. Podemos hacernos los locos y jugar con la ironía, con el principio de inversión de las máscaras que nos ocultan, en medio de la disrupción del carnaval contra las formas escleróticas de la cultura dominante, pero ello no es suficiente.

Hay que empezar a construir democracia democratizando la información, cavar trincheras en los medios públicos y denunciar las conspiraciones de los de siempre contra toda posibilidad de dignidad y verdad. El futuro de Andalucía y de España depende de ello y es un compromiso irrenunciable si somos conscientes de que no estamos solos y sabemos lo que queremos.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

19 mar 2022

  • 19.3.22
No entiendo la insistencia de los medios en llamar a Juan Carlos I "el rey emérito" cuando todos saben que siempre ha sido "el rey emirato"; que con quien se entiende la Casa Real es más con sátrapas y dictadores a lo Franco, Videla o Mohammed bin Salmann, príncipe heredero de Arabia Saudita, que con Hugo Chávez, elegido por la voluntad popular, pese a que le duela a esa sombra de periodista que es Jaime Peñafiel, hoy empeñado en azuzar al vástago como si el rey emirato no hubiera hecho lo mismo con su antecesor en el cargo.


En los Borbones siempre ha habido sangre por borbotones, imaginaria y realmente, por su real voluntad, en muchos casos, esto es lo peor, sobre todo de la gente común. Lo que sorprende a estas alturas del relato es que el caso de Peñafiel no es una excepción.

Si bien es cierto que el cerco mediático ya no existe, el emérito tiene todavía un escuadrón de la muerte y hooligans como Herrera en la Cope, que operan como retaguardia de la operación Abu Dabi. Debe ser que ven normal el blanqueo de capitales, el fraude fiscal o las comisiones ilegales o, tal vez, que para estos leales cortesanos, que dicen ser periodistas, tales delitos no son motivo suficiente para procesar a Juan el breve y listillo.

Apelan incluso, a su favor, a los servicios prestados con lealtad al Estado –sí, lo sé, contengan la risa–, inaudito argumento filibustero. Vamos, que debe irse de rositas, aunque sea por razones humanitarias. Curioso adagio, sobre todo porque no deja de sorprendernos el discurso de tapadillo que circula en los medios de referencia dominante, pese a que la lavandería de las cloacas del Estado funciona así desde Paco la culona.

Espero no obstante con expectación la próxima entrega de este folletín opacado por la guerra de Ucrania. Cuento los días para ver si el próximo anuncio por Navidad es el de Antiu Xixona o turrón El Lobo. Probablemente, lo confieso, se imponga este último.

Una cosa es clara en el final de este serial o sainete: el Borbón no se salvará ni por asomo, como su yate, de nombre premonitorio, del mismo modo que tampoco Felipe VI. La operación Abu Dabi ha fracasado ante la opinión pública.

Y ahora queda el ensayo de Leonor, nombre también anticipatorio y con historia en Castilla y Aragón, de corto recorrido se nos antoja, a juzgar por la historia. Eso se espera, eso deseamos todos, aunque desespere el hijo-nieto de Franco y toda la familia real que ha derivado en patéticos influencers de sí mismos, en el mismo grado que el influyente Felipe, el hijo del vaquero, anda despistado dando cornadas al aire.

No han entendido que la gente no come cuentos. Ni precisan leer los papeles no desclasificados sobre el 23F o las operaciones encubiertas de la judicatura. Estos adoradores de lo imposible, que viven por encima de nuestras posibilidades, ya no representan a nadie, y uno empieza a advertir que ni siquiera son capaces, en su alzhéimer inducido, de reconocerse a sí mismos, por más que continúan interpretando su papel de demócratas convencidos, que no convincentes, en una suerte de travestismo político, como Fraga, de ministro fascista a líder de la oposición, o para el caso, en el mundo de la cultura, de implacables censores a Premios Nobel de Literatura, o de convencidos Torquemadas del Top a topos de la democracia en el Consejo General del Poder Judicial.

Esta es, en verdad, la esencia de la doctrina Botín, y se anuncia a diario en los medios. No tienen vergüenza, ni sentido del ridículo, y carecen del mínimo sentido común de la realidad. Viven en las nubes: en Ginebra o en Abu Dabi.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

16 feb 2022

  • 16.2.22
La era del capitalismo de plataformas es la era de la cultura like, la negación negacionista –nada de negación de la negación–; una cultura, en fin, del pensamiento positivo que todo lo inunda. Esta estructura de sentimiento, esta suerte de climaterio cultural ha impregnado incluso la academia, aislando toda perspectiva crítica como un pensamiento calificado de pesimista. Cosas de la hapycracia.


En tiempos del Caralibro solo vale lo políticamente correcto, que es la celebración de la diversidad siempre y cuando se asuma como verdad teológica la reproducción del capital, el principio de universal equivalencia.

Como resultado se observa una acentuada deriva conservadora en la teoría social que niega la lógica productiva de toda enunciación y manifestación cultural, incluido, como es lógico, el discurso científico, ante lo que podríamos calificar como "nuevo idealismo culturalista" que, por poner un caso como el de algunos estudios poscoloniales hoy hegemónicos, terminan por ser inconscientes de la geopolítica global y del hecho material, concreto y evidente –de sentido común, que diría Pasolini– de una realidad dominante en la que empresas como Disney marcan las condiciones o marcadores ideológicos como actores globales con mucho mayor peso e influencia que antaño, a la hora, por ejemplo, de construir arquetipos islamófobos en filmes como El rey león o de organizar nuestro tiempo libre como neg/ocio, un proceso de expansión ilimitada.

Frente a esta praxis teórica negacionista, convendría recordar que, en la era del trabajo inmaterial, en la era del acceso y la cibercultura, la “fábrica social” se fundamenta, más allá o más acá de Marx, en un proceso de trabajo.

Los nadie son los actores protagonistas por más que, en un mundo invertido, como en la serie Los favoritos de Midas, parezca lo contrario, si bien la lógica de la acumulación se interrumpe por la amenaza de los anónimos en la base del proceso de apropiación no por decantación sino por accidente, con premeditación y alevosía, añadiríamos.

El culto a la muerte es un principio consustancial a la violencia simbólica del capital. La opacidad de la plusvalía y su modus operandi requieren, por otra parte, la transgresión de la ley, como Brecht mostrara con Makinavaja.

Pero la Economía Política es también un discurso, un juego de tropos en el que metáforas como "libre concurrencia", "movimiento de la producción", "ley natural social", no tienen otro fin que la expropiación a los trabajadores de su fruto o actividad productiva.

Es, en este sentido, en el que cabe discutir la representación periodística de categorías o palabras fetiche como "prima de riesgo", "crédito", "rentabilidad", "producto interior bruto" o "intercambio" cuando nos hablan de la "crisis postcovid".

En palabras de Marx, la economía política es la forma científica de encubrimiento del hecho incontestable de la acumulación por desposesión. Y en esta estamos, de Valladolid a Sevilla, de Madrid a París, de la UE a América Latina.

La omnipresencia del Capital, en todas partes invisible, pero presente, permea todos los espacios y actos de la vida cotidiana en una suerte de eterno retorno de lo mismo. En este orden hecho para los mejores adaptados, según el principio de selección natural, la culminación social de todo sujeto es seguir el camino deseado de los madrugadores, a lo Albert Rivera, despedido por bajo rendimiento, o tentar la suerte del trumpantojo Abascal, servidor de lo público sin oposición, sin mérito alguno, salvo el afirmar, como toda buena familia, que él lo vale. Y es que éste, como el posgraduado en Harvard de chichinabo, o “Los favoritos de Midas”, actúan según la lógica de la manada, así se autodefinen los herederos de Goldman Sachs.

Ahora, el principio de Private Vices-Public Benefits se torna insostenible si atendemos al antagonismo social, ya observado por Kant como uno de los rasgos característicos de la modernidad en lo que definía como "socialidad asocial".

Marx criticaría con razón esta contradictoria constitución de la economía moral del capital como una forma animal inconsciente de reproducción social, lo que deriva en la transposición darwiniana de la lucha concurrencial burguesa, recuerda Korsch, a la naturaleza como ley absoluta de la lucha por la existencia.

Por eso el Capital no tiene memoria, es proyectivo y domina en el tiempo, no solo en el espacio, de ahí los plazos, avisos y ultimátum de la historia de Midas, una forma ilustrativa de regulación del capital no acumulable en la vida de los sujetos.

Y si se produce la revuelta y guerra de clases aparecen los cuerpos de seguridad y palanganeros del capital financiero en forma de Vox contra la virtud de la resistencia como multitud combativa frente a la estructura de comando de los legionarios de Midas: un virus contagioso que afecta a la sociedad y que ordena la acción colonizando la voluntad de sumisión de la mayoría.

Hablamos, claro está, de lo inconmensurable de las líneas rojas que se transgreden en la lucha de clases. En otras palabras, el dinero es un perro que no pide caricias, como replica el protagonista de El Capital de Costa-Gavras, y, en efecto, esa es su lógica.

El dinero, como recuerda Rieznik, es el medio y el fin por el cual este mundo aparece invertido, el símbolo mismo del fetiche del capital, es decir, de su apariencia de sujeto y hacedor de nuestra sociedad que es el resultado del trabajo y del trabajador; de aquello que el capitalismo explota y que, por eso mismo, aparece como mero objeto, como cosa.

Para ello, los medios de representación, las empresas periodísticas, han de hacer efectivo el principio semiótico de la lógica combinatoria que se presta a la ceremonia de la confusión, invirtiendo los términos de lo que debería ser a fin de presentar al PP como moderado y centrista, a Abascal como un respetable líder de la oposición y al monopolio como competencia, del mismo modo que transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en amo, la estupidez en inteligencia y la inteligencia en estupidez.

Y si cupiera duda o disputa en este negocio del mundo al revés, ahí está Lesmes y sus chicos para dictaminar lo que es. Nada nuevo bajo el sol. El capital, cuando no es simple robo o malversación, siempre ha requerido el concurso de la legislación, decía Say, para santificar la herencia, o presentar como justo lo que es simple atropello y arbitrariedad. Vamos, para hacer el cuento breve, que tanta discusión política sobre el relato es propia de un mundo en el que la narrativa del capital convierte todo en ficción, y no solo por su necesidad especulativa o porque no hay consumo y realización de la mercancía sin la fábrica de sueños ni la publicidad.

El pensamiento positivo es característico, como avanzara Benjamin, del brillante oficio cegador de los escaparates en las galerías de la ciudad moderna. Por seguir con este juego de palabras, los medios son artesanos del bruñir. Y, el bruñido, una técnica de pulido utilizada en el acabado: un revestimiento metálico como dorado o plateado; una fabricación de plata, oro o una aleación de cobre que hace posible la lógica de la apariencia.

Y, como hoy sabemos en plena era post covid, ese juego de espejos, especialmente en tiempos de crisis, da lugar a grandes fortunas, es propiciatoria, en la medida que el capital tiende a decantar esas lógicas, de intensivos procesos de acumulación y expropiación de lo común.

Conviene por lo mismo ejercer el oficio de arqueólogo de las ruinas, husmeadores de basura, como en el film de Costa-Gavras y que en el oficio (muschcrakers) se popularizó, hace décadas, hoy solo para hablar de la vida de los famosos. Qué le vamos a hacer.

Ya nos mostró Marx que, en esta economía política, en manos de unos cuantos Florentino Pérez, el interés que cada uno tiene en la sociedad está justamente en proporción inversa del interés que la sociedad tiene en él, del mismo modo que el interés del usurero en el derrochador no es, en modo alguno, idéntico al interés del derrochador.

No esperen, pues, de los medios de información ningún esfuerzo de pedagogía democrática. Si recuerdan la trama de la serie Los favoritos de Midas, el final de la periodista, Malta Belmonte, confrontada a los poderes fácticos para revelar sus sucios negocios, deja en evidencia que cuando se trata de exponer la opacidad de los intereses entre la muerte en vida (explotación de la clase obrera en Occidente) y la aniquilación por la guerra (en Afganistán o en Siria) con la que se financia el tráfico de armas (en paraísos fiscales basados en el ocultamiento de los hacedores de la cultura de la muerte) y las guerras imperialistas o la trata de blancas que conviven en los vasos comunicantes de esta lógica de flujo vampírica, el mundo editorial se pone de perfil.

Como al tiempo oculta las estrategias del poder para liquidar, nunca mejor dicho, al mensajero, empezando por Julian Assange. Por ello, hoy más que nunca hay que asumir el compromiso de combatir la falsa transparencia que nos inunda.

Si la comunicación es una máquina de guerra, la catástrofe consustancial a la destrucción creativa del capitalismo, es preciso repensar el “desnivel prometeico” (Anders dixit) cuestionando la opacidad de los mensajes y dispositivos de representación que nos abruma a partir de la polifonía de voces y prácticas comunales, vindicando la justicia y pulsión plebeya que acompaña a otra modernidad o mediación en sí, sea en la comunicación primaria (espacio), en la comunicación secundaria (tiempo) o en los medios electrónicos (comunicación virtual o simulada).

Es tiempo de pensar intempestivamente, de hacer visible lo invisible, concretar la abstracción de lo real, aproximar y hacer comprensibles las formas distintas de sociabilidad frente a los que nos quieren vender la moto.

El objetivo no es otro, en suma, que fundar espacio público liberado para la ciudadanía, una esfera pública no estatal para las multitudes. Pero esto no es posible si no asumimos el desplazamiento de posición de observador. Vamos, que hay que empezar a dinamitar el pensamiento políticamente correcto, si hemos de cambiar no solo el relato sino el estado de la cuestión como una cuestión de Estado. ¿Seremos capaces de ello ?

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

12 ene 2022

  • 12.1.22
Dice mi compañera sentimental que, sí o sí, lo importante en una relación es ser bien empotrada. No sé si tan contundente sentencia resulte inapelable o, cuando menos, relativizándola, deba ser matizada. El caso es para qué llevar la contraria. En materia de relaciones afectivo-sexuales, como en el arte, todo es cuestión de gustos y, hoy día, los territorios del amor son terrenos pantanosos en la era del amor líquido.


Algo bien distinto, que nos suliveya, es que no existe aspiración suprema en la prensa patria que el ser empotrada. Llama la atención tal gusto de los autoproclamados liberales. Más aún cuando la hipótesis de la eficiencia del mercado y su justificación por la supuesta transparencia del espacio concurrencial es exactamente lo contrario a lo que se presume en la pomposamente autodenominada "prensa independiente", pues la accesibilidad de la información por el público nunca tiene lugar, no solo en cuanto a la variabilidad de los mercados y la lógica de precios, sino especialmente sobre la propia cooptación de los medios encargados de informar de los procesos de consumo y las alteraciones o fluctuaciones de la economía, entre otras lógicas vicarias que dominan la estructura mediática realmente existente que ahorro describir al lector.

Vamos, que el engaño es la norma y no lo contrario. Lean –si no les convence lo aquí escrito– a John Perkins en Confesiones de un gánster económico. La cara oculta del imperialismo americano (2009) y seguro que suscriben lo que venimos afirmando, especialmente cuando se constata, en tiempos tan inciertos y paradójicos como los actuales en los que toda certeza resulta extraordinaria cuando no mero optimismo subinformado que, desde la era del capitalismo monopolista, la libertad de expresión no es sino mera bagatela de justificación destinada a manufacturar la opinión pública aclamativa.

Cosas de la división del trabajo y de la cartelización financiera del capitalismo. No siempre fue así. No siempre la desconfianza y la lógica del fetichismo de la mercancía, en forma de publicidad, extendieron el reino del valor bajo el imperio de los robber barons a lo Vanderbilt.

Hubo un tiempo en el que al comprar piso lo importante era, además del número de habitaciones, la cantidad de armarios empotrados, promesa de crecimiento de la familia y posibilidad de acumulación, de cierta prosperidad, por así decir.

Hoy, que todo el mundo sale del armario –menos los propietarios y editores de los medios dependientes del capital financiero– y que las casas se edifican sin armarios empotrados, los medios nacionales ocultan su doble vida o principio de determinación: la de los intereses de la oligarquía económica además de la nueva subordinación de las grandes transnacionales del capitalismo de plataformas como Google.

Doble empotramiento que quieren hacernos ver como algo natural, pero nada tan cultural como el sexo, salvo que, como los medios de la COPE, piensen que Dios obra milagros y que la Inmaculada Virgen María, como la supuesta independencia de los medios, es verdad y resulta creíble.

La investigación periodística de El Salto demuestra, sin embargo, exactamente lo contario y explica el porqué de coberturas informativas tan degradantes como la manipulación persistente de los hijos de San Luis y la Santa Alianza durante la crisis de 2008 o la impúdica asunción de la posición de menestrales de las principales figuras del oficio, que es tanto como decir que los Matías Prats y compañía no son otra cosa que anunciantes de seguros que nos imponen la precariedad de más de lo mismo, sea a la hora de justificar la guerra al servicio de la Casa Blanca y la OTAN, ocultar la persecución de quien ose decir la verdad de los crímenes de lesa humanidad (Assange) o como simple voceros del IBEX35 en la aplicación de las medidas de desahucio.

Ellos, que siempre viven por encima de nuestras posibilidades de confianza en una profesión canalla que renuncia a su función social para favorecer los intereses creados de los medios que nos engañan, de los medios infieles, siempre en busca de ser dominados.

Empotrar o ser empotrados, esta es la cuestión, mientras la profesión mira a otra parte y las facultades de Comunicación ni se inmutan o se ponen de perfil. Normal, la forma intelectual de origen plebeyo brilla por su ausencia en un país poblado de mandarines, dada su estructura semifeudal.

La radiografía de Gregorio Morán, con toda su crudeza, es imperante en la academia española y faltan, parafraseando al gran Rafael Chirbes, raznochiñets, intelectuales que vengan de abajo. Ya explicó Raymond Williams lo que ello significa. Les ahorro los detalles. Debo volver a la cuestión vital: empotrar o ser empotrado.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

18 dic 2021

  • 18.12.21
A lo largo de una productiva vida creativa, uno puede tener el privilegio de compartir conversación y conocimiento con prodigiosos intelectuales, académicos brillantes, talentosos y dedicados docentes, fascinantes escritores y, en ocasiones, a veces, en excepcionales ocasiones, si tienes suerte, uno puede encontrarse, más allá, en el Olimpo de Sócrates, maestros excepcionales. Aquellos que, de forma natural, a lo Curro Romero, por verónicas, comparten el saber sobre la praxis, dando pases a la vida, sin miedo torero, iluminando los recovecos de lo cotidiano entre letras heridas.


Este es el caso de mi amigo y sin embargo colega Antonio López Hidalgo, un referente que ha formado legiones de periodistas, dentro y fuera de las aulas de la Facultad de Comunicación de Sevilla. Magisterio que se fragua, como todo aprendizaje socrático, a fuego lento, leyendo y aprendiendo de los grandes, como el gran Gabo, doblemente protagonista de Acerca del mundo, editado por Fénix Editora (Sevilla, 2021).

En palabras de la profesora Luisa Aramburu, que hace un exhaustivo análisis de la vida y obra del autor, estamos ante “un virtuoso de la escritura que ha hecho de la pluma un instrumento fabuloso para contar buenas historias, tanto como para recrear la vida”. Y en ello, como reconoce María Jesús Casals, catedrática de Periodismo, López Hidalgo es bueno, excelente, tanto en lo que hace, como en lo que escribe, pregunta o dice.

Aunque no quiera reconocerlo, no sería buen narrador sin su capacidad de relato oral, de miles de anécdotas que los amigos compartimos a diario. Ello solo es posible por la disciplina, la misma que le llevó a mantener el blog El Radar, escribiendo con un método y rigor espartanos, combinando el placer de contar con el gusto inagotable de la lectura. No sé en qué orden podríamos clasificar ambas pasiones. Intuyo que más la segunda, aunque en verdad nadie que ame leer, puede dejar de escribir, contar o pensar en relatos. Es como respirar: una función natural, o naturalizada.

Y López Hidalgo bien sabe de eso. Por eso logra aproximarnos el mundo que late, una suerte de cuaderno de bitácora de España, una radiografía, con registro versátil, escrito con el arte curtido de lector voraz y creatividad desbordante, fruto de una imaginación fecunda, alimentada entre líneas de los mejores escritores del mundo, y por la atenta escucha en bares, barrios y tabernas, al cabo de la calle que diríamos. Pues, bien lo sabemos, sin escucha activa nadie puede ser un buen periodista.

Sin el principio humanista de que nada de lo humano me es ajeno, un articulista no puede ejercer bien el oficio. Antonio López los ha cultivado desde joven, con su tata, y ya como académico releyendo a José María Carretero o arriesgando la pluma al filo de la vida en El Correo de Andalucía. De Diario Córdoba y Antena 3 Radio en la capital de El Califa a El Correo de Andalucía o estos artículos, el periodista y escritor talentoso que es no cesa y ha ido depurando su poética o estilo fraguado en la belleza de la vida.

Ejemplo de creatividad es el dominio de la titulación, tema sobre el que escribiera un ensayo de referencia. En esta compilación de artículos, repasando el índice, podemos encontrar titulares como “España se ha quedado sin bragas”; “¿Atracamos o fundamos un banco?”; “La policía no escucha” o “Cada rabo con su cereza”.

Tanto en El Radar como en la serie Diario de un periodista cansado escrita para Andalucía Digital, el volumen es un rico ramillete de ingeniosos aportes, aceradas críticas y contundentes descripciones de la vida y de sus avatares. Del oxímoron a tropos del juego y del exceso, el maestro López Hidalgo logra que el lector ría, se conmueva, tienda a encabronarse o navegar por los ríos de la memoria y la melancolía, mostrando el envés de la vida del revés, del mundo invertido.

Un tiempo en el que, cito al autor, “los matrimonios se están modernizando a marchas forzadas”, y proliferan “epidemias que se contagian sin remisión posible, una de ellas la del pesimismo”, mientras en España la banca siempre gana gracias a un sistema hipotecario propio de Fernando VII a la espera de confiar en El Guerrero del Antifaz para luchar contra el rescate de Bankia cuando la infamia es el orden del dominio o, paradoja de las paradojas, el Sumo Pontífice nos descubre que los Reyes Magos vienen de Huelva confirmando, nos guiña el autor, que “la historia de las Sagradas Escrituras se parece a las investigaciones llevadas a cabo sobre el bandolerismo en Andalucía, que hablan de una banda que trabajaba en la sartén de Andalucía conocida como Los Siete Niños de Écija, que ni eran siete, ni eran niños, ni eran de Écija”. Hablamos, claro está, de un libro, en fin, contra incautos.

Un texto que recupera en forma de libro el pulso de la historia, lo que nos ha pasado, lo que el acertado analista observa y lo que hemos de pensar o suspender en el tiempo de forma reflexiva y con distancia para aprender de la experiencia acerca del mundo.

En sus páginas, si se sumergen, van a encontrar personalidades, personajes, paisajes de costumbres por escrutar o ver desde nuevos ángulos de visión, cultivando el arte del Periodismo y la Literatura, todo ello con una exquisita riqueza léxica y diversidad semántica fruto de la escritura de frontera y desborde que caracteriza su estilo para el quiebre del lector, toda una poética en la que siempre se dibuja una sonrisa de ternura, porque, como sabemos, es revolucionaria.

Por sus páginas pueden encontrar a Brecht, John Lennon y George Harrison, Dylan y Antonio Machín; Iñaki Gabilondo, Paco Roca y El Roto; Juan Goytisolo, el Papa Benedicto XVI, Cospedal, Al Capone, el PP y la monarquía, no necesariamente juntos, aunque se les supone; escritores de fuste como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o Sándor Marái; cantantes como Georges Moustaki, Ozzy Osbourne o Janis Joplin, entre Cicerón, Sábato, Trostky e, inevitablemente, Ramón Mercader, Leila Guerreiro, Elena Poniatowska y el gran Gabo, además de Juan Cruz o Vargas Llosa; líderes políticos como Mandela, Gadafi o Gandhi.

En fin, la lista es interminable, como sus amigos, que aparecen en sus páginas, desde Serrato a su fiel escudero de aventuras periodísticas, Miguel Ángel León, sin olvidar a Jes Jiménez Segura, María José Ufarte o el propio editor de Andalucía Digital, Juan Pablo Bellido.

Y paisajes, con sus paisanos figurados, de Montilla a Isla Mayor, de Sierra Morena a Pichincha, del Cotopaxi al Coto de Doñana. Espacios, curiosamente, no colonizados, reminiscencia de su querencia por el campo. Quizás porque López, como alguna de las autoras de su preferencia, sea un periodista salvaje, un lector pertinaz de la realidad, un articulista crítico, entre socarrón, irónico y melancólico. Pero no alejado de las preocupaciones profesionales.

En Acerca del mundo pueden encontrar agudas reflexiones, en términos de metaperiodismo, como cuando afirma que uno podría seguir una lista interminable de consideraciones, a propósito de Rajoy, aunque el espacio de Internet es un universo infinito y la capacidad lectora de los internautas, limitada.

“Así que, para que nadie lea y molestar con argumentos tan obvios y cifras tan claras en estos tiempos, tan turbios, mejor nos preguntamos qué hubiera pasado si el presidente del Gobierno hubiera evitado de otro modo el supuesto naufragio” mientras se ocultaba tras una pantalla de plasma.

O cuando defiende el oficio recordando que los periodistas, aunque parecieran una especie en extinción, colaboraron con su tinta y su sangre, con su compromiso y sus pleitos, como el que viviera el protagonista en la investigación de El sindicato clandestino de la Guardia Civil, a que este país fuese mejor, contra la lógica de todo Manual Inútil de Comunicación propia de los asesores del expresidente popular, empeñado en convocar “a los periodistas a ruedas de prensa sin preguntas; a ruedas de prensa sin respuestas; a ruedas de prensa sin preguntas y sin respuestas; a ruedas de prensa con pantalla de plasma (…); a ruedas de prensa de él pero sin él; a vetar las cámaras de televisión en los mítines electorales; a difundir videocomunicados y a transmitir discursos por circuitos cerrados de televisión”.

Un tiempo, en fin, de cerco al periodismo que el autor no deja de denunciar vindicando, desde el compromiso, como en su ensayo contra la precariedad de los informadores, el derecho a la información y la autonomía periodística.

No podía ser de otra manera. A lo largo de su obra, Antonio López Hidalgo ha sido constante, como en este libro de artículos. Su voluntad de desplegar una escritura irónica hilvanada con la potencia de la imaginación para reír, para soñar, para gozar y deleitarse, para vivir, en suma, porque el periodismo como la literatura, no es una metáfora, es pura vida: principio, esperanza...

Y Antonio López nos lo recuerda en su retrato de las entretelas de la experiencia vital. Al fin y al cabo, es lo que corresponde a un senequista, a un humanista cordobés de Montilla. Lean el libro y verán. O, en caso contrario –consejo de López–, busquen un amante que les despiste por un instante de la realidad.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

17 nov 2021

  • 17.11.21
Acabo de concluir la tercera temporada de la serie Narcos. Trepidante, con un guión cuidado y una magistral interpretación actoral de todo el reparto, sin altibajos ni secundarios de relleno que no dan el ancho. Impecable factura de una fórmula narrativa que tiene éxito básicamente porque muestra la realidad cruda tal cual es: desde la violencia entre bandas narcotraficantes a la corrupción del PRI Estado o el feminicidio de Ciudad Juárez. Una producción que nos muestra la vida cotidiana de nuestro México lindo y querido.


Quienes hemos vivido y amamos esta segunda patria bien sabemos que lo narrado es una ficción veraz que muestra subrepticiamente, sin querer queriendo, la vida cotidiana de los de abajo, los sin nadie, e incluso la estética que en los ochenta y noventa se impuso como norma en Tijuana o Cali.

Hablamos, como en Sin tetas no hay paraíso, del cambio del cuerpo y los modos y usos, una metamorfosis que convirtiera a la mujer en valor de cambio y el valor de cambio en flujo que todo mudaba con el dólar y el perico como actores protagonistas de las formas reinantes.

Algo similar a lo que observamos con el colapso del capitalismo que estamos viviendo. O, si prefieren, en el mundo al revés, la emergencia y dominio en la esfera pública de las formas subalternas de expresión. Así, el “Sleazecore” es la última tendencia estética de esta era neobarroca que asume el estilo delincuencial del narcotráfico imitando a Pablo Escobar cuando los magnates del Capital y el FMI habitan en Alcalá Meco.

De Justin Bieber a Miami Vice, el antihéroe marginal se impone como modelo de referencia, del tatuaje carcelario y la cultura plebeya al trap y el reagetton. Así, el estilo maximalista de Jeremy Scott tiene ecos de las series de Netflix. El imaginario contrabandista empieza a invadir la cultura pop, con lo que ello implica como forma dominante. Y se proyecta en formatos como Mujeres, Hombres y Viceversa, un modelo de referencia de canis y chonis que tienen su predicamento en los jóvenes sin esperanza que emulan la distopía de Black Mirror en la forma-concurso del éxito a partir de tratar de marcar una diferencia que es la indiferencia de lo mismo como eterno retorno.

Más allá del imperativo del discurso patriarcal y falocéntrico, lo que prima en la cultura de La Isla de las Tentaciones no es tanto la desigualdad de género como la igualación por el principio de universal equivalencia del reino de la fantasía, de la imagen.

El sentido de este formato es la lógica de la forma mercancía. El mercado de los afectos es el eterno retorno de la circulación de canis y chonis condenados a rolear porque el principio real de la circulación no es otro que la falsa promesa de ser diferentes, de ser distinguidos, aplazando el sueño dorado de quedar fijo en el reino del Olimpo catódico propio del escaparate mediático.

Esta deriva afecta por igual a la información rosa, los reality shows o los cantantes de moda a lo Tangana. Como anticiparan Los ilegales, son macarras, son horteras y van a toda hostia por la carretera, probablemente para estrellarse, porque la oferta supera a la demanda. Hay mucho cani suelto dispuesto a su minuto de gloria ("porque yo me lo merezco" sería la expresión apropiada del nuevo individualismo quinqui).

El caso es que esta tendencia apunta el dominio de la pulsión plebeya a nivel formal, aunque dominada por el mito de Robinson Crusoe, desconectada de lo social, de las posibilidades políticas de los retazos y detritus de la historia. Así que conviene empezar a vindicar con esta estética de lo marginal y una alternativa de lo común.

Cuando las iglesias se vacían y los museos se llenan, es tiempo de asumir el culto a una estética sucia o por qué no defender lo cerdo y constituirnos en piara, como nos dicen en el Norte, más aún cuando funciona tan bien el ibérico y el Museo del Jamón.

Mientras nos contentamos con empezar a perrear con Bad Bunny, conviene empezar a mirar las formas que aparecen, al menos para eludir los peligros de una metamorfosis sin poder real de transformación, por mucho que lo piensen algunos. Yo, por mi parte, me comprometo a asumir ese compromiso.

Mi amiga Maka, que ha sido madre recientemente, siempre me critica por ser tan formal (no crean que solo en el universo académico o en el estilo clásico de vida, sino incluso a la hora de escribir). Es capaz de impugnar mi modo traje o quitarme la corbata si me descuido entre cerveza y cerveza en Tramallol.

Ella ya me solicitó "menos chaqueta y más chandalismo". Así que hacemos nuestra su proclama. Si hace tiempo vindicamos la fiambrera obrera, lo de Hugo Chávez fue premonitorio. Debiera haber exigido derechos de autoría por el uso del chándal a las firmas de moda o los cantantes de éxito. ¿Sabrán los figurantes de Mujeres y Hombres y Viceversa este antecedente? Me temo que no. No leen, solo escuchan y miran la pantalla, y no para leer precisamente el periódico. Cosas de la metamorfosis que dan que pensar.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

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