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Pepe Cantillo | Adiós a 2021

Doy un fugaz vistazo al año que se escurre del calendario. Cuando lean estas breves líneas estará a corta distancia de desaparecer en el desierto del pasado, aunque este 2021 no lo vamos a olvidar fácilmente. No en vano, debemos admitir que hemos vivido momentos difíciles, delicados; algunos han sido angustiosos hasta el punto de hacernos sufrir una situación confusa con una sobredosis de preocupación rayando el miedo, la angustia. Y, de regalo, la soledad.


Desde finales de 2019, las noticias sobre la aparición de un virus maligno han ido saturando poco a poco nuestro mundo y han cambiado muchas cosas. ¿Pasó lo peor? Eso creíamos a finales de este verano, hasta el punto de arriesgarnos a revolotear por cualquier rincón del país. Desde entonces y hasta el inicio de diciembre nos hemos confiado. Eran tantas las ganas que teníamos de salir a donde fuera, de reunirnos con familiares y amigos… Pero el destino nos tenía reservada otra jugarreta.

La realidad del momento actual recuerda que no podemos confiarnos, que debemos ser precavidos, que estemos ojo avizor. ¿A qué o a quién, dónde y por qué? ¿Hasta cuándo? Nuestros deseos, cargados de ansia, se ven atascados. Lo que nos queda por hacer es intentar cambiar parte de nuestras actitudes, parte de nuestro modus vivendi para acoplarnos lo mejor posible a las circunstancias, evitando ser alcanzados por la pandemia. Recordemos que en ello nos va la vida.

La realidad exterior, atosigada y fustigada por los virus, es la que es y no podemos cambiarla. Lo que sí podemos y debemos hacer es no exponernos a que nos recluyan en casa, a malas, en el hospital y, a peores, en una UCI. Se trata de seguir al pie del cañón, de vivir lo más asegurados posible. Pero vivir.

Entremos en el año de los dos patitos henchidos de deseos de vivir, de hacer aquello que a cada cual nos gusta, al margen de lo que manden las circunstancias víricas. ¡Ojo! no en contra de dichas circunstancias porque, entonces, podremos caer en sus redes. Aun tenemos muchos recursos a nuestro alrededor.

Cuando digo "al margen" no estoy optando por saltarnos las normas establecidas por la autoridad correspondiente –con frecuencia más bien ineficaz, torpe, inepta (tal vez incompetente)– y ordene cómo actuar en referencia a lo público, puesto que el ámbito privado debería ser nuestro.

Una pregunta llena de amargura salta a la palestra. ¿Para qué valió anunciar a bombo y platillo una reunión de presidentes autonómicos con el Gobierno para que, al final, cada Comunidad hiciera lo que mejor le pareciese? Por su parte, “el Gobierno justifica la vuelta de las mascarillas en exteriores por las aglomeraciones de Navidad”. ¿Solo eso?

Dato grave de prensa: “El fin de semana de Navidad deja 214.000 contagios más en tres días y lleva a España a una incidencia récord”. Por el contrario, el Gobierno “resta gravedad a la variante ómicron: se apoya en que hay más casos pero menos presión hospitalaria”.

Desde el macropuente, el mes de diciembre se ha torcido. El año termina, en lo sanitario, con borrasca. Los nubarrones víricos y el desastre del volcán ensombrecen el soleado y familiar entorno del que en estos días se podría disfrutar.

Perdidos en la distancia cultivemos nuestras relaciones, sigamos derrochando amor, cariño con las personas que queremos (precisamente porque las queremos y nos quieren); sigamos tendiendo la mano en un gesto limpio cargado de generosidad, de ayuda, en un arrumaco como “demostración de cariño hecha con gestos o ademanes”; con un guiño “en un mensaje implícito” desinteresado, aun con aquellas otras personas que pasan rozando nuestra vida.

Vale más y nos enriquece una actitud abierta a los demás, la cual muestra que nuestro corazón se rige por la generosidad, por el deseo de convivir aunque estemos separados, aislados, atentos al menor tropezón.

Bien es verdad que la más de las veces el virus va escondido en los pliegues de cualquier viviente y podemos contagiarnos –de hecho, esa es la realidad– puesto que nadie lleva un cartel avisando de ser una posible persona portadora de virus.

¿La realidad? Deberíamos estar suficientemente atentos a las múltiples circunstancias que nos rodean, con una actitud de “vista larga y paso corto” para que, en la búsqueda de una situación más favorable, no tropeemos con la infección que puede aparecer en los festejos de la despedida del año viejo.

A pesar de la oposición violenta por parte de algunas, de muchas personas, y la tozuda negación del virus por otras. Voces autorizadas avisan de que “un nuevo confinamiento sería devastador para la salud mental de niños y adolescentes”.

El 2021 está dando las últimas boqueadas, en pocas horas llegará al final. Con mejor o peor ánimo esperamos decirle adiós. Nos ha tenido en vilo parte del año. Pero, sobre todo, este mes de diciembre ha sido algo duro con los aumentos de contagios.

El desastre del volcán de la isla de La Palma ha convertido la “Isla Bonita” en un paisaje gris, desolador y donde han sido enterrados bienes y sueños de palmeros y “palmeras”. Desafortunada expresión (¿palmera?) que nos hace sonreír en un tema tan sumamente demoledor. Aquí ha habido una sola muerte pero los destrozos materiales son incalculables.

En la mente no dejan de aparecer las imágenes de personas que se han quedado sin hogar y tienen que mal vivir, palmeros y palmeras, a la espera de unas ayudas oficiales que no acaban de llegar. Por cierto, la palmera es un árbol que abunda en bastantes lugares, aunque no es la más abundante en esta isla.

¿Terminar un año, empezar otro? Desglosar unos comentarios para el penúltimo día de un año aciago no resulta fácil. Quisiera decir de todo –bufar, más bien– pero, al final, llego a la conclusión de que el silencio es oro, máxime cuando los reveses han estado cargados de contratiempos, desgracia para muchas personas e infortunio en general para todos. No dejo de pensar en la ilusoria esperanza de que la mayoría de nosotros depositamos en el macropuente pensando que ya estábamos fuera de riesgo.

Las ganas de empezar 2022 es un imperioso deseo a la búsqueda de circunstancias mejores. ¿Cómo será este nuevo ciclo? ¿Qué nos deparará el año que está a punto de nacer? Solemos decir que la esperanza es lo último que se pierde pero ello no deja de ser una frase que, a veces, trae buenaventura y, otras, chafa cualquier retoño que pueda aparecer. No deja de ser un tópico más, que mantiene abierto un resquicio por el que puede entrar el sol.

En honor a la verdad, ha resultado una etapa dura soportando contrariedades y, sobre todo, sin vislumbrar lo que pudiera venir; la esperanza se deslizaba por una pendiente muy resbaladiza; las ilusiones de la mayoría quedaban algo aplastadas.

Doce campanadas dan la mano a doce uvas o a doce gajos de mandarina, o doce de lo que sea. ¿Por qué no doce besos al compás de las campanadas? Con la esperanza de que “se conseguirá lo deseado o prometido”, para dar la bienvenida al año entrante y desafiar al virus. ¿Borrón y cuenta nueva y “continuar como si no hubiera existido”? Imposible.

El año entrante, el de los dos patitos, tendremos que alimentarlo con aquello que cada cual deseamos de corazón para nuestros seres queridos y para nosotros mismos. Por supuesto, sin mandar al rincón del olvido a los demás. Responsabilidad, generosidad, honradez, respeto, libertad, justicia…

Vuelo una vez más al territorio de los valores morales, que son los ladrillos importantes para edificar la vida diaria de cada uno de nosotros, pero siempre dispuestos a compartir con los demás. Venturosa entrada en 2022 y que la Befana nos colme de mejores momentos.

PEPE CANTILLO
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