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Asesinatos a prueba de bombas

Estados Unidos ha resuelto el caso de las explosiones de Boston siguiendo la doctrina de la Justicia Infinita que justificó la invasión de Afganistán e Irak. Primero disparamos, luego contrastamos si en efecto guardas o no relación con las explosiones que esta semana empaparon de sangre la meta de la maratón de Boston.

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Sin una investigación que pueda esclarecer las circunstancias de lo ocurrido en la ciudad próxima a Nueva York, los medios de comunicación se han abrazado al dogma. Reproducen que las explosiones son parte de un atentado terrorista. No señalan, por ahora, si bien las "tertulias plurales" agitan cuanto pueden y alimentan, como parte de una orquesta deleznable, la amenaza del mundo musulmán, con el brazo armado de Al Qaeda.

En las últimas horas hemos conocido que la Policía abatió a un ciudadano al que responsabiliza de la autoría del supuesto atentado de Boston. Los medios siguen fieles al discurso oficial y hablan de que se ha abatido a una persona que atentó en la maratón de Boston.

¿Cuál ha sido el juicio a esa persona abatida para hablar con rigor de responsabilidad en unos atentados terroristas? Obvian la garantía procesal que debe ser la norma en un estado de derecho, también en América. Una América acostumbrada a censurar la falta de democracia y libertades de otros estados, de manera especial si median intereses estratégicos como yacimientos petrolíferos: véase Libia o Irak.

Asesinatos desde la oficialidad, y a prueba de bombas. El abatido es probablemente una víctima más del déficit democrático de los Estados Unidos de América donde el gatillo fácil y los ataques preventivos están a la orden del día.

George Bush hablaba de "justicia infinita" y esta declaración de un presidente estadounidense que sería motivo de caricatura de haberse dado en Iberoamérica, en Corea del Norte o en Oriente Próxmo, es la que ha seguido con acomodo el Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, que ha dado buenas muestras del vigor de esta doctrina que permitió el asesinato de Sadam Husseim en Irak o el de Gadafi en Libia.

El propio Obama se mostró contrariado unos días después de las explosiones de Boston por la decisión del Senado estadounidense que dará continuidad al libre albedrío de armas. El presidente pretendía poner coto al gatillo fácil con el que algunos ciudadanos suplen el déficit de seguridad, o se cobran las cuentas pendientes. El proyecto de ley que tumbó el Senado pretendía echar un vistazo a los antecedentes penales de quienes pretenden hacerse con fusiles o pistolas.

Ni las 26 personas que murieron en la escuela Sandy Hook de Newtown a mediados de diciembre como consecuencia de un tiroteo pesaron ante sus señorías. No prosperó. Silencio y complicidad ante el crimen. Voz y voto del negocio armamentístico.

JUAN C. ROMERO
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