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HLA

FENACO



4 jul 2021

  • 4.7.21
Siempre he sostenido que la mejor pinacoteca del mundo es el Museo del Prado. Bien sé que esto es una apreciación personal, pues no hay ningún instrumento para medir el rango artístico de los museos que se extienden por distintos países. También es cierto que si incluimos las esculturas, en el Museo del Louvre parisino hallaríamos auténticas maravillas de los grandes escultores de todos los tiempos, por lo que quizás este pasaría a alcanzar esa categoría tan apreciada.


Y si ahora me refiero al Louvre se debe a que en él se encuentra una escultura, El hermafrodita durmiente, que puede servirnos para abordar el debate de la transexualidad que ha estado muy presente en la política nacional en los últimos tiempos. Pero antes de entrar en la ley que ha aprobado el Gobierno, y que tiene que pasar después por los trámites parlamentarios, me parece oportuno ofrecer algunos datos de esta singular escultura.

La obra que se encuentra en París es una copia romana del siglo II d. C. de la original que realizó el escultor griego Policles. Dado que la mitología estaba muy presente en las creencias, la cultura y la tradición en el antiguo pueblo griego, conviene decir que el joven hermafrodita era hijo de Hermes (el dios mensajero) y de Afrodita (diosa del amor, la belleza y la sexualidad). Ambos concibieron un hijo con todos los atributos masculinos, pero una ninfa prendada de su belleza quiso tenerlo para sí misma, lo que dio lugar a la fusión de ambos sexos.

En el relato se describe la historia de este personaje mitológico, al tiempo que se nos dice que la ninfa al verlo bañarse en un estanque se enamoró tanto de él que se adhirió a su cuerpo, de modo que suplicó a los dioses que lo engendraron que nunca lo separaran de ella. Hermes y Afrodita aceptaron la súplica, por lo que se configuró como un ser que poseía los atributos de los dos sexos.

Si contemplamos la magnífica obra escultórica del hermafrodita durmiente, a primera vista, la escultura parece representar un hermoso y sensual cuerpo femenino; pero desde otra posición, puede comprobarse que también posee los genitales masculinos, ya que son externos y visibles.


Ahora pasemos del mito a la realidad. Como sabemos, el hermafroditismo, aunque bastante excepcional, se da en la naturaleza; también en la especie humana, lo que nos lleva a que pensar que no hay una línea biológica infranqueable que divida ambos sexos. La naturaleza es flexible y abierta, de modo que no se guía por los criterios rígidos de la mente humana.

De modo genérico, existen los sexos masculino y femenino. Entre ambos se da la atracción sexual de uno hacia el otro; aunque, ciertamente, surgen atracciones sexuales hacia el propio sexo. De ahí que existan la homosexualidad y el lesbianismo, como hechos reales y que, en gran medida, se han asimilado por la sociedad y se ha legislado para que los derechos de la comunidad LGTBI estén reconocidos y no existan discriminaciones por orientación sexual. Todo un avance, aunque hay sectores intolerantes que no admiten otras ideas que las rígidas que gobiernan sus mentes.

Por otro lado, y desde la denominada perspectiva de género, se tomó como referencia una frase de la escritora francesa Simone de Beauvoir extraída de su obra más conocida, El segundo sexo, en la que decía: “No se nace mujer, se llega a serlo”.

Esto, que también podría aplicarse el género masculino, nos indica que el ser mujer (o también hombre) no viene exclusivamente determinado por el hecho biológico, sino que la sociedad a lo largo de la historia ha ido configurando los valores culturales que se les asignan a la mujer y al hombre. Entonces los géneros masculino y femenino tienen mucho de construcción social: no todo puede atribuirse a la biología.


Pero esos valores no son estáticos; cambian con el tiempo y se van adaptando a las transformaciones sociales. Esto nos hace ver que los seres humanos, tal como apuntaba Carlos Castilla del Pino, somos biología y también historia. Es decir, que los hechos biológicos no pueden ser únicamente determinantes de las personas, como cierto sector del feminismo y del Gobierno defendían, negando los reconocimientos de derechos a los y las transexuales, o lo que es lo mismo, a hombres o mujeres que no se identificaban con el sexo biológico con el que habían nacido, por lo que aspiraban a que socialmente se les reconociera con aquel al que deseaban pertenecer.

Sobre este tema no hace mucho publiqué, en este mismo medio, Niños y niñas transexuales, en el que explicaba el caso de Elsa, una niña extremeña que, con su emotivo discurso, conmovió a los miembros del Parlamento de Extremadura que se encontraban presentes.

Por suerte, parece ser que, finalmente, la ley aprobada por el Gobierno camina hacia adelante, dado que no se trata de un tema relacionado con el feminismo, sino de derechos humanos que hay que defender aunque se refiera a una población numéricamente reducida la afectada. También es un tema de libertad personal, puesto que la verdadera libertad es el reconocimiento de los derechos de las minorías, ya que, una vez aprobados, agrandan el espacio de libertad de todos los miembros de la sociedad.

AURELIANO SÁINZ

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