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HLA

FENACO



7 feb 2021

  • 7.2.21
Vivimos en un mundo en el que se están produciendo grandes transformaciones y, aunque en algunos casos sean lentas, parece que llevan una dirección imparable. Nadie pensaría que décadas atrás, cuando a nuestro país se le consideraba oficialmente católico, años después, ya en democracia, se produciría un paulatino abandono no solo de las creencias sino también de las prácticas religiosas.


Esta situación nos invita a que reflexionemos acerca del futuro de la religiosidad y sobre en qué consiste ser cristiano, cuando parece que la visión que ofrece la jerarquía católica en nuestro país apenas incide en el comportamiento de los españoles.

Partiendo de esas premisas, me ha parecido oportuno entrevistar a un amigo, Miguel Santiago, profesor de Biología ahora jubilado. Articulista en diferentes medios de comunicación, conferenciante y autor de diversas publicaciones, se define como "andaluz y ciudadano del mundo". Implicado desde muy joven en el movimiento social, apuesta por los derechos humanos, la igualdad, la interculturalidad y la interreligiosidad. También quisiera apuntar que desarrolló estudios de Teología durante seis años en la Escuela Teológica Universitaria de Córdoba (UTECO).

Con Miguel Santiago me cito en una mañana al final del mes de enero para charlar con él para que me dé su visión acerca de qué es ser cristiano en el mundo de hoy y cómo ve el futuro de la Iglesia institucional. Recoger la riqueza de su pensamiento resulta un tanto prolijo, por lo que presento un extracto de lo más relevante de este diálogo.

—Miguel, quisiera que comenzáramos esta entrevista de forma que me indicaras qué es para ti ser cristiano y si es lo mismo ser cristiano que ser católico.

—Desde mi punto de vista, un cristiano o una cristiana debe ser, ante todo, una persona normal y corriente, abierta al mundo e inclusiva, defensora de los derechos humanos, afín a la interculturalidad y a la interreligiosidad, amante sin fronteras del ser humano y de la naturaleza.

Yo me siento más ‘nazareno’, es decir, tener como referente histórico a Jesús de Nazaret, que cristiano en el sentido de seguidor de Cristo, el ungido, ya que posee un acento más divino que humano. El nazareno o cristiano vive su fe como un estilo de vida, teniendo el Evangelio como marco referencial; en cambio, el católico vive su fe en base a una serie de ritos litúrgicos, al tiempo que está determinado por una moral restrictiva y excluyente, y una obediencia ciega a la jerarquía sacerdotal.

—Si echamos una mirada retrospectiva en la historia, encontramos que se produce un momento clave en el desarrollo del cristianismo en el siglo IV. ¿Qué supuso para el mensaje evangélico el edicto de Milán promovido por el emperador Constantino y el reconocimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio romano por el emperador Teodosio?

—Fue cambiar los valores del Evangelio, basados en el amor, la justicia y la paz, por el poder, el prestigio y el dinero. El edicto de Milán de Constantino y, posteriormente, la declaración del cristianismo como religión oficial del Estado por Teodosio ‘el Grande’ significó la desnaturalización del mensaje de Jesús y su comunidad. Podríamos decir que ahí comenzó el nacionalcatolicismo, un gran invento para controlar bolsillo y corazón, bendecir la desigualdad, institucionalizar el patriarcado y hacer del pueblo un sumiso a los dogmas.

—Damos un gran salto temporal y nos situamos en el siglo XX. En 1962 comenzó el Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII, lo que conllevó grandes esperanzas en la renovación de la Iglesia católica, que, sin embargo, no llegaron a fructificar. Quisiera que me apuntaras las razones por las cuales se diluyeron tantas esperanzas puestas en esta renovación, lo que condujo a muchas decepciones en los sectores más comprometidos.

—El Vaticano II significó un aire nuevo en el mundo, después de que se produjeran dos guerras mundiales. Fue una apuesta por el diálogo y el encuentro entre cualquier ideología y religión. Pretendía volver a la ecleccia, a la asamblea, haciendo que la horizontalidad prevaleciera sobre la verticalidad, la democracia sobre el totalitarismo. El Concilio Vaticano II tenía más vocación de pueblo que de jerarca.

Sin embargo, el ‘sanedrín cardenalicio’ tuvo mucho miedo de perder todo su poder, terrenal y celestial, abortándolo con la muerte de Juan Pablo I y poniendo al frente del catolicismo al ultracatólico Juan Pablo II, que guardó en un cajón al Vaticano II, desarrollando una etapa que chocaba frontalmente con el mundo moderno. 

Su política se basó en la condena de lo diferente, en una misoginia y una homofobia enfermizas, en bendecir a dictadores, como Pinochet, o pederastas, como Marcial Maciel, en demonizar a la Teología de la Liberación, mientras encumbraba al Opus Dei. Él es el responsable de que tengamos una de las Conferencias Episcopales más retrógradas, siendo sus delfines los cardenales Suquía y Rouco.

—Pasemos a nuestro país y entremos en la realidad española. En el artículo 16 de la Constitución española se habla, aunque este término concreto no aparezca, de un Estado aconfesional y, sin embargo, comprobamos que en realidad no se da esa aconfesionalidad, dado que no hay una clara separación del poder público y del poder eclesiástico. ¿Crees que deberían derogarse los Acuerdos con la Santa Sede de 1979 nacidos a partir del Concordato franquista de 1953 para afrontar, entre otras cuestiones, una enseñanza democrática y plural?

—Existe una línea medular desde el Concordato de 1851, reinando Isabel II, en el que se dice: “La religión católica, apostólica, romana, que con exclusión de cualquiera otro culto continúa siendo la única de la nación española, se conservará siempre en los dominios de S. M. Católica con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar según la ley de Dios y lo dispuesto por los sagrados cánones”. Posteriormente, el Concordato del siglo XIX será reforzado por el franquista de 1953. Así pues, de “aquellos barros, estos lodos”.

Con respecto a la enseñanza, a la Iglesia católica se le reconocía el poder de hacerla veladora de la educación del país según la doctrina de la fe y de las costumbres católicas, lo que significaba controlar las conciencias, no solo desde el confesionario, sino también desde las aulas. Esto nos lleva a que si queremos ser un verdadero Estado democrático y no confesional tenemos que poner fin a tan tremendo anacronismo.

—Comprobamos que la Iglesia católica como institución se opone frontalmente a muchas de las leyes aprobadas democráticamente: acceso a los anticonceptivos, derecho al divorcio, al aborto, al matrimonio igualitario, reciente ley de eutanasia… ¿Crees que es posible que un cristiano defienda las leyes que nacen del poder civil?

Jesús de Nazaret no fue ningún moralista, ni tampoco dogmático. Fue un crítico con los religiosos de su tiempo. Se enfrentó a los sacerdotes saduceos que hacían negocio con el templo, criticó a los fariseos por poner cargas pesadas a las gentes más humildes y sencillas (“el sábado se hizo para el hombre”), no vivía la vida monacal de los esenios retirados del mundo. Jesús era amigo de pecadores y escribas, tenía amigas y amigos, se preguntaba: “¿Quién estaba libre de pecado?” Jesús fue un laico, un civil. Justo eso es lo que entiendo que una persona seguidora de Jesús debe ser.

—En cierto modo has respondido a lo que deseaba ahora preguntarte. De todos modos quisiera que brevemente me indicaras si es posible ser creyente y laico, o, dicho de otro modo, si es posible que un cristiano defienda en nuestro país un Estado verdaderamente laico.

—Te respondo brevemente: un creyente es, ante todo, persona y ciudadano.

—Un tema motivo de gran polémica ha sido el de las inmatriculaciones por parte de la Iglesia católica a través de sus diócesis. ¿Qué opinas sobre las inmatriculaciones realizadas por las diócesis españolas al amparo de la Ley de 1998? ¿Qué te parece la inmatriculación de la Mezquita-Catedral de Córdoba?

—Sobre esta cuestión, y para no extenderme mucho, quisiera indicar que el artículo 206 de la Ley Hipotecaria fue derogado en 2015 por inconstitucional, con la trampa de que no tenía efecto retroactivo. Por consiguiente, todo lo inmatriculado sin una escritura, sin un documento que demuestra la titularidad, no se sujeta a derecho.

El Gobierno de Aznar abrió esta puerta para que una institución privada, como es la Iglesia católica, se hiciera con una parte importante del patrimonio del Estado. Creo que es el mayor robo inmobiliario que se le ha efectuado a un Estado a lo largo de la historia. Esperemos que el Gobierno de coalición actual lo enmiende.

—Para finalizar esta entrevista, quisiera traer a reflexión la paulatina secularización de la sociedad española. Así, los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) con respecto a las creencias de los españoles son muy poco alentadores con respecto a la Iglesia católica. ¿Qué futuro le ves a la Iglesia como institución en nuestro país?

—Cada vez cierran más conventos y hay menos vocaciones sacerdotales y de religiosas que, junto a la caída de bodas, bautizos y comuniones, traen de cabeza a la jerarquía, ya que se aproxima la liquidación por cierre, al menos en su estructura ad intra. Sin embargo, no nos engañemos: su poder ad extra radica en ser una de las grandes empresas mundiales, con más de 20.000 ‘funcionarios’ y centenares de miles de subalternos a su servicio.

Por poner un ejemplo, la Iglesia católica en el Estado español es propietaria, a través de sus más de 40.000 instituciones (diócesis, parroquias, órdenes y congregaciones religiosas, asociaciones, fundaciones, etcétera), de un enorme patrimonio consistente en bienes mobiliarios, inmobiliarios, suntuarios, culturales, capital de fundaciones, etc. Además de recibir donaciones directas de sus fieles y una financiación estatal a través del impuesto del IRPF, que pasó del 0,52 al 0,7 por ciento en 2007, siendo presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. 

A estos beneficios se unen las exenciones tributarias (impuestos municipales, IBI…), o el pago de los profesores de Religión (alrededor de 30.000 en todo el Estado). Cifras que suponen para las arcas de la Iglesia católica más de 10.000 millones de euros anuales.

Por otro lado, en los últimos años, las iglesias de diverso credo religioso han sumado privilegios que les permiten tener más poder en el seno de la UE, sin necesidad de hacerlo público como las demás instituciones privadas. Durante este tiempo ha habido 244 reuniones entre los lobbies religiosos y la Comisión Europea. 

Asociaciones ultracatólicas (como Hazte Oír, Familia y dignidad, Foro de la familia o la Fundación Valores y Sociedad, presidida por el exministro Jaime Mayor Oreja) que están detrás de iniciativas que luchan por acabar con el derecho al aborto, el matrimonio homosexual y el feminismo. Iniciativas que suponen grandes sumas de dinero del lobby religioso que presiona a las instituciones comunitarias europeas.

Todo esto podrá llegar a su fin con un Estado verdaderamente democrático y laico, y con una ciudadanía, creyente o no, que anteponga los derechos humanos por encima del privilegio de esta gran multinacional que es la Iglesia católica.

AURELIANO SÁINZ

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