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HLA

FENACO



23 mar 2019

  • 23.3.19
Aquella mañana, don Fulgencio Villamor del Castillo, profesor de Historia y Paleontología, se propuso abrir los ojos a sus jóvenes pupilos para que entendieran objetivamente lo que había acontecido en nuestro país y que había sido vilmente tergiversado durante décadas.



“Hoy, queridos alumnos”, comenzó muy animado, “la clase versará sobre una de las figuras más insignes de la Historia contemporánea de nuestro país. Se trata de la vilipendiada figura de don Francisco Franco y que, de manera objetiva e imparcial, les explicaré, para cerrar los numerosos bulos que la han empañado después de su muerte”.

“Así que atiendan y saquen sus cuadernos para que tomen apuntes de lo que voy a ir desgranando. Comienzo, pues, por el principio”.

* * *

Hay una fecha crucial en la historia reciente de nuestro país: el 20 de noviembre de 1975. En ese día, Francisco Franco, quien fuera Caudillo de España, el mismo que necesitó alzarse contra el Gobierno de la II República española, justo alzamiento que fue reconocido como una Cruzada por parte de la Iglesia católica, fallece.

A los españoles la noticia nos fue comunicada oficialmente por don Carlos Arias Navarro, quien era por entonces presidente del Gobierno. Con voz quebrada, y por el único canal de televisión que existía, leyó el testamento político de Franco, acabando con un “¡Viva España!”. En ese gesto, según se nos hizo saber, se sintetizaba el sentir de todo un país que perdía a un insigne personaje que entregó su vida por la gloria de todos y por su propia santidad.

Se iniciaba así el absurdo cambio de un país que durante décadas caminaría sin rumbo, dando tumbos de un lado para otro, y que, como ustedes pueden entender, resulta imposible de resumir en pocas palabras. Lo que sí todos conocemos es que fue inhumado en ese grandioso monumento cercano a Madrid llamado el Valle de los Caídos.

Allí ha permanecido embalsamado para que su cuerpo permaneciera de manera inalterable década tras década, al igual que los faraones egipcios lo eran en las pirámides, puesto que era el modo de hacerlos vivir eternamente.

Allí, también, año tras año se han ido reuniendo sus fieles, sus incondicionales, los inquebrantables seguidores de un régimen de paz y prosperidad que se citaban en tan señalada fecha con el fin de rendir homenaje a quien fuera “La espada más limpia de Occidente”, perfecta frase que le dedicó el mariscal francés Petain en su honor y gloria.

Les tengo que apuntar que era perfecta la frase, porque la espada y la cruz se ensamblaban sin ninguna fisura en una singular persona: Francisco Franco, un auténtico cruzado cristiano, un ser providencial que llegó en el crucial momento histórico para salvar a España de la degeneración y molicie en la que se encontraba. Es decir, al borde de la bancarrota.

Y ahora se pretende profanar su tumba, llevándolo a cualquier sitio, a cualquier rincón indigno de la figura histórica que encarnó. De todos modos, quienes perpetran tal osadía no saben que no pueden destruir su espíritu inmortal, pues Francisco Franco, mal que les pese, en el cielo sigue celosamente los pasos de su amada España, por lo que, horrorizado de lo que contempla, confía en los mejores hijos que esta tierra ha engendrado para que inicien la reconquista por el sur, tal como él lo hizo con las fuerzas africanas allá por el 1936.

De ahí que su Voz, venida desde lo alto, haya penetrado en las mentes más limpias y más nobles para ser guiadas en ese afán de recristianizar la península, siguiendo los pasos del apóstol Santiago, que fue quien a él le condujo en su noble camino y con quien ahora comparte beatitud celestial.

Puesto que tantos años de abandono y desidia, en los que los más sublimes ideales de los caballeros cruzados han sido abandonados por los vulgares objetivos con los que la población española ha sido inoculada, no es de extrañar que pocos crean que tan eximia figura se encuentre en la gloria compartiendo honores con el santo patrón de España.



Para quienes de ustedes duden de este hecho incontrovertible, conviene que miren a la pantalla y observen detenidamente el cuadro que aparece proyectado. Verán lo que el pintor boliviano Arturo Reque Meruvia, firmando con el seudónimo de Kemer, realizó entre 1948 y 1949 para que fuera uno de los murales que decorarían el Valle de los Caídos, situado en la zona de Cuelgamuros del municipio de San Lorenzo del Escorial.

Con el fin de perpetuar la memoria de quien fuera, tal como dijo el mariscal Petain, la “Espada más limpia de Occidente”, el Gobierno de entonces, guiado por el propio Caudillo, en el año 1946 aprobó encargarle a Kemer los cuadros que serían la base de los murales de la basílica.

De este modo, Kemer, cuyo seudónimo lo obtenía de la inicial silaba de su primer apellido (cambiando el “Que” por “Ke”) y de las tres primeras letras del segundo, sintetizaba en su boceto toda la santidad, valentía y firmeza del militar que seguro vino enviado del cielo para exterminar a rojos, masones, republicanos, izquierdistas, marxistas, ateos, separatistas… es decir, a toda la escoria que como mala hierba había crecido en el suelo patrio en los años de la Segunda República.

Ahí le vemos, en el centro de la escena, cual cruzado medieval, con su noble y limpia mirada dirigida hacia lo alto, blandiendo la implacable y justiciera espada que serviría para purificar a la patria de los enemigos internos que la amenazaban.

Podemos observar que, alrededor de su figura, surge el halo blanco de santidad que todo bienaventurado porta en su iconografía. Y para que no haya la menor vacilación, por encima de él aparece el patrón de España, el apóstol Santiago, montado sobre un caballo blanco, con blasón y ropa también blancas, blandiendo una espada similar.

Como todo ser predestinado a los más altos fines, a su alrededor surge una multitud de personajes que le rinde veneración. Ahí se encuentran nobles falangistas, requetés, carlistas, soldados del ejército de tierra, aviadores, marinos, soldados de las fuerzas marroquíes, también dos frailes y, como había que incorporar a una mujer, se incluyó a una enfermera en representación de las que colaboraron con la victoria del insigne Caudillo.

Lástima que el autor de este cuadro, quien con tanta fidelidad retrató la santidad de su protagonista, fuera boliviano. Esto era un verdadero problema, porque los bolivianos, como ustedes deben saber, son bajitos, cuellicortos, con el pelo totalmente negro y muy morenos porque descienden de los indios. ¡Lástima!, porque, una vez acabado el cuadro, al Gobierno le surgió la razonable duda de si era conveniente que un extranjero, con rasgos indígenas, fuera el autor de los murales del Valle de los Caídos.

Al pobre Arturo Reque Meruvia, alias Kemer, finalmente, no se le contrató para rematar la obra. No obstante, este cuadro acabó en el Archivo Militar de Ávila, por lo que todo buen español de los que aún quedan, puede acudir allí para admirar su lienzo y entender que el inmortal espíritu de Francisco Franco sigue vivo como el faro que guiará a las nuevas generaciones hacia las más altas cumbres.

Para tan excelsa tarea, la Voz de Franco ha encontrado eco en un gran líder que lleva el mismo nombre que el patrón de España con el fin de que inicie la reconquista. Este nuevo caudillo, como pueden comprobar, también se muestra en distintos vídeos en eso que ustedes llaman redes sociales. Así, recio, gallardo y valiente, monta a caballo cabalgando por los campos de la que fuera la patria de Viriato, Don Pelayo y el Cid Campeador.

Con el fin de no alargarme, puesto que lo que ahora voy a comentar ya todos lo sabemos, este nuevo regenerador de la política española ha comenzado su hazaña penetrando por Andalucía, al igual que lo hiciera el Caudillo cuando se trasladó con las tropas africanas a la Península para iniciar su Cruzada. Y tengo que decirles que creo firmemente que este nuevo adalid no desfallecerá en su heroica lucha hasta comprobar que los eternos valores patrios se imponen para que todos los españoles, incluidos los indignos vascos y catalanes, volvamos a ser el orgullo de Occidente.

* * *
“Y ahora, queridos alumnos, si no hay ninguna pregunta, cierro esta inobjetable disertación, con el deseo que de conozcan la exacta verdad y entiendan ustedes a quiénes tienen que seguir y votar para que nuestra querida España vuelva a ser el Faro de Occidente”.

De este modo tan elocuente, don Fulgencio finalizó su apasionada intervención, al tiempo que al lado de la mesa en la que apoyaba su mano izquierda, erguido y con una leve sonrisa congelada bajo su fino bigote, esperaba impaciente el anhelado aplauso cerrado de la clase que confirmara su magistral lección.

AURELIANO SÁINZ

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