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HLA

FENACO



18 jul 2022

  • 18.7.22
Las noticias se las puede calificar como "sorprendentes" o "extraordinarias", como "insólitas" o "inauditas". Depende, claro está, del grado de sorpresa que arranque en el público, del recorrido que el titular arrastre desde el día de su publicación hasta el último comentario que el texto desbroce en el lugar más insospechado. Algunas noticias lo llegan a ser no porque su grado de novedad esté en el hecho mismo, sino en cómo su naturaleza es capaz de transmutar la convivencia en cualquier núcleo de población.


Algo así le ha ocurrido al profesor José Reyes Fernández, del IES Menéndez Tolosa de La Línea de la Concepción (Cádiz). El buen hombre dedicó algunos minutos en su clase de Geografía para explicar las bondades del clima de Trevélez para curar el jamón. Las crónicas no dicen si el citado profesor pasó de los beneficios del clima directamente a detallar otros pormenores de este producto del cerdo que nosotros tanto apreciamos en una buena mesa.

El caso es que un alumno musulmán lo acusó de actitud racista. No sabemos tampoco si este docente se detuvo en detalle en explicar la geografía del cerdo, de la que ya se sabe que se come toda, incluso los andares. Algo vio este alumno en el profesor, llámese deseo o gula, placer en cualquier caso, que confundió las creencias religiosas con las cosas del comer.

Nunca he entendido por qué las religiones no hacen más hincapié en los beneficios de sus propios catecismos y dejan las recetas gastronómicas para los entendidos en las artes culinarias. El niño que denunció a este profesor se habrá ganado el cielo con su denuncia, pero también ha demostrado una vez más que el paladar lo tiene menos desarrollado que el cerebro.

El problema, obviamente, es de los padres, que se piensan que han ganado el paraíso dejándonos a otros el placer de hartarnos de jamón. Nuestra religión, algo más cauta en estos menesteres del estómago, ha encontrado soluciones convincentes a aquellos requerimientos religiosos que un simple inmortal está incapacitado para comprender.

Un Viernes Santo, por ejemplo, en el que la Iglesia nos obliga a desentendernos de la carne, encontramos en la ensaladilla rusa –que nunca supe por qué era rusa, y menos en los tiempos de Franco– y en las albóndigas de atún o en los buñuelos de bacalao una fórmula mágica para no pecar en día tan señalado sin una necesidad obvia.

Ahora la Fiscalía de Algeciras ha remitido al Juzgado de Primera Instancia número 1 de La Línea de la Concepción el escrito en el que insta al archivo de las diligencias abiertas por la denuncia de este alumno musulmán por una razón que resulta obvia a todas luces: “por no existir el más mínimo indicio de la existencia de ningún tipo de infracción penal”.

En su escrito, el fiscal jefe de Algeciras, Juan Cisneros, asegura que “la jurisdicción penal es algo muy serio y su utilización no puede quedar al capricho de nadie, cuando no existe justificación jurídica para ello”.

Uno, independientemente de que defiende el jamón por principio, no alcanza a entender qué mal puede haber en hablar del jamón y su geografía si el momento se presta a ello. Entiendo que cualquier criatura escuchando, nada menos que a su profesor, alabar un manjar que sus creencias se lo tienen prohibido, no puede menos que haber caído en una profunda contradicción o, al menos, en una sensación insana de que algo se está perdiendo en esta vida.

El problema no está en esta criatura, que no sabe nada del mundo en el que lo han metido. Tampoco es de los padres, que asumen por principio que cualquier ser humano puede nacer y morir sin haber probado el jamón, lo cual no es una barbaridad, sino una estupidez.

Las religiones siempre meten la cuchara en el plato y en el sexo; es decir, en todo aquello que pueda hacer indigesta una buena vida, según sus patriarcas. Cisneros advierte en su escrito que “escuchar una referencia indirecta al jamón en el marco de una clase de Geografía en nada violenta a los practicantes de la religión musulmana y, menos aún, convierte al profesor en racista, xenófobo o algo parecido”. Por supuesto que no pero, incluso aunque este profesor hablara de las bondades del jamón, nadie debe sentirse herido en sus más profundas convicciones.

Cuando comenzamos a escribir y a dudar sobre las bondades del jamón, algo no está en su sitio. A estas alturas, cuántas actitudes que hieren mis más profundas convicciones debería denunciar. Y no estoy hablando de gastronomía. Dios me libre. Que cada cual coma lo que le dé la gana. Y a quien no quiera jamón por la razón que fuere, que haga igual que con las lentejas. Lo dejas, que para eso estamos los demás. Y que cada cual aguante su vela y aquellas creencias que confunden la fe con el paladar.

Columna publicada originalmente en Montilla Digital el 27 de diciembre de 2010.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR

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