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Aureliano Sáinz | ¿Subnormales?

De entrada, debo apuntar que no tenía muy claro si utilizar este título, dado que el mundo de las redes sociales está cargado de términos fuertemente peyorativos, rayanos en el abierto insulto; sin embargo, si se lee el artículo hasta el final, se entenderá por qué lo he puesto. Todo ello tiene que ver con el artículo de la semana pasada, La cultura de la envidia, en el que manifesté que yo creía que la presidenta de la Comunidad de Madrid improvisaba en sus insólitas declaraciones, aunque ahora pienso que no es así.


En un diálogo con un amigo, he llegado a entender que tanto su declaración de que la envidia es la que promueve la nefasta idea de igualdad, como que la justicia social es un invento de las izquierdas, provienen de Gonzalo Fernández de la Mora, quien fuera ministro de Obras Públicas en la dictadura franquista, entre los años 1970 y 1974. Esas dos ideas están desarrolladas en el libro La envidia igualitaria, que Fernández de la Mora publicó en 1984, es decir, cuando comenzaba a construirse la democracia en la que ahora estamos.

Puesto que me gusta hablar de primera mano, acudí a la biblioteca de la Facultad de Filosofía para sacarlo y leerlo con atención. Pero antes de extraer algunos párrafos que nos puedan servir para comprender de dónde nacen las opiniones de Isabel Díaz Ayuso, quisiera hacer algunas reflexiones sobre el concepto de igualdad.

Tendríamos que remontarnos a algo más de un par de siglos atrás para recordar que el lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, nacido en la Ilustración del siglo XVIII, y extendido en la Revolución francesa de 1789, acabó convirtiéndose en tres valores básicos de las democracias liberales, y en oposición a las diferentes formas de dictaduras y despotismos.

Si damos un salto adelante, otra fecha que tiene un gran significado es 1948, puesto que en diciembre de ese año la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que es el gran documento que reconoce la igualdad de todas las personas. Recordemos lo que dice su primer artículo: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportase fraternalmente los unos con los otros”.

Vemos, pues, que vuelven a citarse los tres grandes pilares que ya fueran anunciados por la Ilustración francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Tanto ha calado en nuestra sociedad la idea de igualdad de derechos que me ha parecido oportuno servirme para la portada de un dibujo que realizó una chica de primer curso de Secundaría cuando en la clase se les propuso que, de forma libre, representaran la idea de igualdad. Ella acudió a un dibujo ironizando sobre la supuesta igualdad que se produce actualmente entre los sexos masculino y femenino.


Y ahora pasemos al libro La envidia igualitaria, del que he mostrado la portada de la primera edición en español y la de su edición inglesa, en la que aparece el subtítulo The Political Foundations of Social Justice (Los fundamentos políticos de la justicia social).

Básicamente, el autor pretende explicar su idea de la envidia a lo largo del pensamiento filosófico, de modo que realiza, de manera un tanto rápida, un recorrido partiendo de los clásicos griegos hasta llegar a algunos pensadores de la primera mitad del siglo XX. Posteriormente, plantea distintos modelos de envidia, siempre como sustento de sus ideas contrarias a la igualdad, y en defensa de la superioridad de unos sobre otros. Extraigo, pues, algunos párrafos, indicando las páginas en las que se encuentran:

El cultivo del sentimiento de inferioridad envidiosa es la táctica de la política dominante, por lo menos en la edad contemporánea (…). Un enmascaramiento muy actual de la envidia colectiva es la llamada justicia social” (pág. 128).

Así es como la envidia ha llegado a ser el factor decisivo de las confrontaciones políticas contemporáneas con raras excepciones, como la de Estados Unidos de América, donde ha prevalecido la emulación sobre la envidia” (pág. 129).

En el artículo de la semana pasada indiqué que dentro de la psicología social no aparece nunca la idea de ‘envidia colectiva’, puesto que es una pasión oculta de cada individuo que la padece. Como se aprecia, a Fernández de la Mora no le sirven para nada los ejemplos de las democracias más desarrolladas del centro y del norte europeo, en las que la justicia social resulta ser uno de los pilares. Su ideal, cómo no, es la patria de Donald Trump, aunque este sujeto llegaría años más tarde.

Las desigualdades de prestigio son absolutamente inevitables porque proceden de la incoercible facultad estimativa del hombre” (pág. 190).

El prestigio y el hombre… He de indicar que a lo largo de todo el libro no aparece ¡ni una sola vez! la palabra "mujer", por lo que se deduce que para el autor las mujeres no tienen ninguna importancia; solo la tiene el hombre, que es el que puede alcanzar la autoridad, la reputación y la celebridad.

Fernández de la Mora, además, tergiversa derechos humanos tan relevantes como el que anteriormente cité, ya que en La envidia igualitaria nos dice lo siguiente: “El postulado [se refiere al de Igualdad, Libertad, Fraternidad] ha sido repetido en los más variados lenguajes constitucionales y ha pasado a la Declaración Universal de 1948: “Todos son iguales ante la ley” (pág. 194).

Curiosamente, no dice "Declaración Universal de los Derechos Humanos". Por otro lado, simplifica y distorsiona descaradamente el primer artículo, sin aludir a que fue firmado por los países que conforman las Naciones Unidas.

Puesto que no quiero extenderme en un artículo en el que la concisión debe ser norma, acudo a un párrafo que aparece al final su libro como síntesis de su pensamiento:

La Naturaleza, que es jerárquica, engendra a todos los hombres desiguales (…). Hay recién nacidos prematuros y retrasados, sanos y enfermos, voraces y desganados, silenciosos y gritadores (…). Todos nacen desiguales y, tan pronto como en la escuela de párvulos se efectúan las primeras evaluaciones, resulta que unos son fuertes y otros débiles, unos tenaces y otros abúlicos, unos geniales y otros subnormales” (pág. 233).

¿Subnormales? ¿Quiénes son los niños subnormales? ¿No le da vergüenza a Fernández de la Mora (y a la discípula que sigue sus postulados) tratar de este modo a criaturas que, me imagino, son las que presentan discapacidades cognitivas o déficits por lo que hay que ayudarlas para que puedan avanzar con el fin de que en el futuro puedan integrarse plenamente en una sociedad en la que no es la envidia, sino las injusticias y las desigualdades las que condenan a muchos de ellos a vivir en los márgenes?

AURELIANO SÁINZ
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