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Aureliano Sáinz | La letra con sangre entra

No sé si la gente joven de ahora entiende el significado de la frase con la que he titulado este artículo. Reconozco que, en mi caso, desde hace bastante tiempo que no la he escuchado, fundamentalmente porque ya nadie defiende que el castigo físico sea el medio educativo para que las nuevas generaciones fueran aprendiendo.



Sin embargo, quienes somos mayores no solamente entendemos su significado sino que también, en mayor o menor intensidad, recibimos algún tortazo, algún palmetazo o algún cogotazo para que en la escuela nos entrara la tabla de multiplicar o entendiéramos el correcto uso de la ‘h’ o de la ‘q’. Lógicamente, cuando te dan una colleja, acompañada de la expresión ‘¡so burro!’, para que sepas que es el Guadalquivir el que pasa por Córdoba y no el Guadiana, nunca se te olvidará el río que atraviesa la hermosa ciudad andaluza.

Pero esa forma de aprendizaje deja siempre unos recuerdos cargados de amargura, por lo que ya no se olvidarán las respuestas correctas; no obstante, es probable que te creen un carácter inseguro, temeroso de equivocarte cuando tengas que contestar a las preguntas que se te hacen o en el momento en el que debas tomar decisiones de cierta importancia.

Hay que entender que en épocas pasadas el castigo físico, incluso el maltrato, era una manera que tenían padres y maestros para que se obedeciera o se aprendiera lo que por entonces eran los comportamientos correctos. Pero no solamente eran los padres y los maestros, sino que esa forma de educar estaba bien vista por la sociedad, por lo que la frase ‘La letra con sangre entra’ era una especie de máxima o sentencia que, de vez en cuando, se repetía como justificación a los golpes que se les podía dar a los críos.

Por suerte, y en contra de la opinión de los pesimistas, creo que en líneas generales la sociedad avanza y la mayoría de la gente intenta eliminar los errores que comete. Como prueba de ello es que, en gran medida, se han erradicado los maltratos tanto en la familia y en la escuela.

De todos modos, soy realista y sé que hay formas de abusos con los menores que quedan ocultos y no salen a la luz. Es por lo que recientemente se aprobó la ‘Ley de los derechos y oportunidades en la infancia y adolescencia’, aparecida en el BOE el 27 de mayo.

Esto es un gran avance en la protección integral tanto de niños y niñas como de adolescentes. Dentro de la amplitud de temas abordados en la ley se encuentra el rechazo total al castigo físico como modo de educar y de enseñar. Bien es cierto que también se alude al castigo psicológico, que puede ser incluso más dañino al pasar desapercibido por la sutiliza y ocultamiento con los que se lleva a cabo.

Como he apuntado, los mayores sabemos bien el significado de ‘la letra con sangre entra’, ya que en nuestra infancia vivimos un tiempo en el que la pedagogía admitía los castigos corporales como medio de aprendizaje. Y pesar de que quien escribe esto recibió más de un palmetazo, es preciso reconocer que los castigos físicos, si se miran desde una perspectiva histórica, eran más reducidos que los de las generaciones precedentes.



Para que entendamos de lo que estoy hablando nada mejor que la portada del artículo que corresponde a un cuadro de nuestro gran pintor Francisco de Goya titulado exactamente La letra con sangre entra, que ejecutó entre 1780 y 1785, encontrándose en la actualidad en el Museo de Zaragoza. De igual modo, el dibujo del interior se ha extraído de un libro educativo inglés de mediados del siglo pasado, dado que en Inglaterra la filosofía pedagógica que defiende el castigo físico se ha mantenido hasta recientemente.

Con respecto al lienzo de Goya, podemos apreciar que la escena se desarrolla en una pequeña y oscura escuela. Curiosamente, en ella aparece un perro cercano al maestro que azota con un pequeño látigo de varias hiladas en las nalgas descubiertas de uno de los niños de la clase. El crío se encuentra inclinado, sostenido por una mujer, sin que se le aprecie el rostro, por lo que no podemos contemplar su expresión de sufrimiento. No obstante, a la derecha puede verse a un par de ellos que llorosos acaban de recibir el mismo castigo, mientras que los otros están en sus tareas.

¿Es una descripción la que hace Goya de lo que acontecía en las escuelas o una crítica a los duros castigos corporales que por entonces se utilizaban?

La verdad es que a ciencia cierta no lo sabemos, porque otro título que recibe el cuadro es el de Escena de escuela. Este título parece inducirnos a pensar que lo pintado se correspondiera con algo habitual de aquellos años.

Ciertamente, esos brutales castigos los de mi generación no los conocíamos (si exceptuamos algún caso muy sonado). Es más, las referencias a los maestros que tuvimos en nuestra niñez se hacen con cierto respeto y consideración hacia ellos, pues, desde nuestra perspectiva ya de adultos, podemos entender la sociedad en la que vivíamos y las difíciles condiciones en las que tenían que desenvolverse: escasos recursos educativos, aulas pequeñas, críos de distintas edades y niveles todos juntos, exiguo reconocimiento económico a un trabajo de tanta importancia, etc.

Por otro lado, los juegos de los muchachos de entonces eran mayoritariamente en la calle, por lo que oscilaban desde los más tranquilos a los que implicaban significativos riesgos, de los que no éramos conscientes. Así pues, a pesar de la dureza y la precariedad en la que vivíamos, la escuela era nuestro primer nivel de socialización y en la que comenzábamos a relacionarnos fuera de casa, a conocernos unos a otros y a formar pandillas de amigos.

Han cambiado los tiempos. La escuela se ha transformado mucho. Desde el inicio de la democracia, la escuela pública no separa por sexos. Niños y niñas actualmente acuden juntos a centros mucho mejor dotados y con un profesorado que ha recibido una buena formación especializada en las distintas materias que el alumnado debe recibir.

Hoy, la importante tarea que llevan adelante maestros y maestras se entiende como fundamental dentro del panorama de incertidumbre en el que nos movemos. Y, a pesar de que nos encontramos en una gran encrucijada por la pandemia que sufrimos, se dan avances relevantes que se recogen dentro del campo legislativo: la erradicación de los maltratos que aún pudieran sufrir los más pequeños, puesto que, a pesar de que hay quienes sostienen que alguna vez ‘viene bien un buen cachete’, lo cierto es que el cachete se queda en el fondo del alma de quien lo recibe.

AURELIANO SÁINZ
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