Ir al contenido principal

Aureliano Sáinz | Islam, mujer y feminismo (y 2)

Como todos sabemos, la muerte de la joven iraní Mahsa Amini, el 16 de septiembre del año pasado, tras ser arrestada y torturada a manos de la policía religiosa islámica por llevar mal puesto el velo o hiyab, desató una ola de contestación por todo el país que fue duramente reprimida por el régimen de los ayatolás, con más de 150 muertos y miles de detenidos.


La protesta internacional de apoyo a las mujeres iraníes se extendió por todos los continentes, ya que la muerte de esta joven de origen kurdo era la muestra palpable de la represión que sufren las mujeres en los regímenes islámicos.

Pero creo que no es necesario que nos lleguen estas terribles noticias para que podamos conocer con cierto rigor cómo viven las mujeres en los países musulmanes. Es por ello que esta segunda parte de la entrevista que iniciamos la semana pasada con el profesor Waleed Saleh puede servirnos para que comprendamos las enormes dificultades por las que atraviesan las mujeres en su proceso de emancipación dentro del mundo islámico.

—Retomamos, Waleed, el tema que habíamos dejado la semana pasada, de modo que en esta parte nos centraremos en la situación de la mujer y el feminismo en relación con el islam. La pregunta que te hago creo que es sencilla: en Occidente se suele ver a la mujer musulmana como un ser de segunda categoría. ¿Es cierto esto?

—No solo Occidente sino también los propios musulmanes, si son sensatos, reconocen la inferioridad de la mujer musulmana con respecto a los hombres. Está discriminada en las sociedades, en las leyes y en los códigos de la familia. La injusticia que sufre la mujer musulmana tiene muchas caras. Te voy a indicar algunas de ellas.

El matrimonio de menores es una práctica muy extendida en los países de mayoría musulmana. Para dar su consentimiento, la mujer, aunque sea adulta, necesita la tutela de un familiar varón. El repudio sin ningún tipo de justificación es un arma en manos del marido que acude a ella en cualquier momento que desee.

La custodia de los hijos en la mayoría de estos países corresponde al marido. En el caso de que una mujer esté casada con un extranjero, los hijos solo pueden optar por la nacionalidad del padre. Socialmente, en los países musulmanes más estrictos, la mujer suele tener un margen mucho más estrecho que el hombre en cuanto a su aparición en público o para practicar ciertas actividades deportivas o artísticas, como la natación o para cantar o actuar en una obra de teatro.

—Ahondando en lo que has comentado, ¿cuáles son los derechos que en el propio islam les están negados a las mujeres?

—De igual manera, te apunto unos cuantos. Por ejemplo, el islam estipula que la herencia de la mujer debe ser la mitad de lo que corresponde a sus hermanos varones. Su testimonio vale también la mitad del testimonio de un hombre, de modo que en caso de un juicio que requiera dos testigos, serán cuatro si son mujeres.

El marido tiene derecho a abandonar a su esposa en el lecho matrimonial y pegarle en caso de desobediencia. Todo su cuerpo es ‘vergüenza’ que hay que tapar y solo puede mostrar las manos y la cara. Debe quedarse en casa y no salir a la calle, excepto en caso de necesidad o emergencia. El hombre tiene derecho a casarse con hasta cuatro mujeres, además de tener numerosas concubinas.

—Nos has expuesto cuestiones de tipo general. Sin embargo, en ocasiones, en el mundo musulmán se aprueban fetuas que nos sorprenden. Me gustaría que explicaras qué son las fetuas o fatwas y quiénes pueden dictarlas.

—La fetua, o fatwa en árabe, es un dictamen legal, una respuesta a una cuestión de derecho dictada por un jurisconsulto llamado muftí. Este debe ser musulmán y profundo conocedor de las disposiciones de la sharía. Es nombrado por el Gobierno y suele estar vinculado a los ministerios de Justicia o de Asuntos Religiosos.

Por la inexistencia de una clerecía legal, en el islam hay instituciones y líderes religiosos que se han arrogado el derecho de emitir fatwas. Así, al-Azhar, mezquita-universidad y máxima autoridad religiosa en Egipto, emite con frecuencia fatwas que no se limitan a los asuntos estrictamente religiosos. Este organismo, desde que fue nacionalizado en los años cincuenta, se convirtió en la sombra del Gobierno de turno, incluso de gobiernos ajenos.

Antes de la Segunda Guerra del Golfo, en 1991, el rey de Arabia Saudí, Fahd Bin Abdelaziz, le pidió a al-Azhar que dictaminara una fatwa que justificara la presencia de tropas extranjeras en los territorios saudíes (tierra sagrada del islam para defenderse de un posible ataque del ejército iraquí). Incluso Mubarak, en la misma ocasión, le pidió que emitiera una fatwa autorizando que tropas egipcias participaran junto a la coalición internacional en atacar al ejército iraquí y expulsarlo de Kuwait. Al-Azhar no tuvo reparo en manifestarse favorable en ambos casos.

—En tu libro 'Feminismo e islam' describes algunas fetuas sorprendentes, especialmente, cuando están referidas a la mujer. ¿Podrías comentar algunas de ellas?

—En efecto, comentaré algunas porque la corriente de las fatwas es incesable. Por ejemplo, en Arabia Saudí, la Dirección General de Investigaciones Científicas y de Fatwas dictó la fatwa número 21758 en el año 2000 referente al videojuego Pokémon. Conforme al dictamen, las autoridades de los países musulmanes deberían prohibirlo por varias razones: este juego adopta la Teoría de la Evolución; contiene símbolos de religiones desviadas y anima a traicionar a la patria. Esta fatwa fue renovada en 2016.

Izzat Atiyya, exdirector del Departamento de al-Hadiz de la Universidad al-Azhar de El Cairo dictó en octubre de 2007 una fatwa que obliga a la mujer a amamantar al menos cinco veces a su compañero de trabajo para poder estar con él a solas. De este modo, la mujer se convertiría en madre nodriza del hombre y evitaría cualquier intención deshonesta entre ambos. Era una solución para que dos personas de distinto sexo y sin ningún lazo familiar pudieran estar juntos en un despacho o un laboratorio y que no estuviera satanás tentándolos.

El jeque Ibrahim Yarwin, encargado de asuntos de la Conciencia Pública del Movimiento de Jóvenes Somalíes, emitió una fatwa en la que prohibía que las mujeres usasen sujetadores, que los hombres se dejasen bigote y afeitasen la barba o se pusieran pantalones que no llegasen hasta el tobillo.

En la misma fatwa prohibía el fútbol, escuchar música o bailar incluso en las bodas, ver películas o hacer fotos. Sugería que las mujeres durante el periodo menstrual llevaran pantalones de color rojo para indicar que tenían la regla y así los encargados de la moral religiosa no las persiguieran para conducirlas a la mezquita para rezar.

Varios jeques marroquíes firmaron una fatwa que prohíbe que un hombre se siente en una silla que acaba de abandonar una mujer, ya que debería dejarla enfriar, porque el calor que deja la mujer puede ser excitante sexualmente.

El territorio europeo tampoco se ha salvado de estas fechorías. Hace unos años, el líder religioso Mohamad Kemal, imam de una mezquita en Fuengirola, explicó en una publicación cómo pegar a las mujeres sin dejar marca. Otro residente en este continente aseguró que las mujeres no deberían estar cerca de plátanos, pepinos o zanahorias para evitar que desencadenen pensamientos sexuales. En una entrevista publicada en el diario digital El Senousa, recogida por el portal árabe Bikyamasr.com, afirma que estas frutas y verduras tienen semejanzas con el órgano sexual masculino y pueden ser una tentación sexual para la mujer.

Como verás, por las fatwas anteriores observamos que los clérigos y las autoridades musulmanes, al igual que los líderes de otras religiones, tienen una obsesión enfermiza con el sexo y con la mujer. Su cuerpo es la medida con la que determinan la moral de la sociedad y marcan el comportamiento humano.

—¿Por qué tiene tanta importancia el velo en los países musulmanes? ¿Es obligatorio que las mujeres lo lleven?

—No existe unanimidad en el islam en cuanto a la obligatoriedad del velo. En el Corán aparece la palabra varias veces, pero con el significado de separación o cortina y en ningún caso hace referencia a la vestimenta de la mujer. Los ulemas y las instituciones islámicas, con el fin de controlar a la mujer, lo establecieron como obligación.

Hemos de tener en cuenta que el islam hereda esta tradición de prácticas preislámicas. Así, el reconocido arqueólogo, egiptólogo e historiador estadounidense James Henry Breasted, que incluyó el Cercano Oriente en la civilización occidental, afirma en su libro The Conquest of Civilization (1926) que los asirios son el primer pueblo que impuso en sus leyes el hiyab para las mujeres nobles y libres, excluyendo a las demás mujeres, con el fin de distinguirlas de la clase popular. Esta tradición pasó a los persas y después a los árabes, que la aplicaron en el islam. Por otro lado, cubrir el cabello es también signo de devoción en las otras dos religiones abrahámicas.

El velo o hiyab es, sin duda, uno de los aspectos visibles de todo un sistema represor que menoscaba los derechos y las libertades de la mujer. El islam, que hereda esta tradición de las dos religiones monoteístas anteriores, y que estas a su vez lo toman de civilizaciones más antiguas, lleva su uso a unos extremos insospechados.

Considera todo el cuerpo de la mujer como awra, o ‘vergüenza’, que hay que tapar, ocultar a los ojos de los hombres. “¡Quedaos en vuestras casas! ¡No os acicaléis como se acicalaban las antiguas paganas! ¡Haced la azalá! ¡Dad el azaque! ¡Obedeced a Dios y a su Enviado! Dios solo quiere liberaros de la mancha, gente de la casa, y purificaos por completo”, esto es lo que se lee en el Corán (33:33). De este modo, la voz y su risa femeninas son censuradas y su presencia pública limitada.

Creo que el hiyab no es solo un trozo de tela sino un arma para dominar el cuerpo y la mente de la mujer. Es toda una ideología que la estigmatiza y margina, usurpa sus derechos y libertades y la considera como una menor toda su vida. Las mujeres veladas llevan el hiyab o bien por obligación religiosa o por presión social. Esto da lugar a que la libertad personal tiene un margen estrecho porque en muchos países musulmanes las que no lo llevan se enfrentan a situaciones embarazosas: insultos, persecuciones y agresiones, que llegan a ser graves como las quemaduras de la cara con ácido.

—Tanto en tu libro como en tus conferencias consideras que el feminismo y el islam son incompatibles…

—Todas las religiones, tanto monoteístas o no, consideran la mujer un ser inferior. Es impura, carece de razón y de devoción. En el cristianismo, las mujeres siguen luchando para poder ser sacerdotisas y poder decir misa. Las monjas en la iglesia tienen una situación poco o nada envidiable en comparación con los sacerdotes.

Esto nos lleva a pensar que resulta difícil compaginar cualquiera de las religiones con el feminismo. Las religiones son machistas y discriminan a la mujer y el feminismo es un movimiento liberal, laico y universal. Lógicamente, una mujer musulmana o cristiana puede ser feminista y defensora de sus derechos; lo que resulta inviable es alegar que su religión va a ser su arma para liberarse, porque así cae en una contradicción. Buena parte de la falta de derechos de la mujer se debe a las religiones, por lo que es absurdo pensar que la propia religión será su camino a la libertad.

El feminismo no admite etiquetas, por lo que es un error seguir pensando que existe un feminismo islámico y otro cristiano, negro o de fronteras. El feminismo es indivisible como la democracia: no puede haber una democracia para occidentales y otra para chinos o árabes. El laicismo, separación de la religión de la política, creo que es el mejor sistema para defender los derechos y las libertades de la sociedad, de mujeres y hombres, independientemente de su ideología, creencia o pertenecía geográfica.

Algo que conviene aclarar es que las mujeres musulmanas antes de los años noventa luchaban sin tener la referencia de la religión en su lucha. Solo se empezó a hablar del feminismo islámico a mediados de esa década.

Al amparo del concepto del relativismo cultural, ciertos investigadores e intelectuales, mujeres y hombres occidentales, salen en defensa del feminismo islámico. Su argumento se basa en que cada pueblo tiene su propia cultura y que no existe una cultura universal válida para todos los pueblos.

Desde esta posición, hay que tolerar ciertas prácticas y costumbres arraigadas en aquellas culturas, aunque lesionen en alguna medida los derechos establecidos en el mundo desarrollado y con valores democráticos. De este modo, pueden justificar la sumisión de la mujer musulmana al hombre porque se supone que forma parte de la cultura musulmana. Asimismo, se pueden justificar otras prácticas como la poligamia o el injusto reparto de la herencia entre hombres y mujeres.

—Para cerrar esta entrevista, me gustaría que nos indicaras qué mujeres procedentes del mundo árabe-musulmán te resultan más relevantes dentro del feminismo.

Son numerosísimas y pertenecientes a varias generaciones repartidas en países de mayoría musulmana como Afganistán o Irán y los países del mundo árabe como Egipto, Siria, Líbano, Iraq, Túnez o Marruecos. Se me ocurre mencionar nombres de mujeres que lucharon entonces por sus derechos como Hind Nawfal, May Ziade, Nazik al-Abid, Anissa Najjar, Maryam Namazie, Shirin Ebadi, Zoraya Tarzi...

Esta tendencia ha continuado con mujeres como Nawal Saadawi, Wassyla Tamzali, Ghada al-Samman, Ahlam Mostaghanemi, Lutfiya al-Dulaymi, Olfa Youssef... Su lucha en defensa de los derechos de la mujer no se diferencia de la lucha de la mujer en cualquier otra parte del mundo, porque las injusticias que sufren son iguales o muy parecidas. Una feminista como Nawal Saadawi, psiquiatra y escritora egipcia, muy conocida internacionalmente, tiene su obra traducida a muchos idiomas incluido el español, por lo que resulta fácil conocer sus ideas.

AURELIANO SÁINZ
© 2020 Dos Hermanas Diario Digital · Quiénes somos · montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.