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Aureliano Sáinz | 25 de Abril

Hay fechas del calendario que quedan para siempre registradas en la memoria colectiva a partir de un hecho relevante en la historia. Es el caso del 25 de Abril de 1974, que para quienes éramos jóvenes por aquellas fechas supuso una enorme alegría comprobar cómo el pueblo portugués, de manera pacífica, había derribado una dictadura que duraba desde 1925, es decir, casi medio siglo.


La consigna estaba dada. Sería a las 0:25 horas de ese día cuando en Rádio Renascença comenzó a sonar la canción Grȃndola, Vila Morena del cantautor José Afonso. Esta era la contraseña para que los militares que formaban el Movimento das Forças Armadas (MFA), organización militar clandestina opuesta al Gobierno que presidía Marcelo Caetano, se alzaran contra el régimen dictatorial.

Las notas de una canción prohibida fueron la señal para que las acciones coordinadas por el mayor Otelo Saraiva de Carvalho ocuparan los puestos ya prefijados. Lo cierto es que quienes llevaron adelante este golpe militar fueron capitanes muy jóvenes de edades comprendidas entre 24 y 30 años.

Sorprendentemente, el pueblo portugués, una vez difundida la noticia por los medios de comunicación, en vez de encerrarse en las casas, como suele suceder en los levantamientos militares, salió a la calle a apoyar a los soldados que querían acabar con el colonialismo y crear una democracia que transformara en profundidad a una sociedad harta de ver desangrar a sus hijos en las colonias (Angola, Mozambique, Cabo Verde, Timor…) que el régimen aún mantenía.

Lo cierto es que sin apenas derramamiento de sangre (solo hubo algunos por la temida PIDE, policía política del régimen), en los inicios del día siguiente, la radio y la televisión presentaron a los miembros de la Junta de Salvación Nacional que se encargaría de preparar elecciones democráticas.

Han transcurrido 49 años de aquella gesta que cambió el rumbo de Portugal. Por entonces, en España mirábamos con envidia a este pueblo hermano que supo pacíficamente acabar con una dictadura. En nuestro caso, tuvimos que esperar a que el dictador falleciera al año siguiente, el 20 de noviembre de 1975, en la cama tras una larga agonía.


Tal como he indicado, para algunos la Revolución de los Claveles (Revoluçao dos Cravos, en portugués) fue una gesta inolvidable. Esta es la razón por la que en el Colectivo Cultural Tres Castillos, que edita la revista Azagala, planificamos una marcha desde Extremadura (Alburquerque, Badajoz, La Roca de la Sierra) para tener un encuentro en Lisboa con coroneles que, siendo por entonces capitanes muy jóvenes, protagonizaron ese levantamiento.

La cita con los tres coroneles, ya jubilados, miembros de la Asociación Salgueiro Maia (nombre de uno de los jóvenes capitanes que se ubicó con los soldados en Lisboa cerca de los edificios de los ministerios) se produjo en Almada, en lo alto del cerro desde el que se domina la capital portuguesa.

Quienes no conozcan el ejército portugués se sorprenderían de que tres hombres, que han superado los setenta años, campechanos, con la imagen de lo más normal del mundo, puesto que su extracción popular nunca la olvidaron, nos recibieran con gran afecto, sabiendo que nos desplazábamos desde España para escuchar el relato de la hazaña que escribieron para la historia.


Así, en la fotografía que acabamos de ver, los tres coroneles se encuentran en el lado izquierdo. Tomaría la palabra el coronel Andrade da Silva, vestido con boina y chubasquero rojos, quien de modo apasionado nos relató la revolución que transformaría Portugal, centrando sus explicaciones en lo acontecido en Lisboa, al tiempo que nos señalaba los sitios de cada suceso.

A pesar de que a los extremeños la lengua portuguesa nos resulta un tanto familiar, nuestro compañero Moisés Cayetano, magnífico historiador que aparece con camisa verde, nos traducía los aspectos esenciales de la exposición del coronel.

Para mí, la sorpresa llegó cuando me puso la insignia de la Asociación, al tiempo que me daba un abrazo fraternal. Quizás, alguien le indicó que yo fui el presidente fundador del Colectivo Cultural Tres Castillos, pues yo no había dicho nada.

Acabado este encuentro, nos dispusimos a comer en los numerosos restaurantes que bordeaban la desembocadura del río Tajo. La tarde estuvo destinada a conocer los espacios que rodean la Plaza del Comercio, punto neurálgico de la ciudad. Aunque la mayoría de los asistentes ya había estado en Lisboa, lo cierto es que siempre hay cosas que conocer en esta bella ciudad que mira con nostalgia hacia el Atlántico.


Por mi parte, no quería regresar sin visitar de nuevo la escultura de bronce de Fernando Pessoa, que se encuentra en el barrio de Chiado, junto a la cafetería Brasileira, que era su lugar favorito para escribir, dado que recientemente yo había vuelto a leer el Libro del desasosiego en una excelente traducción y edición de Ángel Crespo.

Allí, sentado a su lado, imaginé la pregunta que le podía hacer a este brillante escritor de por qué no se le concedió el Premio Nobel de Literatura. Posiblemente, su respuesta hubiera sido que él no estaba pendiente de los premios, que su escritura no la condicionaban los aplausos a los que tan aficionados son otros escribientes.

Finalmente, un tanto agotados por las caminatas que tuvimos que hacer, regresamos ya de noche a nuestras respectivas localidades de Extremadura, con el sentimiento de haber retornado a años atrás en los que nos sentíamos cargados de enormes ilusiones y sueños que el paso del tiempo ha ido aquilatando, pero que, no por ello, puede ser motivo de alejamiento de aquellos ideales que llenaron nuestra juventud.

AURELIANO SÁINZ
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