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Jes Jiménez | El nacimiento de Buda

La imagen que vemos en segundo lugar bajo estas líneas procede de un manuscrito nepalí de finales del siglo XVIII y representa el nacimiento de Gautama Siddhartha (futuro Buda) en el bosquecillo de Lumbini. De camino al palacio de su padre, la reina Maya repentinamente siente la inmediatez del parto y, sujetándose en la rama de un árbol (un sala, shorea robusta) empuja para que saliera su hijo, no por la vía natural sino por su costado derecho.


Vemos cómo la reina Maya es ayudada por una vieja sirvienta que presiona su cintura. En la escena aparecen como testigos Brahma, Visnú y Shiva, la principal trinidad de los devas del hinduismo. Es curiosa la similitud con la imagen de Eva surgiendo de un costado del cuerpo de Adán, que podemos ver en el Tapiz de la creación de la catedral de Gerona.


El árbol sala que aparece en el nacimiento de Siddhartha tiene una gran importancia simbólica en el budismo, y también en el escenario del Edén son importantes los árboles: “el árbol de la vida en medio del jardín, y el árbol para poder conocer el bien y el mal” (Génesis, 2, 9).

No se terminan aquí los paralelismos con los mitos cristianos en esta peculiar forma de llegar al mundo. Según la mitología budista, el propio Buda eligió a sus padres antes de nacer, cuando era un dios en el cielo. Y su concepción fue inmaculada: la reina Maya soñó que un elefante blanco (en realidad, el propio Buda) penetraba en su cuerpo. Incluso la gestación fue sin mancha, ya que el boddisattva permaneció en un cofre y no en la matriz.

Dream of Queen Maya - Medallion - 2nd Century BCE - Red Sandstone - Bharhut Stupa Railing Pillar - Madhya Pradesh - Indian Museum – Kolkata

En el cristianismo se da la creencia de que Dios Hijo (el Verbo) se encarnó en Jesucristo (Juan, 1, 1) por el poder del Espíritu Santo, que podemos ver en forma de paloma en este cuadro de Ulpiano Checa. Por otra parte, Siddhartha recibió la visita no de tres magos de oriente sino de Asita, un gran asceta (rishi), que vuela por los aires desde el Himalaya hasta el lugar de nacimiento de Siddhartha para ver al recién nacido y, tras una serie de sabias observaciones, allí comprende que ese niño llegará a ser Buda.


Volviendo a nuestra imagen inicial, observamos que Siddharta es representado como un bebé normal saliendo del costado de su madre, pero también lo vemos en la parte superior izquierda como Buda, sobre un fondo montañoso y un cielo nocturno, con siete escalones bajo sus pies. Estos escalones recuerdan los siete pasos que dio, nada más nacer, hacia el norte exclamando: “Soy el más alto del mundo, soy el mejor del mundo…”.

La verdad es que los toscos escalones que se aprecian en esta ingenua representación poco concuerdan con la grandilocuencia de su significado. Tampoco encajan mucho con los ideales estéticos budistas, tal y como aparecen en un antiguo texto sánscrito: el artista, una vez purificado por la práctica de los rituales adecuados, llega a la forma deseada que “se revela visualmente contra el cielo, como si se viera en un espejo, o en un sueño” y, con esta visión como modelo, comienza su creación.

No deja de ser paradójica la incorporación, en la imagen, de la trinidad fundamental (Trimurti, tres formas) del panteón hinduista o, incluso, la divinización del propio Buda cuando el budismo es probablemente la única religión (de las más extendidas) “cuyo fundador no se declara profeta o enviado de un dios, sino que, al contrario, llega incluso a rechazar la idea de un dios como ser supremo”, tal y como destaca el historiador rumano Mircea Eliade en su Historia de las creencias y de las ideas religiosas.

De hecho, en los primeros tiempos del budismo, sus imágenes fueron extremadamente convencionales y alegóricas y no permitían la personificación de Buda. La primera representación conocida del budismo, durante el reinado de Ashoka, es el capitel de Sarnath (250 a.C.) en el que cuatro leones simbolizan a Buda predicando en las cuatro orientaciones. Debajo de ellos aparecen cuatro ruedas (chakras) que figuran la Ley Sagrada, y cuatro animales (caballo, cebú, elefante y león) que representan los vientos encargados de transmitir el verbo de Buda.

Incluso en la más estricta interpretación del budismo hinayana (desde el siglo VI a.C. hasta el II d.C.) que, como hemos dicho, no admite la representación humana de Buda, se alude a él por medio de la nada, del vacío, de la simple huella de sus pies.

Desde luego que hay un largo trecho entre estas sutilezas místicas y la colorida e ingenua plasticidad de la miniatura nepalí. Pero ¿cuál de estas vías consigue llegar más, o mejor, a sus fieles seguidores? De ello trataremos en próximas entregas.

JES JIMÉNEZ
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