Esta madrugada comienza el horario de invierno, una medida que lleva aparejada la necesidad de atrasar una hora los relojes para reducir el consumo de energía, haciendo coincidir la jornada laboral con las horas de luz natural ya que, si se mantiene el horario de verano, el amanecer se retrasaría excesivamente en comparación con el horario de inicio de actividad. De este modo, esta próxima madrugada habrá que atrasar una hora los relojes, por lo que a las 3.00 serán las 2.00.
El cambio horario es una práctica con casi medio siglo de historia en España. Se aplica de forma continuada desde 1974, aunque su origen se remonta a principios del siglo XX, cuando el país adoptó la hora del Meridiano de Greenwich. Aquella decisión buscaba aprovechar al máximo las horas de luz natural, una idea que, décadas después, resurgió con fuerza durante la crisis del petróleo en los años setenta, cuando los gobiernos europeos vieron en el ajuste horario una forma de ahorrar energía.
Sin embargo, el debate sobre su continuidad sigue abierto. Este pasado lunes, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, afirmó que “cambiar la hora dos veces al año ya no tiene sentido”. En su opinión, esta práctica “apenas ayuda a ahorrar energía y tiene un impacto negativo en la salud y en la vida de la gente”. Por ello, anunció que España propondrá a la Unión Europea poner fin al cambio horario estacional en el Consejo de Energía y activar el mecanismo de revisión correspondiente.
Y es que la decisión no depende únicamente del Ejecutivo español. La normativa europea obliga a todos los países miembros a modificar sus relojes el último domingo de marzo y el último de octubre, aunque deja en manos de cada Gobierno la elección del horario definitivo. España llevó el asunto a Luxemburgo, donde se reunió el Consejo de Transporte, Telecomunicaciones y Energía, con la intención de que octubre de 2026 sea la última vez que se cambien los relojes.
No obstante, la propuesta necesita el respaldo de una mayoría cualificada en el Consejo Europeo: al menos 15 países que representen al 65 por ciento de la población comunitaria. La falta de consenso ya frustró intentos anteriores. Aun así, la Comisión Europea se ha comprometido a realizar un análisis “más detallado” para guiar la toma de decisiones.
El comisario europeo de Energía, Dan Jorgensen, recalcó que los cambios horarios continuarán hasta que los colegisladores adopten formalmente una decisión, aunque reconoció que “poner fin al cambio horario dos veces al año es la vía más lógica para avanzar”.
La idea de eliminar esta práctica no es nueva. En 2018, la Comisión Europea abrió una consulta pública en la que una abrumadora mayoría —el 84 por ciento de los europeos y el 93 por ciento de los españoles— se mostró a favor de suprimir los cambios de hora. El Parlamento Europeo aprobó entonces un texto que preveía su eliminación a partir de 2019, pero el Consejo Europeo nunca lo ratificó. La pandemia, después, terminó de aplazar cualquier decisión.
A nivel técnico, la mayor parte de los países europeos —diecisiete en total— utilizan el Horario Central Europeo (CET), el mismo que rige en España, Francia, Alemania o Italia. Portugal, Irlanda y Reino Unido, en cambio, se ajustan a la hora del Meridiano de Greenwich, idéntica a la de las Islas Canarias. Más al este, en países como Grecia, Finlandia o Rumanía, se adelanta una hora más respecto al territorio peninsular.
El verdadero debate, llegado el momento, será decidir si mantener el horario de invierno o el de verano. En caso de suprimir los cambios estacionales, esa elección correspondería a cada país. En España, mantener el horario de invierno (UTC+1) haría que las tardes fueran más cortas en verano, especialmente en la costa mediterránea. Pero optar por el de verano (UTC+2) supondría que en zonas del noroeste, como Galicia, el sol no saldría hasta pasadas las diez de la mañana durante los meses más fríos.
Mientras tanto, los ciudadanos volverán a ajustar sus relojes esta madrugada, como cada octubre desde hace décadas. Una tradición que, aunque nació para ahorrar energía, sigue dividiendo opiniones entre quienes defienden su utilidad y quienes la consideran un anacronismo que ya ha perdido su razón de ser.
El cambio horario es una práctica con casi medio siglo de historia en España. Se aplica de forma continuada desde 1974, aunque su origen se remonta a principios del siglo XX, cuando el país adoptó la hora del Meridiano de Greenwich. Aquella decisión buscaba aprovechar al máximo las horas de luz natural, una idea que, décadas después, resurgió con fuerza durante la crisis del petróleo en los años setenta, cuando los gobiernos europeos vieron en el ajuste horario una forma de ahorrar energía.
Sin embargo, el debate sobre su continuidad sigue abierto. Este pasado lunes, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, afirmó que “cambiar la hora dos veces al año ya no tiene sentido”. En su opinión, esta práctica “apenas ayuda a ahorrar energía y tiene un impacto negativo en la salud y en la vida de la gente”. Por ello, anunció que España propondrá a la Unión Europea poner fin al cambio horario estacional en el Consejo de Energía y activar el mecanismo de revisión correspondiente.
Y es que la decisión no depende únicamente del Ejecutivo español. La normativa europea obliga a todos los países miembros a modificar sus relojes el último domingo de marzo y el último de octubre, aunque deja en manos de cada Gobierno la elección del horario definitivo. España llevó el asunto a Luxemburgo, donde se reunió el Consejo de Transporte, Telecomunicaciones y Energía, con la intención de que octubre de 2026 sea la última vez que se cambien los relojes.
No obstante, la propuesta necesita el respaldo de una mayoría cualificada en el Consejo Europeo: al menos 15 países que representen al 65 por ciento de la población comunitaria. La falta de consenso ya frustró intentos anteriores. Aun así, la Comisión Europea se ha comprometido a realizar un análisis “más detallado” para guiar la toma de decisiones.
El comisario europeo de Energía, Dan Jorgensen, recalcó que los cambios horarios continuarán hasta que los colegisladores adopten formalmente una decisión, aunque reconoció que “poner fin al cambio horario dos veces al año es la vía más lógica para avanzar”.
La idea de eliminar esta práctica no es nueva. En 2018, la Comisión Europea abrió una consulta pública en la que una abrumadora mayoría —el 84 por ciento de los europeos y el 93 por ciento de los españoles— se mostró a favor de suprimir los cambios de hora. El Parlamento Europeo aprobó entonces un texto que preveía su eliminación a partir de 2019, pero el Consejo Europeo nunca lo ratificó. La pandemia, después, terminó de aplazar cualquier decisión.
A nivel técnico, la mayor parte de los países europeos —diecisiete en total— utilizan el Horario Central Europeo (CET), el mismo que rige en España, Francia, Alemania o Italia. Portugal, Irlanda y Reino Unido, en cambio, se ajustan a la hora del Meridiano de Greenwich, idéntica a la de las Islas Canarias. Más al este, en países como Grecia, Finlandia o Rumanía, se adelanta una hora más respecto al territorio peninsular.
El verdadero debate, llegado el momento, será decidir si mantener el horario de invierno o el de verano. En caso de suprimir los cambios estacionales, esa elección correspondería a cada país. En España, mantener el horario de invierno (UTC+1) haría que las tardes fueran más cortas en verano, especialmente en la costa mediterránea. Pero optar por el de verano (UTC+2) supondría que en zonas del noroeste, como Galicia, el sol no saldría hasta pasadas las diez de la mañana durante los meses más fríos.
Mientras tanto, los ciudadanos volverán a ajustar sus relojes esta madrugada, como cada octubre desde hace décadas. Una tradición que, aunque nació para ahorrar energía, sigue dividiendo opiniones entre quienes defienden su utilidad y quienes la consideran un anacronismo que ya ha perdido su razón de ser.
JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
ILUSTRACIÓN: ANDALUCÍA DIGITAL
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