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LITOS

FENACO

Mostrando entradas con la etiqueta Negro sobre blanco [Aureliano Sáinz]. Mostrar todas las entradas
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24 jul 2022

  • 24.7.22
Buenos días, señor presidente… Pase, por favor, túmbese en el diván, concéntrese y relájese mientras voy echando una ojeada a la charla que mantuvimos en la última consulta... Mientras tanto, y como usted bien sabe, todo el mundo se pregunta qué pasa por su cabeza, cuáles son sus obsesiones o qué piensa de este o de aquel tema; pero, mucho me temo que la gente no tiene la menor idea de los entresijos de una mente tan complicada y enrevesada como la suya.


Bien, bien…, continuemos indagando en la búsqueda de su trauma más peliagudo. Tengo aquí anotado que seguía insistiendo en la pérdida de identidad que había sufrido de un tiempo para acá, a la vez que sentía fuertes impulsos agresivos y de autodestrucción por un conflicto que no le deja dormir y que le está causando tantos desajustes emocionales.

Quedamos en que, a fin de cuentas, no era un inútil ni un desgraciado como empezaba a sentirse, ni que, a pesar de su edad, aún no formaba parte de esa triste tropa de jubilados que no sabe qué es lo que tiene que hacer cuando se levanta por la mañana y es la viva imagen de la decrepitud.

Una pregunta: ¿Todavía siente rabia y deseos de llorar por las mañanas cada vez que se mira al espejo? ¿Sí…? Bueno, bueno…, cálmese. Ya verá como Sigmund Freud vendrá en su ayuda para recomponer su ‘yo’, su ‘ello’ y su ‘superyó’ que los tiene bastante desajustados. No se preocupe, pues últimamente han proliferado estos desequilibrios en la gente más selecta de nuestra amada patria y que, como usted, siente que su brillante estatus se tambalea.

Veamos lo que tengo anotado de su último sueño: “Tras mirarse en el espejo y contar los pelos que le quedan, se ve saliendo de su bonita y elegante dacha todo contento, cuando de pronto se da cuenta que ha dejado atrás a su mujer que está maniatada en una silla, con la boca vendada, intentando desesperadamente decirle algo antes de que se suba al coche blindado, seguido por los agentes que vigilan su seguridad… Usted, desde su coche, intenta decirles que paren; en cambio, le ofrecen una tableta de chocolate suizo…”.

Un análisis detallado de la escena me da a entender, por una parte, que inconscientemente teme que su mujer le reproche que aún no haya arrasado Ucrania; y, por otro lado, que ella lo mire con desinterés porque ya no lo ve tan apuesto cuando sale de casa para montarse en el coche en dirección al Kremlin. Esto segundo puede ser la causa de una profunda angustia, ya que ahora no se siente como el héroe rubio, valiente, triunfador montado a caballo y con el torso desnudo que tanto le gustaba mostrar… En fin, veamos si hay algo de esta segunda posibilidad.

El doctor mira de reojo a su paciente y comprueba que empieza a angustiarse.

Por favor, por favor, señor presidente, tranquilícese, tome esta caja de kleenex y séquese esas lágrimas que están asomando en su rostro… Entienda que la mezcla de complejo de inferioridad y sentimientos de autodestrucción que se han adueñado de su psique forman una auténtica bomba de relojería que es necesario controlar… Bueno, jeje, lo de bomba no se lo tome al pie de la letra… Ya sabe.

Sigamos… En lo que sí parece que estamos de acuerdo es en que hay que encontrar una solución a este problema antes de que las cosas vayan a peor. De entrada, y ya que le resulta imposible dejar de ver compulsivamente la televisión, conviene que no se obsesione con ese chico de abundante cabellera rubia y de ojos azules que con tanta frecuencia sale en la televisión anunciando una nueva marca de chocolates.

Bien… En esta sesión de hoy debemos estar ya preparados para que veamos el anuncio que le ha hundido anímicamente. ¿Está listo…? No cierre los ojos porque debe ser fuerte y afrontar la dura realidad. Piense que tiene que superar el profundo trauma que le ha causado esa campaña de chocolates y que ya voy enlazando con su último sueño.

¿Cómo se siente ahora tras haber visto el anuncio? ¿Sigue con las palpitaciones…? Bueno, bueno…, tranquilícese, tome un vaso de agua, respire hondo, eche la cabeza hacia atrás sobre el respaldo, cierre los ojos y deje fluir la mente unos minutos. Descanse un momento y analicemos las imágenes que han sido la raíz del profundo conflicto que le acompaña. Tenga en cuenta que fue el genial Freud quien, por otro lado, nos habló de la pulsión de muerte que, a mi modo de entender, usted sí la tiene en grandes dosis.

Habíamos llegado a la conclusión de que no le genera ningún sentimiento de culpa machacar a los ucranianos, tal como ahora hace, o que usted pudiera iniciar la tercera guerra mundial, tipo nuclear, pues la llevaría adelante por defender a la santa Rusia, tal como dice como nuestro amado patriarca Kirill.

Entonces, descartando lo anterior, imagino que posiblemente el origen de su problema reside en la atroz envidia que siente por el hermoso cabello de ese joven rubio que tanto se le parece. Veamos si es aquí donde anida el origen de sus fuertes impulsos destructivos; ya que, como no puede acabar con la imagen irreal de un anuncio, ahora desplaza sus impulsos destructivos hacia los pobres ucranianos.

Y ahora, señor presidente, si me lo permite, pasemos a la pregunta crucial. En este caso se la digo de manera directa y sin rodeos: “¿No le ha resultado eficaz el crecepelo que le receté para que recuperara su juvenil cabellera rubia que tanto añora?”.

Un silencio inquietante se abre paso entre Vladimir Putin y el psiquiatra que de manera totalmente secreta lleva tratándole desde hace tiempo.

El presidente, con el rostro pétreo, le dirige una mirada gélida que lo traspasa como si fuera un afilado sable que va de parte a parte. Apenas hay tiempo para medir sus vertiginosas reacciones, ya que su mano derecha se ha dirigido velozmente al interior de la chaqueta de la que extrae una pistola modelo Makárov que siempre le acompaña.

¿Por qué me mira así? ¿Qué le sucede? ¡Por el amor de Dios, señor presidente, guarde esa pistola! ¡¡No!! ¡¡Nooo…!!

* * * * *

En la sala contigua, la secretaria escucha un fuerte sonido, seco y metálico, al tiempo que un alarido se extiende por toda la consulta.

Agitada, entra a toda velocidad en el despacho y horrorizada contempla al doctor, con la cabeza echada sobre la mesa de trabajo y bañada en un charco de sangre.

En la esquina del fondo, encuentra una inquietante figura que porta un revolver en su mano derecha, con la mirada extraviada, el rostro cubierto de lágrimas y repitiendo para sí de modo compulsivo: “¡Esa cabellera…! ¡No puedo! ¡No puedo! ¡No puedo…!”.

AURELIANO SÁINZ

17 jul 2022

  • 17.7.22
Summertime… tiempo de verano. Calor, mucho calor y más calor. Calor que ahuyenta al personal de las ciudades para irse a la playa, a la piscina o a meterse en cualquier lugar con aire acondicionado y que te libre de los cuarenta y tantos grados que marcan los termómetros.


Calles y avenidas vacías en esas horas en las que la temperatura se ha adueñado de los espacios transitables. La gente refugiada en sus casas como si temiera a un invisible enemigo que acecha con algunos de sus ‘golpes’ a cualquiera que temerariamente lo rete.

Calor que ablanda las neuronas y que te impide pensar con una cierta coherencia. Porque lo menos que deseas es cavilar, ya que, por mucho que lo hagas, no lograrás que el astro sol deje de achicharrarnos, se tranquilice y se apiade un poco de nosotros.

Calor intenso del verano; y a mí, no sé por qué, siempre por estas fechas acuden a mi mente las notas y letra de Summertime, ese tema concebido como un aria de la ópera Porgy and Bess que escribiera el compositor estadounidense George Gershwin en 1935.

Summertime, inolvidable canción que Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, dos gigantes del jazz, se encargarían de popularizarla allá por la década de los cincuenta del siglo pasado.


Summertime when the livin’ is easy / Fish are jumpin and the cotton is high…” (“Tiempo de verano cuando la vida es fácil / los peces saltando y el algodón está alto…”).

Así, lentamente, comienzan esas dos grandes voces a desgranar los cortos versos de la canción, recordándonos el abrumador calor nocturno del estío en las poblaciones negras sureñas, el mismo que impide dormir a niños y mayores que, arremolinados en los porches de las casas, se agrupan para charlar en esas altas horas.

En cierto modo, estas imágenes pueden extraerse de la película Porgy and Bess, dirigida por Otto Preminger y que vio la luz en 1959. Cabe decir, como no podía ser de otro modo, que la cinta recibió el Oscar a la mejor banda sonora.

Para que nos hagamos una idea de la popularidad de esta canción, tengo que apuntar que a lo largo del siglo pasado ha tenido más de ¡38.000 versiones! Imposible imaginar tantas interpretaciones distintas. Pero si hay una que a mí siempre me ha emocionado es la que hizo Janis Joplin y que apareció en 1968 en su álbum Cheap Thrills.


You´re dady´s rich and your ma is good lookin / So hush little baby, don´t you cry…” (“Tu papá es rico y tu mamá es guapa / Así que cállate pequeñín y no llores…”)

La inolvidable voz de Janis Joplin parece desgarrarse de un momento a otro. Pero el triste destino que le esperaba a la cantante de blues-rock de Port Arthur (Texas), dado que falleció con solo 27 años, nos dejó huérfanos con muy pocos álbumes grabados en estudio.

Tal como he apuntado, han sido miles de cantantes los que se han lanzado a realizar sus versiones. Pero como hay que abreviar, indicaré que la última que conozco, correspondiente a 2020, es la que realizó la estadounidense Lana del Rey, quien en esta ocasión aparece acompañada de su grupo. Es buena versión, aunque le falta el profundo sentimiento que se desprende de las jazzísticas o de blues que la han precedido.


One of these mornings you gonna rise up singing / Oh you spead your wings and you take to the skies…” (“Una de estas mañanas te levantarás cantando / O, abres tus alas y te llevas a los cielos…”).

Summertime. Tiempo de verano. Tiempo de calor, de mucho calor. Hay que protegerse, ya que las calles, las avenidas y las alamedas se encuentran sin un alma, como es el caso de este largo paseo central de Córdoba, del que muestro solo una parte y que parece abandonado en las horas centrales del día.

Summertime… Tiempo para que recordemos esta enorme canción de la que he mostrado tres versiones, pero que pueden ser muchísimas más, y que, a buen seguro, acabarían reconciliándonos un poco con este calor tórrido.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ

10 jul 2022

  • 10.7.22
La sensación de vivir en un mundo en el que el caos y la violencia se esconden detrás de la fachada de orden y seguridad parece que se ha instalado en el ánimo de una mayoría de la población, conformada por ciudadanos de un siglo XXI a los que se nos prometía, cuando ya estuviéramos instalados en él, que contemplaríamos el pasado como una época cargada de guerras y catástrofes definitivamente arrinconadas en el baúl de los recuerdos.


En cambio, apenas llevamos algo más de un par de décadas en el nuevo milenio y nos sentimos rodeados de múltiples dudas, de forma que el futuro se nos antoja no solo difícil de predecir sino que ya casi nos cuesta pensar en lo que vendrá, pues la incertidumbre es lo más seguro que tenemos.

Estas breves reflexiones me han surgido nada más acabar de leer El mundo de ayer, de Stefan Zweig, extenso volumen del escritor austríaco de origen judío que conoció no solo la Primera Guerra Mundial, sino también el ascenso y la barbarie nazi que condujo a la Segunda.

Salvando las distancias, pareciera que el derrumbe del orden social que Zweig describe con gran precisión en gran medida se parece al que ahora nos toca vivir, por lo que nos encontramos afectados anímicamente. Y, de modo especial, son los más jóvenes los que se sienten un tanto perdidos en un mundo cargado de problemas, ya que apenas lo comprenden.

Escritores, pintores, cineastas, músicos o poetas se han encargado de expresar, a su modo, el caos y la violencia que en la actualidad nos rodean. Pero si hay un artista que plasmó con la mayor intensidad y furia el extraño laberinto del desorden social de su tiempo fue el berlinés George Grosz (1893-1959).

En su pintura ‘social’ retrató con rabia y desprecio a los sectores que consideró que potenciaron la subida del Partido Nacionalsocialista alemán: la alta burguesía; los militares que, sin disimular, lo apoyaban; el clero, que moralmente lo justificaban; los llamados ‘neopatriotas’, que se reunían en las vísperas del ascenso del nazismo; o los propios nazis cuando, el 5 de marzo de 1933, llegaron al poder por medio de las urnas, encabezados por Adolf Hitler.


Desde el punto de vista artístico, George Grosz atravesó distintos estilos pictóricos: cubismo, futurismo, dadaísmo, expresionismo o nueva objetividad. Si exceptuamos el tiempo en el que residió en Nueva York, huyendo de la catástrofe que intuía que se iba a producir en su país, sus caricaturas, dibujos y pinturas están cargadas de tensión y denuncia por la brutal decadencia que veía a su alrededor.

Así, en las dos obras que acabamos de ver (Un cuento de invierno y El agitador) se apoya en la caricatura y la estética del cubismo, con la inclusión de diferentes planos y puntos de vista en la construcción de ambas escenas, para mostrarnos la burla y el rechazo que sentía por quienes estaban promoviendo los ideales del nacionalsocialismo.


Conviene apuntar que Grosz, desde sus inicios, tuvo una sólida formación artística, ya que, en 1912 y con diecinueve años, es admitido como alumno en una escuela dependiente del Museo de Artes y Oficios de Berlín. Como suele ser habitual en principiantes, sus trabajos iniciales de entonces son de tipo naturalista, aunque también aborda temas urbanos y sociales en sus dibujos y pinturas.

Contando 20 años se desplaza a París, ciudad que es el centro de las nuevas corrientes artísticas, fijándose fundamentalmente en el cubismo y el futurismo, capitaneados por Pablo Picasso y Marinetti, respectivamente. Su estancia en la capital francesa es breve, dado que pronto, en 1914, se desata la Primera Guerra Mundial, por lo que regresa a Berlín.

En este retorno, tal como he indicado, expresa abiertamente su rechazo hacia los sectores que apoyan la guerra. Su obra se centra en la denuncia de la violencia social, tanto de Alemania como del Imperio Austrohúngaro que comenzaba a fenecer y que recibiría un golpe definitivo tras la denominada Gran Guerra.

Es llamado a filas, pero participa solo durante seis meses, puesto que fue dado de baja e ingresado en un hospital psiquiátrico por las huellas psicológicas que le dejaron las visiones de los horrores de esta terrible contienda.

Esto podemos comprobarlo en el uso de ciertos elementos surrealistas, tal como se muestran en las dos obras precedentes (Eclipse de sol y Los pilares de la sociedad), en las que se comprueba la ridiculización que hace de los militares, el clero, los banqueros y la alta burguesía, que incitaban permanentemente a la guerra.

Su actitud de constante rechazo al mundo que le rodeaba le condujo a un profundo desencanto, tal como queda expresado en su autobiografía que la tituló Un pequeño sí y un gran no. Dentro de esta obra aparece una frase muy significativa: “Yo vivía en mi propio mundo. Mis obras expresaban mi desesperación, el odio y la desilusión. Despreciaba radicalmente al género humano”.


Como bien sabemos, la Primera Guerra Mundial acabaría, en 1918, con la derrota de Alemania y del Imperio Austrohúngaro. En esa misma fecha, Grosz también finalizaba uno de sus lienzos más conocidos: El funeral, que, más tarde, el propio autor se lo dedicaría al médico y escritor alemán Oskar Panizza, fallecido en el año 1921.

En este cuadro plasma la visión caótica de la ciudad moderna. Vemos que, a partir de un cortejo fúnebre, unos personajes grotescos desfilan amontonándose detrás de un ataúd sobre el que se sienta un enorme esqueleto que parece burlarse de quienes se mueven en ese ambiente infernal. Esta idea de caos y furia se refuerza con el uso que el pintor hace del omnipresente rojo, color que evoca el fuego, la sangre y la guerra.


El anterior lienzo lleva el título de La explosión, fenómeno que también en nuestra época nos ha tocado contemplar, tal como acontece en la actualidad en la guerra que ha desatado la Rusia de Putin contra Ucrania, por lo que casi al momento somos espectadores de bombardeos y ataques a distintos edificios de ciudades y pueblos de este país.

Esto tiene un doble valor: por un lado, nos hacemos conscientes de los niveles de destrucción que se puede alcanzar cuando se desata un conflicto bélico de este nivel; en sentido contrario, nos sentimos abrumados e impotentes al contemplar el horror que genera esta guerra a la que por ahora no se le ve ningún horizonte de finalización.


A George Grosz cada vez se le hace más insoportable el ambiente político de su país, por lo que, en 1933, decide salir de Alemania y trasladarse a Estados Unidos. Fija su residencia en Nueva York, donde ejerce como profesor en distintas escuelas de arte, al tiempo que abre una propia, con lo que tiene los medios económicos básicos de subsistencia.

El estar lejos de las tensiones que se viven en Europa da lugar a que pierda, en gran medida, la agresividad y la fuerza de sus obras precedentes. Ha cumplido ya cuarenta años y necesita el sosiego que no encontraba en su país. Esto se refleja en sus obras que, aun teniendo un fondo de carácter social, no muestran la tensión, el caos y el horror de sus primeros años, tal como se aprecia en los dos lienzos anteriores.

Mientras tanto, en Alemania sus obras son sistemáticamente perseguidas por el nuevo régimen. Así, en la famosa exposición que se llevó a cabo en Múnich, en 1937, con la denominación de Arte degenerado, se le catalogaba de personaje enfermo y de un artista que no cumplía con los valores estéticos y morales de la nueva nación nacionalsocialista.

Finalmente, un año antes de fallecer regresa a Alemania, lo que es de suponer que supuso cierta reconciliación con el país que lo vio nacer. Sus restos, muy visitados por quienes admiran su obra, ahora reposan en el cementerio Friedhorf Heerstraße de Berlín.

AURELIANO SÁINZ

3 jul 2022

  • 3.7.22
A pesar de la insistente oposición de los que les niegan a las mujeres los derechos sociales que tenemos los hombres, lo cierto es que los avances que ellas van teniendo son imparables, ya que la ola de afirmación en la igualdad que décadas atrás comenzó se ha hecho, en gran medida, irreversible.


Y no es necesario ser un experto en historia contemporánea para darnos cuenta de que una vez que se comienzan a extender las reivindicaciones, y que de los casos particulares se pasan a las aspiraciones colectivas, esa lluvia fina que, tiempo atrás, impregnaba a quienes paseaban a cielo abierto ha terminado convirtiéndose en una lluvia intensa que acaba empapándonos a todos.

De todos modos, tenemos que ser conscientes de que los ataques que actualmente sufren algunos de esos derechos en países desarrollados (en el que el nuestro no es una excepción) nos hacen ver que esa irreversibilidad de la que hablo no es tan firme como creíamos, por lo que hay que estar alerta para no retroceder a tiempos pretéritos.

Puesto que llevo muchos años en el campo educativo, he podido comprobar de primera mano cómo se avanzaba en criterios de igualdad y que actuaciones que se consideraban específicamente masculinas, en la actualidad, es posible verlas también ejercidas por las chicas.

Como ejemplo, quisiera traer a colación uno de los trabajos que planteaba en los colegios y que he mantenido con el paso de los años. Se trataba de la propuesta “Dibuja tu deporte favorito”, ya que, aparte de conocer los niveles que los escolares tenían dentro de la Educación Plástica, según el curso en el que se encontraran, también comprobaba las preferencias de las alumnas por este tema. Hubo un momento en el que observé cómo ellas empezaban a trazar imágenes de figuras femeninas siendo las protagonistas de los deportes que elegían para sus dibujos.

No obstante, por entonces, las escenas de los dibujos más frecuentes estaban referidas al fútbol, deporte que, como bien sabemos, era y es eminentemente masculino. Bien es cierto que por aquellos años en las gradas de los estadios de fútbol también se contaba con la presencia de aficionadas de determinados clubes, en su mayoría acompañando a sus parejas masculinas. Pero que ellas pisaran el césped como protagonistas, fueran como jugadoras o para arbitrar los encuentros, se consideraba inimaginable.

Resultaba curioso que incluso las niñas, cuando dibujaban en el aula el tema que les había pedido, solían también elegir el fútbol como deporte que más les gustaba; pero las escenas eran de jugadores de algunos de los equipos más conocidos de Primera División.


Como ejemplo de lo indicado, acabamos de ver el dibujo de una chica de 12 años que representó magníficamente una escena en la que un jugador del Atlético de Madrid remata con la cabeza ante la portería de su eterno rival: el Real Madrid. Un detalle que nos hace ver que el dibujo es de hace bastantes años se encuentra en el trazado de los calzones cortos que por entonces portaban los jugadores, ya que en la actualidad son más alargados.


Las representaciones más habituales en las que la imagen femenina era la protagonista estaban referidas a los deportes tipo individual, especialmente aquellos en los que se utilizaba la raqueta. Quizás los ejemplos de grandes tenistas como eran Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez, dos de los nombres femeninos más relevantes del tenis español, ejercieran un influjo favorable en las alumnas. Es lo que nos muestra la autora del dibujo anterior, una niña de 8 años que representó el enfrentamiento imaginario entre jugadoras de España y Francia, tal como se deduce de las banderas que portan los espectadores.


Pasar de los deportes vistos por la televisión a aquellos que pudieran practicarse conllevaba a que fueran factibles para ellas, pues, lógicamente, para la mayoría de los escolares las pistas de tenis no están a su alcance. Sin embargo, hay colegios que se preocupan de que la educación física y el deporte sean accesibles sus alumnos y alumnas. Este paso conlleva que, ya más cercanos a nuestros días, pudiéramos ver que al pedirles que dibujaran su deporte favorito apareciera el tenis de mesa, como es el de la escena que acabamos de ver, en el que dos jugadoras se han enfrentado, de modo que una aparece como ganadora, al tiempo que la que ha perdido la partida, enfadada, ha arrojado la raqueta al suelo.


También los deportes olímpicos comenzaron a ser representados por las alumnas, puesto que en ellos las participantes podrían mostrar sus destrezas personales. Bien es cierto que algunas escenas que plasmaban eran el resultado de la admiración por algún deporte concreto que les gustaba especialmente. Es el caso de la chica de 11 años que sentía atraída por la gimnasia rítmica con cinta, tal como lo manifestó en este excelente dibujo que acabamos de ver, y en el que la protagonista exhibe su destreza corporal, al tiempo que es contemplada por espectadoras, todas del género femenino.


Pero los deportes olímpicos no solo eran admirados al contemplarlos en las pantallas; también podían ser practicados por las alumnas, tal como me manifestó la autora del dibujo precedente, una chica de sexto curso. Era alta, delgada y muy esbelta, por lo que se podía entender que su pasión era el salto de longitud, tal como lo expresó en el dibujo que, una vez finalizado, me entregó, al tiempo que me comentaba las razones del porqué esta era su especialidad.


Si hay un deporte de equipo que tempranamente arraigó en el ámbito femenino fue el del baloncesto. Esto lo pude comprobar por las reiteradas escenas que me dibujaban las niñas. También he de apuntar que bastantes representaciones de este deporte se debían a que en sus colegios contaban con canchas que estaban destinadas a la práctica en las horas del recreo o como actividades extraescolares.

Esta es la razón por la que he elegido este deporte como portada del artículo, en el que aparecen dos jugadoras del mismo equipo delante de la canasta. También acabamos otro dibujo que nos muestra a dos equipos femeninos enfrentados, de modo que una de las jugadoras se encuentra preparándose para lanzar un tiro libre.


Para cerrar, quisiera indicar que el salto más espectacular que se ha producido recientemente dentro de los deportes es el del fútbol femenino, que empieza a tener un claro reconocimiento, al equipararse en derechos con el tradicional fútbol practicado por los hombres. Pero, de momento, no tengo dibujos de chicas que me lo hayan representado. Esta es la razón por la que cierro con otro excelente dibujo de una alumna de 12 años en el que nos muestra un encuentro de baloncesto y en el que aparecen enfrentadas dos selecciones nacionales, siendo una de ellas la de España.

AURELIANO SÁINZ

26 jun 2022

  • 26.6.22
Recientemente publiqué un artículo que llevaba por título Familias con un hijo en el que abordaba las nuevas formas familiares centrándome, aquella vez, en un modelo numéricamente muy frecuente en nuestra sociedad. Otro grupo familiar muy habitual en la actualidad es aquel que cuenta con dos hijos. Creo, pues, que merece la pena analizar cómo los propios niños o niñas se ven a sí mismos y a sus padres dentro de sus propias familias.


Este trabajo complementaría a otros como El mundo de los hermanos que publiqué en dos entregas, dada la complejidad de relaciones que pueden establecerse entre ellos. Y es que el desarrollo de las emociones, al que ahora se les está dando la importancia que tiempo atrás no se le prestaba, va a depender de varios factores que comentaré a partir de una selección de dibujos de niños y niñas que he realizado. Una forma de abordar esta modalidad podría ser del siguiente modo:

a) Familias con dos hijas.
b) Familias con dos hijos.
c) Familias con un hijo y una hija.

También habría que considerar las edades, quién es el mayor y el menor, pues, en cierto modo, determinan las relaciones entre ellos. Para comenzar, podemos fijarnos en la portada en la que aparece un excelente dibujo de una chica de 12 años que, en el momento de realizarlo, estudiaba en sexto curso de Primaria, encontrándose, pues, en la preadolescencia.

El dibujo de las figuras está realizado en plano tres cuartos, es decir, las ha trazado a partir de las rodillas, por lo que la imagen se aproxima al concepto fotográfico de encuadre. Desde el punto de vista compositivo, observamos que el centro del grupo familiar está ocupado por sus padres, al tiempo que a los lados aparecen su hermana menor, en la izquierda, y ella misma, en la derecha. La cercanía a su madre es manifestación de la proximidad emocional que siente hacia ella, quizás por ese sentimiento de hacerse mayor y encontrar apoyo en la figura materna.


En el caso de familias en las que las hijas no estén muy seguidas en edad, la primogénita espera a su hermana con gran aceptación, puesto que a las niñas, generalmente, se las educa de un modo un tanto diferenciado de los niños, ya que el trato hacia ellas es menos rígido y más cariñoso. Por otro lado, muchos de sus juegos continúan alrededor de los roles de la maternidad y el cuidado de los pequeños, por lo que la llegada de un nuevo hermano o hermana suelen acogerlo bastante bien.

Esto sucede en la escena de María, una niña de 6 años, en la que aparecen de manera destacada su madre, como si fuera el miembro de la familia más relevante, y su pequeña hermana Paula, que la muestra en un carrito al lado de ella. Como puede apreciarse, el dibujo es bastante alegre y vitalista, en el que predominan los colores rosa y violeta.


Lógicamente, a medida que se crece, el dibujo se hace más rico en expresión y matices, de modo que la representación de la familia se realiza de manera más elaborada. Es lo que acontece en el que acabamos de ver de una niña de 10 años que nos la muestra jerarquizada por edades, puesto que aparece en primer lugar el padre; continúa con la figura de la madre; en tercer lugar, se dibuja a sí misma; y acaba con su hermana que es algo más pequeña. Debo apuntar que la agrupación de las tres figuras femeninas es una manifestación de la identidad de género, puesto que la autora se siente más cercana a su madre y a su hermana que hacia su padre.


Con el dibujo de Alejandro, de 5 años, iniciamos el breve recorrido de las familias con dos hijos varones. El pequeño autor se encontraba en tercero de Educación Infantil cuando representó a su familia. Comenzó por el trazado de sus padres en la izquierda, realizando dos figuras muy alargadas, puesto que veía a sus padres muy grandes e importantes. Tras ellos, se dibujó a sí mismo, acabando con su hermano pequeño con el que juega habitualmente. El trazado de las figuras de forma sonriente y con los brazos hacia arriba en señal de la alegría y felicidad que el pequeño autor siente en el seno de su familia.


Una de las grandes aficiones en los niños es el fútbol, de modo que en bastantes dibujos aparecen los hermanos jugando entre ellos con un balón. Es lo que acontece en la escena que nos muestra este niño de 6 años, en la que se ha dibujado a sí mismo intentando chutar la pelota a su hermano mayor que extiende los brazos para cogerla. Resulta curiosa la forma de trazarse, dada las dificultades que para esa edad representar las figuras de perfil o de espaldas, por lo que lo logra con distintas posiciones de la propia figura. Los padres, por otro lado, les animan aplaudiendo y saludándoles.


A medida que se avanza en edad, los escolares logran plasmar una mejor representación de los espacios interiores. Esto lo vemos en la anterior escena, realizada por un chico de 11 años, que ha logrado mostrar a los cuatro miembros de la familia en el salón de la casa con la denominada perspectiva cónica. De este modo, lo vemos sentado con su hermano menor en una butaca, mientras que en la otra se encuentran sus padres. El hermano pequeño porta una camiseta del Real Madrid, tal como nos confirmó el autor del dibujo, por lo que entendemos que la afición al fútbol nace a edades tempranas con la adhesión a alguno de los equipos más relevantes.


La tercera posibilidad de las familias con dos hijos es que sean un niño y una niña. En este caso, la formación de las identidades masculina y femenina vendrá dada, en gran medida, por los modelos que les aportan el padre y la madre. De este modo, el dibujo de una niña de 7 años llama la atención que trazara las figuras con un encuadre en plano tres cuartos, cuando esto suele suceder en edades más avanzadas. Por otro lado, es significativo que lo comenzara por su hermano pequeño, ya que es manifestación del cariño que siente por él, puesto que se traza a sí misma como si le estuviera cuidando.


Jugar con los padres suele ser una experiencia grata para los hijos, hecho que recordarán cuando sean mayores. Es lo que expresa el autor del dibujo anterior, ya que en la escena vemos a los cuatro miembros de la familia jugando o en una actividad deportiva: el padre, en el lado izquierdo, porta una raqueta y una pelota de tenis; a continuación su madre enlaza la cinta con él mismo para que su hermana más pequeña salte a la comba. En la escena, llaman la atención el enorme sol que ha trazado y el que todos aparezcan con la boca abierta, viéndoseles la lengua, expresión de risa, que nos indica que están contentos y se divierten.


Para cerrar, traigo el trabajo de una chica, de 12 años, ya que en la escena muestra a su familia en el campo, pues las salidas a la naturaleza a los hijos les resultan muy gratificantes. La autora se ha trazado junto a su hermano menor, quien le pasa el brazo por encima como manifestación de cariño hacia ella. Los padres, a su vez, aparecen a ambos lados, como expresión de la protección que tienen hacia los dos. Hay que notar que la chica se coloca al lado de su madre y su hermano lo presenta al lado de su padre, algo habitual porque, como he apuntado, el desarrollo emocional de niños y niñas se va formando también a partir de la identidad de género en el seno familiar.

AURELIANO SÁINZ

19 jun 2022

  • 19.6.22
De entrada, tengo que confesar que soy un gran aficionado a los cuentos: a los cuentos para mayores, puesto que cuando utilizamos la palabra ‘cuento’ acuden a nuestra mente aquellos que nos narraron en nuestra infancia, los que contemplábamos por entonces en algunos tebeos, los que veíamos en la televisión o, quizás, los que leíamos durante los años en los que la fantasía formaba parte fundamental de nuestro mundo.


En esa pasión lectora de adulto, me gustaría indicar, por ejemplo, que, aparte de mis admirados Mario Benedetti o José María Merino, me he leído casi con devoción los cerca mil cuentos que nos legó el gran escritor ruso Antón P. Chéjov y que, por suerte, fueron magníficamente traducidos a nuestra lengua y editados en nuestro país en cuatro gruesos volúmenes por la editorial Páginas de Espuma.

Sin embargo, en esta ocasión quisiera referirme a un tipo de cuento que me he atrevido a llamarlos ‘infinitesimales’ por su extrema brevedad. Y con ello los quiero diferenciar de los denominados microrrelatos, cuentos cortos e, incluso, cuentos ínfimos, que son otras denominaciones que se les da a los muy breves.

Ante la pregunta que podría flotar en el aire acerca de las razones por las cuales traigo este tema, apunto a dos razones. La primera, que un antiguo colaborador de Andalucía Digital, Daniel Guerrero Bonet, acaba de publicar su primer libro de cuentos, que lo ha denominado Cuentos minúsculos que se asoman a realidades sorprendentes, del que tengo que apuntar que lo he encargado, pero que en el momento de escribir estas líneas todavía no lo he recibido. De todos modos, la escritura de Daniel es muy buena, por lo que estoy seguro de que disfrutaré con esos ‘cuentos minúsculos’.

La otra razón está ligada a una experiencia que he tenido no hace mucho. Resulta que un día al terminar la clase, y cuando los alumnos habían vaciado el aula, me encontré sobre una de las mesas una hoja suelta en la que, al lado de esos trazados o garabatos que se suelen hacer para entretenerse un poco, observé que había un breve texto escrito que, perfectamente, lo podría incluir dentro de esos cuentos infinitesimales. Decía así:

He buceado hasta el fondo de mi alma, y no he encontrado nada.

Me quedé sorprendido y pensativo. Guardé la hoja. No recordaba quién había ocupado aquella mesa, si fue un alumno o una alumna. Pero daba igual, porque tampoco se trataba de averiguar quién había sido el autor o la autora de ese brevísimo texto, cargado de poesía o, quizás, de una tenue melancolía. “Bucear hasta el fondo del alma y no encontrar nada”: ¿Qué querían expresar esas pocas palabras? Nunca lo sabré, porque, en todo cuento bien construido, aunque sea infinitesimal, se enuncian irresolubles incógnitas.


Pero si hay un cuento brevísimo, que todos los que lo conocen lo toman por el más corto de los que se hayan escrito, es el que corresponde al escritor de origen guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003). El mismo que se suele citar como ejemplo de máxima concisión, dado que solo contiene siete palabras:

Cuando se despertó, el dinosaurio seguía allí.

Una vez leído, se queda uno pensativo y empieza a preguntarse: ¿Quién se despertó? ¿Él o ella? ¿Qué nombre tenía? ¿Dónde dormía?... De igual modo, y puesto que no dice un dinosaurio sino el dinosaurio, vuelven las interrogantes: ¿Qué tipo de dinosaurio? ¿El dinosaurio era un animal o la imagen fantasmal de alguna pesadilla que torturaba a quien soñaba?

Todo buen cuento, por pequeño que sea, se abre a distintas preguntas e interpretaciones. Muy distinto a lo que acontece con los aforismos, que son breves respuestas, casi sentencias, a los diversos temas que nos planteamos. También de cualquiera de las ideas filosóficas: por ejemplo, cuando René Descartes, queriendo sentirse muy seguro a partir de un pensamiento inequívoco, afirmó con rotundidad: “Pienso, luego existo”. O de las muchas expresiones científicas, como aquella que nos dice que “La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma”, ya que solo pueden ser cuestionadas por otras de igual rango.

Tampoco los haikus japoneses podemos considerarlos cuentos infinitesimales, pues son breves composiciones poéticas de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas.

Vuelvo de nuevo a Augusto Monterroso. Pensándolo despacio, ¿realmente, fue ese cuento mínimo el más breve de todos los que se han escrito?

La verdad es que no lo sé. Ni tampoco tengo claro que alguien pueda afirmarlo tajantemente, pues para ello tendría que haberse leído todos los cuentos publicados. Lo que sí puedo decir es que el escritor estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961) escribió otro cuento infinitesimal también de siete letras. Es el siguiente:

Se venden zapatos de bebés. Sin estrenar.

Y no se trata solamente de la brevedad a la que he aludido para cruzarnos con un cuento infinitesimal. En el caso Hemingway, la segunda frase nos abre a un conjunto de interrogantes, posiblemente un tanto angustiosos, a los que no podemos dar ninguna respuesta cierta. ¿Por qué se venden esos zapatos? ¿Qué aconteció con el bebé que debía estrenarlos? ¿Por qué los padres han decidido venderlos? No hay soluciones: solo enunciados que acaban en especulaciones en la mente del lector.

Para cerrar esta breve incursión en los relatos cortos, quisiera apuntar que no todo lo que a uno se le pueda pasar por la cabeza lo podríamos considerar como un cuento infinitesimal. Creo que un buen relato brevísimo, al que me he atrevido llamarlo ‘infinitesimal’, junto a su singularidad, al menos debe abrir múltiples interrogantes que siempre quedarán como preguntas incómodas o inquietantes en quienes lo han escuchado o leído.

AURELIANO SÁINZ

12 jun 2022

  • 12.6.22
Me gustaría empezar esta columna rememorando un sencillo y hermoso poema que el poeta guipuzcoano Gabriel Celaya dedicó como homenaje a una de las más nobles profesiones, la del maestro –y, por extensión, a todos los que se dedican con entrega a la enseñanza, en cualquiera de sus niveles–, puesto que, desde los niños muy pequeños que entran en la escuela hasta en las aulas de la universidad, el fondo del mensaje es el mismo: se trata de la entrega que sienten todos aquellos que dedican su vida con pasión a la labor de formar pacientemente a las nuevas generaciones.


Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca.
Hay que medir, pesar, equilibrar…
y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino, un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar mientras uno trabaja,
que esa barca, ese niño,
irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia pueblos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.


Maestras y maestros, profesoras y profesores, independientemente del término que usemos, en estos días ven cercano el final del curso. Se aproxima la fecha en la que las aulas se quedarán vacías. Se cubrirán de silencio. El jolgorio que en ellas se vive, antes de la ceremonia con la que el docente comienza sus explicaciones, se habrá ido. Pareciera que sus paredes hubieran absorbido hasta el último de los murmullos que quedaron atrás cuando se cerraron sus puertas.

Y así estarán hasta que otra vez se abran los espacios que acogen toda la algarabía de los nuevos que reemplazarán a los del curso anterior.

Al poeta no se le olvida decir que para llevar adelante esta labor “hay que tener un kilo y medio de paciencia concentrada”. Efectivamente, el cometido educativo en el aula complementa aquel que madres y padres llevan en sus hogares. Y estos últimos saben a la perfección la enorme serenidad que hay que desplegar hasta que su hijo o su hija levante el vuelo y logre emanciparse del hogar en el que se ha formado. Es decir, cuando ya tenga todas las herramientas con las que pueda valerse en el complejo mundo que le espera.


Y esa labor comienza en las primeras edades. No es un trabajo que pueda aplazarse, tanto en la familia como en la escuela. Ya en sus primeros años, vemos caminar en fila a esos pequeños que guiados por los mayores aprenden que hay otro mundo más allá de su casa. Portando sus mochilas y bajo la atenta mirada de los mayores, inician una apasionante aventura que compartirán con otros de sus mismos años.

Pero esa aventura puede acabar en la adolescencia o caminar adelante, si se desea continuar con la guía de otros profesores que les seguirán formando en las distintas disciplinas que conforman los estudios que ya voluntariamente han elegido.

Pues, como metafóricamente escribe Celaya en los últimos hermosos versos de su poema, comparando al niño que se inicia con una barca que “irá muy lejos por el agua”, al tiempo que le recuerda quien lo ha conducido, en esa paciente labor educativa, que “en nuevos barcos seguirá nuestra bandera enarbolada”.

Esa es la gran esperanza de todo maestro: saber que sus ejemplos no quedan en el vacío y que, como el campesino que espera la cosecha de la siembra, algún día, pasados los años, de modo inesperado se le acerque un rostro conocido y le diga: “Yo fui alumno suyo”.

En mi caso, y a pesar de estar formalmente jubilado, continúo asistiendo a las aulas de la universidad. De todos modos, esta grata experiencia asoma de vez en cuando en mi vida.

Así, hace unos días en los que asistí a una charla-coloquio en la que participaba Alberto Garzón, ministro de Economía, al finalizar su intervención se me acercó José Luis, un antiguo alumno y, como suele ser habitual, me preguntó si le recordaba. Dado que tengo una buena memoria visual, le respondí afirmativamente. Estuvimos charlando un rato como si el tiempo apenas hubiera pasado, de modo que me explicó sus circunstancias y la trayectoria de sus últimos años.

De algún modo, tanto a él como a todos los que he tenido en mis aulas, les deseo que se cumpla lo que expresa en sus versos ese gran poeta que fue Gabriel Celaya, de modo que naveguen con sus nuevos pupilos rumbo a Ítaca en la apasionante aventura de esta milenaria profesión.

AURELIANO SÁINZ

5 jun 2022

  • 5.6.22
Cuesta mucho entenderlo. No cabe en la cabeza ni en el corazón de una persona con los mínimos sentimientos humanos. Es el horror total. No podemos imaginar el reguero de sangre, espanto y dolor que surge cuando alguien se acerca a un centro escolar de Primaria y, con un fusil de asalto, empieza a disparar contra los niños y las niñas que pudiera encontrar, dejando tras de sí a 19 inocentes criaturas yacentes en el suelo, junto a dos profesoras que acudieron a auxiliarles.


Y sin embargo, en Estados Unidos, o el orgullosamente denominado a sí mismo como el “País más poderoso de la Tierra”, todo es posible, incluso que se repitan las terribles masacres que cada cierto tiempo se suceden unas a otras como si fueran una maldición bíblica.

No solo se producen en las grandes superficies comerciales, o en templos, o en lugares de trabajo, o en zonas de aparcamiento… Alcanzan también a los lugares en los que se inician los más pequeños en eso que solemos llamar como centros de educación, en los que tienen que aprender no solo los conocimientos y las actitudes que, paso a paso, les proporcionen los hábitos necesarios para que sepan desenvolverse en la sociedad. Allí también aprenden a conocer a otros de su edad, a saber lo que es la amistad, a participar colectivamente, a disfrutar y a ser felices jugando con otros de sus edades.

Lo triste es que, en la sociedad de los medios de información acelerados en la que vivimos, esta reciente matanza acabará convirtiéndose en una lamentable noticia más que quedará sepultada por otras que ocuparán los titulares de las pantallas, grandes o pequeñas. Será sustituida por aquellas que acaparen la mente de los ‘consumidores’ de la crónica negra, de modo que la aniquilación de escolares que recientemente se ha producido en una escuela de Primaria en Uvalde, una localidad de apenas 22.000 habitantes en el Estado de Texas, pasará pronto al olvido, en espera de que otra matanza vuelva –como el eterno retorno nietzscheano– a convertirse en noticia destacada.

Y para colmo de cinismo, frivolidad y de estupidez congénita, nos llegó la información que a los pocos días de la masacre de niños, en el mismo Texas, se celebraba una feria de armas con gran asistencia de público. Allí, los fanáticos de las armas, que en ese enorme país superan ampliamente los 300 millones que están en manos particulares, asistían acompañados de su prole y, embelesados, contemplaban los últimos modelos que podían coger con sus propias manos y gesticular con ellas como si estuvieran apuntando a las potenciales víctimas.

Pero este no es un problema fácil de resolver. Tengamos en cuenta que en Estados Unidos hay más tiendas en las que se venden armas que gasolineras en las que los vehículos pueden repostar. Y es que la muy poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) vende todavía la idea de que en ese país, tal como apunta la Segunda Enmienda de la Constitución, el que todos los ciudadanos fueran campesinos que, como los del siglo XIX, viven en granjas aisladas del Medio Oeste, esos que necesitaban tener un arma para defenderse en su aislada casa de madera de posibles robos o de ataques de animales salvajes.

Romper esta idea tan extendida, y los hábitos a los que ha conducido, tal como apuntaba Albert Einstein refiriéndose a los prejuicios de la gente, “resultan más difíciles de romper que a un átomo”. Y es que, junto al inmenso negocio de las armas, dos de los prejuicios asumidos por una gran parte significativa de la población estadounidense son, por un lado, que portar armas resulta ser un derecho inalienable, casi divino, y, por otro, que la razón está de su parte ya que viven en el país más poderoso del mundo.


Lo anterior queda bien plasmado en los dos carteles que acabamos de ver. En el primero de ellos, el diseñador estadounidense John Yates hace referencia al sector más conservador de la población que rinde un auténtico culto a las armas, tal como lo expresa en el diseño de su cartel, en el que vemos, en blanco y negro, la cintura de un personaje, algo entrado en carnes, con su revólver y la correspondiente munición. El título lo deja bastante claro: American Bible Belt o Cinturón de la Biblia americana.

Para estos sectores, que se consideran descendientes directos aquellos puritanos europeos que arribaron a Nueva Inglaterra en el Mayflower, en el año 1620, buscan también en la Biblia todo tipo de argumento religioso para justificar el “derecho a portar armas”.

Una pregunta que podríamos hacernos –y que ellos podrían hacerse– es la siguiente: ¿Por qué no miran a otros países en los que solo tienen armas las fuerzas de seguridad y, en casos especiales, algunos particulares, lo que evita que no se produzcan esas terribles matanzas?

Quizás, esta pregunta nos la hacemos porque se nos olvida el lema con el que ese sujeto llamado Donald Trump llegó a la Presidencia de Estados Unidos: America first, es decir, América primero, reflejando la prepotencia y arrogancia que habitan en lo más hondo de cualquiera de sus seguidores, que, por cierto, y aunque nos parezca mentira, son millones.

Ellos no tienen nada que aprender de nadie, pues como dice este individuo que defiende sin ninguna duda la posesión de armas, la solución para las matanzas en escuelas es, nada menos, que: ¡Armar al profesorado! Es decir, transformar los centros educativos en espacios en los que de vez en cuando se conviertan en campos de tiro.

Esa imbecilidad, esa arrogancia, esa creencia en su superioridad sobre el resto del mundo las refleja bastante bien otro diseñador, Nicholas Blechman. Vemos que en su cartel ha dibujado a un personaje voluminoso vestido con los colores de la bandera estadounidense, portando dos pistolas a punto de desenfundarlas y caminando por el planeta como si fuera un campo petrolífero.

Ante tanto fanatismo, la solución que encuentra Blechman la concentra en el lema Stop the Arrogance… Y es que, por suerte, todavía en el propio Estados Unidos hay gente esperanzada que con sus escritos, sus palabras o sus diseños combaten con diversos modos la simpleza y la estupidez mentales tan extendidas en ese enorme territorio.

AURELIANO SÁINZ

29 may 2022

  • 29.5.22
Querido Antonio:

Ya han transcurrido varios días desde que nuestro común amigo, Juan Pablo Bellido, me llamó por teléfono. No son frecuentes estas llamadas, dado que habitualmente nos comunicamos por correo electrónico: una vez, semanalmente, y desde hace doce años, le envío los escritos para ser publicados en lo que ahora es Andalucía Digital; y él, cordialmente, siempre me responde.


Con la prudencia que forma parte de su carácter, en esa llamada me pregunta cómo me encuentro y qué estoy ahora haciendo, pues imagina que siempre me veo inmerso en alguna escritura. Le indico que en ese momento acababa de finalizar un libro que llevará el largo título de Vida y muerte de don Álvaro de Luna. Historia del Castillo de Alburquerque y la lucha por conservarlo. Un texto que, como puedes imaginar, está relacionado con mi pueblo de origen, el mismo que el del escritor Luis Landero, al que bien conoces y del que hemos hablado en más de una ocasión.

Dada mi locuacidad, Juan Pablo esperó; y una vez que le expliqué con entusiasmo este trabajo (pues, como muy bien sabes, cada libro que sacamos a la luz es como una especie de parto de un hijo ‘lleno de palabras escritas’), empieza a decirme que tiene que darme una muy mala noticia.

Ya te puedes imaginar, amigo Antonio, que lo último que se me pasaba por la cabeza en esos instantes es que fuera algo relacionado contigo, puesto que apenas hacía unas semanas que los tres habíamos quedado citados en Córdoba para comer y charlar tranquilamente de todo lo que se nos viniera a la cabeza.

Y ya sabes que los que portamos una mochila cargada de recuerdos y de experiencias por los años que acumulamos, y en la que también se guarda la pasión que compartimos por la lectura y la escritura, esas charlas, como te digo, acaban alargándose y extendiéndose como las ramas de los árboles que brotan libres en la naturaleza.

Fíjate que cuando Juan Pablo finalmente me comentó lo que te había sucedido, no me lo podía creer, no podía entender que te hubieras marchado para siempre. "¡Antonio, no puede ser!", me decía para mis adentros, pues siempre apareces en mi memoria con la mirada trasparente y la voz grave que te caracterizan, al tiempo que veo tu semblante cargado de esa capacidad de entusiasmar a quien se encuentra a tu lado escuchándote.

Recuerda que al poco de este encuentro, os escribí una carta que aquí quiero mostrar, pues hace referencia al último contacto directo que mantuvimos. Decía así:

Queridos Antonio y Juan Pablo:

Quisiera deciros que fue un verdadero placer haber compartido ayer el almuerzo con vosotros. Fue una charla de tres horas en las que hablamos “de lo divino y de lo humano”, tal como le comenté a Flora al regresar a casa, y al preguntarme ella qué tal había sido el encuentro. (Lógicamente, después le desmenucé todos los temas que habían salido a la palestra.)

Espero que en alguna otra ocasión volvamos a encontrarnos. Y como hay que ser equitativos, podría ser en Sevilla, de modo que fuéramos los que residimos en Córdoba los que tuviéramos que montarnos en el coche.

Por cierto, Antonio, he comenzado a leer “Periodismo de inmersión”, aunque, bien es cierto, que me adentré en la parte en la que se habla de Günter Wallraff, ya que, décadas atrás, había leído “Cabeza de turco”. Creo que disfrutaré mucho con el libro que me has regalado…

Este próximo martes, a los amigos de Culturales les hablaré de ti y de la posibilidad de invitarte para que en alguna ocasión nos hables del tema que prefieras; aunque tendría mucho interés hacerlo de estos tiempos digitales.

Un abrazo para los dos.

Aureliano


Tú, como sueles hacer, me respondiste con prontitud.

Fíjate, Antonio, que te estoy hablando de lo último que hemos compartido. Un poco más allá, a finales del año pasado, tendría que volver a decirte que fue un placer para mí estar a tu lado en el Ateneo de Córdoba para presentar ese hermoso libro que compartiste con Jes Jiménez y que tenía el título de Días contados.

Entiende que retroceder más allá en el tiempo, y remitirme a comienzos de los años ochenta en los que nos conocimos en Montilla sería un largo periplo. Lo que sí te puedo decir es que la primera vez que nuestro amigo Manolo Bellido me presentó el primer libro que escribiste de modo compartido sobre la Guardia Civil, fui consciente de que me encontraba no solo ante un excelente periodista sino también ante un magnífico escritor al que siempre he admirado.

Y ahora que te has marchado, creo que fue al escritor italiano Luigi Pirandello al que le leí hace tiempo una frase que cito de memoria y en la que nos decía: “Solo morimos de verdad cuando desaparecemos del recuerdo de aquellos que nos han amado”. En tu caso, estoy seguro que permanecerás en la memoria de muchos de los que te hemos querido como persona y admirado como periodista y escritor.

Espero siempre verte como ese entrañable compañero con el que comparto la sección de Firmas de Andalucía Digital: tú primero, con Agua llovida y yo, siguiéndote los pasos, con Negro sobre blanco. De este modo, sentiré que me acompañas en esa aventura inacabada que es la vida y pensaré que permaneces a nuestro lado en esas tenues páginas que se abren libremente cada día para ser acogidas en cualquier lugar.

Querido amigo, siempre te recordaré. Siempre estarás a mi lado.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: J.P. BELLIDO

22 may 2022

  • 22.5.22
En la sociedad actual, las modalidades familiares son muy diversas, no solo en cuanto al número de miembros que las componen sino también en las nuevas maneras de configurarse, ya que el modelo al que se suele apelar tradicionalmente es uno más dentro de la pluralidad existente en un mundo en constante transformación.


Esto lo he podido comprobar a lo largo de los años al haber abordado el estudio del desarrollo de las emociones de los escolares a través de los dibujos de las familias. Los cambios han sido drásticos, tal como le expliqué a una alumna que deseaba realizar su trabajo fin de grado sobre las familias numerosas, puesto que pertenecía a una de ellas, ya que sus padres habían tenido tres hijos.

Le expliqué que, en mi caso, yo me encontraba como uno más dentro de familia muy numerosa (y que en ocasiones, con cierto humor, digo que aquello era una especie de tribu). Estas familias son verdaderamente excepcionales en estos tiempos, por lo que hubo que contar a partir tres hijos para recibir la calificación de "familia numerosa" y, de este modo, poder acogerse a las ayudas que oficialmente se ofrecen con el fin de afrontar los gastos que supone la descendencia.

Todos sabemos que en las sociedades desarrolladas la descendencia se ha reducido de una manera importante. Es lo que sucede en nuestro país, que en un par de generaciones se ha pasado de familias en las que era habitual tener tres o cuatro hijos (e incluso más), a la actualidad en la que predominan las que tienen uno o dos.

Para comprender este drástico cambio habría que hablar de varios factores, entre ellos el que la planificación familiar se haya asumido como un derecho y una responsabilidad. Por otro, la amplia incorporación de la mujer al mundo del trabajo asalariado ha conducido a que la pareja se piense si desea tener hijos y el momento más adecuado para ello.

También las nuevas necesidades familiares han supuesto que la socialización, entendida como aprendizaje de la relación con los otros, se inicie tempranamente, muy lejos de décadas atrás cuando comenzaba hacia los seis años y el niño se incorporaba a la enseñanza obligatoria.

Hoy es habitual que los padres lleven a su hijo a la guardaría y, en caso de que no fuera así, su escolarización a partir de los tres años da lugar a que tenga que aprender a compartir con otros niños y niñas de su edad, lo que es un aprendizaje de gran importancia para su desarrollo emocional y su sociabilidad.

A pesar de la idea tan extendida de que el hijo o la hija únicos suelen tener problemas relacionados con su egocentrismo, lo cierto es que, por las investigaciones que he llevado a cabo, he podido observar que presentan similares rasgos, tanto favorables como desfavorables, como los que poseen hermanos. De entrada, ser hijo único no marca ni emocional ni intelectualmente a la persona, puesto que, tal como he indicado, en la actualidad la socialización se lleva a cabo de forma temprana.

Para que comprendamos el desarrollo cognitivo y emocional que en estos casos se da a lo largo de los años, presento una selección de dibujos de escolares pertenecientes a familias con un solo hijo, de modo que lo muestro partir de los más pequeños hasta llegar a edades superiores.


Este primer trabajo corresponde a Juan (tal como el propio autor ha escrito en la lámina), un niño de 5 años, cuyo dibujo nos muestra a los tres miembros que componen su familia. El pequeño autor comenzó a dibujarse en el centro de la hoja, lo que es señal de autoestima y confianza en sí mismo, que se expresa también con el amplio tamaño de las figuras, la expresión de los brazos levantados y la abierta sonrisa con la que presenta a todos. Tras representarse, pasó a plasmar, en segundo lugar, a su padre, finalizando con su madre. El hecho de mostrarlos a ambos lados de su figura que lo representa es una manifestación de sentirse seguro y protegido por ellos.


De la misma edad es Cristina, una niña zurda que nos muestra a su familia en un dibujo lleno de vitalidad, imaginación y colorido. Comenzó a trazarla a partir de ella misma, ubicándose en el lado derecho y realizando una figura de tamaño amplio, en la que aparecen algunos rasgos de identidad femenina al trazarse con pendientes y pelo muy largo, de modo similar a su madre que se encuentra en el lado izquierdo. El centro de la composición lo ocupa el padre, como expresión de autoridad dentro del grupo. De forma inmediata, se percibe que la pequeña se siente feliz y dichosa dentro de su familia.


El tercer dibujo es de Elena, una niña de 6 años de primer curso de Primaria. En este caso, al igual que Juan, se representa en el centro de la escena, como expresión del protagonismo que apunta hacia ella. Las figuras están caminando bajo la lluvia, por lo que tanto la niña como sus padres portan paraguas, a pesar de que un sol animista las contempla. Pero es que para los niños pequeños no existe contradicción en el sentido de que la lluvia, el sol y el arco iris puedan aparecer en la escena al mismo tiempo. Ni que decir tiene que Elena se siente muy confiada y feliz en medio de sus padres, tal como muestra en este dibujo lleno de imaginación, vitalidad y alegría.


Diego, el autor del trabajo que acabamos de ver, tenía 8 años cuando realizó el dibujo. Era un niño alegre y muy sociable con sus compañeros de clase. Cuando me lo entregó, comprendí que la relación con su padre era muy estrecha y afectuosa, puesto que aparece subido a sus hombros. Por la composición de la escena se puede deducir que la conexión emocional con su madre es un tanto inferior, dado que entre ellos y la figura femenina se encuentra una butaca, una especie de pequeña barrera interpuesta que desde en punto de vista del significado emocional supone cierto distanciamiento afectivo entre ambos.


Representarse entre los padres, tal como se aprecia en el dibujo de la portada y el que acabamos de ver, es habitual por el sentimiento de seguridad y protección que necesitan niños y niñas de sus progenitores. Así, en este dibujo María, de 8 años, se muestra en un primer término, como si fuera la gran protagonista de la escena familiar. Detrás y un tanto al fondo, aparecen sus padres sonrientes, como protectores de la autora de la escena. En cierto modo, expresa algo de sobreprotección hacia ella, que es uno de los riesgos que pueden aparecer en las familias con un solo hijo.


Uno de los conflictos que amenaza a la estabilidad familiar es la ruptura entre los padres. Sobre este tema he escrito diversos artículos que han aparecido en este medio, por lo que en esta ocasión quiero presentar cómo Julia, hija única de 10 años, interpretaba su nueva vida familiar tras la separación de sus padres.

La solución que encontró fue dividir la lámina en dos partes, de modo que en la izquierda aparece con su padre, sus abuelos paternos, su tío y las mascotas que había en la casa de los abuelos, puesto que es frecuente que en los casos de ruptura los hombres se apoyen en su familia y vuelvan a la casa con sus padres. En la derecha, de nuevo se muestra con su madre y la pequeña mascota que hay en la casa materna. Y no es que la pequeña la encuentre más vacía, sino que es habitual que la mujer sepa salir adelante sin tener que volver a la casa de sus padres tras la separación, si no hay necesidades económicas que inviten a hacerlo.


Para finalizar, presento el dibujo que realizó Manuel, un chico de 12 años que se encontraba en sexto de Primaria. Como puede comprobarse, los personajes presentan un alto grado de realismo en el trazado de la figuras, circunstancia que concuerda con la evolución gráfica de los escolares. Comienza trazando la figura de su padre, alto y musculoso, como corresponde al trabajo que lleva en la construcción; le sigue su madre, que ocupa el centro de la lámina; y ya en la derecha aparece la figura que representa al propio Manuel.

En líneas generales, podemos decir que cada miembro aparece con cierta autonomía, dado que el autor se encuentra en la preadolescencia, una edad en la que surge cierta necesidad de autoafirmación al margen de los padres. Esto es un avance en el desarrollo emocional que todos los chicos y chicas, tengan o no hermanos, necesitan para conectar la naciente independencia personal con la relación de afectividad hacia los padres.

AURELIANO SÁINZ

15 may 2022

  • 15.5.22
Me quedé muy sorprendido cuando María Isabel Mena, licenciada en Historia y magíster en Investigación Social Interdisciplinaria por la Universidad del Valle de Colombia, me indicó que los escolares de raza negra plasmaban su negritud con el denominado color chocolate. Era una expresión que nacía de la investigación que estaba llevando en su país con el fin de averiguar los signos gráficos y el color con los cuales expresaban su autoimagen en los dibujos que les había solicitado. En realidad, la sorpresa venía de que era la primera vez que yo escuchaba esta denominación de color.


Sobre María Isabel debo indicar que tiempo atrás publiqué en este mismo medio una entrevista que le había realizado y que llevaba por título ¿Qué sucede en Colombia? Eran fechas en las que las movilizaciones sociales contra la carestía de la vida en este país estaban en su punto álgido. En la portada de la entrevista aparecía una fotografía de ella misma, pues, a fin de cuentas, todo lo que allí se decía era producto de los profundos conocimientos que tiene de su tierra.

Por otro lado, la denominación color chocolate se me había quedado guardada en un fondo de la mente, hasta que no hace mucho me encontré con Isaac, un amigo nigeriano que vive hace más de veinte años en España, y nos pusimos a hablar de su país.

En medio de la charla salió a colación la última tesis doctoral que yo había asesorado, y que trataba del estudio comparativo de las emociones de los escolares de Córdoba y Lisboa (como ciudades referentes de España y Portugal). En un momento determinado, le indiqué que había un número considerable de escolares de raza negra en Lisboa que participaron en la tesis del ahora doctor, Pedro Rojas, y que se habían dibujado en dos temas que se les proponían: “Dibújate a ti mismo” y “Dibújate con tu mejor amigo o amiga”.

“¿Sabes, Isaac, que una socióloga amiga de Colombia en una investigación que lleva a cabo con escolares de raza negra les pide que se dibujen y en la que comprueba que algunos utilizan lo que ella denomina como color chocolate?”, le indiqué, esperando que él me dijera cómo le llama al color de su propia piel.


Con una espontánea carcajada, me respondió: “¡Pero si yo desde siempre también lo llamo color chocolate, y así es como lo denominamos en Nigeria!”. “Bien es cierto”, continuó, “que mis dos hijos, ya adolescentes, que han nacido en España, me rectifican y me dicen que nosotros tenemos la piel de color marrón". De todos modos, Isaac me indica que no quiere contrariarles, pues sabe que esa palabra es la que se utiliza en nuestro país; aunque él seguirá con la que aprendió en Nigeria.

A esta denominación le estado dando vueltas, ya que me preguntaba cómo era posible que en dos países tan distantes y que pertenecen a continentes distintos –América y África– popularmente se aluda al color del chocolate para explicar la tonalidad de la piel de lo que, de modo genérico, llamamos como la raza negra.

Se me ocurre pensar que el origen se puede encontrar en que ambos países son grandes productores de cacao, del que se elabora ese producto que tanto nos gusta. Hemos de tener en cuenta que lo que nosotros llamamos como ‘marrón’ es un término de origen francés (solo que en esta lengua no lleva acento), y que en el país galo resulta ser la palabra con la que se denomina a la castaña (pensemos, por ejemplo, en la locución francesa marron glacé que se refiere a la castaña confitada). Tiene, pues, para nosotros más sentido el término que usamos, a pesar de que hayamos acudido a otra lengua para hablar de este color, y nos llame la atención que en otros países se alude al chocolate.


Una vez que he iniciado este breve recorrido con unas explicaciones acerca del origen de esas denominaciones, quisiera ahora hablar de la experiencia llevada en los dos colegios de Lisboa. Tal como he indicado, el objetivo de la investigación era el estudio de la emociones en los escolares; pero, curiosamente, en esos dos centros portugueses estudiaban bastantes niños y niñas de raza negra. Esta fue la razón de centrarnos en ellos, ya que ninguno tuvo problemas en mostrar su negritud a la hora de dibujarse a sí mismo.

Es lo que acontece con los dos dibujos que he seleccionado y acabamos de ver. Corresponden a un niño y una niña de 9 y 10 años, respectivamente. En ambos casos, se han representado en plano entero, de modo que a la hora de dar color a la piel de las figuras que han trazado no tienen ninguna dificultad en utilizar el color marrón, ocre o sepia, que son los términos que utilizamos en España. Y si nos trasladamos a Colombia o Nigeria, podríamos decir, sin ningún problema, color chocolate.


Otros optaban por dibujarse en lo que se llama primer plano, de forma que el cuerpo aparecía trazado de los hombros hacia arriba, para enfatizar el rostro. Los dos que he mostrado corresponden a niños de 9 años, que se presentan con una sonrisa franca y abierta, mostrando de modo explicito sus dientes, como manifestación de alegría y de autoaceptación.

El primero de ellos, un chico zurdo (como puede comprobarse por el escrito de ‘tipo espejo’ que plasmó en su camiseta) y muy alto. Posiblemente, esta segunda característica fuera la razón de haberse trazado con un cuello tan largo. El segundo utilizó la acuarela para colorearse, por lo que el cromatismo es muy intenso.


En el caso de las niñas, llamaba la atención el cuidado con el que se dibujaban el rostro. Sin embargo, esto es algo muy común en todas las culturas, ya que para ellas el mostrarse bellas y agradables es una prioridad. Así, vemos el dibujo de una niña de tan solo 9 años que ha trazado su rostro con todo cuidado, llegando a plasmar con detalle las pequeñas trenzas que suelen llevar las niñas de raza negra.

Este cuidado por la propia imagen lo acabamos de percibir en el segundo de los dibujos, correspondiente al tema “Dibújate con tu mejor amigo a amiga”. Así, vemos a la autora en la izquierda (poniendo eu: yo en portugués) al lado de su mejor amiga. Ambas aparecen con peinados muy propios de su cultura.


La población negra portuguesa se encuentra muy integrada en el país. Esto quizás se deba a que a las antiguas colonias de Portugal en África (Angola, Mozambique, Cabo Verde, Guinea-Bissau…) se les concedió el estatuto de provincias y el pasaporte portugués a quienes lo solicitaban, lo que conllevó que una parte de los nativos de esos países se trasladaran a la metrópoli a trabajar y allí formaron familias asentadas, especialmente, en las grandes ciudades.

No es de extrañar, pues, que niños y niñas negros tuvieran como sus mejores amigos a otros de raza blanca. Es lo que acabamos de ver en el dibujo anterior, en el que dos niñas de distintas razas son las mejores amigas, tal como nos lo expresa la autora de 7 años.


También la amistad se producía entre escolares de distintos géneros, tal como lo manifiesta la niña de 8 años que se dibuja con su mejor amigo de raza blanca. Lo más curioso de estos dibujos acerca de la amistad es que los niños y niñas de raza negra no colorean los rostros de sus amigos o amigas de raza blanca; les basta el blanco del color del papel para expresar el cromatismo de la otra raza. De este modo, por contraste, acentúan su negritud, lo que, a fin de cuentas, es una manera de afirmarse en sus propios rasgos, no solo físicos sino también culturales que forman parte de sus identidades.

Para cerrar, y como reflexión, creo que la mejor forma de luchar contra el racismo o la discriminación racial, más o menos encubierta, es educando en la igualdad y en el compañerismo, de modo que la amistad interracial de los escolares termina siendo un verdadero antídoto contra los distintos tipos de segregaciones que se dan en distintos países del planeta.

AURELIANO SÁINZ

GRUPO PÉREZ BARQUERO

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