Ya lo decía el segundo cuento de El conde Lucanor: “por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal, buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar”. En palabras más llanas, que no se puede tener contento a todo el mundo y que, por eso, en ocasiones es mejor no escuchar a los críticos.
Esto lo planteamos a causa de tres hechos recientes y casi consecutivos. Por un lado, el escritor húngaro László Krasznahorkai ha conseguido el Nobel de Literatura. Y como no puede ser de otra manera, algunos se han interesado en leerlo, puesto que era un desconocido en España salvo para cuatro gatos, y otros han preferido criticarlo sin haber leído un libro suyo. Lo mismo ha ocurrido con el premio Planeta, Juan del Val, a quien el público ‘progre’ ya ha criticado sin haberlo leído.
Esto de los merecimientos resulta muy subjetivo. Aparte, todos sabemos lo que pasa con los premios en España. Aunque siempre propongo la pregunta inversa, ¿quién merecía el premio? Y la respuesta no debería de ser “cualquier otro”. Sin embargo, quizá el colmo de la estupidez lo hemos encontrado en la crítica al tercer premio al que hacemos referencia, el Nobel de la Paz de María Corina Machado.
Si no fuera por el Nobel, estoy convencido que la mayoría de las personas que hoy critican su figura la hubieran confundido en primera instancia con la amante del Rey Emérito. Sin embargo, por ser mujer de ideología liberal —hereje y traidora en el imaginario woke— y opositora al régimen de Nicolás Maduro, su elección ha suscitado un aluvión de críticas de los progresistas de bien.
Sin embargo, da la casualidad de que la persona que está escribiendo estas líneas la conocía en un tiempo tan lejano ya como 2014, aunque no personalmente. Precisamente en Montilla Digital, publiqué el 18 de junio un análisis que se titulaba La musa opositora.
Por suerte, mi querido compañero Carlos Serrano Martín, también colaborador en estos medios, y yo lo incluimos en una recopilación de textos, De la utopía a la putada, en referencia a nuestras secciones de antaño: Utopos y La putada de ser piano.
Ya en aquel texto hablaba de las virtudes de aquella política valiente y con carácter que se había alzado contra Maduro en un momento en el que tanto él como su compinche, Diosdado Cabello, empezaron a manipular (supuestamente, no vaya a ser…) las elecciones venezolanas.
En aquel tiempo, yo sentía mucha fascinación por la revolución bolivariana, pero veía con preocupación su deriva autoritaria. A partir de ahí, todos sabemos cómo ha acabado el asunto, más de una década después. O, mejor dicho, cómo no ha acabado.
Un Nobel más que merecido, desde mi punto de vista. Y si alguien considera que no, quizá deba proponer uno, y que sea realista. Que con Obama, campeón en el innoble arte de bombardear con aviones no tripulados, ya hubo que tragar bastante.
Haereticus dixit
Esto lo planteamos a causa de tres hechos recientes y casi consecutivos. Por un lado, el escritor húngaro László Krasznahorkai ha conseguido el Nobel de Literatura. Y como no puede ser de otra manera, algunos se han interesado en leerlo, puesto que era un desconocido en España salvo para cuatro gatos, y otros han preferido criticarlo sin haber leído un libro suyo. Lo mismo ha ocurrido con el premio Planeta, Juan del Val, a quien el público ‘progre’ ya ha criticado sin haberlo leído.
Esto de los merecimientos resulta muy subjetivo. Aparte, todos sabemos lo que pasa con los premios en España. Aunque siempre propongo la pregunta inversa, ¿quién merecía el premio? Y la respuesta no debería de ser “cualquier otro”. Sin embargo, quizá el colmo de la estupidez lo hemos encontrado en la crítica al tercer premio al que hacemos referencia, el Nobel de la Paz de María Corina Machado.
Si no fuera por el Nobel, estoy convencido que la mayoría de las personas que hoy critican su figura la hubieran confundido en primera instancia con la amante del Rey Emérito. Sin embargo, por ser mujer de ideología liberal —hereje y traidora en el imaginario woke— y opositora al régimen de Nicolás Maduro, su elección ha suscitado un aluvión de críticas de los progresistas de bien.
Sin embargo, da la casualidad de que la persona que está escribiendo estas líneas la conocía en un tiempo tan lejano ya como 2014, aunque no personalmente. Precisamente en Montilla Digital, publiqué el 18 de junio un análisis que se titulaba La musa opositora.
Por suerte, mi querido compañero Carlos Serrano Martín, también colaborador en estos medios, y yo lo incluimos en una recopilación de textos, De la utopía a la putada, en referencia a nuestras secciones de antaño: Utopos y La putada de ser piano.
Ya en aquel texto hablaba de las virtudes de aquella política valiente y con carácter que se había alzado contra Maduro en un momento en el que tanto él como su compinche, Diosdado Cabello, empezaron a manipular (supuestamente, no vaya a ser…) las elecciones venezolanas.
En aquel tiempo, yo sentía mucha fascinación por la revolución bolivariana, pero veía con preocupación su deriva autoritaria. A partir de ahí, todos sabemos cómo ha acabado el asunto, más de una década después. O, mejor dicho, cómo no ha acabado.
Un Nobel más que merecido, desde mi punto de vista. Y si alguien considera que no, quizá deba proponer uno, y que sea realista. Que con Obama, campeón en el innoble arte de bombardear con aviones no tripulados, ya hubo que tragar bastante.
Haereticus dixit
RAFAEL SOTO ESCOBAR
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM



























