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HLA

FENACO



Mostrando entradas con la etiqueta Mirando lo invisible [Jes Jiménez]. Mostrar todas las entradas
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1 abr 2023

  • 1.4.23
Conduciendo por una carretera secundaria hace unos días y justo a la salida de un túnel, frente a mí apareció un arcoíris magnífico, probablemente el más espectacular que haya visto nunca. Difícil permanecer impasible ante el extraordinario regalo de la naturaleza. Y también difícil no dejarse llevar por la imaginación, especulando sobre el enigmático fenómeno.


La definición que aparece en el diccionario de la RAE no parece hacer justicia a la emoción que nos provoca la belleza colorida y fugaz que se extiende por el cielo: “Fenómeno óptico que presenta en forma de arco de bandas concéntricas los siete colores elementales, causado por la refracción o reflexión de la luz solar en el agua pulverizada, generalmente perceptible en la lluvia.”

Muchas sociedades humanas se han maravillado con su contemplación y han especulado con interpretaciones sobre su significado y su origen. En el último artículo que dediqué a Leonora Carrington comenté el contenido de una de sus obras más relevantes, El mundo mágico de los mayas, y el papel destacado de un gran arcoíris situado en el centro de la composición, y asociado a Kukulcán, la serpiente emplumada de los antiguos mayas.

Sobre las relaciones entre las serpientes y el arcoíris ya dediqué otro artículo el pasado verano. Allí hablaba de las serpientes arcoíris y su importancia en los mitos de los aborígenes australianos, donde aparecen frecuentemente como seres creadores vinculados al agua. Un mito relacionado con el “tiempo del ensueño” nos cuenta cómo la Serpiente Arcoíris provocó un gigantesco diluvio por su deseo de que todos los seres vivos vivieran en el agua.

En otro artículo, titulado Regreso al Edén, tocaba el turno a las serpientes arcoíris en África, consideradas fuente del agua de los ríos y de la renovación de la vida; asociadas a usos medicinales y a la protección de los seres humanos.

Julien d’Huy publicó hace unos años un artículo titulado La evolución de los mitos en el que, mediante un análisis de la evolución de los mitos en diversas culturas presentes y pasadas, intenta llegar a los orígenes prehistóricos de algunos de los mitos más comunes a las sociedades humanas.

Respecto a los orígenes de los mitos, tan extendidos, respecto al arcoíris y a las serpientes afirma: “Una protonarración que con toda probabilidad fue anterior al éxodo de África incluye los siguientes elementos centrales: serpientes mitológicas custodian las fuentes de agua y la dejan fluir solo bajo ciertas condiciones; pueden volar y formar un arco iris; son gigantes y tienen en la cabeza astas de venado o cuernos; producen lluvia y tormentas. Los reptiles, inmortales como otros seres que mudan de piel o renuevan su corteza y, por tanto, rejuvenecen, contrastan con los hombres mortales...”.

Se han dado también otras posibles interpretaciones sobre el arco iris. En muchas culturas –Indonesia, Melanesia, Japón…– se interpreta como un puente que une la Tierra con el Cielo, un puente por el que pueden transitar los dioses o aquellos humanos dotados de especiales poderes espirituales. Por ejemplo, el héroe maorí Tawhaki o el hawaiano Aukélenuiaiku.

Esta concepción mítica ya se encontraba en la antigua India y en Mesopotamia, donde se identificaban los siete colores del arco iris con los siete cielos. En los frescos de Bamiyán (en el actual Afganistán) puede verse a Buda sentado en un arcoíris de siete líneas. El poeta chino Qu Yuan (fallecido en el 278 a.n.e.) menciona numerosas ascensiones a las “Puertas del Cielo” a través del arco iris.

Mircea Eliade analiza estos relatos y mitos (y bastantes más) para concluir que todos ellos tienen en común una idea: “es posible la comunicación entre el Cielo y la Tierra –o lo fue in illo tempore– por un medio físico cualquiera (arcoíris, puente, escalera, bejuco, cuerda, "cadena de flechas", montaña, etc.)”.

Yo añadiría algo más: que las explicaciones sobre el arco iris se han buscado, como suele suceder, en el ámbito de la fantasía creativa mucho más que en la más incómoda (y menos festiva) tarea de la comprobación externa de las circunstancias materiales asociadas al fenómeno.

Los razonamientos parecen circular más rápidamente en los fértiles campos de la fantasía que en los más trabajosos de una metodología rigurosa que tiene como objetivo el demostrar algo (una relación causa-efecto) de forma lógica (o experimental) y no simplemente especular con los ensueños humanos.

Pero también es cierto que en algunos de los mitos mencionados puede reconocerse la intuición de una relación que asocia el arcoíris con el agua y con la luz solar. Allí está ya el germen de un largo camino hacía la teoría física en la que es más importante la verdad que la ilusión.

JES JIMÉNEZ SEGURA

15 mar 2023

  • 15.3.23
Hasta el próximo 7 de mayo es posible visitar la exposición antológica dedicada a la obra de Leonora Carrington organizada por la Fundación Mapfre en la sala Recoletos de Madrid. Es la primera exposición dedicada a esta artista en España, aunque ocasionalmente se habían podido ver algunas de sus obras en exposiciones realizadas en Barcelona y Málaga.


Todo ello a pesar de su reconocimiento internacional, especialmente en Méjico y Estados Unidos, donde ha participado en numerosas exposiciones y ha llegado a tener una cotización de más de tres millones de dólares por su obra El jardín de Paracelso, vendida en subasta en 2022.

En la muestra se exhiben un total de 188 obras, sobre todo pinturas, pero también algunos dibujos, esculturas y tapices. A través de las mismas se puede recorrer las distintas etapas de su trayectoria artística. Leonora también escribió relatos que comparten con su obra visual un mismo universo de fantasía y seres mágicos.

De hecho, existe un paralelismo entre sus textos y algunas de sus obras, como por ejemplo entre su relato La debutante y su pintura Hiena en Hide Park, ambas fechadas en 1935. También su relato El pequeño Francis contiene referencias correspondientes al cuadro Árbol solitario y árboles conyugales de Max Ernst, con quien convivía en esa época en el sur de Francia.

Aunque Mary Leonora Carrington nació en Lancashire (Inglaterra) en el seno de una rica familia católica, su carrera profesional y su vida se han desarrollado fundamentalmente en Méjico y en EEUU. El estilo de Carrington es sumamente personal, con una imaginación desbordante y estrechamente relacionado con algunos aspectos del surrealismo, aunque en ningún momento entró de manera oficial en el grupo comandado por André Breton.

En una entrevista publicada en 2004, Leonora dijo al respecto: "Aunque me gustaban las ideas de los surrealistas, André Bretón y los hombres del grupo eran muy machistas. Solo nos querían a nosotras como musas alocadas y sensuales para divertirlos, para atenderlos".

Uno de sus temas frecuentes son los caballos, que aparecen muy frecuentemente en su obra. Caballos humanizados, caballos-perro, caballos transmutados en extraños artilugios; caballos que giran sin fin en torno a la hipnótica espiral de La rueda de los caballos; o el caballo balancín del Dormitorio jardín, de 1941.


En 1940, llega a Madrid procedente de la Francia ocupada por el ejercito alemán. Y en el Museo del Prado tiene la ocasión de contemplar las obras de El Bosco y de Brueghel, que le producirían una honda impresión. De forma repetida aparecen en sus obras las huellas de esa influencia.

Esa poderosa atracción por El Bosco y Brueghel es compartida, aunque menos visible en su obra, con uno de los grandes artistas americanos ligado al surrealismo, Wilfredo Lam, que vive en España desde 1924 hasta 1938. Curiosamente, también en la obra del cubano Lam podemos ver la fusión caballo-humano en el tema La mujer caballo.


Pero también en Madrid, en ese mismo año, Leonora padece una situación traumática al ser violada por un grupo de militares. Esto unido a los dramáticos sucesos que había vivido desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial precipitan un episodio psicótico en la autora que provoca su ingreso en un sanatorio psiquiátrico en Santander.

Consigue huir a Nueva York, donde se reencuentra con amigos y artistas del grupo surrealista que allí están exiliados. Colabora con André Breton en labores editoriales y organización de exposiciones del grupo surrealista. Con Max Ernst, Marcel Duchamp y Roberto Matta realiza el mural Summer (Verano).

A partir de 1943 vive en Méjico, donde se relaciona con artistas exiliados europeos como Benjamin Péret, Remedios Varo, Kati y José Horna. Se siente atraída, al igual que otros intelectuales europeos exiliados, por las creencias y los mitos espirituales que han logrado sobrevivir a la colonización española. Y que, de alguna manera, conectan con los mitos celtas que alimentaron su imaginación infantil. Y en este contexto, ilustra un texto de la antropóloga Laurette Séjourné: Supervivencias de un mundo mágico (1953).

De 1963 a 1964 realiza una de sus obras más destacadas, El mundo mágico de los mayas, un mural de gran formato (240 x 431 cm.) realizado para el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México. Una pequeña franja inferior representa el inframundo (Katibak) en el que apenas se pueden distinguir detalles: una deforme cabeza de felino, algunas siluetas de animales y las raíces de un árbol fantasmagórico que atrae a una bandada de ¿lechuzas? similares a las que podemos ver en algunos dibujos de El Bosco.

En el centro se despliega un gran arco iris junto a la gran serpiente emplumada y algunas esferas celestiales (que también nos recuerdan a El Bosco). Bajo este cielo rojizo y al pie de las montañas se pueden observar detalles de ritos y costumbres que indican el resultado del complejo sincretismo religioso entre las creencias mayas y las impuestas por los españoles.

Hay muchas más cosas que ver y contar sobre Leonora Carrington, sobre su importante papel en el movimiento de liberación de la mujer en Méjico en los años setenta del siglo pasado, sobre su reivindicación de la Gran Diosa, sobre su conciencia ecológica. Son tantas que probablemente habrá que dedicarle otro artículo próximamente. Mientras tanto, merece la pena contemplar y disfrutar de sus obras, que pueden verse en este enlace.

JES JIMÉNEZ SEGURA

1 mar 2023

  • 1.3.23
Las imágenes de flores, plantas y vegetales vivientes en general han tenido una gran presencia en el mundo del arte y de la comunicación visual, en todo tipo de culturas. Magníficos ejemplares de este tipo de ilustraciones científicas se pueden ver en la biblioteca del Real Jardín Botánico de Madrid, como este ejemplo de la 'Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada', de Celestino Mutis.


Un estilo diferente –podríamos decir que menos científico y más lírico– encontramos en las estampas delicadamente coloreadas que realizó el pintor japonés Hattori Sessai para un libro dedicado a las flores que, en inglés, se suelen denominar Morning Glory y, en español, Campanillas.

Se trata de un libro de imágenes, con apenas 50 páginas, que contiene 36 bellas ilustraciones de flores y hojas pertenecientes a la familia de las Convolvulaceae. En las imágenes se aprecia que la intención del artista no ha sido la precisión en hacer visible las características diferenciales botánicas, sino que se ha centrado en captar las singulares y delicadas formas de algunas variedades de estas plantas. El libro se publicó en 1854, seguramente como consecuencia del gran interés, casi obsesivo, que comenzó en 1847 entre los japoneses hacia este tipo de plantas.

Entre las más antiguas representaciones de plantas están las incluidas en las bellas imágenes que fueron pintadas en las paredes de la tumba del rico funcionario egipcio Nebamún. Datan del siglo XIV antes de nuestra era (XVIII Dinastía) y en la que se muestra a continuación se puede ver a Nebamún pescando y cazando aves en una zona pantanosa.


En la misma barca y detrás de él aparece su esposa (que también está enterrada en la misma tumba) y su hija está debajo, pintada a una escala de tamaño menor. A la izquierda se ven densos matorrales de plantas de papiro. Flores de loto se pueden ver a la derecha del bote, colgadas del hombro derecho de Nebamún, en la mano izquierda de la hija y en un ramo que lleva la esposa en su mano derecha.

Esta escena de la tumba de Nebamún se puede interpretar como una descripción realista de la vida del difunto con el fin de preservarla en una hipotética vida posterior. Por esto, para los artistas egipcios más importante que la belleza era la perfección en el registro de los detalles.

Como escribe E. H. Gombrich en su obra La historia del arte: “La misión del artista era representarlo todo tan clara y perpetuamente como fuera posible (…). Dibujaban de memoria, y de conformidad con reglas estrictas que aseguraban la perfecta claridad de todos los elementos de la obra. Su método se parecía, en efecto, más al del cartógrafo que al del pintor.”

También se ha interpretado esta pintura en función simbólica, considerando la marisma en la que se desarrolla la caza, como un lugar de renacimiento y de erotismo. La propia caza podría ser el símbolo del triunfo de Nebamún sobre la naturaleza en su renacer tras la muerte. El gato podría representar al dios Sol enfrentándose a los enemigos de la luz y el orden, mientras que su inusual ojo dorado podría indicar ese significado religioso.

Sobre el significado de la abundante presencia de flores de loto en esta imagen podemos encontrar alguna pista en un texto de Eugen Strohual en el que escribe sobre los varios usos que las flores de loto tenían en la sociedad egipcia. Por su fuerte perfume, en los banquetes de la nobleza se colocaban en las mesas en grandes ramos y las mujeres los llevaban en el pelo. Los capullos de loto también se ofrecían a los dioses en los templos y se depositaban sobre las tumbas.

En la religión egipcia, la flor de loto estaba asociada al dios Nefertum, el cual había emergido de las aguas primordiales en forma de loto azul. Por esta razón se solía representar con una gran flor de loto encima de su cabeza.

Este dios representaba tanto la primera luz del día como el fragante olor del loto azul y era considerado “Señor de los Perfumes”. En el libro de los muertos se dice: “Levántate como Nefertum desde el loto azul, hasta las fosas nasales de Ra y sal al horizonte cada día.” Y se dice que los dioses lo amaban como símbolo de la Creación.

Independientemente de estas hipotéticas interpretaciones, lo que es indudable es que estamos ante una de las obras maestras del arte egipcio en la que destaca, tal y como escribe Joaquín Yarza en su obra La pintura del antiguo Egipto: “la riqueza de matices cromáticos, la seguridad de los trazos y la elegancia de las líneas que perfilan a humanos, animales y plantas”.

Sobre cómo evolucionaron las imágenes botánicas en los siglos siguientes hablaremos en próximas entregas.

JES JIMÉNEZ SEGURA
FOTOGRAFÍA: LUNA JIMÉNEZ

9 ene 2023

  • 9.1.23
En la entrega anterior vimos algunos ejemplos de imágenes de espirales en distintos contextos culturales y su uso como símbolo. Su presencia en ámbitos muy alejados en el espacio y en el tiempo podría interpretarse como indicio de una especie de universalidad significativa, algo así como la materialización visual de alguna característica arquetípica del espíritu humano. Pero no necesariamente tiene por qué ser así. De hecho, ya apuntábamos las distintas interpretaciones que se hacían de la espiral en sociedades diversas.


Así que, antes de profundizar un poco más en el valor significativo de las espirales en la comunicación visual, puede ser conveniente pasar revista a la presencia de la espiral en la naturaleza. Y es que la espiral es una forma que podemos encontrar en unas cuantas criaturas vivas, como la cola del camaleón o la del caballito de mar; también en la “casa” de los caracoles o en los cuernos de algunos herbívoros. Aunque, probablemente, la más representativa la encontramos en un molusco marino: el Nautilus pompilius.


A otra escala, también aparece la espiral tanto en las galaxias como en algunas huellas dactilares y en la doble hélice del ADN. Y, en el mundo vegetal, también encontramos formas en espiral, a veces claramente visibles y, en otras ocasiones, implícitas en la disposición de las hojas o, incluso, de las semillas.

Un caso especial es el de la Datura wrightii, una planta solanácea abundante en California del sur, que también se encuentra de forma nativa en el sudoeste de Estados Unidos y noroeste de México. Considerada sagrada en las religiones de algunos pueblos indígenas americanos, ha sido frecuentemente representada en forma de espiral en pinturas, petroglifos o cerámicas.


El tipo más sencillo de espiral es la denominada "aritmética" o "de Arquímedes", por ser quien la definió matemáticamente por primera vez. Parece ser que, tras observarla en una tela de araña, procedió a experimentar con una cuerda enrollada en un palo colocado verticalmente en el suelo. Desenrollándola mientras se mantiene tirante y nos vamos moviendo con una velocidad constante, se va dibujando una espiral en la que la distancia entre los extremos de la cuerda es proporcional al ángulo girado y, lo que es más observable visualmente, la distancia entre cada dos espiras se mantiene constante.

Hay otro tipo de espiral, la logarítmica o aurea, en la que las espiras van creciendo en anchura, como se puede observar en el caparazón de un caracol o en el nautilus de la imagen mostrada más arriba. Aún podemos encontrar en la naturaleza otro tipo de espiral (más bien una hélice) aunque no tan directamente visible. Leonardo da Vinci ya observó que el crecimiento y la disposición de las hojas de una planta en torno al tallo se hace siguiendo espirales en grupos de cinco.

Y propone una explicación: “las hojas giran siempre su cara superior hacia el cielo para recoger el rocío en toda su superficie y están dispuestas en las plantas de manera que interfieran lo menos posible con otras hojas. Esta alternancia crea espacios abiertos que dejan pasar la luz del sol y el aire. La disposición es tal que las gotas de la primera hoja caen sobre la cuarta hoja en algunos casos y sobre la sexta en otros”.

A esta ordenación se la denomina "filotaxis" en Botánica y ha servido frecuentemente de inspiración para esculturas y diseños arquitectónicos. En el siglo XIX, las proporciones matemáticas de esta estructura formal se relacionaron con la serie de Fibonacci, de la que quizás escribiremos en otro momento.

La doble hélice es otro tipo especial de espiral que aparece en la naturaleza. Un ejemplo bastante conocido es el ya citado de la molécula de ADN, en la que dos cadenas de moléculas se enrollan mutuamente (y con gran elegancia) en forma de espirales proyectadas en el espacio tridimensional. Richard Dawkins las denomina “Las espirales inmortales”, título de un capítulo de su muy recomendable libro, El gen egoísta, donde se analizan las bases biológicas de nuestra conducta.


Las espirales, al igual que otros patrones regulares que aparecen en la naturaleza, han producido asombro, admiración y curiosidad por encontrar una explicación de las mismas. Se han observado minuciosamente, se han hecho mediciones rigurosas. Se han buscado y se han obtenido fórmulas matemáticas que sorprenden por su capacidad de predicción de resultados.

Además, dada la frecuencia con que aparecen en todo tipo de formas y hábitats naturales, es lógico que estas figuras se hayan tomado como elemento representativo y simbólico en distintas culturas, sin necesidad de ningún arcano universal propio del género humano.

Todo ello puede, fácilmente, llevarnos a fantasear con la idea de un diseño inteligente intencionado de orden suprahumano o a misterios insondables de carácter mágico, capaces de extraer formas y estructuras regulares a partir del gran caos inicial. Pero puede haber –y hay– explicaciones basadas exclusivamente en las características físicas y biológicas de los procesos naturales, como las que ya avanzaba Leonardo en la frase citada más arriba. Y estas explicaciones, además, tienen la magia de estar más cerca de la verdad.

On Growth and FormD'Arcy Wentworth Thompson, biólogo y matemático escocés, publicó en 1917 On Growth and Form, una obra muy original que, lamentablemente, nunca ha sido traducida al español (al menos, que yo sepa). El libro pone el acento en los aspectos físicos y matemáticos relacionados con las formas y las estructuras de los seres vivos.

La obra de Thompson dedica especial atención a las leyes matemáticas del crecimiento. Tomando como ejemplo las conchas del molusco Haliotis splendens, afirma: “La concha retiene su forma inmutable, a pesar de su crecimiento asimétrico y, lo mismo que los cuernos de los animales, crece solo por una extremidad. Esta notable propiedad de aumentar por crecimiento terminal sin modificación de la forma de la figura total es característica de la espiral logarítmica y no la tiene ninguna otra forma matemática”.

La espiral logarítmica es, por lo tanto, el símbolo matemático de la relación entre forma y crecimiento. Y esto ha dado lugar a posteriores trabajos de otros autores sobre las relaciones entre las matemáticas y la estética, especialmente relacionados con el denominado "número áureo", del que, probablemente, hablaremos en alguna nueva entrega.

JES JIMÉNEZ

7 dic 2022

  • 7.12.22
Uno de los lugares sagrados en los que se puede vivir el solsticio de invierno es el gran túmulo prehistórico de Newgrange (en la actual república de Irlanda). Cada año, unos pocos afortunados (unos sesenta) permanecen en la oscuridad expectantes para disfrutar de unos 17 minutos mágicos en los que la luz del sol penetra por una rendija que especialmente fue diseñada para ello hace más de 5.000 años.


Este monumento funerario fue construido 500 años antes que las pirámides de Gizeh y mil años antes que Stonehenge. Aunque menos conocido que estos famosos monumentos, es reconocido por la UNESCO como la mayor y más importante concentración de arte megalítico prehistórico.

Frente a su entrada se encuentra la gran piedra que podemos ver en este enlace. Grabadas en su superficie hay gran cantidad de líneas curvas y espirales. ¿Pero estas espirales tienen un carácter ornamental o son portadoras de significados sagrados?

Las espirales grabadas en piedra, en metal o pintadas aparecen en muchas sociedades alejadas entre sí en el espacio y en el tiempo. Por citar solo unos pocos ejemplos entre los muchísimos posibles, nos acordamos de la conocida como bola de Towie, que podemos ver aquí. Data, aproximadamente, de la misma época que el túmulo de Newgrange y se encontró en el noroeste de Escocia. Un similar uso de líneas curvas y espirales se encuentra en el sistema de tatuaje maorí (moko). La espiral también es frecuente en las diversas geografías del arte rupestre americano.

En tiempos mucho más recientes, la espiral destaca en la obra del gran artista Katsushika Hokusai (1760-1849), cuyo estilo de líneas curvas fue evolucionando gradualmente hacia un mayor uso de espirales que aportan armonía, elegancia y un movimiento más libre.

Estos ejemplos podrían indicar una cierta universalidad de su significado, o no, ya que su uso recurrente en distintos contextos culturales no tiene que materializar necesariamente una misma interpretación. Lo que sí parece claro es su poder simbolizador.


La imagen del Dragón de Hokusai nos lleva a la relación entre espirales, dragones y serpientes. Ya vimos en un artículo anterior cómo la Diosa Serpiente tuvo un papel predominante en las religiones de la “vieja Europa”, simbolizando el principio femenino y vinculada a las aguas celestes y terrestres. La arqueóloga Marija Gimbutas (1921-1994) acuñó el término “vieja Europa” para referirse a la cultura (o culturas) que se desarrollaron en la geografía europea entre 6500 y 3500 antes de nuestra era (a.n.e.).

En su libro Diosas y dioses de la vieja Europa, Gimbutas pone de manifiesto la relación ente la serpiente y la espiral que aparecen como los motivos claramente dominantes en sus expresiones artísticas. Marija Gimbutas describe esta remota forma de civilización como "agrícola, sedentaria, matrifocal, igualitaria y pacífica". Características que, ciertamente, contrastan fuertemente con las de los grupos indoeuropeos que penetraron a través de las estepas rusas entre 4500 y 2500 a.n.e. y que se pueden describir como pastoriles, ambulantes, estratificadas, patriarcales y orientadas a la guerra.

Como consecuencia de estas invasiones y de la imposición de su dominio, las diosas femeninas –y especialmente la gran Diosa Creadora– fueron reemplazadas por divinidades predominantemente masculinas. Y se desarrolló una mezcla de las dos mitologías: la de la vieja Europa y la indoeuropea.

En las expresiones visuales precolombinas también se da la analogía de significados entre serpientes, espirales y líneas onduladas. Se asocian a la presencia de agua y al viento. Aunque también se podrían apreciar otros significados de la espiral como, por ejemplo, el camino de ascenso a la cima de una montaña.

En los bakongo del África central encontramos una verdadera veneración por la espiral. Simbolizaban el diario viaje del sol alrededor de los mundos reflejados de los vivos y los muertos por medio de la figura en espiral de una concha a la que denominan kodya.

Esta misma idea la materializaban en la construcción del Recinto Real mediante espacios concéntricos. Cada nuevo rey elegido debía hacer un recorrido circular de sus dominios, pasando simbólicamente a través de los mundos de los vivos y de los muertos, adquiriendo de esa manera visiones místicas reservadas a un rey Kongo.

En 1960 para celebrar la independencia de la República Democrática del Congo, las mujeres bakongo arreglaron sus cabellos en esplendidos modelos concéntricos en espiral. De esta manera comunicaban su esperanza de que el presidente recién nombrado (Joseph Kasavubu) en su recorrido por el país obtuviera el mismo poder místico que los antiguos reyes.

En cuanto a la interpretación de la espiral como símbolo y desde la perspectiva de la Europa románica, Gérard de Champeaux y Sébastien Sterckx, en su Introducción a los símbolos, nos dicen: “Demasiado claro y demasiado misterioso para dejarse expresar en juegos conceptuales, exige que se le contemple y se le experimente en silencio, más allá de las palabras. Emanación, extensión, desarrollo, continuidad cíclica, pero progresiva, rotación creacional… la espiral sugiere o, mejor, es todo eso”. Suficiente densidad como para que dediquemos alguna entrega más a las espirales.

JES JIMÉNEZ

23 nov 2022

  • 23.11.22
Terminábamos el artículo anterior subrayando la importancia de las condiciones sociohistóricas en la visión singularizada de los colores. Pero, evidentemente, esos aprendizajes culturales se sobreponen a las características fisiológicas de la visión humana. Sin conocer sus peculiaridades, difícilmente podremos comprender las múltiples confusiones y ambigüedades que se producen al manejar colores o al hablar de ellos.


Los colores que vemos no son una propiedad de los objetos: el color es un atributo de nuestra experiencia visual. La hierba no es verde, el cielo no es azul y la sangre no es roja. Simplemente, los vemos con esos colores. Es nuestro cerebro el que genera los colores que creemos ver en las cosas.

Por supuesto que los distintos tonos y matices de color dependen de las propiedades físicas de los objetos y de cómo reaccionan ante la luz que en ellos se refleja, pero son nuestros ojos y cerebros los que construyen la sinfonía de colores en la que vivimos sumergidos.

De hecho, otros animales ven esos mismos objetos en otras gamas de colores distintas o no ven color en absoluto. Sus diferentes modos de ver se han ajustado a sus necesidades vitales como resultado de un largo proceso evolutivo.

Las abejas y los ofidios, por ejemplo, son capaces de captar visualmente ondas electromagnéticas a las que son insensibles los seres humanos; las abejas pueden ver radiaciones ultravioletas imperceptibles para nuestros ojos, mientras que otros organismos 'ven' las radiaciones infrarrojas que nosotros percibimos como calor. Las criaturas del arrecife emiten fluorescencias que utilizan para comunicarse. Y así, un largo etcétera.


Un ejemplo extremo lo tenemos en una especie de camarón (Rimicaris exoculata) que vive en el fondo del mar, cerca de corrientes hidrotermales, a muy alta temperatura. Posee en su superficie dorsal unos grandes órganos con fotorreceptores adaptados para detectar niveles bajos de energía radiada por los fluidos hidrotermales, en una longitud de onda totalmente fuera de nuestro campo visual. Queda claro, pues, que no hay una única forma de ver el mundo y sus colores, sino que cada especie 've' un mundo diferente acorde con su propia evolución filogenética.

En cuanto a la visión humana, puede ser interesante hacer algunas precisiones. Así, la máxima sensibilidad del ojo humano se produce para una longitud de onda de 550 nanómetros (nm), que corresponde al verde-amarillo, color que vemos más luminoso (brillante) que los demás. Desde esa longitud de onda central, los colores aparecen menos luminosos, a igual intensidad de la luz, según se van aproximando a los extremos rojo y violeta.


Como podemos observar en la imagen, los colores del espectro no incluyen toda la gama de colores que podemos percibir. No hay marrones, ni magentas, ya que estos colores no forman parte del espectro de la luz solar. Los magentas se obtienen combinando las radiaciones luminosas de los dos extremos (rojas y violetas) y variando la proporción relativa de ambas, se obtiene una gama completa de púrpuras.

#Los nombres de los colores definen distintas áreas del espectro visible y corresponden a una longitud de onda dominante en esa área. Aunque ya vimos en los dos artículos anteriores que en la práctica del uso de los nombres de los colores dista de ser algo totalmente preciso, tal y como puede comprobarse en la imagen junto a estas líneas.

En 1969 se comprobó por primera vez y de manera experimental que en la retina humana hay tres tipos de fotorreceptores (conos) con pigmentos (opsinas) sensibles a diferentes colores (longitudes de onda). Para tener una visión del color como la que poseemos, necesitamos tres tipos –y solo tres– de conos. Los distintos colores que percibimos son la consecuencia de la estimulación luminosa desigual de los tres tipos de conos.

Se suele denominar estos tres tipos de conos como azules, verdes y rojos. Pero esta denominación es un tanto engañosa ya que, en realidad, los picos de sensibilidad de estos tres tipos de conos se dan para longitudes de onda aproximadamente de 437, 533 y 564 nanómetros.


Como podemos comprobar en la imagen inmediatamente anterior, los conos “verdes” sí que tienen su máxima sensibilidad al verde, pero los conos “azules” la tienen al violeta, y los “rojos”, al amarillo-verde, aunque extendiendo su capacidad de respuesta hasta el rojo por un lado y hasta el cian por el otro.

Así que teniendo en cuenta únicamente las características de los fotorreceptores presentes en nuestras retinas, los colores primarios no serían azul, verde y rojo, sino que deberían ser violeta, verde y amarillo-verdoso. Pero difícilmente encaja esto con la idea de colores primarios puros a partir de los que generar el resto de colores. No obstante, sobre el tema de los colores primarios escribiremos más detenidamente en otro artículo.

JES JIMÉNEZ SEGURA

26 oct 2022

  • 26.10.22
Un ejemplo, entre muchos otros posibles, del uso literario de los colores lo encontramos en La de los tristes destinos, volumen número 40 de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Allí describe una batalla decisiva para la caída de la monarquía de Isabel II:


“Caía la tarde, y el Occidente se encendió en un crepúsculo rojo, fondo muy apropiado, por su sanguinolento esplendor, a la fiera batalla. A poco de iniciado el ataque, empezó a debilitarse el rojo del cielo, y cuando los combatientes llegaban al delirio, aquel tono degeneraba en rosa…”. Un poco más adelante, escribe: “En los trances de mayor furia, el cielo de Occidente pasó del rosa al violeta, se diluía fundiéndose en el azul diáfano y puro, señal de paz”.

La magnífica pluma de Galdós nos permite “ver” los diversos tonos de rojos –sol crepuscular, sangre derramada de los combatientes– y cómo se van diluyendo en el rosáceo tono del cielo que se va trasmutando en violeta y azul astral.

La referencia a realidades que son comunes a la experiencia de los lectores, los cambiantes tonos del cielo crepuscular o el color de la sangre facilitan la definición en nuestra imaginación de los colores descritos por el autor. Pero si nos situamos fuera de ese contexto concreto, el “azul diáfano y puro”, el “rojo del cielo”, el “rosa” o el “violeta”, ¿serán imaginados por cada lector de la misma forma? ¿Se “visualizarán” con el mismo tono?

Cuando el contexto cultural cambia, también varía la apreciación de los colores. Y lo que en una determinada realidad sociohistórica parece obvio o “normal”, resulta totalmente diferente en otros contextos. Por ejemplo, en la Ilíada, la única mención al color azul, en todo el texto, es la siguiente: “Tras hablar así, el de azuladas melenas...”. Se refiere al cabello de Poseidón, dios griego del mar. En toda la Ilíada no aparece el azul como nombre de color, ni para el cielo, ni para las aguas marinas: solamente para los rizos ondulados de Poseidón.

Como ya vimos en la anterior entrega, los nombres de los colores no se corresponden de unas lenguas a otras o, incluso, pueden variar históricamente dentro de un mismo idioma. Según algunos estudios antropológicos, las sociedades más pequeñas tienden a tener menos palabras para nombrar colores que las sociedades más complejas.

Algunos idiomas tienen palabras propias solo para blanco y negro como términos que distinguen el grado de luminosidad o brillo. Y otras sociedades más desarrolladas tienden a hacer distinciones más amplias en los nombres de los colores según las necesidades culturales asociadas al uso de pigmentos y tintes más diferenciados.

La visión de los colores, como cualquier otra peculiaridad perceptiva, está claramente relacionada con las formas de vida de las personas y condicionada, por lo tanto, por su realidad sociohistórica. Los nombres de los colores están determinados por esa misma realidad y, a su vez, íntimamente relacionados con la forma en que son percibidos. Según diversos estudios psicológicos, la clasificación de los colores depende del sistema lingüístico y éste, a su vez, influye en la percepción de los colores.

Y claramente existe una limitación en cuanto a los nombres disponibles en los distintos idiomas. Por ejemplo, aunque el ojo humano es capaz de diferenciar muchos miles de colores diferentes, el vocabulario habitual apenas puede alcanzar el medio centenar de nombres distintos.

Lo que resulta más llamativo es que ni en español, ni en inglés, ni en otras lenguas europeas existe un nombre comúnmente aceptado para los colores existentes entre el amarillo y el verde y entre el verde y el azul. A pesar de que, como se puede comprobar en el siguiente diagrama de la Comisión Internacional de Iluminación (CIE), hay un amplio espacio entre el amarillo y el verde que aparece indicado como: amarillo verdoso, verde-amarillo y verde amarillento. También es muy amplio el espacio de colores entre el verde y el azul, con los siguientes indicativos: verde azulado y azul verdoso.


Por otra parte, es difícil la consistencia en la percepción y memorización de los colores. El artista y profesor Josef Albers nos cuenta en una de sus más difundidas obras, La interacción del color, que si hablamos del color rojo ante cincuenta personas, se producirá un rojo diferente en la imaginación de cada una de esas cincuenta personas.

Y añade: “Incluso si especificamos un color determinado que todos nuestros oyentes hayan visto innumerables veces, como el rojo de los anuncios de la Coca-Cola (…), seguirán pensando en muchos rojos diferentes. Incluso si todos los oyentes tienen delante de sí centenares de rojos para de ellos entresacar el de la Coca-Cola, de nuevo elegirán colores muy diferentes. Y ninguno podrá estar seguro de haber encontrado el matiz de rojo exacto. E incluso si mostramos el redondel rojo de la Coca-Cola con el nombre en blanco en medio, de modo que todo el mundo fije la vista en el mismo rojo, cada uno recibirá la misma proyección en su retina, pero nadie podrá estar seguro de que todos tengan la misma percepción”.

En definitiva, difícilmente podríamos aceptar la existencia de unas leyes inalterables sobre la percepción del color, basadas únicamente en la fisiología de la visión. Son las condiciones históricas de cada sociedad las que determinan cómo vemos –y cómo nombramos– los colores. Y es durante la etapa escolar cuando se fijan las claves finales que regulan la denominación y la percepción de los colores.

JES JIMÉNEZ

12 oct 2022

  • 12.10.22
Una descripción de cada color precisa e inconfundible es muy importante en muchos aspectos de la vida cotidiana y tiene especial relevancia en las diversas aplicaciones informáticas relacionadas con las imágenes; sobre todo, en aquellas implicadas en la visión artificial (computer vision): clasificación de imágenes, reconocimiento de objetos, identificación visual, seguimiento de personas…


La identificación de un color sin ambigüedades, sin posibles equívocos, es necesaria para discernir el contenido de las imágenes captadas y registradas. De hecho, la descripción claramente delimitada de cada color es uno de los principales problemas de la comprensión de la imagen.

En el contexto de los usos informáticos de las imágenes, se suele utilizar la identificación de los colores basándose en valores fotométricos establecidos por medio de sistemas convencionales (de los que hablaré en alguna entrega próxima). Esta forma de identificar los colores tiene algunos problemas por la dificultad de tener en cuenta las sombras, los reflejos y otros factores que pueden alterar la valoración fotométrica del color.

Una alternativa posible es identificar los colores por sus nombres y, de hecho, es posiblemente la fórmula más popular en todo tipo de sociedades. Y esto es lo que proponen un grupo de investigadores especialistas en visión artificial: identificar los colores por medio de un grupo de once colores básicos y otros 28 complementarios. Así, en el trabajo de Lu Yu y sus colegas se parte de considerar como colores básicos el negro, el azul, el marrón, el gris, el verde, el naranja, el rosa, el morado, el rojo, el blanco y el amarillo.


Los otros 28 colores se han seleccionado en función de los nombres de color más extendidos, y con un significado compartido entre los hablantes de la lengua inglesa. Y aquí es donde topamos con uno de los principales problemas para identificar los colores por sus nombres: la falta de correspondencia entre los nombres en distintas lenguas. Los nombres de los colores no tienen una equivalencia completa de unas lenguas a otras.

Por ejemplo, si buscamos en un diccionario el significado del término inglés purple, nos encontramos con tres posibles significados: "morado", "violeta" o "púrpura". Y resulta que en las muestras de los 28 colores complementarios aparece el violet (violeta) como color diferente del purple. Por lo tanto, en inglés hay una clara diferencia entre purple y violet.

Para complicar más las cosas, en el diccionario inglés se define purple como una mezcla de rojo y azul, mientras que, según el diccionario de la RAE, "morado" es un color “que está entre el rojo y el azul”. La verdad es que difícilmente se puede definir un color entre el rojo y al azul, ya que esto incluiría prácticamente todo el espectro luminoso. En todo caso, el morado se podría situar más allá del azul y en el otro extremo del rojo, como se puede comprobar en la siguiente ilustración.


¿Hay diferencias en castellano entre "morado", "púrpura" y "violeta"? Si buscamos en el Diccionario de la RAE el significado de "púrpura" nos dice que es un color “rojo oscuro que tira a violeta”. Y yo pienso que debe tirar muchísimo para poder llegar al otro extremo del espectro, ya que, según el mismo Diccionario de la gloriosa RAE, el violeta es “morado claro, semejante al de la violeta, y que ocupa el séptimo y último lugar en el espectro luminoso”.

Así que, según la RAE, el violeta es un morado claro que está situado en el extremo del espectro, pero el morado “está entre el rojo y el azul” y el púrpura es un rojo oscuro. ¿Ustedes entienden este galimatías? Yo, desde luego, no aunque hace ya bastante tiempo que perdí mi fe en la RAE como fuente de conocimiento fidedigno sobre el uso real y el significado preciso de las palabras.

Por otra parte, en Centroamérica se puede escuchar la palabra "morado" para referirse al color de la frambuesa, fruto que allí se denomina "mora". Así que incluso dentro de un mismo idioma, también es difícil encontrar una delimitación clara de los colores que corresponden a los nombres utilizados para designarlos.

Por cierto, al realizar las búsquedas en el sitio web de la RAE, me he encontrado con una interesantísima información que no puedo resistirme a compartir. Aparece en las consultas de la semana de los Tuits de @RAEinforma: “¿«Jesusito de mi vida» se escribe con mayúscula inicial y cursiva?”. Impaciente, leo la respuesta: “Sí, así se escriben los nombres de oraciones formados por un fragmento del primer verso («Rezó “Jesusito de mi vida”»).

Saber (espero que esta vez sí, de manera fidedigna) cómo se escribe “Jesusito de mi vida” satisface mi necesidad de conocimiento y, además, la información viene acompañada de una bonita imagen ilustrativa –y, por qué no, ejemplarizante–. Lo que no sé es por qué no aparecen las cursivas en la pantalla.

Bueno, se ha hecho un poco tarde para volver con los nombres de los colores, pero prometo seguir con el tema en la próxima entrega.

JES JIMÉNEZ SEGURA

28 sept 2022

  • 28.9.22
Hace varias semanas vimos en la entrega anterior de Mirando lo invisible lo engañosos que pueden ser los colores que vemos en fotografías y otros tipos de imágenes. Por eso me ha creado ilusionantes expectativas un titular de una afamada revista de divulgación científica que dice lo siguiente: “Juno desvela los verdaderos colores de Júpiter”.


Se informa de que la sonda espacial Juno fue enviada hace diez años para obtener información sobre el planeta gigante y que, gracias a las imágenes tomadas el pasado 5 de julio, “los investigadores han conseguido observar mejor la compleja coloración y la estructura de las nubes de Júpiter”. Con impaciencia busco la imagen con los “verdaderos” colores del planeta y encuentro esta fotografía que, desde luego, resulta muy expresiva y “colorida”. Tanto, que me resulta un poco sospechoso.

En el artículo aparece otra imagen con colores más desvaídos, que se presenta como procesada “para representar los colores aproximados que vería el ojo humano”. Y también se nos cuenta que ambas imágenes han sido “creadas” por un colaborador voluntario: Björn Jónsson.

Buscando en el sitio web de la NASA, se pueden encontrar las imágenes en bruto y el correspondiente mapa que ha servido para el muy apreciable trabajo creativo de Björn Jónsson. A su vez, se pueden apreciar notables diferencias entre las imágenes procedentes de la sonda Juno y la primera imagen a la que nos referimos anteriormente. Tantas, que parece un poco exagerado hablar de “verdaderos” colores de Júpiter. Pero, de hecho, en ningún momento parece que la NASA haya pretendido hacer pasar tales colores por verdaderos.

Si leemos la información disponible en el sitio web correspondiente, podemos comprobar que se invita al público a descargar las imágenes (en bruto) captadas por Juno y a procesarlas de manera creativa para que luego sean subidas para ser disfrutadas y compartidas. Cuando hablan del tipo de procesamiento de imagen que les gustaría ver, especifican la posibilidad de reencuadrar las imágenes, resaltar determinada característica atmosférica en particular, así como agregar sus propias “mejoras” de color, crear collages y agregar “reconstrucciones” de color avanzadas.

De esas instrucciones se puede deducir que resulta aceptable una cierta inconsistencia en la representación de los colores. Probablemente porque el fin último de las imágenes creadas por los usuarios tienen como finalidad que sean “disfrutadas” y que contribuyan a una divulgación de la investigación científica que resulte atractiva al público en general.

Hay que tener en cuenta, también, las dificultades intrínsecas en la reproducción de los colores reales. Se trata, por una parte, de dificultades técnicas que se dan en el proceso de captación, en el tratamiento posterior de las imágenes, en la forma final en que se presentan estas imágenes a los espectadores…

Sin olvidar otros problemas implícitos en la percepción general de los colores. Porque, ¿cuáles son los colores verdaderos? ¿Cómo podemos estar seguros de que los colores que vemos en una imagen son colores “reales”? Y no olvidemos que sus nombres, con demasiada frecuencia, también son versátiles, poco precisos, inconstantes e, incluso a veces, con relaciones contradictorias con los colores vistos.

En realidad, el tema del color es mucho más escurridizo de lo que podríamos pensar a primera vista. Se ha escrito mucho, muchísimo, sobre los colores. Filósofos, poetas, pintores, antropólogos, lingüistas, físicos o psicólogos han tratado sobre la naturaleza del color, sobre sus relaciones con la luz, sobre la visión de los colores, sobre los colores primarios y sus mezclas, sobre pigmentos y tintes, sobre sus significados simbólicos, sobre su carácter “frío” o “cálido”, sobre sus cualidades estéticas y expresivas, sobre sus nombres cambiantes en sociedades diversas, sobre sus efectos en el espíritu humano e, incluso, sobre sus supuestos poderes mágicos o curativos.

Entre lo mucho que se ha escrito, la gran mayoría son especulaciones o fantasías sin ninguna base real, pero que han contribuido a crear toda una serie de mitos. Algunos de los cuales, incluso hoy en día, tienen una aceptación generalizada, a pesar de que no exista ninguna evidencia científica que las respalde. Es mi intención tratar sobre ellos en próximos artículos.

JES JIMÉNEZ

1 sept 2022

  • 1.9.22
El nuevo telescopio espacial James Webb (JWST) no deja de ofrecernos nuevas y sorprendentes imágenes del Universo en el que vivimos inmersos. Ya vimos en la anterior entrega cómo el físico Étienne Klein gastaba una broma a sus seguidores a costa de una supuesta imagen de la estrella Próxima Centauri.


Mi querido amigo Juan Pablo Bellido ha tenido la amabilidad de compartir conmigo una noticia de RTVE sobre las imágenes más recientes de Júpiter. La noticia, fechada el pasado 23 de agosto, no tiene desperdicio. Uno de sus párrafos estaba encabezado por el siguiente título: “Una tormenta de arena que «podría tragarse la Tierra»". Y, tras ese “tranquilizador” aviso, afirmaba: “En esas instantáneas se ve con claridad la «Gran Mancha Roja», una tormenta de arena que, según la NASA, es tan grande «que podría tragarse la Tierra»”.

Olvidémonos de la guerra de Ucrania, de la creciente tensión entre EEUU y China y del desastre climático que nos azota día sí, día también, El verdadero peligro que nos acosa es la gigantesca tormenta de arena procedente de la mancha roja jupiterina, ya que, como indica la noticia de RTVE, “podría tragarse la Tierra”.


Busco en la imagen sobre estas líneas la gran mancha roja a la que alude la noticia, pero solo veo destacada un área circular bastante blanquecina. Afortunadamente, al sagaz reportero no le ha pasado desapercibida esta pequeña discrepancia y explica que “en esta ocasión aparece blanca porque refleja mucha luz solar”. Claro, como estamos en pleno verano, ya se sabe: hay más horas de Sol. ¿Será en invierno cuando la gran mancha se vea roja? ¿O será en las noches jupiterinas?

Pero donde el afanoso redactor se cubre de gloria informativa –a la par que didáctica– es en el detalle de la tormenta “de arena”. Porque, como muy bien ha puesto de manifiesto Juan Pablo Bellido en un tuit, es un poco difícil que se produzca una tormenta de arena en un planeta compuesto únicamente de gases, o sea, sin arena –ni una poca siquiera de tierra sólida–. A lo mejor de ahí viene el peligro: la tormenta gaseosa jupiterina pretende engullir la Tierra para convertirse en una tormenta arenosa.


Desde luego que el desconocido escribidor de la noticia goza de tanta imaginación como carece de cultura “planetaria”. Por supuesto, consultando la noticia original de la NASA, vemos que se habla de auroras, de vientos tremendos, de temperaturas extremas y de tormentas gigantes. Pero nada dice de la existencia de tormentas de arena, como era de esperar, por otra parte, por poco Bachillerato que hayan hecho los periodistas de la NASA.

En cuanto a las discrepancias en torno al color rojo o blanco, quizás nos sea de ayuda otra “información” astronómica que publicaba el 29 de octubre de 2019 la cadena SER con el siguiente título: “La aterradora (pero real) fotografía del Sol con la que la NASA celebra Halloween”. La fotografía en cuestión era la siguiente:


En el texto correspondiente se podía leer: “la agencia espacial ha compartido en sus redes la cara más terrorífica del Sol. La estrella se asemeja a la cara de una calabaza de fuego”. No sé, la verdad es que parece un poco exagerado decir que el Sol parece una calabaza llameante. En todo caso se podría decir que esta ¿fotografía? tiene cierto parecido con una calabaza de Halloween.

La “fotografía” en cuestión se califica como “aterradora (pero real)” en el título de la noticia. Pero la supuesta “fotografía real” es, en realidad, una mezcla de las imágenes procedentes de dos colecciones de grabaciones de radiaciones solares ultravioletas. Y así lo decía el tuit de la NASA del que procedía la imagen: “No es una ardiente calabaza de Halloween. ¡Es el Sol! Nuestro observatorio dinámico solar captó esta imagen ultravioleta en 2014, mostrando regiones activas”.

Las imágenes originales no son literalmente fotografías, es decir, imágenes grabadas mediante la luz visible, sino registros de la actividad solar mediante radiaciones ultravioleta que, luego, se han visibilizado coloreándolas artificialmente en amarillo y oro, respectivamente.


El Sol es real (pero no necesariamente terrorífico), los registros ultravioleta son reales (pero tampoco tienen por qué resultar aterradores) y el resultado final es una creación “artística” que intencionadamente se hizo para imitar las famosas calabazas. La imagen puede resultar temible, pero ni es real, ni es una fotografía. Estamos ante una imagen falsa (o idealizada, para ser más amable) de una realidad verdadera (el Sol, no la calabaza de Halloween).

Algo parecido se ha dado en otras imágenes producidas por la NASA, con dibujos muy realistas de naves espaciales u otros objetos estelares. Por ejemplo, esta imagen de las sondas Stereo rodeando al Sol. Aquí el Sol ya no parece una ardiente calabaza (debe ser porque no era Halloween). Pero sí que tiene unos espectaculares tonos rojizos. ¿Son reales? Pues no. El Sol no es rojo, ni amarillo, ni oro, ni anaranjado. El color que correspondería al Sol es el blanco, como podemos ver en esta imagen de Wikipedia.

Incluso al amanecer, como en esta magnífica fotografía de Jordi L. Coy aparecida en el sitio web de la NASA como Imagen Astronómica del día 21 de septiembre de 2021. Se puede observar un ligero tono amarillento, pero que es debido a la dispersión de la luz en la atmósfera, que se produce especialmente al amanecer o al atardecer.


Recapitulando lo que ya vimos en la entrega anterior y lo que aquí se ha planteado, podemos preguntarnos cuál es el mayor o menor grado de fiabilidad informativa de los ejemplos que se han visto: la rodaja de chorizo disfrazada de estrella; las engullidoras tormentas de arena jupiterinas o las imágenes ultravioleta del sol travestidas en terrorífica calabaza de Halloween.

Parece claro que el físico Étienne Klein no pretendía dar gato por liebre, sino invitarnos (de forma humorística y según sus propias palabras) a desconfiar “de la elocuencia espontánea de ciertas imágenes…”.

Su faceta como divulgador científico a través de libros y programas radiofónicos parece avalar suficientemente su intención. Muy al contrario, las noticias de RTVE y de la Cadena SER parecen haberse deslizado hacía lo truculento, aunque aparentemente la imagen presentada pudiera parecer más fiable. Sin duda, el afán por lo espectacular frente al respeto por la verdad conduce, inevitablemente, a la desinformación.

JES JIMÉNEZ

17 ago 2022

  • 17.8.22
Según me ha indicado una amable lectora, hace unos días se ha publicado en varios periódicos de todo el mundo que un científico francés, Etienne Klein, ha tenido que pedir perdón por haber publicado en redes sociales una imagen de una rodaja de chorizo asegurando que era una foto de la estrella Próxima Centauri.


Hay varias cuestiones en esta “noticia” que han llamado mi atención. La primera de ellas es cómo alguien puede haber creído tan seriamente que la imagen que aparece bajo estas líneas era realmente de una estrella hasta el punto de enfadarse y recriminar a Etienne Klein por su publicación.

La imagen por cierto, aparecía junto al siguiente texto: “Foto de Próxima Centauri, la estrella más cercana al Sol, ubicada a 4,2 años luz de nosotros. Fue tomada por el JWST. Este nivel de detalle... Un nuevo mundo se revela día tras día”.

Es cierto que si comparamos con la imagen del Sol que adjuntamos más abajo, se puede encontrar una cierta similitud, pero muy burda. Para cualquiera que haya comido un bocadillo de chorizo está claro que la primera imagen corresponde al área gastronómica y no astronómica. Palabras bastante similares, pues solo se diferencian en una letra, pero que designan significados muy diferentes.


El propio Klein afirmó posteriormente que pensó que “la imagen se detectaría inmediatamente como falsa”. También es cierto que muchos espectadores están acostumbrados (mal acostumbrados) a aceptar como fidedignas las imágenes trucadas de cualquier tipo de patrañas paranormales con tal de que sean sostenidas por alguno de esos oficiantes del misterio que pululan en los medios. O sea, adiestrados a comulgar con ruedas de molino.

Cuando vemos una imagen, normalmente interpretamos su significado de una forma casi inmediata. Pero esta rapidez oculta un complejo proceso en el que entran en juego bastantes factores. Uno de ellos es que las características técnicas del medio utilizado para producir la imagen influyen en que se conceda una mayor o menor verosimilitud al contenido de la misma. Creemos más indudablemente cierto el contenido de una fotografía que el de un dibujo o el de una pintura.

Esto se debe a una cierta candidez del espectador que supone, necesariamente, una mayor objetividad en la fotografía obtenida por un aparato que en el dibujo realizado directamente por la mano humana. Como si la manipulación subjetiva y torticera fuera menos posible en las imágenes obtenidas por procedimientos mecánicos. Es cierto que los aparatos no suelen mentir, pero los que los manejan sí pueden hacerlo.

En la imagen que nos ocupa, estamos ante una fotografía y, por lo tanto, tenemos una mayor inclinación a creer que el objeto circular rojizo que allí aparece tiene una existencia en el mundo real. Si se tratara de un dibujo, nuestra confianza probablemente sería menor.

Pero una fotografía no es una imagen inmaculada de la realidad. La imagen fotográfica siempre tiene un carácter fragmentario respecto a los objetos situados frente a la cámara. La elección de un fragmento o de otro es totalmente subjetiva y se presta a una distorsión de la escala de los objetos representados y, por lo tanto, a la dificultad de apreciar el tamaño real de lo fotografiado en función del tamaño de su imagen en la foto.

Decía Malraux que, en fotografía, tan grande es una cabeza de Buda como la catedral de Reims. Aplicándolo a la imagen que nos ocupa, nosotros podríamos decir que tan grande es Próxima Centauri como una rodaja de chorizo.

Por otra parte, en la fotografía que mostraba Klein, el punto de vista totalmente frontal, sin indicios de volumen, y la falta de un contexto visual adecuado no nos dan pistas suficientes sobre el tamaño real del objeto circular rojizo que se muestra en la fotografía. Como sucede en la siguiente imagen que también es rojiza, pero un pelín irregular en su contorno circular. No es una rodaja de chorizo ni una estrella: es la imagen de una pizza –y lo puedo asegurar con total certeza–.


Según la etiqueta que la acompaña es una Pizza Balear. Pero ¿cómo es de grande? ¿Es una pizza normal o es de tamaño familiar? Para apreciar el tamaño es necesaria la presencia de otros elementos visuales que nos sirvan de comparación.


En esta imagen sí podemos ver el tamaño relativo de los objetos circulares que se nos muestran. Aunque tengan un cierto parecido con la foto anterior, no se trata de tres tipos de pizza: la pequeña VY CMa, la mediana UY Sct y la familiar St2-18. Los nombres ya nos dan una pista de que no deben ser pizzas, pues no resultarían muy comerciales tales designaciones.

Tampoco parece que esas letras aclaren mucho qué diablos son esos objetos circulares y, al parecer, bastante planos. Excepto para los astrónomos y para los avisados lectores que hasta aquí han llegado y ya imaginan que se trata de… ¡sí, lo han adivinado! ¡Estrellas! Y así podemos comprobarlo en la siguiente imagen, obtenida de El Brazo de Sagitario, que es bastante más precisa en su intención informativa:


Estamos ante una representación –bastante idealizada, todo hay que decirlo– del tamaño relativo de Stephenson 2-18, nada menos que “la estrella más grande jamás descubierta”, con VY Canis Majoris, que también debe ser bastante grandecita si la comparamos con ese diminuto punto que intenta mostrar a nuestro Sol multiplicando su tamaño por veinte.

Aunque viendo detenidamente esta imagen, no se me quita de la cabeza si, en realidad, no estamos ante un catálogo de charcutería con los tamaños relativos del salchichón ibérico, el salami y el morcón extra grande. Y, a lo mejor, lo de los nombres de estrellas no es más que una broma de astrónomos...

JES JIMÉNEZ SEGURA

3 ago 2022

  • 3.8.22
Algunos autores han pretendido ver a Lilith como la serpiente-mujer que aparece en el fresco de Miguel Ángel sobre la expulsión del Paraíso. En realidad esto es muy poco probable, ya que no hay huellas de la presencia de ese personaje en los textos cristianos de la Edad Media y del Renacimiento. No se conocen referencias a Lilith fuera de las tradiciones y escritos judíos de esa época. Es más probable que Miguel Ángel siga modelos visuales previos.


Desde luego que no era ninguna novedad la representación de serpientes míticas como seres antropomorfos con cuerpo de reptil, pero con cabeza y torso –o solamente cabeza–, de mujer. Incluso hemos visto en la entrega anterior que la Serpiente Arcoíris puede presentarse con un aspecto plenamente humano.

La asociación de los espíritus de serpientes con el arcoíris se encuentra también en tierras muy lejanas del continente australiano. Los Baga de Guinea crean unas máscaras-estela que materializan, en forma de boa constrictor, a una poderosa Serpiente llamada A-Mantsho Ña Tshol. Su nombre indica la capacidad protectora y medicinal.

Es considerada como el enemigo más potente de otras fuerzas sobrenaturales dañinas. Y, al igual que la Yingarna de los aborígenes australianos de la tierra de Arnhem, protege a los niños en sus ritos de transición a la edad adulta.

Para los Baga, los espíritus de las serpientes se asocian con el arcoíris, al que se consideran fuente del agua de los ríos y de la constante renovación de la vida. Estamos, pues, ante una cadena simbólica que une y relaciona símbolos visuales y conceptos abstractos: el arcoíris como poderosa imagen natural es considerado como origen de los ríos y, tanto el arcoíris como los ríos, son manifestaciones del permanente proceso de regeneración de la vida y de la muerte.

Estas asociaciones simbólicas de serpientes, agua y recreación permanente de la vida se dan en otras culturas. Entre los Fon de Benín hay otra Serpiente arcoíris, Ayida-Weddo, cuyo culto se ha mantenido en el vudú haitiano y que, curiosamente, tiene como correspondencia católica a la Inmaculada Concepción.

En los dólmenes y menhires de los complejos megalíticos de Iberia y Europa occidental, la serpiente es símbolo de vida asociado a figuras de los antepasados. Según la arqueóloga Marija Gimbutas, la Diosa Serpiente tuvo un papel predominante en las religiones de la Europa oriental, entre 6.500 y 3.500 años antes de nuestra era (a.n.e.).

De hecho, la serpiente es uno de los motivos dominantes del arte de ese periodo. La Diosa Serpiente encarna el principio femenino porque, de hecho, es el principio femenino en sí mismo. Aparece vinculada a las aguas del cielo (la lluvia) y a las aguas terrestres. Y es considerada Señora de las fuerzas cósmicas generadoras de vida.

Se podrían citar infinidad de ejemplos sobre esta elevada consideración de la serpiente como símbolo claramente positivo: la Kundalini (poder de la serpiente) del yoga, como expresión de la toma de conciencia y guía de la transformación de la luz interior. O la serpiente de los mayas, uno de los personajes mitológicos más importantes del universo religioso de esta cultura mesoamericana. También destaca el rey de las serpientes, que dio cobijo a Buda o la doble serpiente de Esculapio, mientras que para los maoríes de Nueva Zelanda, la serpiente es el símbolo de la sabiduría terrena…


En todos estos casos, la serpiente tiene connotaciones positivas. ¿Por qué, entonces, la serpiente tiene un carácter tan negativo en la mitología cristiana? Regresemos al escenario de partida: al Paraíso de judíos y cristianos. Un hombre, una mujer, una serpiente y un árbol con fruta son los protagonistas del relato sobre la expulsión del Edén.

El capítulo tres del Génesis dice que “la serpiente era el más listo de todos los animales salvajes de la tierra” y nos cuenta cómo la serpiente dialoga con la mujer (todavía no tenía nombre, se lo pone Adán más tarde) y le explica a la mujer los motivos por los que el celoso Señor Dios les ha prohibido comer el fruto del árbol que está en medio del jardín: “pues sabía Dios que el día en que comieseis de él, se abrirán vuestros ojos y seríais como dioses que conocen el bien y el mal”.

Y, efectivamente, una vez que hombre y mujer han comido los frutos prohibidos, el mismo Señor Dios reconoce los efectos anunciados por la sabia serpiente: “Y dijo Dios: «Mira, Adán se ha convertido en uno de nosotros que conoce el bien y el mal…”. Significativa frase en la que podemos encontrar algunas pistas interesantes sobre las ideas de este Señor Dios:

a) El total ninguneo de la “mujer”, a la que no se incluye como “uno de nosotros”. Parece que no le concede la capacidad de adquirir el conocimiento del bien y el mal.

b) El reconocimiento bastante explícito sobre la realidad plural de los dioses: dice “nosotros”, que es un plural clarísimo.

Por cierto, que en ningún momento se menciona que el árbol prohibido sea un manzano ni ningún otro tipo de árbol de frutas conocidas. Sí se alude, sin embargo, a las hojas de higuera con las que cubren sus desnudeces. Pero volvamos a la Mujer –así en genérico, porque aún no tiene nombre–.

Si recordamos lo que ya vimos en entregas anteriores, Lilith aparecía como la mujer rebelde frente a esta otra mujer sometida. En realidad, la otra, la Mujer sin nombre, es mucho más valiente. Es capaz de rebelarse contra el dominio del Señor Dios que los tiene secuestrados en el Edén –que, a fin de cuentas, no es más que un jardín más o menos grande–. Viven alienados, alejados del conocimiento. Ni siquiera ven las sombras de la cueva de Platón: solo ven árboles, plantas y, quizás, algunos animalitos.

La Mujer está abierta a la comunicación con los “otros”, es capaz de escuchar a la Serpiente y es generosa y solidaria; comparte con Adán la liberación, mientras que éste tiene una actitud totalmente pasiva. Por su parte, la Mujer es lo suficientemente inteligente para elegir una actitud escéptica respecto a las normas divinas en vez de la comodidad de la creencia ciega. Y sabe distinguir la importancia del conocimiento para conseguir el pleno desarrollo personal.

Respecto a esta escena, escribió Mircea Eliade que de ella se desprende “el valor existencial del conocimiento. Dicho, en otros términos: la ciencia puede modificar radicalmente la estructura de la existencia humana”. Por tanto, creo que la auténtica heroína liberadora del género humano es la Serpiente de la sabiduría y el conocimiento.

JES JIMÉNEZ

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