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LITOS

FENACO

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26 mar 2023

  • 26.3.23
Si a alguien que le gusta la música se le pregunta por los estilos que conoce, seguramente ofrecerá una relación de ellos; sin embargo, lo más probable es que no cite la música coral, a pesar de ser una modalidad centenaria. Por mi parte, tengo que confesar que suelo trabajar en el estudio con música clásica de fondo, en tono muy bajo, sea de laúd o música coral, ya que me ayuda a concentrarme.


Cuando hablo de música coral, no podemos pensar solamente en la polifonía renacentista, que está muy extendida en distintos países y culturas, sino también otras modalidades, tal y como veremos en la charla que he mantenido con Albano García Sánchez, un compañero y joven profesor en la Facultad de Ciencias de la Educación y Psicología de la Universidad de Córdoba, que además es el director del Coro Averroes de esta Universidad.

—Quisiera, Albano, que esta charla la comenzáramos de forma que nos indicaras cuáles fueron tus primeras relaciones con la música coral o el canto colectivo.

—El primer contacto con el canto colectivo surge de casualidad, pues no había en mi entorno familiar ningún músico, ni nadie que cantase o fuese aficionado al mundo coral, ya que a la edad de ocho años mis padres me enviaron a un campamento de verano que se organizaba todos los años en Carrizo de la Ribera, un municipio de la provincia de León.

Estando en el campamento, un día, una persona vino a hacernos a todos los niños una prueba de voz. Más tarde nos informaron que se trataba del director de una escolanía oriundo de esa localidad. Al verano siguiente, pasé una semana de prueba en dicha escolanía para valorar la posibilidad de mi incorporación.

Fue así como con nueve años comencé a formar parte de la Escolanía del Real Santuario de Nuestra Señora de Covadonga, en Asturias. En ese lugar estuve interno cinco años, desde 4º hasta 8º de EGB, lo que me permitió conocer en primera persona el mundo coral. Fueron años de ensayos diarios, de descubrimiento de repertorios de diferentes épocas y estilos, de participación en los oficios del santuario y de numerosas actuaciones, tanto dentro como fuera de la provincia. Gracias a este lustro de mi etapa vital que pude tener acceso a una sólida formación musical, especialmente en el ámbito coral.

—Me llama la atención la precocidad con la que entraste en contacto con lo que ha sido tu mundo, tu especialidad musical, dado que a esas edades, como mucho, niños y niñas fantasean con lo que serán en el futuro, pero no dejan de ser fantasías. Una vez que acabaste los estudios primarios de entonces, ¿seguiste ligado al canto coral?

—Sí continué ligado, a pesar de que, una vez finalizada la EGB, no se podía continuar en la escolanía. Es por ello que decidí seguir mis estudios en la Schola Cantorum ‘Catedral de León’. Tengo que apuntar que la ‘Schola’, como la llamábamos coloquialmente, era una asociación musical que comprendía un coro mixto de niños y hombres, un coro de cámara, una orquesta de cámara y un grupo de música andina.

Asimismo, a través de la asociación liderábamos un proyecto pedagógico denominado “aulas corales” consistente en la creación de un coro infantil en todos los colegios de la ciudad de León. Cada uno de los miembros de la “Schola” se responsabilizaba de la dirección del coro de un centro.

Gracias a ello empecé a interesarme también por la dirección coral, faceta que ya había experimentado durante los dos últimos años de mi etapa como ‘escolano’ en Covadonga al tener que sustituir al director o al organista en alguno de los oficios cuando por diversas razones se tenían que ausentar. Desgraciadamente, mi etapa en la ‘Schola’ fue breve debido a que, por circunstancias de la vida, la asociación dejó de funcionar. Su desaparición me obligó a tener que volver a mi localidad natal, Langreo (Asturias), lo que provocó que durante un tiempo me distanciara del mundo coral.

—¿Ese distanciamiento duró mucho? ¿Qué hiciste una vez terminado el bachillerato?

—Una vez terminado COU y el Grado Medio de Piano me desplacé a Oviedo para estudiar la especialidad de Música de la Diplomatura de Educación Primaria. En la misma universidad de Oviedo también cursé la Licenciatura de Historia y Ciencias de la Música y terminé doctorándome como musicólogo. Esta etapa fue, pues, de reencuentro con el mundo coral.

—¿Qué actividades relacionadas con el mundo coral llevaste en esos años?

—Durante esos años formé parte como tenor de varias agrupaciones, como El León de Oro, el Coro Lírico Ciudad de Oviedo o el Coro de la Universidad de Oviedo. También retomé mi afición por la dirección coral, primero como responsable de varios coros infantiles en Oviedo y Avilés, gracias a que se exportó a esas ciudades el modelo pedagógico de las ‘aulas corales’, y, un poco más tarde, de los coros de voces mixtas Coral San Martín de Moreda, Coral San Pedro de Soto del Barco y Agrupación Polifónica Centro Asturiano de Avilés, con las que obtuve varios premios de interpretación coral. El interés cada vez mayor por la dirección me llevó a asistir a numerosos cursos impartidos por algunos de los directores de canto coral más prestigiosos que hay en España.

—¿Nos puedes explicar las razones de tu venida y cómo llegaste a Córdoba desde tu Asturias natal?

—El motivo de mi llegada a Córdoba fue de tipo laboral. Así, en noviembre de 2007 me incorporé al Departamento de Musicología del Conservatorio Superior de Música ‘Rafael Orozco’ para impartir las asignaturas de ‘Historia de la Música’ y ‘Sociología y Estética de la Música’.

—Háblanos de tus comienzos como profesor de música.

—Mi primera experiencia como docente fue en un centro concertado de Educación Secundaria en Asturias, donde impartía la asignatura de Música al alumnado de 1º y 2º. Tras un tiempo en el centro, donde también ejercí como profesor de música en Primaria, comencé a trabajar como maestro especialista en varios colegios públicos de la región. Tal como he indicado, fue en 2007 cuando me vine a Córdoba para incorporarme al Conservatorio, centro donde estuve una década. Asimismo, a partir de 2009 y hasta 2017, compaginé esta labor con la de profesor a tiempo parcial del Área de Música de la Universidad de Córdoba.

—En la actualidad eres el director del Coro Averroes de la Universidad de Córdoba. ¿Cómo se empezó a gestar?

De nuevo tengo que remontarme a 2007. En diciembre de ese año, cuando solo llevaba un mes en Córdoba, conocí a la profesora del Área de Música de la Universidad de Córdoba, Auxiliadora Ortiz, en el marco de un proyecto que tenía como cometido la restauración del fondo antiguo de la biblioteca del Conservatorio Superior de Música ‘Rafael Orozco’. Por aquel entonces, me llamaba poderosamente la atención que la institución universitaria cordobesa no tuviera una agrupación de estas características, como sí sucede en la mayoría de las universidades españolas.

Por su parte, Auxiliadora Ortiz, como profesora de la asignatura de 'Historia de la Música' de la licenciatura de Historia del Arte, sentía la necesidad de tener una herramienta que facilitara al alumnado la comprensión de muchos de los conceptos teóricos que abordaba en clase. A partir de ahí, ella difunde entre sus alumnos y compañeros la propuesta de creación de un coro polifónico de voces mixtas. Así, la primera reunión informativa tendría lugar en la Facultad de Filosofía y Letras en octubre de 2008, preconfigurándose lo que actualmente es el Coro Averroes de la UCO.


—En 2013 lográis grabar vuestro primer disco, ‘Historia de un bajel’, con diferentes temas de música coral, ya que en él aparecen habaneras, gospel, cantos indios… incluso el tema 'Wimoweh' (que se tradujo como ‘The lion sleep tonigh’) de música negra. ¿Qué supuso para vosotros y cómo lo valoras en la actualidad?

—Si hacemos un pequeño cálculo, podemos comprobar que Historia de un bajel se graba cuando la agrupación solo cuenta con cinco años de existencia. Aunque con la perspectiva del tiempo se puede percibir que el sonido del coro aún está en proceso de formación, este trabajo discográfico proyecta una imagen con la que nos sentimos totalmente identificados: la de la ‘interculturalidad’. Creo que el cedé invita al oyente a viajar por distintas latitudes a través de sus músicas, de ahí la metáfora del ‘bajel’.

—Casi una década después, ya que la grabación la realizasteis en 2022, es decir, durante la pandemia, ve la luz ‘Vocalis Contrapuncto Polyphoniae’, que lleva el subtítulo de ‘Música sacra europea del Renacimiento’. A mí, sinceramente, me parece un disco bellísimo, con una grabación impecable, a la altura de los grandes sellos de música clásica –Glossa, Naxos, Archiv, harmonia mundi…– ¿Qué nos puedes contar de la realización de este disco?

—Muchas gracias por esa opinión. Me alegra saber que te ha gustado… Este segundo trabajo discográfico pretende ser una huella sonora de un tiempo distópico, ya que, como todo el mundo se puede imaginar, la pandemia afectó seriamente a la actividad coral.

Te indico esto, puesto que al cantar se expulsa aire y saliva, lo que sumado a que los ensayos se suelen celebrar en recintos cerrados y durante un tiempo prolongado, se aumentan las posibilidades de contagio debido a los aerosoles. En definitiva, el canto coral entrañaba serios riesgos para la salud. En este contexto, para poder continuar con la actividad, pusimos en marcha un exigente protocolo de prevención de riesgos (distanciamiento, mascarillas, higiene, ventilación...) y diseñamos un repertorio ad hoc.


Así, durante el último trimestre del 2021 decidimos plasmarlo en un disco como recuerdo. De hecho, el proceso de grabación fue también muy exigente debido a que consistió en varias sesiones maratonianas en las que se cantaba con mascarilla. Es así como surge Vocalis Contrapuncto Polyphoniae, una selección de piezas de polifonía contrapuntista religiosa a cuatro voces mixtas de tomadas de los centros de creación europeos más importantes del Renacimiento.

—En la actualidad, eres profesor en el Área de Didáctica de la Expresión Musical de la Universidad de Córdoba. Me gustaría que comentaras qué respuesta da el alumnado y tu desarrollo como docente, así como la conexión con las formas de música popular que le gustan a tus alumnos.

—La incorporación de los gustos musicales del alumnado al repertorio que se debe trabajar en el aula es actualmente algo bastante habitual en el ámbito de la Educación Musical, también en España, y tiene su fundamento principalmente en la Pedagogía Crítica. En mi caso particular, desde hace varios años soy responsable de la asignatura ‘Expresión Musical Colectiva. Métodos de Intervención Educativa’, una de las cuatro que se debe cursar obligatoriamente para obtener la Mención de Música del Grado de Educación Primaria.

A lo largo del cuatrimestre, de manera guiada, el alumnado debe transformar a nivel formal, rítmico y armónico un material melódico preexistente, debiendo tener en cuenta durante el proceso una serie de técnicas compositivas sencillas junto con algunas estrategias de concertación musical. Para la selección del material melódico tienen total libertad, pudiendo tomarlo prestado de aquellos repertorios con los que se sientan más identificados, siempre y cuando cumplan con una serie de pautas de tipo técnico y pedagógico.

Partir de sus gustos e intereses ha permitido mejorar significativamente el grado de compromiso del estudiantado para con su aprendizaje. Además, este planteamiento también facilita que yo me pueda acercar a estilos y géneros que no forman parte de mi universo sonoro, lo que se ha convertido en una fuente de enriquecimiento para mí.

—Para cerrar, ¿cómo valoras la Educación Musical en nuestro país? ¿Qué relevancia tiene la música coral en la actualidad?

—En los años noventa del siglo pasado, tras la implantación de la LOGSE, se vivió en España el periodo de mayor presencia de la música en las distintas etapas de la educación obligatoria. Sin embargo, actualmente nos encontramos en un momento en el que, desgraciadamente, la música está perdiendo ese protagonismo, seguramente debido a que no hemos sido capaces de hacer entender a la sociedad lo esencial que es el hecho sonoro para el desarrollo integral del individuo.

En cuanto a la música coral, ha seguido una trayectoria parecida. El escaso interés institucional en ciertas regiones de España y la nula atención mediática provoca que un porcentaje significativo de la población desconozca lo que les puede aportar el canto colectivo. Solo aquellos privilegiados que tienen la fortuna de descubrirlo pueden disfrutar de sus beneficios. En mi caso, casualmente, y gracias a que un día mis padres me llevaron a un campamento de verano, soy uno de ellos.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: EMILIO HIDALGO

24 mar 2023

  • 24.3.23
Desde que el humanista italiano Graziadio Isaia Ascoli (1829-1907), uno de los fundadores de la lingüística moderna, impulsó el aprendizaje de las lenguas vivas y la creación de los diccionarios de las lenguas habladas, frente a aquel espíritu elitista de quienes se apropiaban de la primacía cultural, ha seguido aumentando el interés por el conocimiento de las hablas populares y por el estudio de sus diversidades geográficas.


El estudio de las hablas del pueblo prescindiendo de la preocupación por la corrección y por los procedimientos retóricos ha propiciado el conocimiento y el reconocimiento del habla de cada día, de esas maneras de comunicarnos en las diferentes actividades humanas que están sometidas a una modelación activa de cada uno de nosotros, los hablantes.

Manuel Alvar (1923–2001) filólogo, dialectólogo, catedrático y director de la Real Academia de Lengua, en su obra La lengua como libertad (1982) nos explica cómo la lengua “es la experiencia repetida por millones de hombres que en la lengua han ido depositando su saber, su emoción o su visión de las cosas” y, además de reconocer que es el molde que nos limita, es también “el cofre donde generaciones y generaciones guardaron sus experiencias para que nosotros pudiéramos disponer de ellas en cualquier momento”.

Ya avanzado el siglo XIX, la Dialectología propició que el estudio del lenguaje hablado se antepusiera a los análisis de los textos escritos. Entonces se resucitó el interés por conocer las etimologías –recordemos que está palabra de origen griego éthimos significa “verdad”– y facilitó el acercamiento a las hablas del pueblo, con el fin de encontrar una “pureza” más amplia que el de las hablas científicas, técnicas y literarias. La difusión la cultura entre todas las clases sociales facilitó la creación de instituciones que favorecieron la participación de todos los ciudadanos en la vida social y cultural de los países.

Esta es una de las razones, a mi juico importante, por las que el Flamenco y el Carnaval, manifestaciones antropológicas que resultan de un conglomerado secular de herencias de productos procedentes de diversas épocas y de variados lugares, se conjugan en el crisol de la encrucijada de esta tierra, de este mar y de este cielo, de este rincón occidental de nuestra Baja Andalucía.

Ésta es la razón por la que K. Vossler, en su obra Filosofía del lenguaje (1943), afirma que “la más pequeña gota idiomática es, en resumidas cuentas, tan buena como el agua de Hipocreme –el manantial mitológico consagrado a las Musas- es inmenso océano de un Goethe o de un Shakespeare.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

21 mar 2023

  • 21.3.23
Con la llegada de la primavera, la que la sangre y el clima altera, llega el Día de la Poesía, y de los Bosques, que coinciden en el calendario. Será porque las palabras son como las semillas, las frases como las cerezas, y los poemas como las flores; porque huelen y brillan como ellas, y crecen hasta en los tejados. Elige una palabra, plántala, riégala, mímala, dale media vuelta, y lo comprobarás.


Habrás notado –no hay que ser muy avispado– que con la poesía hemos topado. Y no con una cualquiera, sino con una muy especial: la de una poetisa que parecía una señora, ¡vaya coña!, pero siempre fue una niña pobre con el privilegio de inventar, de imaginar, de jugar, de soñar. ¡Qué fuerte, una niña que no envejece!

Era una gloria de mujer que, con su voz de osa, para nada perezosa, y mucho menos polar, a todos nos hizo cantar, bailar y fantasear. Rima que te rima, cuento que te cuento, acertijo que te adivino. Sus creaciones las recitaba en televisión, que rima con tostón, ladrón y contradicción, porque desde la caja tonta nos hizo más listos, liberando al cielo, disparatadas aventuras, aventurados disparates, chistes teatralizados y teatrillos chistosos, para que se los llevase el viento, como una cometa blanca, como un globo, dos globos, tres globos, que parecían la Luna que se nos escapó, o la Tierra donde vivo yo.

Con ella también aprendimos a dibujar indios hermosos, castillos de Castilla que eran una maravilla, gatos garabatos, mariposas que iban de rosa en rosa, buzos poetas que no disparaban escopetas, ballenas que nunca van vacías, que siempre van llenas de gaviotas; una jirafa campanera y buscanidos, y una bruja blanca que usaba sus talentos para ponernos contentos. Por eso es de justicia, aunque sea ciega y dé risa, que aprendamos a dibujarla.

Para dibujar a Gloria Fuertes necesitas muchos colores y un rollo de papel sin fin, que parezca la muralla china y nunca falte un delfín. No tengas cuidado en hacerla gorda, coja y fea. Basta ya de bobadas y tonterías, porque ella se divertiría, ¡menuda era esta tía, que de todo se reía, hasta de los huesos que se partía! Pero recuerda, aunque pareciese una abuela, era un hada, y como Timotea la fea, de tanto leer se hizo guaposa, bellezosa, generosa, cariñosa y hermosa: ¡Era mamá osa!

Puedes pintarla en una mesa camilla, en una silla (aunque pienses mesa), o en un bidé, porque era de Lavapiés. Si a sus padres quieres recordar, aunque la castigaban por imaginar, dibuja una aguja y un dedal, y un balón redondito, porque su mamá era costurera y su padre portero, en un portal.

Aunque no hace falta dibujarlo, es bueno recordarlo. Como era mujer, en un tiempo cruel, no querían que leyese, la instruyeron para que fregase, cosiese y barriese. También mecanografía y gramática aprendió y cuando su madre muy joven murió, de secretaria en una fábrica se colocó. Era de metales, y como no había animales, se aburría, y por eso los inventaba y escribía.

Así que rodéala de patas que meten la pata, de gallinitas ciegas, de ranas que cantan cu-cú debajo del agua; de vacas lloronas, de pollitos miopes, de arañas que taco, taconean, de ocas locas, de pulgas que pican, de gallos despertadores; de patos que regañan por un guito, de golondrinas que comían potitos, de pájaros que no tienen dientes, de gusanos que querían ser otra cosa o de elefantes rabicortos y orejudos.

Dibújale una novia americana y un arcoíris que las una. La revista Maravillas, los numerosos premios que ganó, y los 80 libros que nos dejó, escondidos en bibliotecas, en islas desiertas, en granjas secretas, en volcanes apagados para que no se quemen, o en la nevera del salón, que como es tan grande, no cabe en la cocina, pero rima con piscina. También escribía para mamás, que riman con papás, y por eso será, que siempre van juntos, a la par.

Que no falte una radio, porque un día en Radio Madrid recitó y el éxito alcanzó. Aprovecho la ocasión, con mucha alegría y satisfacción, para dedicarle a los niños, cana, canaleros, de Radio La Canal de Vícar, el cariño y las risas que me brindan, y el maravilloso programa que han recitado, dedicado a la poeta de los niños. Y, aunque no hay que aclararlo, de las niñas, que Gloria era feminista, pacifista y ecologista, además, riman con España y eso hay que ponerlo en la balanza.

Añade para terminar, aunque no has hecho más que empezar, una pluma para escribir con forma de martillo, porque con sus creaciones nos quiso hacer fuertes para destruir castillos y paredes, y, si nos apetece, para construir fuertes y puentes en la Luna, sonrisas en la tristeza, o una pequeña vela en la oscuridad.

Si Don Libro está helado, y tu niño digitalizado, siéntalos en un sillón, y juntos entrarán en calor. Hasta luego caracola, bienvenido caracol, que tus cuernos pequeñitos, estás sacando al sol, de la prima, primavera.

MOI PALMERO

20 mar 2023

  • 20.3.23
Nunca le dijo que la quería. Para qué. Llevaban tantos años viviendo juntos que, se supone, ella debe saber que la amo sobre todas las personas, se decía a sí mismo en esos días grises que confunden en lo más hondo del alma. Se conocieron siendo adolescentes, cuando estudiaban en el instituto.


A él le gustó su piel tersa, sus ojos con luz, su andar insinuante, su mirada de ave rapaz, su tesón ante el infortunio pero, sobre todo, su constancia y su lealtad a prueba de cualquier catástrofe. Ella se sintió atraída por su discreción de hombre corriente, atento, educado a la antigua usanza, frío y equilibrado en sus decisiones, pertinaz en situaciones límite.

Habían sobrevivido juntos a tantas catástrofes y cumpleaños felices, que él pensó siempre que el matrimonio era el único huevo que no se hacía añicos al estrellarse contra el pavimento. Y así ocurrió durante algunos años. Durante bastantes años. Pero no hay mal que cien años dure, se decía a veces. Las noches que el insomnio le podía, se levantaba de la cama sin hacer ruido y le gustaba mirarla mientras dormía un sueño intransferible y feliz.

De hecho, lo hacía cada vez con más asiduidad. Después caminaba hasta su despacho, se ponía algo de whisky en el vaso y salía a la terraza aunque la noche fuera fría o lluviosa. Regresaba al despacho y se acomodaba en el sillón de orejas, abría un libro que no leía, y se quedaba pensando hasta que el sueño le abrazaba la piel.

Al amanecer, ella lo encontraba con el libro caído entre las manos y con una sensación de sentirse confundido en los sueños, que no era sino la misma sensación de verse abatido en la vida de todos los días.

Lo dejaba dormir todavía media hora más mientras le preparaba el desayuno y después lo despertaba con un beso tierno como él ya no recordaba, y le obligaba a ducharse y a vestirse para salir a la oficina. Cuando alcanzaba a tomar el desayuno, ella ya había partido al bufete donde trabajaba. En una nota le dejaba escrito: “Nos vemos. Besos.” Pero aquella noche no volvió.

Por la noche se hizo una cena fría, pero no comió ni un bocado. Esperó su regreso y, mientras lo hacía, controlaba su enojo, su impuntualidad, su falta de cordura, su desafección al matrimonio y al amor conyugal, o algo así. Ella nunca se había retrasado en su vuelta a casa, ni se había excedido en la bebida ni había jugado a la seducción con otro hombre que no fuera él. Tampoco esta vez lo hizo.

Recordó la nota de la mañana y entendió sin acritud que era una despedida en toda regla. Lo había intuido bastante antes, mucho antes de que a ella se le hubiera ocurrido abandonar el hogar. No hubo más palabras ni una despedida en regla. Solo una nota breve que no dibujaba el porvenir.

Aquella noche tampoco durmió. Se quedó mirando la cama vacía y nada más entonces comprendió que estaba solo en la casa. Salió a la terraza con un vaso de whisky y se quedó mirando las estrellas como si se tratara de un puzle irresoluble.

Al amanecer, ella lo encontró sentado en la terraza, el vaso roto en el terrazo. Tenía la expresión de un niño perdido o desesperado, pero en realidad se trataba de un cuerpo que no tenía vida. Estaba frío como la mañana. La ciudad se agitaba con una monotonía de rutina y un sol sin brillo habitaba la ciudad.

Se sentó a su lado, sin mirar el cuerpo, bebió de la botella y comprobó, aun sabiéndolo, que el whisky no le gustaba. “Sabe a chinches”, dijo. Después cerró los ojos, cansada, sin saber qué hacer y sin saber por qué aquella noche había vagado de pub en pub sin vocación de noctámbula. No le sorprendió verlo allí tirado en la hamaca como un muñeco de goma. Fue al cuarto de baño y se duchó.

Se preparó un café negro, muy negro. Llamó al hospital. Después, sin saber todavía cómo, se dispuso a diseñar una nueva vida sin saber bien cómo. Esperó a que sonara el timbre. Mientras tanto, solo adivinó a saber que la vida era los años que había dejado atrás, cuando tenía la piel tersa, los ojos con luz y la mirada de pájaro fiero, como él nunca supo decirle.

Columna publicada originalmente en Montilla Digital el 22 de diciembre de 2012.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO

19 mar 2023

  • 19.3.23
Cuando he tenido estudiantes extranjeros en mis clases he podido comprobar que el mayor problema que se les presentaba a la hora de escribir correctamente en español era el uso de las tildes, ya que para ellos era un auténtico galimatías en algunas de las palabras, pues no les bastaba conocer las normas básicas de la acentuación, o el uso de las tildes, ya que la complejidad de las reglas asusta incluso a quienes solemos escribir habitualmente.


Bien es cierto que en nuestro idioma, a diferencia de otros –por ejemplo, el inglés–, los sonidos de las vocales y las consonantes son únicos y no sufren alteraciones según la unión o enlaces con otras de las letras del alfabeto, lo que facilita de modo rápido el aprendizaje de la pronunciación.

Estas reflexiones que acabo de realizar vienen a cuento del debate que se originó recientemente entre los miembros de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) sobre si la palabra ‘solo’ había que volver a escribirla con tilde cuando era un adverbio (equivalente a ‘solamente’. Por ejemplo: “Sólo comeré carne”) y no hacerlo si era un adjetivo (“Estoy más solo que la una”).

Recordemos que en el año 2010, la RAE aprobó que tanto ‘solo’ como los pronombres demostrativos no llevaran tildes o acentos ortográficos, ya que se comprendían por el contexto de la frase en la que se encontraban. Admitían que ‘solo’ se tildara cuando se podía generar confusión. Por ejemplo, si uno va a ir únicamente a casa de la madre habría que escribir: “Yo iré sólo a casa de mi madre”. En cambio, si uno no va acompañado en esa visita sería: “Yo iré solo a casa de mi madre”.

Pues bien, la reciente disputa entre ‘escritores’ de la RAE, caso de Arturo Pérez-Reverte o Mario Vargas Llosa, que defendían que se mantuviera la tilde (y que ellos lo hacían siempre que esta palabra es adverbio), y los ‘gramáticos’ que optaban por su supresión, no terminó de resolverse, dado que, a fin de cuentas, se mantuvo el criterio de 2010. En lo único que se pusieron de acuerdo es que se redactara mejor la explicación de su uso.

En mi caso, como no tengo, ni mucho menos, la categoría de esos dos egregios miembros de la RAE, he sido muy ‘obediente’ a la norma de 2010. De todos modos, el grupo de los ‘escritores’ tiene bastante razón en que estos cambios dan lugar a que provoquen confusiones, pues todos los libros que se publicaron antes de ese año es posible ver el ‘solo’ adverbial con tilde.

Esto es lo que me sucede a mí, ya que, paradójicamente, con el libro El arte infantil. Conocer al niño a través de sus dibujos, en la primera y segunda ediciones, de 2003 y 2006, aparecen con tilde y, sin embargo, en la tercera edición, de 2011, ‘solo’ ya no la tiene en ningún caso.


En mi caso, me he acostumbrado a escribir esa palabra sin tilde; no obstante, tengo el problema de que constantemente debo aclarar esta cuestión a los alumnos que utilizan una u otra de las ediciones, ya que la ven de distinta manera –con tilde o sin tilde– según el libro que utilicen para realizar sus trabajos de redacción sobre el dibujo de los escolares.

Me imagino que lo mismo les puede pasar a los escritores que han sido ‘obedientes’ con las directrices de los gramáticos, cuyos textos pueden aparecer con dos modalidades de escritura; aunque solo sea con esta dichosa palabra.

Otra polémica, que personalmente me afecta, resulta ser el que los miembros de la RAE no acaban de entender que la evolución de los nombres propios y apellidos tienen, en gran medida, su propia historia al margen del sector de los ‘gramáticos’ que insisten en decirnos cómo tenemos que escribirlos.

Digo esto porque yo heredé el apellido paterno con acento: Sáinz. Así consta en todos los documentos que tengo desde que nací. Sin embargo, ellos se empeñan en que quitemos la tilde, cuando la mayor parte de quienes lo llevamos la mantenemos (esto puedo decirlo ya que al consultar digitalmente en las bibliotecas universitarias compruebo que somos mayoría los autores que teniendo este apellido continuamos poniendo el acento gramatical).

¿Acaso no saben que saben, por ejemplo, que quienes tienen el nombre de Francisco, pueden llamarse a sí mismos Paco, o Curro, o Quico, o Fran, o Pancho, o Chico, o…? En fin, no quiero alargarme, pues esto de las tildes o acentos gráficos en nuestro idioma no deja de ser un auténtico laberinto para que yo ahora venga a quebrarles a cabeza a quienes me están leyendo, ya que, a buen seguro, tienen otras cosas más importantes en las que pensar.

AURELIANO SÁINZ

18 mar 2023

  • 18.3.23
Todo cambio epocal implica una transformación de las formas de vida y la experiencia, cambios en la subjetividad y en la vivencia de eso que Raymond Williams denominaba "estructura del sentimiento". La de nuestro tiempo, la del amor líquido, afecta en especial a la generación Silver, la llamada baby boom o, para algunos, la Generación Meetic.


El nombre, como es lógico, es lo de menos. No somos del gremio académico nominalista. Líbreme yo, además, de defender toda marca o compañía de las big tech en la era del capitalismo de plataformas. Ponga, en fin, el lector el nombre que tenga a bien convenir.

Lo que importa, a todos los efectos, para el caso que nos ocupa, en este tiempo de zozobra o de sexo fluido, es cómo hacer posible lo social, de qué forma se sostienen los vínculos, si es que este deseo es razonablemente viable en las turbulencias impuestas por el turbocapitalismo de la era digital.

Dice la letra de una samba que "la vida es el arte del encuentro" y he aquí que el personal anda en los últimos tiempos disperso y disgregado, con el deseo sin brújula, orientación ni sentido. En su último libro traducido al español, el filósofo italiano Diego Fusaro plantea en El nuevo orden erótico las disfunciones sentimentales de un capitalismo depredador que amenaza toda convivencia.

La propia idea de fratria, de solidaridad y cooperación, por exigencias de una circulación acelerada de mercancías, símbolos y sujetos intercambiables se torna cuasi imposible. Pues la lógica de valorización por desposesión nos despoja de nuestro propio entorno familiar, de la propia idea de intimidad, necesitado por su naturaleza de amores fugaces, sujetos libertinos, nómadas, migrantes, acelerados, sin habitus, deshabituados, sin raíces, encadenados al movimiento perpetuo, como una cinta porno interminable, siempre en acción.

Más allá de las simples críticas de rojipardismo que se suelen atribuir al autor desde la llamada izquierda wok, una lectura de este ensayo exige cuando menos una reflexión serena sobre el erotismo, la disputa del sentido común sobre el amor y la familia, a modo de vindicación, en tiempos de libre comercio.

Más aún cuando la Generación Z asume acríticamente, a veces de forma antagónicamente inconsciente, la imposibilidad de toda relación estable, condicionado como está por un mercado laboral que proyecta narrativas y vidas precarias, formas intermitentes de subsistencia que limitan una visión a medio y largo plazo de las trayectorias personales.

La naturaleza volátil, nómada de los amores y placeres por vivir son, en cierto modo, un trasunto de las condiciones de producción. El problema de ello es que afecta de forma determinante la reproducción misma, incluida la educación, con la imposibilidad de ecologías de vida diseñadas en común.

Cabría plantear en este sentido un contrapunto o una mirada más integral cuando se critica el amor romántico en función de una suerte de algofobia, que en el fondo no es otra cosa que el rechazo pragmático de todo compromiso, la asunción del presente infinito, inmersos como estamos en los avatares de un capitalismo a la deriva en el que no cabe la épica, mucho menos el duelo, la entrega o la pena, de acuerdo al guión prescrito de la disneylandización de las emociones, el amor de consumo rápido e indeleble, en forma de serie o capítulos de corta duración.

Ahora, esta lógica cultural, como podrá colegir el lector, no está exenta de consecuencias nefastas y dolorosas para el sujeto, empezando por la epifanía del propio duelo que se quiere eludir. Una de ellas, diríase que la principal, es la falta de equilibrio, o el desorden y crisis afectiva que se extienden en nuestro tiempo como epidemia social.

En la era de la posdemocracia, los tratamientos psicológicos se multiplican y la salud mental se convierte en un problema de estado en tiempos de silencio y soledad. Al tiempo el mercado del amor tiende, como sector económico, a cotizar al alza: sea en forma de libro de autoayuda, de redes sociales de contacto, incluidas las antiguas agencias matrimoniales, o en los modelos premodernos de las caravanas, los speed dating y cruceros de relación.

Todo vale para cubrir el agujero negro o el vacío existencial del modo de producción dominante que acompañan las relaciones efímeras que se disuelven en el aire como parte de las formas extensivas de la fábrica social característica de un capitalismo depredador que mercantiliza hasta las fantasías de lo íntimo o privado a condición, claro está, de pasar primero por caja, que es tanto como aceptar la conculcación del principio de autonomía, la vulneración de los propios derechos, y asumir, por activa, como con las cookies, la renuncia a todo compromiso con la primera persona del plural.

Así anda el personal, extraviado. Normal en un mundo en el que todo es "pos", pero sin trama ni relato creíble; una vida hipotecada en forma de discurso de la resiliencia que no es sino el envase de una marca de pornofarmacopolítica porque, en este mundo happy, no cabe la tristeza ni la melancolía, no es bien recibida la trascendencia ni la heroica entrega.

Nuestra era es un tiempo sin Antígona. Solo comedia y relaciones esporádicas. Cosas de la vida eventual que impone una forma de eugenesia, productiva y reproductiva, convertidos como estamos en una máquina eficiente siempre, dispuesta a acumular el máximo capital erótico, en tanto que objetos disponibles no para sí sino ensimismados, en función del momento del intercambio.

De modo que, paradójicamente, el placer convierte la complacencia en autoindulgencia, el deseo y la pasión en pura visión, y la experiencia del erotismo en un tipo de narcisismo 2.0 sin futuro, esperanza, ni proyección, más allá de la efímera promesa de un match, de un encuentro que, en realidad, es puro desencuentro como corresponde a una sociabilidad envanecida propia de la cultura de la vanidad banal o vulgar de pasiones tristes más que alegres.

Amor empaquetado de nulos o superficiales sentimientos, amor líquido, en palabras de Bauman, que en la era de Meetic o Tinder reemplaza el azar por el cálculo del algoritmo y el materialismo del encuentro por la programación calculada de los indicadores de compatibilidad: una suerte, según Badiou, de domesticación del amor.

Así que a fuerza de vida artificial y artificiosa nos hemos transformado en mascotas virtuales, una figura patizamba que nos retrotrae a la gloriosa década neoliberal sin tanto brillo ni oropel, sin voluntad ni espíritu, solo simples tamagotchis o complementos de ocasión, a la espera de un uso fugaz y reactivo de nuestros cuerpos y nuestro deseo en función del circuito de retroalimentación y la infinita cadena de intercambios.

Bienvenidos, en fin, al desierto de lo real, al imperio del individualismo posesivo en el que el amor libre es pura figuración imaginaria, un encadenamiento sin sabor a ti ni pasión, reducido a la burda forma mercantil del eterno retorno y el libre flujo.

Nada que ver con la libertad sexual pues, en la raíz de estas lógicas o manifestaciones del eros, no se encuentra el deseo sino la renuncia a toda entrega libidinal radical, el miedo en el fondo al amor y el compromiso que es otra cosa bien distinta a la forma burguesa de la racionalidad instrumental, hoy prácticamente universalizada por exigencias de la producción.

La cuestión es si es posible amar sin pasión o vivir sin voluntad de vincularnos con alguien más allá del presente perpetuo de la pura contingencia. Los rockeros románticos de la Generación Silver pensamos que no. Somos conscientes de que no hay futuro posible sin fraternidad ni cooperación, pero los relatos dominantes cuentan una historia que, básicamente, afirman lo contrario y anulan toda narrativa en común.

Lo hacen, hasta la saciedad y el hartazgo, desde una visión no libertaria sino básicamente liberal y reaccionaria, por feminista que parezca tal vindicación, pues como toda democracia la libertad es correlacional, implica una cuestión de límites y acuerdos, de autodeterminación colectiva, no de ficcionalización a lo Robinson Crusoe. Es hora, pues, de pensar y definir cómo podemos construir otra forma de relacionarnos, sin enredos ni plataformas. La vida nos va en ello. Créanme.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

17 mar 2023

  • 17.3.23
Las estadísticas nos muestran cómo, en la actualidad, está aumentando hasta límites insospechados la adopción de mascotas y de animales de compañía, que ya no se reducen al gato o al perro, sino también a otras especies como las tortugas, los loros o los cerdos.


Muchos de nosotros hemos escuchado explicaciones de amigos, que sin ser propiamente animalistas, se refieren a sus caracteres afables, divertidos, sociables, y hacen comentarios sobre su fina sagacidad, su aguda inteligencia, su rápida comprensión y, en resumen, sobre sus maneras de “pensar”.

¿Piensan los animales? A esta pregunta, que ya se hicieron los filósofos de nuestra tradición occidental desde Aristóteles hasta Descartes, Gassendi, Locke, Hume, Darwin o Wittgenstein, nos responde de manera detallada, rigurosa y clara El pensamiento de los animales. Un modelo expresivo (Madrid, Cátedra, 2023), obra de Ángel García Rodríguez que, tras definir los significados de la palabra “pensamiento”, explica las diferencias entre los pensamientos de las mascotas y los de los seres humanos.

El profesor García Rodríguez constata el creciente interés teórico y práctico de la sociedad sobre los estudios de los comportamientos animales y alimenta la esperanza de que la reflexión sobre la mente animal sirva también para comprender mejor el desarrollo de nuestra mente humana.

Para ello sería necesario –afirma– que, previamente, se superara el prejuicio de que la mente es únicamente la mente humana. Tras explicar la naturaleza y el funcionamiento de la mente animal, él defiende que una de las funciones de la mente es la expresiva y explica cómo ese modelo del “pensamiento” animal no necesita el uso previo del lenguaje verbal ni siquiera del corporal.

A través de diferentes análisis apoyados en criterios filosóficos y en pruebas aportadas por los experimentos actuales, el profesor García Rodríguez caracteriza ese modelo expresivo y defiende, por ejemplo, que sirve a los animales para conocer y reconocer el mundo en el que están situados, explorar los objetos que los rodean, para relacionarse con otros animales con los que conviven e, incluso, los seres humanos con los que establecen diferentes tipos de lazos. Llega a la conclusión de que esta concepción posee profundas raíces históricas.

Si los destinatarios principales de este estudio son sus colegas, los profesores de los diferentes niveles de esta enseñanza, en mi opinión, estos análisis pueden resultar esclarecedores a los veterinarios y a quienes adoptan algún animal como ayuda, a los acompañantes o amigos y, en resumen, a los que se sienten unidos a los animales por algún vínculo profesional, terapéutico o afectivo. ¿No es cierto que la presencia, la mirada y la ayuda de un animal ayuda a muchos a mejorar la calidad de la vida humana?

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

16 mar 2023

  • 16.3.23
Manuel cuenta con tres despertadores. El primero es la radio, que suena a las 05:30 para sugerir que, quizá, podría irle bien despertarse. A las 05:35 suena la alarma de verdad en el móvil para indicarle que no tiene derecho a dormir más. Por último, existe una tercera advertencia que resulta, casi, una amenaza: una aplicación que suena a las 05:40 y que obliga a escanear un código de barras determinado para dejar de sonar.


Por suerte, la amenaza casi nunca llega a cumplirse porque el interesado se levanta a su hora y la desconecta antes de tiempo. Tras un breve remoloneo con su mujer entre las sábanas, Manuel comienza su ritual matutino. Los preliminares consisten en dirigirse al baño, asearse y enfundarse la ropa de calle. Ana, su mujer, hace lo mismo y a otro ritmo, lo que facilita la convivencia matrimonial.

Como todos los días, Manuel consulta si tiene mensajes en el móvil, abre la aplicación de marras y escucha las noticias de la mañana. Antes de desayunar, mientras que su mujer está cerrando sus propios asuntos, aprovecha para poner el lavavajillas con el sonido de la información de fondo.

Entre noticia y noticia, Manuel aprovecha para pensar en sus complicaciones cotidianas. En especial, en un gilipollas del trabajo que lo saca de quicio. Y lo que es peor: parece que es mutuo. El tipo es uno de esos que van por la vida como si no hubieran roto un plato. Manuel recordaba las palabras de su madre: “Del agua mansa líbreme Dios, que de la brava me libraré yo”. No sabe cómo actuar.

Mientras que Manuel se ocupaba en estos pensamientos, el lavavajillas iba llenándose de platos y la cocina de malas noticias. Ahora no sé qué de unos bancos estadounidenses en bancarrota. El hombre deja de darle vueltas a la cabeza y se para a pensar en lo de los bancos. Decide hacer como si nada y sigue a lo suyo. Hacía días que hablaban del asunto.

¿Qué debía de hacer con el capullo? Quizá, lo mejor sería dejar que se caiga él solo con todo el equipo. ¿Para qué meterse en problemas? Las palabras mínimas y ya está. Los tontos acaban cayendo por sí mismos. La locución continúa: nuevas leyes progresistas que nos devuelven al Medievo, nuevos impuestos y los criminales de siempre en la calle, con corbata o sin ella…

Manuel ha terminado de poner el lavavajillas y, tras lavarse las manos, concluye que ha llegado la hora del momento más feliz de la mañana: el desayuno. Dos cafés manchados y dos tostadas con aceite y aguacate. Y el vasito de agua para cada uno, por supuesto.

El olor del café siempre le produce un inmenso placer, así como la textura de una tostada calentita bien hecha. Ana llega justo a tiempo para escuchar cómo el podcast insiste en el problema de los bancos estadounidenses. “¿Y si es cosa seria?”, consulta con su marido mientras que se sienta en la mesita de la cocina.

Lo cierto es que Manuel había leído sobre el tema el día anterior y los expertos de sus medios de comunicación de referencia lo habían tranquilizado. Así se lo reconoce a su mujer, aunque sigue poco convencida: “Hablamos de los mismos que dijeron que lo de la Crisis era mentira, que la covid-19 era cosa de fachas, que la reforma eléctrica nos beneficiaría a todos y que la Tercera Guerra Mundial era inminente”.

La tostada no evita el mal cuerpo. Muy temprano para esas profundidades. Manuel toma un sorbo de café y centra todos sus esfuerzos en salvar la cuestión lo mejor posible. “Lo más probable es que no sea nada. Sin embargo, ¿y si de verdad pasara algo? ¿Podría cambiarlo? ¿Podemos prever algo, más allá de sacar el dinero del banco?”, insiste Manuel sin demasiado convencimiento.

Están hartos de la situación, cada año algo nuevo: se sienten impotentes. Lo peor es la sensación de que no tienen control alguno sobre sus vidas. Todo lo contrario: son esclavos de un sistema que los explota y que los hace cómplices. Lo saben, y no pueden hacer nada para evitarlo.

Ana agacha la cabeza y retoma el café: “Que sea lo que tenga que ser”. Ambos se terminan el desayuno mientras que piensan en sus cosas. Cada uno en silencio, como parte del ritual diario que precede al trabajo. Tienen por delante un día que se les hará muy largo.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO

15 mar 2023

  • 15.3.23
Hasta el próximo 7 de mayo es posible visitar la exposición antológica dedicada a la obra de Leonora Carrington organizada por la Fundación Mapfre en la sala Recoletos de Madrid. Es la primera exposición dedicada a esta artista en España, aunque ocasionalmente se habían podido ver algunas de sus obras en exposiciones realizadas en Barcelona y Málaga.


Todo ello a pesar de su reconocimiento internacional, especialmente en Méjico y Estados Unidos, donde ha participado en numerosas exposiciones y ha llegado a tener una cotización de más de tres millones de dólares por su obra El jardín de Paracelso, vendida en subasta en 2022.

En la muestra se exhiben un total de 188 obras, sobre todo pinturas, pero también algunos dibujos, esculturas y tapices. A través de las mismas se puede recorrer las distintas etapas de su trayectoria artística. Leonora también escribió relatos que comparten con su obra visual un mismo universo de fantasía y seres mágicos.

De hecho, existe un paralelismo entre sus textos y algunas de sus obras, como por ejemplo entre su relato La debutante y su pintura Hiena en Hide Park, ambas fechadas en 1935. También su relato El pequeño Francis contiene referencias correspondientes al cuadro Árbol solitario y árboles conyugales de Max Ernst, con quien convivía en esa época en el sur de Francia.

Aunque Mary Leonora Carrington nació en Lancashire (Inglaterra) en el seno de una rica familia católica, su carrera profesional y su vida se han desarrollado fundamentalmente en Méjico y en EEUU. El estilo de Carrington es sumamente personal, con una imaginación desbordante y estrechamente relacionado con algunos aspectos del surrealismo, aunque en ningún momento entró de manera oficial en el grupo comandado por André Breton.

En una entrevista publicada en 2004, Leonora dijo al respecto: "Aunque me gustaban las ideas de los surrealistas, André Bretón y los hombres del grupo eran muy machistas. Solo nos querían a nosotras como musas alocadas y sensuales para divertirlos, para atenderlos".

Uno de sus temas frecuentes son los caballos, que aparecen muy frecuentemente en su obra. Caballos humanizados, caballos-perro, caballos transmutados en extraños artilugios; caballos que giran sin fin en torno a la hipnótica espiral de La rueda de los caballos; o el caballo balancín del Dormitorio jardín, de 1941.


En 1940, llega a Madrid procedente de la Francia ocupada por el ejercito alemán. Y en el Museo del Prado tiene la ocasión de contemplar las obras de El Bosco y de Brueghel, que le producirían una honda impresión. De forma repetida aparecen en sus obras las huellas de esa influencia.

Esa poderosa atracción por El Bosco y Brueghel es compartida, aunque menos visible en su obra, con uno de los grandes artistas americanos ligado al surrealismo, Wilfredo Lam, que vive en España desde 1924 hasta 1938. Curiosamente, también en la obra del cubano Lam podemos ver la fusión caballo-humano en el tema La mujer caballo.


Pero también en Madrid, en ese mismo año, Leonora padece una situación traumática al ser violada por un grupo de militares. Esto unido a los dramáticos sucesos que había vivido desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial precipitan un episodio psicótico en la autora que provoca su ingreso en un sanatorio psiquiátrico en Santander.

Consigue huir a Nueva York, donde se reencuentra con amigos y artistas del grupo surrealista que allí están exiliados. Colabora con André Breton en labores editoriales y organización de exposiciones del grupo surrealista. Con Max Ernst, Marcel Duchamp y Roberto Matta realiza el mural Summer (Verano).

A partir de 1943 vive en Méjico, donde se relaciona con artistas exiliados europeos como Benjamin Péret, Remedios Varo, Kati y José Horna. Se siente atraída, al igual que otros intelectuales europeos exiliados, por las creencias y los mitos espirituales que han logrado sobrevivir a la colonización española. Y que, de alguna manera, conectan con los mitos celtas que alimentaron su imaginación infantil. Y en este contexto, ilustra un texto de la antropóloga Laurette Séjourné: Supervivencias de un mundo mágico (1953).

De 1963 a 1964 realiza una de sus obras más destacadas, El mundo mágico de los mayas, un mural de gran formato (240 x 431 cm.) realizado para el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México. Una pequeña franja inferior representa el inframundo (Katibak) en el que apenas se pueden distinguir detalles: una deforme cabeza de felino, algunas siluetas de animales y las raíces de un árbol fantasmagórico que atrae a una bandada de ¿lechuzas? similares a las que podemos ver en algunos dibujos de El Bosco.

En el centro se despliega un gran arco iris junto a la gran serpiente emplumada y algunas esferas celestiales (que también nos recuerdan a El Bosco). Bajo este cielo rojizo y al pie de las montañas se pueden observar detalles de ritos y costumbres que indican el resultado del complejo sincretismo religioso entre las creencias mayas y las impuestas por los españoles.

Hay muchas más cosas que ver y contar sobre Leonora Carrington, sobre su importante papel en el movimiento de liberación de la mujer en Méjico en los años setenta del siglo pasado, sobre su reivindicación de la Gran Diosa, sobre su conciencia ecológica. Son tantas que probablemente habrá que dedicarle otro artículo próximamente. Mientras tanto, merece la pena contemplar y disfrutar de sus obras, que pueden verse en este enlace.

JES JIMÉNEZ SEGURA

13 mar 2023

  • 13.3.23
Oponer resistencia a la Inteligencia Artificial (IA) es una lucha perdida, puesto que ya ha venido y lo ha hecho para quedarse. Y como todos los avances para los que no estamos preparados, pues son disruptivos, causa recelo y dudas. Tantas dudas y recelos que, en mi caso, me ponen en estado de alerta ante el avance imparable de la IA en tareas que, por ignorancia, creía libres de tal tecnología. Y es que no confío en ella. No me fío en absoluto de la IA como tampoco lo hacía, en su día, del microondas, de internet y hasta del teléfono portátil, mal llamado móvil.


Reconozco que temo aquellas tecnologías que me arrollan porque las desconozco y no las domino, a pesar de que supongan avances impresionantes para muchos profesionales en incontables indicaciones o trabajos. Apenas les aprecio utilidad práctica en el ámbito doméstico, en el que, como mucho, las empleamos fundamentalmente para calentar agua o café, curiosear páginas web o intercambiar ”guasaps” por mero entretenimiento. Tengo que admitirlo: soy así de simple y analógico.

Con la IA me sucede lo mismo. De entrada, me cuesta creer que lo que nos venden por IA sea realmente inteligente. A lo sumo, admito que son sofisticados programas de almacenamiento y gestión de datos, algoritmos programados para extraer información entre miles de millones de ejemplos y bases relacionados con la cuestión encomendada.

Por ello soy visceralmente reacio a considerar ese artilugio cibernético equivalente a la mente humana. Podrá ser muy útil de ayuda, como una enciclopedia inabarcable, en procesos que requieren datos y tiempo ingentes. Pero reconocerle inteligencia, capaz de construir un pensamiento original (bastaría un simple poema), creo que es adjudicarle una facultad de la que carece, a menos que redefinamos el concepto de inteligencia, esa que nos hace interrogar lo que somos y poner en cuestión lo existente para superar nuestras limitaciones.

Lo de artificial no lo discuto, por obvio. Con todo, admito que se trata de programas sumamente complejos para buscar, seleccionar y comparar datos con los que elaborar una respuesta mecánica a un problema determinado. Pero los considero incapaces de acometer reflexiones para las que no están diseñados, es decir, que no pueden pensar por sí mismos e interrogarse sobre su propia capacidad supuestamente inteligente. No llegan al extremo, tan humano, de elucubrar y emocionarse con hallazgos frutos de su sabiduría o ignorancia. Ese saber que no se sabe nada.

Pero si el calificativo de IA me enerva, más me inquieta aún su aplicación en procesos cotidianos que nos avocan a una dependencia indeseada y que poco a poco acabará embotando capacidades propias que dejamos de practicar. Nos vuelve cómodos y torpes, y lo que es peor, controlables y manipulables.

Máquinas cada vez más listas y personas progresivamente inútiles y obedientes. Tanto, que ya nos cuesta aparcar porque el coche lo hace solo y mejor, y si lo dejamos, conduce por nosotros. También confiamos en que nos guíe con el navegador sin saber dónde estamos. Sibilinamente, para que nos vayamos acostumbrando a esa dependencia, se va extendiendo el hábito de pedir a un asistente electrónico que ponga la música que nos gusta y encienda las luces al llegar a casa.

Incluso le hacemos preguntas a un ChatGPT que, muy prudente él, elude respuestas comprometidas por ser políticamente incorrectas: “No soy capaz de tener creencias u opiniones personales” (OpenAI). Ya hasta le ganan la partida a todo un campeón mundial de ajedrez (Deep blue).

Dentro de poco, porque se está en ello, llegarán a diagnosticarnos en función de los síntomas y datos analíticos que les proporcionemos, sin que ningún médico de “carne y hueso” nos ausculte y mire a los ojos. E irán reemplazando al ser humano en cada vez más actividades y tareas.

Llegarán a conocerte mejor de lo que puedas conocerte tú mismo, en virtud del rastro que vamos dejando, a través de móviles, internet, tarjetas bancarias, compras on line, etc., en el enjambre digital. Pronto estaremos, si es que no lo estamos ya, eficazmente clasificados en todo tipo de registros alimentados por una IA que continuamente nos escruta y controla. Lo grave es que le permitimos ingenuamente que lo haga, ignorando que lo enumerado más arriba es, simplemente, lo menos “dañino” que puede causarnos la IA cuando se aplica “sin maldad”.

Porque podría servir, y de hecho sirve, para otros propósitos menos benévolos, como la desinformación, la elaboración de noticias falsas y para la pura y simple manipulación. Ya Iñigo Domínguez, en su artículo “Robots más listos y humanos más tontos” lo expone de forma clara, por lo que me ahorraré el esfuerzo.

Añadiré, sin embargo, que la publicidad y la propaganda se elaboran en muchos casos con ayuda de IA para “personalizar” mensajes y “seducir” (iba poner embaucar) a los destinatarios, consiguiendo influir en sus decisiones, no solo para comprar, sino incluso a la hora de votar.

Son sistemas expertos en inundarte de (des)información por todos los soportes y canales comunicativos posibles hasta lograr que renuncies a seleccionar tal avalancha de mensajes, y conseguir que te creas los “empaquetados” según tus gustos y tendencias. Eso es lo alarmante y peligroso de la IA: su uso para objetivos ocultos o espurios.

Y es que la tecnología con IA que se utiliza para reconocimiento facial no sólo sirve para “copiar” rasgos de personas desaparecidas o crear rostros falsos y presentarlos como si estuvieran vivos (Deep fake), sino que puede utilizarse para rastrear, localizar y vigilar a personas de manera automática, violando sus derechos.

Gracias a la IA, capaz de aprender simulando los procesos inductivos y deductivos del cerebro humano, se pueden construir armas autónomas –“armas con cerebro”, como las bautiza Javier Sampedro– que decidan su objetivo, pudiendo matar sin intervención humana.

O fabricar drones autónomos, no teledirigidos, que destruyan infraestructuras, edificaciones o poblaciones (militares o civiles) con sólo “educarlos y entrenarlos” para tal misión. De hecho, esta tecnología se utiliza ya para fabricar armas, lo que mueve a Antonio Guterres, secretario general de la ONU, a clamar contra su uso: “Las máquinas con el poder y el criterio para matar sin implicación humana son políticamente inaceptables y moralmente repugnantes, y la ley internacional debe prohibirlas”.

No se trata, pues, de ser catastrofista, sino de ser cauteloso y tener presente los riesgos que supone el “mal uso” de la IA, puesto que las consideraciones éticas, morales, culturales y emocionales escapan de los millones de big data con que estas máquinas elaboran sus respuestas y articulan sus conclusiones.

Y ya que está entre nosotros, deberíamos de estar pendientes de que la IA sea utilizada respetando siempre unos límites que impidan que se vuelva en contra nuestra. Máxime cuando esta tecnología es susceptible de un uso malicioso e interesado, opuesto al bien general.

De lo contrario, servirá para ahondar desigualdades y generar división, abusos, discriminación y manipulación. Un peligro del que nos vienen advirtiendo cada vez más pensadores y líderes sociales (Stephen Hawking, Éric Sadin, José Antonio Marina, Yuval Noah Harari, Víctor Gómez Pin y hasta ¡Elon Musk!, entre otros) cuando resaltan la ya innegable soberanía electrónica en la actividad económica, pero también, en gran medida, en la del ocio, las comunicaciones y la información.

Y es que, por muy bien diseñadas y entrenadas que estén estas máquinas, si su “inteligencia” se limita a seguir instrucciones de un programa y no se rige con criterios éticos o morales, poca inteligencia demostrarán poseer, aunque sean capaces de resolver y responder cuestiones sumamente complejas. Lo que no me deja más tranquilo.

DANIEL GUERRERO

12 mar 2023

  • 12.3.23
Recientemente visité Alburquerque (Badajoz), mi pueblo de origen, ya que la Corporación municipal le había concedido a Luis Landero, último Premio Nacional de las Letras Españolas, el título de Hijo Predilecto de la villa.


De este modo, en el centro cultural que lleva su nombre, tras el homenaje oficial, entre Landero e Isabel Gemio, también nacida en Alburquerque, se escenificó una amena charla, ambos sentados en unas butacas, como si estuvieran en un plató televisivo, que fue seguida con gran interés, ya que, como es obvio, desgranaron recuerdos y anécdotas de sus infancias y adolescencias, puesto que sus familias eran conocidas por los presentes que abarrotaron el centro.

Como suele ser habitual, cada vez que visito mi pueblo me llevo la cámara fotográfica, pues continuamente encuentro motivos para dejar constancia de las bellas imágenes que puedo registrar de las múltiples estampas de su fortaleza que lleva la denominación de Castillo de Luna por quien fuera conde de Alburquerque, título que le fue concedido por el rey Juan II de Castilla.

También es un enorme placer recorrer los extensos campos extremeños que rodean a la localidad. Así, al atardecer del primer día de mi estancia, cuando el sol declinaba y el frío empezaba a apretar con cierta intensidad, caminé por entre las encinas del lado sur de la fortaleza, mientras unas nubes negras se elevaban hacia el cielo, lo que era indicio de que aquella noche podría caer agua en abundancia. Esta bella instantánea es la que muestro en portada.

Mientras contemplaba la majestuosa imagen que se desplegaba ante mis ojos, vino a mi memoria uno de los romances del “Cancionero de don Álvaro de Luna” que, tiempo atrás, se cantaba en la representación de la obra teatral El Águila Blanca, dentro del patio de armas del castillo y en la que participaba la propia gente del pueblo.

Lo curioso es que no hace mucho, casualmente, lo escuché en dos grabaciones distintas que me emocionaron al saber que en países tan dispares como Estados Unidos o Polonia se oían los sonidos y la letra de un romance titulado “Alburquerque, Alburquerque”, y que en él se dice:

Alburquerque, Alburquerque,
bien mereces ser honrado,
en ti están los tres infantes
hijos del rey don Fernando.
Desterrélos de mis reinos,
desterrélos por un año;
Alburquerque era muy fuerte,
con él se me habían alzado.
¡Oh don Álvaro de Luna,
cuán mal que me habías burlado!
dijísteme que Alburquerque
estaba puesto en un llano,
véole yo cavas hondas
y de torres bien cercado;
dentro mucha artillería,
gente de pie y de caballo,
y en aquella torre mocha
tres pendones han alzado:
el uno por don Enrique,
otro por don Juan, su hermano,
el otro era por don Pedro,
infante desheredado.
Álcese luego el real
que excusado era tomarlo.


En este romance se hace referencia al cerco que se produjo en la villa en el año 1430, durante la guerra entablada entre los reinos de Castilla y de Aragón, puesto que tres los Infantes de Aragón –Juan, Enrique y Pedro– se habían hecho fuertes en la fortaleza, por lo que tuvo que ser cercada don Álvaro de Luna, hasta que sus acérrimos enemigos se rindieron sin que hubiera derramamiento de sangre.

Sobre este tema, quisiera hacer referencia al Romancero de don Álvaro de Luna, recopilación que llevó a cabo Antonio Pérez Gómez, en el que recoge todos los romances publicados entre 1540 y 1800. En total son cincuenta y seis que hablan de la vida y la tragedia de quien fuera condestable del rey Juan II de Castilla. Y para que veamos la importancia de su protagonista, solo los romances referidos a la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, superan en número a los que describen los avatares de Álvaro de Luna.


Ya centrándonos en el romance “Alburquerque, Alburquerque”, debo apuntar que también fue musicado, por lo que se encuentra recogido en el Cancionero Musical de Palacio, con el número 10, dentro de los 461 registrados de la música renacentista española.

Llama la atención que, no hace mucho, en el año 2015, haya sido grabado por el grupo estadounidense Los Angeles Guitar Quartet. Así, en el disco titulado New Renaissance, dedicado a la música del Renacimiento español, aparece interpretado con cuatro guitarras clásicas y con una duración de tres minutos.


Pero lo más sorprendente es que hay que acudir a Polonia para encontrar este romance, cantado por el grupo La Morra, dirigido por el laudista Michal Gondko, para escucharlo en un álbum reciente que lleva el título de Luz del Alva (la segunda palabra está con ‘v’, puesto que así se escribía en la Edad Media).

Como nos podemos imaginar, la pronunciación del vocalista se aleja bastante de la nuestra, ya que se expresa con una fuerte ‘ere’ los sonidos de las palabras de nuestro idioma. Aunque creo que esto, a fin de cuentas, tiene poca importancia, sabiendo que han tenido que ser dos grupos de música antigua de fuera de nuestras fronteras los que nos proporcionen, musicado y cantado, el citado romance.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ

11 mar 2023

  • 11.3.23
Hoy he hablado con una amiga con la que no tenía contacto desde hacía mucho tiempo. Una de esas buenas personas con las que conectas desde el principio y que está ahí aunque pasen los meses sin hablar. Ella, que ha atravesado varios desiertos en estos años –desiertos durísimos y sin pizca de agua, sostenida solo por su pequeño cuerpo y su gran determinación–, parece que ha encontrado por fin un oasis en el que respirar y poder descansar, donde las batallas no son a muerte.


¡Qué alegría que a la gente buena le vaya bien! Porque la vida se suele cebar con ellas y con su fragilidad. Los psicópatas no sufren. Ya ella se desembarazó de uno y ahora vuela libre acompañada solo por quien la quiere y le desea el bien.

¡Clases de autoestima para todos nosotros ya! Y, sobre todo, para los niños y niñas, para que el futuro sea un sitio mejor. Pobrecillos, nos pasamos todo el día hablándoles de lo mal y lo difícil que está todo. Recuerdo la pregunta de una niña a su madre: "Mamá, ¿yo siempre he vivido en crisis?".

Hablémosles de quererse a sí mismos, de no consentir que nadie los dañe, de defender su dignidad. Vale ya de sufrir por sufrir y de permitir que otros nos pisoteen por el miedo; un miedo que nace de valorarse poco. Para que haya un verdugo, tiene que haber una víctima. Dejemos de ser víctimas en las relaciones personales, en el trabajo y en todos sitios. Que los verdugos no tengan cabida en una vida que es muy corta.

Desde mi 50 añitos vuelvo a ver algunas películas que de niña me gustaban y que ahora me chirrían. En My fair lady me parece horrible que ella decida quedarse con él o enamorarse de él después de tratarla como un objeto todo el tiempo y de no haber mostrado ni un ápice de ternura hacia ella o hacia sus circunstancias en ningún momento.

El amor no es ciego, solo lo es cuando no te quieres, porque si te quieres, te preguntas: "¿De verdad que yo me merezco esto? ¿Este trato?". Otro ejemplo es Lo que el viento se llevó: ese hombre que nos parecía tan seguro de sí mismo y que se quería tan poco. Toda la película va detrás de una mujer fría, calculadora, que antepone sus intereses a cualquier sentimiento ajeno, ya sea de su hermana o de algún hombre. Y, por si fuera poco, se casa con ella. ¿Qué esperabas? ¿Que fuera buena madre? Si ya era una arpía y te ninguneaba... ¿la vas a elegir de madre de tus hijos? Unos niños que no nacieron del amor y que no contaron con una madre que los quisiera.

En fin, son cosas que se me pasan ahora por la cabeza, años después de liberarme de estereotipos creados para sufrir. Mi más grande enhorabuena, amiga, te lo mereces. Y disfruta de tu nuevo presente y saborea el amor de verdad, ese que te quiere, te mima y te cuida.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

10 mar 2023

  • 10.3.23
La continua especialización de las Ciencias, de las Técnicas y de las Humanidades exige un acercamiento progresivo que haga posible la colaboración mutua. Cada vez vamos descubriendo más cómo, por ejemplo, la Psicología, la Sociología, la Antropología e, incluso, la Historia y la Economía, explican y profundizan los comportamientos humanos gracias a las investigaciones de los físicos, de los químicos, de los biólogos, de médicos o de los veterinarios.


Tras esta constatación he llegado a la conclusión de que Vuelo de estorninos. Las maravillas de los sistemas complejos (Barcelona, Paidós, 2023), obra escrita por Giorgio Parisi, Premio Nobel de Física de 2021, además de sorprenderles, resultará orientadora y práctica a los profesores, a los investigadores de las Ciencias Humanas, a los creadores artísticos, a los escritores y, por supuesto, a los lectores interesados en los asuntos de actualidad y en el progreso realmente humano.

Este estudio expone con claridad, con rigor y con sencillez la fascinación que experimentó Giorgio Parisi –que ya había observado el comportamiento colectivo de aves, de bancos de peces o de manadas de mamíferos– cuando miró desde el suelo la enorme rapidez con la que cambiaban de forma las bandadas de estorninos.

Tras análisis en los que aplicó criterios científicos, comprendió cómo, a partir de ciertas reglas sencillas de interacción de los individuos, surgen nuevos comportamientos colectivos y se producen unos cambios que tienen que ver con las reglas que la Física moderna ha formulado.

Comprobó, por ejemplo, cómo los bordes de la bandada son muy definidos y que su densidad es casi el 30 por ciento menor que la del centro, y concluyó que “con toda probabilidad, este comportamiento tiene un origen biológico como defensa frente a los ataques de los halcones peregrinos”.

Se fijó, además, en que cada pájaro tiende a mantener mayor distancia con el compañero de delante o de detrás que con el que tiene al lado, algo parecido –advierte– a lo que ocurre con los vehículos que circulan por una autopista.

Llegó a la conclusión de que los resultados de estos análisis serían de notable utilidad para el estudio de la Etiología y de la Biología y, sobre todo, para las Ciencias Humanas como la Sociología, la Antropología, la Historia, la Economía y la Política.

En mi opinión, esta consideración de la influencia recíproca que experimentamos en nuestras percepciones, sensaciones, emociones e ideas y, como consecuencia, en nuestros comportamientos cuando nos integramos en los diferentes grupos sociales, culturales, religiosos o económicos, nos ayuda a profundizar en la naturaleza y en la influencia de los vínculos que existen entre las conductas individuales y los comportamientos colectivos.

El autor, aplicando mediciones científicas, llega a la conclusión de que los comportamientos individuales, no solo los de los seres inanimados sino también los de los animales y de las personas, cambian, a veces de manera visible, cuando están integrados en un grupo.

Esta obra, al hacer convergentes los análisis científicos y las consideraciones humanas, nos proporciona una nueva manera de estudiar el universo en el que los seres inanimados, animados y humanos estamos integrados.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

6 mar 2023

  • 6.3.23
Ella le dijo que se llamaba Clara. Él lo tenía claro. Se podía llamar de cualquier manera. Y poco importaba. La fiesta iba para largo. Ella tenía una mirada alegre y comprometedora y unos ojos claros, posiblemente verdes, que todo lo volvían oscuro o todo enturbiaban o todo lo resplandecían. Ya no sabe. Los labios eran gruesos, insinuantes o atrevidos. Tampoco sabe. La realidad es tan terca que describirla con precisión es misión imposible e inútil. Pero ciertamente que son labios que no se olvidan.


Había bebido suficiente o demasiado. Por eso sus frases eran breves y contundentes, pues anunciaban mucho más de cuanto pretendieran expresar. Le dijo que le leía sus artículos y sus relatos. Muy nostálgicos, dijo. Aunque con toda probabilidad la nostalgia esté en mí, le dijo también. Una frase hecha, pensó él. Te enviaré un comentario. Pero hasta hoy. Es lógico. Qué se puede escribir en un comentario a un hombre que no conoce sino por algunos de sus escritos.

Aquella noche soñó con ella. O tal vez no soñó, porque no logró alcanzar el sueño. Llenó medio vaso de whisky y pensó sin aliento si estaba preparado para olvidar sus ojos. La respuesta era evidente. Nadie tiene cojones para olvidar unos ojos como esos. Así que bebió y se sirvió otro medio vaso.

No corría viento y el aire estancado hacía que la noche no fuera el espacio idóneo para recrear hechos apenas perceptibles para una memoria castigada por los años. Encendió el ordenador para comprobar si ella le había escrito, y obviamente ella no lo había hecho. De manera que el desengaño tiró anclas en un océano de nadie.

Durante muchos días pensó si una mujer puede aparecer y desaparecer de su vida como si la tierra se la hubiera tragado de repente. Y advirtió acertadamente que su existencia estaba plagada de experiencias semejantes. Como es obvio, volvió a encender el ordenador un día tras otro, pero ella nunca escribió. Y supo sin remordimientos que los sueños los alimentamos por el simple placer de no perecer a la apatía que nos mata día a día.

En cualquier caso le ayudó, una vez más, a entender que ninguna mirada se parece a otra, y que el mundo está habitado también de miradas vacías. Tal vez este pensamiento le preparó para olvidar el incidente de una noche de feria y alcohol que nunca buscó y que, por esa misma razón, debía archivar en la carpeta de los casos insignificantes.

Pero el tiempo enseña que algunos ojos alumbran en la oscuridad y que la noche se hace eterna y uno no sucumbe a su magia. Ella volvió a entremeterse en sus sueños sin nombre y posiblemente sin identidad, varió la fecha y el escenario del encuentro. Que poco importaban ya.

Y solo conservó esa sensación que llena el alma por unos instantes y que le ayudaba a sobrevivir a los reveses de un tiempo hostil y desapacible. Sabía que cualquier día ella le escribiría unas palabras breves y sencillas sin otra pretensión que certificar su existencia y que ese simple hecho le ayudaría a entender que un encuentro casual sin prórroga posible se vuelve más sólido que una relación amañada a las espaldas del deseo.

Pensó más de una vez en la nostalgia y en sus consecuencias, y pensó también si ese barniz del tiempo no era excusa suficiente para sobrevivir a la auténtica nostalgia de la que nunca podemos escapar, y si escribir sobre esta materia no era sino un ejercicio vulgar para desprenderse de sus múltiples consecuencias. Todo es posible, se dijo.

Un día, sentado a la barra de cualquier bar, pidió un coñac. Extraño en él. Después observó que una mujer le miraba. Tenía una belleza corriente, de tinto barato, y una piel lechosa de tetrabrik caducado. Puso los ojos en su mirada, y vio que no era ella. Pagó el coñac que no bebió y al salir a la calle supo que, por alguna oscura razón que no entendía, un día nunca se parece a otro. Desgraciadamente para él, lo tenía claro.

Columna publicada originalmente en Montilla Digital el 20 de mayo de 2012.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO

4 mar 2023

  • 4.3.23
Acabo de leer uno de los numerosos libros dedicados a la vida de Vincent van Gogh, con la singularidad de contener todas sus obras pictóricas, que alcanzan la asombrosa cifra de 820 cuadros, y que corresponden a sus últimos años. Su autor es el alemán Rainer Metzger, que los cita y presenta de manera cronológica, al tiempo que cuidadosamente documentados, ya que comienza por el que lleva el título de Muchacho agachado con hoz, que corresponde a octubre de 1881, y acaba con Trigales con vista de Arles, de julio de 1890, poco antes de quitarse la vida.


Todos hemos oído hablar de la trágica y corta vida de este pintor holandés del siglo XIX, que murió sin haber vendido un solo cuadro, porque los que creía haberlo hecho se debió a que su hermano Theo, galerista en París, se los adquiría, haciéndole creer que había un público interesado en ellos.

Sobre Van Gogh he publicado diversos artículos: Camino hacia la locura: Vincent van Gogh o Los rostros de Van Gogh (1) y Los rostros de Van Gogh (y 2). En este caso, quisiera describir, con cierta brevedad en los comentarios, la pasión que sentía por la naturaleza, seleccionando diez de sus cuadros para que comprobemos la belleza que se desprendía de este pintor autodidacta, ya que el mayor interés de este breve trabajo es, precisamente, la visión de algunas de las obras de esta temática.


El padre de Vincent era un pastor protestante que gran parte de su trabajo pastoral lo desarrolló en el pueblecito de Nuenen, por lo que algunos de sus lienzos hacen referencia a sus entornos. Es lo que acontece con este de 1885 y que lleva por título Paisaje otoñal.


Si uno aproxima la mirada al cuadro precedente, lo que percibirá son amplias pinceladas, sin que se contemple ningún elemento concreto del campo. Esta es una característica de la técnica de los pintores impresionistas y que podemos ver en la obra anterior titulada Senda del Parque Voyer d’Argenson en Asnières, de 1887.


Tras las lluvias de primavera, los campos se llenan de múltiples hierbas en las que se intercalan flores silvestres, que son un verdadero placer para la vista. Es lo que a fin de cuentas expresa Van Gogh en este lienzo titulado Parque de Asnières en primavera.


En ocasiones, basta con que aparezca en pájaro volando para que la propia naturaleza multiplique su expresión de vida, ya que el movimiento de las aves se percibe al instante. Esto lo podemos ver en el cuadro titulado Trigal con amapolas y alondra, también de 1887.


¿Quién no ha caminado alguna vez por un sendero de un pequeño bosque y se ha sentido en plena comunión con la naturaleza? Lo sorprendente de este cuadro, Senda en el bosque, es que con el cambio de unas pinceladas de color más claro logra remitirnos a ese sentimiento tan profundo desde que somos pequeños.


En sentido contrario, cuando las luces del sol se van apagando en el horizonte, nuestra permanencia en el bosque nos resulta inquietante. Esto lo conocíamos de pequeños por los cuentos en los que se nos narraban de niños. Van Gogh lo expresa en Árboles y monte bajo, en el que la luz se apaga con el uso de tonalidades más oscuras en su paleta.


De todos modos, en el pintor holandés prevalecía la exaltación de los colores lumínicos que se manifestaban en los campos a los que salía a pintar de manera directa. Lo apreciamos en el que lleva por título Huerto en flor con melocotoneros, de 1888.


En ocasiones, era un único árbol el protagonista de su obra. Al igual que sucede en el valle del Jerte, al norte de Extremadura, que cuando los almendros florecen la belleza del campo se vuelve admirable, en el lienzo que lleva por título Melocotonero en flor (Recuerdo de Mauve) se aprecia ese esplendor de la naturaleza.


Los avances en sus tensiones emocionales internas lo hacían caminar hacia la locura. Esto se aprecia también en su obra, ya que la naturaleza, tierra y cielo se retuercen al igual que los olivos que pinta, como este que lleva por título Olivos con los Alpes de fondo, de 1889, un año antes de que se quitara la vida.


No quiero cerrar sin hacer alusión al mundo del trabajo y de la vida sencilla que en ocasiones plasmaba. De ahí que traiga como cierre el cuadro que lleva por título El puente de Langlois en Arles con lavanderas, que nos retrotrae a tiempos pasados, cuando la ropa se lavaba en ríos y riachuelos, puesto que la naturaleza también era el medio de actividades que ahora se convierten en recuerdos.

AURELIANO SÁINZ

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