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HIPODROMO

Mostrando entradas con la etiqueta Palabra de hereje [Rafael Soto]. Mostrar todas las entradas
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17 feb 2022

  • 17.2.22
La política española cansa y, en no pocas ocasiones, resulta demasiado tediosa y frustrante como para prestarle atención. Sin embargo, el resultado de las pasadas elecciones autonómicas en Castilla y León merecen una reflexión. Y un posicionamiento también, puesto que nos encontramos ante un sutil cambio de tendencia.


Convivimos con el desastre. Aunque jamás lo admitirá el Gobierno, el sistema público de salud ha colapsado y solo ahora empieza a recuperarse. En medio de una nueva guerra fría, con desastres económicos cotidianos y récords inflacionistas diarios, un pequeño acontecimiento como las elecciones castellanoleonesas parece intrascendente. Y puede que lo sea. Sin embargo, siento que algo ha cambiado: la ortodoxia se resquebraja.

El sanchismo consiste en fuegos de artificio, vacíos ideológicos, ausencia de principios éticos y personalismo extremo. Tras crecer como un tumor en el frágil cuerpo socialista, se hizo con el partido y, con la ayuda de la extrema izquierda, polarizó a la sociedad española. Primer culpable del ascenso de la extrema derecha, el actual Partido Socialista fomentó el tribalismo identitario y una ortodoxia que, a la larga, consistió y consiste en la palabra de su líder supremo. Una palabra jamás condicionada por la hemeroteca.

Una avalancha de comicios electorales hizo necesaria una propaganda de agitación que alcanzó su cénit en las Elecciones a la Asamblea de Madrid. Sin embargo, no fueron pocos los madrileños que deseaban castigar al Kennedy español por su maltrato durante la pandemia.

Ese “Sánchez, Sánchez, Sánchez” que Ángel Gabilondo pronunció en el debate televisivo con el resto de candidatos fue su condena. Una pésima campaña electoral, así como su lealtad manifiesta al enemigo público número uno de un buen puñado de madrileños, hicieron que el PSOE pasara de ser la lista más votada a la tercera, superada por una Isabel Díaz Ayuso idolatrada –que no el Partido Popular, cuidado con ese detalle– e, incluso, un Más Madrid que no sabía de dónde le venía el maná.

Acabada la avalancha electoral, el sanchismo tuvo que enfriar los ánimos. Justificó la derrota electoral en Madrid con el ‘voto de los bares’, pueril argumento que no se sostiene en cuanto se empieza un análisis racional. Iván Redondo tuvo que hacer las maletas tras ejercer de presidente del Gobierno encubierto y, desde entonces, sin abandonar su aparente discurso radical, Pedro Sánchez ha enfriado la máquina para no sobrecalentarla.

Cualquier analista serio sabía que el PSOE no tenía nada que hacer en Castilla y León. Solo puede salvarlo un desencuentro entre PP y Vox que es imprevisible. Pero esa es otra historia. Vox ha mejorado resultados, como no podía ser de otra manera en un contexto tan polarizado. Por otro lado, las desigualdades territoriales propias del Régimen del 78 se han hecho más evidentes si cabe en los últimos años y hasta Soria reclama ya su lugar bajo el sol. Cualquier día de estos Sevilla pide la conversión en república independiente y, Triana, en estado libre asociado.

Bromas aparte, las elecciones andaluzas están en el horizonte y los planes ya se están definiendo. Sin embargo, hay una novedad. Óscar Puente, alcalde socialista de Valladolid, ha defendido que su partido apoye al Partido Popular para evitar que Vox acceda al poder en la Junta. ¿Una anécdota?

Sánchez esperaba hacer del pacto PP-Vox un argumento que le permitiera volver a blandir el arma ‘anti-fascista’ en futuros comicios. Bajo ninguna circunstancia permitiría que le quitaran ese argumento, y menos para una comunidad que daba por perdida antes de empezar la campaña. Ha salido del paso como ha podido.

Ahora bien, hay ya muestras de hartazgo con un líder que se deshace de barones como si de corbatas se trataran. Óscar Puente no tiene autoridad para mandar al líder ‘al carrer’. Sin embargo, el desgaste de gobernar en medio de una pandemia y las propias contradicciones de este gobierno están ahí.

En cuanto pasen unas semanas, quizá unos meses, el sanchismo retomará la propaganda de agitación. El tribalismo identitario volverá a verse en las redes, obligando a los progresistas a demostrar su progresismo mediante muestras de odio y desprecio al enemigo. Un enemigo que aprovechará para hacer lo propio, como ya lo lleva haciendo hasta ahora.

La poscensura y los mensajes de odio volverán a calentar el ambiente. La caza de herejes y la muestra orgullosa de banderas republicanas y/o arcoíris volverán a verse en los ‘social media’ como justo hace un año. Se blandirá el miedo a la ‘vuelta a los armarios’, el retorno del heteropatriarcado, la lucha contra el fascismo, entre otras majaderías por el estilo.

Sin embargo, las cosas han cambiado. La propaganda actuará sobre una población cansada y con una Yolanda Díaz en el retrovisor de la izquierda. Una líder que no es muy diferente a Sánchez, pero que sabe despertar esperanzas, que tiene a los sindicatos comiendo de su mano y que, tarde o temprano, se llevará cabezas progresistas por delante. ¿Cuánto tardará alguien en ver en el sanchismo una rémora? ¿Ocurrirá antes de que la derecha nos coma? ¿Tendremos que mantener la esperanza en el cainismo pepero?

La ortodoxia se resquebraja desde la izquierda, aunque tardaremos en ver las grietas. Los medios amigos se encargarán de taparlas, en cualquier caso. Cuanto más peligran los autoritarismos, más agresivos y cerrados se vuelven. Habrá que ver la reacción de los ‘renovadores de la democracia’ cuando aumenten las voces discordantes.

Me gustaría pensar que se hará desde la reflexión, y que se retornará tanto a las esencias ideológicas como a los límites éticos. Todo lo que no sea una vuelta al republicanismo y a la igualdad territorial está condenado a la contradicción. Se requiere de una reforma laboral de verdad que devuelva la dignidad a los trabajadores, la creación de empresas públicas que garanticen un suministro eléctrico asequible, y otras muchas medidas que nos conduzcan al Estado del Bienestar.

Sueño con que se pida perdón por los pactos con Bildu y con que se depuren responsabilidades por la gestión de la pandemia. Utopías todas que, sin embargo, me resultan irrenunciables.

Huele a cambio, aunque no tiene que ser para bien. Observemos si, en efecto, se produce un paulatino giro a la heterodoxia. Próxima parada: Andalucía. 2022 se le hará largo a más de uno por ambos lados de la carretera...

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

3 feb 2022

  • 3.2.22
La señora está preocupada. Convive con una nieta con síntomas de covid y teme contagiarse. Por otro lado, le inquieta que se infecte la enfermera que suele desplazarse a su vivienda para seguirle el Sintrom, un anticoagulante cuya dosis varía según la evolución del paciente. No hay todavía un positivo. Por si acaso, pide a su hija que llame al ambulatorio para solicitar indicaciones.


Su hija le dice que no, que su nieta se encierra hasta que pudiera confirmar el positivo, y que nada le iba a pasar a la enfermera porque entrara un momento. Sin embargo, con buena fe, la señora insiste en que quiere que llame y pida indicaciones. La mujer obedece con desgana.

Por supuesto, el personal del ambulatorio le indica que debe de trasladarse hasta allí y, con resignación, la señora se arregla para salir. Tiene ochenta y un años y, aunque puede salir a la calle, tiene dificultades. No es conveniente que salga sola. Se dirige al centro sanitario del brazo de su hija y llega tras veinte o veinticinco minutos andando.

Madre e hija tienen que esperar su turno para ser atendidas. El ambulatorio funciona a pleno rendimiento, a pesar de la evidente falta de personal. Una insuficiencia que ya existía sin pandemia y que, ahora, quema y agota a los trabajadores sanitarios.

Es el turno de la señora. Su hija intenta explicar lo ocurrido a una enfermera que, a esas horas, ya había atendido a muchos pacientes y tomado muchas decisiones. La mujer esperaba, tras la explicación, que su madre fuera atendida y poder volver cuanto antes a su casa. Sin embargo, la enfermera toma una decisión sorprendente.

Con tono de reproche, como si hubiera detectado la trampa de un pícaro, le responde de malos modos que si su madre está para desplazarse al centro sanitario no necesita atención domiciliaria. Entre las protestas de la hija, la enfermera eleva la voz mientras se dirige a un compañero: “¡Ea, borra a esta señora de la lista que puede moverse perfectamente!”.

Las protestas de la hija no hicieron más que enfadar aún más a la enfermera que, con malos modos, mandó a que le hicieran el seguimiento a la señora y dio paso al siguiente paciente.

Situaciones como la relatada ocurren todos los días en los centros sanitarios. Resulta difícil ser comprensivo con trabajadores con este comportamiento. Sin embargo, lo cierto es que la situación sociosanitaria y la falta de personal están empeorando todavía más, si cabe, la atención primaria –no entramos ya en las listas de espera para especialistas, operaciones quirúrgicas, etc.–. Están quemados.

La sanidad privada se está nutriendo del descontento y la ineficiencia del sistema sanitario. Incluso hay lista de espera para algunos especialistas –siempre menores que en la pública–. Sin embargo, no olvidemos la trampa: la sanidad privada hay que pagarla.

Si tienes buena salud y eres joven, quizá tengas posibilidad de un seguro. Sin embargo, si eres una persona mayor o tienes alguna enfermedad crónica, discapacidad, etc., es probable que las aseguradoras te nieguen la cobertura. Un hecho que obliga al pago directo del servicio, encareciendo todavía más el acceso al tratamiento médico.

Como bien señala la jurista María del Val Bolívar: “Ante la existencia de un riesgo, la no cobertura de un tratamiento o procedimiento médico por el sistema de salud público no es extraño que las personas utilicen los medios de los que disponen para reducirlo, en este caso, los seguros de salud privados. Sin embargo, actualmente no todas las personas pueden acceder a un seguro de salud privado por razón de discapacidad. Esta situación ha sido denunciada tanto en instancias nacionales como internacionales y se ha tratado de corregir en textos como la CDPD [Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad] y la Agenda 2030”.

Por tanto, la sanidad privada no es una alternativa real a los servicios públicos. Sin embargo, yo no culpo a las aseguradoras. La auténtica aberración es la causa de que muchos ciudadanos se vean obligados a recurrir a este sistema alternativo: una sanidad ineficiente y sin recursos.

La devolución de las competencias sanitarias al Estado para una gestión centralizada de las mismas sería un paso importante, así como una mayor inversión. Medidas tan necesarias y urgentes como utópicas en nuestro contexto. Por muchas razones, no interesa. Quizá porque, para quienes deciden a dónde se dirige el dinero, no somos una opción. Es más, puede que hasta les sobremos.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

20 ene 2022

  • 20.1.22
La alarma me sorprende mientras que estoy cerrando las persianas. Por suerte, tengo el móvil en el bolsillo y la desactivo sin más complicaciones. Se trata de un aviso, una advertencia. Me guste o no, no me puedo permitir remolonear. Es hora de ir al trabajo. Por suerte, voy bien de tiempo y no me veo obligado a apresurarme. Son las 13:20.


Poco antes había disfrutado de un café con galletas en el postre. Un capricho goloso mientras recordaba con placer la sufrida y accidentada victoria de mi Betis sobre el eterno rival el pasado domingo. Energúmenos y listillos aparte, fue un buen partido en el que el entrenador del Sevilla FC., Julen Lopetegui, se hizo valedor de la nominación al mejor director en el Festival de San Sebastián. No me da palo reconocer el trabajo bien hecho. Un derbi como los de antes.

Mi abuelo, Cristóbal Escobar Jaén, había sido encargado de la sala de trofeos del Betis, y del buen estado tanto del palco como de la sala de prensa. Recuerdo con nostalgia los tiempos en los que íbamos juntos al sagrado templo de Heliópolis. Un lugar al que no he vuelto desde que me trasladé a la Meseta. Con mi correspondiente abono, mi abuelo consiguió el permiso del gerente para que yo entrara con él en la conocida como ‘Puerta de Cristales’. Eran otros tiempos.

Antes, los enormes trofeos ‘Ciudad de Sevilla’ se colocaban sobre una mesa en la parte de atrás de la sala, que presidía un busto de Manuel Ruiz de Lopera. Insisto, otros tiempos. Mi abuelo me dejaba sentado detrás de estos armatostes, en un angosto espacio entre la mesa y unas vitrinas que estaban pegadas a la pared. Yo era un niño y tenía la indicación de que no molestara, ni me moviera de ahí. Así que me quedaba leyendo o estudiando mientras que él volvía a por mí. Nunca tuve incidencias reseñables.

Llegada la hora, como unos aficionados más, nos sentábamos en nuestros asientos y esperábamos el comienzo del partido. Sin lugar a dudas, uno de los hechos más curiosos que recuerdo es la extraña camaradería entre desconocidos.

Semana sí y semana también, te encontrabas con personas que no conocías de nada. Sus rostros se repetían una y otra vez, y hasta saludabas al llegar a los más habituales. Incluso, en ocasiones, te abrazabas a alguno en la celebración de un gol importante. En especial, en los derbis, donde siempre había alguien que metiera la pata, fuera en su campo o en el nuestro. Porque la idiotez no entiende de colores.

Siempre me preguntaba sobre la vida de estas personas. ¿A qué se dedicaban? ¿Tendrían familia? Con toda probabilidad, ni nos reconoceríamos en la calle, y aún menos nos saludaríamos. Sin embargo, éramos rostros conocidos en un espacio común y compartido. Ahora me pregunto si, del mismo modo que yo tenía estas dudas sobre ellos y sus circunstancias, si ellos las tendrían sobre mí.

Sobre estas cuestiones reflexionaba, mientras esperaba con ansiedad a que las galletas se reblandecieran en el café. Son las 13:25 aproximadamente. Salgo del piso algo hinchado por el postre y no abandono el edificio sin comprobar el correo. Sin novedades. Puedo irme. Sin prisas y sin pausas. Puedo permitirme observar la calle.

Por alguna razón, las tiendas y los bares que se encuentran cuesta abajo me parecen tan extraños como el rostro de los viandantes con los que me cruzo. No llevo mucho en el barrio, pero debería de ser suficiente. El terreno se allana y cruzo una carretera que separa el barrio de un centro comercial.

Tras cruzar, la calle vuelve a estar cuesta abajo, aunque es más llana en la acera pegada al edificio. Una acera que, además, me ofrece un camino más recto hacia la parada del autobús. Es en este punto donde me encuentro el único rostro reconocible de todo el recorrido.

Junto a una de las entradas secundarias al centro comercial hay un banco de hormigón al que le da el sol en los días soleados y que está cubierto en los días lluviosos. Al fondo, una pared, del mismo material que el banquito. Cada vez que voy al trabajo, a la hora en la que paso –13:30-13:40, aproximadamente–, hay un señor con gorro rojo, barba abundante y abrigo verde. A su lado, bultos varios que quizá sean su único patrimonio. O no.

Nunca he visto a esta persona pedir limosna. Siempre lo veo sentado con las piernas cruzadas y un cigarrillo entre los dedos índice y corazón de la mano derecha. Es evidente que disfruta de la luz del sol tanto como de la observación de los viandantes. No lo veo a la vuelta, por las noches.

Da igual el sexo o la belleza, el hombre siempre mira a quien pasa, gira la cabeza y continúa observándolo hasta que se aleja demasiado o ve que puede repetir la operación. Quizá sea su forma de disfrutar del pitillo.

Admito que me despierta curiosidad e inquietud. Curiosidad cuando me acerco y lo observo. Inquietud cuando clava sus ojos en mi persona y me sigue con la mirada. Yo bajo la mirada y paso sin más complicaciones. Nunca le he oído decir nada, ni le he visto molestar a nadie. Nunca me he planteado cambiar de acera.

Una de las primeras veces, por instinto, le devolví la mirada. Solo por un instante. Con la pared de hormigón de fondo, su mirada me pareció penetrante, sus ojos oscuros e inexpresivos, su piel morena y arrugada. Incluso me pareció advertir un punto desafiante. No dejó de clavar sus ojos en mí, y yo volví la mirada hacia adelante.

El momento en el que soy observado siento mucha incomodidad. Siempre me embarga la misma pregunta. ¿Qué ve? ¿Qué piensa de mí? ¿Se ha dado cuenta de que paso todos los días? A veces, me planteo que las chicas –en especial, las jóvenes– deben de sentirse aún más incómodas.

También, en ese breve instante, se me ocurre que me encantaría que me saludara y me hablara. Se trata de curiosidad, tirando a cotilleo. Me gustaría saber de él, de sus circunstancias, de su vida. O quizá, mejor no.

Hoy no es diferente. Paso y me observa. En unos instantes, entiendo que he dejado de estar bajo su observación y mi mente pasa a otras cuestiones más anodinas. Sigo adelante, hacia la carretera, para girar a la izquierda y coger la parada.

Mientras llego, me pregunto cuántas personas debe de haber observándome en silencio todos los días. Caras conocidas, o no, con las que te cruzas. Desconocidos que, coartados por los límites cotidianos de la privacidad, se preguntan casi a diario, por un instante, quién eres y cuáles son tus circunstancias, para olvidarte a la misma velocidad. Inevitable, supongo.

Llego a la parada. Son las 13:40-13:45 aproximadamente y no veo venir el autobús. Suena el móvil y me olvido del señor del banquito de hormigón. Es el WhatsApp. Chorradas varias. Mi Betis ha ganado el derbi y ha eliminado al eterno rival. Soy feliz. Somos felices. No hay nada malo, de vez en cuando, en disfrutar del circo, siempre y cuando no se meta el palo en candela.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

7 ene 2022

  • 7.1.22
Amiga mía, no puedo evitar darle vueltas a una anécdota de juventud. Ya sabes que siempre he pasado mucho tiempo en las bibliotecas, hasta el punto de hacer amistad con algunos bibliotecarios. Me gustaba conversar con ellos y conocer sus puntos de vista. Si bien, las conversaciones esporádicas acababan siendo las más jugosas.


Un día aparecí en una de mis bibliotecas habituales con un libro en la mano, La insoportable levedad del ser de Milan Kundera. Un documento que adquirí de segunda mano y que tenía la cubierta en un estado mejorable.

Uno de los bibliotecarios me vio con el libro y torció el gesto. Por supuesto, admitió la calidad de la lectura, pero cuestionó mi calidad como lector. “No tienes edad para este libro”, me dijo.

¿De qué iba? Siempre me he enorgullecido de la calidad de mis lecturas y el hecho de cuestionar mi capacidad como lector hirió mi orgullo. Con la debida educación, le pedí explicaciones y me las dio con detalle.

La idea que me planteó el bibliotecario es que podía y, de hecho, me recomendaba leer ese libro, como otros tantos. Sin embargo, le sacaría poco partido, porque hay obras que no pueden entenderse hasta alcanzar cierta madurez. No había tenido suficiente experiencia vital como para sacarle provecho a esa lectura.

Amiga, ¿qué puedo decirte? En efecto, ni tenía la madurez vital para entender sus palabras, ni para leer aquel libro. Una obra que no me pareció gran cosa en aquel entonces y que hoy revalorizo. La he fastidiado bastante, me han fastidiado bastante, he dejado a bastantes personas detrás y me han dejado bastantes personas de lado como para empezar a entender esta novela. Estoy en proceso, aunque el camino es largo. Empiezo a entender, en un momento en el que cada vez entiendo menos de todo. ¿Te pasa a ti también?

Por favor, no te rías de mí si te digo que cada vez me doy más cuenta de lo imperfectos que somos. Tú y yo. Todos. Es un dictado lógico, desde luego. Nadie con cierta inteligencia puede afirmar la existencia de la perfección. Sin embargo, es la experiencia la que te enseña el alcance de nuestros defectos.

Somos lectores imperfectos, hijos imperfectos, amigos imperfectos, trabajadores imperfectos, amantes imperfectos... ¡Cuesta tanto aceptar las limitaciones propias y ajenas! En especial, cuando vives en la obsesión por tener todo bajo control, por entenderlo todo, por hacerlo todo bien. Quizás, nuestra estupidez sea lo único perfecto. Y hasta eso lo pongo en duda.

Es seguro que sufrimos por razones absurdas. Y con mucha seguridad, algo irracional nos impondrá el viaje que no tiene opción de retorno. Casi siempre, nuestra mente se ocupa de cuestiones nimias y dejamos de disfrutar por las razones más pueriles. ¿No hay cierto grado de locura en ello?

Reviso las utopías, que siempre me han parecido sandeces y hoy considero imprescindibles. Pienso en la mengana austral de Mario Benedetti y lamento decirte que, a diferencia de su caso, querida mía, sé que tú no eres mi utopía. Ya no. En cambio, sí sé con seguridad que para mí no puede haber utopía alguna sin tu presencia, aunque sea ausente.

Lo admito. No tengo madurez para leer ciertos libros con provecho, ni tampoco para escudriñar entre mis imposibles para sacarles beneficio.

Quedémonos con las palabras del grupo galo La Femme en Le jardin (se puede escuchar aquí): No esperes nada de la vida / Pero cuando la luz entra por tu ventana no te pongas en la sombra / No temas la vida, o la locura porque todos estamos locos / Bajo los ojos de la Macarena.

Amadísima amiga, despréndete de las imposiciones y disfruta sin sentimiento de culpa de esta vida que se nos escapa entre los dedos de las manos. Come, bebe, fornica, lee y ve cine, tanto del bueno como del malo. Me aplicaré el consejo. Hasta donde sé hacerlo, al menos.

Quizás, tras años de dolor, esfuerzo, lecturas y goce, si no nos morimos o nos quedamos impedidos, podamos llegar a entender el libro de Milan Kundera. Y, ¿quién sabe? Quizás podamos reencontrarnos, vaciar una botella de buen vino y llegar a entendernos entre nosotros dos. Aunque sea una comprensión imperfecta.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

23 dic 2021

  • 23.12.21
Este es el último de los tres textos que dedico en esta sección, Palabra de Hereje, a los orígenes del gaceterismo andaluz. Una pausa a las columnas centradas en la actualidad que ha sido muy gratificante, puesto que me ha permitido divulgar una materia poco conocida y que me produce un enorme placer. Terminaremos con un acercamiento al gaceterismo desarrollado en la actual provincia de Córdoba a principios del siglo XVII. Unos apuntes que no deben entenderse como un estudio exhaustivo.


El gaceterismo fue un fenómeno moderno, urbanita y global que estableció las bases del periodismo tal y como lo conocemos. Durante el siglo XVI se desarrolló una red de información europea que nutría de noticias a una población que, cada vez más, estaba interesada en saber lo que ocurría en el mundo a través de la lectura y de la oralidad. Una red que se consolidaría a comienzos del XVII y del que Córdoba también formó parte.

Recordemos que el gaceterismo se enmarca todavía en el mercado del libro y que, en este momento, un impresor te puede sacar de las mismas prensas una Biblia, una obra académica o la última batalla acaecida en el Mediterráneo. Sin embargo, hubo algunos impresores más comprometidos con el mercado de noticias que otros. Habría que esperar a mucho más adelante para encontrar gaceteros especializados en exclusiva a la impresión de noticias en España.

Debido a estas redes ya señaladas, tal y como confirman los escasos estudios serios sobre periodismo comparado, los formatos y, sobre todo, las tipologías documentales se repetían de unos países a otros con escasas diferencias. Y también, debido a ello, no existe un gaceterismo andaluz que se distinga en especial de sus equivalentes en Cataluña, Valencia o Madrid. Si bien, sí que había una conciencia regional de mercado editorial.

Llegados a este punto, deseamos compartir unas palabras del gran maestro de imprenta Juan Serrano de Vargas, realizada en el contexto de una queja a las autoridades por los males del mundo editorial: Memorial dado por Joan Serrano de Bargas maestro impresor de libros en Sevilla en Julio de 1625 sobre los excesos en materia de libros (disponible aquí).

Fragmento de la transcripción de Jesús Domínguez Bordona del Memorial dado por... Fuente: Biblioteca Nacional de España.

Como se puede comprobar en la imagen anterior, Serrano de Vargas tenía una conciencia clara y plena de que su mercado editorial era “el Andaluzia”. Hay quien ha señalado, con cierta razón, que el mercado cordobés fue muy limitado y que tuvo las de perder con la imprenta sevillana. Sin embargo, mi opinión personal es que hubo más gaceterismo en Córdoba, y con más calidad, de lo que algunos expertos han estado dispuestos a señalar.

Publicaciones registradas en el Catálogo y Biblioteca Digital de Relaciones de Sucesos entre 1600 y 1630 en la actual provincia de Córdoba.
Sin embargo, hay mucho más sin registrar. Fuente: Catálogo y Biblioteca Digital de Relaciones de Sucesos (CBDRS).

Empezamos nuestro repaso con Montilla. Los documentos de referencia clásicos en los estudios de la imprenta y del gaceterismo se han quedado bastante desactualizados. Sin embargo, lejos de ser algo negativo, quisiera pensar que demuestra los grandes avances que se están alcanzando en los últimos años. Por desgracia, también dan lugar a numerosas inexactitudes, equívocos y situaciones dudosas.

Todos los periodistas montillanos son herederos de Juan Bautista de Morales, primera persona conocida en Montilla que redactara e imprimiera textos informativos, si bien esta producción conservada es escasa y de dudosa calidad. Nació en 1577 y llegó a ser notario, igual que su padre. Su hermano Cristóbal fue hombre de letras, también conocido y reconocido en la localidad.

Por alguna razón desconocida, Morales se asocia el 10 de octubre de 1622 con el maestro de imprenta Manuel Botello de Payva (o Paiva) para establecer la primera imprenta estable conocida en la calle Godoy de Montilla –que denominarían “de la Imprenta”–. El material fue comprado al impresor cordobés Gabriel Ramos Bejarano, para entonces ya afincado en Sevilla.

En principio, del acta notarial relacionada con la fundación de dicha imprenta se extrae que Payva trabajaría para Morales por 50 reales (alrededor de 170 euros actuales), “[…] demas de la cama comida y bebida y ropa limpia cada mes”. Sin embargo, más adelante firmarían cada uno publicaciones diferentes. Quizá la clave esté en una de las cláusulas del acta: “[…] y el dicho Manuel de Paiba de que se haga asiento por un año […]”. Morales empieza a imprimir documentos de toda naturaleza en el propio 1622, mientras que no hay licencias conservadas a nombre de Payva hasta 1625.

Otra cuestión sin resolver es el número exacto de imprentas en el período. El clásico Diccionario de Impresores Españoles de Juan Delgado Casado solo reconoce como impresores en la década de 1620 a Morales y Payva. Sin embargo, tenemos constancia de un tercer impresor, Pedro Navarro, por un documento de 1623. Por último, existió una prensa “del marqués de Priego”, que también operó en estos tiempos y en la que sabemos que trabajó Morales, al menos, de manera puntual.

Serrano de Vargas habla de dos impresores en 1625. De acuerdo con diferentes indicios, la hipótesis más probable es que las imprentas del marqués y de Morales fueran, en realidad, la misma, y que Pedro Navarro cesara su actividad antes de 1625. Una idea que ya esbozó Ramírez de Arellano en el Diario de Córdoba en 1888 (consultable aquí): “Probablemente la tercera imprenta no sería independiente de las de Morales y Payva por más que lleva otro nombre, pues no es verosímil que costease otra el marqués de Priego, habiendo dos en el pueblo”.

Todo esto nos dejaría con Morales y Payva como impresores estables de Montilla. Sin embargo, no es más que una hipótesis. Son cuatro firmas o localizaciones que aparecen en la década de 1620 en documentos informativos, literarios, históricos, etcétera, y cuya existencia y relaciones deberán esclarecer en el futuro los estudiosos de la imprenta montillana.

En cualquier caso, es relevante exponer la cuestión del número de imprentas por una razón: Montilla no dejaba de ser una localidad pequeña bajo el control del marqués de Priego. Como bien señala Serrano de Vargas, no se entiende cómo se pueden sustentar estas imprentas en un espacio “de pocos vecinos y de cuatro hombres de letras medianas”. En especial, si tenemos en cuenta que el impresor salmantino enumera siete imprentas en la Sevilla de 1625.

Volviendo a los hechos fidedignos y contrastados, Morales tuvo pronto un gran éxito editorial que, sin embargo, pondría en entredicho la credibilidad de las prensas montillanas. Su obra Declaración de las prodigiosas señales del monstruoso pescado que se halló en un río de Polonia en Alemania, cuyo retrato se envió a España este año de 1624 [castellano modernizado] (1624) tuvo muchísima difusión. De hecho, fue reeditada en Sevilla por al menos dos impresores –Simón Fajardo (consultable aquí) y Francisco de Lyra (o Lira)– y en Lima (Perú) por Gerónimo de Contreras.

Primera página de la edición hispalense de Simón Fajardo de Declaración de las prodigiosas señales… (1624) de Juan Bautista de Morales. Fuente: Google Books.

Desde luego, el tema del pescado tuvo su tirón, puesto que Morales imprimiría otras publicaciones posteriores sobre la misma cuestión, como el redactado por otro “natural de Montilla”, Diego Ortiz de la Fuente, y que también sería reimpreso por Simón Fajardo en Sevilla: Varios prodigios y prodigiosos monstruos, que se han visto en el mundo. Y explicación de lo que significan el monstruoso pescado del Rio de Polonia en Alemania, y el velludo monstruo que parió Madama Ana mujer de Tomás Drac Conde de Apuria y Caria en la Ciudad de Londres, Corte del Rey de Inglaterra en el Año de mil y seiscientos y veinte y cuatro, y de las tres Lunas que en el mismo año se vieron en Roma [castellano modernizado] (1624).

Si tenemos en cuenta que los primeros grandes éxitos del periodismo montillano hacían referencia a un pescado parlante polaco, creo que no podemos reprocharle a Juan Serrano de Vargas sus críticas a las “mil inventivas y disparates que imprimen y cunden el Andalucía” desde Montilla.

Por su parte, Payva también imprimió documentos informativos, aunque no le conozco obras propias. De él destacamos Famosa victoria, y grandiosa batalla, que las galeras de Malta han tenido, de vna esquadra del Gran Turco (1625) por dos razones. En primer lugar, por su carácter informativo en términos modernos. En segundo lugar, por ser una reedición de una obra impresa por Hernando Rey en Jerez de la Frontera, nueva evidencia del contacto de Montilla con otras ciudades andaluzas. No está en acceso abierto, pero se puede consultar el registro aquí.

Por último, acabamos estos apuntes sobre los orígenes del periodismo montillano con una obra del ya mencionado Pedro Navarro: Famosa vitoria y grandiosa presa, que algunas galeras de Napoles, Florencia, y Sicilia alcançaron de vn renegado morisco natural de Ossuna, General de ocho galeras del turco miercoles quatro de otubre, dia de S. Francisco deste año de 1623 (1623) (consultable aquí).

Portada de Famosa vitoria y grandiosa presa… (1623). Fuente: Biblioteca Virtual de Andalucía.

Sin lugar a dudas, el gaceterismo montillano no fue una anécdota. Tuvo conexiones con otras ciudades como Sevilla o Jerez, fue capaz de producir sus propios productos y de reimprimir los ajenos. Donde no triunfa el libro, triunfa la ‘menudencia’. No cabe la menor duda de que hubo más producción que la conservada.

Dejamos Montilla y pasamos a la capital cordobesa. Hablar de los orígenes de la prensa cordobesa exige hacer referencia a la saga de los Cea Tea (sobre las sagas de impresores, recomendamos la lectura de Familia y gaceterismo andaluz; sobre la saga de los Cea Tea, les invitamos a echar un vistazo a este artículo de Carlos Collantes Sánchez). Nos centraremos en esta familia, aunque hubo otros impresores menos relevantes en la ciudad.

De acuerdo con Ramírez Arellano, el primer Cea que hubo en la ciudad fue Juan de Cea, caballero que acompañó a Fernando III ‘el Santo’ en la toma de Córdoba. En cualquier caso, la familia tuvo su residencia hasta tiempos cercanos en la conocida como ‘Casa del Indiano’.

Francisco de Cea fue el primero de una saga de impresores que ejercería en la ciudad durante más de un siglo. En este sentido, Valdenebro y Cisneros señala: “Francisco de Cea comenzó á imprimir al Alamilo, lugar de la ciudad de Córdoba que no se sabe hoy cuál fuera, en 1588, y su nombre continúa viéndose al pie de las portadas de libros cordobeses hasta 1620”.

Fragmento de Carta escrita por Diego de Ibarra… (1617). Desconocemos si la xilografía usada es decorativa o si tiene algún guiño a la ciudad de Écija. En cualquier caso, la calidad del documento en innegable. Fuente: Biblioteca Virtual de Andalucía.

Joya del gaceterismo cordobés es Carta escrita por Diego de Ibarra. Mercader vizcaino vecino de la Corte de Madrid, á Joan Bernal su corresponsal en la ciudad de Córdova, en que le da una breve relación del estado de todas las cosas notables, que oy pasan en Europa, particularmente de los buenos sucesos del Duque de Osuna con la presa que ultimamente hizo de tres Galeras, con más de cuatrocientos mil ducados (1617) (consultar aquí).

Como es propio de los avisos de la Corte, Carta escrita por… (1617) es una recopilación de avisos, o sea, de pequeñas informaciones autónomas o independientes entre sí que se caracterizan, casi siempre, por su brevedad y concisión, y que son antecedente directo del género de la noticia.

En este tipo de documentos, un narrador –en este caso, Diego de Ibarra– ha logrado recopilar en la Corte de Madrid, gran nodo informativo de la época, los relatos de diferentes hechos noticiosos. El autor lo transmite por vía manuscrita a un interlocutor –en este caso, un tal Juan Bernal– con el que mantiene una relación de vasallaje, amistad u otro. Invitamos a revisar la anterior imagen: “No hay en esta Corte otra novedad notable, de que poder dar cuenta, cuando la haya avisaré, como vuestra merced me lo manda” (castellano modernizado). Conviene recordar que el vasallaje impone la obligación de mantener informado al superior. Al final, si este receptor desea difundirlo a través la imprenta, obtenemos un documento como el que nos ocupa.

Hay poco conservado en España de este formato, y es indicio sólido de que tuvo que haber más cantidad y calidad informativa en las prensas cordobesas de lo que conservamos. Sin duda, Carta escrita por… (1617) es una joya irrenunciable del patrimonio periodístico cordobés de la que, en la actualidad, se conservan al menos dos ejemplares en la sede de Recoletos de la Biblioteca Nacional de España.

El hijo de Francisco de Cea, Salvador, continuaría con el negocio familiar y también publicaría textos informativos. Su hermano Manuel llegó a publicar alguna obra puntual, como el texto del astigitano Rodrigo de Aguilar, Nueva y verdadera relacion, de vn lastimoso caso que sucedio a ocho dias deste presente mes de Nouiembre y año de mil seiscientos y diez y seis, en la ciudad de Ecija, donde se declara el grande estrago y muertes que hizo en casa del Doctor Bermudo, medico, vn esclauo suyo, Martes al amanecer, y la justicia que del se hizo, lo qual hallara el curioso Lector en este pliego, digno de ser leydo y oydo. Ordenado por Rodrigo de Aguilar, natural de Ecija (1616) (consultar aquí).

Por poner un ejemplo de publicación informativa impresa por Salvador de Cea Tea, vale la pena mencionar Traslado de una carta que vn vecino de la civdad de Cordoua, en que le da cuenta del diluuio, y ruyna, que el Rio Guadalquiuir ha hecho en la dicha ciudad de Seuilla, y Triana, rompiendo la puerta del Arenal, y destruyendo, y anegando las dos partes de la ciudad, derribando casas, ahogando personas, y vestias, destruyendo haziendas, dexando a muchos pobres, lleuandose del Arenal toda la mayor parte de las mercaderias que vinieron de indias. Y como la santa Iglesia de Seuilla sacò en procession el Lignu Cruzis y grandes rogatiuas a N. Señora de los Reyes. Empeço en Seuilla la creciente Domingo 25. de Enero deste año de 1626. a las dos de la mañana (1626).

Primera página de Nueva y verdadera relacion, de vn lastimoso… (1616). Fuente: Catálogo y Biblioteca Digital de Relaciones de Sucesos (CBDRS).

Sin lugar a dudas, todo lo expuesto resulta insuficiente para una divulgación exhaustiva de los orígenes de la prensa en la provincia de Córdoba. Sin embargo, sí esperamos haber ofrecido unos pocos apuntes para la divulgación de las obras y los nombres más relevantes.

Es preciso realizar una reinterpretación crítica del gaceterismo cordobés. Sin duda, nos vemos limitados por la conservación documental, pero tampoco podemos perder de vista que Córdoba no tuvo una universidad, ni tuvo instituciones, ni apenas tuvo intelectuales bibliófilos que conservaran el inmenso patrimonio que debieron generar sus imprentas.

Con este texto despedimos las tres publicaciones centradas en el gaceterismo andaluz que tenía intención de hacer y, a su vez, este año tan raro que ha sido 2021. Solo queda agradecer la atención de los que estáis ahí cada dos semanas y desear lo mejor para el año que viene.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

9 dic 2021

  • 9.12.21
Las cuestiones de familia siempre son complicadas y, con frecuencia, problemáticas. El gaceterismo se integraba todavía en el mundo del libro y eran frecuentes las uniones entre familias vinculadas con el sector. La imprenta era un negocio privado en un entorno todavía dominado por los gremios. El matrimonio era una manera de transmitir los medios de producción y otros recursos. Así, a pesar del buen número de maestros de imprenta del Siglo de Oro, era común la existencia de sagas familiares o personas vinculadas por lazos de parentesco.


Por desgracia, en aquella época no había obras que trataran de la evolución de la imprenta en España. Por ello, casi todo lo que sabemos supone una reconstrucción realizada a través de documentos oficiales, como testamentos, partidas de bautismo o documentos notariales, entre otros. Aunque, por supuesto, las propias obras dan información clave en ocasiones.

El caso que presentamos es el de María de Ureña (o Urueña). Un ejemplo interesante porque une a varias familias de impresores que acabarán dispersándose y tendrán un impacto importante en el gaceterismo andaluz. Con mucha probabilidad, María fue pariente de Antonio de Ureña (o Urueña), que ejerció por aquellas fechas en Medina del Campo. Estuvo casada en primeras nupcias con Antonio de Lorenzana, impresor de la Universidad de Salamanca, con el que tuvo cinco hijos. La última publicación del impresor conservada a su nombre es de 1578.


En 1579, Miguel de Lorenzana se hizo cargo de la imprenta de su hermano, aunque por poco tiempo. En 1581, María toma las riendas del negocio, firmando como “Viuda de Antonio de Lorenzana”. Una práctica común en el período. Sin embargo, pronto se casa con el también viudo e impresor Miguel Serrano de Vargas, transmitiéndole en su dote los instrumentos del taller de su difunto marido. Desconocemos si tuvo hijos de su primera esposa, María de Chavarría.

Miguel debió de tener algún tipo de parentesco con otro maestro de imprenta, Juan Serrano de Vargas, con frecuencia confundido con el futuro gacetero y que ejerció en Madrid, al menos, en 1606. Para 1610 ya habría fallecido, puesto que su mujer, María de Andrade, firma como viuda del impresor.

En 1588 nacería en Salamanca Juan Serrano de Vargas Ureña (o Urueña). Puesto que María solo lo menciona a él como hijo suyo con Miguel, se entiende que fue hijo único por esta línea. Miguel enseñó su oficio tanto a Bartolomé como a su hijo Juan, que abandonarían su taller para ejercer ellos mismos como maestros de imprenta en el futuro.

Comprobamos que no solo se transmiten medios de producción y recursos entre familias, sino que también el oficio. Desconocemos la dedicación de Juan, el hijo mayor de María y Antonio, aunque no sería extraño que trabajara en el mismo mundillo, aunque no fuera como maestro de imprenta.

Hasta donde sabemos, Bartolomé comienza su andadura profesional en Valencia en 1595 (antes del traslado de su familia a Madrid, entre 1601 y 1602). Existen indicios sólidos de que se mudaría a Sevilla a principios de siglo. En concreto, se tienen registros de un tal Bartolomé de Lorenzana, impresor y vecino de El Salvador, que en 1603 estuvo un tiempo en la Cárcel Real por una deuda con el impresor Alonso de la Barrera (sobre la Cárcel Real, recomendamos la lectura de Denuncia social en el Siglo de Oro). En cualquier caso, en 1608 ya publicaba en la Calle del Pan de la Ciudad de la Alhambra.

María muere en 1612, reposando sus restos en el madrileño Monasterio de San Francisco. Algún lío de familia tuvo que haber, o bien algo no debía de estar claro, puesto que Bartolomé solicitó en 1613 un inventario de los bienes familiares.

Fragmento del inventario de los bienes de María de Ureña (o Urueña) que se incluyeron en el testamento.
Fuente: Real Academia Española de la Lengua (Vía Google Books)

En cuanto a Juan, pasó ocho años sirviendo en el ejército en Milán y para 1617, con alrededor de 29 años, ya había empezado su actividad en Sevilla como maestro de imprenta frente al Correo Mayor. Con el tiempo, se trasladaría a Granada y a Málaga, donde alcanzará cierta prosperidad como impresor.

También es interesante el destino de Miguel de Lorenzana. Como sabemos, fue él quien sacó adelante la imprenta de su hermano hasta que su cuñada tomó las riendas. No es descartable que lo hiciera por enfermedad de su hermano y que abandonara la imprenta o ejerciera en ella tareas menores a su muerte. En cualquier caso, se trasladó a Sevilla para acabar, finalmente, en Granada.

Tanto Miguel de Lorenzana como su sobrino Bartolomé y Juan Serrano de Vargas coincidieron, como mínimo, en Salamanca, Sevilla y Granada. Las causas concretas que motivaron estos traslados son desconocidas, más allá de la lógica búsqueda de prosperidad, y también desconocemos si se apoyaron entre sí en algún momento.

Al menos, los hermanastros tuvieron que tener algún tipo de contacto puesto que, en 1626, Bartolomé publica Relación general de todos los daños que han hecho los Ríos, ayres y tormentas en Salamanca, Zamora, Toledo, Almagro, Cordoua, Ecija, Seuilla, Merida, Medellín, Badajoz, Murcia, Valladolid, Medina del Campo, y otras villas y lugares de Castilla, y Andaluzia, y en los caminos, y campos. Recopilada de cartas embiadas de las dichas ciudades, por Iuan Serrano de Vargas y Vreña. natural de Salamanca, documento que no está en acceso abierto y que conserva la Universidad de Granada.

Sería un error caer en romanticismos. A ninguno de nuestros impresores les interesaba la difusión de noticias en lo más mínimo. No hubo una especialización como tal en esta actividad. Nuestros impresores trabajaban con todo tipo de documentos. Lo único que deseaban era el beneficio económico en un ambiente competitivo. Si bien, hubo quien apostó por el gaceterismo más que otros.

Juan fue un ‘todoterreno’ de la producción informativa. Redactor y editor, es uno de los referentes indiscutibles del período en España. Con más mundo que letras, cultiva la prosa con una sobriedad que roza lo tosco y con un abuso evidente de la yuxtaposición y de oraciones copulativas. Sin embargo, esa sobriedad va acompañada de una preocupación por las fuentes que resulta poco frecuente en el período que, acompañada de su detallismo, lo hacen excepcional.

Fragmento de Relacion de la grande ruyna… (1618). Fuente: Universidad de Granada. Biblioteca Universitaria.

Tenía fuentes variadas, tanto de naturaleza eclesiástica como civil. Su publicación Relacion de la grande ruyna que ha hecho el rio Guadalquiuir en Seuilla, Triana y sus riberas, Alcolea y Cordoua, y assi mismo la q[ue] hizieron los rezios ayres, arroyos y rios en Granada, Ecija, Anduxar, Loxa, Antequera, Sanlucar y otras partes de Andaluzia (1618) [se puede consultar en este enlace] hace gala de fuentes madrileñas, granadinas –que no incluyen a su hermanastro– y, por supuesto, locales. No solo lo escribió e imprimió él mismo, sino que su obra fue reeditada en Barcelona tanto por Esteban Liberós como por Sebastián Matevad –esta última edición, hasta donde sé, perdida–.

Son muchas las cuestiones que se podrían destacar del salmantino como editor. Nos quedamos con una curiosidad. Que sepamos, la primera gaceta impresa española conservada que lleva tal nombre salió de la imprenta hispalense de Serrano de Vargas: Gazeta romana, y relación general, de avisos de todos los reinos y provincias del mundo (1618). Por desgracia, solo se conserva un número y no hay garantías de encontrar más en un futuro.

Por eso, el honor de ser la primera gaceta periódica o semiperiódica española recae en la valenciana Gazeta de Roma (1618-1620), de Felipe Mey, miembro de otra saga de impresores, por cierto. Sin embargo, esta edición de la Gazeta Romana es anterior a la Defenestración de Praga de mayo de 1618, mientras que la Gazeta de Roma es de los meses posteriores.

Gazeta romana, y relación general, de avisos de todos los reinos y provincias del mundo (1618). Fuente: Internet Archive

Por su parte, Bartolomé tuvo una obra mucho menos brillante que la de su hermanastro, aunque suficiente para convertirse en un exponente del gaceterismo granadino. Merece ser mencionada la edición de Las fiestas que se hizieron en Paris, por los felices casamientos de los Reyes de Francia, con los de España, sabido por relacion muy verdadera, en este presente año de mil y seyscientos y doze (1612) que se puede consultar en este enlace.

Primera página de Las fiestas que se hizieron en Paris… (1612). Fuente: Universidad de Granada. Biblioteca Universitaria.

Por supuesto, editó publicaciones originales en verso, como el anónimo Veryssyma y notable relacion en la qual se declara el espantoso temblor y tempestad que sucedio en la ciudad de Granada, a cinco del mes de Otubre deste presente año. vase declarando las desgracias que sucedieron y como temblo la Tierra en once dias tres vezes (1618), disponible aquí; o en prosa, como la obra de Cristóbal Bravo Relacion cierta, y verdadera, sacada y aiustada de los autos, e informaciõ ante Aluaro Fernandez de Cordoua Escriuano publico, y Iurado de la ciudad de Granada, en razon de la tempestad que vuo en la dicha ciudad, martes en la tarde 28 de agosto deste año de 1629 (1629), que puede consultarse en este enlace.

Primera página de Relacion cierta, y verdadera…(1629) de Cristóbal Bravo. Fuente: Universidad de Granada. Biblioteca Universitaria.

Sin embargo, sí es cierto que Lorenzana, al igual que otros impresores granadinos del período, reimprimió publicaciones hispalenses como el ya mencionado Relación general de todos los daños… (1626). Otro ejemplo podría ser Relacion de la grandiosa y reñida batalla, que Miguel de Vidaçaual, Almirante de la Esquadra de Cantabria tuuo dia de san Iuan Bautistia deste presente año de 1618 en el Estrecho (1618), que se puede consultar aquí.

Detalle de Relacion de la grandiosa y reñida batalla… (1618). Fuente: Universidad de Granada. Biblioteca Universitaria.

La obra periodística de estos dos gaceteros es amplia y no es este lugar para la exhaustividad. En cualquier caso, vale la pena concluir con la obra del último de los tres impresores sitos en Andalucía, Miguel de Lorenzana.

Tenemos razones para sospechar que, con frecuencia, se confunden a tío y sobrino. Bartolomé es un impresor que todavía no ha sido estudiado con suficiencia. Sin embargo, la obra de su tío Miguel es todavía más desconocida. Un hecho al que se suma que, por desgracia, no tenemos acceso abierto a sus escasas publicaciones conservadas.

En cualquier caso, sabemos que al menos dejó tres publicaciones informativas granadinas que se conservan en Madrid. Dos de ellos son de 1613 y, el otro, de 1630. Una distancia temporal que nos da una idea de todas las publicaciones que quedan por encontrar o que hemos perdido. De entre ellos, por su temática, vale la pena destacar Relacion del acuerdo de las Cortes, que tuuo el Emperador, con Vngaros, y Transiluanos, y su concordia. Y assi mesmo de los sucessos del gran Turco, y otras nouelas deste año de mil y seyscientos y treze (1613).

Hemos comprobado cómo un matrimonio en Salamanca vinculó a, al menos, cinco impresores (sin contar con las viudas y los antecesores), de los que tres contribuyeron al desarrollo del gaceterismo en Andalucía. Por desgracia, estamos limitados por la conservación documental y el acceso a las fuentes.

En cualquier caso, baste este texto para divulgar un período histórico y unas obras informativas que, hasta hace poco, consideradas “menudencia”, eran pasto de insectos y hongos, y que ahora empiezan a ocupar el lugar que les corresponde en el patrimonio periodístico andaluz.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

25 nov 2021

  • 25.11.21
La denuncia social está tan manoseada por los partidos políticos y abarca tantas cuestiones que, quizá, sea cierto que estamos insensibilizándonos. Sin embargo, tan cierto es eso como que el extremo contrario tampoco es deseable.


La escasez de crítica social fue un continuo en el pasado, teniendo terribles consecuencias en la población. El período mal conocido como ‘Siglo de Oro’ es un buen ejemplo. Apenas hay impresos críticos o de denuncia en ámbito del gaceterismo. Uno de estos textos excepcionales ya lo revisamos en El relato de un pintor salmantino.

Vale la pena conocer otro ejemplo vinculado con Andalucía. En concreto, la Cárcel Real de Sevilla: Relación verdadera que trata de todos los sucesos y tratos de la Cárcel Real de Sevilla (disponible aquí). Por su íntima vinculación, esta denuncia será contrastada con el manuscrito Compendio de algunas experiencias en los ministerios de que usa la Compañía de Jesús con que prácticamente se muestra con algunos acontecimientos y documentos el buen acierto en ellos. Tomo Primero. Año de 1619 del jesuita Pedro de León (1544-1632), que se conserva en el Hospital Real de Granada y está disponible aquí. Previo contraste, usaremos una transcripción parcial realizada por Pedro Herrera Puga.

Relación verdadera... fue escrita por el “Licenciado Martín Pérez, preso en la dicha cárcel” [castellano modernizado, como todas las transcripciones que le siguen] y fue impresa en 1607 en una imprenta desconocida. Para la denuncia se utiliza el verso, que es la modalidad más popular del período.

La Cárcel Real de Sevilla es una de las cárceles más famosas del Siglo de Oro por la presencia en ella de Miguel de Cervantes. Una cárcel que fue inmortalizada por el ‘Príncipe de los Ingenios’ en su propia obra y que fue referida o descrita con prolijidad por otros intelectuales de la época

Debido a lo común de su nombre, es imposible identificar al personaje histórico que hay detrás de la mención de responsabilidad. Tan tentador es vincularlo con el librero salmantino Martín Pérez como con algún indiano. Ni siquiera podemos confirmar que fuera sevillano, a pesar de que el texto remarque este extremo en la narración y que el reo estuviera en esa prisión concreta. En cambio, su conocimiento de la cárcel es preciso y contrastable. Tampoco hay indicios sólidos que nos permitan ubicar la pieza, salvo la insuficiente mención a Sevilla, “flor de las demás Ciudades”. El texto solo indica que se imprimió con licencia, lo que nos hace albergar dudas, incluso, sobre la veracidad de tal afirmación.

Esta edición cuenta con ilustraciones. En la primera página, dos personas enfrentadas y de perfil, quizá ilustrando el diálogo con que se inicia la obra. En la última, el motivo de una batalla que nada tiene que ver con el texto. La obra se divide en dos romances, más una pieza final añadida a la que nos referiremos más adelante. En ambas se realiza una cruda denuncia de las condiciones de vida de la cárcel, capaz de volver ‘malos’ a los ‘buenos’.

Ilustración de la primera página. Fuente: Catálogo y Biblioteca Digital de Relaciones de Sucesos

En la introducción, un individuo que ha recorrido “del mundo la mayor parte” llega a la Ciudad del Betis y pide a un señor con el que se encuentra: “Decláreme por su vida de esta Ciudad lo que sabe que siendo natural de ella podrá mejor informarme”. El desconocido, “compuesto y arrogante”, realiza un breve elogio de la urbe, para pasar a relatar “cuanto pasa en su cárcel”. Un relato que ya no tendrá pausa.

La descripción de la entrada en la cárcel por parte de los presos es una denuncia a la crueldad y a la corrupción de los carceleros. Tras pasar una primera puerta, el reo queda parado frente a otra donde comienza la extorsión.

Para una mayor comprensión, recomendamos seguir la siguiente tabla de equivalencias. Si hablamos de reales y euros, los datos pueden ser insuficientes. En cambio, es más fácil si lo comparamos con productos de consumo habitual.


En la segunda puerta, se le ponen grilletes al reo y se le invita a pagar 4 reales bajo amenaza de que “quedará entre rejas si no quieren que le estafen”. Por quitarle los grilletes, otros dos reales. Sin embargo, esto no era todo. Una vez que pasaba a la tercera puerta, cuatro vigilantes paran al reo y le exigen “seis cuartos”. En caso de no pagar, “llévanlo a fuego y sangre la capa [,] cuello, o sombrero, hasta que el dinero pogue [sic]. Sea por mal o por bien seis cuartos tienen de darles que es premática debida / y entre ellos contino vale”.

Acaba aquí la segunda parte del primer romance, donde hacen su aparición los “Guzmanes”, o sea, los pícaros. Ellos exigen un par de azumbres de vino a cambio de evitar agravios y, en caso de que no se puedan pagar, obligan al reo a empeñarse. Llegados a este punto, se apunta que al que es “un poco blando” le acaban quitando hasta el sombrero.

Vale la pena recapitular. Pagado todo, si nos apoyamos en los datos de la tabla, nos damos cuenta de que el reo puede acabar dejándose alrededor de 9,06 reales, o sea, alrededor de 30,8 euros actuales, con los que se podían pagar alrededor de 23,28 litros de vino.

Pedro de León hace una descripción similar, aunque con ligeras diferencias con respecto a las cantidades. En cualquier caso, confirma en este compendio la corrupción de los carceleros:

Tiene esta cárcel tres puertas. A la primera llaman de oro, porque lo ha de tener, y no poco, el que ha de quedarse en la casa pública o aposentos del alcaide, que están antes de la primera reja de arriba a mano derecha como subimos por la escalera; porque para contentar al alcaide y porteros de la puerta de la calle es menester todo eso. y más.

A la segunda puerta, que es la primera reja de hierro al cabo de la escalera, llaman de Hierro, o de cobre, porque basta a los que entran por allí que tengan dineros de cobre y vellón. A la tercera reja también de hierro, que es la tercera puerta que sale a los corredores, llaman de plata porque ha menester tener plata el que ha de quedar allí sin grillos, o mucho favor que no le cueste menos, sino mucho más (como a los que el otro fingido inquisidor favorecía para que no le echasen grillos, que todo lo allana, y hace fácil la plata y el favor [sic].

Volviendo al texto informativo, una vez entrado en la cárcel, el reo debe sufrir las pendencias propias de la cárcel. El juego de naipes ocupa el primer lugar. En caso de que el reo tenga suerte le toca pagar un tributo al baratero, así como nueve cuartos (2,25 reales; 7,65€; 5,78 l. aprox. de vino) en concepto de limpieza y guardia, “que es tributo de la cárcel”.

Fragmento del primer tomo de Compendio de algunas experiencias… Fuente: Universidad de Granada. Biblioteca Universitaria.

Continúan las pendencias en esta escuela de Montoros y Monteros, señalando los peligros de las diferentes zonas de la cárcel. Hace referencia a “la galera nueva y la cámara del hierro”, así como a la “galera vieja”. Pedro de León los describe así:

Los aposentos de más consideración en esta cárcel son la Sala Vieja y los aposentos medianos adonde están los Guzmanes y gente de mala estofa.

Luego está la Galera Vieja, en la cual está el rancho que llaman Traidor, porque está oculto y escondido a la entrada a mano derecha, y desde allí hacen sus traiciones. Más adentro en la misma galera hay otros tres ranchos divididos con mantas viejas. El primero es de los Bravos; el segundo la Tragedia, adonde está la crujía; el tercero llaman Venta adonde pagan el escote todos los presos nuevos.

A la mano izquierda de la reja que dijimos arriba, que sale a los corredores, están los entresuelos adonde hay cuatro ranchos. Al primero llaman Pestilencia, y al que está a su lado Miserable, y al tercero llaman Ginebra, y al cuarto llaman Lima Sorda o Chupadera, y antes de entrar a estos ranchos hay un aposentillo pequeño que llaman Casa de Meca.

Debajo de estos entresuelos está la gran Cámara de Hierro, tan nombrada e insigne así por los moradores, como por el sitio y disposición de ella. En esta cámara están los bravos (3) y tres ranchos. El primero es de Matantes, adonde echan mil por vidas, y todo su trato es de cuestiones y no de metafísica, ni de moral, sino contra todas buenas costumbres, de heridas y resistencias, del otro que huyó con estoque y rodela, del que hizo mil buenas suertes, alabándose cada uno de lo que no ha hecho. El segundo rancho es de Delitos; el tercero de Malas Lenguas adonde no hay honra inhiesta.

Los motines parecen ser frecuentes y dejar numerosos heridos. Martín Pérez nos cuenta que el castigo al instigador consiste en ponerlo de pie en una reja de hierro con grilletes. Si bien, “no está mucho tiempo”.

La alimentación es una parte importante de la vida del reo. Tras describir su alimentación, Martín Pérez denuncia que el alimento se convierte en objeto de conflictos entre los presos sin que los guardias de la prisión actúen de forma alguna. La descripción de las ratas, “hay rata mayor que un perro”, y de otros “animalillos” nos señala las malas condiciones de la prisión.

Sin embargo, la parte más curiosa de la relación se encuentra en la descripción de las personas que están vinculadas con la cárcel, aparte de las familias. Tabernas y tiendas dentro de la prisión, “como en plaza”. Una fauna a la que se suman un pregonero, “que en pública y alta voz anda las prendas vendiendo”; una enfermería, con doctor, cirujano y “piadoso” enfermero; cuatro veladores nocturnos, procuradores y otros individuos, del que destaca el capellán.

“Un piadoso capellán que es buen cristiano y honesto un hombre de santa vida pacífico y limosnero”, señala Martín Pérez. Un “ángel del cielo”, que no es otro que nuestro jesuita Pedro de León, capellán de la cárcel entre 1578 y 1616.

El testimonio del capellán no puede ser más crítico con aquellos que se aprovechan de los presos:

Y más, si nos espaciásemos por esa plaza de San Francisco entre los escribanos, procuradores y solicitadores: no bastaría papel, ni tinta, ni tiempo para decir los muchos males y traiciones de que usan con los desdichados presos hasta dejarlos en cueros vivos. Dios les ayude que no sé yo cuánto les aprovechará su enmienda y corrección y el haberse hecho la Congregación de los escribanos, letrados y justicia en la casa Profesa, que yo mucho temor me tengo de que no sea verdad lo que comúnmente se dice allá fuera y aun entre los maestros, que hurtan ahora más a lo disimulado y con palabritas más mansas, y diciendo que ellos no los han de pelar como otros; y deben de querer decir, que no tan al descubierto como los otros, y conciertan en tanto más tanto, vendiendo la justicia y robando en poblado para si y para los jueces, como ellos lo dicen muy claramente.

Martín Pérez concluye con una breve exhortación a evitar “tal casa que es otro segundo infierno”. Y hasta aquí llega el texto original. La edición de 1607 incluye un tercer romance en el que “se satiriza a las damas”. Con mucha probabilidad, este añadido es una táctica para rebajar el tono de la denuncia y hacer más pasable el texto.

La obra del preso Martín Pérez tuvo que ser popular, porque siguió reeditándose muchos años después. De hecho, ni siquiera tenemos la seguridad de que la edición de 1607 fuera la primera. Se conoce una publicación de 1627, veinte años después, impreso en Madrid por Diego Flamenco. Sin embargo, el texto viene acompañado por una pieza picaresca, la “victoria de los Guzmanes”, en vez de la sátira de las damas. Conocemos también una edición, conservada en Dinamarca, de 1639, más similar a la edición de Diego Flamenco.

Esta popularidad coincide con un momento en el que la Cárcel Real se convierte en escaparate de la picaresca patria. De hecho, desde el siglo XIX se ha vinculado el texto con la literatura picaresca. Una vinculación que la edición de Flamenco promueve.

Sin embargo, no podemos discrepar más de esta idea. No hay antihéroe, ni hay una narración. La crítica social no es implícita, no es el fondo de la historia narrada. La relación en verso de Martín Pérez es una denuncia social que tiene como objetivo alcanzar a un público amplio a través de la oralidad. Este texto estaba destinado a ser recitado en público, como era costumbre en un momento en el que el analfabetismo era la norma. Quizá, por ello, el impresor de la edición más antigua se vio en la necesidad de relajar el tono añadiendo esa sátira de “las damas”.

Sin duda, tanto la relación de Martín Pérez como el compendio de Pedro de León son testimonios de los abusos y desigualdades de la Sevilla barroca. Unas denuncias sociales que merecen ser divulgadas y conocidas para mayor conocimiento de nuestra propia historia y patrimonio.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

11 nov 2021

  • 11.11.21
Existe un romanticismo en torno al universo del libro. Es probable que provenga del hecho de que el libro físico y sus derivados han sido, hasta hace poco, la única vía de acceso al conocimiento más allá de la oralidad. Un romanticismo que ha perdido todo su sentido en pleno siglo XXI, cuando contenido y continente se han dividido gracias a las tecnologías de la información y la comunicación. Un culto al objeto que sigue presente, como pude comprobar hace unos días.


De paseo por la zona de Malasaña, en la Villa y Corte, me adentré en una librería que no conocía. He de decir que me dio mala impresión desde el primer momento. La decoración estaba muy cuidada y las formas del antiguo establecimiento modernizado invitaban al consumo. Un piano procedente de unos altavoces me hizo más apetecible la entrada.

No sabía cómo clasificar la librería. ¿Librería de viejo o de lance? Imposible, había libros de reciente adquisición. ¿Una librería común? Demasiado libro de segunda mano. Tampoco apreciaba una sabia combinación de libros recientes y antiguos. No me quedaba claro. En cambio, sí podía ver con claridad que el esfuerzo estético por dar un aire de romanticismo y sofisticación al local se acompañaba de un buen número de productos comerciales como bolsas, cuadernos o marcapáginas.

En realidad, tuve la desagradable sensación de que la librería obtenía más beneficios con las tazas y los cuadernos de diseño que con los libros. Una sospecha que fue a más conforme repasaba las estanterías.

Mis años de experiencia colocando estanterías en bibliotecas me indicaban que, en aquella librería, los libros importaban bastante poco. No solo había una disposición anárquica en los diferentes títulos, sino que grandes autores quedaban marginados. Es inaceptable que un libro de Albert Camus se encuentre entremezclado con otros títulos en una esquina oculta de una librería.

Me adentré en su sótano. Lo mismo: libros dispuestos sin alma. Ni siquiera había una organización que beneficiara a ciertos títulos comerciales. Después, volví al espacio principal para subirme a una especie de entreplanta. Había varios espacios –asumo que para clubes de lectura y otras actividades culturales–. Dentro de estos espacios, me horroricé al ver algunas publicaciones demasiado cerca de un lavabo. ¿No apreciaban los libros, ni siquiera, como mercancía?

Al final, di con un pequeño espacio rectangular muy ‘cuqui’ que resultó ser el espacio más interesante de la tienda. Estaba repleto de libros interesantes de segunda mano colocados de cualquier manera. Pongo muy en duda que, en caso de que le preguntara a la tendera por ese título, ella fuese capaz de encontrarlo. Me niego a llamarla librera. Ni siquiera se acercó a mí para ofrecerme guía.


Salí escandalizado de la librería sin realizar compra alguna y continué mi paseo cuesta abajo hasta que me encontré algo que me llamó la atención: unos libros en inglés dispuestos en mitad de la calle. Por instinto, me dio por agacharme y sacarles una foto. Cuando me levanté, me encontré detrás de mí a un barrendero que, con prudencia, me preguntó si los libros eran míos. Le dije que no y dejé que los desechara.

¿Me dieron lástima los libros? En parte sí. Sin embargo, no soy la Biblioteca Nacional de España. En mi casa no cabe todo, ni todo me interesa. Por no hablar de la posibilidad de encontrarlos, quizá, en electrónico. El romanticismo es una rémora y me resisto al culto del objeto.

Continué mi paseo hasta que encontré otra librería. De primeras, no me atrajo tanto como la otra. Era evidente que su estética estaba descuidada y que era la típica librería de viejos que vendía tres novelas a cinco euros. Y al peso, si preguntabas. En el centro de la sala, las novelas se apilaban en horizontal sin orden alguno. Sin embargo, me fijé desde la entrada en los libros que había en una estantería cercana. El ensayo era distinto. Me di cuenta de que ahí dentro había droga dura. Había que entrar. Olía tan bien...

Era una librería de viejos donde sí era evidente la distinción entre lo que era valioso y lo que no. Y lo que era valioso no valía tres euros. Desde lejos, el dueño me saludó y me ofreció su ayuda en lo que necesitara. Yo se lo agradecí y le reconocí que solo estaba mirando.

Los ensayos eran buenos e interesantes. Por fin, al rato, di con una pequeña estantería que hubiera querido llevarme entera. Agarré uno de los volúmenes, sorprendido de encontrar allí aquella joya.

“¡Buen libro!”, me indicó el librero mientras se acercaba con sigilo. “Sí que lo es. Es casi imposible de conseguir”, le respondí. Había visto su precio: 44€. El hombre me habló del origen, no solo del libro, sino de todos los que estaban en la estantería. Una buena compra a un señor. “Quizá, un jubilado”, pensé. Sabía lo que tenía entre las manos. Y él también lo sabía. Conversamos un poco.

Al rato, pregunté lo que ya sabía. Me respondió que el libro valía 30€. Creo que le caí bien. A pesar de la rebaja, intenté regatear. Lo conseguí: 25 pavos por una droga que, espero, me dará muchas alegrías en el futuro. No es fácil de encontrar y tengo mucho que publicar.

Cerrada la compra, debatimos sobre el universo del libro de manera genérica. En un momento dado, como para ponerme a prueba, me mencionó el ‘Palau’. Manual del librero hispano-americano de Antonio Palau y Dulcet es una obra clásica que, en su día, fue fundamental para libreros, bibliotecarios y estudiosos.

Señalé que el ‘Palau’ estaba superado, que cualquier catálogo en línea podía ya ofrecer lo mismo que el ‘Palau’ y más. Sin embargo, el buen librero me respondió que “el ‘Palau’ es insuperable”. Contrataqué señalándole que adolecía de cierto romanticismo inherente al libro impreso. “Bueno, es que vivo de eso...”, respondió al fin.

Nos miramos a los ojos por una fracción de segundo. Sonreímos como niños sorprendidos de nuestra propia audacia y nos regalamos una sincera carcajada. Nos presentamos al fin, conscientes de que compartíamos un mismo secreto, aunque en el fondo no lo fuese. O no del todo. Nos dimos la mano y me dirigí a la calle, donde había quedado con una buena amiga.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

28 oct 2021

  • 28.10.21
Hay muchas formas de clasificar a las personas. Hay personas que viven en un hogar estable sin necesidad, obligación o voluntad de trasladarse cada cierto tiempo. En cierto modo, los envidiosos suelen ser aquellos que no viven la aventura de la movilidad. Muchos desearían despertar en camas ajenas o en camas propias, ubicadas lejos de la residencia habitual. También desearían tener un trabajo que los obligara a moverse con los gastos pagados o viajar por placer más a menudo.


Después, están los obligados a moverse, que requieren su propia clasificación. Sin embargo, con lo que no suelen contar los sedentarios es que también pueden ser objetos de envidia.

Aquellos para los que la movilidad es una realidad impuesta o necesaria, la sensación es la misma. Despiertas o te despiertan, abres los ojos y miras el techo. Se produce un instante de desorientación, un fogonazo mental tan breve como intensa. Los techos suelen ser blancos, lisos y sin peculiaridades evidentes. Sientes un instante de miedo. No sabes dónde estás.

Sin embargo, salvo problema de salud mental o acción mafiosa, al final acabas ubicándote. Sabes que estás en casa de fulanito o fulanita, en el hotel que haya tocado, en la ciudad que no hay quien entienda, en el país de la bandera hortera. Da igual. Al final, te acabas ubicando. Y es en ese preciso instante donde actúan la circunstancia y el carácter.

Una opción, como otra cualquiera, es mirar el techo en penumbras y, si estás acompañado, echar un vistazo rápido –o no tanto– a quien comparte tus sábanas. Puedes aguzar los sentidos. El olfato pide su protagonismo, aunque resulte fugaz. Te haces consciente del tacto de esa piel, tan extraña como propia a la vez. Y, si estás solo, puedes mirar a los lados. Comprobar si hay quien te aguarda en la vigilia o si, más bien, despiertas en la soledad del cubículo.

Hideaki Anno conocía esta sensación. Quizá, por ello, el protagonista de su serie Neon Genesis Evangelion (1995), Shinji Ikari, tiende a mirar los techos después de varios cambios de residencia u hospital. Siempre hay penumbra y solo, en ocasiones, tras ese terrible fogonazo de desorientación, encuentra una figura materna velando por su seguridad.

Sin embargo, hay otra forma más común de dividir a las personas: entre las que tienen una cama y las que no. Según el Instituto Nacional de Estadística, España cuenta con más de 47 millones de habitantes. Hay quien dice que hay más de treinta mil personas sin hogar, mientras otros dicen que superan los cincuenta mil. Nunca me he creído estas cuentas, las diera el Gobierno, Cáritas o el que sea. Siempre he pensado que hay muchas más personas sin cama, propia o ajena.

Estas personas también viven ese fogonazo de desorientación. En su caso, la causa no es el cambio de cama, sino su naturaleza errante. Quizá, según el caso, hasta peregrina. Para unos, la sensación de que han aguantado una noche más. Para otros, que ya les queda una menos, aunque no está claro para qué.

Sería deseable que la calle desintegrara, pero no es el caso. La calle quema y destroza con lentitud. Lleva a quien puede a degradarse o aceptar lo inaceptable y, a quien no, a la resignación al abandono y la insignificancia. Quizá, hasta al estigma.

Vivimos una crisis económica que nunca se ha terminado de ir, una pandemia y, ahora, una inflación –la declaración de estanflación vendrá cuando los medios de comunicación afines a la oposición lo tengan a bien– que se está llevando por delante a familias enteras. Personas que, en ese fogonazo cruel, aspiran a despertar seguros, acompañados y cobijados bajo un techo, y no sobre el suelo de granito o mármol del cajero de un banco.

En medio de una crisis energética que promete seguir subiéndonos la factura de luz, con Vladimir Putin acariciando amenazante la llave del gas y con el gas argelino limitado, cabe plantearse cómo vamos a pasar el invierno los que tenemos cama propia y los que no.

Quizá, algún día, la cuestión de las personas sin hogar y de los que están al borde de serlo se convierta en uno de los “temazos” progresistas. Aunque quizá haya que esperar a las elecciones generales de 2022. Porque hay otra clasificación de personas, las que creen que habrá adelanto electoral en 2022 y las que no. Espero que todos mantengamos nuestras camas para entonces, pase lo que pase. Y que no tengamos que pagar impuestos adicionales por ello.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

14 oct 2021

  • 14.10.21
Isidoro de Sevilla, santo para la Iglesia Católica, fue un visigodo cuyos restos se encuentran, en la actualidad, en San Isidoro de León –un edificio hermosísimo, he de añadir, con unos frescos magníficos que justifican la visita. Sin embargo, se cree que nació en Cartagena y que el apodo Hispalensis le viene de haber sido, en efecto, arzobispo de la actual capital andaluza. Fue hermano de Leandro, otro santo para los católicos, y predecesor de Isidoro en el Arzobispado.


Isidoro es una de las grandes figuras intelectuales del siglo VI, si no la mayor, y la prueba de que los años góticos hispanos no fueron tan oscuros. Gran cronista de la épica visigoda y divulgador por excelencia del saber de su época, una de las obras por las que se le recuerda son las Etimologías, escritas en latín. En ellas, señala un hecho curioso.

Como sabemos, en el Antiguo Testamento, aparte de encontrarnos exabruptos divinos y castigados a mansalva, se narra la historia de Noé. Lo que todos sabemos: hubo un diluvio porque los humanos eran todos muy malos y, en Su omnipotencia, en vez de cambiar los caracteres de la gente, a Yavhé Elohim le da por ahogarlos a todos. Menos a Noé y su familia, que eran buena gente y contaban con información de las altas esferas.

En lo que respecta a Noé, se cuenta que tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet. De cada uno de ellos desciende un cachito del mundo conocido. De Sem descienden los asiáticos, de Cam, los africanos, y de Jafet, los europeos.

Un día, a Noé le dio por la juerga y se tiró desnudo en el campo para dormir la borrachera. Cam lo vio y fue corriendo a contárselo a sus hermanos para que disfrutaran del espectáculo. Sem y Jafet, que eran buenos hijos, se escandalizaron, miraron para otro lado, y cubrieron el cuerpo de su padre.

Cuando al buen señor se le pasó la resaca y se enteró de lo que había hecho su hijo, maldijo a Cam y a su hijo Canaán. No es tontería. La maldición del patriarca de los africanos justificó durante siglos la esclavitud y el sometimiento de las personas de raza negra. Seamos conscientes de las graves implicaciones de lo que estamos hablando.

De acuerdo con el Génesis, Jafet tuvo siete hijos: Gomer, Magog, Madai, Javán, Tubal, Mesec y Tiras. Una genealogía que San Isidoro de donde sea mantiene para señalar que, cada uno de ellos, fue padre de un gran pueblo. En las citadas Etimologías, en su libro noveno, señala: “Thubal, antepasado de los iberos, denominados también hispanos; no obstante, hay quienes sospechan que de él tuvieron asimismo origen los italianos”.

San Isidoro no se lo sacó de la nada. Con casi toda probabilidad, esa idea provenía de una tradición anterior. Sin embargo, ahí quedó el origen histórico de Hispania para la propaganda castellana primero, y española después.

Del mismo modo que, en el mundo grecolatino, los pueblos buscaban fundadores heroicos, la lógica judeocristiana hizo buscar en la Biblia a los fundadores de los pueblos altomedievales. Cuando menos, es curioso que el pueblo hispánico, al igual que el itálico, provengan de Tubal, mientras que los godos provenían de Magog y los galos, de Gomer.

El lector de esta columna puede plantearse, con toda lógica, qué sentido tiene escribir –o quizá, incluso leer– sobre todas estas cuestiones. Y es cierto: no tiene ninguna. Porque ningún nacionalismo tiene sentido. Sin embargo, es algo que está ahí, que ha estado durante siglos.

Hace unos días, se ha celebrado el Día de la Hispanidad. Se celebra el 12 de octubre, como todos sabemos, por el descubrimiento de América por los europeos o, si lo prefieren, por el encuentro entre dos culturas.

Todos los años se produce la misma polémica absurda sobre si hay algo que celebrar o no, y qué es lo celebrable. Lo cierto es que se rememora que unos que se creían descendientes de Jafet y Tubal se encontraron con los que ellos creían descendientes de Sem, y que resultaron ser otras personas que no existían en las Sagradas Escrituras.

Hay que celebrar que, desde entonces, la lógica teocéntrica perdió todo su sentido de manera gradual, y que un grupo de personas, financiadas por la Corona de Castilla, fueron los que llevaron a cabo ese acto revolucionario que nos llevó al mundo moderno.

En un momento en el que Chile está llevando a cabo acciones represivas contra los mapuches y en el que el género western –relatos basados en un genocidio en toda regla– es considerado como un clásico sin discusión, digno de amenizar la hora de la siesta en la televisión, quizá sea momento de quitarnos de encima ese sambenito tan hispano de creernos los peores del universo –o los mejores, según extremos–.

Sí hay algo que celebrar en el Día de la Hispanidad: la llegada del mundo moderno. Y a mí sí me enorgullece que el primero que viera tierra y conectara esas dos culturas fuera un tal Rodrigo de Triana, andaluz humilde y sin más aspiración que la de buscarse la vida, como otros tantos a día de hoy, y no un miembro más de la estirpe de Jafet y Tubal.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

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