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HLA

FENACO



2 dic 2021

  • 2.12.21
Cada 10 de diciembre venimos celebrando la Declaración Universal de Derechos Humanos. El lema y objetivo de este año incide (hace hincapié) en la igualdad, engarzando con el derecho a vivir dignamente. El objetivo se complementa con valores como la honestidad, el respeto, la solidaridad, la tolerancia, la generosidad, la paz... Valores que colaborarían a complementar la libertad.


El ser humano vive en una sociedad, se construye en ella, aprende de ella. Casi se podría decir que igual que el pez necesita el agua, el ser humano necesita la sociedad. La naturaleza del ser humano no es solo biológica: es también social. Gran parte de lo que es se lo debe a la sociedad, igual que le debe mucho a sus genes, que marcan la herencia biológica que ha recibido.

El ser humano y la sociedad en la que vive no es algo estático, ni ha surgido de la noche a la mañana. Ha tenido que hacerse a lo largo de muchos años. La humanidad, igual que el ser humano, tiene que construirse y desarrollarse. Nuestra vida se va haciendo poco a poco: es como una narración que vamos escribiendo día a día; como una obra que vamos elaborando a lo largo del tiempo; como un camino que tenemos que recorrer, abriéndonos paso en una dirección u otra.

Por eso, como en un libro, los capítulos finales no se entienden bien si no se conocen los anteriores; como una escultura, es resultado de muchos golpes y de mucha actividad sobre la piedra; como un camino, es algo indeciso, que serpentea, retrocede o avanza buscando una meta, un final que nunca llega, pero que se desea mejor y más cómodo que lo que vamos dejando atrás.

Igual que cada uno de nosotros, la sociedad también ha recorrido un largo camino; ha ido escribiendo su historia, con aciertos, errores y rectificaciones; ha ido aprendiendo lo que más le conviene, lo que mejor resultado le ha dado, lo que debe hacer y debe evitar. Cuestión esta última que no es fácil de realizar. Casi siempre ha aprendido a fuerza de golpes y de sufrimiento; ha ido consiguiendo superarse a costa de perder algo, mediante esfuerzo y lucha.

Se podría decir que la historia es el reflejo del esfuerzo de las sociedades humanas por vivir mejor, aunque esto nos cueste trabajo creerlo a la vista de lo que muchos hechos nos muestran. Hemos de convivir con derechos, deberes y responsabilidades, un camino que parece estamos olvidando o, mejor dicho, dejándolo de lado a lo largo de la historia.

Con frecuencia oímos que nuestra libertad termina allí donde empieza la de los demás. Esto, sin duda, es cierto si consideramos la sociedad como un campo de fuerzas que deben guardar entre sí un equilibrio. Si en un grupo unos quieren imponer sus reglas a otros, seguramente terminarán enfrentados. Si en un Estado alguien quiere imponer su dominio por la fuerza, tarde o temprano habrá otro que se considere con el mismo derecho y tratará de quitarle el poder de la misma manera.

El respeto es la primera exigencia para la convivencia. Respeto a los demás, a unos valores y normas básicas sin las cuales no es posible que la sociedad funcione. Pero el respeto supone limitaciones y posibilidades. No podemos hacer lo que queramos cuando eso daña a los demás. Por eso, bien pensado, el respeto no es otra cosa que un equilibrio entre derechos y deberes, que implica asumir responsabilidades. El respeto presupone una actitud de “miramiento, consideración, deferencia” hacia los demás. No siempre es fácil cumplir con este valor básico para compartir el convivir.

Podríamos decir que derechos y deberes son las dos caras de una moneda. A mis derechos, a lo que yo puedo exigir a los demás, le corresponden unos deberes, unas obligaciones para con ellos. Aunque nos encontremos en una época en la que poco gustan los deberes y las obligaciones, no es menos cierto que las personas estamos “ligadas” unas a otras, lo queramos o no, y que por tanto, estamos ob-ligadas a darnos lo que a cada una le corresponde.

Si olvidamos nuestros deberes, nuestras obligaciones, es decir, si dejamos de responsabilizarnos, nos deshumanizamos. Las personas, por el hecho de serlo, contraemos unas obligaciones para con los demás miembros, de las que no podemos eximirnos sin perder grados de humanidad, es decir sin perder nuestra valía.

El ámbito de los derechos se explicita en el arduo recorrido por alcanzar la plenitud de tales derechos. La Historia recoge los esfuerzos y las conquistas que los seres humanos han llevado a cabo para alcanzar sus derechos. Podríamos decir que el ser humano, a lo largo del tiempo, ha ido cobrando conciencia de lo que es, de su dignidad y de lo que puede exigir. Conforme ha sido consciente de su valía, ha ido luchando por conseguir que se reconocieran sus exigencias más básicas y fundamentales: “sus derechos”.

Al lanzar una mirada panorámica por nuestra historia, nos encontramos vestigios de esta lucha por la libertad y la justicia. Desglosemos en unos breves pasos algo de dicha lucha por alcanzar una meta aun lejana, pese al tiempo transcurrido en este mundo, desafío para vivir buscando y defendiendo nuestra libertad hasta alcanzar el reconocimiento, al menos de algunos derechos a nivel universal. Recordemos que aún queda camino por andar.

En Grecia y en la Roma imperial los estoicos levantaron su voz pidiendo la igualdad de todos los seres humanos, considerados en su conjunto como ciudadanos del mundo. Los cristianos, por su parte, extendieron durante la Edad Media un mensaje nuevo a favor de la igualdad y contra la violencia: “el amor al prójimo”.

El Renacimiento está marcado por un deseo de tolerancia y convivencia pacífica como contrapunto a los enfrentamientos religiosos. La Ilustración defendió el respeto mutuo, el amor a la humanidad y, sobre todo, la libertad, la igualdad y la fraternidad. En el siglo XIX, el movimiento obrero reivindicó los derechos sociales, económicos y culturales para todos, sin discriminación. Se firmaron tratados que prohibían el comercio de esclavos y se establecieron algunos acuerdos para proteger a las minorías.

El siglo XX fue clave en el desarrollo y reconocimiento de los Derechos Humanos. En 1919, tras la Primera Guerra Mundial, se fundó la Sociedad de Naciones, que fue un precedente importante en el camino hacia el desarrollo de tales derechos, aunque no tuvo éxito. Y en 1948, el reconocimiento alcanzó un nivel extraordinario, con la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU).

En la actualidad, ante el reto de la “Globalización”, gran parte de la ciudadanía y los más pobres levantan su voz contra los países desarrollados, reclamando un orden internacional más justo. Otro cantar es que dichas reclamaciones lleguen a ser atendidas.

La historia está llena de acontecimientos memorables que marcan el camino recorrido por la humanidad en este sentido. Las noticias han ido de boca en boca, de documento en documento anunciando algunos pasos más relevantes de la conquista de los Derechos Humanos. El tema da para mucho más, máxime cuando estamos en unas circunstancias político-sanitarias que dejan mucho que desear.

Cierro estas líneas con una cita muy elocuente extraída del libro Política para Amador, de Fernando Savater: “Abres los ojos y miras a tu alrededor, como si fuera la primera vez: ¿qué ves? ¿El cielo donde brilla el sol o flotan las nubes, árboles, montañas, ríos, fieras, el ancho mar...? No, antes se te ofrecerá otra imagen, la más próxima a ti, la más familiar (en el sentido propio del término): la presencia humana. El primer paisaje que vemos las personas es el rostro de otros seres como nosotros... Llegar al mundo es llegar a nuestro mundo, al mundo de los humanos. Estar en el mundo es estar entre humanos, vivir -para lo bueno y para lo menos bueno, para lo malo también- en sociedad”.

PEPE CANTILLO

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