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Antonio López Hidalgo | La lluvia antes de caer

La lluvia es uno de los fenómenos del medio ambiente más comunes y al mismo tiempo más sorprendentes y fantasmales, aún dentro de su simpleza. En términos científicos, la lluvia no es más que la precipitación de agua desde las nubes hasta la tierra. Pero qué es la lluvia antes de ser lluvia.



También en términos científicos, podríamos decir que todo se inicia con la condensación del vapor de agua que se encuentra dentro de las nubes y que, por ser más pesado al ser frío, cae por la gravedad hacia el suelo. Pero tal vez la lluvia, antes de serlo, pretenda ser algo más.

Jonathan Coe escribió una novela perfecta de título enigmático: La lluvia antes de caer. Escribe en estas páginas:

(…) No me importa que llueva en verano. Hasta me gusta. Es mi lluvia favorita.
—¿Tu lluvia favorita? –dijo Thea–. Pues la mía es la lluvia antes de caer.
—Pero, cielo, antes de caer en realidad no es lluvia. (…) Es sólo humedad. Humedad en las nubes. (…)
– Ya sé que no existe. Por eso es mi favorita. Porque no hace falta que algo sea de verdad para hacerte feliz, ¿no?

Donde no llega la ciencia, claro, la literatura abre otras posibilidades. La lluvia, por supuesto, antes de caer, también es lluvia. Aunque no exista para la ciencia. Pero todo lo es en tanto que nosotros pensamos que puede estar ahí.

Para mí, el agua ya caída de las nubes también es lluvia, una lluvia mansa que pisamos al andar y que se viste plateada con los primeros rayos de sol. El agua llovida sigue siendo lluvia, una lluvia atrapada en los campos cuarteados por la sequía, en los bulevares de las ciudades desiertas, una lluvia que se consume inexorablemente en ella misma y se hunde en lo más hondo de la tierra, como si la atravesara de punta a punta. Y tal vez siga siendo lluvia en ese mundo subterráneo que perdemos a la vista y a la conciencia.

El agua llovida nos trae el olor a tierra mojada, la sensación de que somos también elementos insignificantes del universo, una sensación de río improvisado que todo lo destruye y lo quiere para sí, que desmocha proyectos que creíamos imperecederos y construye balsas de agua donde antes todo era desierto, y mares sutiles que también desembocarán en los mismos mares de siempre.

El agua de lluvia viene para irse y, a veces, observando el paisaje después de la batalla, deja un reguero de muertos sólidamente fabricados y sin identidad, deja la tormenta –palabra prima hermana de tormento– un fogonazo de viento acabado y definitivo.

La lluvia, a veces, también es mansa, como el agua llovida que pisan nuestros pies y modela nuestros pasos en un caminar indiferente después de la lluvia. Más allá de la lluvia, entre ese espacio y tiempo de la lluvia antes de caer y el agua después de llovida, hay un enigma encriptado que juega con nosotros para devolvernos un mundo inexistente y necesario que solo existe en las propias palabras, y que más tarde se diluye en la propia memoria, donde un día nada existirá, sin más recuerdo que los zapatos mojados y el aire otra vez puro y limpio.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
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