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¡Olé tus diplomas!

Uno de los males que se encuentra muy extendido en el ámbito educativo –en cualquiera de los niveles, sea en las escuelas, los institutos o las universidades- es la brecha abierta entre el profesorado y los alumnos. Y es que algunos profesores o profesoras se aproximan más a la idea de jefe o pequeño empresario que a la de un profesional cuya función es la de enseñar y de educar a sus alumnos.

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Bien es cierto que existen magníficos docentes que dejan una profunda huella en aquellos que han asistido a sus clases, de manera que pasado los años no les olvidan; son, como me dijo una vez una madre, casi parte de la familia. Lamentablemente, y en sentido contrario, se dan casos que dejan otro tipo de huellas, más bien cicatrices en el alma, porque sus malas prácticas educativas marcan a la clase completa o a ciertos alumnos de forma especial.

Esto último que he apuntado es uno de los problemas que veo que permanece con el paso del tiempo, incluso, me atrevería a decir, con el cambio de generaciones. Y es que algunos llegan a este trabajo sin una base necesaria de vocación, de manera que entienden que enseñar es cumplir con un trabajo por el que les pagan y se acabó.

Este tipo de profesorado de corte autoritario o indolente sabe que en la clase tiene “la sartén por el mango”, que a fin de cuentas son las notas con las que calificar en los exámenes. Y, llegado el caso, las utilizan como forma de sanción, de imposición de sus ideas o para que se obedezcan sus actitudes autoritarias y caprichosas. Esto conlleva a que muy pronto gran parte de los estudiantes interioricen los mecanismos de sumisión, de obediencia o de “no crearse problemas”.

No es que yo esté abogando por la ausencia de un orden y una disciplina que deben mantenerse en las aulas, sino que defiendo la autoridad razonable con el que todo docente debe estar investido para que las nuevas generaciones vayan aprendiendo los principios y las normas de la convivencia en la sociedad, y, así, generar no solo buenos profesionales, sino también ciudadanos libres, cultos y críticos.

Con el clima actualmente dominante en las aulas, bastante opuesto a lo último que he descrito, es normal que la mayor parte de los estudiantes acaben entendiendo que al profesor no haya que contrariarle, puesto que de no ser así corre el riesgo de que las calificaciones que se merecen por su trabajo, conocimiento y esfuerzo no sean las que esperan recibir.

No obstante, y a contracorriente del clima imperante de autoritarismo más o menos acentuado (que curiosamente muchos docentes lo aprenden rápidamente al poco tiempo de tener trabajo), hay jóvenes que no aceptan la irracionalidad y las injusticias y se empeñan en llevar adelante sus convicciones a pesar de los inconvenientes que pudieran acarrearles sus posturas.

Esto es lo que sucedió recientemente cuando una decena de universitarios rehusaron saludar al actual ministro de Educación, que se encontraba con Montserrat Gomendio, secretaria de Estado de Educación, y Federico Morán, secretario general de Universidades, en la entrega de los premios nacionales fin de carrera. Y la razón de no saludarles se debía a que se posicionaban en contra de la reforma educativa, de las subidas de las tasas académicas y de los recortes presupuestarios.



Ciertamente, hay que tener arrojo y valentía para recoger el diploma y continuar el camino hacia adelante sin pararse ante un ministro arrogante y autoritario como no hemos conocido otro. Y no solo eso, porque algunos de ellos, caso de Julia Iriarte, licenciada en Psicología por la UNED, llevaban puesta la camiseta verde que se ha hecho tan popular entre las “mareas” que defienden una enseñanza pública, laica y gratuita.

A pesar de ser un gesto que expresaba una protesta individual y pacífica, los medios y tertulianos de la caverna mediática no han ahorrado improperios para descalificarles. Para ellos, que los jóvenes “rindan pleitesía” a las autoridades es signo de buena educación; lo contrario es propio de gente tipo 15-M o de las mareas verdes, en la enseñanza, y blancas, en la sanidad, que obstaculizan las medidas que toma el Gobierno “por el bien del país”.

Parece ser que los que apuntan con el dedo a ese grupo de brillantes recién licenciados se olvidan que todos los rectores de las universidades españolas, agrupados en la CRUE (Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas), a mediados del año pasado le dieron un plantón unánime al ministro Wert al estar en contra del aumento desmesurado de las tasas académicas que iba a implantar sin dialogar previamente con ellos como portavoces de las universidades.

Y es que los gestos de rebeldía, de no acatar las impopulares medidas que se están tomando en enseñanza, en sanidad, de protección a la dependencia, de tipo laboral, etc., han dado origen a que también las nuevas generaciones entiendan que el camino no es el individualismo, el buscar únicamente salidas personales, sino que también la lucha colectiva y solidaria es la base para romper esta cárcel que nos están imponiendo.

Para finalizar, desde las líneas de este breve artículo, quisiera felicitar a esos jóvenes recién licenciados que merecieron ser reconocidos a nivel nacional, que estudiaron duramente para ser buenos profesionales, pero que también aprendieron a ser libres y críticos, y decirles a cada uno de ellos: “¡Olé tus diplomas!”.

AURELIANO SÁINZ
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