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‘La esquina de las macetas’, el peculiar ‘patio nazareno’ exterior que cuida cada día Manuel Muñoz Moreno

Manuel Muñoz lo primero que hace cada mañana, bien temprano, es salir de casa para ver sus macetas y, aprovechando el frescor, regarlas con una manguera. Dice que son su vida, algo que es fácil de imaginar porque en ocasiones se entretiene durante largos minutos contemplándolas. Su casa la conocen en Dos Hermanas como ‘La esquina de las macetas’, que parece hacer las veces de ‘patio exterior’.


Y no es para menos. En la fachada de esquina que hace su casa en el corte de las calles Zurbarán con Doctor Fleming, por la zona del Palmarillo, destacan de forma llamativa sus más de doscientas macetas, que con paciencia y buena mano ha ido colocando a lo largo de los últimos años, convirtiéndola en una especie de ‘patio nazareno’, al estilo de los patios cordobeses, pero que en este caso, en vez de ser interior, es totalmente exterior.

Manuel Muñoz Moreno, con 82 años recién cumplidos, confiesa que sus macetas y sus flores son su vida. Y, pese a las dificultades físicas y psíquicas que acumula ya a su edad y a sus achaques de salud, con dos cánceres y cuatro infartos sufridos, que se vieron agravados por el ictus que sufrió más recientemente; ayudado por un andador se sienta delante de ellas y las observa con orgullo mientras reconoce que tiene “muy buena mano para las plantas”.

Esta especial afición dice Manuel que le ha acompañado desde siempre, pero que fue a raíz de jubilarse cuando ya se centró en ella de una forma más intensa. Afición que tal vez le venga de cuando vivía en su pueblo natal, Los Molares, junto con sus padres y sus cinco hermanos. Recién casado con Consuelo Moreno Roldán, decidió un buen día coger las maletas y, como tantos españoles, emigró a Alemania en busca de trabajo. Una aventura que no acabó de convencerle, de ahí que el matrimonio decidiera regresar a España e instalarse en esta ocasión en Mallorca.

Allí, su esposa encontró trabajo como camarera de pisos en un hotel mallorquín, y él, como cobrador en los autobuses urbanos. “Allí nacieron nuestros dos primeros hijos, de los seis que tenemos”, comenta. Pero Manuel tenía una fijación desde hacía muchos años, que era la de asentarse en Dos Hermanas, pueblo en el que ya vivía una hermana suya. Y así fue. Corría el año 1974 cuando llegaron a este municipio, donde pronto Manuel encontró trabajo en la fábrica de cristales que había en la carretera que va a Alcalá de Guadaíra.

Con todo, no acababa de sentirse a gusto y al poco decidió cambiar y empezar otra nueva etapa como albañil, aunque no pasarían más de seis o siete meses cuando, emulando a unos familiares que tenían una carnicería en Dos Hermanas, conocida como la de ‘Los Marchena’, decidió abrir otra, que se encontraba justo en el mismo espacio en el que hoy vive rodeado de sus macetas.

Y esta fue la definitiva experiencia profesional, porque la carnicería, a la que le pusieron el nombre de ‘Consuelo’, estuvo abierta durante cuarenta años. “El negocio fue muy bien”, señala, “hasta que decidimos cerrarla en 2006”, momento en el que, ya jubilado y con esos problemas de salud que le impedían prácticamente hacer una vida normal, empezó a ir dándolo forma poco a poco a su particular ‘patio nazareno’.


Manuel recuerda que ya en el piso donde vivieron en Mallorca empezó a hacer sus pinitos con sus macetas y sus flores. “Esto es algo mío, que siempre me ha gustado”, afición que trasladó, ya viviendo en Dos Hermanas, a las dos parcelas con las que llegó a contar, y, tras venderlas, a su propia casa. “En estos momentos, creo que tengo unas 231 macetas”, la mayoría ornamentales, como rosales, claveles, geranios, gitanillas, gladiolos, cintillas, hortensias, pero también cuenta con macetas con pilistras, perejil o hierbabuena, y hasta pequeños cactus.

De ellas dice que se surte en los viveros. “Cuando ya cerramos la carnicería, lo de las macetas lo empecé por las ventanas de mi casa, que tiene un total de siete. Pero como ya me quedé sin espacio, fue cuando empecé a colocarlas poco a poco en la fachada. Así que cogía el trompo, hacía un par de agujeros en la pared, les ponía sus espiches y colgaba la maceta, que luego atornillaba para que no hubiera peligro de caída. Y así hasta las más de doscientas que tengo ahora”.

Pero, claro, esta exposición permanente le ha hecho alguna que otra ocasión llevarse un disgusto al observar que le faltaba alguna. “En una ocasión, se llevaron hasta veintiuna macetas, algunas de las cuales eran las más bonitas, y justo al principio del Covid, otras catorce. Pero maceta que me quintaban, maceta que reponía”, añade.

“Las macetas requieren un cuidado diario. Hay que regarlas, echarles tierra, abono, trasplantarlas. Ahora riego con una manguera con una lanza, que tiene una alcachofa para regular la presión, pero hasta hace unos cuatro años lo hacía con una lata de esas de los tomates de un kilo, tarea que me llevaba por lo menos dos horas. Pero es que, insisto, es algo que me gusta y me entretiene”.

Desde hace ya algún tiempo recibe la ayuda para estas tareas de algunos de sus hijos, que muchas veces incluso le tienen que frenar ese deseo casi constante de querer colocar más macetas sobre la fachada. El caso es que cuando se pasa por esta esquina, es difícil no detenerse para contemplar este auténtico jardín colgante.

FRANCISCO GIL / ANDALUCÍA DIGITAL
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